El acuerdo alcanzado por Lula y por el primer ministro turco con Irán respecto a la producción de uranio enriquecido para fines pacíficos tiene una singularidad que conviene resaltar. Fue conseguido mediante el diálogo, la mutua confianza que nace de mirarse a los ojos y la negociación en la lógica del gana-gana. Nada de intimidaciones, de imposiciones, de amenazas, de presiones de todo tipo, ni de satanización del otro. Ésa era y sigue siendo la estrategia de las potencias militaristas e imperiales que no se dan cuenta de que el mundo ha cambiado. Están incrustadas en el viejo paradigma del big stick, de la negociación con la vara en la mano o de la intervención pura y dura, para la cual todo vale; la mentira descarada, como en el caso de la guerra injusta contra Irak, la violencia militar más sofisticada contra uno de los países más pobres del mundo, como es Afganistán, o los conocidos golpes armados por la CIA en varios países, especialmente en América Latina. Curiosamente, esta estrategia nunca ha dado ningún fruto en ningún sitio. Estados Unidos está perdiendo todas las guerras, porque nadie vence a un pueblo dispuesto a dar su vida hasta el punto de suscitar «hombres-bomba» para enfrentarse a un enemigo armado hasta los dientes, pero lleno de miedo y expuesto a la vergüenza y a la irrisión mundial. Lo que han conseguido es alimentar la rabia, el rencor y el espíritu de venganza, fermento de todo terrorismo. La mayor amenaza para la estabilidad mundial hoy es Estados Unidos pues la ilusión de ser «el nuevo pueblo elegido» —así reza el «destino manifiesto» en el que los neocons, muy fuertes, como Bush, creen ciegamente— hace que se sientan con el derecho de intervenir en todo el mundo. Pretenden llevar los derechos humanos, cuando los violan vergonzosamente; quieren imponer la democracia cuando, en realidad, crean una farsa; buscan abrir el libre mercado a sus multinacionales para que libremente puedan explotar la riqueza de los países, su petróleo y su gas. La diplomacia de Lula se contrapone directamente a la del Consejo de Seguridad y a la de Barack Obama. La de Lula mira hacia delante y se adecúa a lo nuevo. La de Barack Obama mira hacia atrás y quiere reproducir lo viejo. El viejo paradigma supone que hay una nación hegemónica e imperial, en este caso Estados Unidos, que se rige por el paradigma del enemigo, muy en la línea del teórico de la filosofía política que fundamentó los regímenes de fuerza, Carl Schmitt (+1985), tal como él mismo hizo con el nazismo. En su libro El Concepto de lo Político dice claramente: «la existencia política de un pueblo depende de su capacidad de definir quién es amigo y quién es enemigo... el enemigo debe ser combatido y psicológicamente debe ser descalificado como malo y feo». ¿No fue exactamente eso lo que hizo Bush, llamando a los países de donde venían los terroristas «países canallas» contra los que se debía hacer una «guerra infinita»? Esta argumentación es sistémica, y funciona todavía hoy en la cabeza de los dirigentes estadounidenses. Las políticas inspiradas en ese paradigma ya superado pueden llevar a situaciones dramáticas, con serio peligro de destruir el proyecto planetario humano. Ese paradigma es belicista, reduccionista y miope, pues no percibe los cambios históricos que están ocurriendo en la línea de la fase planetaria de la historia, que exige estrategias de cooperación que busquen proteger la Tierra y cuidar de la vida. El paradigma nuevo, representado por Lula, asume la singularidad del actual momento histórico. Nuestra percepción de fondo ha cambiado: somos todos interdependientes, habitamos juntos la misma Casa Común, la Tierra. Nadie tiene un futuro particular y propio. Surge un destino común globalizado: o cuidamos de la humanidad para que no se bifurque entre los que comen y los que no comen, y protegemos el planeta Tierra para que no sea destruido por el calentamiento global, o no tendremos ningún futuro. Estamos vinculados definitivamente unos a otros. Lula, con su fina percepción por lo nuevo, actuó coherentemente: no se puede aislar y castigar a Irán. Hay que traerlo a la mesa de negociaciones, con confianza y sin prejuicios. Esta actitud de respeto dará buenos frutos. Y es la única sensata en esta nueva fase de la historia humana. Lula marca e inaugura el futuro de la nueva diplomacia, la única que nos garantizará la paz.
