Pasé un fin de semana leyendo por enésima vez El Príncipe de Maquiavelo en un esfuerzo por entender la actual política de la Dirección Nacional del PT. Y encontré ahí las fuentes que posiblemente están inspirando el llamado «nuevo PT», el que ha cambiado el poder de la voluntad de transformar la realidad por la voluntad de poder ponerse de acuerdo con la realidad, manifiestamente envenenada, con el propósito de perpetuarse en el poder. En palabras del candidato electo por la convención del partido en Minas Gerais, Fernando Pimentel, después invalidado en nombre de la alianza con el PMDB: «el PT nuevo es un PT que hace alianzas y convive con la realidad política brasileña, tratando de transformarla... Ya no somos un partido que coloca la ideología como una máscara, como unas gafas oscuras para no ver la realidad política; operamos con la realidad política tal como es, para transformarla» (O Globo 12/6/2010).
Vamos a traducir este discurso de disimulo. La ideología básica del PT original era la ética y las reformas estructurales. El nuevo PT entiende este propósito como una máscara que no permite ver la realidad política tal como es. Sabemos cómo es el estilo de la política vigente, montada sobre alianzas espurias, sobre la mercantilización de las relaciones políticas y sobre la rapiña del dinero público. Pimentel todavía cree que con las alianzas se pretende transformar la realidad, como si para transformar una pandilla de bandidos hubiese que formar parte de ella. La ética fue enviada al limbo y en su lugar entraron los consejos de Maquiavelo. Este tuvo un propósito semejante al de la dirección del PT: «ir directamente a la verdadera realidad de las cosas y no atenerse a representaciones imaginarias» (c. XV). Para Maquiavelo la verdadera realidad de las cosas es la búsqueda tenaz del poder, las formas de conquistarlo y de conservarlo. Y ahí vale todo; los fines justifican todos los medios: el perjurio, el crimen y hasta el bien, si trae beneficios. Las «representaciones imaginarias» es la ética, lo que debe ser. A ésta no se la deja de lado, vale siempre que favorezca el poder. En caso contrario puede ser atropellada: «no alejarse del bien cuando se puede, pero saber usar el mal, si es necesario» (c. XVIII). Lo importante no es ser bueno, sino parecerlo. No hay por qué cumplir la palabra empeñada, si ésta se vuelve contra el príncipe, pues «jamás faltarán motivos legítimos para justificar el no cumplimiento de algo apalabrado» (c. XVIII). Entristece leer en Pimentel: «en este proceso de renovación, algunos compañeros van a quedar en el pasado». En realidad, éstos son los portadores de futuro, porque son fieles a la ética y al sueño de una política diferente a la de ahora. La Dirección del PT se rindió a ésta última, haciendo alianzas escandalosas para perpetuarse en el poder y así echar a pique el pasado. El pueblo no merece que se le defraude de esta manera. No es invirtiendo en políticas asistenciales como se puede devolverle su dignidad. Además hay tanta gente en las bases, diputados, alcaldes y concejales del PT antiguo y ético que mantiene vivo el sueño y que no abandonan el interrogante: ¿qué Brasil queremos y qué ética pública necesitamos? Quiero solidarizarme con las víctimas del maquiavelismo del «nuevo» PT, especialmente en Minas Gerais y en Maranhão. En este Estado se está produciendo una tragedia, bien representada por el histórico sindicalista Manoel da Conceição, de 75 años, fundador del PT, torturado y mutilado por la policía de las oligarquías entre las que están los Sarneys, que está siendo obligado a votar por Roseana Sarney del PMDB. En carta abierta al compañero Lula -una carta de hacer llorar-, escribe «con ternura y amor de un hermano»: «cómo elegir a esas figuras que me mutilaron y torturaron, y que mataron a decenas de mis compañeros más fieles... esto hiere de muerte nuestro honor y nuestra historia». Pero el proyecto del poder no tiene el más mínimo sentido humanitario: Maquiavelo dixit. De la misma forma quiero solidarizarme con las víctimas de Minas Gerais, con Sandra Starling, con Patrus Ananias, uno de los mejores ministros del Gobierno, con Durval Ângelo, paladín de los derechos humanos, y con tantos y tantas que están sufriendo indignados. No todo vale en este mundo. Y si Cristo murió fue también para mostrar que no todo vale y que todo tiene un límite, válido también para el PT.
