El profeta y poeta Isaías anhelaba la luz que disipara las tinieblas de su pueblo. Y los seguidores de Jesús identifican esa luz con la persona de su Maestro.
Durante mucho tiempo, los humanos pensaban que la luz, como la salvación, habría de llegarnos desde “fuera”. Lo cual casa bien con el nivel mítico de consciencia e incluso con nuestras primeras experiencias infantiles: al niño no le cabe otra cosa que esperar todo de los demás. Sin embargo, ni la luz ni la salvación nos llegarán desde fuera. Esto no niega que haya personas, del presente y del pasado, que nos ayuden a “abrir los ojos”, gracias a la verdad, bondad y belleza que supieron encarnar en sus personas. Pero la luz no se halla fuera, por cuanto constituye la esencia última de todo lo que es. El fondo de lo real y nuestro propio fondo es luz. Acertaron, por tanto, aquellos sabios que designaron lo realmente real como “Dios” (de “dev” = luz o luminosidad). Y lo expresa admirablemente el Jesús del cuarto evangelio cuando proclama: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Porque la luz no es “algo” que tengamos; es lo que somos, o mejor aún, aquello que nos está haciendo ser, aquello que se despliega en nosotros. Lo que ocurre es que, con demasiada frecuencia, la luz se ve cegada para nosotros mismos, como consecuencia de nuestro sufrimiento no resuelto -que nos encierra en nosotros mismos- y de nuestra ignorancia -que nos impide ver-. Ignorancia no es falta de inteligencia. Ignorancia es no saber qué somos. Por eso, equivale a oscuridad, confusión y sufrimiento. Solo la comprensión -el comprender vivencialmente, no el mero entender- hace posible que podamos “ver”. No habrá cambiado nada, pero todo se ve de modo nuevo. Por más que nos resulte paradójico, el camino hacia la comprensión no pasa por el pensamiento ni por las creencias, sino por el silencio de la mente. Necesitamos entrenarnos en acallar la mente para poder ver más allá de ella, en definitiva, para percibir la luz que somos y así caminar dejándonos iluminar por ella. Tenía razón el profeta Isaías: tal vez no exista experiencia más gratificante y plena que la de pasar de las tinieblas a la luz. ¿Qué luz hay en mi vida?
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En los dos domingos anteriores estuvimos junto al río Jordán, recordando el bautismo de Jesús y el testimonio que ofreció de él Juan Bautista. La liturgia da ahora un salto notable. Omite las tentaciones de Jesús (que se leerán el primer domingo de Cuaresma) y nos sitúa en un momento posterior, cuando Herodes, molesto por la predicación de Juan, decide meterlo en la cárcel. Lo que ocurre a continuación lo cuenta el evangelio de Mateo en tres pasajes breves: actividad inicial de Jesús, vocación de los cuatro primeros discípulos, y resumen de la actividad en Galilea. La liturgia permite limitarse al primero, eligiendo la forma breve del evangelio. Dada su importancia, quizá sea lo más aconsejable. Pero añadiré algo sobre los otros dos.
1. La actividad inicial de Jesús (Mt 4,12-17) Un comienzo desconcertante. Lo primero que hace Jesús es huir; lo segundo, actuar en la región más olvidada; lo tercero, repetir al pie de la letra la predicación de Juan Bautista. Pero todo esto encierra un misterio que Mt nos ayuda a desentrañar. Momento de actividad Jesús no empieza a actuar hasta que encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase a Jesús igual que nos habla a nosotros, a través de los acontecimientos. Y el gran acontecimiento es la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Pero hay una diferencia muy sutil entre lo que cuentan Marcos y Mateo. Según Marcos, en cuanto encarcelan a Juan comienza Jesús a predicar. Según Mateo, lo primero que hace Jesús es retirarse a Nazaret. Desde un punto de vista histórico y psicológico parece una interpretación más adecuada, que abre paso también a una visión más humana de Jesús, como si se tomase un tiempo de reflexión y decisión. Lugar de actividad La elección del lugar de actividad es sorprendente. Jesús se dirige a una región sin importancia en la historia judía, incluso conocida con el despreciativo nombre de «Galilea de los paganos». «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. El evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52). Dentro de Galilea no escoge Séforis, la capital, ni Tiberias, recién construida a la orilla del lago, sino Cafarnaúm, ciudad de pescadores, campesinos y comerciantes, lugar de paso, que le permite el contacto con gran variedad de gente y un fácil acceso a los pueblecitos cercanos. Sin embargo, Mateo ve las cosas de forma distinta que el historiador moderno. La elección de Galilea le recuerda una profecía de Isaías, en la que se habla de las terribles desgracias sufridas por esa región durante la invasión asiria del siglo VIII a.C. y se le anuncia la salvación para el futuro (tema de la 1ª lectura). Para Mateo, lo esencial es que Jesús no va a dirigirse a la gente importante, a los que pueden cambiar el mundo, sino a «los que habitan en tinieblas», «los que habitaban en tierra y sombra de muerte». La gente más despreciada y olvidada (campesinos y pescadores) será el primer auditorio de Jesús. Para ellos se convierte en una «gran luz». El mensaje inicial Mateo lo sintetiza en dos cuestiones: conversión e inminencia del reinado de Dios. «Convertíos, que el reinado de Dios está cerca». La conversión abarca dos aspectos: vuelta a Dios (como el hijo pródigo vuelve a su padre) y el consiguiente cambio de forma de vida, actuando como Dios quiere. La inminencia del reinado de Dios puede provocar bastante desconcierto, sobre todo si la relacionamos con el fin del mundo. Para comprender lo que dice Jesús hay que partir de la experiencia histórica. Desde el siglo VI a.C. el pueblo judío estuvo sometido a potencias extranjeras (Babilonia, Persia, Grecia, Egipto, Siria). La opresión cada vez resultó más dura, y fue despertando el anhelo de que Dios reinase en el mundo para acabar con toda esa serie de arbitrariedades e injusticias que lo dominaban. Surge así la idea del reinado de Dios (o «de los cielos», para evitar pronunciar el nombre divino). Algunos grupos lo entienden de forma simbólica: Dios reina a través de las autoridades religiosas judías. Otros lo interpretan en sentido estricto, como auténtica venida de Dios para establecer un mundo nuevo y definitivo. Estos grupos apocalípticos estaban convencidos de que esa venida de Dios, el fin del mundo presente, era inminente. Es comprensible el éxito que encuentra este mensaje entre los contemporáneos: a gente pobre, sencilla, oprimida por los romanos y sus colaboradores, anuncia un mundo nuevo, de justicia, paz, tranquilidad, amor, en el que Dios será el verdadero rey. ¿Es eso lo que piensa y promete Jesús? Mateo despejará las dudas muy pronto, en el Sermón del Monte, que leeremos los próximos domingos. Nuestra respuesta Este