Esta misa, transmitida por radio, desde la Catedral y celebrada por aquél servidor del pueblo de Dios que tiene el encargo de ser el signo de la unidad en toda la Arquidiócesis, siempre me parece que resulta como una reunión de familia. Yo quisiera que así nos sintiéramos en este momento de reflexión: una familia, que no tiene prisa que un fin de semana llega al hogar para ver cómo andan las cosas de familia, para ayudar, para colaborar. Comprendo que al mismo tiempo que se reúne la familia, si esta familia es muy importante tiene muchos enemigos, que la observan para criticarla, o quién sabe, lo que más le pido al Señor, para convertirse. Qué diéramos porque todos esos observadores que desde su radio nos están escuchando, no nos oyeran con el afán de los fariseos, para ver en qué lo cogemos, sino con el cariño de la familia, para ayudarlo, para el engrandecimiento de ese Reino de Dios, que nada malo puede traer a la patria. Al contrario, cuanto más cristiano es un hombre, es mejor ciudadano. Entonces, en este ambiente de familia, hermanos, yo quiero que compartamos las alegrías, las esperanzas, también las angustias y problemas que deben ser comunes a todos. Cada uno tiene sus propios problemas; y dichoso el hombre que tiene problemas, porque aquel que dice que no tiene problemas es tan pobre que no se da cuenta ni siquiera que vive, porque todo el que vive tiene problemas.
Pero respecto a esos problemas íntimos de cada familia, los que ustedes y yo hemos traído como cosas personales para encomendárseles al Señor, en general las encomendamos; son nuestras, nada humano es ajeno a su corazón, dice el Concilio, hablando de la Iglesia. La Iglesia es tan humana que siente como suyos esos problemas, del dolor de estómago de su niño en la casa, de la deuda que no puede pagar, del empleo que no puede conseguir, todo eso nos toca de lleno; lo sensible, la angustia de los que sufren injustamente son problemas. Pero, como Iglesia, como comunidad, esta semana ha sido muy rica. Yo quiero destacar el testimonio de santidad, de serenidad, que nos han dado nuestros hermanos los padres jesuitas. Ha sido una semana en circunstancias de amenazas trágicas, y sin embargo ninguno ha huido. Cuentan que un jesuita muy joven, se llamaba Luis Gonzaga, en el recreo surgió la conversación: "¿Si en este momento viniera el juicio final qué haríamos?", Y unos decían: "Yo correría a la Capilla para que me encontrara rezando"; otro: "yo iría al estudio para estar trabajando"; y Luis Gonzaga dijo: "Yo seguiría jugando, porque esa es la voluntad de Dios". Me parece que esta frase de Luis Gonzaga ha sido como el tema de los jesuitas en esta semana: ¿Dónde quisieras que te encontrara el 21 de julio?. Nadie ha huido. Todos dijeron: "en nuestros puestos". Muchas gracias, padres jesuitas porque así se ama la verdad, así se ama el deber, así se ama la vida cuando es vocación. Que venga la muerte, no importa, me encuentra en mi puesto. Ojalá todos los cristianos viviéramos en esta hora esa serena valentía que solamente la puede heredar el que sabe que está trabajando en el verdadero bien, aún cuando abundan las calumnias queriendo desfigurar todo su noble trabajo. Y siempre a propósito de los jesuitas, quiero destacar y agradecer al pueblo cristiano las múltiples manifestaciones de solidaridad. Entre ellas me han conmovido mucho las miles de firmes, que casi constituyen un volumen, que le mandaron al Señor Presidente, todos los pobrecitos favorecidos con Vivienda Mínima. ¡Qué ejemplo más bello! Y la carta del padre Ibáñez es el testimonio de unos hombres que sienten que no todo está perdido, que hay gratitud, que nuestro pueblo es noble, que no todo es calumnia, que hay verdadera nobleza en el corazón del pobre, que agradece y siente quiénes son sus verdaderos amigos. También me conmovió la adhesión de los jóvenes, jóvenes estudiantes, muchos de ellos sin duda de alta categoría. Es que la nobleza en cualquier categoría social que se encuentre tiene que ser ésa, la que agradece el bien que se le hace, no la que olvida el haber sido lo que son, precisamente gracias a aquellos que ahora persiguen. A los religiosos y religiosas, también, que se han volcado en solidaridad con los hermanos jesuitas, mi agradecimiento de padre de esta familia, como quien siente a todos sus hermanos unidos. Es un nuevo gozo el que he sentido esta semana de que los jesuitas no están solos y si acaso ha surgido de una voz cristiana una palabra innoble, de poco amor y poca solidaridad, sí me entristece. Pero quiera el Señor que estos cristianos que en los momentos de la prueba no saben mostrar su unidad de su solidaridad, porque a ellos en lo personal no les toca el problema, se conviertan y sepan que no hay un católico, mucho menos un sacerdote, mucho menos un obispo que no sienta como propio lo que toca a un hermano, aunque en lo personal no simpatice con él. Es mi familia, y me lo tocan, me tocan a mí. Quisiera que aprovecháramos esta circunstancia, pues para apiñar más esa unidad. Bendito sea Dios. Y a propósito de solidaridad, quiero también agradecer y destacar un estudio precioso. Quiero decirle a su querido autor: que me ha arrancado lágrimas, cuando he leído ese estudio acerca de la correspondencia que estoy recibiendo a montones y que gracias al Padre Guevara, encargado de este asesoramiento de la noticia y del informe de la curia, se ha llevado a un estudio psicológico, profundo, pastoral, cómo trazuma en esos millares de cartas, la mayoría de campesinos: pero no exclusivamente, también gente de sociedad, que comprende y vive el problema y no se cierra en un egoísmo que dá frío, sino que trata de comprender. Y más aún de religiosos, de confederaciones de sacerdotes de fuera del país, de conferencias episcopales, es decir, reuniones de obispos nacionales, de cardenales, voces de Europa, de obispos que han visto allá en la prensa, en los informes, la triste figura que está dando El Salvador, perseguidor de la Iglesia. Y gracias a Dios, la gallarda figura de este Reino de Dios, impávido y sereno ante la persecución, que se quiere negar, pero ella vive en carne propia. Es un testimonio, hermanos, que me llena de una satisfacción tan profunda, porque es la mejor aprobación, aunque haya presiones en contra y críticas duras al actuar del Arzobispado y de la Arquidiócesis; sin embargo: "Vox populi, vox Dei". Aquí sí siento yo que es la voz de Dios que en el humilde mensaje de una carta hecha con faltas de ortografía, con lápiz, o con la finura de una máquina IBM de los Estados Unidos o de Europa, viene el testimonio de admiración, de solidaridad a nuestra Iglesia, a nuestros sacerdotes, a nuestros religiosos y religiosas, a nuestros colegios católicos, a la postura de la Iglesia. Que hasta se ha llegado a decir, nada menos que el primado de Inglaterra: "Su figura de la Arquidiócesis es estímulo para la Iglesia de todo el mundo". Hermanos, lejos de nosotros el orgullo, porque nada de lo que está sucediendo es nuestro. Es cosa de Dios. Es el Espíritu Santo que ha encontrado la tierra abonada en la Arquidiócesis. Yo sólo los invito a que sigamos viviendo esa solidaridad. En el número de Orientación de hoy, se ha comenzado a publicar este precioso estudio, de quiénes son los que me han escrito, a quién es a quien le escriben, sintiendo en esta humilde persona la presencia de una Iglesia que es la esperanza del campesino, que da que pensar al capital, al gobierno, cuando es sincero en escuchar este diálogo de reflexión y que pone a la Iglesia en su verdadero puesto, como dice -y este es otro saldo rico de esta semana: yo leí esta semana el estudio sobre los días trágicos publicada en ECA, la revista de la Universidad José Simón Cañas. Yo les recomiendo (es un estudio) como una lectura teológica analizando qué es lo que ha hecho la Iglesia en estos días- Y dice claramente, ya para terminar; la Iglesia desea que nuestro país supere la crisis actual, quiere que se restablezca el orden y la justicia, quiere que a ella también se le permite unirse a todas las fuerzas realmente interesadas en la construcción de un país más justo y quiere que se la entienda, y que cese por lo tanto tanta difamación y persecución contra ella. La Iglesia quiere ganar también su batalla, pero aunque la perdiera, creemos que ha ganado la batalla fundamental, pues la historia recordará que en los momentos de mayor crisis en el país, con todas sus limitaciones y yerros, la Iglesia humanizó el país con limpieza de su palabra, la honradez de sus acciones, la fortaleza en el sufrimiento y la opción por los desposeídos". (Estudios Centroamericanos (ECA), XXXII, p. 316). Un precioso estudio, después de decirnos cómo la Iglesia ha devuelto la confianza, la esperanza, la historia, la palabra, la honradez. Gracias a Dios, católicos, hemos vivido en la intimidad de nuestra Iglesia lo verdaderamente noble, la verdad, la sinceridad, mientras a nuestro alrededor una cortina de humo, de mentiras, de distorsión de noticias, de falsedades, de calumnias. La Iglesia ha vivido, gracias a Dios, y lo recordará la historia, una hora de sinceridad, aún cuando no se le ha querido comprender. Ustedes, sí. Y yo les agradezco, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, movimientos católicos, grupos de base, parroquias promovidas. ¡Cómo han vivido ustedes esta hora preciosa! Digámosla, cultivando. Otro saldo que yo quiero recordar y agradecer es la respuesta a la pregunta que yo hice en un diálogo por Radio ¿Cómo quieren que se celebre el próximo 6 de agosto? Y me ha dado un gusto enorme ese sentido de fe, de piedad verdadera en torno de nuestro Divino Salvador. Todos quieren que se limpie de ese sentido profano esta fiesta que debería de ser la evocación más bella del Libertador de nuestro pueblo y de la verdadera liberación- que la Iglesia predica ¡El Divino Salvador! Vamos a recoger todas esas sugerencias y, desde el próximo jueves, nuestros encargados de la radio van a ocupar las horas de la Oficina de Información y Prensa para predicar, por radio, una novena del Divino Salvador, motivada por estas sugerencias, por estos temas de actualidad. Les suplico, pues, que desde el jueves a la 1.00 de la tarde, a las 8.00 de la noche y a las 5:45 de la mañana, sintonicen esta emisora YSAX, y reflexionemos lo que significa para la patria tener un patrono tan bello, tan