Partiendo de que, quién más, quién menos, todos renegamos de las duras condiciones de la vida que nos toca vivir y aspiramos a mejorarla de alguna manera, solo como botón de muestra ofrezco hoy a los seguidores de este blog unas pinceladas con textos de fray Eladio Chávarri, O.P. para mostrarles la densidad y la frescura de un pensamiento, tan original e iluminador como seguro, para progresar en tan noble empeño. Es algo así como invitarlos a un exquisito menú de degustación para que saboreen de antemano lo que realmente encontrarían de asimilar ese fecundo pensamiento. De entrada, les ruego presten atención a la espléndida proclama que él mismo escribió, hace ya muchos años, en Perfiles de nueva humanidad sobre los esfuerzos reales, fácilmente constatables, que se realizan en nuestro tiempo en esa dirección.
“Ninguna forma de vida, ni siquiera la del HPC (hombre productor consumidor), absorbe como una gigantesca esponja todas las potencialidades y energías de la persona. Hay varones y mujeres, sin duda bastantes más de los que conocemos, que no viven de la experiencia básica de la explotación. Aunque aprecian en su justa medida los bienes biopsíquicos y económicos, sin embargo, fraguan fundamentalmente su existencia sobre otros valores. Prende sencillamente en ellos una nueva humanidad. La gran mayoría la van desplegando a nivel personal; tal vez en el seno familiar o en comunidades privilegiadas. Sintonizan fácilmente con los que demandan más humanidad. Creo que la experiencia básica de discernimiento y de reconocimiento palpita también con timidez a nivel social. En todas las formas de vida hay fermentos sociales, y quienes aspiran a un hombre nuevo han de estar muy atentos a su evolución. ¿No resuena acaso la experiencia del reconocimiento en las reivindicaciones ecologistas? ¿No hay finos discernimientos en la defensa de la identidad y de la dignidad relativas a edades, pueblos, culturas, sexos, lenguas y religiones? ¡Es magnífica la lucha por el pleno reconocimiento de la mujer! Tal vez resulten de ahí formas de vida menos bestiales”. Espíritu de conversión La fuerza que agita los comportamientos del nuevo hombre en gestación, como ya hemos dicho y repetido, es el espíritu de conversión: “la conversión entraña, sin más, mutaciones profundas. El apóstol Juan tachó de conversión el cambio del agua en vino en las bodas de Caná. Jesús protestó, blandiendo el látigo, contra los que trataban de convertir la Casa de su Padre en una cueva de ladrones. Nuestro punto de referencia no es el agua o el templo, sino la humanidad que habita en el HPC. ¿Qué mutación profunda ha de operarse en este viejo hombre para transformarse en nuevo?”. “El nuevo espíritu fermenta todos los valores; da un inmenso salto cualitativo axiológico respecto del espíritu de lucro. El espíritu de conversión no abandona los valores biopsíquicos y económicos. Le interesa hondamente la calidad de la comida o de la salud, de las lavadoras y de las cazadoras. No se preocupa menos, sin embargo, de la pureza del saber, de la crítica, de la arquitectura, de la justicia, de la fraternidad, de las leyes, de la solidaridad y de las funciones públicas del poder político. Al agitar todo el ámbito de lo humano e inhumano, no es fácil que favorezca el desorden universal agresivo, un fenómeno inherente al espíritu de lucro”. “El espacio interior posee la fuerza dinámica del principio de trascendencia, que lo he identificado sin más con el espíritu. Este principio, el espíritu, cobra las más variadas modalidades... En el HPC aparece como espíritu de lucro; en el hombre nuevo, bajo la figura de conversión, de la que he insinuado el salto cualitativo axiológico, sus cauces, su expresión profética y el impacto que produce en la vida. Todo ello implica que el espíritu de conversión es condición fundamental del hombre nuevo. La liberación de las potencialidades de esta nueva forma de vida depende de la conversión. Solo ella puede afectar de raíz a las perturbaciones producidas en las cuatro grandes trascendencias por el espíritu del HPC” (el espíritu de lucro). Discernir y reconocer Las experiencias básicas del hombre nuevo se rigen, frente a la experiencia de la explotación del HPC, por el discernimiento y el reconocimiento. “Ordinariamente, pensamos en atributos absolutos, como opuestos a relaciones, que observamos en los entes. Esto comporta fácilmente la idea de individualidad aislada y de personalidad intocable, sobre todo cuando se le une el concepto de respeto. Pero, tal vez, las diferencias más interesantes son las específicas relaciones que un ser mantiene con los demás. La experiencia básica del discernimiento hace hincapié en ambas diferencias... El discernimiento pone sobre el tapete el abanico de las diferencias; el reconocimiento penetra en ellas. Ya no se trata simplemente de percibir con finura las características absolutas y relacionales de cada ser, sino que se experimenta la situación de cada uno en el concierto de todos. El reconocimiento a nadie margina… Si el discernimiento elimina la cosificación del ser, el reconocimiento invita a superar la posesión, el dominio y el desorden universal agresivo, generados por la experiencia básica de la