Ya somos 7 mil millones de personas. ¿Habrá alimentos suficientes para todos? Hay varias respuestas. Escogemos una del grupo Agrimonde (véase Développement et civilisations, septiembre 2011) con base en Francia, que estudió la situación alimentaria de seis regiones críticas del planeta. El grupo de científicos es optimista, incluso para cuando seamos 9 mil millones de habitantes. Propone dos caminos: profundizar la conocida revolución verde de los años 60 del siglo pasado y la llamada doble revolución verde.
La revolución verde tuvo el mérito de refutar la tesis de Malthus, según la cual ocurriría un desequilibrio entre el crecimiento poblacional de proporciones geométricas y el crecimiento de alimenos en proporciones aritméticas, produciendo un colapso de la humanidad. Comprobó que con las nuevas tecnologías, una mayor utilización de las áreas agrícolas cultivables y una masiva aplicación de tóxicos, antes destinados a la guerra y ahora a la agricultura, se podía producir mucho más de lo que la población demandaba. Tal previsión demostró ser acertada, pues hubo un salto significativo en la oferta de alimentos, aunque por causa de la falta de equidad del sistema neoliberal y capitalista, millones y millones de personas siguen teniendo una situación de hambre crónica y de miseria. Bien es verdad que ese crecimiento alimentario ha tenido un costo ecológico extremadamente alto: se envenenaron los suelos, se contaminaron las aguas, se empobreció la biodiversidad además de provocar erosión y desertificación en muchas regiones del mundo, especialmente en África. Todo se agravó cuando los alimentos se volvieron una mercancía como cualquier otra en vez de ser considerados como medios de vida que, por su naturaleza, jamás deberían estar sujetos a la especulación de los mercados. La mesa está puesta con suficiente comida para todos pero los pobres no tienen acceso a ella por falta de recursos monetarios. Continúan hambrientos, y su número crece. El sistema neoliberal imperante apuesta todavía por este modelo, pues no necesita cambiar de lógica, tolerando convivir cínicamente con millones de personas hambrientas, consideradas irrelevantes para la acumulación sin límites. Esta solución no sólo es miope, sino falsa, además de ser cruel y sin piedad. Los que todavía la defienden no toman en serio que la Tierra está innegablemente a la deriva y que el calentamiento global produce gran erosión de suelos, destrucción de cosechas y millones de emigrados climáticos. Para ellos la Tierra no pasa de ser un mero medio de producción, no la Casa Común, Gaia, que deber ser cuidada. A decir verdad, quienes entienden de alimentos son los agricultores. Producen el 70% de todo lo que la humanidad consume. Por eso, deben ser oídos e incluidos en cualquier solución que sea tomada por el poder público, por las empresas, y por la sociedad, pues se trata de la supervivencia de todos. Dada la superpoblación humana, cada pedazo de suelo debe ser aprovechado pero dentro del alcance y de los límites de su ecosistema; se deben utilizar o reciclar lo más posible todos los residuos orgánicos, economizar al máximo la energía, desarrollando las energías alternativas, favorecer la agricultura familiar, las cooperativas medianas y pequeñas. Y finalmente, ir hacia una democracia alimentaria en la cual productores y consumidores tomarán conciencia de las respectivas responsabilidades, con conocimiento e información acerca de la situación real de sostenibilidad del planeta, consumiendo de forma diferente, solidaria, frugal y sin desperdicios. Tomando en cuenta tales datos, Agrimonde propone una doble revolución verde en el siguiente sentido: acepta prolongar la primera revolución verde con sus contradicciones ecológicas, pero simultáneamente propone una segunda revolución verde. Ésta implica que los consumidores incorporen hábitos cotidianos diferentes de los actuales, más conscientes de los impactos ambientales y abiertos a la solidaridad internacional para que el alimento sea de hecho un derecho accesible a todos. Siendo optimistas, podemos decir que esta última propuesta es razonablemente sostenible. Se está organizando, de manera embrionaria en todas las partes del mundo, a través de la agricultura orgánica familiar, de pequeñas y medianas empresas, de la agricultura ecológica, de las ecovillas y otras formas más respetuosas con la naturaleza. Es viable y tal vez tenga que ser el camino obligatorio para la humanidad futura.