divino como el Divino Salvador del Mundo. Y preparémonos. Y el 5, la víspera de la gran fiesta, que será una fiesta de oración, han dicho muchos. Intensifiquemos la oración. Yo quiero invitar a todos los queridos párrocos para que el 5 en todas sus parroquias sea un día de preparación, de oración y penitencia, que se confiese el mayor número de hombres, y mujeres, y niños y jóvenes, para que vengan en la peregrinación del 6 a comulgar la mayoría. Y el 5, allá en la Basílica del Sagrado Corazón, donde está la imagen que luego viene en la tradicional procesión de la Bajada, invitamos a todo San Salvador, para que vaya a orar; los grupos de oración que ya viven, gracias a Dios, en nuestras parroquias, concéntrense en la Basílica , intensifiquemos la oración por la patria. La bajada, en ese pleamar que viene de toda la República, gracias a Dios, ese atractivo que nadie tiene más que el Divino Salvador, se convierta en un clamor de esperanza de esta patria, al que se transfigura, en las horas del dolor y el sufrimiento, en la gran esperanza del Transfigurado. Y el 6, nuestra misa mayor será de campaña, ahí en la puerta mayor, frente a la plaza. Quisiéramos que todas las parroquias trajeran su propio estandarte para que a la hora de la comunión, sus propios párrocos -queremos que todos los sacerdotes estén en esta Concelebración, que ningún párroco se quede- Sería señal de poca adhesión a la fe del pueblo y de la jerarquía y del Divino Salvador la ausencia, muy significativa, de un solo sacerdote. Que todos estamos aquí junto al Divino Salvador de la patria. Si no hay ausencia verdaderamente justificada, interpretará el pueblo muy mal la ausencia de un solo sacerdote. Queremos que sea la fiesta del pueblo del Divino Salvador, una concelebración donde todo sea la piedad y el fervor de nuestra nación. DEBER DE DENUNCIAR EL PECADOPorque, queridos hermanos, esta riqueza de vivencia de nuestra semana que estamos terminando o comenzando, yo la quiero enfocar desde las palabras de Dios que se han leído hoy. Es muy fácil decir: "No hay persecución". Pero, cuando uno analiza a la luz de la palabra de Dios cual es la misión de la Iglesia, sí hay persecución. A la luz de la palabra de hoy, aparece que la Iglesia tiene el deber de denunciar el pecado. La primera lectura es una página del pecado social, y de las otras lecturas aparece la otra misión de la Iglesia: elevar los hombres en la oración a la verdadera promoción, cuya pirámide, dice el Papa, consiste en el trato del hombre con Dios. El hombre verdaderamente libre es Moisés, es Abraham, es el caudillo del pueblo o el pueblo que habla con su Dios. Fijémonos en la primera página: los pecados que se denuncian contra este pueblo son muy graves, dice Dios a Abraham y "vengo a ver", con mis propios ojos. Es una imagen bella, antropomórfica, Dios como si se hiciera hombre; naturalmente que es una figura retórica, bíblica, que representa a Dios como un hombre que viene a darse cuenta, como a inspeccionar él mismo, a ver los pecados de su pueblo. Se trata de los pecados de Sodoma y de Gomorra. No dice propiamente la Biblia cuáles eran; pero sí, una interpretación bastante auténtica parece que se trata de desórdenes lujuriosos muy feos, el pecado de la carne. Los pecados sociales cambian, pero lo substancial es lo mismo. Los obispos reunidos en Medellín en 1968 dijeron que en América Latina hay también un pecado social, "situación de pecado" son las palabras textuales. Parecen duras, pero cuando uno piensa ¿qué es el pecado? El pecado es la muerte de Dios, es lo que ha sido capaz de llevar a Dios hasta morir en una cruz, porque sólo así se puede perdonar. El pecado es el atropello a la ley de Dios, es como pisotear el designio de Dios, el pecado es irrespeto a lo que Dios quiere; y entonces el hombre que quiere buscar su felicidad fuera de Dios, o contra Dios, pone su felicidad en las creaturas, en el dinero, en el poder político, en la carne, en la lujuria, en un amor adulterino. Es darle la espalda a Dios por una creatura, llámese dinero, llámese política o lujuria, como sea. Lo que pasa es que ese Dios, despreciado, ofendido, reclama a este pueblo: "Los pecados de este pueblo son muchos y vengo a ver", y el castigo de cierna ya sobre el pueblo pecador. Y, se dijo en Medellín, es una situación de pecado, de injusticia social que clama al cielo. Yo creo que todos sentimos que esta realidad clama al cielo. El pecado social, hermanos, Monseñor Pironio- y que conste que yo estudio la teología de la liberación a través de estos teólogos sólidos, como es el Cardenal Pironio, que actualmente es prefecto de una de las congregaciones del Papa, hombre de la plena confianza del Papa- analiza el pecado social de América Latina y dice: la ofensa a Dios en esta desigualdad social que viven nuestros países se puede explicar, primero: porque los hombres no comprenden su dignidad y no se promueven y viven un conformismo que verdaderamente es opio del pueblo. Esto hay mucho, hermanos. Los ricos que no piensan que ellos sólo son los culpables del pecado social; también los perezosos; también los marginados que no lucha por conocer su dignidad y trabajar por ser mejor; todo aquel que se adormece y está tranquilo, como que otros la realicen su propio destino, está pecando también. De ahí que la Iglesia tiene que promover a ese hombre adormecido, y por eso los centros de promoción campesina, los grupos de reflexión de la Biblia, todo esto promueve; y gracias a Dios vamos viendo muchos obreros, campesinos, gente marginada que va conociendo su dignidad. Y en la medida en que conoce su dignidad, despierta también a la gran injusticia que lo está marginando. Si yo soy también hijo de Dios, si yo también tengo que despertar, yo también tengo que ser partícipe en la política del bien común de mi patria, yo también tengo derecho a los bienes que Dios ha creado para todos. No por la lucha de clases ni la violencia, porque la Iglesia, repetimos, no predica el comunismo. Ciertamente, codo con codo con todos aquellos que van luchando por las reivindicaciones sociales, económicas, políticas, ella lleva en su corazón una mística muy distinta de otros liberadores. Ya porque ven a la Iglesia compartiendo una tarde feliz con los maestros de escuela, ya la llaman colaboradora de ANDES. La Iglesia está de acuerdo con las justas reivindicaciones de los maestros, pero desde un punto de vista cristiano, desde Cristo, y jamás la Iglesia por simpatizar con un movimiento de la tierra va a renunciar a su Dios, a su promoción como hijo de Dios. EN LA LINEA DEL EVANGELIOQue se tenga muy en cuenta esto: que la postura de la Iglesia promoviendo al hombre no sigue las líneas del comunismo, sino las líneas del evangelio. Esta es una clase de pecado, y la Iglesia tiene que luchar. Y si la Iglesia, promoviendo campesinos, promoviendo marginados, es tenida como subversiva, y que por eso se le expulsa y que por eso las persecuciones contra éstos, se está persiguiendo a la Iglesia. Porque la Iglesia no puede dejar de promover al hombre, para decirle: "No te duermas eres hijo de Dios, trabaja tu dignidad, sé artífice de tu propio destino, trabaja en tu propio bien común". La Iglesia no puede dejar, no puede renunciar a esta misión de promoción que el evangelio mismo le obliga a predicar. Y los colegios católicos y los centros de juventudes y tiene que despertar la verdadera conciencia del hombre que ha estado muy marginado y que ha sido cómplice del pecado social. Pero hay otra fuente de pecado, dice Monseñor Pironio, es también el pecado personal de aquellos que acaparan lo que Dios ha creado para la felicidad de todos. No se dice que vayan a repartirlo; es una objeción estúpida que muchas veces le han tirado a la Iglesia, cómo va a repartirse por igual, y mañana todos habrán acabado con todo. No se trata de eso, se trata de una transformación de la propiedad privada, que respetando la propiedad privada le sepa dar un verdadero sentido social que no consiste solamente en producir más, sino en producir más para bien común de todos; se trata de que lo que Dios ha creado y hace fructificar en nuestras tierras lleve felicidad a tanta gente que no tiene lo necesario. También ésta es una fuente del pecado social que, como en Sodoma y Gomorra, clama al cielo y hace venir a Dios también a investigar cómo andan las cosas. Pecado social también que clama al cielo, la marginación en política: todos los hombres han recibido de Dios una capacidad para aportar al bien común. El no dejar que se realice el hombre, aportando al bien de la nación lo que él puede dar, es también un abuso de poder. Es también como un acaparamiento de bienes que Dios ha dado para todos. He aquí, que la Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social; si callara la Iglesia, sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso o con el que se aprovecha de este adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Esta es la voz de la Iglesia, hermanos; y mientras no se le deje libertad de clamar estas verdades de su evangelio, hay persecución. Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de poca importancia; es cuestión de vida o muerte para el Reino de Dios en esta tierra, donde Cristo ha querido establecerlo. Por eso, el pecado institucionalizado, pecado hecho ambiente. Ya sabemos, hermanos, que el pecado depende del corazón de cada uno, pero del corazón de cada uno procede el organizar una sociedad con estructuras injustas, donde no se puede desarrollar el hombre como imagen de Dios. De ahí, que todos los pudientes de la política, los pudientes de la economía, los dirigentes sociales, los profesionales, los capacitados, la Iglesia también, como acabo de leer, quieren, tenemos que aportar, para hacer lo que Dios quiere que los designios de Dios no sean frustrados con el pecado de los hombres. Lo que sucedió en Gomorra y en Sodoma fue precisamente que los hombres buscaban la felicidad fuera de Dios, como hoy la está buscando América Latina también, una felicidad sin Dios, contra Dios, destruyendo la imagen de Dios en la tierra que es el hombre. LA ORACION Y EL DESARROLLO PERSONALY el otro papel de la Iglesia, en la otra hermosa página del evangelio: "Maestro, enséñanos a orar", y Jesús les enseña: "Padre" la hermosa palabra que todo lo arreglaría, si todos supiéramos decir "Padre" al Creador de todas las cosas, y sentiríamos hermanos a todos los hombres, y le pidiéramos: "venga tu reino", el anhelo supremo del corazón del hombre, porque cuando venga tu reino a la tierra habrá más justicia, más amor, habrá más igualdad entre los hombres, más fraternidad. Perdónanos, porque somos pecadores. Hermanos -y esto es hermoso- la oración es la cumbre del desarrollo del hombre. