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Que espera Dios de nosotros. Convocados a la "unidad" por: Ramón Hernández Martín

1/26/2021

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La primera lectura litúrgica de este domingo teatraliza la “vocación” de Samuel como llamada reiterativa, en espera de respuesta. De muy pequeño, cuando me llevaron a estudiar a un colegio apostólico a quinientos kilómetros de mi casa, en los primeros años cincuenta del siglo pasado, oía hablar de la “vocación” como de un valioso don que Dios hacía a personas escogidas para la misión especial de salvar a los hombres. Aunque no supiéramos exactamente en qué consistía tal misión, era obvio que se trataba de algo muy importante al andar Dios de por medio. Los años de estudio en el colegio, equivalentes a los de Bachillerato de la época, viendo cómo muchos compañeros se descolgaban de tan eximio proyecto, fueron años inquietantes de discernimiento sobre si uno había recibido o no la “llamada especial” de Dios, imprescindible para poder desempeñar dignamente tan selecto menester. Muchos compañeros se quedaron entonces por el camino, mientras parecía que algunos afortunados sí que habíamos sido agraciados con ese don, si bien las circunstancias de la vida terminaron emplazándonos a cada cual en su lugar. Sin embargo, a pesar de los bruscos cambios de timón que vinieron después, tengo la impresión de que nunca se han modificado ni aquella supuesta llamada ni la respuesta dada a la misma.
La llamada que recibe Samuel cobra profundidad en san Pablo, en la segunda lectura de hoy, al darle contenido corpóreo. También el cuerpo humano entra en el juego vocacional como templo del Espíritu que lo habita. El cuerpo de Jesús se constituye en sacramento del reino de Dios en cuanto soporte o sufridor de un “sacrificio redentor” y en cuanto destinatario, en sus miembros místicos, de la gran obra de misericordia que es la predicación de un reino que lo lleva a saciar hambres, a quitar fríos y a curar enfermedades. No deberíamos olvidar nunca el escándalo que provoca la predicación de Jesús al anteponer claramente los hombres, sobre todo los desheredados y excluidos de la sociedad, a la religión, pues no es el hombre para la religión, sino la religión para el hombre. 
Hablamos de una vocación que se convierte en misión en el arranque de la predicación de la buena noticia de que da cuenta el evangelio de hoy, cuando Jesús comienza a reclutar ayudantes para difundirla como el reino de Dios que es ya su vida y que él se ha propuesto compartir con nosotros. Preciso es dejar atrás la exclusividad de una “vocación religiosa”, pues Jesús no practicó ninguna religión, sino que se entregó de lleno a vivir el reino de Dios ya presente, para ampliar su alcance incluso a la más prosaica y humilde profesión, como la de sentirse especialmente atraído por mantener limpias las calles de una ciudad. Vocación es, en definitiva, la inclinación a prestar un servicio a la comunidad, cualesquiera sean su naturaleza y su alcance. Mírese como se mire, la llamada de la vocación no se percibe por el oído, como si de una voz se tratara, sino por la inclinación y la habilidad que nos llevan a realizar un determinado trabajo en beneficio de la comunidad humana en cualquier ámbito de la vida. Nadie debería dudar de que también él ha sido llamado para llevar a efecto un proyecto, de que su vida tiene sentido y de que se le ha confiado una misión en la vida. Servicio es el que presta el sacerdote en el altar, pero también el del médico que cura, el del camionero que transporta cualquier mercadería y el del policía que salvaguarda la vida en las calles. La categoría y la dignidad de cada uno de ellos no dependerán de la profesión ejercida en sí misma, sino del celo y del primor con que se realice el correspondiente servicio.