explotación. Si para ello es necesario reprimir las diferencias agresivas, se afrontará la tarea con toda energía. No tolerará que ningún ente, ni siquiera bajo la figura de dioses, de héroes o de santos, avasalle a los demás, distorsionando la sinfonía del ser. El reconocimiento no acata la emancipación que fomenta linchamientos en cadena. En Europa se han experimentado demasiadas emancipaciones de este género”. El clamor del Tercer Mundo “La experiencia básica del hombre nuevo, por otro lado, dinamiza los movimientos pacifistas. Otro tanto ocurre con esos humildes gérmenes de producción alternativa, tendentes a cambiar la gran tecnología de la explotación. A las dimensiones individual y social de los que viven en el mismo interior del HPC, hay que añadir el clamor desesperado del Tercer Mundo. Hasta ahora, ha despertado en muchos la mala conciencia de estar inmersos en el HPC, conciencia que procuran acallar con crecientes dádivas. Pero, ante ningún Dios sensible al mal que subyuga al hombre se han podido borrar los pecados solo a base de ofrendas y sacrificios, al margen del compromiso y de la acción”. Reflejo de una Iglesia ostentosa Nuestras iglesias El Evangelio es claramente el legado de Jesús de Nazaret, la figura primigenia de un cristianismo que, de suyo, tiene entablada una lucha a muerte en pro de la humanidad del hombre y en contra de su inhumanidad. El cristianismo está obligado a mirarse siempre en ese espejo. De ahí que Chávarri se pregunte: ¿Qué decir al respecto de las iglesias cristianas? ¿No se creen todas ellas engendradas e injertadas en la experiencia primigenia de Jesús de Nazaret? ¿Palpita efervescente en sus comunidades la llama viva del discernimiento y del reconocimiento? Estas iglesias se extienden por todo el mundo. Un juicio global sobre ellas resultará siempre erróneo e injusto, sobre todo con los que han caído en la lucha por la nueva humanidad. Pero, ¿no se dicen cristianos la mayoría de los gestores del HPC en la Europa rica y en los Estados Unidos? ¿Acaso piensan que la experiencia básica del discernimiento y del reconocimiento nada tiene que ver con el Gran Profeta? ¿Opinan otro tanto los cristianos adscritos a las infinitas comunidades parroquiales? ¿Con qué tipo de hombre están comprometidos? ¿Se ha colmado la esperanza cristiana intrahistórica en el HPC? Obviamente, la respuesta honesta a estos interrogantes nos lleva a descubrir con pesar que muchas veces esas iglesias no solo no se han esforzado por mejorar la humanidad inserta en el hombre productor consumidor de nuestro tiempo, sino también han fomentado los ramalazos de su tremenda inhumanidad. Preparándose para trabajar como voluntarios Comunidad, democracia y gratuidad En los capítulos 3 y 4 de Perfiles de nueva humanidad, Chávarri hace una exposición magistral, muy rica en contenidos, sobre cómo el hombre nuevo de nuestro afán se va insertando lentamente en la historia y en la naturaleza, cosa que va consiguiendo a base de contrarrestar los efectos nocivos de los muchos contravalores del HPC, de mejorar sus incuestionables valores y de recuperar el equilibrio esencial en el desarrollo de todas las vitalidades humanas. Recordemos que uno de los cometidos es respetar la necesaria autonomía de las ocho dimensiones humanas, liberando los valores de cada una del yugo a que los tienen sometidos los valores biosíquicos y económicos que dominan y vician nuestra vida actual. A este respecto, son muy jugosas y reveladoras las exposiciones de Chávarri sobre la comunidad, la libertad (democracia), la autenticidad y la gratuidad (poder, justicia, fraternidad). Naturalmente, lo hace confrontando los comportamientos del HPC y con los que serían los propios de nuestro deseado hombre nuevo. En el primero predomina la experiencia de explotación y en el segundo debe imponerse la de discernimiento y reconocimiento; al primero lo domina el espíritus de lucro y al segundo debe removerlo el espíritu de conversión; la sensibilidad del primero es acuñada (cerrada y atrincherada) y la del segundo ha de ser abierta; la sabiduría del primero se ciñe al estado de bienestar y la del segundo es axiológica, y, finalmente, la razón soberana del primero es desarrollista y la del segundo debe regir el comportamiento del hombre nuevo, un hombre muy diferente del actual pero que, cuando cuaje en la historia, desencadenará afortunadamente a su vez nuevos procesos de mejora. Oasis Quedémonos hoy con la satisfacción de descubrir un manantial de aguas frescas para aliviar la sed del atolondrado hombre de nuestro tiempo, empecinado en caminar descalzo por las ardientes arenas del desierto artificial fabricado por el afán de lucro del hombre productor consumidor. El hombre nuevo en ciernes nos dirige, con una paciencia en la que no caben espejismo, hacia un hermoso oasis donde aliviar tantas penurias como padecemos. No necesito subrayar que, en lo referente a nuestra vertiente vital epistémica, el sistema de pensamiento de Chávarri es realmente un oasis en medio del barullo y del desconcierto del pensamiento actual, un camino de esperanza para cuantos están cansados y hastiados de los desmanes de todo orden producidos por el tipo de vida que llevamos.