0 Comentarios
El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz ha dicho recientemente: «el legado de la crisis económico-financiera será un gran debate de ideas sobre el futuro de la Tierra». Concuerdo plenamente con él. Veo que el gran debate será en torno a las dos cosmologías presentes y en conflicto en el escenario de la historia. Por cosmología entendemos la visión del mundo —cosmovisión— que subyace a las ideas, a las prácticas, a los hábitos y a los sueños de una sociedad. Cada cultura posee su respectiva cosmología. Mediante ella se procura explicar el origen, la evolución y el propósito del universo, y definir el lugar del ser humano dentro de él. La nuestra actual es la cosmología de la conquista, de la dominación y de la explotación del mundo, con vistas al progreso y al crecimiento ilimitado. Se caracteriza por ser mecanicista, determinista, atomística y reduccionista. Por causa de esta cosmovisión, se crearon innegables beneficios para la vida humana, pero también contradicciones perversas como que el 20% de la población mundial controle y consuma el 80% de todos los recursos naturales, generando un foso entre ricos y pobres como nunca antes ha habido en la historia. La mitad de las grandes selvas ha sido destruida, el 65% de las tierras cultivables, perdidas, cerca de 5.000 especies de seres vivos desaparecidas anualmente y más de mil agentes químicos sintéticos, la mayoría tóxicos, esparcidos por suelo, el aire y las aguas. Se han construido armas de destrucción masiva, capaces de eliminar toda vida humana. El efecto final es el desequilibrio del sistema-Tierra que se expresa por el calentamiento global. Con los gases ya acumulados, en el 2035 se llegará fatalmente a un aumento de 2 grados centígrados, y si no se hace nada, según ciertas previsiones, a finales de siglo serán 4 ó 5 grados, lo que volverá la vida, tal como la conocemos hoy, prácticamente imposible. El predominio de los intereses económicos especialmente especulativos, capaces de reducir países enteros a la más brutal miseria, y el consumismo han trivializado nuestra percepción del peligro que vivimos y conspiran contra cualquier cambio de rumbo. En contraposición, está compareciendo con más fuerza cada vez, una cosmología alternativa y potencialmente salvadora. Ya tiene más de un siglo de elaboración y alcanzó su mejor expresión en la Carta de la Tierra. Se deriva de las ciencias del universo, de la Tierra y de la vida. Sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, aquel inmenso proceso evolutivo que se inició a partir del big bang, hace cerca de 13.700 millones de años. El universo está continuamente expandiéndose, organizándose y autocreándose. Su estado natural es la evolución y no la estabilidad, la transformación y la adaptabilidad y no la inmutabilidad y la permanencia. En él todo es relación en redes y nada existe fuera de esta relación. Por eso todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para coevolucionar y garantizar el equilibrio de todos los factores. Por detrás de todos los seres actúa la Energía de fondo que dio origen y anima el universo y hace surgir nuevas emergencias. La más espectacular de ellas es la Tierra viva y nosotros, los seres humanos, como la porción consciente e inteligente de ella, con la misión de cuidarla. Vivimos tiempos de urgencia. El conjunto de las crisis actuales está creando una espiral de necesidades de cambio que, si no son implementadas, nos conducirán fatalmente al caos colectivo, pero que si son asumidas, nos pueden elevar a un estadio más alto de civilización. Y es en este momento cuando la nueva cosmología se revela inspiradora. En vez de dominar la naturaleza, nos sitúa en el seno de ella en profunda sintonía y sinergia. En vez de una globalización niveladora de las diferencias, nos sugiere el biorregionalismo que valora las diferencias. Este modelo procura construir sociedades autosostenibles dentro de las potencialidades y de los límites de las biorregiones, basadas en la ecología, en la cultura local y en la participación de las poblaciones, respetando la naturaleza y buscando el «vivir bien» que es la armonía entre todos y con la madre Tierra. Lo que caracteriza a esta nueva cosmología es el cuidado en lugar de la dominación, el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser y no su mera utilización humana, el respeto por toda la vida y los derechos y la dignidad de la naturaleza y no su explotación. La fuerza de esta cosmología reside en el hecho de estar más de acuerdo con las reales necesidades humanas y con la lógica del propio universo. Si optamos por ella, se creará la oportunidad de una civilización planetaria en la cual el cuidado, la cooperación, el amor, el respeto, la alegría y la espiritualidad tendrán centralidad. Será el gran giro salvador que precisamos urgentemente.