Es una pena que hayamos perdido el sentido de “vocación” como llamada a prestar un servicio determinado, del orden que sea, a la comunidad humana de la que formamos parte. Ello se ha debido a que, tras haber diseccionado el mundo en dos mitades, una natural y otra sobrenatural, concebimos la vocación como llamada especial a instalarse en la “vida sobrenatural”. Divide y vencerás. Igual pasa con la vida: separa lo natural de lo sobrenatural y tendrás la posibilidad de campear a tus anchas en cada uno de esos supuestos mundos. Digo “supuestos” porque, realmente, no hay más que un solo mundo, el creado por Dios, que es imagen suya y expresa su condición. Cuanto vivimos y hacemos, desde el nacimiento a la muerte, ocurre en ese único mundo, cuyo ser y devenir son palabra del Dios que lo tiene en sus manos.  Dios no nos habla al oído ni siquiera como un susurro, sino a través de cada cosa y de cada acontecimiento. Llamada suya son las habilidades con que la naturaleza nos dota y el impulso instintivo que nos empuja a obrar de una determinada manera. Sin duda, llamada suya es la inclinación a prestar un servicio en el ámbito concreto de la religión, sea como ministro del culto o como consagrado que vive conforme a reglas muy exigentes, pero también lo son las inclinaciones a hacerlo en cualquier otro ámbito de la vida humana.
Por ello, es un error valorar la vocación como una “elección especial”, como un privilegio que Dios hace solo a algunos de los seres humanos para que lo sirvan de forma especial. Todos los seres humanos hemos sido llamados a ejercer una misión de servicio, a prestar un servicio a nuestros semejantes, sea en el hogar, en la iglesia, en el huerto, en la fábrica o en la calle. Los cristianos deberíamos tener muy presente que somos seguidores de quien hizo presente en su vida el reino de bondad inagotable y de misericordia incondicional de Dios, reino al que sirvió con su palabra y su vida y del que fue su primer adalid. Su vocación, la de hacer el bien sirviendo, rebasó ampliamente el ámbito religioso para emplearse a fondo en el servicio directo a los más necesitados. Al reino predicado por él, cifrado en un gran banquete celestial, no solo han sido convocados los hacendados y los fervorosos cumplidores de la ley, sino también todos los demás seres humanos, especialmente los pecadores, los pobres y los excluidos de la sociedad, los que tienen hambre y están enfermos.
***********
Dada la fecha en que estamos, me siento obligado a recordar que mañana se inicia la “semana de oración por la unidad de los cristianos”, tema al que nos hemos referido ya repetidas veces en este blog. En el contexto de “vocación” en que hoy nos movemos, bien podríamos decir que todos los cristianos hemos sido “llamados a la unidad”, tenemos una “vocación de unidad”. Seguramente entenderíamos mucho mejor la vocación si, en vez de emplazarla en el escenario de una “Iglesia” de la que no habló Jesús, con sus muchos componentes intelectuales de dogmas y jurídicos de complicados reglamentos, lo hacemos en el del “reino de Dios”, del que no paró de hablar, con la bondad y la misericordia divinas incondicionales sobre que se asienta, pues, consagrados o no, todos formamos parte de ese reino.
La verdad es que, si nos liberáramos de las cargas dogmáticas y de los pesados aparejos cultuales y legales que soportamos, los cristianos podríamos considerarnos mucho más fácilmente como la comunidad fraternal que es de suyo el “reino de Dios”, reino que ya está presente en nuestras vidas. A la unidad hemos de acercarnos por la oración, no por la especulación, y, mucho menos, por el afán de dominio o del sometimiento de nadie. El lema de este año, “permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15, 1-17) es un buen indicativo del camino a seguir. De hecho, los cristianos somos ya “uno” en el “cuerpo místico” del que formamos parte, aunque nuestro desenvolvimiento social sea un gran escándalo al no reflejar ante la sociedad la esencial unidad de la fe que profesamos y nuestra pertenencia al reino de Dios.
La semana que comienza mañana tiene la virtud de demostrar la unidad anhelada en el nivel más profundo de la fe, el nivel de la oración, pues no se puede “orar juntos” de no estar unidos en un mismo propósito y servicio, en una misma forma de vida. Orar juntos requiere caminar juntos y testimoniar una única riqueza de vida. Seguro que la oración por la unidad de los cristianos terminará derruyendo los muros dogmáticos y disciplinares que todavía nos separan. ¡Qué difícil es desarmar las estructuras mentales tras las que nos atrincheramos, armazón sin el que creemos que nuestra vida se vendría a tierra, para abrir paso a la irrupción del Espíritu que nos regala el reino de Dios! No procede rezar juntos "hágase tu voluntad", para seguir haciendo después cada uno la suya.
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A la escucha en pleno coronavirus por: Gabriel Mª Otalora