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es, cuando se encara con Dios y comprende qué maravillas ha hecho Dios consigo. Dios ha creado un ser inteligente, capaz de amar, libre. Si alguno de ustedes que está siguiendo conmigo este desarrollo del pensamiento no reza y dice que no tiene fe en la oración, yo le invito a hacer este ejercicio intelectual: desarrolla tu capacidad personal, extiende tus cualidades, recoge todas tus alabanzas y aplausos que has recogido. Mira qué grande eres, casi eres un Dios. Por eso te crees Dios, por eso no rezas. Pero por más que extiendas tu ser tus capacidades, si tú sientes que hay un misterio más allá, y que esa inmensidad tuya se siente abarcada por esa otra gran inmensidad; en ese momento estás rezando. Rezar no quiere decir perder tu grandeza; rezar quiere decir ensanchar tu grandeza. Rezar no quiere decir que vas a esperar de Dios lo que tú puedes hacer. Realiza lo que tú puedes hacer, pon en juego toda tu técnica, inventa los regadillos para tus campos, abono a tu tierra, alimenta tu ganado lo mejor que puedas, y cuando hayas hecho todo eso, reza. No lo esperas todo de Dios, porque tú has hecho todo lo que puedes, pero dejas en las manos de Dios lo demás. Haz como aquel que ya dijimos una vez aquí, los que prepararon todo un sistema de un viaje a la luna, y un técnico cristiano dice: "La técnica ha hecho todo lo que se podía hacer. Esperamos que va a ser un éxito. Pero ahora nos toca rezar para que Dios bendiga nuestro trabajo? esto es rezar, hermanos. No es empequeñecer. Cuando uno reza, esperando que Dios lo haga todo y uno cruzado de brazos quiere que Dios lo haga, esto es un Dios falso. Pero cuando uno trabaja, desarrolla su mentalidad, su capacidad de organización, y entonces le dice a Dios: "Señor, a pesar de todo este misterio de grandeza que soy yo, entiendo que tú eres más grande, que me abarcas, que me comprendes, que me completas". Cuando el hombre reconoce esta limitación, está en el máximo de su desarrollo. En cambio, cuando el hombre no reza y cuando el hombre pone toda su confianza en su capital, en su dinero, oigan esta frase de la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI: "Uno de los indicios más seguros del subdesarrollo moral del hombre es la avaricia", querer tener, cuando el hombre confía en sí y se cree capaz de todo, y en su dinero y en las cosas de la tierra y le sale sobrando Dios, pobrecito, es un subdesarrollado moral. Cuando el hombre sabe rezar y confiar en Dios, es un superdesarrollado, el hombre que ha encontrado su verdadera vocación. REZAR COMO SE DEBEPues para esto está la Iglesia, hermanos, para enseñar a rezar. Pero para enseñar a rezar como se debe no aquella oración que adormecía, confórmate, vive pobre, a la hora de la muerte Dios te dará un cielo. Eso no es cristianismo, por eso nos dijeron a los cristianos que dábamos opio al pueblo, y ahí tenía razón el comunismo, porque ellos trabajan mientras los cristianos sólo rezaban y no hacían nada. Pero, aquí le gana el cristianismo al comunismo: cuando trabaja como comunista y espera en Dios como cristiano, ven qué diferencia hermanos, porque la Iglesia tiene que trabajar esta doble promoción, de despertar al hombre que desarrolla sus capacidades y hacerlo esperar en Dios, el trascendente, sin el cual, hemos dicho en la oración de hoy, nada es válido, nada es poderoso. Esta libertad: si se le llega a dar a la Iglesia esta libertad. Por eso hemos dicho al gobierno que el diálogo será precisamente para aprender a hablar el mismo lenguaje: un grupo de reflexión de parte del gobierno, y un grupo de reflexión de parte de la Iglesia, para no llamar subversión y política lo que es promoción evangélica y cristiana, para no expulsar sacerdotes sólo porque enseñan a trabajar y rezar en ese verdadero sentido moderno de la evangelización. Cuando se reflexione y se dé un ambiente de confianza a la Iglesia, que trabaja por esta promoción, la Iglesia está dispuesta perfectamente a la colaboración para esta humanización del hombre, humanización del capital y del trabajo, que no es otra cosa lo que la Iglesia quiere. Yo creo que el mensaje es suficientemente claro y la palabra de hoy respalda plenamente con el ejemplo de Sodoma de buscar una felicidad de espaldas a Dios; con el ejemplo de Abraham, buscando siquiera diez hombres justos y no encontrándolos en un ambiente de pecado, con el ejemplo de Cristo. Y terminemos aquí, hermanos, con la segunda lectura donde San Pablo nos dice que Cristo es como el gran documento donde están escritos todos los pecados de los hombres y que, clavado en la cruz, quedó desautorizado para que los hombres fuéramos perdonados. Yo no encuentro una figura más hermosa, más elocuente, que ésta de San Pablo describiéndonos a Cristo en la cruz, como un papel del diablo cobrándose los pecados de los hombres, pero que Dios borra con el sacrificio de su hijo. Ya el pecado no tiene derecho sobre el hombre. Ya el demonio no tiene que reinar en el mundo. Es el Reino de Dios, que Cristo ha ganado con su cruz y su sangre, y los cristianos tienen que trabajar con ese Cristo, morir si es necesario en esa cruz; pero no echar pie atrás, trabajar, hermanos, por una verdadera promoción que siga haciendo de esta Iglesia de la Arquidiócesis, una Iglesia que de veras sea fiel al evangelio, que sepa trabajar y que sepa rezar, que sepa promover hombres que sepan ser con Dios constructores de un mundo mejor.
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Estimados radioyentes, quiero comenzar hoy con un agradecimiento muy profundo a los obispos de Panamá que han publicado un comunicado de la Conferencia Episcopal, y se refieren expresamente a nuestra situación en El Salvador. Ellos denuncian un parte de guerra (Nº 6 de la Unión Guerrera Blanca), y dicen: "... su tono y su contenido causan horror y, ciertamente, merecen el más fuerte repudio de todo ser que se considere humano y, más aún, cristiano". Según esta declaración, este grupo quienes sean, pretenden tomar la ley en sus manos y terminan por pisotearla. Esto es más que un acto aislado de terrorismo, pues perturba todo el orden jurídico (gobierno representativo y constitucional), e irrespeta los derechos humanos. Ninguna acusación contra el prójimo puede justificar esta actitud, ni en el plano individual ni menos en el plano colectivo y social.
El arzobispo de Panamá, puso este documento en manos del embajador de El Salvador con el encargo de hacerlo llegar a nuestro presidente, y por eso el mensaje se dirige a él: "Nuestras voces quieren llegar a las autoridades superiores del gobierno salvadoreño, para que se aplique toda la fuerza de la ley a los autores de semejante declaración, que es en sí una amenaza contra la ley misma. Hemos esperado, durante estos primeros días del nuevo gobierno de El Salvador, una toma de posición definida frente a toda esta situación. Pensamos que así lo exige, no sólo la ciudadanía de esa hermana nación, sino todos nosotros, solidarios suyos, como istmeños y como cristianos". Queremos agradecer mucho esta solidaridad de nuestros hermanos obispos que también, hace poco, pronunciaron en el Secretariado del Episcopado de América Central unas declaraciones contra estos atropellos. Pero el de Panamá, recobra una actualización urgente, porque todos saben que nuestros queridos hermanos, los padres jesuitas, en estos días están viviendo una amenaza terrible. Yo les suplico que oremos mucho por ellos; y tomemos también el ejemplo de su serenidad, que solamente la puede inspirar un gran amor a la verdad y a Jesucristo. En el periódico Orientación, yo hago un elogio de este mensaje vivo que nos están ofreciendo hoy los jesuitas; así como también un mensaje de lealtad de los padres salesianos que, en la persona del padre Contreras, me presentaron su solidaridad con el episcopado. Su actuación, que todos reprobaron, fue fruto más bien de una ingenuidad que la aprovecha la manipulación de la noticia, un sistema verdaderamente vergonzoso en el cual no importa el honor de la persona, sino salvar otros intereses. Ojalá hubiera más honestidad en nuestras publicaciones. Pero el padre Contreras ha presentado, pues, su adhesión inquebrantable al episcopado, que en ningún momento ha pretendido ser un anti-signo de la línea pastoral que está siguiendo la arquidiócesis. Y repite, pues, su espíritu de fe salesiana, aprendida en un santo como don Bosco que se caracteriza por su adhesión y su firme lealtad al magisterio de la Iglesia. Y todo esto, hermanos, y otras cosas más hermosas que nos llegan por diversas cartas; denuncias de madres, de esposas, incluso de una novia que iba a casarse con su querido novio, precisamente cuando está siendo objeto de esta injusticia: ha desaparecido. Yo quisiera, no solamente anunciar cosas tristes -pero la realidad se impone sino que quisiera anunciar, como lo debe de hacer un profeta, las maravillas de Dios, la bondad de los corazones, lo bueno que nuestro pueblo salvadoreño tiene como por innata condición; entonces, por ejemplo, una carta de Aguilares la que, recordando con cariño nostálgico las enseñanzas del padre Grande en una comunidad, dice esta frase: "Él supo descubrir la grandeza de los hombres y se compadeció ante sus sufrimientos". ¡Qué bello rasgo de lo que es la Iglesia! Cabalmente hermanos, yo esto es lo que quisiera, porque entre las cartas una de las características más hermosas es: "Estamos orando... en nuestra comunidad... en nuestra familia, rezamos mucho..." Yo creo que nunca se ha rezado tanto, se ha orado tanto. Y yo quisiera en esta homilía de hoy, inculcar y, ojalá, ser comprendido por todos (incluso por aquellos que se han dado a la tarea de odiar, de amenazar, de matar, de calumniar), que entre a su corazón un rayito de esta luz que nos trae la palabra de Dios hoy. Y en aquellos donde se está apagando la fe, la confianza, se iluminen esas conciencias con la gran confianza de la fuerza de la oración; y