0 Comentarios
La categoría sostenibilidad, tomada en su sentido amplio y no reducida solo al desarrollo, abarca toda acción enfocada a mantener a los seres en la existencia, porque tienen derecho a coexistir con nosotros, y sólo a partir de esta convivencia utilizamos, con sobriedad y respeto, una parte de ellos para atender nuestras necesidades, preservándolos también para las generaciones futuras.
Dentro de esta concepción cabe también el Universo. Hoy sabemos por la nueva cosmología que estamos hechos de polvo de estrellas y nos sostiene y pasa por nosotros la misteriosa Energía de Fondo que alimenta todo y que se desdobla en las cuatro fuerzas –la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la débil– que, actuando siempre juntas, nos mantienen así como somos. Como seres conscientes e inteligentes tenemos nuestro lugar y nuestra función dentro del proceso cosmogénico. Si no somos el centro de todo, seguramente somos una de esas puntas avanzadas por las cuales el universo se vuelve sobre sí mismo, es decir, se vuelve consciente. El principio antrópico débil nos permite decir que, para ser lo que somos, todas las energías y procesos de la evolución se organizaron de forma tan articulada y sutil que hicieron posible nuestra aparición. En caso contrario, yo no estaría ahora escribiendo aquí. A través de nosotros, el universo y la Tierra se ven y se contemplan a sí mismos. La capacidad de ver surgió hace 600 millones de años. Hasta entonces la Tierra era ciega. El cielo profundo y estrellado, las cataratas de Iguaçu, donde me encuentro ahora, el verdor de las selvas de aquí al lado, no se podían ver. A través de nuestra vista, la Tierra y el universo pueden ver toda esta indescriptible belleza. Los pueblos originarios, de los andinos a los samis del ártico, se sentían unidos al universo, como hermanos y hermanas de las estrellas, formando una gran familia cósmica. Nosotros hemos perdido ese sentimiento de pertenencia mutua. Ellos sentían que las fuerzas cósmicas equilibraban el curso de todos los seres y actuaban en su interior. Vivir en consonancia con estas energías fundamentales era llevar una vida sostenible y llena de sentido. Sabemos por la física cuántica que la conciencia y el mundo material están conectados y que la manera que un científico escoge para hacer su observación afecta al objeto observado. Observador y objeto observado se encuentran indisolublemente ligados. De ahí que la inclusión de la conciencia en las teorías científicas y en la propia realidad del cosmos es un dato ya asimilado por gran parte de la comunidad científica. Formamos, efectivamente, un todo complejo y diversificado. Son conocidas las figuras de los chamanes, tan presentes en el mundo antiguo y que hoy están volviendo con renovado vigor, como lo ha mostrado el físico cuántico P. Drouot en su libro El chamán, el físico y el místico (Vergara 2001) que tuve el honor de prologar. El chamán vive un estado de conciencia singular que lo hace entrar en contacto íntimo con las energías cósmicas. Entiende la llamada de las montañas, de los lagos, de los bosques y selvas, de los animales y de los seres humanos. Sabe conducir tales energías para fines curativos y para armonizarlas con el todo. En el interior de cada uno de nosotros existe escondida la dimensión chamánica. Esa energía chamánica nos hace quedar en silencio ante la grandeza del mar, vibrar con la mirada de otra persona, estremecernos ante un recién nacido. Necesitamos liberar esta dimensión chamánica en nosotros para entrar en sintonía con todo lo que nos rodea y sentirnos en paz. Nuestro deseo de viajar con las naves espaciales por el espacio cósmico, ¿no será tal vez el deseo arquetípico de buscar nuestros orígenes estelares y el ímpetu de regresar al lugar de nuestro nacimiento? Varios astronautas expresaron ideas semejantes. Esta incontenible búsqueda nuestra de equilibrio con todo el universo y de sentirnos parte del universo pertenece a la noción inteligible de la sostenibilidad. La sostenibilidad lleva consigo la valoración de este capital humano y espiritual cuyo efecto es producirnos respeto y sentido de sacralidad ante todas las realidades, valores estos que alimentan la ecología profunda y que nos ayudan a respetar y a vivir en sintonía con la Madre Tierra. Hoy se hace urgente esta actitud para moderar la fuerza destructiva que en las últimas décadas se ha apoderado de nosotros. 1. El pueblo brasilero se habituó a «enfrentar la vida» y a conseguir todo en «la lucha», es decir, superando dificultades y con mucho trabajo. ¿Por qué no iba a «enfrentarse» también al reto último de hacer los cambios necesarios para crear relaciones más igualitarias y acabar con la corrupción?