breve pasaje nos obliga a interrogarnos sobre nuestra propia vida. ¿Sería la misma si Jesús no hubiera comenzado a actuar y proclamar su mensaje? ¿Somos conscientes de que nosotros, como los habitantes de Galilea, estábamos sumergidos en la tiniebla y hemos visto una gran luz? ¿Nos dejamos interpelar por la llamada de Jesús a volver a Dios y a cambiar nuestra forma de vida? 2. Los primeros discípulos (Mt 4,18-22) Este breve pasaje, aparentemente tan fácil de entender, está plagado de misterios cuando se piensa en los principales protagonistas. Empezando por Jesús, ¿quién contrataría a cuatro pescadores para fundar y dirigir una multinacional? Solo un loco. No necesitan un título de las universidades de Jerusalén o Babilonia. No es preciso que hayan estudiado con los mejores rabinos ni que se sepan la Torá de memoria. Basta que quieran seguirlo renunciando a todo. Si misteriosa resulta la conducta de Jesús, también lo es la de los cuatro llamados. ¿Qué los mueve a dejarlo todo, incluso al padre, y seguir a Jesús sin conocerlo previamente? Aquí hay dos cuestiones distintas: el conocimiento previo y el seguimiento radical. Que ya conocían a Jesús lo dan por seguro algunos aludiendo al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús entró en contacto con ellos cuando el bautismo (Jn 1,35-51). O afirmando que el verdadero orden de los acontecimientos es el que se ha conservado en el evangelio de Lucas (4,31-5,11): después de curar a un hombre con espíritu inmundo, a la suegra de Pedro, después de otras muchas curaciones y expulsiones de demonios, cuando Jesús es ya de sobras conocido, es cuando llama a los cuatro primeros discípulos y estos lo siguen. Pero este conocimiento previo no resuelve el problema del seguimiento radical, renunciando a todo. ¿Qué les movió a ello? Marcos no lo dice en este momento. Más adelante indicará que Santiago y Juan lo hicieron, al menos en parte, por ambición política: estaban convencidos de que Jesús llegaría a reinar en Jerusalén y ellos pretendían los dos primeros puestos en su corte (Mc 10,35-37). También Simón, al confesar a Jesús como Mesías, rechazando el sufrimiento y la muerte, demuestra una preocupación política. Cosa que deja muy clara Lucas cuando habla de los discípulos de Emaús y en el último diálogo antes de la ascensión: concebían a Jesús como quien había de liberar a Israel (Lc 24,21) e instaurar su soberanía (Hch 1,6). Sin embargo, la explicación anterior, aunque sea válida, supone adelantar datos. En este momento nos quedamos sin saber qué movió a los cuatro a seguir a Jesús. Lo que no admite duda es que lo siguieron. Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: creen en la buena noticia del Reinado de Dios, lo siguen y cambian radicalmente de vida. Y esto debía de provocar en los primeros lectores del evangelio un profundo asombro ante el poder de atracción de Jesús y la disponibilidad absoluta de los discípulos. Algo en lo que se verían reflejados, porque también ellos y ellas habían sentido la llamada de Jesús y, a pesar de todas las dificultades y críticas, lo habían seguido. 3. Resumen (Mt 4,23) La frase final, tan breve, puede pasar desapercibida. Pero supone un complemento esencial a lo dicho en el punto 1. Allí, la actividad de Jesús se centra en la enseñanza. Aquí, la enseñanza va acompañada de la acción: recorre, enseña, proclama, cura. Curar enfermedades y dolencias ocupa gran parte del tiempo de Jesús. Hace dos domingos, Pedro resumía todo con las palabras: «pasó haciendo el bien». Pero hay en este resumen algo que generalmente no valoramos: Recorría toda Galilea. Supone esfuerzo, sacrificio, pasar de 38º en el lago a pueblecillos nevados en invierno. En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a una parte de la población “con el bautismo de Juan”. En esa ciudad no se conocía el bautismo de Jesús.
Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer? El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las primeras comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo. Por eso, a continuación del prólogo, el evangelio comienza con la frase: “He aquí el testimonio de Juan”. El Bautista no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. No era el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Con eso se aclaraban bastantes confusiones. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne. El cuarto evangelio pasa de puntillas sobre el bautismo de Jesús y no quiere resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio; al contrario, Jesús debía crecer, y Juan debía menguar (Juan 3, 28-30). Tras el prólogo, el evangelista va presentando lo que pudo ocurrir en el interior de Juan Bautista, su proceso vital y espiritual. Es como si el evangelio nos metiera “en las entrañas del Bautista”, para ayudarnos a comprender su proceso interior. En primer lugar, el sentido de su vida: ha venido para dar a conocer a un hombre -a Jesús- al que ha bautizado con agua. Es decir, no tiene sentido que el Bautista fuera el centro de atención y consiguiera más y más discípulos, sino que viene a realizar una misión que conduce a Jesús. Y el Bautista le deja paso, consciente de que Jesús ha venido después, pero, en realidad, es el primero. El evangelio nos presenta también la vocación y misión del Bautista: ha recibido la inspiración de que mientras él estuviera bautizando con agua, conocería a quien eracapaz de bautizar en el Espíritu. Y dar testimonio de que ese es el Hijo de Dios. ¿No se saludaron Jesús y el Bautista? ¿No se produjo un encuentro familiar entre los dos, puesto que eran primos y los lazos familiares se cuidaban en Israel? Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el testimonio de Juan sobre Jesús: “Este es el Cordero de Dios”. Pero ¿cómo pudo decir esa frase, que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del COVID, hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una confesión de fe que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado. El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, que desemboca en los versículos siguientes en un relato de vocación. Dos discípulos de Juan le abandonan para seguir a Jesús. Dan testimonio de que merece la pena seguirle y animan a otras personas a hacerlo. Con esta perspectiva se comprende mejor el texto del evangelio de hoy. Juan Bautista es un hombre de Dios que está a la escucha. Ve y oye. Capta los signos y da testimonio. Y, gracias a su testimonio, quienes seguían a Juan pasan a ser discípulos del Maestro. Hoy vemos y oímos. Captamos signos y los interpretamos. ¿Damos testimonio? ¿De qué o de quién? ¿A dónde conduce nuestro testimonio? Sigue el evangelio con propuestas aparentemente inconexas, pero Lucas sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos, no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ese Señor al que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser.
Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad son todos símbolos que nos tienen que lanzar a buscar un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un dios fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que, a través nuestro, manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme? La petición que hacen los apóstoles a Jesús está hecha desde una visión mítica de Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo, cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles, ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón sin salida. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas para salir del servilismo al dios cosa. Jesús no responde directamente a los apóstoles porque la petición no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento. Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí. Dios no anda por ahí jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros podemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta. La fe no es un acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de verdad importa. Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan. Para nosotros, creer es el asentimiento a unas verdades teóricas, que no comprendemos. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamente extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en... Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con imposiciones porque nace de lo más hondo del ser. No debemos esperar que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una Realidad que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y de nosotros. Creer en Dios es apostar por el hombre. Es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte: por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. ¿Por qué tantos que no "creen" nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre? Superada la fe como creencia, y aceptando que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para alcanzar su plenitud. La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos aún, inútiles sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como un toma y da acá. Si ellos cumplían lo mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún conservamos nosotros. Me he preguntado muchas veces por qué los humanos nos conformamos con ídolos, con supercherías, con magias, con irracionalidades… Es decir, con una religión falseada.
Todos necesitamos un Dios, con el nombre e imagen que sea. Sabemos que somos frágiles, limitados, necesitados, que tenemos un inicio y un fin, que somos caducos. Nuestra propia naturaleza pequeña clama por un Dios trascendente al que poder agarrarnos. Se trata de la "religión primaria" de todos los seres humanos de todos los tiempos. Necesitamos "dioses" más poderosos que nosotros que ayuden nuestra limitación y expliquen nuestro origen. En principio es un "movimiento egoísta". Queremos conseguir que los "dioses" nos sean propicios y nos libren de los peligros de este mundo. Tanto necesitamos ese auxilio que hasta matamos para conseguirlo. No necesito citar las múltiples religiones que practicaron "sacrificios humanos". En un momento dado de la evolución humana se empieza a vislumbrar que un Dios auténtico tiene que ser único. Poco "dios" sería si tiene que compartir su poder. Poco racional nos parece hoy lo del Olimpo. De la tradición del Dios único de Abraham venimos los cristianos y demás religiones monoteístas. Nosotros, además, contamos con la ratificación de Jesús al que consideramos Hijo de Dios. De su seguimiento nace la Iglesia Católica con todos sus avatares, exageraciones, putrefacciones y disgregaciones. Lo que hoy resulta tremendamente chocante es que la mayoría católica siga siendo de "creyentes primarios", es decir, totalmente adheridos a la "religión egoísta", como lo fueron nuestros ancestros de cualquier creencia religiosa. Más absurdo todavía es que nos hayamos construido nuestro Olimpo particular o "imaginario Cielo". En el que reina un teórico y limitado Dios único, auxiliado por una pléyade de "diosecillos menores" (vírgenes y santos) cuya intervención y súplicas necesita para actuar. Nos parece normal porque lo hemos mamado y nadie nos saca del error, pero en realidad practicamos un "politeísmo asimétrico" y una "piedad mitológica". Y es que lo que nos interesa es tener "dioses" que nos den seguridad, cubran nuestras necesidades y nos libren de los peligros. Nos hemos construido "dioses manejables y utilitarios" que nos sean propicios, exactamente lo mismo que buscaban los primitivos homínidos. Hemos emulado el "becerro de oro" de los israelitas y nos hemos construido una invisible "vaca lechera" a la que poder ordeñar con nuestras peticiones o las "ficticias intercesiones" de nuestros santos vaqueros o de la gran vaquera, mediadora de todos los lácteos. ¿Y qué hemos hecho con Jesús de Nazaret? Pues nos hemos quedado en su frase "más primaria": "Pedid y recibiréis" (Mt 7,7), totalmente acorde con la cultura y mentalidad de sus oyentes. Y la hemos interpretado en su sentido más aprovechado: lo básico es "pedir", así conseguiremos saciarnos. La lección previa: "no seáis como los paganos…" (Mt 6,5 y ss) la hemos despreciado. Así hemos llegado, tras XXI siglos, al eje actual de nuestra religión: PEDIR para CONSEGUIR. No importa si nos fabricamos ídolos, si somos irracionales, si nos separamos de las enseñanzas de Jesús, lo importante es CONSEGUIR que Dios baje y nos colme. ¿Eso no es egoísmo infantil puro y duro? No es verdad que amemos a Dios. Lo que amamos es su supuesta capacidad de auxiliarnos. Lo que nos interesa son "el pan y los peces". Lo mismito que aquellos israelitas que querían hacer rey a Jesús después de la multiplicación (Jn 6,26). En quien de verdad estamos interesados es en un ídolo: "el dios intervencionista", al que intentamos contentar y convencer directa o indirectamente. ¿Cuántos piensan y actúan hoy como si todo dependiera de nosotros? Pues muy pocos. Los Guías nos empujan a colgarnos del "ídolo intervencionista". ¿En esa actitud no subyace otro "movimiento egoísta"? Si viven del Pueblo, han de convencernos de que son "útiles materialmente" para que no les abandonemos. Hace unos días me han hablado del cobro de sacramentos en algunas Parroquias e, incluso, del pago previo de las formas para las primeras comuniones. ¿Por qué los fieles aguantan y toleran esas inmundicias? Respuesta sencilla: "Porque nos han inculcado que desafiar a los curas es desafiar a Dios". Error garrafal. No pongo en duda la buena intención de la mayoría de Curas y Religiosos con galones o sin ellos. Lo que denuncio es que su rancia doctrina, sus ritos y sus devociones NO se orientan a hacernos más "libres y autónomos" sino todo lo contrario. La religión católica de hoy tiende a hacernos "dependientes" de ese "dios intervencionista" y de quienes se consideran sus administradores. ¿Por qué, entonces, hay personas que se sienten consoladas, apoyadas y hasta felices con nuestra religión? 