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La voluntad de poder de un país sobre otro, el patriarcalismo cultural que todavía margina a la mujer y la explotación de la naturaleza para conseguir beneficios materiales son factores de violencia e impedimentos para la paz. El patriarcalismo debilitó la dimensión de lo femenino, que nos hace más sensibles a todos, y rebajó la inteligencia emocional, nicho del cuidado y de la experiencia ética y espiritual.
Esta parcialidad, negando la dimensión anima (lo femenino), no ha dejado de afectar fuertemente a la ética. El núcleo de la moralidad clásica heredada de los griegos y perfeccionada por Kant, Habermas y Rorty tiene como base inconsciente la experiencia del animus (lo masculino). Por eso se funda sobre dos pilastras básicas: la justicia, que se expresa en los derechos y en los deberes de los hombres (dejando invisibles a las mujeres), y la autonomía del individuo, en la idea de que solamente un ser libre puede ser un ser ético. Pero esta visión es parcial pues deja fuera dimensiones fundamentales, propias mas no exclusivas de lo femenino (anima), como son las relaciones afectivas que se dan en la familia, con los otros, con la naturaleza y con todos los que nos sentimos relacionados. Sin tales relaciones, la sociedad pierde su rostro humano. Aquí más que justicia se necesita la categoría mayor, que es la del cuidado. El cuidado es un paradigma que se opone al de la dominación. Es aquella relación que se preocupa y se responsabiliza por el otro, que se envuelve y se deja envolver con la vida en sus muchas formas, que muestra solidaridad y compasión, cura heridas pasadas y previene heridas futuras. La base empírica es la experiencia –tan finamente analizada por el psicoanalista inglés D. Winnicott– de que todos necesitamos ser cuidados, acogidos, valorizados y amados, y deseamos cuidar, acoger, valorar y amar. Portadoras privilegiadas, mas no exclusivas, de esta experiencia son las mujeres. Ellas están ligadas directamente a la vida que necesita cuidado, como la maternidad, la alimentación, el desvelo en la enfermedad, el acompañamiento de la educación. Estas características son propias del principio femenino (anima) que se encuentra también en el hombre y que las realiza a su manera. En el trasfondo de esta ética del cuidado hay una antropología más fecunda que aquella tradicional, base de la ética dominante: parte del carácter relacional del ser humano. Él es fundamentalmente un ser de afecto, portador de pathos, de capacidad de sentir y de afectar y ser afectado. Además de la razón intelectual (logos) está dotado de la razón emocional, sensible y de la razón espiritual. Es un ser-con-los-otros y para-los-otros en el mundo. No existe aislado en su espléndida autonomía, vive siempre dentro de redes de relaciones concretas y se encuentra permanentemente conectado. No necesita un contrato social para poder vivir junto a otros. Su naturaleza consiste en vivir comunitariamente. Sin duda, para tener una cultura de la paz duradera necesitamos instituciones justas, pero el funcionamiento de éstas no puede ser formal ni burocrático sino humano, cuidadoso y sensible a los contextos de las personas y de sus situaciones. Más que nada, debemos alimentar una cultura generalizada de cuidado para con la Tierra, y las personas, especialmente las más vulnerables, y de atención a las relaciones entre los pueblos para evitar la guerra. En vez del gana-pierde pasa a funcionar el gana-gana. Con esta estrategia se disminuyen los factores de tensión y de conflicto. Para llegar a la paz son relevantes las virtudes asumidas conscientemente, como la transparencia, la disposición al diálogo y a la escucha, la acogida cálida del otro. Lo enfatizó el presidente Lula al abordar la cuestión de Irán bajo la amenaza de la truculencia estadounidense y sus aliados por causa del enriquecimiento de uranio para fines pacíficos (pretexto para controlar el petróleo y el gas). Pero hay una dimensión subjetiva y espiritual que refuerza la búsqueda de la paz. Es la capacidad de perdón y de olvido de viejas disputas y conflictos. Hoy que las culturas se encuentran, hacen patentes las tensiones históricas que separan a los pueblos. Hay que mirar siempre hacia delante en la construcción de una nueva relación fundada en una alianza de cuidado entre todos. Vivir este tipo de humanismo necesario está dentro de las posibilidades de nuestro ser. Es la condición de la paz duradera, considerada ya por Kant como el fundamento de la República mundial. Todos los factores y prácticas en los distintos sectores de la vida personal y social deben contribuir a la construcción de la paz tan ansiada en los días actuales. Los esfuerzos serían incompletos si no incluyésemos la perspectiva de la espiritualidad.