aquellos que se distinguen por su oración -comunidades piadosas, reuniones de grupo, donde la oración espontánea brota del corazón- se animen a vivir esa fuerza. Nada hay imposible a la oración; y si todo este pueblo cristiano de la arquidiócesis tomara la actitud de María frente a Cristo, y Cristo nos dijera como dijo a Marta: "No te preocupes de demasiadas cosas; sólo una cosa es necesaria". ¿Cuál es esa cosa necesaria? Es la que ya se vislumbra siglos antes de Cristo, con la que termina la primera lectura de hoy que nos ha descrito, como transfigurando a Dios en unos hombres que visitan a Abraham; y Abraham objeto dichoso de esta teofanía, está frente a Dios y tiene la oportunidad de dar acogida a Dios y le sirve de los temeros de su cavada; y le da todo lo que puede dar un hombre generoso a un amigo que llega a visitarlo. El Hebrón, allá en Palestina, tiene un nombre en honor a Abraham; aquel pueblo se llama El Kalil, que quiere decir "el amigo". No se puede dar a un hombre nombre más honroso que ese que se ha dado a Abraham: "el amigo de Dios, el que trataba con Dios como con un amigo, hombre de oración. ¿Por qué no nos proponemos todos, los que estamos haciendo esta reflexión, también, ganar un poquito de ese título: amigos de Dios? Pero cuando termina ese interesante encuentro de Dios con Abraham, como amigos que comen juntos, que comparten juntos, la frase termina diciendo: "... dile a Sara que dentro de un año, cuando retorne, le habrá nacido un hijo". Esta es la esencia de ese mensaje de la primera lectura. Porque ese hijo de Abraham ya anciano, y de Sara estéril y vieja, es el hijo de la promesa. De allí va a nacer un pueblo que tendrá el honor, en la historia, de ser el vehículo de sangre que va a dar a luz al Redentor de los hombres. Jesús es descendiente de Abraham, ¡qué honor, el Hijo de Dios es descendiente de un anciano y de una estéril! Este es el gran prodigio, el gran designio de Dios. Nada hay imposible para el Señor, le dice también el ángel a Maria, hablándole de otra esterilidad que se hace fecunda: Elizabeth, madre de Juan Bautista. Y San Pablo, en la lectura de hoy, nos describe lo único necesario: el misterio de Cristo, misterio escondido en Dios que se ha revelado a los hombres. Y dichoso aquél que llega a comprender que Dios se hizo hombre para salvar a los hombres; y que cada vida humana que se incorpora en esa corriente de redención / y se convierte en Cristo, se diviniza su vida. Porque Dios vino hecho hombre en Cristo, para hacer Dios a toda la humanidad que creyera en él. Esto es lo único necesario. Por eso, cesando miramos a María extasiado frente a las palabras de Cristo, mientras Marta va y viene por la casa preparándole la comida, y reclama a Jesús: "Mira, mi hermana no me ayuda; dile que vaya a darme una mano". Jesús defiende a María: -"Marta, Marta, tú te preocupas de muchas cosas, sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la mejor parte, que no se le va a quitar". Todo aquél que llega a comprender lo único necesario (Maná, en las Palabras de Cristo está oyendo el designio de Dios, el amor de Dios), es un alma en oración, es un alma contemplativo. Marta es la figura del alma activa. Asi lo han interpretado en todos los siglos, este bello pasaje del evangelio de hoy. Y a la luz de Marta que va y viene, podemos ver a la Iglesia en sus actividades pluriformes. ¡Qué maravilla es la Iglesia! Porque Jesús, al alabar la actitud de María, no está reprobando la actitud de Marta; lo que le está diciendo es: Ojalá toda su actividad proceda también de lo único necesario; porque no basta ser contemplativo, estar rezando, es necesario también trabajar; pero que cuando se va al trabajo, se lleve en el corazón la unidad de todo lo que se va a hacer, una perspectiva de fe que ilumine toda tu acción. Y aquí es, hermanos, donde yo quiero recomendar la necesidad de encontrar ese único necesario, la necesidad de orar. Yo voy visitando en estos días comunidades preciosas de cristianos, y les aseguro que, a la luz de la Biblia y de la reflexión que allí surge, se levantan plegarias tan bellas que de veras la labor que la Iglesia está haciendo en El Salvador, sobre todo a través de las comunidades pequeñas, no tiene nada de subversivo, no tiene nada de político; v si tiene algo de político, es la gran política del Reino de Dios de despertar en los hombres la conciencia hacia Dios y de Dios hacia todos los hombres. ¡Que oración! ¡Que contemplación! Es necesario orar y trabajar. Pero el trabajo tiene que proceder de la oración. No se pueden disociar. Todos supieron a través de los medios de comunicación que esta semana, el miércoles, hubo un apagón de muchas horas en New York; y cuando el Alcalde reclama a la compañía eléctrica, la compañía le dice: "Es un poder superior, Dios lo hizo". Pero el Alcalde le reclama negligencia. Los dos tienen razón. Es como cuando los que prepararon un viaje a la luna dijeron: Técnicamente todo está preparado; ahora sólo nos resta orar; orar y poner en juego todas las energías humanas". No sólo trabajar sin Dios, ni sólo orar sin trabajar. "Ora et labora" era el gran lema de San Benito, el fundador de los benedictinos, que no descansan en su vida, orando y trabajando. Aquellos monasterios, donde los monjes parecen abejas hacendosas. No descansan un momento, pero en su corazón siempre están orando. Como María, contemplan lo único necesario; y como Marta, trabajan: van y vienen. ¡Qué hermosa fuera nuestra ciudad, los campos, los pueblos; donde los hombres profesionales, comerciantes, estudiantes, mujeres de hogar, del mercado, todos tuviéramos en el corazón un gran sentido de oración, y al mismo tiempo una honradez en el trabajo, una diligencia! Cuando Pablo VI clausuraba el Concilio Vaticano II, hizo un análisis tan precioso, que es uno de los discursos más bellos del pontífice actual -se los recomiendo como un discurso de humanismo nuevo, cristiano- el Papa hizo ver cómo el Concilio reafirmaba la misión religiosa de la Iglesia, es decir su unión con Dios, y desde esa unión con Dios enseñaba a los hombres de hoy que la oración, la contemplación, es la actividad más noble del hombre que lo hace encontrarse con Dios; y le da unidad a toda la pluriforme variedad del mundo y hace comprender el secreto de la verdad, de la firmeza de la Iglesia; y hace descubrir en el rostro del hombre la verdadera figura de Dios, que hace al hombre respetuoso de los deberes humanos. Y decía: "Humanistas del siglo XX que prescinden de la trascendencia hacia Dios, admiren en este Concilio que, precisamente por partir de Dios, ofrece al mundo un humanismo más completo, más exacto que los humanismos sin Dios". Sí, lo primero que nos da el sentido de orar es descubrir a Dios. Y decía el Papa: "¡Y en qué tiempo este Concilio ha proclamado la existencia de Dios! Cuando el mundo está más afanado en buscar el reino de la tierra que el Reino de los Cielos; cuando las técnicas y las ciencias humanas como que le quieren dar derecho al hombre para independizarse de Dios; cuando la filosofía de los hombres llega a tales alturas que lo hacen sentirse casi el objeto y el centro de toda la creación; cuando todo profesional va contra este sentido trascendente, espiritual, es cuando el Concilio en oración ha dicho: existe Dios, es bueno, se cuida de todos nosotros, es personal, podemos entablar con él un diálogo". Esto descubre la oración, queridos hermanos; un encuentro personal con Dios. El ejemplo de Abraham hablando con Dios como un hombre habla con otro hombre, el ejemplo de Maria con su rostro clavado en las palabras de Cristo, es el ejemplo de las almas que necesita hoy el mundo. Muchos han cerrado su comunicación con Dios. Muchos no creen. El ateísmo es un fenómeno muy cundido entre nosotros, por lo menos un ateísmo práctico. No existe Dios si son almas que no oran. Pero ¿cómo puede vivir un hombre sin la creencia en un Dios, si lo que le da fuerza al hombre es ese encuentro con el Poderoso? Mi origen y mi destino, mi razón de ser, la luz de mi inteligencia, el amor de mi corazón, la fuerza de mi vida, la perseverancia en mis propósitos; sólo Dios me los puede dar. Toda moral, toda liberación, todo sentido de humanismo que no tenga en cuenta esta contemplación, esta oración con Dios, es falsa. Si no lo es, es hipócrita. Queridos hermanos, ojalá que mis pobres palabras despertaran en el hombre que no reza, siquiera un ensayo de ponerse en contacto, porque a Dios le basta ver en su creatura el primer impulso de querérsele acercar, y él se inclina para dialogar con el hombre. Diríamos que Dios tiene más ganas, de hablar con nosotros, que nosotros de hablar con él, y que basta un pequeño impulso de orar. Retírense como Abraham, bajo la sombra del mambré. Allá bajo un roble, bajo un amate; allá a las orillas de un no, frente a nuestros bellos paisajes. ¿Por qué no detenerse un momentito y levantarse de esas bellezas al Creador? Que no se pase esta semana sin hacer ensayos profundos de esta búsqueda, de Dios; y les aseguro que el otro domingo que volvamos a misa vendremos más empapados de esta visión, con más fervor en el alma para encontrarnos en la misa con este Dios que buscamos por todas partes y que en todas partes podemos encontrar. Además del encuentro con Dios, la oración me da la unidad y la razón de ser: la explicación de mi Iglesia. Es una hora de Iglesia la que estamos viviendo. No hay labio salvadoreño que no haya pronunciado mil veces la palabra "la Iglesia" pero muchos no la conocen. Para unos, es la peste más grande, y hay que acabar con ella; y la persiguen y la calumnian y la difaman; y muchos se llaman hijos de la Iglesia, asociaciones católicas. ; ¿Qué sentido de Iglesia tienen los perseguidores? Pero lo más lastimoso es que gente que vive dentro de la Iglesia no ha comprendido; porque el Concilio lo dice, y el Concilio se reunió varios años en reflexión, como si la Iglesia estuviera tomando conciencia de sí misma. Se parece a ese momento en que el joven o la joven, llegando a la adolescencia, va descubriendo en su cuerpo y en su espíritu los misterios más profundos de su propio ser, de su propia vida. Es como cuando el hombre reflexiona en sí mismo, y descubre la maravilla de su conciencia, de su libertad, de su inteligencia. Eso fue el Concilio, un reflexionar desde la luz de Dios, en el propio ser de lo