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Mensaje del día de los Trabajadores

5/1/2012

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El día primero de mayo no es sólo una fecha histórica que conmemora hechos heroicos de hombres trabajadores. Es, sobre todo, así queremos entenderlo, un día de reflexión y búsqueda que nos debe hacer pensar a todos en las hondas implicaciones que el trabajo y sus relaciones contiene. La Iglesia ha querido solidarizarse con lo que este día significa, al acoger preocupadamente la condición y suerte de los trabajadores y a querer presentar en esta misma fecha, como festividad, la figura de San José Obrero, con lo que desea manifestar claramente su cercanía con el mundo obrero, ya que Jesús, su fundador, fue conocido como el "hijo del carpintero".

Por eso el Papa en su audiencia del miércoles pasado ha dicho:

"La distancia entre la Iglesia y la fábrica se está estrechando y el humo del incienso se está mezclando con el humo de las industrias". También yo veo muy oportuno dirigirme en este día a los queridos trabajadores de ambos sexos, tanto del campo como de la ciudad, teniendo en cuenta que el movimiento obrero de nuestro país, los movimientos huelguísticos ocurridos recientemente lo demuestran, mucho debe decirnos a todos, sobre todo la solidaridad intersindical que estas movilizaciones han despertado. Algo nuevo nace entre nosotros y una vida que nace nunca debe cortarse sino examinarse y encauzarse, nunca sofocarse.

Nos dirigimos a los trabajadores para felicitarles en su día pero con una felicitación que significa, como antes dijimos: preocupación, interés, búsqueda de soluciones, invitación a que en sus relaciones laborales cumplan con sus deberes, urjan sus derechos teniendo en cuenta que tanto Uds., como los patronos son personas humanas, hijos de Dios y que el diálogo sincero y honesto, basado en hechos, debe ser siempre la primera instancia.

Deseo extender también mi felicitación a los miles de mujeres, admirables y abnegadas, esposas y madres de obreros, que han forjado también con su trabajo este país nuestro.

Mujeres que merecen de parte del hombre el respeto, dedicación y amor. Pongan, queridos trabajadores, interés y celo en su vida familiar. Sus mujeres e hijos así lo esperan.

Queremos también manifestarles nuestro apoyo en su derecho a sindicalizarse, que es visto a veces como un peligro y amenaza, cuando es un derecho natural, autorizado por las leyes de nuestra República, como medio e instrumento de defender sus legítimos intereses.

Deseamos también invitar a los sindicatos, y a todos quienes tengan relación con ellos, a proponer a las autoridades una legislación laboral que tome en cuenta los diversos intereses y los defienda imparcialmente.

Los últimos acontecimientos nos han mostrado que los trabajadores organizados, y apoyándose entre sí los distintos sindicatos, tienen fuerza y poder. Recuerden que esta fuerza y poder son un servicio al bien común. Procuren nunca abusar del poder. Abusar del poder es perderse.

Recuerden, queridos obreros, que las graves necesidades que Uds. tienen deben ser vistas también con un sentido cristiano de la vida. Que los bienes materiales tan necesarios, aun conseguidos, no llenan plenamente el corazón del hombre. Que hay también otros valores de dignidad, rectitud, honestidad y esfuerzo que deben ser buscados con ansiedad. Que siendo cristianos tenemos también -además de todos los valores de la tierra- un destino más allá de la vida. Que hay en el hombre deseos insatisfechos de felicidad que sólo podrán ser totalmente cumplidos cuando pueda decir con San Agustín: "Hiciste Señor, nuestro corazón para ti e inquieto estará hasta que descanse en ti".

La Iglesia estará siempre al lado de las justas reivindicaciones de los obreros y ella lo hará desde su propio ser de Iglesia, sin identificarse con movimientos o ideologías o subordinándose a otros intereses. A Ella la guía lo que el Concilio decía: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo".

A nuestros sacerdotes les recordarnos lo que también el Papa acaba de decir: que "cuiden especialmente a quienes sufren condiciones insanitarias y duras de trabajo, inseguridad de empleos, viviendas y modestos salarios.

Oramos al Señor, a su Madre María y a San José Obrero para que en nuestra Patria vayamos todos comprendiendo y realizando cada vez más la importancia de la vida del trabajo y de los trabajadores.

Oscar A. Romero

Arzobispo

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    Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez

     Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral.

    Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.[2] Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador. Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de 1977)

    En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su sucesor Arturo Rivera y Damas. A partir de este proceso, Monseñor Romero ha recibido el título de Siervo de Dios.[3] En Latinoamérica muchos se refieren a él como San Romero de América.[4] Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad,[5] incluyendo a la Comunión Anglicana.[6] [7] Él es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres,[8] y fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979.

     

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