Muniz Sodré, profesor titular de la Universidad Federal de Río de Janeiro, es una persona que sabe mucho, pero lo singular de él es que piensa, como pocos, lo que sabe. El fruto de su pensar es un libro notable que acaba de salir: Reinventando la educación: diversidad, descolonización y redes (Vozes 2012).
En ese libro procura enfrentarse a los desafíos planteados a la pedagogía y a la educación que se derivan de los distintos tipos de saberes, de las nuevas tecnologías y de las transformaciones promovidas por el capitalismo. Todo esto a partir de nuestro lugar social que es el hemisferio sur, un día colonizado, que está pasando por un interesante proceso de neodescolonización y por un enfrentamiento con el debilitado neoeurocentrismo, hoy devastado por la crisis del euro. Muniz Sodré analiza las distintas corrientes de la pedagogía y de la educación desde la paideia griega hasta el mercado mundial de la educación, que representa una burda concepción de la educación utilitarista, al transformar la escuela en una empresa y en una plaza de mercado al servicio de la dominación mundial. Desenmascara los mecanismos de poder económico y político que se esconden detrás de expresiones que están en la boca de todos, como «sociedad del conocimiento o de la información». En otras palabras, el capitalismo-informacional-cognitivo constituye la nueva base de la acumulación del capital. Todo se ha vuelto capital: capital natural, capital humano, capital cultural, capital intelectual, capital social, capital simbólico, capital religioso… capital y más capital. Por detrás se oculta una monocultura del saber maquinal, expresado por la «economía del conocimiento» al servicio del mercado. Hoy en día se ha planeado un tipo de educación que busca la formación de cuadros que prestan «servicios simbólico-analíticos», cuadros dotados de alta capacidad de inventar, de identificar problemas y de resolverlos. Esta educación distribuye conocimientos de la misma forma que una fábrica instala componentes en la línea de montaje. De esta manera la educación pierde su carácter de formación. Cae bajo la crítica de Hannah Arendt que decía: se puede seguir aprendiendo hasta el fin de la vida sin educarse jamás. Educar implica aprender a conocer y hacer, pero sobre todo aprender a ser, a convivir y a cuidar. Implica construir sentidos de vida, saber tratar con la compleja condition humaine y definirse frente a los rumbos de la historia. Lo que agrava todo el proceso educativo es el predominio del pensamiento único. Los norteamericanos viven de un mito y del «destino manifiesto». Imaginan que Dios les reservó un destino, el de ser el «nuevo pueblo escogido» para llevar al mundo su estilo, su modo de producir y consumir ilimitadamente, su tipo de democracia y sus valores del libre mercado. En nombre de esta excepcionalidad intervienen en el mundo entero, con guerras incluso, para garantizar su hegemonía imperial sobre todo el mundo. Europa todavía no ha renunciado a su arrogancia. La Declaración de Bolonia de 1999 que reunió a 29 ministros de educación de toda Europa afirmaba que sólo ella podría producir un conocimiento universal, capaz de ofrecer a los ciudadanos las competencias necesarias para responder a los desafíos del nuevo milenio. Antes, la imaginada universalidad secundaba los derechos humanos y estaba presente en el propio cristianismo con su pretensión de ser la única religión verdadera. Ahora, la visión es de menor alcance, sólo Europa garantiza eficacia empresarial, competencias, habilidades y destrezas que realizarán la globalización de los negocios. La crisis económico financiera actual está volviendo ridícula esta pretensión. La mayoría de los países no saben cómo salir de la crisis que han creado. Prefieren lanzar a sociedades enteras al desempleo y la miseria para salvar el sistema financiero especulativo, cruel y sin piedad. Muniz Sodré plantea en su libro estas cuestiones para la realidad brasileña con el fin de mostrar qué desafíos debe afrontar nuestra educación en los próximos años. Ha llegado el momento de asumirnos como pueblo libre y creativo y no un mero eco de la voz de los otros. Rescata los nombres de educadores que pensaron una educación adecuada a nuestras virtualidades, como Joaquim Nabuco, Anísio Teixeira y particularmente Paulo Freire. Darcy Ribeiro hablaba con entusiasmo de la reinvención de Brasil a partir de la riqueza del mestizaje entre todos los representantes de los 60 pueblos que vinieron a nuestro país. La educación reinventada nos debe ayudar en la descolonización y la superación del pensamiento único, aprendiendo con las diversidades culturales y sacando provecho de las redes sociales. De este esfuerzo podrán nacer entre nosotros los primeros brotes de otro paradigma de civilización que tendrá como centralidad la vida, la humanidad y la Tierra, la que algunos llaman también civilización biocentrada.