que es la Iglesia fundada por Cristo. Y entonces se encuentra que en su oración es precisamente donde la Iglesia se conecta con ese Dios, que le da las corrientes de la vida, que le da su juventud perenne, que le da la verdad de su palabra, que le da la serenidad de su sufrimiento, que la hace enfrentarse impávida, como quien lleva a Dios frente a todas las tribulaciones. No es una sociedad humana; algo divino hay en este organismo humano que lo llena todo y lo trasciende todo, y se hace sentir sacramento de Dios en el mundo, ofreciendo fuerzas de salvación, ofreciéndose al hombre de hoy, con todas las energías del resucitado, para darles vida a los hombres que mueren, que envejecen, que enferman, para encontrar la esperanza. Por eso, cuando comenzaba esta situación de la Iglesia en El Salvador y yo tenía la dicha de dirigir mis primeras palabras a esta querida arquidiócesis, yo les decía -y ustedes lo comprendieron- que lo que el hombre anda buscando en el mundo, aquí lo tiene la Iglesia para ofrecérselos; y lo que más me ha llenado de satisfacciones profundas en este episcopado, tan lleno de circunstancias interesantes, es que muchos hombres se me han acercado. Lo han dicho por allí, que han encontrado en la Iglesia lo que no hablan encontrado; que han sentido la Iglesia como fuerza de Dios. ¡Cómo me llena, cuando se acerca alguien para decirme: "Yo me había alejado de la Iglesia, pero ahora cuente conmigo; yo quiero ser un verdadero católico!" Van descubriendo en está Iglesia lo que la Iglesia lleva en sus entrañas: la fuerza de Dios. Y en la medida en que un hijo de la Iglesia ora, él también se hace instrumento de Dios. En su exhortación sobre la evangelización del mundo actual, el Papa Paulo VI llega a decir: ¿Qué es la evangelización? Es un hombre o grupo de hombres que se encuentran con el mensaje de Cristo y se sientan a reflexionarlo, y lo asimilan y sienten que es alegra, que es vida, que es satisfacción. Y no les cabe dentro de sí, sino que van a expandirlo. Se evangelizan para luego evangelizar. Se recibe la vida para dar vida. Cada católico que sepa orar, será eso: una fuente, como las fuentes que se llenan de agua y que rebalsan para regar y fecundar un campo. Cada cristiano que ora, cada hijo de la Iglesia que se pone en contacto con esta fuerza de oración, cada católico que quiere ser como María, ávida de recibir las palabras de Jesús, se llena de espiritualidad, y rebalsa y riega, y hace santa a su familia y convierte pecadores, y acerca almas a Dios, y por donde quiera va llevando el testimonio que sólo Dios puede dar. El ejemplo es maravilloso de muchos santos que vivieron esta plenitud de Dios; y nadie como ellos han constado la historia. Los verdaderos protagonistas de la historia son los que están más unidos con Dios; porque desde Dios auscultan mejor los signos de los tiempos, los caminos de la Providencia, la construcción de! la historia. ¡Ah! si tuviéramos hombres de oración entre los hombres que manejan los destinos de la patria, los destinos de la economía. Si entre los hombres, más que apoyarse en sus técnicas humanas, se apoyaran en Dios y en sus técnicas, tuviéramos un mundo como el que sueña la Iglesia: un mundo sin injusticias, un mundo de respeto a los derechos, un mundo de participación generosa de todos, un mundo sin represiones, un mundo sin torturas. Y me perdonan que siempre mencione las torturas, porque hay una pesadez en mi pobre espíritu cuando pienso en los hombres que sufren azotes, patadas, golpes de otro hombre. Si tuvieran un poquito de Dios en su corazón, veían en ese hermano, un hermano, una imagen de Dios; y lo digo porque las situaciones siguen; siguen las capturas, las desapariciones. Ojalá hermanos, que un poquito de contacto con Dios, desde esas mazmorras que parecen infiernos, bajara un poquito de luz e hicieran comprender lo que Dios quiere de los hombres. Dios no quiere esas cosas. Dios reprueba la maldad. Dios quiere el bien, el amor. Sólo haciendo oración se puede descubrir lo que Dios quiere; y esta es la tercera consideración con que quiero terminar: Sólo desde la oración, desde la contemplación a Dios, podemos descubrir la verdadera grandeza del hombre. Ese pensamiento que les leía de la carta de Aguilares: el padre Grande nos enseño a "descubrir la grandeza de los hombres y se compadeció ante sus sufrimientos...". No se desentendió del hombre; al contrario, lo criticaron al Concilio, porque dijeron: "Se ha volcado mucho al hombre de hoy, a la sociedad de hoy; casi ha sido infiel al evangelio". De ninguna manera ha sido infiel al evangelio, dijo el Papa; precisamente, arrancando del evangelio el mandato de Cristo, amar a los hermanos, ha hecho de este Concilio, el Concilio de la caridad, el Concilio que se acerca al hombre de hoy con su problemática tan difícil de comprender: hombre por una parte grande, que se eleva sobre sus inventos, sobre sus grandezas; pero por otra parte deprimido de sus propias desgracias, un hombre amargado de la vida, un hombre sin ilusiones. Y, ¿qué sucede -dice el Papa- cuando el Concilio se encuentra con este hombre? No le da diagnósticos de muerte, no lo castiga con anatemas. Ha sido una característica de este Concilio que quiere ser el espíritu de la Iglesia de hoy. Una simpatía grande se vuelca sobre el hombre; porque descubre en el hombre a un agobiado de sus incredulidades, de sus pecados, de sus crímenes, la imagen de Dios que hay que embellecer, que hay que retomar a su primitiva grandeza. Y esto es la Iglesia actual, queridos hermanos, es la Iglesia de la simpatía, la Iglesia del diálogo, la Iglesia que se acerca al hombre en su grandeza o en su miseria. La que descubre la dignidad y le enseña al hombre que debe de respetarla en sí y en los demás. La que le dice que hay que salir de condiciones infrahumanas a condiciones más humanas, hasta las condiciones divinas de la fe, de la oración, del contacto con el Dios que ha creado a los hombres para dialogar con ellos y hacer con ellos su familia por toda la eternidad. Esta vocación preciosa del hombre es la que la Iglesia no puede olvidar. Y cuando le dicen a la Iglesia -ciertas personas tradicionalistas o ciertos intereses egoístas que no quisieran tocar este punto; que se ha olvidado de su misión religiosa y solamente está tratando asuntos políticos y sociales, es porque olvidan que en la política y en los elementos económicos y sociales, es donde el hombre se desarrolla. Pero a la Iglesia no le interesan los intereses políticos o económicos; sino en cuanto tienen relación con el hombre para hacerlo más hombre y para no hacerlo idólatra del dinero, idólatra del poder; o desde el poder, hacerlos opresores; o desde el dinero, hacer marginados. Lo que interesa a la Iglesia es que estos bienes que Dios ha puesto en las manos de los hombres -la política, la materia, el dinero, los bienes sirven para que el hombre realice su vocación de hijo de Dios, de imagen del Señor. Y todo esto solamente lo aprende la Iglesia cuando, apartándose de tantos peligros de los ídolos de la tierra, se pone como María frente al único Señor, el único necesario, de donde deriva la única razón y la esperanza, la fe, la grandeza que los hombres pueden tener. Por eso, hermanos, el mensaje de la palabra de hoy es vital. Yo quisiera que de aquí saliéramos llevándonos la imagen de esas dos mujeres que caracterizan a la Iglesia- Marta y María. No dejemos de trabajar. Intensifiquemos nuestro ir y venir como Marta; pero cuidado si nos olvidamos de lo único necesario que ha comprendido María. Que en el corazón haya una fuerza que une toda nuestra actividad y que descubre la razón de ser de todo lo que hacemos: Dios, Cristo, la dignidad humana. No trabajemos nunca perdiendo de vista a Dios. Como el Concilio, inclinémonos al hombre, a la tierra; pero con el corazón lleno de esperanza, de fe y de amor, muy unido con Dios. Este es el equilibrio de la verdadera santidad moderna: ser como Marta muy comprometidos, muy activos con la actividad de la tierra. El compromiso de las cosas temporales que Dios ha puesto en nuestras manos, manejémoslo bien. Trabajemos, desvivámonos por los demás; pero nunca lo hagamos únicamente por una filantropía, es decir, sólo por el hombre, sólo por la tierra. Hagámoslo por una verdadera caridad que se inspira en Dios y que como María aprende en el lenguaje, en la meditación del evangelio: continuamente almas de oración, almas de lectura bíblica, almas de reflexión en común para elevarse a Dios; y desde Dios bajar para trabajar en el mundo. Estos son los verdaderos equilibrios evangélicos que, gracias a Dios, están viviendo muchos hoy en nuestros días, y que espero que sea para todos la pauta de la vida moderna. ... a la Iglesia del Carmen de Santa Tecla, el 16 de julio, es una gracia de Dios; porque este lugar, así como tantos carmelos populares de nuestra república, nos los obsequia Dios para que nosotros, los pastores del pueblo salvadoreño, encontremos un apoyo directo, una confirmación de nuestro trabajo, de nuestra predicación, que es bendecida nada menos que por las manos bondadosas de la Virgen María. No hay predicadora más atrayente que la Virgen del Carmen en medio de nuestro pueblo; porque así como vemos aquí la Iglesia del Carmen de Santa Tecla repleta de fieles, estoy imaginando yo también las parroquias, los pueblos, donde este día los sacerdotes son incapaces de colmar el ansia espiritual de las almas que buscan a Dios. Es como decía el Papa Pablo VI, hablando a los encargados de los santuarios marianos, que estos lugares hacen visible el poder invisible que conduce a esta Iglesia de Dios. Y en esta hora, en que la Iglesia salvadoreña se renueva, precisamente por la persecución, qué dulce es encontrarse con las miradas de la Virgen, miradas aprobatorias, miradas de consuelo, miradas de ánimo. He aquí, pues, que nuestra presencia en este santuario carmelitano debe despertar en nosotros lo que la Virgen quiere despertar en esta Iglesia de 1977.