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“La palabra no es nada más que la resonancia del silencio”, decía Max Picard (1888-1965, escritor y filósofo suizo). Cuando leí este pensamiento en la mañana desemboqué en el periodo electoral que vivimos, o padecemos.
Corren tiempos de palabras huecas. Más que hablar se vocifera. Escuchar perdió el sentido entre tanto ruido. Agredir verbalmente es una moda. La mentira corre de un lado para otro con libertad absoluta amparada en las redes y demás medios de comunicación al alcance de propagandistas y manipuladores sibilinos que lanzan la piedra y esconden la mano. No necesitan saber escribir, no dan la cara; ni hablar, total lo que “vende” es el despropósito y la manipulación; hasta la calumnia que, aunque creo que es delito, resulta ser una herramienta de uso frecuente. La palabra necesita alimentarse de silencio previo, para ser transmitida con el contenido esencial que pueda llegar con cordura al oído, al cerebro y al corazón humanos… creo que estamos en peligro. Con tanto consumo de palabras vacías, aliñadas con ruido y agresividad en mítines, mesas redondas, espacios televisivos de debates impresentables, etc. Las conocidas fake-news, sinónimo de un montón de nuestro abundante idioma: noticias falsas, mentiras, bulos, embuste, bolas… alguno se me olvida, seguro. En las campañas electorales no hay contrincantes sino contrarios. No olvidemos que estas dos palabras no son sinónimos. Según la Real Academia de la Lengua ‘contrincante’ es “persona o grupo con los que se compite en un enfrentamiento deportivo, juego o concurso, para acceder a un puesto, etc.”. Y ‘contrario’: es el opuesto, el completamente diferente, en desacuerdo total, etc. La vida de nuestros representantes políticos está tan ácida que incluso se extrapola a todos los ambientes, a través de los mass media. Para entendernos: medios de comunicación que hacen el juego a la acidez, la violencia verbal, el postureo mediático de confrontación, etc. provocando un contagio colectivo que se difunde socialmente. Desaparece el ‘contrincante’ y aparece el ‘contrario’ por cada esquina. La tensión se expande y al pueblo llano (hombres, mujeres, jóvenes, niños, ancianos, consumidores, ciudadanos, usuarios, contribuyentes, hipotecados, parados, desahuciados, profesionales, obreros, empleados, universitarios, pensionistas, sanitarios, inmigrantes con y sin papeles, etc. etc. etc. etc. etc… etc.) y se nos alimenta, informativamente hablando, como a los patos en la Dordogne francesa: les abren la boca, les meten con un embudo comida de gran contenido en grasa, hasta que enferma el hígado; esa víscera será luego convertida en un paté delicatessen. ¡Cuidado!... con los patos no hay peligro, ellos no votan, pero nosotros sí. Antes de que llegue la fecha de las elecciones generales, locales, autonómicas y europeas, convendría hacer silencio interior y de tecnología punta. Desintoxicarnos de palabrería chabacana. Permanecer atentos a la palabra serena y plena de sentido común a la hora de comunicar, identificar lo que huela a mentira electoralista, y memorizar lo que en otros momentos electorales fue “palabra mojada” nada más recoger las urnas. Y cuando llegue la fecha de ir a votar, vayamos… ¡claro que sí!, a ejercer ese derecho, tan deseado en otros momentos de la historia que estuvo prohibido, e introducir la papeleta llena de nombres y siglas… palabras fin y al cabo. Toda mi reflexión empezó con Max Picard, su sabio pensamiento y la papeleta electoral informativa para ir a votar, que recogí ayer del buzón y tengo al lado del ordenador. Lo que los textos del NT quieren expresar con la palabra resurrección es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es mucho más profundo que la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que va más allá de la vida, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido. Fue la manera más convincente de transmitir la vivencia pascual después de la experiencia de su pasión y muerte. Lo que quieren transmitir es la experiencia pascual de que seguía vivo, y además, les estaba comunicando a ellos esa misma vida. Éste es el mensaje de Pascua.