La espiritualidad es aquella dimensión en nosotros que responde a las preguntas últimas que acompañan siempre a nuestras búsquedas. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el sentido del universo? ¿Qué podemos esperar más allá de esta vida? Las religiones suelen responder a estas inquietudes, pero ellas no tienen el monopolio de la espiritualidad. Ésta es un dato antropológico de base como la voluntad, el poder y la libido. Emerge cuando nos sentimos parte de un Todo mayor. Es más que la razón; es un sentimiento oceánico de que una Energía amorosa origina y sustenta el universo y a cada uno de nosotros. En el proceso evolutivo del que venimos, irrumpió un día la conciencia humana. Hay un momento de esta conciencia en que ella se da cuenta de que las cosas no está lanzadas aleatoriamente ni yuxtapuestas, al azar, una al lado de la otra. Ella intuye que un «Hilo Conductor» pasa a través de ellas, las liga y las religa. Las estrellas que nos fascinan en las noches cálidas del verano tropical, la selva amazónica en su majestad e inmensidad, los grandes ríos como el Amazonas, llamado con razón río-mar, la profusión de vida en los campos, el vocerío sinfónico de los pájaros en la selva virgen, la multiplicidad de las culturas y de los rostros humanos, el misterio de los ojos de un recién nacido, el milagro del amor entre dos personas que se quieren, todo eso nos revela cuán diverso y uno es nuestro mundo universo. A este «Hilo Conductor» los seres humanos le han dado mil nombres, Tao, Shiva, Alá, Yahvé, Olorum y muchos más. Todo se resume en la palabra Dios. Cuando se pronuncia con reverencia este nombre algo se mueve dentro del cerebro y del corazón. Neurólogos y neurolingüistas han identificado el «punto Dios» en el cerebro. Es un punto que hace subir la frecuencia hertziana de las neuronas como si hubiesen recibido un impulso. Esto significa que en el proceso evolutivo surgió un órgano interior mediante el cual el ser humano capta la presencia de Dios dentro del universo. Evidentemente Dios no está solamente en este punto del cerebro, sino en toda la vida y en el universo entero. Sin embargo a partir de este punto quedamos habilitados para captarlo. Y todavía más, somos capaces de dialogar con Él, de elevarle nuestras súplicas, de rendirle homenaje y de agradecerle el don de la existencia. Otras veces no decimos nada. Silenciosos y contemplativos, lo sentimos solamente. Y entonces nuestro corazón se dilata a las dimensiones del universo y nos sentimos grandes como Dios o percibimos que Dios se hace pequeño como nosotros. Se trata de una experiencia de no-dualidad, de inmersión en el misterio sin nombre, de una fusión de la amada y el Amado. Espiritualidad no es solamente saber, sino principalmente poder sentir las dimensiones de lo humano radical. El efecto es una profunda y suave paz, que viene de lo Profundo. La humanidad necesita con urgencia esta paz espiritual. Ella es la fuente secreta que alimenta a la humanidad en todas sus formas. Irrumpe desde dentro, irradia en todas las direcciones, eleva la calidad de las relaciones y toca el corazón de las personas de buena voluntad. Esa paz esta hecha de reverencia, de respeto, de tolerancia, de comprensión benevolente de las limitaciones de los otros, y de la acogida del Misterio del mundo. Ella alimenta el amor, el cuidado, la voluntad de acoger y de ser acogido, de comprender y de ser comprendido, de perdonar y de ser perdonado. En un mundo perturbado como el nuestro, nada hay de más sensato y noble que anclar nuestra búsqueda de la paz en esta dimensión espiritual. Entonces la paz podrá florecer en la Madre Tierra, en la inmensa comunidad de la vida, en las relaciones entre las culturas y los pueblos, y aquietará el corazón humano cansado de tanto buscar. El filósofo F. Hegel en su Fenomenología del Espíritu analizó detalladamente la dialéctica del señor y del siervo. El señor se vuelve tanto más señor cuanto más internaliza el siervo en sí al señor, lo que profundiza aún más su estado de siervo. Paulo Freire identificó la misma dialéctica en la relación oprimido-opresor en su clásica obra Pedagogía del oprimido. Con humor comentó Frei Betto: «en