Yo me imagino, hermanos, que la piedad de cada uno de los que hemos venido a honrar a la Virgen del Carmen lleva la angustia y la esperanza que llevaba aquella plegaria de Simón Stock, el superior de los carmelitas, que viendo su orden perseguida, levanta sus ojos al cielo para decirle a la Virgen que les dé una señal de protección. Y es que a través de Simón Stock y del escapulario nosotros remontamos esta devoción hasta aquellos orígenes casi legendarios del monte Carmelo, donde la tradición recuerda que unos hombres piadosos -todavía en el Antiguo Testamento, sin que María viviera, sin que Cristo existiera, nada más que en las promesas de la Biblia- intuyeron la ternura y el poder de esa mujer tan emparentada con el Redentor prometido de la Biblia; y la amaron sin conocerla y fueron sus primeros devotos. Y de allá arranca, del monte Carmelo, el origen de esta congregación, Orden del Carmen, que floreció, pero que fue perseguida y que un día Simón Stock, viéndola así acosada, pide a la Virgen su protección. Y la tradición nos cuenta que la madre del cielo bajó con el escapulario en sus manos para decirle a Simón Stock: "Esta es la señal de protección que te traigo. Todo aquél que muera llevando este santo escapulario no verá las llamas del infierno". Y la protección de la Virgen se hizo sentir tan poderosa que aún ahora, a siglos de distancia y aún donde no hay carmelitas, está el santo escapulario, como una protección de la Virgen, llamando al pueblo y sintiendo que el pueblo es un hijo predilecto de la Virgen María. Por eso les digo, hermanos, en esta hora de 1977, que todos conocemos como una hora de persecución a la Iglesia; con sus sacerdotes asesinados, expulsados, torturados; con tanto terror que se mete en las filas de la Iglesia que trabaja; en fin, es demás recordar estas cosas tristes, pero es para decirles que es una hora en que los carmelitas, como todo católico que sienta con la Iglesia de verdad, levanta los ojos a la Virgen y le pide una señal de protección. Y en esta iglesia, que rigen con tanto fervor los padres jesuitas, la oración de súplica, de protección, se hace concreta. Yo quisiera que esta plegaria eucarística en honor de la Virgen del Carmen, pidiendo protección para la Iglesia en El Salvador y para la paz de la República, se concretara de manera especial pidiendo por los padres jesuitas, precisamente en esta hora, amenazados criminalmente de muerte. Nos conmueve esa serenidad de estos hombres de Dios; comprendemos ahora lo que significa esa formación del jesuita en la escuela de los Ejercicios Espirituales, donde le pide a Cristo aprobios, humillaciones, cruz, sacrificio. Y cuando los ve venir, no se espanta; los ha pedido, los ha deseado. Porque el jesuita es otro Cristo que tiene que esperar, a cambio de su bondad dada al mundo, la ingratitud. Pero, hermanos, nosotros que sentimos que los jesuitas son una parte viviente de la Iglesia y que en esta hora de prueba a su ministerio están dando el ejemplo maravilloso de su serenidad, de su entrega a la causa de la Iglesia, aun cuando sea necesario morir como Cristo, nosotros pedimos a Dios con toda el alma, a la Virgen del Carmen, una señal de protección para estos soldados de Cristo y de su Iglesia. Y entonces la Virgen nos responde con su escapulario, la promesa de siempre, que yo quisiera interpretar en el mensaje de esta mañana: La Virgen nos ofrece una promesa de salvación. Pero, en segundo lugar, no es una salvación solamente después de la muerte. Es una salvación que nos reclama el trabajo también aquí en las cosas temporales, en la historia. Y entonces nos reclama la renovación interior, el Reino de Dios que ya comienza en esta tierra, en nuestro propio corazón. 1. LA VIRGEN NOS OFRECE UNA PROMESA DE SALVACIONSí, en primer lugar, digo que el escapulario de la Virgen del Carmen es un signo de la esperanza de salvación que lleva todo hombre en su alma, en su corazón, en su vida. El que muera llevando esta librea no verá las llamas del infierno. Es una promesa de salvación. Pero yo quisiera desengañar a muchos y decirles que no es una promesa falsa, o sea, que no se apoya en la realidad de cada uno de nosotros. La promesa de la Virgen, quiere despertar en el corazón del hombre, ese sentido escatológico, es decir, esa esperanza del más allá: trabajar en esta tierra con el alma y el corazón puesto en el cielo, saber que no se instala nadie en este mundo, sino que peregrina hacia una eternidad, que las cosas de la tierra pasan, que lo eterno es lo que permanece. Es, ante todo, esto: ¡La trascendencia!. La Virgen, como la Iglesia, como Cristo, nos ofrecen un mensaje trascendente y esto ya le da a la Iglesia una originalidad que no la tiene ninguna otra promesa de liberación. Los marxistas, los movimientos de liberación de la tierra, no están pensando en Dios, ni en la esperanza del cielo; y por eso se diferencian enormemente. Aunque la Iglesia habla también de liberación, habla también de una reivindicación, de un orden social más justo, no pone su esperanza en un paraíso de la tierra. La Iglesia quiere un mundo mejor, pero sabe que la perfección no se dará nunca en esta historia, que está más allá, una salvación de donde vino la Virgen, un destino en ese cielo donde la madre nos espera, un destino en aquel paraíso de donde tuvo su origen el escapulario, lazo que nos amarra a esa eternidad. Nadie se pone el escapulario pensando sólo en paraísos de la tierra; al contrario, pensando en la salvación eterna, en que al morir me voy a salvar. Esto es muy bueno, cultivémoslo, no lo perdamos de vista; es lo primero en el mensaje de la Virgen: la espiritualidad. Y cuando el Padre Santo, recogiendo la opinión de todos los obispos del mundo, expresada en el sínodo de 1974, escribió la famosa exhortación sobre la evangelización del mundo actual, el Papa dice que se oyó, a través de los obispos, el clamor de las inmensas miserias del mundo. Y los padres y el Papa hablan de liberar al mundo de esas miserias. Pero, el Papa también insiste con los obispos que la primacía de la salvación cristiana es lo espiritual, lo celestial, lo eterno. Que nunca un hombre que trabaja por la liberación en la tierra tiene que olvidar esa esperanza de cielo. Hermanos, reafirmemos en esta mañana carmelitana nuestra esperanza de ese cielo del cual nos habla tan elocuentemente el santo escapulario de la Virgen, y llevémoslo siempre, pensando en esa eternidad donde se nos pedirá cuenta del trabajo de esta tierra. 2. UNA SALVACION QUE RECLAMA TRABAJO EN LA HISTORIAPero, en segundo lugar, y esto es lo que no comprenden muchos en esta hora, y esto es necesario comprenderlo, porque es mensaje también de la Virgen. Desde muy pequeños, creo que todos ustedes como yo también recogíamos con cariño y agradecimiento un privilegio de la Virgen del Carmen, un privilegio sabatino, que dice que todos aquellos que mueran llevando el escapulario, la Virgen, va a bajar a sacarlos del purgatorio, si acaso han oído allí, el sábado siguiente a su muerte. No se trata de un dogma de fe; el que no lo quiera creer no está obligado a creerlo, no peca si lo niega. Pero, los que tienen cariño a la Virgen, saben que para la Virgen, que todo lo puede ante Dios, es muy posible. Y aun teológicamente, o sea, según los principios y los criterios con que la Iglesia procede, también vemos la posibilidad. Más todavía, ¿qué cosa es una indulgencia plenaria, que la Iglesia puede conceder y concede abundantemente? La indulgencia plenaria es el perdón pleno del pecado y de la deuda que el pecado contrajo, de tal manera que, si una persona muere después de ganar una indulgencia plenaria, no tendrá purgatorio; ni siquiera esperará al sábado siguiente. En el mismo instante en que uno muere perdonado por completo de sus culpas y de sus deudas, tendrá parte ya en el reino de los cielos. El purgatorio existe para purificar las deudas que no se pagaron en esta tierra. Pero, si una indulgencia que la Iglesia administradora de la redención de Cristo aplica a un alma que emigra a la eternidad, se gana ciertamente, el cielo inmediatamente. Y la indulgencia plenaria supone el perdón de los pecados, el arrepentimiento de un alma que se debe desapegar de todo afecto al pecado. No puede ganar una indulgencia plenaria, ni será digno del cielo, quien muera llevando en el corazón un afecto pecaminoso; porque todo eso ofende a Dios y no puede entrar nada manchado en el reino de los cielos. El que gana una indulgencia plenaria tiene el corazón desprendido de todo pecado, apartado de todo lazo que lo ata a las cosas pecaminosas y un alma arrepentida del pecado, desapegada de toda pasión desordenada. Con el ansia de ganar esa indulgencia del cielo, ciertamente tendrá algo más que un privilegio sabatino; y la Virgen sabrá cumplir con ese corazón, desprendiéndolo de todo lo malo. Pero, siempre desde niños, aprendimos también una cosa, y es lo que yo quiero inculcar hermanos, en esta mañana sobre todo: que no es cuestión de que la Virgen se comprometa a salvarnos sin el esfuerzo de esta tierra. Hablando del privilegio sabatino se decía que cada uno guarde castidad según su estado de vida, y en la castidad quisiera comprender yo todos los deberes temporales, toda la moral, todo aquello que Dios nos manda y nos aconseja. De ahí, que si el santo escapulario es un mensaje de la eternidad, un mensaje de lo escatológico, del más allá; el escapulario también es un mensaje del más acá, el escapulario es también un reclamo de esta tierra, del cumplimiento de los deberes en este mundo; y todo es lo que la Iglesia está acentuando en esta hora. Y cuando la Iglesia reclama una sociedad más justa, unas riquezas mejor distribuidas, una política más respetuosa de los derechos humanos, la Iglesia no se está metiendo en política, ni se está haciendo marxista-comunista. La Iglesia está diciéndoles a los hombres lo mismo que el escapulario: sólo se salvará aquel que sepa manejar las cosas de la tierra con el corazón de Dios. Y como hay muchos injustos en esta hora y hay muchos atropellos a la dignidad humana, y hay muchas injusticias con el pobre y el pobre también las comete contra el rico, hay muchas situaciones de pecado. Así lo dijeron los obispos autorizados por el Papa reunidos en Medellín: en América Latina hay una situación de pecado, hay una injusticia que se hace casi ambiente y es necesario que los cristianos trabajen por transformar esta situación de pecado. El cristiano no debe tolerar que el enemigo de Dios, el pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado sea marginado y el Reino de Dios se implante. Luchar por esto no es comunismo. Luchar por esto no es meterse en política. Es simplemente el evangelio que le reclama