Todos estamos angustiados con las crisis por las cuales pasa la Madre Tierra y la vida humana. Y tenemos buenas razones para ello, pues nos estamos enfrentando a un futuro que puede ser de vida o de muerte. Para ver mejor la situación, tenemos que tomar un poco de distancia. Vamos a comprimir los más de 13.000 millones de años de existencia del universo en un único año cósmico. Vamos a ver cómo a lo largo de los meses fueron surgiendo todos los seres hasta los últimos segundos del último minuto del último día del año. Veamos como queda el escenario que un cosmólogo amigo me ayudó a calcular.
El 1 de enero ocurrió la Gran Explosión (el big bang). El 1 de marzo surgieron las grandes estrellas rojas que después explotaron y de sus elementos, lanzados en todas las direcciones, se formó el actual universo. El 8 de mayo surgió la Vía Láctea, una entre cien mil millones. El 9 septiembre nació el Sol, el centro de nuestro sistema. El 1 de octubre nació la Tierra, el tercer planeta del Sol. El 29 de octubre irrumpió la vida en el seno de un océano primitivo. El 21 de diciembre surgieron los peces. El 28 de diciembre a las 8.00, los mamíferos. El 28 de diciembre a las 18,00 horas, volaron los pájaros. El 31 de diciembre a las 17.00 horas nacieron nuestros antepasados pre-humanos, los antropoides. El 31 de diciembre a las 22.00 horas entra en escena el ser humano primitivo: el australopiteco. El 31 de diciembre a las 23 horas, 58 minutos y 10 segundos surgió el ser humano de hoy, llamado sapiens sapiens, portador de conciencia refleja. El 31 de diciembre a las 23.00 horas, 59 minutos y 6 segundos nació Jesucristo, figura central del cristianismo y, para los cristianos, el salvador del mundo. El 31 de diciembre a las 23.00 horas 59 minutos y 59,02 segundos Pedro Alvares Cabral llegó a Brasil. El 31 de diciembre a las 23.00 horas y 59 minutos y 59,03 segundos Europa empezó a ser una sociedad industrial y a expandir su poder, explotando el mundo y creando el foso actual entre ricos y pobres. El 31 de diciembre a las 23 horas, 59 minutos y 59,54 segundos, se hizo la Independencia de Brasil. El 31 de diciembre a las 23 horas, 59 minutos y 59,56 segundos (a partir de 1950) el ritmo de la explotación y devastación ecológica se aceleró dramáticamente. El 31 de diciembre a las 23 horas, 59 minutos y 59,58 segundos Lula fue elegido presidente, un obrero en el poder. Poco después se constató el peligroso calentamiento global que puede amenazar el futuro de la civilización. El 31 de diciembre a las 23 horas, 59 minutos y 59,59 segundos vinimos nosotros al mundo. El sentido de esta lectura es desbancar el antropocentrismo, es decir, esa visión que concede valor intrínseco solamente al ser humano y coloca todo lo demás a su servicio. La historia del universo muestra que no es exactamente así. El ser humano es uno de los últimos seres que han aparecido y se inserta en el movimiento general del cosmos. Pero posee una singularidad: sólo él es consciente de esta historia y de su lugar en el tiempo. Y se siente responsable por el curso bueno o desastroso de la Tierra. El tiempo humano es más corto que el leve suspiro de un niño. Incluso así, surge en nosotros un sentimiento de gratitud hacia el universo que organizó todas las cosas de forma tal que ahora podemos estar aquí para pensar y admirar estas maravillas, llenos de respeto y reverencia. Y no estamos solos. El universo nos dio tantos compañeros y compañeras: las estrellas, los animales, las plantas, los pájaros y los seres humanos, todos formados por los mismos elementos cósmicos. Somos un gran Todo. Este Todo terrestre no puede acabar miserablemente por nuestra irresponsabilidad. Vamos a superar la crisis y a seguir viviendo y brillando, pues nuestra cuna está en las estrellas. Rose Marie Muraro es una mujer imposible. A pesar de tener grandes limitaciones de vista y de salud escribió 35 libros y editó cerca de otros 1600. Fue pionera del feminismo brasilero. Su estudio sobre la sexualidad de la mujer brasilera, publicado por la Editorial Vozes de Petrópolis, se transformó en un clásico, tanto por su metodología como por las categorías de análisis.