2. El pueblo brasilero todavía no ha acabado de nacer. Lo que heredamos fue la Empresa-Brasil, con una elite esclavizadora y una masa de desposeídos. Pero del seno de esta masa, nacieron líderes y movimientos sociales con conciencia y organización. ¿Su sueño? Reinventar Brasil. El proceso empezó a partir de abajo y es ya imparable. 3. A pesar de la pobreza y de la marginación, los pobres inventaron caminos de supervivencia. Para superar realidad negativa, el Estado y los políticos necesitan escuchar y valorar lo que el pueblo ya sabe y ha inventado. Sólo entonces habremos superado la división élites-pueblo y seremos una nación una y compleja. 4. El brasilero tiene un compromiso con la esperanza. Es la última que muere. Por eso, está seguro de que Dios escribe derecho con renglones torcidos. La esperanza es el secreto de su optimismo, le permite relativizar los dramas, danzar en su carnaval, ser hincha de su equipo de futbol, y mantener encendida la utopía de que la vida es bella y mañana puede ser mejor. 5. El miedo es inherente a la vida porque «vivir es peligroso» y conlleva siempre riesgos. Estos nos obligan a cambiar y refuerzan la esperanza. Lo que el pueblo, no las elites, desea más es cambiar para que la felicidad y el amor no sean tan difíciles. 6. Lo opuesto al miedo no es el valor. Es la fe en que las cosas pueden ser diferentes y que, organizados, podemos avanzar. Brasil ha demostrado que no es sólo bueno en carnaval y futbol, también es bueno en agricultura, en arquitectura, en música y en su inagotable alegría de vivir. 7. El pueblo brasilero es religioso y místico. Más que pensar en Dios, siente a Dios en su vida cotidiana, lo cual se revela en las expresiones: «gracias a Dios», «Dios se lo pague», «queda con Dios». Dios no es un problema para él, sino la solución a sus problemas. Se siente amparado por santos y santas y por espíritus buenos y orixás que anclan su vida en medio del sufrimiento. 8. Una de las características de la cultura brasilera es la alegría y el sentido del humor, que ayudan a aliviar las contradicciones sociales. Esa alegría nace de la convicción de que la vida vale más que cualquier cosa. Por eso debe ser celebrada con fiesta y ante del fracaso, mantener el humor. El efecto es la levedad y el entusiasmo que tantos admiran en nosotros. 9. Una unión que todavía tenemos pendiente en Brasil es la del saber académico con el saber popular. El saber popular nace de la experiencia sufrida, de las mil maneras de sobrevivir con pocos recursos. El saber académico nace del estudio, bebiendo de muchas fuentes. Cuando esos dos saberes se unan, seremos invencibles. 10. El cuidado pertenece a la esencia de toda la vida. Sin el cuidado, la vida enferma y muere. Con cuidado se la protege y dura más. El reto es hoy entender la política como cuidado de Brasil, de su gente, de su naturaleza, de la educación, de la salud, de la justicia. Ese cuidado es la prueba de que amamos a nuestro país. 11. Una de las marcas del pueblo brasilero es su capacidad de relacionarse con todo el mundo, de sumar, juntar, sincretizar y sintetizar. Por eso, no es intolerante ni dogmático. Le gusta y acoge bien a los extranjeros. Estos son valores fundamentales para una globalización de rostro humano. Estamos demostrando que es posible y la estamos construyendo. 12. Brasil es la mayor nación neolatina del mundo. Tenemos todo para ser también la mayor civilización de los trópicos, no imperial, sino solidaria con todas las naciones, porque Brasil incorporó en sí a representantes de 60 pueblos que vinieron aquí. Nuestro desafío es mostrar que Brasil puede ser, de hecho, un pedazo de paraíso que no se perdió. Para resolver la crisis económico-financiera de Grecia y de Italia se han formado, por exigencia del Banco Central europeo, gobiernos solo de técnicos sin participación de ningún político. Se partía de la ilusión de que se trata de un problema económico que debe resolverse económicamente. Quien solo entiende de economía, acaba no entendiendo ni siquiera la economía. La crisis no es de economía mal manejada, sino de ética y de humanidad. Ambas muy relacionadas con la política. Por eso la primera lección de un marxismo básico es entender que la economía no es parte de la matemática y de la estadística sino un capítulo de la política. Gran parte de la obra de Marx está dedicada a desmontar la economía política del capital. Cuando en Inglaterra ocurrió una crisis semejante a la actual y se creó un gobierno de técnicos, Marx hizo duras críticas mofándose con ironía, pues preveía un fracaso total, como efectivamente ocurrió. No se puede usar el veneno que creó la crisis como remedio para curarla.