al hombre, al cristiano de hoy más compromiso con la historia. Un carmelita que llevara el escapulario, "Como la Virgen prometió que me iba a salvar, ya no trabajo en esta tierra", no se salvará. ¿Quién le asegura que va a morir con el escapulario? Cuántos pecadores que se confiaron así temerariamente a la hora de morir se arrancaron el escapulario y murieron sin el santo escapulario. OBLIGACIONES DE TRABAJAR POR EL BIENDice el Concilio: todo aquel que no trabaja en el cumplimiento fiel de la Ley de Dios, en el manejo de las cosas temporales, está ofendiendo a Dios. Está ofendiendo también el amor del prójimo. Es un perezoso, no hace nada por el prójimo, y está poniendo en peligro su propia salvación. Allí no solamente purgatorio sino infierno, para aquel que, pudiendo hacer el bien, no lo hizo. Es la bienaventuranza que la Biblia dice del que se salva, de los santos, porque pudo hacer el mal y no lo hizo; y al revés se dirá del que se condena: pudo hacer el bien y no lo hizo; tuvo en sus manos riquezas que pudieron hacer felices a sus hermanos y por egoísmo no lo hizo; tuvo en sus manos el poder que pudo cambiar el rumbo de la República y hacerla más feliz, más justa, más pacífica, y no lo hizo. Todo aquel que tuvo en sus manos la capacidad, la responsabilidad y no la supo aprovechar será también reclamado en el juicio final y en el juicio de su propia vida. El escapulario de la Virgen, pues, no puede apartarse del evangelio de Cristo, y la Virgen no puede decir una cosa distinta de la que dice la doctrina de la Iglesia, porque la Virgen es un miembro de la Iglesia, Madre de la Iglesia, y no tolerará nada que se predique o se haga contra la Iglesia. Queridos hermanos, en esta mañana, en que la Virgen del Carmen a nuestra súplica de protección nos responde con su santo escapulario a este pueblo salvadoreño, como a Simón Stock esta es la señal de salvación. Y el Concilio Vaticano II explica qué es salvación. EVOLUCION DE LA TRADICION DE LA IGLESIAHermanos, en ciertos ambientes tradicionales no se quiere oír que la salvación es un concepto, como todas las cosas de la tradición del evangelio que evolucionan. La tradición es la misma, la que Cristo entregó a los apóstoles. No puede cambiar. Pero, evoluciona según las necesidades de los pueblos y de los tiempos. Cuando Cristo habla de salvación hay que entenderlo como., la Iglesia de 1977 asistida por el Espíritu Santo, entiende qué es salvación. Cuando la Virgen presenta, hace más de ocho siglos, el escapulario como prenda de salvación, la Virgen entiende esa palabra, como la entiende la Iglesia en la medida que en cada tiempo va siendo necesario explicar qué es salvación. Y la salvación según la doctrina actual de la Iglesia auténtica, inspirada por el Espíritu Santo, dice: no basta decir "la salvación del alma". Fíjense bien, que mucha gente dice: "Con tal de que salve mi alma, aunque viva de cualquier modo". No, pero es que no vas a salvar tu alma sola; es que el Concilio dice: no basta salvar el alma. Es salvar al hombre; alma y cuerpo, corazón, inteligencia, voluntad. El hombre como individuo y el hombre como miembro de una sociedad. Es la sociedad la que hay que salvar. Es todo un mundo, decía Pío XII, el que hay que salvar de lo salvaje para hacerlo humano, y de humano, divino. Es decir, todas las costumbres que no estén de acuerdo con el evangelio, hay que eliminarlas si queremos salvar al hombre. Hay que salvar, no el alma a la hora de morir el hombre; hay que salvar al hombre ya viviendo en la historia. Hay que darle a la juventud, a la niñez de hoy, una sociedad, un ambiente, unas condiciones donde pueda desarrollar plenamente la vocación que Dios le ha dado, y que no por ser pobre se quede marginado y no pueda entrar a la universidad. Hay que proporcionar al ambiente unas situaciones en que el hombre, imagen de Dios, pueda de veras resplandecer en el mundo como una imagen de Dios, participar en el bien común de la República, participar en aquellos bienes que Dios ha creado para todos. Esta es la doctrina de la salvación. Si la Virgen hablara a un Simón Stock de 1977, al darle el escapulario, le diría: esta es la señal de protección; una señal de la doctrina de Dios, una señal de la vocación integral del hombre, para salvación del hombre entero, ya en esta vida. Todo aquel que lleva el escapulario tiene que ser un hombre que ya vive su salvación en esta tierra, tiene que sentirse satisfecho, poder desarrollar sus capacidades humanas para el bien de los demás. CAMBIO DE ACTITUDHermanos, yo les suplico que tratemos de comprender esta hora solemne en que la Iglesia se renueva. Precisamente porque no se le quiere comprender y al predicar esta doctrina como yo he tratado de exponerla hoy, se la tergiversa, se dice: se está metiendo en política, está volviéndose comunista. Y entonces viene la persecución, la represión contra los cristianos, contra los sacerdotes. Mientras no nos comprendan este lenguaje de salvación en el sentido actual de la Iglesia, siempre estaremos en ese mal entendimiento de quienes no quieren comprender a la Iglesia. Quiera la Virgen del Carmen, pues, en esta mañana, no solamente afianzar a sus fieles seguidores que llenan el templo y los templos carmelitanos de todas las iglesias. Desde aquí, yo quisiera saludar con todo entusiasmo a esas comunidades que siguen a la Virgen del Carmen y que se aglomeran en torno de los altares de la Virgen en todos los ámbitos de nuestra República. Y quisiera decirles que recibieran hoy el escapulario como Simón Stock, pero con la comprensión de 1977, para que cada carmelita se convierta en un verdadero seguidor del evangelio actual, el que necesita hoy la Iglesia redentora de los hombres de hoy; y que también, hermanos, sea la Virgen del Carmen y su santo escapulario un toque de gracia para los que no nos comprenden, para que se conviertan, para que sepan que no los odiamos sino que los queremos, que no queremos que se pierdan porque no colaboran a construir un orden temporal más justo, que queremos que la Virgen los llame también a ellos, a los que pueden transformar una sociedad, porque tienen en sus manos el poder; o aquellos que secundan la persecución de la Iglesia, pagados por los interesados en mantener esta situación que no se puede seguir manteniendo; que todos éstos que se oponen a este reinado de Cristo de Justicia, de paz y de amor en el mundo, sientan que los llama Dios también a ellos, hay campo para todos, también para los perseguidores que, como Saulo, se conviertan a ser verdaderos apóstoles del evangelio en esta hora en que celebramos a la madre de todos los carmelitanos. La madre tiene un corazón tan amplio que no solamente está abrazando aquí a los presentes que han venido con cariño sino que siente perdonen- también, tal vez más amor por aquellos que no están con su Iglesia, por los que la ofenden, por los que la acribillan. Sabe Ella, como las madres lo saben bien, que los hijos más perversos, más desgraciados, son los que están más cerca de su corazón, y quisiera que se convirtieran para sentirse hermanos de todos los que ella ama y los quiere en su cielo. Este es el mensaje, según mi humilde pensamiento, hermanos, y yo les agradezco que me lo hayan atendido con tanta atención. Quiero agradecer a los padres del Carmen el honor y la dicha inmensa que me han dado de poder compartir con esta comunidad tan fervorosa de Santa Tecla, carmelitana, el homenaje que le estamos tributando a nuestra Señora; y ahora, junto con la Virgen, porque Ella es también una creatura, una mujer de nuestra raza, unámonos en el espíritu de la Virgen para ofrecerle a Dios el sacrificio que recoge el trabajo de todos ustedes: el amor, la devoción, las preocupaciones, las angustias de todo el pueblo representado aquí por ustedes. ¡Cuántas lágrimas, cuánto dolor!, pero puesto en el altar, en las manos de la Virgen, se van a convertir por la virtud del misterio eucarístico en el sacrificio de Cristo; y sabemos que María es grande, porque fue la que nos trajo a Cristo. De sus entrañas, de su corazón, arrancó la redención del mundo y ahora cuando celebramos la eucaristía en una hora de angustias y esperanzas tan solemne, haga que esta eucaristía celebrada en esta Iglesia tan bonita del Carmen redunden una bendición copiosa de paz para toda nuestra República. Así, sea. Queridos hermanos, estimados radioyentes:
Hoy la palabra de Dios nos invita a la interioridad. Es como si Cristo nos dijera a todos los que vamos a hacer esta reflexión: "El Reino de Dios está dentro de vosotros". Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos los hombres que de veras entran dentro de sí, y por eso hay tantos problemas, porque si de veras nos asomáramos a nuestra propia intimidad y comprendiéramos que la voz del Señor, la ley que nos santifica, no está, así como nos acaba de explicar la primera lectura, allá en las alturas del cielo; y entonces preguntaríamos: "¿Quién podrá subir hasta el cielo, y nos traerá y nos proclamará lo que Dios quiere?" O fuera una ley que estuviera al otro lado del mar, y diríamos: "¿Quién de nosotros cruzará el mar, y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?". CONVERTIRSE POR DENTRO¿Así andamos buscando cómo se mejorará nuestra República? ¿Cómo habrá más entendimiento entre los salvadoreños? Como que si estuviéramos esperando algo que nos venga de fuera, y le echamos la culpa al Gobierno, a las riquezas, a las cosas. Pero, ¿de qué serviría, nos dicen los documentos de la Iglesia, cambiar todas las estructuras sociales, políticas, económicas, si no cambia el corazón de los que han de vivir y manejar esas estructuras? Mientras los que se preocupan de los problemas no entren dentro de sí y desde su propio corazón escuchen lo que nos dice la palabra divina hoy: "Conviértete al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda tu alma". O mejor, si no escuchamos la palabra de Cristo, que nos dice más terminantemente ante el doctor de la ley que le pregunta cuál es el principal mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser". El hombre no es grande mientras no se mire por dentro. El Concilio, que inició para el mundo moderno desde el corazón de la Iglesia, un humanismo nuevo, un humanismo cristiano, nos llega a decir que desde su propia interioridad, el hombre comprende que su vocación más alta es su intimidad