Licenciada en física, siempre se preocupó por la tecnología y su incidencia en el destino humano. Ahora, con el paso de los años y después de muchas investigaciones y de manejar una gran cantidad de fuentes, informaciones y autores, nos entrega un libro-síntesis con el título: Los avances tecnológicos y el futuro de la humanidad: ¿queriendo ser Dios? Es una publicación de la Editorial Vozes de Petrópolis de la cual fue durante 17 años directora editorial. El subtítulo ¿Queriendo ser Dios? define la perspectiva de su análisis y al mismo tiempo deja traslucir una denuncia contra el tipo de ciencia y tecnología dominantes en la historia. En realidad, hace un excelente rastreo histórico de la tecnología desde los albores de la humanidad, cuando hace más de dos millones de años surgió el homo faber, aquel que por primera vez utilizó el instrumento para imponerse a la naturaleza, pasando por los distintos periodos históricos, con sus respectivas revoluciones hasta llegar a los tiempos contemporáneos de la ingeniería genética, de la robótica, de la nanotecnología y de la biología sintética, para culminar en la fusión entre ser humano y máquina. A lo largo de su libro Rose nos muestra el calvario de la Tierra y la lenta y progresiva crucificación de la vida y de la naturaleza a través del poder de la tecnociencia, puesta al servicio de la voluntad de poder en su concretización más cruda y cruel en el dinero. Pero no siempre fue así. Primitivamente el saber y la técnica estaban al servicio de la solidaridad y del compartir, atendiendo a las demandas humanas y aliviando el peso de la vida. Pero desde el momento en que surgió la moneda, que se hizo mediación exclusiva de todos los trueques, y se transformó en mercancía con precio (intereses), se produjo una revolución perversa. Se pasó de la cooperación a la competición, del cuidado a la agresividad. Lo que impera entonces es el gana/pierde y no el gana/gana. La sociedad se ha hecho conflictiva con ejércitos, muchas guerras y grandes mortandades. Los señores del dinero sujetan a las personas, controlan la sociedad y deciden qué saber y qué técnica hay que desarrollar para reforzar su poder. No se produce para la vida sino para el mercado. No se inventa para la sociedad sino para el lucro. El actual proyecto de la tecnociencia ha acelerado enormemente la historia. La humanidad ha caminado más en cien años que en los dos millones de años anteriores. Esta velocidad ha aturdido la mente y está generando una verdadera mutación humana, comparable solamente a la ocurrida en la revolución biológica multimilenaria. Algunos científicos intentan introducir nanoparticulas en la corriente sanguínea del cerebro para gestar una inteligencia suprahumana. Surgiría así un híbrido de ser humano y maquina, y la humanidad se bifurcaría entre los mejorados y nos no-mejorados. Rose Marie Muraro se alza contra este intento, pues él configura la suprema arrogancia y actualiza la antigua tentación bíblica del seréis como Dios. El ser humano, por más que quiera, jamás superará los límites de su naturaleza. Sólo una ciencia con conciencia servirá a la vida y garantizará el futuro de la Tierra. La autora propugna monedas complementarias, un consumo compasivo y reciclable, una revolución radical de dentro hacia fuera y de abajo hacia arriba, el juego del gana/gana como forma de salir con éxito del berenjenal en el que estamos enredamos. La frase final de su brillante libro es esperanzadora: «Cuando desistamos de ser dioses podremos ser plenamente humanos, algo que todavía no sabemos lo que es, pero que hemos intuido desde siempre». En los últimos tiempos hemos dedicado nuestras reflexiones casi exclusivamente a las cuestiones ambientales y a los desafíos que el cambio climático implica para el futuro de nuestra civilización, para la producción y el consumo.