1º) Porque el "ambiente humano" es decisivo para las creencias religiosas. Hemos mamado que somos los verdaderos, los fetén, los hijos predilectos, los que tenemos asegurado el cielo y el amparo divino (si no crees eso, eres un hereje o un ateo). Es una primera etapa elitista y poco religiosa. Muchos no pasan de ahí y se acomodan en una "religión infalible, ritual y estética". Eso mismo creen o creían, por ejemplo, los adoradores del "tótem pájaro", del "dios sol" o de la "diosa Anubis". Eso mismo creen los seguidores de otras religiones o sectas. CREER da "seguridad sicológica", una de las fuentes de la felicidad. Y si creo junto con millones de personas (ambiente humano), más seguridad. Con ello se cubre una de las necesidades básicas del ser humano: la SEGURIDAD sicológica. Aunque aquello en que creemos sea más falso que un gato con cinco patas. 2º) En una etapa progresiva los creyentes descubren "el hueco". Puede ser tarea de años y de intensidad diversa. Es una experiencia confirmada por millones de seres humanos a lo largo de los siglos. Nos han creado con inteligencia para que aprendamos a construirnos, perfeccionarnos a lo largo de la vida y ayudarnos. Somos seres evolutivos y sociales. Cuando minoramos la imagen del "dios intervencionista" (la "vaca sagrada" que nos provee cuando la ordeñamos con nuestras oraciones y sacrificios) y el "egoísmo religioso" (que solo busca auxilios puntuales) algunos profundizan y descubren "el hueco". Sobre todo los profesionales de la religión y personas más piadosas. Ese "hueco" es una especie de "hambre" o "nostalgia" que se siente en el interior y busca instintivamente a la Madre de la que salió. Ese "instinto espiritual" se siente en el fondo de la persona, en la zona profunda de la sensibilidad anexa al ser, lo íntimo y constituyente de cada persona. Y se somatiza en el bajo vientre. Quizás entonces observes la creación y te des cuenta que ya contiene todo lo que necesitas para vivir, aunque tengamos que trabajar para conseguirlo. Puede que algunos desembarquen en el "ateísmo" al no necesitar un "dios" que les consiga las naranjas o el pescado. Quizás entonces descubras la fuerza de la interioridad y en ella unos "valores", que no hemos sembrado, pero están ahí y son parte de nuestra personalidad. Sumergido en esa interioridad, percibirás unas "aspiraciones" (también en el fondo de la sensibilidad) que van más allá de conseguir el cocido de cada día. Quizás empieces a vivir la seducción de ese "hueco interior" y a disfrutar de su atracción gravitatoria. Quizás descubras que la bondad, la paz, la compasión, el amor están en ese interior como "aspiraciones" que jamás se colman, siempre te dejan con hambre. Es inevitable que te percibas limitado, pobre, pequeño. Algunos a esa sensación de finitud la llaman erróneamente "pecado" y se culpabilizan, probablemente fruto de una tenebrista formación religiosa. Cuando descubres esto "vivencialmente" intuyes que Alguien debe tener todo eso sin límites. Es entonces cuando te das de bruces con el Dios Trascendente, que es más que tú, y el Dios Inmanente que inunda tus limitados cimientos y tiende a expandirse dentro de ti. Has desembarcado en el "hueco". Has comprobado tus límites pero también tus potencialidades. Has descubierto la "experiencia mística". "Nos hiciste Señor para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" (Agustín de Hipona). Esto es común a todos los seres humanos. Desde ahí se vive la universalidad, la fraternidad, el ecumenismo, la vivencia de un único Dios. Te sentirás "ínfimo y efímero, pero necesario" para construir una Humanidad más humana. Quizás llegues a definir a ese Dios que te inunda y circunda, como "Infinitud se las aspiraciones profundas del hombre", sin más connotaciones, separaciones, privilegios o absolutismos. Quizás te des cuenta que ese "Dios Infinito" que tiende a expandirse en tu "hueco" no puede ser el "dios tacañón" al que invocamos continuamente para que suelte la lluvia, el pan o la salud. Quizás llegues a la certeza de que todas nuestras necesidades están atendidas en la Creación, que nada hay que pedir, que solo hay que "trabajar y administrar" lo que se ha confiado a nuestra "libertad y autonomía". Si te quedas en la superficie, solo sentirás tus necesidades biológicas y sicológicas. Te estancarás en la oración de petición y permanecerás siendo un creyente infantil, dominado por los clérigos (de cualquier religión). Nunca serás realmente "libre y autónomo" ni conocerás la dulzura de los frutos del Espíritu. Esa vivencia del "hueco" alegra el corazón de los católicos y de todos los místicos de cualquier religión. Cuando vives desde ahí poco importa que interiorices ante el "tótem pájaro", el "sol" o un "sagrario". La "vivencia religiosa" con sus consuelos y deleites están ahí para todos los seres humanos. Empezarás a entender lo que significa "adorar en espíritu y verdad" (Jn 4,23). 3º) La etapa de la coherencia. Una vez descubierta vivencialmente la existencia de un Dios trascendente e inmanente, posible para cualquier ser humano, entran en juego dos factores: el "ambiente religioso" y la "búsqueda de coherencia" (somos seres que pensamos). El "ambiente religioso" pesa muchísimo, sobre todo en etapas inmaduras (domina el creer en lo que otros te dicen: "fe de paja"). Pero la "búsqueda de coherencia", propia de seres inteligentes, te conduce a descubrir el "Dios coherente". Será un motor de progreso no solo para saltar de una religión a otra, sino para evolucionar en la propia religión. Los primeros cristianos no se convirtieron por una gracia especial, ni por un bautismo transformante, sino porque sintieron desde dentro que la "luz de Jesús" era coherente con sus vivencias profundas. Puede que los textos escriturarios describan mágicamente algunas conversiones, como tantas y tantas cosas de la Biblia, escrita en una etapa mítica y mágica de la humanidad, incluido el NT. Pero el acercamiento al "Dios coherente" te lleva a deducir que el Espíritu Santo -con tanto trajín en nuestro cristianismo- no tiene ningún "elegido" y se derrama igualmente TODO en TODOS. Lo dice el Evangelio: "Hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45). "Está