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Las discusiones en torno al desarrollo sostenible, uno de los temas centrales de la Río +20, han secuestrado hoy día la categoría de la sostenibilidad. Ésta no puede reducirse al desarrollo realmente existente, que tiene una lógica contraria a la sostenibilidad. Mientras aquel se rige por la linealidad, por el crecimiento ilimitado que implica explotación de la naturaleza y creación de profundas desigualdades, la sostenibilidad es circular, envuelve a todos los seres en relaciones de interdependencia y de inclusión de suerte que todos pueden y deben convivir y co-evolucionar. Sostenible es la realidad que consigue mantenerse, reproducirse, conservarse a la altura de los desafíos del ambiente y estar siempre bien. Esto resulta del conjunto de relaciones de interdependencia que mantiene con todos los demás seres y con sus respectivos hábitats. La sostenibilidad funda un paradigma que debe realizarse en todos los ámbitos de lo real.
Para que la sostenibilidad ocurra realmente, especialmente cuando entra en juego el factor humano capaz de intervenir en los procesos naturales, no basta el funcionamiento mecánico de los procesos de interdependencia y de inclusión, es menester otra salida que se componga con la sostenibilidad: el cuidado. Éste funda también un nuevo paradigma. En primer lugar, el cuidado es una constante cosmológica. Si las energías originarias y los elementos y los primeros elementos no estuviesen regidos por un cuidado solidario para que todo mantuviese su debida proporción, el universo no habría surgido y nosotros no estaremos aquí escribiendo sobre el cuidado. Nosotros mismos somos hijos e hijas del cuidado. Si nuestras madres no nos hubiesen acogido con infinito cuidado, no habríamos tenido cómo bajar de la cuna e ir a buscar nuestro alimento. El cuidado es la condición previa que permite que un ser venga a la existencia. Es el orientador anticipado de nuestras acciones para que sean constructivas y no destructivas. En todo lo que hacemos entra el cuidado. Cuidamos lo que amamos. Amamos lo que cuidamos. Por los conocimientos que tenemos hoy en día sobre los peligros que pesan sobre la Tierra y la vida, sabemos que si no las cuidamos surge la amenaza de nuestra desaparición como especie, mientras que la Tierra, empobrecida, seguirá durante siglos su curso por el cosmos hasta que tal vez surja otro ser dotado de alta complejidad y cuidado, capaz de soportar el espíritu y la conciencia. Resumimos en lo que sigue los distintos significados de cuidado construidos a partir de muchas fuentes que no cabe aquí referir, pero que vienen de la más remota antigüedad, de los griegos y los romanos, pasando por San Agustín y culminando en Martin Heidegger , que ven en el cuidado la esencia misma del ser humano, en el mundo, junto con los otros y orientado al futuro. Identificamos cuatro grandes sentidos que se implican mutuamente. Primero: el cuidado es una actitud de relación amorosa, suave, amigable, armoniosa y protectora de la realidad, personal, social y ambiental. Metafóricamente podemos decir que el cuidado es la mano abierta que se extiende para la caricia esencial, para el apretón de manos, dedos que se enlazan con otros dedos para formar una alianza de cooperación y unión de fuerzas. Es lo contrario a la mano cerrada y al puño cerrado para someter y dominar al otro. Segundo: cuidado es todo tipo de preocupación, inquietud, desasosiego, malestar y hasta miedo por personas y realidades con las cuales estamos afectivamente implicados y que por eso nos son preciosas. Este tipo de cuidado nos acompaña en cada momento y en cada fase de nuestra vida. Es implicarse con las situaciones y las personas que nos son queridas. Ellas nos traen cuidados y nos hacen vivir el cuidado esencial. Tercero: el cuidado es la vivencia de la relación entre la necesidad de ser cuidado y la voluntad y la predisposición a cuidar, creando un conjunto de apoyos y protecciones (holding) que hace posible esta relación indisociable a nivel personal, social y con todos los seres vivos. El cuidado-amoroso, el cuidado- preocupación y el cuidado-protección-apoyo son existenciales, es decir, datos objetivos de la estructura de nuestro ser en el tiempo, en el espacio y en la historia, como nos ha demostrado Winnicott. Son previos a cualquier otro acto y subyacen a todo lo que emprendemos. Por eso pertenecen a la esencia de lo humano. Cuarto: cuidado-precaución y cuidado-prevención se refieren a aquellas actitudes y comportamientos que deben ser evitados por sus consecuencias dañinas previsibles (prevención) e imprevisibles, que son debidas a veces a la inseguridad de los datos científicos y a lo imprevisible de los efectos perjudiciales al sistema-vida y al sistema-Tierra (precaución). El cuidado-prevención y el cuidado-precaución nacen de nuestra misión de cuidadores de todo ser. Somos seres éticos y responsables de las consecuencias, es decir, nos damos cuenta de las consecuencias benéficas o perjudiciales de nuestros actos, actitudes y comportamientos. Como se deduce, el cuidado está ligado a cuestiones vitales que pueden significar la destrucción de nuestro futuro o el mantenimiento de nuestra vida sobre este pequeño y bello planeta. Sólo viviendo radicalmente el cuidado garantizaremos la sostenibilidad necesaria a nuestra Casa Común y a nuestra vida. El tema del cuidado es un tema recurrente en la reflexión cultural de los últimos tiempos. Primero fue vehiculado a través de la medicina y la enfermería, pues representa la ética natural de estas actividades. Después fue asumido por la educación y hecho paradigma por filósofas y teólogas feministas, principalmente norteamericanas, que ven en él un elemento esencial de la dimensión ánima, presente en el hombre y en la mujer. Produjo y sigue produciendo una continuada y tenaz discusión, especialmente en Estados Unidos, entre la ética de base patriarcal, centrada en el tema de la justicia, y la ética de base matriarcal, articulada por el cuidado esencial.
