Ya nos hemos referido anteriormente al hecho de que el ser humano, en los últimos tiempos, ha inaugurado una nueva era geológica –el antropoceno–, era en la que él aparece como la gran amenaza para la biosfera y el eventual exterminador de su propia civilización. Desde hace mucho tiempo biólogos y cosmólogos están advirtiendo a la humanidad de que el nivel de nuestra intervención agresiva en los procesos naturales está acelerando enormemente la sexta extinción en masa de especies de seres vivos. Está en curso desde hace algunos miles de años. Estas extinciones pertenecen misteriosamente al proceso cosmogénico de la Tierra. En los últimos 540 millones de años la Tierra conoció cinco grandes extinciones en masa, prácticamente una cada cien millones de años, que exterminaron gran parte de la vida en el mar y la tierra. La última ocurrió hace 65 millones de años cuando fueron aniquilados, entre otros, los dinosaurios.
Hasta ahora todas las extinciones fueron ocasionadas por las fuerzas del propio universo y de la Tierra, como por ejemplo la caída de meteoros rasantes o por convulsiones climáticas. La sexta está siendo acelerada por el ser humano. Sin su presencia, desaparecía una especie cada cinco años. Ahora, a causa de nuestra agresividad industrialista y consumista, multiplicamos cien mil veces la extinción, nos dice el cosmólogo Brian Swimme en una entrevista reciente al EnlightenNext Magazin, nº 19. Los datos son estremecedores: Paul Ehrlich, profesor de ecología en Standford calcula que son exterminadas 250.000 especies por año, mientras que Edward O. Wilson, de Harvard, da números más bajos, entre 27.000 y 100.000 especies por año (R. Barbault, Ecologia geral, 2011, p. 318). El ecólogo E. Goldsmith de la Universidad de Georgia afirma que la humanidad, al volver el mundo cada vez más empobrecido, degradado y menos capaz de sustentar la vida, ha revertido el proceso evolutivo en 3 millones de años. Lo peor de todo es que ni nos damos cuenta de esta práctica devastadora ni estamos preparados para evaluar lo que significa una extinción en masa. Significa sencillamente la destrucción de las bases ecológicas de la vida en la Tierra y la eventual interrupción de nuestro ensayo civilizatorio y quizá hasta de nuestra propia especie. Thomas Berry, el padre de la ecología americana, escribió: «nuestras tradiciones éticas saben cómo manejar el suicidio, el homicidio e incluso el genocidio, pero no saben qué hacer con el biocidio y el geocidio» (Our Way into the Future, 1990, p. 104). ¿Podemos desacelerar la sexta extinción en masa ya que somos sus principales causantes? Podemos y debemos. Una buena señal es que estamos despertando la conciencia de nuestros orígenes, hace 13,7 miles de millones de años, y de nuestra responsabilidad por el futuro de la vida. Es el universo quien suscita todo eso en nosotros porque está a favor nuestro y no contra nosotros. Pero pide nuestra cooperación ya que somos los mayores causantes de tantos daños. El momento de despertar es ahora, mientras hay tiempo. Lo primero que hay que hacer es renovar el pacto natural entre Tierra y humanidad. La Tierra nos da todo lo que necesitamos. En el pacto, nuestra retribución debe ser de cuidado y respeto para con los límites de la Tierra. Pero, ingratos, le devolvemos machetazos, bombas y prácticas ecocidas y biocidas. Lo segundo es reforzar la reciprocidad o la mutualidad: buscar aquella relación mediante la cual entramos en sintonía con los dinamismos de los ecosistemas, usándolos racionalmente, devolviéndoles la vitalidad y garantizándoles sostenibilidad. Para eso necesitamos reinventarnos como especie que se preocupa de las demás especies y aprender a convivir con toda la comunidad de vida. Debemos ser más cooperativos que competitivos, tener más cuidado que voluntad de someter, y reconocer y respetar el valor intrínseco de cada ser. Lo tercero es vivir la compasión no sólo entre los humanos sino con todos los seres, compasión como forma de amor y cuidado. A partir de ahora ellos dependen de nosotros, si van a poder seguir viviendo o si estarán condenados a desaparecer. Necesitamos abandonar el paradigma de dominación que refuerza la extinción masiva y vivir el del cuidado y el respeto, que preserva y prolonga la vida. En medio del antropoceno, urge inaugurar la era ecozoica que coloca lo ecológico en el centro. Sólo así hay esperanza de salvar nuestra civilización y de permitir la continuidad de nuestro planeta vivo.