escrito en los profetas: TODOS serán enseñados por Dios" (Jn 6,45). Es la "disposición personal" de cada uno y el "ambiente humano" (de lo que vengo hablando) lo que consigue que te moje o te resbale ese Espíritu que llueve sobre TODOS. Lo describe claramente la "parábola del sembrador" (Mt 13,3). Muchos cristianos mantienen una "fe de paja", muy frágil, muy insegura, muy postiza. Creen en "otros seres humanos" y solo siguen ritos, rúbricas, peticiones, doctrinas y conductas impuestas por seres humanos. Lo mismo ocurre en otras religiones. Esto, que es normal en una primera etapa, es una barbaridad en la edad madura. En realidad son "robots" programados que buscan cubrir unas necesidades humanas. O "bebés" conducidos por otros en sus carritos, sin apoyo en las certezas y evidencias interiores. Es totalmente explicable que abandonen el carrito cuando se dan cuenta de que están siendo conducidos o manipulados. Los responsables cultivaron árboles sin raíces, construyeron "casas sobre arena" (Mt 7,26). No basta creer o someterse a alguien que te dice lo que has de creer. Hay que utilizar la luz que el Creador nos ha dado: la inteligencia. Ella nos afirma que un "dios manipulable e imperfecto" no puede ser Dios. La maduración religiosa (la vivencia) te conduce a la coherencia. Entonces te preguntas, contrastas, te dejas interpelar con libertad. Tu inteligencia coherente y tu vivencia interior se alían para llevarte a la "adhesión" de lo que coincide (es coherente) con tus "aspiraciones profundas". Cuando hace unos años, en el Sínodo de mi Diócesis, me dejaron intervenir por 3 minutos (máximo permitido a los laicos) ante la Asamblea General presidida por todos los Obispos y Curas de graduación les espeté este comentario: "Yo no creo por lo que me han enseñado o me mandan creer los Obispos. Creo porque mis "aspiraciones profundas" coinciden con la predicación y ejemplo de Jesús de Nazaret". Esa misma coherencia te lleva a ajustar las imágenes distorsionadas de Dios que corren por nuestro Pueblo. Muchas promovidas o consentidas por quienes deberían iluminar y guiar. Por esa coherencia jamás imaginarás que Dios está contenido o se identifica con algo material. Ni en el tótem, ni en el sol, ni en una escultura, ni en una custodia. Te percatarás de la cantidad de ídolos y seudoreligión que arrastramos. Te darás cuenta que los "signos" (sacramentos) solo son eso, signos, algo que te remite al Dios que te inunda, te circunda y te trasciende. La única criatura que es recipiente de Dios es el ser humano. "Cuanto hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40). Sin embargo, hemos llenado nuestras iglesias de imágenes, reliquias, sagrarios, etc., cuanto más preciosistas mejor. Hemos materializado la religión, hemos construido una cantidad ingente de ídolos. Los símbolos son útiles para conducirte a lo que simbolizan. Los carteles del camino son muy útiles, pero si te paras a rezarlos o adorarlos frustras totalmente tu viaje. He orado horas y horas delante de cualquier sagrario, todavía me encanta doblar la rodilla y sentirme en adoración. Pero sé que esa lamparilla encendida y el sagrario solo es el recordatorio de que Dios está con nosotros, dentro de ti y de mí, manteniendo la creación en su esencia. Si por un momento se distrajese y retirase su potencia creadora, todo desparecería, hasta los adoquines de la calle que transito a diario. Por eso el mejor templo para contemplar, profundizar y ver a Dios es tu interioridad, la naturaleza y tu semejante. Si no corriera el riesgo de que me encerrasen en un manicomio, me arrodillaría ante un ser humano (de cualquier religión) para adorar a Dios, sobre todo si es alguien que sufre. Ahora sé que el Dios Inmanente que nos constituye a los dos (y a toda la humanidad) solo se puede mostrar por mi corazón y mis manos. Cuando llegas a este punto poco importa cómo llames a ese Ser ignoto (al que nunca abarcarás) con tal de que sea coherente con tu inteligencia. Y nada te separará de los otros seres humanos o criaturas de este mundo. Todos y todo lo vivirás con esa fraternidad de criaturas del mismo Padre. Una religión que separa, acapara, se apropia y esclaviza en nombre de un "dios" (se llame como se llame) es racionalmente falsa. "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16), incluidas sus "manifestaciones religiosas". Y ahí los católicos hacemos agua. No basta vivir el "hueco", ese "ansia de Dios" que nos habita. Hay que ser coherentes en lo que oramos y en lo que obramos. Es decir, cabeza, manos y corazón deben estar sintonizados. Eso es lo que llamamos "unificación de la persona". He llegado a comprender que toda manifestación religiosa oficial debería tener la finalidad de "ILUMINAR" nuestra inteligencia para acertar a administrar nuestra vida y vislumbrar (creer) a ese Dios que ya nos lo ha dado TODO. Y por otro lado "MOTIVAR" nuestra voluntad para seguir lo que ya llevamos dentro, el parecido con ese Creador, su "imagen y semejanza". Me consta que muchos católicos, cuando leen lo que voy publicando, piensan: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?" (Jn 6,60). Y se vuelven a sumergir en las jaulas, en que nos tienen encerrados los jerarcas, con el precioso don de la razón bien adormecido. Nos han vendido con fraude que superar a los que mandan es pecado, herejía, falta de fe, condena segura… Sin embargo, Aquél al que sigo prefiere la libertad: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). Porque sin libertad, sin apertura al "espíritu y vida" (Jn 6,63) no puede existir una religión auténtica. Lo enseñan lo maestros espirituales: Hay que "desinstalarse" para progresar. Pero la mayoría de los católicos viven cómodamente "instalados". Y si alguien se mueve libre como una veleta al viento de la "Ruah", se le proscribe o expulsa. Los nuevos arrendatarios de la viña se han adueñado de la viña, como los de antaño. No hay más que ver cómo se encumbran ante el Pueblo y cómo exigen reverencias, inciensos y sometimientos. Cuando veo estas imágenes me pregunto: ¿Estos son de verdad "servidores", "discípulos de Jesús", o prepotentes impostores? Leo estos días una frase del Papa Francisco: "¡Si Jesucristo no nos pone en crisis, quizás hayamos aguado su mensaje!" El papa Francisco nos ha hablado muchas veces del gnosticismo como una tentación siempre presente. El gnosticismo es la noción de que la salvación sucede en otra parte, en otra esfera y no aquí; de que la carne y la realidad estorban y que hay que buscar salvación en las nubes. Hablemos un poco de esto.