1/25/2021

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Somos seres complejos a los que influye la realidad que nos circunda. No somos máquinas, por lo que la pandemia afecta a nuestra realidad integral.
El problema es que llevamos tiempo creyéndonos que para todo tenemos solución, que lo controlamos todo; incluso algunos han puesto cerco a la muerte buscando la inmortalidad o al menos un mayor control sobre la vida humana. Se ha perdido la actitud humilde capaz de asombrarse por tantas cosas y de aceptar aquello que no podemos domeñar como lo habíamos previsto. La gran cuestión de fondo en este tiempo de coronavirus es que no sabemos qué hacer y esto no lo soportamos (aceptamos). Por tanto, algunos lo viven como perfectos insolidarios manifestando así su arrogancia. Y algunos otros no pueden reconocer su limitación con la covid-19 dando muestras de un desconcierto al darse cuenta que la existencia no estaba controlada.  
Algunos países “avanzados” no ven nada mal salvaguardar la actividad económica a costa de que caigan los más débiles. Así se aliviaría, de paso, el coste en las pensiones. No sería la primera vez que se opta por deshumanizar la realidad con decisiones de guante blanco.
No estamos acostumbrados a que una pandemia se cebe sobre todo en el Primer Mundo, donde el virus continúa actuando con gran profusión. El estupor crece cuando al abrir la mano a las relaciones sociales, se colapsa la atención sanitaria y crecen las muertes; pero si reducimos la presencia en la calle para mejorar la salud, el desplome económico general está asegurado. Esta tercera ola del virus nos ha descolocado.
Por otra parte, la vacuna logrará avances, pero hay que esperar más de lo que creíamos: esperar a la vacunación masiva de la población, a verificar la calidad de su preparado, a que los resultados logren la ansiada normalidad… Es decir, que 2021 va a ser largo y difícil. El cansancio y el desánimo por lo ya padecido es evidente. No son tiempos fáciles para moverse y menos con la falta de humildad de las grandes potencias tecnológicas cuyo poder es insuficiente para acabar con la covid-19: Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos… No está tan cerca convertir la covid-19 en un virus que se cura con un sencillo medicamento de farmacia.
¿Nos engañan? Creo que no, simplemente es que no saben qué hacer para domeñar la pandemia. Y la soberbia obnubila, viendo como el Tercer Mundo está menos afectado, con la rémora de que, si no le damos vacunas, este virus o alguna de sus mutaciones volverá a expandirse entre nosotros. De momento, la tecnología disponible no basta y, lo que es peor, tampoco queremos modificar un ápice el estilo de vida, aunque sea insolidario e injusto, incluso para muchos habitantes del Primer Mundo.
Precisamente porque hemos sufrido una prueba acelerada de nuestra vulnerabilidad, habría que construir mecanismos de confianza desde la humildad solidaria. Y esto es lo que ha fallado casi por todas partes. Desde luego que los cristianos no hemos estado a la altura, demasiadas veces, a pesar del faro del profeta Francisco que nos ilumina como un pastor y no como un jerarca. La euforia basada en que “Ya queda poco” o “Esto ha sido un mal sueño”, se desinfla y cada día aumenta el número de quienes no aguantan más trabajando a distancia y de quienes sienten la necesidad de ver a la gente, que el contacto es necesario para avanzar y que es difícil crear complicidades en lejanía. Cara a cara las complicidades crecen, y los humanos estamos hechos de sensaciones y de relaciones.
Nos han quitado libertades por una causa superior y no acabamos de aprender la importancia de la solidaridad real. Los cristianos tampoco reflexionamos, en serio, si tenemos deberes morales en torno a esta pandemia, si Cristo nos quiere decir algo a través de ella, si el sufrimiento que estamos viviendo, lejos de ser un castigo, debe vivirse como un aprendizaje. Si recuperamos la apertura del corazón en oración de escucha, con verdadera humildad, estos versos cobran todo su sentido:
A eso de caer y volver a levantarte,
De fracasar y volver a empezar,
De seguir un camino y tener que torcerlo,
De encontrar el dolor y tener que afrontarlo,
A eso no le llames adversidad, llámale sabiduría.
A eso de sentir la mano de Dios  y sentirte impotente,
De fijarte una meta y tener que seguir otra,
De huir de una prueba y tener que encararla,
De planear un vuelo y tener que recortarlo,
De aspirar y no poder,
De querer y no saber,
De avanzar y no llegar.
A eso no le llames castigo, llámale enseñanza.
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Rectifica tu manera de ver y todo cambiara por: Fray Marcos