Como todos los años, leemos este mismo evangelio y lo explicamos el año pasado, vamos a referirnos hoy al aspecto general de la experiencia pascual. Los exégetas han rastreado los primeros escritos del NT y han llegado a la conclusión de que la cristología pascual no fue ni la primera ni la única forma de expresar la experiencia que, de Jesús vivo, tuvieron los discípulos después de su muerte. Hay por lo menos tres cristologías que se dieron entre los primeros cristianos, antes o al mismo tiempo de hablar de resurrección. En las primeras comunidades, se habló de Jesús como el juez escatológico que vendría al fin de los tiempos a juzgar, a salvar definitivamente. Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de Dios y apoyados en el AT, pasaron por alto otros aspectos de la figura de Jesús y se fijaron en él como el Mesías que viene a salvar definitivamente a su pueblo. Predicaron a Jesús, el Cristo (Ungido), como dador de salvación (Vida) última y definitiva sin hacer referencia explicita al hecho de la resurrección. Otra cristología, que se percibe en los textos que han llegado a nosotros de algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo. Manifestaba, con su poder de curar, que la fuerza de Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave que permitía la comprensión de Jesús. Esta cristología es muy matizada ya en los mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que podría tener. En los evangelios se utiliza y se critica a la vez. Una tercera cristología, que tampoco se expresa con el término resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que, conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría, incluso personalizada, que Dios hace llegar a los seres humanos para que encuentren su salvación. Todas estas maneras de entender a Cristo fueron concentrándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para explicar la vivencia de los seguidores de Jesús después de su muerte. Sin embargo, la cristología pascual más primitiva tampoco hace referencia explícita a la resurrección. La experiencia pascual fue interpretada, en una primera instancia, como exaltación y glorificación del humillado, tomando como modelo una vez más el AT y aplicando a Jesús la idea del justo doliente. La mayoría de los exégetas están de acuerdo en que ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva fe. Los relatos de apariciones y del sepulcro vacío se habrían elaborado poco a poco como leyendas sagradas, muy útiles en el intento de comunicar, con imágenes muy vivas y que entraran por los ojos, la experiencia pascual. Esa vivencia fue fruto de un proceso interior en el que tuvieron mucho que ver las reuniones de los discípulos. Todos los relatos hacen referencia, implícita o explícita a la comunidad reunida. En ninguna parte se narra el hecho de la resurrección porque no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; cae fuera de nuestra historia, no puede ser objeto de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno verificable por los sentidos, estarán abocados al fracaso. Toda discusión científica sobre la resurrección es una estupidez. Cuando decimos que no es un hecho “histórico”, no queremos decir que no fue “Real”. El concepto de real, es más amplio que lo sensible o histórico. En Jesús no pasó nada, pero en los discípulos se dio una enorme transformación que les hizo cambiar la manera de entender la figura de Jesús. Sería muy interesante averiguar como llegaron los discípulos a ese descubrimiento, sobre todo teniendo en cuenta que en los momentos de dificultad todos le abandonaron y huyeron. Ese proceso de “iluminación” de los primeros discípulos se ha perdido. No solo sería importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque ese mismo proceso tiene que realizarse en nosotros. La resurrección quiere expresar la idea de que la muerte no fue el final. Su meta fue la Vida, no la muerte. La misma Vida de Dios, como dice el mismo Jn: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”. Vaciándose del "ego", queda en él lo que había de Dios. No cabe mayor glorificación. “Aquilatar” el oro es ir quitando las impurezas: 12, 18, 22… hasta llegar a 24 quilates que es oro puro; ya no se puede ir más allá. Este vaciamiento no supone la anulación de la “persona”, sino su potenciación. Desde la antropología judía se puede entender muy bien. El hombre es un todo monolítico, desde la carne al espíritu. La base de la credibilidad está en las apariciones a los doce, con justificación de la misión. Todos los relatos responden a un esquema teológico y nos dan la clave de interpretación: a) Una situación de la vida real. Jesús se hace presente en la vida real. La nueva manera de estar presente Jesús no tiene nada que ver con el templo o con los ritos religiosos. Ni siquiera están orando cuando