Un templo en el que se planeó la muerte del Dios hecho carne El profeta Jeremías denunciaba la religión del templo, esa de los que se creían muy de Dios si gritaban a todo pulmón “el templo del Señor”, “el templo del Señor”, “el templo del Señor”. Ese templo, “ideado” como casa de Dios resultó siendo lugar de exclusión, allí no cabían todos los hijos e hijas de Dios; ya los gentiles se tenían que resignar a quedarse en el atrio, las mujeres podían avanzar solo un poco hacia dentro, los hombres judíos penetraban más hondo, los sacerdotes todavía más allá y sólo el sumo sacerdote y sólo alguna vez al año, hasta el Sancta Sanctorum. En ese templo “ideado” cabía una idea de Dios y se volvía así, mutatis mutandis si lo comparamos con el de Platón, un mundo de ideas, de doctrinas, de leyes, pero que resultaba separado de la realidad, del sufrimiento, de las mujeres, de los pecadores, de los extranjeros, de lo cotidiano y vulgar. Y es así como en ese templo no tuvo mucha fortuna Dios hecho carne, Dios hecho humano, Dios hecho realidad. Los muy religiosos y los que pasamos mucho tiempo en edificios sagrados, tenemos que mantener siempre en mente y corazón que el asesinato de Dios hecho carne, Dios hecho humano, fue planeado desde un templo y que los que maquinaban su muerte fueron hombres religiosos. Dios idea cabía en ese templo ideado por la religión, Dios realidad no cabía allí, nunca pudo entrar hasta el fondo y fue sacado incluso de la ciudad santa, por fuera de las murallas que custodiaban el templo, y allí se le quiso “arrancar de la tierra de los vivos”. El Dios que desde siempre nos habló en la creación y en la historia fue obligado a callar y estarse mudo; el rechazo a Jesús es en el fondo rechazo a la realidad. Jesús, que no es “ideado” por nadie y si nacido de una mujer y por obra del Espíritu, es Dios hecho carne, Dios hecho realidad… ese es ahora nuestro templo… esto fue toda una revolución en la manera de entender a Dios ya en los primeros tiempos de la Iglesia y lo sigue siendo hoy. Pensemos por ejemplo en el escriba y el sacerdote de la parábola, ellos tenían prisa por las cosas del templo, ese lugar donde guardaban su idea de Dios, su ideal, y por ello no podían detenerse ante lo real, el hombre medio muerto tirado en la cuneta; luego, un samaritano, uno que no iba a ese templo, es el que pasa y se detiene y lo lleva a una posada. La Iglesia tiene más de esta posada en la que cabe el medio muerto que del templo para ritos y Biblia. La verdad es que ese escriba y ese sacerdote siguieron en su idea de Dios, pero no se encontraron con él, este samaritano que se detuvo se topó con Dios… todo lo que vanamente buscaban los ritos del sacerdote y las doctrinas del escriba, es decir dar gloria a Dios, fue concedido y sin siquiera imaginárselo, al samaritano, ese se encontró con la divinidad en un medio muerto… desde que ese samaritano hizo lo que hizo quedó claro para Jesús y para nosotros que sabemos de Dios lo que sabemos de los pobres… se estudia a Dios no pasando páginas de libros, se estudia a Dios acariciando la carne de los que sufren, el libro para hacerlo es la piel de la gente y del mundo todo. De los filósofos y la encarnación Pero después el Evangelio tenía que atravesar fronteras y llegar, poco después de pentecostés, hasta Grecia; por allá era muy difícil imaginarse a Dios “en la carne cálida y acogedora de las personas”, como bellamente lo expresa Leonardo Boff”. Para los griegos, aunque habían dicho cosas maravillosas e intuyeron muchas verdades, Dios seguía siendo una idea sublime, trascendente, elevada, más allá de cualquier perfección… pero una idea, al fin y al cabo. Bástenos citar a Aristóteles que se imaginaba a Dios como un “motor inmóvil”, uno que mueve todo como en una especie de control remoto, pero no movido por nada, sin sentimientos, ni compasión, sin amor siquiera: "El que es autosuficiente no necesita ni servicios de los demás , ni su afecto, ni su compañía, sino que es muy capaz de vivir por su cuenta. Esto queda muy claro si observamos lo que sucede con Dios: es obvio que Dios, que no tiene necesidad de nada, tampoco necesitará amigos, ni nada que pueda afectarlo de tal manera que lo controle". Dios sí, pero como idea, más allá, en un supuesto segundo piso; Dios sí, pero no metido con nosotros, en lo real. Dios sí, pero no uno de tantos, a lo sumo con apariencia de humano, pero no humano. En ese clima nació el gnosticismo. La tentación de volver al templo y de quedarse en los libros y especulaciones Esta es la tentación gnóstica de la que nos habla el papa y de la que profusamente se ocupan Juan, la carta a los hebreos y muchos padres de la Iglesia: un evadir la realidad y un sacar a Dios de lo concreto de la vida. El gnóstico, y esto fue todo un lío en la Iglesia antigua y lo sigue siendo en la de hoy, quiere volver al templo de Jerusalén y a las religiones y dedicarse al culto, a las leyes y a la doctrina y quedarse en los libros y en las especulaciones en los que Dios aparece a su medida, no quiere ir a la realidad, a la carne. No pensemos que esta tentación sea de los antiguos, es algo muy de hoy y Francisco nos ayuda a desenmascararla y es por eso por lo que se ha ganado malquerencias. Es que una Iglesia gnóstica ha gozado y goza de muchos privilegios. Así como es fácil pensar en Cristo Jesús como el que todo lo puede, rodeado de luz y de ángeles, ajeno a lo cotidiano y a las limitaciones, haciendo milagros por doquier, así, con esta mentalidad, se vuelve normal pensar la Iglesia y considerarla como una institución perfecta, llena de poder, mediadora de una salvación que nada tiene que ver con los problemas reales de todo hombre y mujer, en su zona de confort y sin bajar a las miserias del mundo; una Iglesia que aparenta estar con la gente, pero que en realidad está muy lejos. Como algunos cristianos al principio, que se negaban a ver a Dios en el que nació de una mujer y murió en la cruz, o que dudaban de la humanidad de Cristo ya que les parecía indigna de Dios, hoy hay una tendencia a encontrar a Dios en milagros y experiencias de trance, revelaciones especiales y éxtasis místicos, abstracciones espirituales, y todo esto con indiferencia por las personas que sufren. El cristianismo se vuelve gnosticismo al ignorar Auschwitz, Ruanda, Armenia, el apartheid, las luchas por los derechos negros y civiles en América, las dictaduras, la migración y los refugiados, las pandemias y las enfermedades, el tráfico humano, el cambio climático y la pobreza, la invasión rusa a Ucrania, el conflicto armado, el narcotráfico, la discriminación de la mujer, las protestas de los jóvenes, la desigualdad, los falsos positivos…etc. Siguiendo estas lógicas gnósticas, con un Cristo humano sólo en apariencia, también la fe permanece lejos de la realidad y es como una capa de pintura en las personas que se definen a sí mismas como creyentes; como una obra de teatro, algo relevante para sacristías y templos y sin sentido