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Crece más y más la convicción, incluso entre los economistas sea del establishment sea de la línea neokeynesiana, de que nos acercamos peligrosamente a los límites físicos de la Tierra. Aun utilizando nuevas tecnologías, difícilmente podremos llevar adelante el proyecto del crecimiento sin límites. La Tierra no aguanta más y nos vemos forzados a cambiar de rumbo.
Economistas como Ladislao Dowbor entre nosotros, Ignace Sachs, Joan Alier, Herman Daly, Tim Jack y Peter Victor y mucho antes Georgescu-Roegen, incorporan orgánicamente el momento ecológico en el proceso productivo. Especialmente el inglés T. Jack se ha dado a conocer por el libro Prosperidad sin crecimiento (2009) y el canadiense P. Victor por Managing sin crecimiento (2008). Ambos mostraron que el aumento de la deuda para financiar el consumo privado y público (es el caso actual en los países ricos), exigiendo más energía y un mayor uso de bienes y servicios naturales, no es en modo alguno sostenible. Los premios Nobel P. Krugman y J. Stiglitz, por no incluir el explícitamente en sus análisis los límites de la Tierra, caen en la trampa de proponer como salida para la crisis actual un mayor gasto público, en el supuesto de que éste producirá crecimiento económico y mayor consumo con los cuales se pagarán más adelante las astronómicas deudas privadas y públicas. Ya hemos dicho hasta la saciedad que un planeta finito no soporta un proyecto de esta naturaleza, que presupone la infinitud de los bienes y servicios. Este es un dato ya asegurado. Lo que Jack y Victor proponen es una «prosperidad sin crecimiento». En los países desarrollados el crecimiento alcanzado ya es suficiente para permitir el desarrollo de las potencialidades humanas, dentro de los límites posibles del planeta. Entonces, basta de crecimiento. Lo que se puede pretender es la «prosperidad» que significa más calidad de vida, de educación, salud, cultura ecológica, espiritualidad, etc. Esta solución es racional pero puede provocar un gran desempleo, problema que ellos resuelven mal, apelando a una renta universal básica y una disminución de las horas de trabajo. No habrá ninguna solución sin un previo acuerdo sobre cómo vamos a relacionarnos con la Tierra, amigablemente, y sin definir los modelos de consumo para que todos tengan lo suficiente y lo decente. Para los países pobres y emergentes se invierte la relación. Se necesita «crecimiento con prosperidad». El crecimiento es necesario para atender las demandas mínimas de los que están en la pobreza, en la miseria y en la exclusión social. Es una cuestión de justicia asegurar la cantidad de bienes y servicios indispensables. Pero simultáneamente se debe buscar la prosperidad, que tiene que ver con la calidad del crecimiento. Existe el peligro real de que sean víctimas de la lógica del sistema que incita a consumir más y más, especialmente bienes superfluos. Entonces acabarían agravando los límites de la Tierra, que es justamente lo que se quiere evitar. Estamos ante un angustiante círculo vicioso que no sabemos cómo hacer virtuoso sin perjudicar la sostenibilidad de la Tierra viva. La contradicción vivida por Brasil es ésta: urge crecer para realizar lo que el gobierno petista hizo, a saber, garantizar los mínimos para que millones puedan comer y, mediante políticas sociales, ser incorporados a la sociedad. Para las clases ya atendidas, se necesita menos crecimiento y más prosperidad: mejorar la calidad del vivir bien, la educación, las relaciones sociales menos desiguales ,y más solidaridad a partir de los últimos. ¿Pero quién va a convencerlos si están violentamente mediatizados por la propaganda que los incita al consumo? Sucede que hasta ahora los gobiernos solamente han hecho políticas distributivas: repartieron desigualmente los recursos públicos. Primero se garantizaron 140.000 millones de reales para el sistema financiero a fin de pagar la deuda pública, después para los grandes proyectos, y solamente cerca de 60.000 millones para las inmensas mayorías que sólo ahora están ascendiendo. Todos ganan pero de forma desigual. Tratar de forma desigual a iguales es una gran injusticia. Nunca ha habido políticas redistributivas: tomar de los ricos (por medios legales) y pasarlo a los que más lo necesitan. Habría equidad. Lo más grave es que con la obsesión del crecimiento estamos minando la vitalidad de la Tierra. Necesitamos crecimiento pero con una nueva conciencia ecológica que nos libere de la esclavitud del productivismo y del consumismo. Este es el gran desafío al enfrentar la incómoda contradicción brasileña. En una de las mesas más importantes de debates en el Foro Social Temático de Porto Alegre, en la tuve la oportunidad de participar, pude escuchar los testimonios vivos de los Indignados de España, de Londres, de Egipto y de Estados Unidos. Lo que me dejó muy impresionado fue la seriedad de los discursos, lejos del tono anárquico de los años 60 del siglo pasado con sus muchas «parole». El tema central era «democracia ya». Se reivindicaba otra democracia, bien diferente de esta a la que estamos acostumbrados, que es más farsa que realidad. Quieren otra democracia que se construya a partir de la calle, de las plazas, el lugar del poder originario. Una democracia desde abajo, articulada orgánicamente con el pueblo, transparente en sus procedimientos y no corroída nunca más por la corrupción. Esta democracia, de entrada, se caracteriza por vincular justicia social con justicia ecológica.