1/24/2021

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Seguimos con el evangelio de Marcos que vamos a leer durante todo este año. Es el primero que se escribió y tiene aún la frescura de los comienzos. Es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa sobre todo la vida cotidiana de Jesús. Su actitud vital para con los pobres y oprimidos es la verdadera salvación. Las curaciones y la expulsión de demonios, entendidos como liberación, son la clave para comprender el verdadero mensaje de salvación de este evangelio.
Cuando arrestaron a Juan. Quiere resaltar el evangelista que Jesús va a continuar la tarea del Bautista, pero a la vez deja clara la diferencia. ¡Recordad!: Los datos cronológicos no tienen importancia en la elaboración de un “evangelio”. En el evangelio de Juan, después de haber narrado el seguimiento de los primeros discípulos, después de contarnos la boda en Caná, la purificación del templo y el encuentro con Nicodemo, nos dice que Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea y bautizaba allí, a la vez que Juan estaba bautizando en otro lugar y dice: “esto ocurrió antes de arrestar a Juan”.
Llegó Jesús a Galilea. Está claro que el evangelista quiere desligar la predicación de Jesús de toda connotación oficial. Lejos de las autoridades religiosas, lejos del templo y de todo lo que significaban ambas instituciones. Galilea era tierra fronteriza y en gran parte habitada por gentiles. Esto para un judío era, de entrada, una descalificación, pero tenía la ventaja de menor control oficial y mayores posibilidades de que la gente le entendiese.
Se puso a proclamar la “buena noticia” de parte de Dios.Había empezado él su evangelio diciendo que se trataba de exponer los orígenes de la “buena noticia de Jesús”. Estos textos son los que dieron origen a la palabra “evangelio”, cuyo género literario se inaugura con el escrito atribuido a Marcos. No debemos confundir el concepto de buena noticia con el que hoy tenemos de evangelio (género literario muy concreto). Por extraño que parezca, “euangelio” no significa “evangelio”. Hemos caído en un monumental fraude. Hemos confundido el estuche con la joya que debía contener. Aquí “euangelio” significa esa estupenda noticia que Jesús descubrió y nos comunicó de parte de Dios.
Se ha cumplido (colmado) el kairos. En la fiesta de Año Nuevo, hablamos del significado de “Cronos” y “Kairos”. Aquí el texto dice kairos, es decir, se trata del tiempo oportuno para hacer algo definitivo. No es que algún cronos sea especial. Cualquier cronos lo podemos convertir en kairos si nuestra actitud vital es adecuada. El texto nos está recordando que todos los kairos se han concentrado en el que ahora está presente.
Está despuntando el Reino de Dios. Esta expresión es la clave. No se trata de que Dios reine. Se trata de que Dios se haga presente entre nosotros, gracias a las actitudes de los seres humanos. Jesús hace presente ese Reino, que es Dios, porque sus relaciones con los demás, basadas en el amor y la entrega, hacen surgir en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista una verdadera empatía y compasión. Ese Reino está ya presente en Jesús porque fue capaz de eliminar toda injusticia.
¡Cambiad de mentalidad! “Convertíos”, no expresa bien el sentido del texto griego. ‘metanoeite’ no significa hacer penitencia ni arrepentirse sino cambiar de mentalidad, pensar de otra manera y afrontar la vida desde otra perspectiva. Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad que no tiene por qué partir de una situación depravada. El cambio se exige como actitud que no de debe abandonarse nunca.
La llamada de los discípulos a continuación les obliga a hacer su personal cambio de rumbo (metanoya): “Dejan la barca y a su padre y le siguieron”. Aquí debemos hacer todos un serio examen de conciencia. ¿Cuántas veces hemos descubierto nuestros fallos y nos hemos conformado con ir a confesarlos, pero no hemos cambiado el rumbo? ¿De qué puede servir toda esa parafernalia si continuamos con la misma actitud?
Tened confianza en la buena noticia. La traducción oficial del griego “pisteuete” nos puede llevar a engaño. No se trata de creer la noticia sino de confiar en que es buena noticia para nosotros. Tanto en el AT como en el nuevo, la fe no es el asentimiento a unas verdades, sino la confianza en una persona. Si la buena noticia que Jesús predica viene de parte de Dios, podemos tener confianza plena en que es buena.
A la llamada de Jesús que acabamos de comentar, corresponden las primeras respuestas personales, de parte de unos simples pescadores sin preparación alguna, que se fiaron y fueron detrás de Jesús. Es muy significativo que el primer instante de su andadura pública, Jesús cuenta con personas que le siguen de cerca y están dispuestas a compartir con él su manera de entender la vida. La comunidad, por muy reducida que sea, es clave para poder emprender una vida cristiana.
Darse cuenta de que hemos emprendi­do un camino equivocado es la única manera de evitarlo. Cada vez que rechazamos un camino falso, nos estamos acercando al verdadero. Convertirse es rectificar la dirección para apuntar mejor a la meta. Pecado en el AT era errar el blanco. Da por supuesto que intentas dar en el blanco, pero te has desviado. Somos flechas disparadas que tienden a desviase del blanco y que constantemente tienen que estar contrarrestando esas fuerzas que nos distorsionan.
Convertirse no es abandonar el mal por el bien, porque el mal y el bien en el ser humano no se pueden separar nunca del todo. Para el maniqueísmo está todo demasiado claro: Son realidades distintas que deben estar separadas. Nunca hemos superado esa tentación. La realidad es muy distinta: ni el bien ni el mal se pueden dar químicamente puros. Siempre que trazamos una línea divisoria entre el bien y el mal, nos estamos equivocando. Lo que llamamos mal no tiene entidad propia, es solo ausencia de bien.
El mal (ausencia de perfección) no es un accidente, sino que pertenece a la misma estructura del hombre. Sin esa limitación, que hace posible el error, pero que también hace posible el crecimiento, no habría persona humana. La hondura del misterio del mal está precisamente ahí. Del mismo mal surge el bien y el mal acompaña siempre al bien. El afán maniqueo de eliminar el mal a toda costa no tiene nada de evangélico. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en eliminar todos los errores dejarás fuera la verdad.
Con frecuencia necesitamos la advertencia de alguien que nos saque del error en el que estamos. Aún con la mejor voluntad podemos estar equivocados. Las mayores barbaridades de la historia de la humanidad se hicieron en nombre de Dios. Aún con la mejor intención de caminar hacia la meta, siempre estaremos necesitados de rectificar. Tenemos que aprender de los errores. Los humanos no tenemos otra manera de crecer.