para las situaciones que vivimos. Y los creyentes que movidos por su fe se interesen en problemas reales, se convierten en sospechosos de heterodoxia e incluso son rechazados y puestos al margen, valgan como ejemplos lo que ha pasado con la teología de la liberación, la teología negra, la teología feminista, la teología de las religiones, la teología política, todas ellas a menudo puestas en entredicho; pensemos en las acusaciones que frecuentemente le han hecho al papa algunos cardenales y obispos y fieles muy devotos y esto porque, según ellos, en vez de ocuparse de la salvación pierde el tiempo en el cuidado de la casa común, en la política, en los movimientos sociales, en el problema del hambre, en los pobres; mientras la salvación no tenga que ver con cosas cotidianas y concretas, ellos piensan que es salvación, y si se concretiza pues la ven como un reduccionismo. No se dan cuenta estos que aquí se trata de lo original del cristianismo, Dios que se reduce, es más, Dios que se anonada; en la encarnación el absoluto se hizo relativo; la Palabra hecha carne hablaba arameo, una lengua de pocos y pobres; la sabiduría se puso a aprender y el Creador fue instruido en el arte de la carpintería en el taller de José. Es por todo esto por lo que el papa Francisco también nos dice que en lo concreto es donde nos tenemos que detener. Las lógicas del gnosticismo siguen teniendo una influencia poderosa en la Iglesia hoy. Es la fe que se siente bien en los rituales y la moral, cerca de los ambientes sagrados, pero se niega a entrar en los mercados, los parlamentos, los estadios, el cine, la discoteca, una fe atemporal y sin espacio; fe que da más importancia a las realidades celestiales e ignora las terrenales, ocupada con los espíritus y descuidando la carne; fe insistiendo en la divinidad abstracta, como si se tratara de un fantasma, y desconociendo que esta toma carne, se muestra en la realidad. La encarnación nos señala otro camino La encarnación es pues una revolución en la idea de Dios. Dios, como lo hemos visto y tocado en Jesús, en nuestra carne, viviendo la vida de un ser humano, cercano y vulnerable, sufriendo, naciendo y siendo asesinado. El Evangelio pone en cuestión todo lo que normalmente se pensaba sobre la divinidad, tanto en el templo de los sacerdotes como en las escuelas de los filósofos, y en consecuencia deja a sus oyentes en una situación incómoda. Ahora Dios se abaja, no está en un cielo, está aquí con nosotros y se deja ver en lo que hay. La encarnación nos señala otro camino, fuera del templo y de las deducciones de los filósofos: vemos a Dios que hace suyo todo lo humano, totalmente implicado en la realidad:un niño acostado en un pesebre y un crucificado no dan lugar a la gnosis y al escapismo. Dios , como lo decía Ireneo de Lyon, que se acostumbra a nuestra carne, y Tertuliano hablaba también de que, lejos de ser un obstáculo, “la carne es eje de la salvación”. Hoy no faltan los cristianos, y la idea es de Richard Rohr, que parecen creer más en la ex -carnación que en la encarnación. Dos pasajes de la literatura y una anécdota de la vida real que nos pueden ayudar a desenmascarar la tentación gnóstica El primer pasaje es de Víctor Hugo en “Nuestra Señora de París”. El archidiácono Claude Frollovive en la catedral y allí está siempre en medio de muchos libros y ciencias y mirando el mundo desde la religión y desde arriba; sabe leer y especula, pero se verá a lo largo de la novela que no sabe amar. Un día, desde su balcón, ve a Esmeralda, una gitana, que danza y encanta a todos, y también él se enamora; pero, qué tragedia enamorarse sin saber amar. Y empieza a luchar para tenerla, intenta secuestrarla, recurre a la fuerza… Al final, termina destruyendo a su amada y ocasionándole la muerte y todo acaba mal… y acaba también con todos los que aman a Esmeralda. Esta historia, esta parábola de la literatura, podrá decirnos algo sobre el escándalo de los abusos, la Iglesia que ha descubierto a palos que sus líderes saben ortodoxamente de ritos y doctrinas, pero que no tienen idea de amar…y terminan destruyendo a los más pequeños: hay gnosticismo en este asunto. El segundo pasaje es de García Márquez en el cuento “La siesta del martes”. Una mujer buscando a su hijo que había sido asesinado por ladrón, llega al pueblo costeño donde lo mataron, y llega a la hora inoportuna de la siesta y despierta al cura y todo para pedirle las llaves del cementerio y poder acercarse a la tumba de su muchacho y orar y ponerle unas flores. El sacerdote, tal vez malgeniado por la interrupción de su sueño, sale y al saber quién es la señora y qué es lo que quiere, lo único que se le ocurre decirle es “y usted fue que no le enseñó buenas costumbres a su hijo”… es decir, se fue por el lado de la moral y de la ley, se fue a las ideas y olvidó el dolor de la madre… muy capaz de moral, incapaz de acoger a la gente en su situación. Para más es la hermana del cura, otro personaje del relato, la que al ver salir a la señora hacia el cementerio le entrega una sombrilla para que se proteja del sol y se le haga menos dolorosa la visita… El primero se ocupaba de ideales, un gnóstico, la segunda de realidades, era una verdadera cristiana. Una anécdota de la vida real, de Monseñor Gerardo Valencia Cano: al finalizar una visita a Buenaventura, el nuncio apostólico de la época le pidió, o más bien le ordenó, construir pronto el palacio episcopal; el hermano Gerardo le respondió, con delicadeza y fuerza, que él no podía hacer un palacio para el obispo mientras los pobres vivieran en casuchas. Algo así es lo que queremos decir con esto de “ser real”, de asumir el sufrimiento, de hacerse vulnerable. Hacerse un palacio en medio de la miseria va más con el gnosticismo que con el evangelio. Una última pregunta: ¿Iglesia católica o iglesia gnóstica? Este problema de Colombia de mayorías católicas que no termina de aceptar la justicia reparativa, de comprender la JEP, ese tribunal que está tratando de implementar un sistema de justicia no basado en el castigo, sino en la reparación (diríamos nosotros con lenguaje bíblico de “justificación del pecador”), ese lío con los excombatientes que firmaron el acuerdo de paz y a los que no se les da una oportunidad y se les asesina, en este 2022, según datos de indepaz, van 21… estos de la Iglesia, no faltaron entre ellos algunos obispos y párrocos, que vieron tantas objeciones a los acuerdos de paz y que veía como un absurdo que no fueran a pagar cárcel…. ¿Todo esto no indicará una iglesia gnóstica? Es que uno de los textos más predicados es el del padre misericordioso que tenía dos hijos, ese padre que no se preocupó tanto de las cuentas que le tendría que dar su hijo delincuente; ese padre que le dio la bienvenida y le hizo fiesta; que incluso trató de convencer a su hijo, el mayor que tenía las características de la autodenominada “gente de bien” en nuestro país, para que dejara la rabia contra el hermano y se uniera a la fiesta… ese texto tan predicado por nosotros y que parece que no aplica en nuestra realidad, con los que han se han equivocado y vuelven y entregan sus armas, con los que buscan una nueva vida… El gnosticismo puede ser el problema de fondo; sí, el gnosticismo que nos hace creer que es muy linda la parábola pero que no tiene que ver con lo que vivimos, que sucedió en otro tiempo y otro lugar, no ahora y en Colombia…. si el evangelio no está sucediendo aquí y ahora lo que predicamos es puro gnosticismo…. Les dejo la pregunta, ¿Iglesia católica o Iglesia gnóstica? En cuanto deseo vehemente de posesión de cosas, bienes o riquezas, la codicia se caracteriza por la voracidad. Y la voracidad, a su vez, nace de un hambre insaciable que carece de límites y no se detiene ante nada en su afán depredador.