se hace presente. El movimiento cristiano no empezó su andadura como una nueva religión, sino como una forma de vida. De hecho los romanos los persiguieron por ateos. En todos los relatos de apariciones se quiere decir a los primeros cristianos que en los quehaceres de cada día se tiene que hacer presente Cristo. Si no lo encontramos en las situaciones de la vida real, no lo encontraremos en ninguna parte. b) Jesús sale al encuentro inesperadamente. Este aspecto es muy importante. Él es el que toma siempre la iniciativa. La presencia que experimentan no es una invención ni surge de un deseo o expectativa de los discípulos. A ninguno de ellos les había pasado por la cabeza que pudiera aparecer Jesús una vez que habían sido testigos de su fracaso y de su muerte. Quiere decir que el encuentro con él no es el fruto de sus añoranzas o aspiraciones. La experiencia se les impone desde fuera, desde una instancia superior. c) Jesús les saluda. Es el rasgo que conecta lo que está sucediendo con el Jesús que vivió y comió con ellos. La presencia de Jesús se impone como figura cercana y amistosa, que manifiesta su interés por ellos y que trata de llevarles a su plenitud de vida. d) Hay un reconocimiento, que se manifiesta en los relatos como problemático. No dan ese paso alegremente, sino con muchas vacilaciones y dudas. En el relato de hoy se pone de manifiesto esa incredulidad personalizada en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que Tomás era más incrédulo que los demás, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue, para todos, aceptar la nueva realidad. e) Reciben una misión. Esto es muy importante porque quiere dejar bien claro que el afán de proclamar el mensaje de Jesús, que era una práctica constante en la primera comunidad, no es ocurrencia de los discípulos, sino encargo expreso del mismo Jesús, que ellos aceptan como la tarea más urgente que tienen que llevar a cabo. Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé) y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).
Las peculiaridades de este relato de Juan
En este pasaje del evangelio se da un importante cambio con respecto a los destinatarios. En la primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les saluda con la paz, a ellos los envía en misión. En la segunda se dirige a Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se dirige a todos nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Podríamos añadir: “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Basta pensar en las desgracias que ocurren a menudo en nuestro mundo, en los grandes fallos de la Iglesia, en las luchas más o menos ocultas por el poder dentro de ella, en otros detalles contrarios al evangelio. Para muchos, estos motivos son suficientes para abandonar la Iglesia o incluso la fe. Conviene escuchar a Jesús, que nos dice: “Bienaventurados los que creen a pesar de lo que ven”. Una primera lectura que hay que leer con atención (Hechos 5,12-16) El evangelio ha proclamado dichosos a quienes creen sin ver. La primera lectura habla de la dicha de ver milagros y beneficiarse de ellos. Comienza diciendo que “los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. Y termina subrayando el papel principal de Pedro; en opinión de la gente, incluso su sombra basta para curar a alguno. Por eso le traen enfermos hasta de los alrededores de Jerusalén. En una lectura rápida, parece que son estos milagros los que favorecen la expansión de la comunidad cristiana (“crecía el número de los que se adherían al Señor”). Sin embargo, lo que cuenta Lucas es más sutil. Además de los apóstoles, juega un papel capital la comunidad (“los fieles se reunían en común en el pórtico de Salomón”). Y es a ella a la que se adhieren los nuevos creyentes. Los milagros de los apóstoles y de Pedro continúan la labor de Jesús, que “pasó haciendo el bien”. Esos enfermos se benefician pero no entran en la comunidad cristiana. Los que pasan a formar parte de ella son los que ven la forma de vida de la comunidad. Según el evangelio de Juan, la posibilidad de la fe en la resurrección es diferente según sea el personaje del evangelio al que se refiere. Entre quienes hacen la experiencia de ver al resucitado, encontramos en primer lugar a María Magdalena. El relato joánico nos sorprendente al mostrar la indiferencia de María ante los signos de la resurrección: ella no cree inmediatamente al ver los signos de la tumba vacía y los lienzos (como sí lo hace el discípulo amado); no cree al ver a dos ángeles y hablar con ellos; ni siquiera se le abren los ojos mientras ve y habla con Jesús en persona. Ella necesitará reconocerse a sí misma, escuchar su propio nombre en relación con él para reconocerlo y reconocerse mutuamente. Para ella la experiencia de resurrección es vincular y refleja la identidad compartida.