Meditación
Lo que Jesús nos ha dicho es increíble, pero cierto.
Dios es amor, don total, absoluto y eterno.
Jesús me invita a experimentar esta realidad.
Seguirle es entrar en su misma relación con Dios.
Esa relación hará cambiar mi existencia
y empezaré al verlo todo de otra manera.
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El anuncio del Reino y los primeros colaboradores por: José Luis Sicre

1/23/2021

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El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente como comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Anuncio del Reino y la conversión (Mc 1,14-15).
Marcos ofrece tres datos:
1) momento en el que Jesús comienza a actuar;
2) lugar de su actividad;
3) contenido de su predicación.
Momento. «Cuando detuvieron a Juan». Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Mc no se detiene en contar las causas de esta prisión (lo dirá más adelante), y parece dar por conocidos los hechos. ¿Qué hizo Jesús desde la estancia en el desierto hasta entonces? ¿Cuánto tiempo transcurrió? Mc no informa de ello. Lo único que sugiere es que el "precursor", el mensajero, tiene que desaparecer de la escena antes de que Jesús comience su actividad.
Lugar de actividad. Galilea. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma Flavio Josefo (Guerra III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Zona también conflictiva y politizada. En ella se moverá Jesús.
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca») y una invitación («convertíos y creed en la buena noticia»).
El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».
Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
Cualquier persona de buena voluntad aceptaría la invitación a convertirse. Pero las personas de buena voluntad pueden ser también muy escépticas. Ante la idea de que «se ha cumplido el plazo» podrían sonreír, como nosotros cuando diversas sectas nos anuncian el inminente fin del mundo.
Para comprender bien el evangelio es importante que adoptemos ante Jesús una postura de distanciamiento. Sería bueno rebelarnos ante este aspecto de su mensaje y resistirnos a creer. Así entenderemos mejor lo que él quiere transmitir realmente y captaremos que no habla de un cataclismo, del fin del mundo, sino de la aparición de algo nuevo.
2ª escena: llamamiento de Simón y Andrés
Este acto fundamental de la vida de Jesús lo cuenta Marcos como la cosa más normal del mundo. Pasando por la orilla ve a dos muchachos. Se supone que no es una mirada rápida y superficial, como solemos ver a la gente que nos cruzamos por la calle. Es la visión de uno que busca seguidores e intuye lo profundo de la persona, lo que puede llegar a ser más que lo que es.
Marcos dice que son hermanos y cómo se llaman: Simón y Andrés. Queda claro quién es el primer discípulo llamado por Jesús: Pedro, que terminará siendo el más importante[1]. Están en la orilla, tirando el esparavel (avmfi,blhstron), una red pequeña que se lanza con la mano. (En Internet hay videos sobre este sistema de pesca, que sigue practicándose en nuestros días).
Jesús no los invita a seguirlo, se lo ordena: «Venid conmigo», y les promete una nueva profesión: «pescadores de hombres». La orden de seguirlo carece de paralelo en los grandes profetas. Isaías, Jeremías, Ezequiel, tuvieron discípulos; pero, que sepamos, a ninguno de ellos le ordenaron: «Vente conmigo». A lo sumo se podría citar el caso de Elías, que echa su manto sobre Eliseo, dándole a entender que quiere que lo siga (1 Re 19). Pero hay una diferencia esencial entre Elías y Jesús. Elías llama a Eliseo porque Dios se lo ha ordenado (1 Re 19,15). Jesús actúa por propia iniciativa y poder. También existe diferencia entre Jesús y los rabinos. Los rabinos tenían discípulos, y era típico de ellos seguir al maestro. Pero el rabino no los llamaba ni les daba la orden de seguirlo.
En cuanto a la promesa de convertirlos en «pescadores de hombres», lo más probable es que Simón y Andrés la interpretaran de forma muy sencilla, sin las complicaciones que pretenden algunos comentaristas.
En cualquier caso, «inmediatamente dejaron las redes (di,ktua) y lo siguieron». El cambio de sustantivo parece sugerir que, además del esparavel, tenían otras redes, y las dejaron todas.
3ª escena: llamamiento de Santiago y Juan
A Santiago y Juan los encuentra también en la orilla, dentro de la barca con su padre Zebedeo, remendando o preparando sus redes (di,ktua). En este caso se trataría de la red de trasmallo, para la que se requiere un bote de unos cinco o seis metros y, al menos, cuatro o cinco personas. A ellos no les habla de convertirse en pescadores de hombres, pero lo siguen «abandonando a su padre en la barca con los jornaleros». Quien conoce la historia de Elías y Eliseo advierte enseguida la diferencia: cuando Elías llama a Eliseo, este pide permiso para despedirse de sus padres y organiza un gran banquete. Elías se lo permite, con tal de que vuelva. No hay prisa. Cuando es Jesús quien llama no cabe dilación ni despedida. Se deja todo de inmediato.
Unos protagonistas desconcertantes y misteriosos
Estos dos relatos de vocación, aparentemente tan fáciles de entender, están plagados de misterios cuando se piensa en los principales protagonistas.
Empezando por Jesús, ¿quién contrataría a cuatro pescadores para fundar y dirigir una multinacional? Solo un loco. No necesitan un título de las universidades de Jerusalén o Babilonia. No es preciso que hayan estudiado con los mejores rabinos ni que se sepan la Torá de memoria. Basta que quieran seguirlo renunciando a todo. Pero, ¿qué pretende Jesús? En este momento del evangelio, sin disponer de más datos, solo podemos decir que busca unas personas que lo acompañen, con intención de que le ayuden a aumentar el número de sus seguidores. ¿Con qué finalidad? No lo sabemos.
Si misteriosa resulta la conducta de Jesús, también lo es la de los cuatro llamados.  ¿Qué los mueve a dejarlo todo, incluso al padre (de Simón no sabemos todavía que está casado) y seguir a Jesús sin conocerlo previamente? Aquí hay dos cuestiones distintas: el conocimiento previo y el seguimiento radical.
Que ya conocían a Jesús lo dan por seguro algunos aludiendo al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús entró en contacto con ellos cuando el bautismo (Jn 1,35-51).
Pero este conocimiento previo no resuelve el problema del seguimiento radical, renunciando a todo. ¿Qué les movió a ello? Marcos no lo dice en este momento. Más adelante indicará que Santiago y Juan lo hicieron, al menos en parte, por ambición política: estaban convencidos de que Jesús llegaría a reinar en Jerusalén y ellos pretendían los dos primeros puestos en su corte (Mc 10,35-37). También Simón, al confesar a Jesús como Mesías, rechazando el sufrimiento y la muerte, demuestra una preocupación política. Sin embargo, esta explicación, aunque sea válida, supone adelantar datos. En este momento nos quedamos sin saber qué movió a los cuatro a seguir a Jesús.
Lo que no admite duda es que lo siguieron. Y esto debía provocar en los primeros lectores del evangelio de Marcos un profundo asombro ante el poder de atracción de Jesús y la disponibilidad absoluta de los discípulos. Algo en lo que se verían reflejados, porque también ellos y ellas habían sentido la llamada de Jesús y, a pesar de todas las dificultades y críticas, lo habían seguido.
Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: creen en la buena noticia del Reinado de Dios, lo siguen y cambian radicalmente de vida.
La conversión de los ninivitas (Jonás 3,1-5.10)
La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, los nazis de aquella época, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo. Mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús animaanunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asustaanunciando que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada».
«Señor, enséñame tus caminos» (Salmo 24)
El salmo encaja mucho más con el evangelio que con la primera lectura. Porque Jonás no enseña nada, solo amenaza. En cambio, Jesús, proclamando el evangelio de Dios, nos enseña a caminar por el camino que Dios quiere y nos recuerda que «el Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores». Aparte de agradecérselo, debemos pedirle: «haz que camine con lealtad».
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El reino de Dios esta cerca: de la expectación a la implicación comunitaria por: Pepa Torres Pérez