No por eso debemos descuidar los problemas cotidianos, la construcción continuada de nuestra identidad y el moldeado de nuestro sentido de ser. Es una tarea que nunca termina. Hay en ella varios retos, dos de los cuales nos desafían permanentemente y debemos encararlos: la aceptación de los propios límites y la capacidad de desapegarse. Todos vivimos dentro de una situación existencial que, por su propia naturaleza, es limitada en posibilidades y nos impone barreras de todo tipo, de lugar, de profesión, de inteligencia, de salud, de economía, de tiempo. Entre el deseo y su realización siempre hay un desfase. A veces nos sentimos impotentes ante hechos que no podemos cambiar, como la presencia de un esquizofrénico con sus altibajos o la de un enfermo terminal. Tenemos que resignarnos ante esa limitación ineludible. No por eso tenemos que vivir tristes o impedidos de crecer. Hay que ser creativamente resignados. En vez de crecer hacia fuera podemos crecer hacia dentro, en la medida en que creamos un centro donde todas las cosas se unifican y descubrimos cómo de todo podemos aprender. Bien decía la sabiduría oriental: «si alguien siente profundamente al otro, éste lo percibirá aunque esté a miles de kilómetros de distancia». Si te modificas en tu centro, nacerá en ti una fuente de luz que se irradiará a los demás. La otra tarea de la autorrealización es la capacidad de desapegarse. El budismo zen coloca como test de madurez personal y libertad interior la capacidad de desapegarse y de despedirse. Si nos fijamos bien, el desapego pertenece a la lógica de la vida: nos despedimos del vientre materno, después, de la niñez, de la juventud, de la escuela, de la casa paterna, de los parientes y de la persona amada. En la edad adulta nos despedimos de trabajos, de profesiones, del vigor del cuerpo y de la lucidez de la mente, que irrefrenablemente se van desgastando hasta despedirnos de la propia vida. En estas despedidas vamos dejando atrás un poco de nosotros mismos. ¿Cual es el sentido de este lento despedirse del mundo? ¿Mera fatalidad irreversible de la ley universal de la entropía? Esta dimensión es indiscutible, pero ¿no será que guarda un sentido existencial, que ha de ser explorado por el espíritu? Si fenomenológicamente somos un proyecto infinito y un vacío abisal que clama por plenitud, ¿ese desapegarse no significa crear las condiciones para que un Mayor venga a llenarnos? ¿No será que el Ser Supremo, hecho de amor y bondad, nos va quitando todo para que podamos ganar todo, más allá de la vida, cuando finalmente descansará nuestra búsqueda? Al perder, ganamos y al vaciarnos nos llenamos. Hay quien dice que esta fue la trayectoria de Jesús, de Buda, de Francisco de Asís, de Gandhi, y de la Madre Teresa, entre otras personas. Tal vez una historia de los maestros espirituales antiguos nos aclare el sentido de esta pérdida que se transforma en ganancia. «Había una vez un muñeco de sal. Después de peregrinar por tierras áridas llegó a descubrir el mar que nunca antes había visto y por eso no conseguía comprenderlo. El muñeco de sal le preguntó: «¿Tú quien eres?» Y el mar le respondió: «Soy el mar». El muñeco de sal volvió preguntar: «¿Pero qué es el mar?» Y el mar contesto: «Soy yo». «No entiendo», dijo el muñeco de sal, «pero me gustaría mucho entenderte. ¿Qué puedo hacer?» El mar simplemente le dijo: «Tócame». Entonces el muñeco de sal, tímidamente, tocó el mar con la punta de los dedos del pie y notó que aquello empezaba a ser comprensible, pero luego se dio cuenta de que habían desaparecido las puntas de los pies. «¡Uy, mar, mira lo que me hiciste!» Y el mar le respondió: «Tú me diste algo de ti y yo te di comprensión. Tienes que darte todo para comprenderme todo». Y el muñeco de sal comenzó a entrar lentamente mar adentro, despacio y solemne, como quien va a hacer la cosa más importante de su vida. A medida que iba entrando, iba también diluyéndose y comprendiendo cada vez más al mar. El muñeco de sal seguía preguntando: «Qué es el mar?». Hasta que una ola lo cubrió por entero. En el ultimo momento, antes de diluirse en el mar, todavía pudo decir: «Soy yo». Se desapegó de todo y ganó todo: el verdadero yo Como es sabido, en diciembre de 2009 se celebró en Copenhague la Conferencia Mundial de los Estados sobre el clima. En ella no se llegó a ningún consenso porque fue dominada por la lógica del capital y no por la lógica de la ecología. Esto significa que los delegados y jefes de Estado presentes atendieron más a sus intereses económicos que a los intereses reales o globales de sus pueblos. La cuestión para ellos era: cuánto dejo de ganar aceptando preceptos ecológicos que buscan purificar el planeta, garantizar así las condiciones para la continuidad de la vida. No se veía el todo, la vida y la Tierra, sino los intereses particulares de cada país.