Los discípulos, por su parte, creen al ver y oír a Jesús en medio de ellos cuando estaban reunidos. Pero uno de ellos no estaba presente. Y justamente, es quien tiene más dificultades, según el relato de este domingo: Tomás. Posiblemente Tomás no hubiera dicho lo mismo si hubiera estado presente el “primer día de la semana en casa”. Él tiene muy presente en su mente los hechos pasados: la crucifixión está demasiado cerca y actual. Él ha estado lejos de su maestro y necesita recuperar la cercanía: tocar con sus propios dedos el lugar de los clavos y meter la mano en su costado. Posiblemente está todavía viviendo en el tiempo de la cruz, arrepentido de la distancia y pretendiendo remediarla cuando ya no es el momento. No puede aceptar el relato de su grupo y no puede asumir que el tiempo ha pasado y que, ahora, en el presente, hay algo nuevo. Pero tampoco pretende alejarse de su gente, aunque no crea en lo que dicen. Jesús da a cada uno según su propia inquietud y así, de la misma manera que ofrece a María una renovada identidad y misión al llamarla por su nombre, a Tomás le ofrece palpar los signos de la muerte ahora transformados para que pueda desplegar su fe. Le permite revivir los signos del pasado para confirmar con sus propias manos que en el presente la realidad está transfigurada. De esta manera, los compañeros de Jesús pasan del umbral de la incomprensión y de la increencia en la resurrección a la fe en la vida, que no se acaba en quienes creen. Porque aceptar la resurrección de Jesús es, además, reconocer que nuestra vida de fe encontrará un nuevo comienzo tras la muerte. Jesús es como nuestro hermano mayor que nos enseña el camino. En el evangelio de Juan, la fe ocupa el lugar central hasta el punto de que la vida misma está vinculada a la fe y es exclusiva de quienes creen. Para el cuarto evangelista, fe y vida van de la mano y la fe es requisito necesario para vivir. El relato acaba diciendo que todo esto se ha contado “para que (todos, incluyendo los lectores), creyendo tengáis vida”. De esta manera nos introduce a todos y cada uno en la apertura a la resurrección como posibilidad de una vida feliz. La resurrección no es fácil de aceptar y mucho menos de asimilar. Pero adentrarse en ella es la posibilidad de convertirse en creyente. Y la misión es fruto del acercamiento a una nueva conciencia de resurrección, de una vida con sentido que la vuelve eterna. Todos los cuadros que nos recuerdan la última cena de Jesús, lo ponen a Él en el centro. Y los apóstoles alrededor.
Pero quiero recordar aquellas palabras del evangelio de Lucas: “no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, entre vosotros yo soy como el que sirve. Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas”. Es cierto que Él se levanta y se pone un delantal para lavarles los pies. Luego se sienta a la mesa. Jesús vive en actitud de servicio, con el delantal puesto en toda su vida sirviendo a las personas. En casi todas las misas de Jueves Santo, se hace el lavatorio de pies. Claro que previamente las personas se han lavado y ya van preparadas. Entiendo que eso es poco gesto. Es preciso recordar y revivir el gesto de Jesús: lavar los pies sucios y cansados de andar; Y a veces, llenos de heridas. Si queremos acercarnos de verdad a los empobrecidos, es preciso hacernos como ellos, vestir austeramente, y sobre todo tener la postura y el sentimiento de servidores. Con un traje o con un vestido de boda es difícil ponerse a lavar los pies. Parece un tanto extraño ese cambio. ¿Así era Jesús en la última cena? Me choca mucho que a los pocos minutos del lavatorio colocamos la Eucaristía en un trono de luces y flores, en una custodia de oro, bajo un palio. Sacamos en procesión unas magníficas imágenes… Lo de Jesús ¿fue un hecho aislado o era así su vida?… Tanto es así su vida que Él mismo nos invita a servir constantemente “Felices vosotros si practicáis estas cosas” (Juan 13, 17). Me duele que la Pasión de Jesús se vive como un acto de interés turístico. A veces hasta pienso que si Jesús lo llega a saber, nos hubiese preparado para que la vivencia de estos acontecimientos de su muerte y resurrección, los celebrásemos con total sencillez y austeridad. Como lo fueron en su realidad dura y traspasada de amor. Bonito compromiso al ponerme este día mi delantal para que sea un recuerdo vivo y una actitud de vida. Una elección extraña
Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema. Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios Padre, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas. María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza. Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión. El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado. El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado). ¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro? Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable. Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos. A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une: a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses); b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses). El simbolismo de este texto, de una riqueza extraordinaria, empieza jugando con contrastes. Para quien ha vivido la experiencia, se trata del “primer día de la semana”; para María Magdalena, sin embargo, todavía es de noche: “aún estaba oscuro”. Sabemos que para el autor del cuarto evangelio, la noche es sinónimo de oscuridad, confusión, ignorancia; el “primer día”, por el contrario, alude a la “nueva creación”. A la oscuridad de quienes aún no lo han experimentado, los testigos proclaman: Jesús ha resucitado y su resurrección constituye una “nueva creación” del mundo, sobre cimientos de vida y certeza definitivas.