1/22/2021

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Vivimos tiempos convulsos, cargados de incertidumbres, tiempos de desastres ecológicos y pandemias, de crisis económica, precariedades y pobreza por desposesión de bienes comunes. Es en este contexto en el que la Palabra de Dios se nos revela de forma provocadora y desinstaladora como una buena noticia inesperada desde el corazón del caos en el que estamos inmersas: “El Reino de Dios está cerca” o, dicho de otra manera, hay un futuro alternativo para la humanidad y la creación toda. Pero ese futuro implica pasar de la expectación, a la implicación, de la indiferencia o la impotencia a la corresponsabilidad y el cuidado de la vida en todas sus dimensiones, empezando por la más frágil y vulnerada.
Así lo descubrió también Jesús tras la detención de Juan Bautista, que fue para él un detonante, como hoy en nuestra vida hay también acontecimientos y personas que nos obligan a replantearnos opciones, formas de vida, estilos de relación y compromiso y que nos hacen descubrir que la realidad no es nunca un inconveniente sino una oportunidad, que todo tiempo, por duro que sea, puede convertirse en un kairós, en una posibilidad para transformar-nos y transformar y que más allá de las miradas exitosas y superficiales de la realidad la vida resiste y estalla desde abajo, abriendo grietas en situaciones inciertas, que piden otros ojos, otras miradas desde la interdependencia y el sentido comunitario y cuidadoso de la vida .
Como aquellos primeros discípulos y discípulas Jesús nos sigue invitando hoy, en la encrucijada de nuestro momento histórico y la cotidianidad de nuestra vida, a ser sus compañeros y compañeras. Etimológicamente compañeros vienen de “cum-panis”, que significa es compartir el mismo pan, el mismo sueño, su proyecto de inclusión, fraternidad y sororidad, empezando por los últimos y últimas. La cotidianidad es lugar de reconocimiento y encuentro. Jesús sabe mirarla en profundidad y por eso capta los deseos más hondos de aquellos pescadores que desde la sencillez de sus vidas nunca habían intuido otro horizonte. Como a ellos, si nos dejamos, el Evangelio nos abre a nuevas perspectivas de vida, nos trasforma la sensibilidad y nos convierte en servidores y servidoras del Reino. Para ello tenemos que dejar las viejas redes, soltar amarras y seguridades: estilos de vida, relaciones, consumo, etc, que no nos llevan a una mayor humanización y sostenibilidad sino al colapso.
¿Qué cambios pide de nosotros y nosotras la crisis que estamos viviendo? ¿en qué signos descubrimos la novedad del reino y cómo empujarlos con vigor y energía comunitaria?
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Humanidad a la deriva... por: Pedro Aranda Astudillo

1/21/2021

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Estar a la deriva es perder el timón, sólo al ritmo de las olas, de flujos y reflujos. Las olas del coronavirus no significan que se habría ido y vuelve a su contraataque “más fuerte”. Es el mismo virus que está entre nosotros, lo transportamos unos a otros: la “irresponsable” trazabilidad.
Si el Covid ha contagiado al día de hoy a 83,4 millones de personas y ha mandado a los cementerios a 1.8 millones ¿qué tan mortal es?, sí lo es para quienes no pudieron “zafarse” de él o quizás por tener otras patologías. ¡Gloria al personal de salud que de los 83.4 de millones infectados han rescatado el 81,6! Lo macabro del Covid son sus consecuencias colaterales: quiebras de empresas, de negocios, cesantías, confinamientos, libertades limitadas, el rostro humano enmascarado, de convertirnos en peligro de uno a otro, claustrofobias, etc.
Decimos que la humanidad ha mostrado su máxima vulnerabilidad no porque el bicho invisible lleve a la muerte, sino porque ahora en sus peaks de desarrollo científico tecnológico evidencia que la conciencia por la vida, el instinto natural de defensa, de conservación tan inherentes a nuestra esencia humana nos la hemos enterrado, lapidada, sofocada en el más diverso reinado del consumo, sociedad consumida por el consumo. Las fiestas clandestinas en todos los estratos sociales, las evasiones a las ordenanzas sanitarias, shopping obsesivos, el deslizamiento de las desconfianzas hacia las gobernanzas…
Qué decir de países de la OCDE, en particular como EEUU, el más azotado por el Covid que han debido reiterar sus confinamientos, que sus ciudadanías han salido a las calles contra las órdenes de sus gobiernos… nos impresiona un país tan disciplinado como Alemania, su Primer Ministro, Sra Merkel, ha tenido que enfrentar rebeldías populares por sus medidas restrictivas.
Estos países empoderados de sus culturas, han mostrado reacciones viscerales… y el mundo oriental no es menor, pese a sus dictaduras… Conjuntamente con sus crisis pandémicas ¡ostentan diversos tumores bélicos en sus mapas!
El famoso cuento del lobo muestra la incredubilidad de quienes lo escuchaban hasta que el lobo los ataque directamente ¿lo mismo nos pasa con el Covid? El mundo científico de la salud se ha “despestañado” por descubrir la vacuna pues los estragos son cuantiosos que nos deja el Covid. Sin embargo, las sospechas por la vacuna en las redes, lanzadas por personas que se presentan como científicos se han sumado al enrarecido mundo de las desconfianzas…
Los gobiernos tímidamente han debido declarar que la vacuna es voluntaria (¿no es lo mismo lo que pasa con el voto voluntario?) Si somos tan interdependientes socialmente, si este “Cuerpo Planetario” configura el Bien Común ¿cómo es posible someterlo a voluntades individuales?, ¿no basta un fósforo para incendiar miles de hectáreas? Más aún estas individualidades ¿no usufructúan de los bienes comunes?
Nuestra civilización atrofiada de conciencia, atrofiada de su espíritu de pertenencia radical a la madre naturaleza, ciertamente seguirá errante y sometida a toda pandemia. Si la educación fuera desarrollar conciencias los humanos podríamos volver a tomar el timón.
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"Jesus saves" (Jesus salva) por: Isabel Gómez Acebo