Para dirigir los respectivos gobiernos de Grecia y de Italia han llamado a gente que pertenece a los altos niveles bancarios. Los bancos y las bolsas han sido los que han provocado la presente crisis que casi hundió todo el sistema económico. Estos señores son como talibanes fundamentalistas: creen de buena fe en los dogmas del mercado libre y en el juego de las bolsas. ¿En que lugar del universo se proclama el ideal de greed is good, la codicia es buena? ¿Cómo hacer de un vicio (y, digámoslo también, de un pecado) una virtud? Están sentados en Wall Street de Nueva York y en la City de Londres. No son raposas que guardan las gallinas, sino que las devoran. Con sus manipulaciones transfirieron grandes fortunas a unas pocas manos y cuando estalló la crisis fueron auxiliados con miles de millones de dólares sacados de los trabajadores y de los jubilados. Barack Obama se mostró débil, inclinándose más por ellos que por la sociedad civil. Con los dineros recibidos continuaron la farra, ya que la prometida regulación de los mercados financieros quedó en letra muerta. Millones de personas están en el paro y la precarización, especialmente los jóvenes, que están llenado las plazas, indignados, contra la codicia, la desigualdad social y la crueldad del capital. ¿Es que gente que tiene la cabeza formada por el catecismo del pensamiento único neoliberal va a sacar a Grecia y a Italia del atolladero? Lo que está ocurriendo es el sacrifico de toda una sociedad en el altar de los bancos y del sistema financiero. Ya que la mayoría de los stablishment no piensan (no lo necesitan) vamos a intentar entender la crisis a la luz de dos pensadores que en el mismo año de 1944, en Estados Unidos, nos dieron una clave iluminadora. El primero fue el filósofo y economista húngaro-canadiense Karl Polanyi con su clásica obra La Gran Transformación. ¿En qué consiste? Consiste en la dictadura de la economía. Después de la Segunda Guerra Mundial que ayudó a superar la Gran Depresión de 1929, el capitalismo dio un golpe maestro: anuló la política, mandó al exilio la ética e impuso la dictadura de la economía. A partir de entonces no ha habido como siempre antes una sociedad con mercado, sino una sociedad de mercado. Lo económico estructura todo y hace de todo una mercancía regida por una cruel competencia y una ganancia descarada. Esta transformación desgarró los lazos sociales y profundizó el foso entre ricos y pobres dentro de cada país y a nivel internacional. El otro es un filósofo de la escuela de Frankfurt, exiliado en Estados Unidos, Max Horkheimer, que escribió El eclipse de la razón (1947). Ahí se dan las razones para La Gran Transformación de Polanyi, que consisten fundamentalmente en esto: la razón ya no se orienta por la búsqueda de la verdad y por el sentido de las cosas, sino que es secuestrada por el proceso productivo y rebajada a mera función instrumental, «transformada en un simple mecanismo tedioso de registrar hechos». Lamenta que «justicia, igualdad, felicidad, tolerancia, juzgadas inherentes a la razón durante siglos, han perdido sus raíces intelectuales». Cuando la sociedad eclipsa a la razón, se vuelve ciega, pierde el sentido del estar juntos y se ve atascada en el pantano de los intereses individuales o corporativos. Es lo que hemos visto en la crisis actual. Los premios Nobel de economía más humanistas, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, han escrito reiteradamente que los players de Wall Street deberían estar en la cárcel por ladrones y bandidos. Ahora, en Grecia y en Italia la Gran Transformación ha adquirido otro nombre: se llama la Gran Perversión. Debido a mi «gitanismo intelectual», hablando siempre en muchos sitios y ambientes sobre infinidad de temas que van desde la espiritualidad a la responsabilidad socioambiental y hasta sobre la posibilidad del fin de nuestra especie, los organizadores, por deferencia, suelen invitarme a un buen restaurante de la ciudad. Lógicamente, guardo la buena tradición franciscana y celebro los platos con comentarios elogiosos. Pero me queda siempre un mal sabor de boca, que impide que el comer sea una celebración. Me acuerdo de que la mayoría de las personas amigas no pueden disfrutar de estas comidas, y especialmente los millones y millones de hambrientos del mundo. Me parece que les estoy quitando la comida de la boca. ¿Cómo celebrar la generosidad de los amigos y de la Madre Tierra, si, en palabras de Gandhi, «el hambre es un insulto y la forma de violencia más asesina que existe»?