Codicia y voracidad esconden inseguridad de base -consciente o no-, que es la que se intenta paliar a base de la posesión de riqueza. Pero caen en la trampa de pensar que esta calmará el vacío percibido como amenaza. En realidad, la trampa es doble: por una parte, no se advierte que el vacío que se teme es simplemente consecuencia de la identificación con el yo; por otra, se piensa que ese vacío puede ser colmado de manera eficaz. El yo es vacío, en cuanto carece de consistencia propia. Por tanto, mientras dure la identificación con él, el vacío estará siempre presente. Sin embargo, al abrirnos a la comprensión de nuestra verdadera identidad, apreciamos que, más allá de ese nivel “personal”, somos plenitud. El vacío es un pozo sin fondo imposible de ser colmado. De ahí que embarcarse en esa tarea implique entrar en una dinámica caracterizada por la voracidad, pero tan inútil y estéril como ansiosa. La parábola de Jesús contrapone la codicia a “ser rico ante Dios”. Y tal indicación muestra el camino para salir de la ignorancia -fuente de la codicia y de la voracidad- y asumir una actitud y un comportamiento en coherencia con lo que somos, caracterizados por la confianza y la ofrenda. “Ser rico ante Dios” significa vivir en la luz de la comprensión de lo que somos. En la metáfora, “Dios” es lo opuesto al “yo”. Si vivir identificados con el yo conduce a la codicia y la voracidad, vivir en la comprensión de nuestra verdadera identidad nos ancla en la confianza, en la libertad interior frente a miedos e inseguridades y en la ofrenda que nos lleva a compartir. ¿Vivo más en clave de voracidad o de ofrenda? Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos, sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.
Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después de esta vida le pagarán con creces. Llevamos muchos siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales. Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha metido por el mismo camino sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés. En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio. Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaron su propia orden fundamentada en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir, como Jesús, que no tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible. El objetivo del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos. La conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa. La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá. Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado. El hombre tiene necesidades, como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendidos, la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tienen de malo en sí. Lo nefasto es poner la parte superior del ser al servicio de la inferior. Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos. El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada. El único camino para salir de este atolladero es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos. Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia. La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza. La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento de bienes que son imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El progreso desarrollista, en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto. Esperar que las riquezas nos darán la felicidad es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad puede ser nuestra prisión. En realidad, no queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible. Meditación Codiciar es desear con ansia lo que da seguridad a tu ego. Pon todo tu empeño en desplegar tu ser verdadero. Me debo ocupar de las necesidades materiales; pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad. El tesoro no está en las cosas, o en el cielo, sino dentro de mí. Dentro de ti está la única seguridad, la plenitud, la felicidad. En un momento de grave crisis económica, cuando muchas familias no saben cómo llegarán al fin de mes, resulta irónico que el evangelio nos ponga en guardia contra el deseo de disfrutar de nuestra riqueza. Sin embargo, Lucas no escribía para millonarios, y algún provecho podían sacar de la enseñanza de Jesús incluso los miembros más pobres de su comunidad. Las dos lecturas de hoy coinciden en denunciar el carácter engañoso de la riqueza, pero Jesús añade una enseñanza válida para todos.
Una elección curiosa: la primera lectura En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet, el famoso autor del “Vanidad de vanidades, todo vanidad”. La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos). La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal: De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio. Petición, parábola y enseñanza (Lc 12,31-21) En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final. El punto de partida es la petición de uno: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola. La parábola. A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear. Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona. La enseñanza final. Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios. Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes. Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos. Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios. Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Jesús y el Banco Central Europeo El BCE, en su intento de frenar la inflación, ha decidido subir los tipos de interés para que no invirtamos ni gastemos más de lo preciso. Jesús, en cambio, nos invita a invertir, pero de forma muy distinta, enriqueciéndonos a los ojos de Dios. Las posibilidades son múltiples, recuerdo una sola. Las ONG que trabajan en África y otros países del Tercer Mundo recuerdan a menudo lo mucho que se puede hacer a nivel alimenticio, sanitario, educativo, con muy pocos euros. Quienes no corren peligro, como el protagonista de la parábola, de disfrutar de enormes riquezas, pueden aprovechar lo que tienen, incluso poco, para hacer el bien y enriquecerse a los ojos de Dios. |
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