Un contraste similar es el que muestra a María marchando al sepulcro –el “sepulcro” es el lugar de la muerte y de la desesperanza–, cuando la realidad es que “la losa estaba quitada”, es decir, la muerte había sido vencida. Imagen que, entre líneas, nos sugiere algo profundamente sabio: debajo de cada “losa” que parezca aplastarnos, hay vida que quiere resucitar. Más profundamente aún, no hay ninguna “losa”: nada es capaz de aplastar la vida. Cualquier “losa” que nuestra mente pueda imaginar ha sido ya “quitada”: lo que somos, se halla siempre a salvo; la vida no puede ser derrotada. Pero María sigue sin “ver” –no ve más allá del Jesús difunto– y recurre a una explicación “racional”: “Se lo han llevado”. Con todo, no deja de buscar; echa a correr… y contagia a los discípulos en su misma búsqueda, aunque también estos no piensan más que en el “sepulcro”, es decir, en la muerte como final. Continúa el simbolismo: lo que ven no es al Resucitado, sino “vendas” y “sudario”. El apunte que habla del “sudario enrollado en un sitio aparte” parece querer indicar que no se ha tratado de un robo del cadáver. Pero tanto las vendas como el sudario no son elementos que “produzcan” por sí mismos la fe en la resurrección: es lo que le ocurre a Pedro. Se requiere una forma de “ver” que vaya más allá de la materialidad, o mejor, que sepa descubrir en lo material la Presencia inmaterial que todo lo ocupa y alienta. Quien sabe “ver” de ese modo es “el otro discípulo, a quien quería Jesús”. Se trata del “discípulo amado” que, en el cuarto evangelio, es imagen del verdadero discípulo. En el plano simbólico, es indudable que el amor –que “corre” más deprisa que la autoridad– capacita para ver. Vienen a la memoria palabras como las de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”; o las de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve bien con el corazón”. Y es que el amor, por su propia estructura integradora y unificadora, nos hace descubrir la dimensión más profunda de lo real que, de otro modo, se nos escapa. El relato, pues, es una catequesis: una invitación a saber mirar con el corazón para poder descubrir, en las “vendas” que nos rodean, al Resucitado, la Presencia de Lo Que Es. ¿Sé ver más allá de las “vendas” que me rodean por doquier? Después de una larga Cuaresma y una reciente Semana Santa, en la que posiblemente hemos vivido serias y profundas experiencias de Pasión, de muerte y de amor entregado, celebramos el domingo de Pascua. Y nos sorprende este evangelio de Juan que, más que darnos de entrada una Gran Noticia, parece que nos invita a seguir buscando, a seguir intentando descubrir entre los muertos al que VIVE PARA SIEMPRE.
Y es que, el domingo de Pascua, no es solo o principalmente el punto de llegada, es también la fuerza para seguir buscando. El mensaje del evangelio de hoy nos llega a través de diversos personajes, con sus características y circunstancias. María, la mujer cariñosa y diligente, que ha estado con Jesús hasta en sus últimos momentos y no se resigna a abandonarlo. Y anticipándose al amanecer, cuando aún estaba oscuro…. sale de nuevo a su encuentro, ¿qué buscaba? ¿Ungirle mejor? ¿Comprobar que todo estaba bien? Es difícil creer que iba a ver si “había vuelto a la vida”. Y al llegar, encuentra que su mayor dificultad, ¿quién la ayudaría a quitar la losa?, está solucionada. Nos dice el texto que vio la losa quitada. Superada la dificultad, antes de ser de día, sale corriendo a buscar ayuda, a comunicar la noticia de la sustracción del cadáver. Lo que le quedaba de Jesús, su cuerpo, ha sido robado y ya no está donde ella podía verlo, ungirlo, controlarlo… María se afana en buscar a Jesús donde Él no está. Madruga, corre…. Pero solo encuentra un sepulcro vacío. Es la primera constatación de aquellos primeros cristianos que, trastornados por la muerte de Jesús, sin haber asimilado aún el desenlace de la vida de su maestro, se encuentran ante otro hecho inesperado… ¡Todo no ha terminado! ¡Siguen las noticias sorprendentes! ¿Por qué nos dice esto el evangelio? ¿Qué testimonia para nosotros hoy? Que Jesús no es el muerto que permanece en su sepulcro… Que no está donde quisimos retenerlo… Que no tenemos un lugar de peregrinación en el que recordarle… ¡Que lo que Él quiere es otra cosa! Pedro y el otro discípulo. Dos tipos distintos de seguidores de Jesús: el joven y ágil, el amigo que busca rápido al amigo perdido… y el mayor, el de una experiencia más curtida, en amistad y hasta en traición. Ambos corren juntos pero a distinto ritmo, les mueve lo mismo pero reaccionan desde sus características personales. De ambos nos dice el texto que