1/20/2021

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En el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, por unos votantes de Trump enardecidos, se vieron unas pancartas con el lema Jesus Saves y a unas personas que llevaban biblias en la mano. El presidente defenestrado les había convencido, y hay que reconocer que no era un empeño imposible, que les habían robado las elecciones, aunque todas las instancias legales a las que se recluyó no encontraran prueba alguna.
En los vídeos, que nos han mostrado las televisiones, aparecen pocas personas de color pues la revolución fundamentalmente venía de blancos empobrecidos, que creyeron al presidente cuando les dijo que los emigrantes se habían quedado con sus trabajos. Los cristianos de la zona que se ha denominado el Bible Belt, el Cinturón Bíblico, habían votado en masa por el ticket republicano. Muchos pastores cristianos habían añadido leña al fuego identificando las llamas con las soflamas del presidente populista. Consideraban que era un gran defensor de los valores cristianos porque, en teoría, defendía el no al aborto y no se tenían cuenta otras consideraciones que negaban su defensa como el trato denigrante a los emigrantes, el desprecio a las mujeres y las bravatas que pronunciaba en la televisión proclamando que a él no le quitaba nadie de la presidencia.
En el fondo, el movimiento se parece a la defensa de Tejero en el parlamento español de los valores de la España cristiana y a los nacionalismos catalanes y escoceses que quieren volver al momento en que se abrieron sus fronteras para que no se diluya su identidad con otras ideologías y sangres.
En la campaña escuchamos a muchos obispos defender a Trump mientras que denigraban del católico Biden, curiosamente algunos de éstos engrosan las filas de los mayores críticos del Papa. Cada uno puede defender sus ideas, pero los prelados deben tener cuidado y en principio en su calidad de obispos deben mostrar neutralidad en consideración a los diferentes partidos a los que votan sus fieles. Hoy, muchos obispos americanos predican la paz y se muestran horrorizados de las imágenes que todos hemos visto pero algunos podían haberlo pensado antes pues en un país tan armado las chispas pueden ser mortales.
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La muerte de Dios por: Miguel Ángel Munárriz Casajús

1/19/2021

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La seguridad jurídica que ofrecen las actuales democracias, la estabilidad económica de la que goza buena parte de la población y el confort que facilita la tecnología, han hecho florecer una nueva sociedad que ya no se siente acuciada por las lacras de antaño. Como es natural, sus artífices nos sentimos tan ufanos de ello, que afirmamos que no es preciso esperar hasta después de la muerte para alcanzar la plena felicidad, pues al fin se puede lograr en esta vida.
Pero estos logros nos han engreído de tal modo, que nos han llevado a despreciar cualquier creencia, conocimiento o costumbre previos a nosotros; a olvidar que la selección natural no solo actúa sobre la evolución biológica, sino, sobre todo, sobre la evolución cultural; que las costumbres y creencias que hemos recibido (y ahora despreciamos) son el resultado de miles de años de evolución.
Quizá lo menos importante de una creencia es que sea verdadera. Lo que la hace importante es que da sentido a nuestra existencia, nos mueve a vivir una vida que no se detiene con la muerte, nos ayuda a soportar mejor sus reveses, nos empuja a vivir con ambición y nos impide resignarnos a la condición de meros animales evolucionados.
Y sobre esta base descansaban nuestras vidas, pero la hemos destruido. Lo peor es que, para llenar el vacío, hemos abrazado con fervor unas ocurrencias improvisadas que no llenan nada y nos abocan a vivir en una constante evasión de nuestra realidad. Hemos impuesto por la fuerza de la demagogia una concepción reduccionista del ser humano, hemos ridiculizado sus creencias y denostado sus valores y tradiciones, hemos llamado libertad a la esclavitud a la que nos someten las pasiones ... y nos hemos equivocado.
Nos hemos equivocado, porque esta idea del mundo y del ser humano ha desembocado en la aniquilación del hábitat, la pérdida generalizada de sentido, el alumbramiento de una sociedad egoísta y deshumanizada, y el ahondamiento brutal de la brecha entre ricos y pobres. Lo paradójico es que hemos vestido este desastre de movimiento de liberación. Aseguramos que el hombre debe liberarse de los prejuicios que le han esclavizado a lo largo de la historia, y de lo primero que debe liberarse es de ese Dios imaginario que nos oprime, nos infantiliza y nos impide avanzar.
En su libro “La gaya ciencia”, Nietzsche recoge magistralmente esta situación: «Aquel hombre, frenético o loco, no dejaba de gritar: “¡Busco a Dios! ¿Qué ha sido de Dios?” … Fulminándolos con la mirada, agregó: “Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin sol, sin orden, sin quién la conduzca... Vagamos como a través de una nada infinita en busca de…”»
Nietzsche no pretende decir que Dios antes existía y ahora ha muerto, sino que la idea de Dios ha muerto en nuestra cultura. Y aunque el loco hace este anuncio acompañado de gran desasosiego, en realidad Nietzsche lo tenía muy claro: la muerte de Dios iba a hacer surgir en nosotros el superhombre que llevamos dentro; un hombre a la altura de los dioses, más noble, más fuerte, más voluntarioso, dotado de la moral de los señores …
Pero el hombre moderno vive esclavo del aparato burocrático del estado, manipulado por demagogos infames, alienado por los medios de comunicación y abrumado por mil preocupaciones banas. Erich Fromm lo retrata así: «El hombre actual vive pendiente de los otros hasta el punto de que su seguridad depende de no apartarse del rebaño. La maquinaria económica dirige sus deseos de forma que es conducido sin líderes en pos de ninguna meta; exactamente igual que si se tratase de un autómata» …
Y como decía el loco, «Vagamos como a través de una nada infinita en busca de…» … ¿De qué? …
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Eco de Dios por: Gerardo Villar

