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Historia del muñeco de sal

5/7/2010

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 En los últimos tiempos hemos dedicado nuestras reflexiones casi exclusivamente a las cuestiones ambientales y a los desafíos que el cambio climático implica para el futuro de nuestra civilización, para la producción y el consumo.

No por eso debemos descuidar los problemas cotidianos, la construcción continuada de nuestra identidad y el moldeado de nuestro sentido de ser. Es una tarea que nunca termina. Hay en ella varios retos, dos de los cuales nos desafían permanentemente y debemos encararlos: la aceptación de los propios límites y la capacidad de desapegarse.

Todos vivimos dentro de una situación existencial que, por su propia naturaleza, es limitada en posibilidades y nos impone barreras de todo tipo, de lugar, de profesión, de inteligencia, de salud, de economía, de tiempo. Entre el deseo y su realización siempre hay un desfase. A veces nos sentimos impotentes ante hechos que no podemos cambiar, como la presencia de un esquizofrénico con sus altibajos o la de un enfermo terminal. Tenemos que resignarnos ante esa limitación ineludible. No por eso tenemos que vivir tristes o impedidos de crecer. Hay que ser creativamente resignados. En vez de crecer hacia fuera podemos crecer hacia dentro, en la medida en que creamos un centro donde todas las cosas se unifican y descubrimos cómo de todo podemos aprender. Bien decía la sabiduría oriental: «si alguien siente profundamente al otro, éste lo percibirá aunque esté a miles de kilómetros de distancia». Si te modificas en tu centro, nacerá en ti una fuente de luz que se irradiará a los demás.

La otra tarea de la autorrealización es la capacidad de desapegarse. El budismo zen coloca como test de madurez personal y libertad interior la capacidad de desapegarse y de despedirse. Si nos fijamos bien, el desapego pertenece a la lógica de la vida: nos despedimos del vientre materno, después, de la niñez, de la juventud, de la escuela, de la casa paterna, de los parientes y de la persona amada. En la edad adulta nos despedimos de trabajos, de profesiones, del vigor del cuerpo y de la lucidez de la mente, que irrefrenablemente se van desgastando hasta despedirnos de la propia vida. En estas despedidas vamos dejando atrás un poco de nosotros mismos.

¿Cual es el sentido de este lento despedirse del mundo? ¿Mera fatalidad irreversible de la ley universal de la entropía? Esta dimensión es indiscutible, pero ¿no será que guarda un sentido existencial, que ha de ser explorado por el espíritu? Si fenomenológicamente somos un proyecto infinito y un vacío abisal que clama por plenitud, ¿ese desapegarse no significa crear las condiciones para que un Mayor venga a llenarnos? ¿No será que el Ser Supremo, hecho de amor y bondad, nos va quitando todo para que podamos ganar todo, más allá de la vida, cuando finalmente descansará nuestra búsqueda?

Al perder, ganamos y al vaciarnos nos llenamos. Hay quien dice que esta fue la trayectoria de Jesús, de Buda, de Francisco de Asís, de Gandhi, y de la Madre Teresa, entre otras personas.

Tal vez una historia de los maestros espirituales antiguos nos aclare el sentido de esta pérdida que se transforma en ganancia.

«Había una vez un muñeco de sal. Después de peregrinar por tierras áridas llegó a descubrir el mar que nunca antes había visto y por eso no conseguía comprenderlo. El muñeco de sal le preguntó: «¿Tú quien eres?» Y el mar le respondió: «Soy el mar». El muñeco de sal volvió preguntar: «¿Pero qué es el mar?» Y el mar contesto: «Soy yo». «No entiendo», dijo el muñeco de sal, «pero me gustaría mucho entenderte. ¿Qué puedo hacer?» El mar simplemente le dijo: «Tócame». Entonces el muñeco de sal, tímidamente, tocó el mar con la punta de los dedos del pie y notó que aquello empezaba a ser comprensible, pero luego se dio cuenta de que habían desaparecido las puntas de los pies. «¡Uy, mar, mira lo que me hiciste!» Y el mar le respondió: «Tú me diste algo de ti y yo te di comprensión. Tienes que darte todo para comprenderme todo». Y el muñeco de sal comenzó a entrar lentamente mar adentro, despacio y solemne, como quien va a hacer la cosa más importante de su vida. A medida que iba entrando, iba también diluyéndose y comprendiendo cada vez más al mar. El muñeco de sal seguía preguntando: «Qué es el mar?». Hasta que una ola lo cubrió por entero. En el ultimo momento, antes de diluirse en el mar, todavía pudo decir: «Soy yo».

Se desapegó de todo y ganó todo: el verdadero yo

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    Leonardo Boff

    Nació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959.

    Durante 22 años fue profesor de Teología Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, profesor de Teología y Espiritualidad en varios centros de estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante en las universidades de Lisboa (Portugal), Salamanca (España), Harvard (EUA), Basilea (Suiza) y Heidelberg (Alemania).

    Es doctor Honoris Causa en Política por la Universidad de Turín (Italia) y en Teología por la Universidad de Lund (Suecia), y ha sido galardonado con varios premios en Brasil y en el exterior por su lucha a favor de los débiles, oprimidos y marginados, y de los Derechos Humanos. El 8 de diciembre del 2001 le fue otorgado en Estocolmo el Right Livelihood Award, conocido también como el Nóbel Alternativo.

    Entre 1975 y 1985 participó del consejo editorial de la Editorial Vozes. En este periodo formó parte de la coordinación de la colección “Teología y Liberación” y de la edición de las obras completas de C. G. Jung. Ha sido redactor de la Revista Eclesiástica Brasileira (1970-1984), de la Revista de Cultura Vozes (1984-1992) y da Revista Internacional Concilium (1970-1995).

    Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1984, en razón de sus tesis ligadas a la Teología de la Liberación expuestas en su libro Iglesia: Carisma y Poder, fue sometido a un proceso por parte de la Sagrada Congregación para la Defensa de la Fe. En 1985 fue condenado a un año de “silencio” y depuesto de todas sus funciones editoriales y académicas en el campo religioso. Dada la presión mundial sobre el Vaticano le fue levantada la pena en 1986, pudiendo retomar algunas de sus actividades.

    Estuvo a punto de ser silenciado de nuevo en 1992 por Roma, para evitar que participara en el Eco-92 de Río de Janeiro, lo que finalmente le movió a dejar la orden franciscana, y el ministerio presbiteral.Actualmente vive en el Jardim Araras, región campestre ecológica del municipio de Petrópolis-RJ, con su pareja Marcia Maria Monteiro de Miranda.

    En 1993 presentó concurso, y fue aprobado, como Profesor de Ética, Filosofía de la Religión y Ecología en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).

    Es autor de más de 60 libros en las áreas de Teología, Espiritualidad, Filosofía, Antropología y Mística. La mayor parte de su obra ha sido traducida a los principales idiomas modernos. Habla con fluidez alemán.



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