La lógica ecológica ve el interés colectivo, pues pretende el equilibrio entre ser humano y naturaleza, entre producción, consumo y capacidad de reposición de los recursos y servicios de la Tierra. Rompiendo esta ecuación, cosa que el modo de producción capitalista viene haciendo desde hace siglos, surgen efectos no deseados, llamados «externalidades»: devastación de la naturaleza, graves injusticias sociales, desconsideración de las necesidades de las futuras generaciones y el efecto irreversible del calentamiento global que, en el límite, puede dar al traste con todo. En Cochabamba (Bolivia) se vio exactamente lo contrario: el triunfo de la lógica de la ecología y de la vida. Entre el 19 y 23 de abril se celebró la Cumbre Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Allí había 35.500 representantes de los pueblos de la Tierra, venidos de 142 países. La centralidad la ocupaba la Tierra, considerada como Pachamama, gran Madre, su dignidad y derechos, la vida en toda su inmensa diversidad (superación de cualquier antropocentrismo), nuestra responsabilidad común para garantizar las condiciones ecológicas, sociales y espirituales que nos permiten vivir, sin amenazas, en este planeta. Las 17 mesas de trabajo, al contrario de Copenhague, llegaron a un consenso extraordinario, pues todos tenían en la mente y en el corazón el amor a la vida y a la Pacha Mama «con la cual todos tenemos una relación indivisible, interdependiente, complementaria y espiritual» como dice el documento final. En lugar del capitalismo competitivo, del progreso y del crecimiento ilimitado, hostil al equilibrio con la naturaleza, se colocó «el vivir bien», categoría central de la cosmología andina, como verdadera alternativa para la humanidad, que consiste en vivir en armonía consigo mismo, con los otros, con la Pachamama, con las energías de la naturaleza, del aire, del suelo, de las aguas, de las montañas, de los animales y de las plantas y en armonía con los espíritus y con la Divinidad, sustentada por una economía de lo suficiente y decente para todos, incluidos los demás seres. Se elaboró una Declaración de los Derechos de la Madre Tierra que prevé entre otros: el derecho a la vida y a la existencia; el derecho a ser respetada; el derecho a continuar sus ciclos y procesos vitales libre de alteraciones humanas; el derecho a mantener su identidad e integridad con sus seres diferenciados e interrelacionados; el derecho al agua como fuente de vida; el derecho al aire limpio; el derecho a la salud integral; el derecho a estar libre de contaminación y polución, de desechos tóxicos y radioactivos; el derecho a una restauración plena e inmediata de las violaciones infringidas por las actividades humanas. Se previó también la creación de un Tribunal Internacional de Justicia Climática y Ambiental, con capacidad jurídica y vinculante de prevenir, juzgar y sancionar a los Estados, empresas y personas por acciones u omisiones que contaminen y provoquen cambios climáticos, y que cometan graves atentados a los ecosistemas que garantizan el «vivir bien». Se resolvió llevar los resultados de esta Cumbre de los Pueblos a la ONU para que sus contenidos sean contemplados en la próxima Conferencia Mundial que va a tener lugar en noviembre/diciembre de este año en Cancún (México). El significado más profundo de esta cumbre es la convicción, creciente entre los pueblos, de que no podemos confiar más el destino de la vida y de la Tierra a los jefes de Estado, rehenes de sus dogmas capitalistas. Brasil lamentablemente no envió ningún representante, pues para el actual gobierno parece ser más importante la «aceleración del crecimiento» que garantizar el futuro de la vida. Esta Cumbre de los Pueblos señaló certeramente la dirección para una bio-civilización en equilibrio de todos con todos y con todo. |
Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
Categorias |