cada cabeza de oprimido hay una placa virtual que dice: hospedería del opresor». Es decir, el oprimido hospeda en sí al opresor y es exactamente eso lo que lo hace oprimido. La liberación se realiza cuando el oprimido se desprende del opresor y comienza entonces una nueva historia en la cual no habrá ya oprimido ni opresor sino ciudadanos libres. Escribo esto a propósito de nuestra prensa comercial, los periódicos de Río, São Paulo y Porto Alegre, con referencia a la política externa del gobierno Lula en su afán de mediar junto con el gobierno turco para alcanzar un acuerdo pacífico con Irán respecto al enriquecimiento de uranio para fines no militares. Leer las opiniones emitidas por estos periódicos, sea en editoriales sea por sus articulistas, algunos de ellos embajadores de la vieja guardia, rehenes del tiempo de la guerra fría, en la lógica del amigo-enemigo es simplemente estremecedor. O Globo habla de «suicidio diplomático» (24/05) para mencionar solamente un título hasta suave. Bien podrían colocar debajo de la cabecera de sus periódicos: «Sucursal del Imperio», pues su voz es más un eco de la voz del señor imperial que la voz de un periodismo que informa con objetividad y opina honestamente. Otros, como el Jornal do Brasil, han seguido una línea de objetividad, proporcionando los datos principales para que los lectores hagan su valoración. Las opiniones revelan a personas que tienen añoranza de este señor imperial internalizado, de quien se comportan como súcubos. No admiten que el Brasil de Lula gane relevancia mundial y se transforme en un actor político importante como lo repitió hace poco en Brasil, el Secretario General de la ONU, Ban-Ki-moon. Quieren verlo en el lugar que le cabe: en la periferia colonial, alineado con el patrón imperial, como perro callejero amaestrado. Puedo imaginar cuánto sufren los dueños de esos periódicos al tener que aceptar que Brasil nunca podrá ser lo que les gustaría que fuese: un Estado-agregado como Hawai o Puerto Rico. Como no va a ser posible, la manera de atender la voz del señor internalizado es difamar, ridiculizar y descalificar de forma hasta antipatriótica la iniciativa y la persona del Presidente. Éste es notoriamente reconocido en todo el mundo, como un interlocutor excepcional, con gran habilidad en las negociaciones y dotado de una singular fuerza de convencimiento. El pueblo brasilero abomina el servilismo a los poderosos y aprecia, a veces ingenuamente, a los extranjeros y a los otros pueblos. Se siente orgulloso de su presidente. Es uno de ellos, un superviviente de la gran tribulación, que las élites, consideradas por Darcy Ribeiro como de las más reaccionarias del mundo, nunca aceptarán porque piensan que su sitio no está en la presidencia, sino en la fábrica, produciendo para ellas. Pero la historia quiso que fuese presidente y que compareciese como un personaje de gran carisma, uniendo en su persona ternura para con los humildes y vigor con el cual sustenta sus posiciones. Estamos asistiendo a la contraposición de dos paradigmas de hacer diplomacia: una vieja, imperial, intimidatoria, con uso de la truculencia ideológica, económica y eventualmente militar, diplomacia enemiga de la paz y de la vida, que nunca trajo resultados duraderos. Y otra, del siglo XXI, que se da cuenta de que vivimos en una fase nueva de la historia, la historia colectiva de los pueblos que se obligan a convivir armoniosamente en un pequeño planeta, escaso de recursos y semidevastado. Para esta nueva situación se impone la diplomacia del diálogo incansable, de la negociación del gana-gana, de los aciertos más allá de las diferencias. Lula ha entendido esta fase planetaria. Se ha hecho protagonista de lo nuevo, de aquella estrategia que puede efectivamente evitar la mayor plaga que jamás ha existido: la guerra que sólo destruye y mata. Ahora, o seguimos esta nueva diplomacia, o nos devoraremos unos a otros. O Hillary o Lula.
Nuestra prensa comercial es obtusa frente a esta novedad. Por eso abomina la diplomacia de Lula.
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Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
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