Curiosamente, los indignados, los ocupas y los de la primavera árabe no se remiten al clásico discurso de las izquierdas, ni siquiera a los sueños de las distintas ediciones del Foro Social Mundial. Nos encontramos en otro tiempo y ha surgido una nueva sensibilidad. Se postula otro modo de ser ciudadano, incluyendo poderosamente a las mujeres antes invisibilizadas, ciudadanos con derechos, con participación, con relaciones horizontales y transversales facilitadas por las redes sociales, por el móvil, por el twitter y por los facebooks. Nos encontramos ante una verdadera revolución. Antes las relaciones se organizaban de forma vertical, de arriba abajo. Ahora lo hacen de forma horizontal, hacia los lados, en la inmediatez de la comunicación a la velocidad de la luz. Este modo representa el tiempo nuevo que estamos viviendo, el de la información, del descubrimiento del valor de la subjetividad, no aquella de la modernidad, encapsulada en sí misma, sino la de la subjetividad relacional, la de la emergencia de una conciencia de especie que se descubre dentro de una misma y única Casa Común, que amenaza ruina a causa del excesivo pillaje practicado por nuestro sistema de producción y de consumo. Esta sensibilidad no tolera ya más los métodos del sistema para superar la crisis económica y derivadas, saneando los bancos con el dinero de los ciudadanos, imponiendo una severa austeridad fiscal, el desmantelamiento de la seguridad social, el abaratamiento del empleo, el recorte de las inversiones, suponiendo ilusamente que de esta forma se reconquista la confianza de los mercados y se reanima la economía. Tal concepción se ha vuelto dogma y en muchas partes se oye la estúpida muletilla \"TINA:there is no alternative”, no hay alternativa. Los sacrílegos sumos sacerdotes de la trinidad nada santa formada por el FMI, la Unión Europea y el Banco Central europeo han dado un golpe financiero en Grecia e Italia, y han impuesto allí a sus acólitos como gestores de la crisis, sin pasar por el rito democrático. Todo es visto y decidido desde la óptica exclusiva de lo económico, rebajando lo social y aumentando el sufrimiento colectivo innecesario, la desesperación de las familias y la indignación de los jóvenes porque no consiguen trabajo. Todo esto puede desembocar en una crisis de consecuencias dramáticas . Paul Krugmann, premio Nobel de economía, pasó unos días en Islandia para estudiar la forma como ese pequeño país ártico salió de su crisis avasalladora. Siguieron el camino correcto que otros también deberían haber seguido: dejaron quebrar a los bancos, pusieron en prisión a los banqueros y especuladores que practicaron desfalcos, reescribieron la constitución, garantizaron la seguridad social para evitar el colapso generalizado y consiguieron crear empleo. Consecuencia: el país salió del atolladero y es uno de los países nórdicos que más crece. El camino islandés ha sido silenciado por los medios de comunicación de masas mundiales por temor a que sirva de ejemplo a los demás países. Y así el carruaje, con medidas equivocadas pero coherentes, corre veloz hacia el precipicio. Contra este curso previsible se oponen los Indignados. Quieren otro mundo más amigo de la vida y respetuoso de la naturaleza. Tal vez Islandia les servirá de inspiración. ¿Hacia dónde irán? Quién sabe. Seguramente no en la dirección de los modelos del pasado, ya agotados. Irán en dirección de aquello que decía Paulo Freire de lo «inédito viable» que nacerá de ese nuevo imaginario y que se expresa, sin violencia, dentro de un espíritu democrático-participativo. En cualquier caso, el mundo ya nunca será como antes, y mucho menos como a los capitalistas les gustaría que fuese. Nota previa: Este artículo semanal ha comenzado a ser distribuido por correo-e en el momento en que es puesto en la red en esta página, cada viernes –o noche del jueves-. La suscripción es gratuita y se hace en el portal de Koinonia (servicioskoinonia.org), o específicamente aquí: http://www.servicioskoinonia.org/informacion/index.php#boff. La cancelación es allí mismo, automática, en cualquier momento.