En este contexto me viene a la mente el consuelo de las tascas, o tabernas. Me gusta ir a las tascas pues ahí puedo comer sin mala conciencia. Las hay en todo el mundo, también en las comunidades pobres, en las cuales trabajé durante años. Ahí se vive una real democracia: la tasca (donde van las personas con menor poder adquisitivo) acoge a todo el mundo. Puede estar allí tomando su caña un profesor universitario al lado de un peón de la construcción, un actor de teatro en la misma mesa que un pillo, y hasta un borracho tomando su traguito. Es sólo llegar, ir sentándose y gritar: «póngame una cañita bien fría». La tasca brasileña es más que su visual, con azulejos de colores fuertes, el santo protector en la pared, generalmente un san Antonio con el Niño Jesús en brazos, el símbolo del equipo de futbol aficionado, y los anuncios de colores de las bebidas. La tasca es un estado de espíritu, el lugar de encuentro con los amigos y vecinos, de la conversación hasta las tantas, de la discusión sobre el último partido de futbol, los comentarios sobre la novela preferida, la crítica a los políticos y las palabrotas bien merecidas contra los corruptos. Pronto todo el mundo se hace amigo, dentro de un incipiente espíritu comunitario. Aquí nadie es rico o pobre. Es, simplemente, gente que se expresa como gente, usando el lenguaje del pueblo. Hay mucho humor, chistes y bravatas. A veces, como en el Estado de Minas, se improvisan unos cantares que alguien acompaña con la guitarra. A nadie le importa la condición general de la barra o de las mesas. Lo importante es que el vaso esté bien limpio y sin grasa; si no, estropea la espuma cremosa de la caña que debe tener unos tres dedos. Nadie se molesta por cómo está el suelo o por el estado del baño. Los nombres son de lo más variado, dependiendo de la región del país. Puede ser La bodega de la vieja, El bar de Sacha, La tasca de don Gomes, el Bar del Giba, La tasca del Joia, El pavo azul, La cofradía del chivo perfumado, La casa llena, o muchos otros. Belo Horizonte es la ciudad de Brasil que tiene más tascas, y celebra todos los años el concurso de la mejor comida de tasca. Los platos también son variados, elaborados generalmente a base de recetas caseras y regionales: la carne secada al sol del Nordeste, la carne de cerdo y el tutú (pasta de frijoles con harina de mandioca y bananas fritas) de Minas. Los nombres son ingeniosos: mexidoido chapado (mixto de carnes a la plancha), porconóbis de sabugosa (debe su nombre al cerdo y a las hojas de una planta llamada ora pro nobis), costilla de Adán (costillita de cerdo con mandioca), torrezno de barriga. Hay un plato que aprecio sobremanera que ofrecen en el Mercado Central de Belo Horizonte y fue premiado en uno de los concursos: bife de hígado encebollado con jiló (frutillo amargo muy popular). Si de mí dependiera, este plato debería figurar en el menú del banquete del Reino de los cielos que el Padre celestial va a ofrecer a los bienaventurados. Bien mirado, la tasca desempeña una función ciudadana: da a quienes la frecuentan, especialmente a los más asiduos, el sentimiento de pertenencia a la ciudad o al barrio. No habiendo otros lugares de entretenimiento y de ocio, permite que las personas se encuentren, olviden su estatus social y vivan una igualdad generalmente negada en el día a día. Para mí la tasca es una metáfora de la comensalidad soñada por Jesús, lugar donde todos pueden sentarse a la mesa, celebrar la convivencia fraterna y hacer del comer una comunión. Y en mi caso, es el lugar donde puedo comer sin mala conciencia. Dedico este texto a mi amigo Jaguar, dibujante de comics, que aprecia las tascas. |
Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
Categorias |