llegaron, vieron los lienzos y vendas, entraron y creyeron. Corren en busca de Jesús, llegan, ven signos, entran y creen. Es una buena secuencia, una sucesión de etapas necesarias en el camino de la fe. El evangelio de este domingo de Pascua no tiene las grandes declaraciones de que el Señor ha resucitado. Solo nos dice que ellos creyeron porque vieron los lienzos, vendas y sudario como señal, porque entraron en el sepulcro. Y entonces comprendieron las Escrituras que anunciaban su resurrección de entre los muertos. ¿No nos está invitando a recorrer nosotros el propio camino hasta llegar a esta fe en Jesús Resucitado? Se trata de plantearnos seriamente cuál es nuestra experiencia de Pascua. ¿Cuál ha sido y sigue siendo nuestro camino de fe en el Señor Jesús, muerto y resucitado? ¿Nos afanamos en buscarle en nuestro mundo, en nuestro entorno? ¿Nos arriesgamos a correr a su encuentro? ¿Nos atrevemos a entrar en tantos sepulcros que presentan signos de su presencia? ¿Cuándo y cómo hemos llegado a comprender que estaba vivo a nuestro lado? Porque la Pascua, el paso de la muerte a la vida, no es algo que se nos narra solamente, o un mensaje que hemos de aprender e incluso creer. Es un camino que tenemos que recorrer hasta encontrarnos con el Señor, un paso que hemos de dar cada uno, como María, como Pedro, como el otro discípulo del que no se nos dice su nombre. Ojalá aprovechemos esta nueva Pascua para reemprender la búsqueda, incluso cuando aun es de noche o cuando no vemos demasiado, porque muchas y diversas tinieblas nos rodean. Para correr al encuentro con ese Jesús que hace arder nuestro corazón y cuya ausencia apenas podemos aguantar. Para abrir bien los ojos y ver tanta losa que se está quitando y deja al descubierto esas vendas y esos sudarios, que han cubierto heridas y muertes. Para animarnos a entrar, a tocar, a pisar…. Allí donde ha estado la muerte, donde aun hay muchos signos de muerte, pero ya se deja vislumbrar la vida. Y entrando hasta el fondo de lo que lo signos nos revelan y lo que nuestro corazón ya sospechaba, comprendamos con esa luz especial que solo el Espíritu hace brillar en nosotros, lo que la fe nos dice, lo que su Palabra tantas veces nos promete y repite: Que Él está vivo, que hay sepulcros y vendas pero que Él no está allí, que eso son solo señales de su vida nueva… que ya está caminando con nosotros y nos precede en nuestros caminos, en nuestras Galileas. En este día de Pascua, debemos recordar aquellas palabras de Pablo: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Esa Vida era la misma Vida de Dios. Por lo tanto, la posibilidad de que no resucitara es absurda.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrección no es constatable científicamente porque se realiza en otro plano, fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos. Esta es la clave para salir del callejón sin salida en que nos encontramos por haber interpretado los textos de una manera literal. La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver, da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación especial con el ser que estuvo vivo. La realidad es que la muerte devuelve el cuerpo al universo de la materia, de una manera irreversible. ¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que el tiempo no transcurre. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano al uso, que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente. Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida si antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte la que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá de la vida biológica, es la que nos hace quedarnos a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús después de su muerte que a la vida biológica tan apreciada. Pero no debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El que beba de esta agua nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera Vida. Jesús, antes de morir, había conseguido como hombre, la plenitud de Vida en Dios, porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el camino para hacer presente lo divino. Eso era posible, porque había experimentado a Dios como Don absoluto y total. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla. Todo el esfuerzo de la predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de esa Vida. Solo seremos sus seguidores, si descubrimos esa Vida de Dios en nosotros como él la descubrió y tratamos de manifestarla a través de nuestras relaciones con lo demás. Soy seguidor de Jesús en la medida en que asimilo ser otro Cristo (ungido) como él. |
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