1/18/2021

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Una mujer muy militante cristiana me preguntaba el otro día cómo se hace eso de evangelizar. Yo le comentaba que sobre todo escuchando. Escuchar es mucho más que oír, es acoger, penetrar en las personas y en su vivencia, contactar con el Dios que vibra en cada corazón. Llegar al fondo de sus vivencias de fe.
Hoy quiero añadirle otra pista: dialogando, resonando… Después de escuchar, ya empezamos a descubrir, a hablar, a anunciar... A prestar oído al eco de la presencia divina en todas las personas y realidades. Oír esa resonancia. Ahí nos habla Dios.
Se trata de contemplar primero la realidad de la vida, los hechos. Pero contemplar a fondo, saboreando la presencia de Dios en nuestra realidad, escuchando lo profundo de los asuntos.
“Todos somos misioneros de todos. Misión ya no es proselitismo, sino reciprocidad. Es dejarte permeabilizar por el otro tanto como tú compartes lo tuyo con él. La misión es irradiación gratuita de lo que a ti te da vida. Compartir tu luz, pero dejando que el otro también irradie la suya. El proselitismo, por el contrario, es una devoración del otro”. X. Melloni
Necesito entrar en diálogo con los demás: con sus pensamientos, sugerencias, ideas… y experimentar a Dios Palabra. Irradiar su ser sin anular el ser del prójimo, sino compartiendo.
Por eso, para anunciar, para evangelizar, me evangelizo yo, contrasto en fe vivencial con otras personas. No les doy mis pensamientos, mis mensajes, sino que soy capaz de poner en diálogo permanente lo mío y lo de los demás. Dios se hace ahí actuante.
Vengo de participar en una eucaristía donde el predicador nos ha dicho que Jesús es la LUZ y que nosotros tenemos que ser luz. “Por eso hay que luchar para defenderla”. Así que ha hablado contra el aborto y la eutanasia… Era imposición, enseñar, adoctrinar.
Me hubiese gustado más el ofrecer: “¿mi verdad?, no, ¿tu verdad?, no”. Encontrémosla juntos.
Muchas veces me encuentro dando ideas, mensaje, doctrina. Y serán necesarios, pero sobre todo se trata de transmitir que soy seguidor de Jesús y escuchar el sentir del otro para poder empezar un diálogo.
No podemos entender literalmente todos los textos de las celebraciones de Navidad. Son mucho más. Son la descripción de una epifanía que me llega, no a la cabeza, sino a mi persona entera, para evocar su mensaje en mi corazón. Igual que María que pasaba estas cosas “meditándolas en su corazón”.
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Solo sera cristiano el que viva lo que vivió Jesús por: Fray Marcos

1/17/2021

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Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen y no vamos a leer, se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Por fin, el mismo Jesús habla del ‘Hijo de Hombre’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio, para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de una comunidad de finales del s. I. Nada que ver con el llamamiento de los primeros discípulos en los sinópticos.
No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron “Andrés y otro” que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas que nos cuentan con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas en su totalidad. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús más o menos de cerca.
Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia, la esclavitud. No viene a impedir que se cometan, sino a evitar que el que la sufra, sea anulado como persona. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas.
La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba... Nos está indicando que le adelanta, que pasa por delante de él. “El que viene detrás de mí...”
Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro siguiendo a su dueño. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo, que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir.
¿Qué buscáis? Una relación más profunda solo puede comenzar cuando Jesús se da la vuelta y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son las adecuadas. La pregunta “¿dónde vives?” aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino.
No le preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a la experiencia. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una perspectiva única e irrepetible, la mía. La respuesta dependerá de lo que yo busque en Jesús.
Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron dónde (cómo) vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él” (como él). No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.
Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo pueblo de Dios que permite la realización cabal del hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo de Jesús.
Lo que vieron es tan importante para ellos, que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del Mesías (Ungido) hace referencia a la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores.
Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona. Manifiesta mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza.
En la Biblia se describen distintas vocaciones llamativas de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no cómo actúa Dios sino cómo respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran.
Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi verdadero ser exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos.
El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es un reduccionismo inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca y nunca existirá. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un tanto por ciento mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona.


Meditación
El primer paso en la vida espiritual será la búsqueda.
Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar,
tienes que tener bien clara la dirección en la que debes ir.
Debes conocer cómo se desplegó en Jesús lo humano y lo divino,
cómo se identificó plenamente con Dios y con el hombre.
Lo que es Jesús solo lo descubrirás viviendo lo que él vivió.
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