Hay interpretaciones clásicas sobre la formación del Brasil como nación, pero ésta del analista político Luiz de Souza Lima es seguramente singular y adecuada para entender a Brasil en el actual proceso mundial de globalización: La refundación de Brasil: rumbo a una sociedad biocentrada (Rima, São Carlos 2011). Su punto de partida es el hecho brutal de la invasión y expropiación de las tierras brasileñas por los «colonizadores» a base de esclavitud y de la sobreexplotación de la naturaleza. No vinieron para fundar aquí una sociedad sino para montar una gran empresa internacional privada, una verdadera agroindustria, destinada a abastecer el mercado mundial. Ello resultó de la articulación entre reinos, iglesias y grandes compañías privadas como la de las Indias Occidentales, la de las Orientales, la holandesa de Mauricio de Nassau, con navegantes, mercaderes, banqueros, sin olvidar a las vanguardias modernas, dotadas de nuevos sueños, en busca de un enriquecimento rápido. Ocupada la tierra, se trajeron aquí caña de azúcar y después café, tecnologías modernas para la época, capitales y esclavos africanos. Éstos eran considerados «piezas» a ser comprados en el mercado y carbón a ser consumido en los ingenios azucareros. Con razón afirma Souza Lima: el resultado fue la aparición de una configuración social original y desconocida por la humanidad hasta aquel momento, creada únicamente para servir a la economía; en Brasil nació lo que se puede llamar la «formación social empresarial». La modernidad en el sentido de utilización de la razón productivista, de voluntad de acumulación ilimitada y de explotación sistemática de la naturaleza, de creación de vastas poblaciones excluidas, nació en Brasil y en América Latina. Brasil, en este sentido, es nuevo y moderno desde sus orígenes. Europa pudo hacer su revolución, llamada modernidad, con su derecho y sus instituciones democráticas, solamente porque fue sustentada por la rapiña brutal hecha en las colonias. Con la independencia política de Brasil, la formación social empresarial no cambió su naturaleza. Todos los impulsos de desarrollo producidos, no consiguieron diluir el carácter dependiente y asociado que resulta de la naturaleza empresarial de nuestra conformación social. La tendencia del capital mundial global todavía hoy es intentar transformar nuestro eventual futuro en nuestro conocido pasado. A Brasil le cabe ser el gran suministrador de materias primas, con poco valor añadido, para el mercado mundial. La empresa Brasil es la categoría clave, según Souza Lima, para entender la formación histórica de Brasil y el lugar que le ha sido asignado en el actual proceso de globalización desigual. El desafío consiste en gestar otro que nos sea adecuado y que nos dibuje un futuro diferente. La inspiración viene de algo muy nuestro: la cultura brasileña. Ésta fue elaborada por los esclavos y sus descendientes, por los indígenas que quedaron, por los mamelucos, por los hijos e hijas de la pobreza y del mestizaje. Gestaron algo singular, no deseado por los dueños del poder que siempre los despreciaron y nunca los reconocieron como sujetos e hijos e hijas de Dios. De lo que se trata ahora es de refundar Brasil, «construir por primera vez una sociedad humana en este territorio inmenso y bello, lo que nunca ocurrió en toda la era moderna desde que Brasil fue fundado como empresa; fundar una sociedad es el único objetivo capaz de salvar a nuestro pueblo». Se trata de pasar de un Brasil como estado económicamente internacionalizado a un Brasil como sociedad biocentrada. Como sociedad humana biocentrada, el pueblo brasilero dejará atrás la modernidad, corrompida por la injusticia y por el lucro, que está conduciendo a la humanidad a un abismo. No obstante, la modernidad entre nosotros, para bien o para mal, nos ayudó a forjar una infraestructura material que puede permitir la construcción de una biocivilización que ama la vida en todas sus formas, que convive pacíficamente con las diferencias y con la capacidad de sintetizar los más distintos factores. En este contexto Souza Lima asocia la refundación de Brasil a las promesas de un mundo nuevo que debe suceder a este agonizante, incapaz de proyectar cualquier horizonte de esperanza para la humanidad. Brasil podrá ser un nicho generador de nuevos sueños y de la posibilidad real de realizarlos en armonía con la Madre Tierra y abierto a todos los pueblos. |
Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
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