Adquirió especial fuerza en la discusión ecológica, siendo una pieza central de la Carta de la Tierra. Cuidar del medio ambiente, de los recursos escasos, de la naturaleza y de la Tierra se han vuelto imperativos del nuevo discurso. Por último, el cuidado se ha visto como esencial para la comprensión del ser humano tal como lo aborda Martin Heidegger en Ser y Tiempo, recogiendo una tradición que se remonta a los griegos, a los romanos y a los primeros pensadores cristianos como san Pablo y san Agustín. Se constata además que la categoría cuidado gana fuerza siempre que se producen situaciones críticas. El cuidado es quien impide que las crisis se transformen en tragedias fatales. La Primera Guerra Mundial (1914-1918), desencadenada entre países cristianos, destruyó el ilusorio glamour de la era victoriana y produjo un profundo desamparo metafísico. Fue cuando Martin Heidegger (1889-1976) escribió su genial Ser y Tiempo (1929), cuyos párrafos centrales (§ 39-44) están dedicados al cuidado como ontología del ser humano. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) despuntó la figura del pediatra y psicólogo D. W. Winnicott (1896-1971), encargado por el gobierno inglés de atender a niños huérfanos, víctimas de los horrores de los bombardeos nazis sobre Londres. Desarrolló toda una reflexión y una práctica en torno a los conceptos de cuidado (care), de preocupación por el otro (concern), así como del conjunto de cuidados y apoyos que hay que proporcionar a los niños o a las personas vulnerables (holding), aplicables también a los procesos de crecimiento y educación. En 1972 el Club de Roma dio la alarma ecológica sobre el estado enfermo de la Tierra. Identificó la causa principal: nuestro modelo de desarrollo, consumista, predatorio, perdulario y sin ningún cuidado ni hacia los recursos escasos ni con la forma como tratamos los residuos, muchos de ellos dañinos y no asimilables por la naturaleza. Después de varios encuentros organizados por la ONU en los años 80 del siglo pasado, se llegó a la propuesta de un desarrollo sostenible como expresión del cuidado humano hacia medio ambiente, pero enfocado principalmente al aspecto económico. En 1991, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el Fondo Mundial para la Naturaleza y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza elaboraron una estrategia minuciosa para el futuro del planeta bajo el lema Cuidando la Tierra (Caring for the Earth 1991). En ella se dice: La ética del cuidado se aplica tanto a nivel internacional como a nivel nacional e individual; ninguna nación es autosuficiente, todos nos beneficiaremos con la sostenibilidad mundial y todos estaremos amenazados si no conseguimos alcanzarla. Recogiendo esta línea de pensamiento, después de un trabajo de ocho años a nivel mundial, en marzo de 2000 termina en París la redacción de la Carta de la Tierra. La categoría cuidado y el modo sostenible de vivir constituyen los dos principales ejes articuladores del nuevo discurso ecológico, ético y espiritual propuesto por este documento. En 2003 la UNESCO asume oficialmente la Carta de la Tierra y la presenta como un instrumento pedagógico sustancial para la construcción de la responsabilidad colectiva de la humanidad por nuestro futuro común. En 2003 los ministros y secretarios de medio ambiente de los países de América Latina y del Caribe elaboraron un notable documento Manifiesto por la vida, por una ética de la sostenibilidad donde se incluye la categoría cuidado en la idea de un desarrollo que sea efectivamente sostenible y radicalmente humano. El cuidado está especialmente presente en los dos extremos de la vida: en el nacimiento y en la muerte. El niño sin cuidado no puede existir. El moribundo necesita cuidado para salir decentemente de esta vida. Cuando en algún grupo despunta una crisis generando tensiones y divisiones, la sabiduría del cuidado es el camino más adecuado para oír a las partes, favorecer el diálogo y buscar convergencias. El cuidado se impone cuando aparece una crisis de salud que exige hospitalización. Entonces, se pone en acción el cuidado por parte de los médicos, los enfermeros y enfermeras, que deciden el tratamiento mejor. El cuidado es absolutamente necesario en prácticamente todas las esferas de la existencia, desde el cuidado del cuerpo, de los alimentos, de la vida intelectual y espiritual, de la conducción general de la vida, hasta para atravesar una calle con mucho movimiento. Como ya observaba el poeta romano Horacio, el cuidado es «como una sombra que siempre nos acompaña y nunca nos abandona porque hemos sido hechos a partir del cuidado». Hoy, dada la crisis generalizada, ya sea social o ambiental, el cuidado se hace imprescindible para preservar la integridad de la Madre Tierra y salvaguardar la continuidad de nuestra especie y de nuestra civilización. |
Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
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