con Dios y que en el corazón de cada hombre, hay como una pequeña celda íntima, donde Dios baja a platicar a solas con el hombre. Y es allí donde el hombre define, decide, su propio destino, su propio papel en el mundo. Si cada hombre de los que estamos tan emproblemados en este momento entráramos a esta pequeña celda, y desde allí, escucháramos la voz del Señor, que nos habla en nuestra propia conciencia, cuánto podríamos hacer cada uno de nosotros por mejorar el ambiente, la sociedad, la familia en que vivimos. Y si todos los salvadoreños, este domingo en que la palabra de Dios es la palabra del amor, tomáramos la resolución, de veras, de vivir el principal de los mandamientos y le diéramos a la intimidad de nuestro ser, su propia razón de ser, yo les aseguro, hermanos, que este domingo marcaría el cambio total y no habría necesidad de esperar desde fuera, porque cada uno está aportando desde su propio interior, lo que la patria y el mundo necesitan. Porque el mundo, la historia, no se va a construir sin nosotros. Somos partícipes de la construcción de la historia y en eso está evolucionando actualmente la humanidad. PARTICIPAR PARA EL BIEN COMUNPor eso, uno de los signos de los tiempos actuales es este sentido de participación, ese derecho que cada hombre tiene a participar en la construcción de su propio bien común. Por eso, una de las conculcaciones más peligrosas de la hora actual es la represión, es el decir: sólo nosotros podemos gobernar, los otros no, hay que apartarlos. Cada hombre puede aportar mucho de bien, y se logra entonces la confianza. No es alejando como se construye el bien común. No es expulsando a los que no me convienen como voy a enriquecer el bien de mi patria. Es tratando de ganar todo lo bueno que hay en cada hombre, es tratando de extraer en un ambiente de confianza, con una fuerza que no es una fuerza física -como quien trata con seres irracionales- sino una fuerza moral que atrae de todos los hombres, sobre todo de los jóvenes inquietos, el bien, para que aportando cada uno su propia interioridad, su propia responsabilidad, su propio modo de ser, levante esa hermosa pirámide que se llama el bien común, el bien que hacemos entre todos y que crea condiciones de bondad, de confianza, de libertad, de paz, para que todos construyamos lo que la República, la cosa pública, lo que es de todos y a lo que todos tenemos obligación de construir. ¿Cuál es la esencia de ese hombre salvadoreño, o de cualquier parte del mundo, pero que Dios ha creado precisamente para hacer feliz al mundo? Es hermoso el pasaje de la segunda lectura, donde San Pablo nos invita a mirar desde Cristo una perspectiva cósmica. "Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creatura. Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes, terrestres, visibles e invisibles. Él es anterior a todo. Todo fue creado por él y para él". CRISTO EL RESUMEN DE TODOHermanos, qué hermosa es la perspectiva cristiana. Cristo es el hombre-Dios y en cuanto hombre, vemos que en el hombre es capaz de amarse mucho, y en cuanto Dios sabemos que él es el principio y el fin de todas las cosas. Cristo, pues, como hombre y como Dios, nos da las cosas. Cristo, pues, como hombre y como Dios, nos da la síntesis, el resumen acabado de todo cuanto existe. Sólo en él puede haber felicidad, prosperidad, amor, libertad, paz. Si se elimina a Cristo -dijo el Concilio- es suicidarse. Y lo decía a los gobernantes, porque el que desprecia a Cristo y lo que representa a Cristo en el mundo, que es su Iglesia, porque él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, y el que desprecia a esa cabeza y a ese cuerpo, se suicida, porque pierde la visión universal de las cosas y pierde el sentido de ver al hombre: y ya en el hombre no mira más que a un rival, un estorbo, una fiera y la trata a palos, brutalmente. Pero, si en cada hombre, como cuando el Papa decía al terminar el Concilio: Que este Concilio nos ha enseñado a mirar a Cristo y desde Cristo a cada hombre, y entonces miramos en el rostro de cada hombre, tanto más transparente y bello -cuanto más lo purifica el dolor, la pobreza, la angustia, el sufrimiento- el rostro de Cristo, que también es el rostro de un hombre sufrido, el rostro de un crucificado, el rostro de un pobre, el rostro, de un santo. Y en el rostro de cada hombre, aprendemos a ver el rostro de Cristo. Y amamos a cada hombre, con aquel criterio con que él nos va a juzgar al final del tiempo. "Tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber". Y cuando, asustados, los hombres le pregunten: "¿Cuándo, Señor te hemos visto en la tierra y te hemos socorrido?" Les dirá: "Todo lo que hicisteis con uno de estos pobrecitos míos, conmigo lo hicisteis". Será la sorpresa tremenda, hermanos, de que muchos buenos samaritanos, aún sin tener fe en Cristo, aun sin llamarse católicos y persiguiendo a la Iglesia, se encontrarán en aquel juicio final que se salvarán; mientras que muchos cristianos serán echados afuera, porque no cumplieron con esta ley del amor, de la misericordia. ¿Qué es lo que hace grande el rostro y la situación del hombre? Es precisamente esta visión de fe: mirar en cada hombre el rostro de Cristo, y entonces, el Señor nos puede decir la hermosa parábola del samaritano. Para mí, sacerdote, es una llamada tremenda de atención. Yo que estoy en el cumplimiento de la palabra de Dios, denunciando todo aquello que no es conforme a la palabra de Dios, me miro a mí mismo en el levita, en el sacerdote, que pasaron de lejos junto al herido y no le hicieron caso. El que denuncia debe estar también dispuesto a ser denunciado. Y yo les he dicho mil veces a ustedes, queridos hermanos, que cuando haya en nuestra actitud sacerdotal algo indigno de este amor que debe inspirar al predicador de la palabra de Dios, nos denuncien, pero con amor también, con caridad. No vayan a cometer el mismo pecado que ustedes denuncian: decirle al sacerdote que es marxista, que es tercermundista, que es escandaloso. Si se hace con caridad y se le corrige, se gana un alma para Dios. Y es un deber de los cristianos hacer. Pero, si se hace con esa saña con que se escriben muchos campos pagados y aun hasta con amenazas de muerte, esto no es defender la verdad ni el amor. Esto es el egoísmo más craso, y están pecando más gravemente que las deficiencias que puedan encontrar en nosotros, predicadores de la palabra de Dios, que, como humanos, estamos expuestos también a cometer errores. Pero si los cometemos, no es con la saña, con ese espíritu criminal de amenazar de muerte al predicador. Convirtámonos de corazón. Nosotros sacerdotes tenemos que convertirnos también, y la parábola del samaritano es un toque de Cristo bien directo a la gente de Iglesia, no sólo a los sacerdotes. Pensemos aquí también, queridos religiosos, queridas religiosas, movimientos cristianos matrimonios cristianos todos ustedes que vienen a misa los domingos, todos tenemos que examinar nuestra conciencia a la luz de esta sincera parábola del Buen Samaritano. No nos complacemos en denunciar los pecados y las deficiencias del mundo pecador. Tenemos que partir, como comienza la misa, golpeándonos el pecho para reconocer nuestras propias culpas, porque es desde un arranque de sinceridad y de amor, desde donde debe de comenzar el amor al prójimo y el conocimiento de nosotros mismos. EL HOMBRE, CORAZON DE LA CREACION¿Pero qué tiene el hombre para que le tengamos tanto respeto? Hermanos, yo quisiera que recordáramos hoy esta página de San Pablo, para vivirla, pensando en nosotros mismos. Si se dice que por la palabra eterna de Dios fueron creadas todas las cosas y son creadas para él, una de esas creaturas soy yo, es cada uno de ustedes. Hemos sido creados por Dios y lo que no hizo en las otras cosas, lo hizo conmigo, con ustedes. El santuario íntimo de la creación es el hombre. Porque en ninguna otra cosa puso Dios tanto de sí mismo como en el corazón de un hombre, de una mujer, de un niño, de un anciano, de un joven. ¿Qué es esa originalidad del hombre en medio de la creación? Ser libre, ser inteligente; pero, sobre todo, esa inmensa capacidad de amar. La Ley de Dios es el amor; y por eso, el escritor del Antiguo Testamento nos dice: No tienes que irlo a buscar al otro lado del mar ni en las alturas del cielo; en tu propio corazón está el Reino de Dios. Sientes que amas, pero no de cualquier manera. Ama con ese amor que ha hecho santos a los santos. Qué felicidad sintiera, hermanos, si como fruto de esta palabra que yo les estoy transmitiendo de parte de Dios, despertara en la intimidad de cada corazón que me escucha, la inquietud de hacer florecer más esa capacidad de amor que lleva, ese respeto a su propia dignidad; y desde su propia dignidad y su propio amor, respetar la dignidad de los otros, amar a los otros, porque somos en esta capacidad de amar. No somos nosotros, lo hemos recibido de Dios. Así se llama en la Biblia esa donación de una familia o unos amigos íntimos, en aquel bocado, en aquella compartición de la felicidad de comer, se están dando a sí mismos. Dios nos hace ese "ágape", nos da su amor, para que nosotros también, desde nuestro corazón, demos hacia Dios y hacia el prójimo también como una invitación a cenar, un ágape, en que nos sentimos felices porque compartimos con Dios y con todos los hombres, sin excepción, esta inmensa capacidad de amar. Amamos, porque somos el corazón de la creación. Ni la estrella, ni la flor, ni el pájaro, ni la aurora, ni el mar, ni el paisaje, tiene lo que tiene un hombre: capacidad de amar. Él le da sentido a la aurora y al pájaro y a la flor; porque es el hombre con capacidad de amar el que corta una flor y le da su sentido de amor para entregarla a un ser querido. Es el que le da sentido al concierto de los pájaros y de las auroras, para elevarse a Dios y decirle: "¡Qué bellas son tus obras, Señor, qué digno eres de alabanza!". Por eso, cuando el hombre no ama, cuando el hombre no usa esa capacidad de corazón que Dios le ha dado en medio de la creación, ya es un réprobo. Y el infierno comienza, cuando se comienza a odiar. Una de las cartas más bonitas que me llegan, entre las muchas de estos momentos, es la de una persona que me dice: "Le doy gracias porque mi corazón era un infierno de odio. Yo no miraba más que maldad por todas partes y en nadie tenía confianza; pero cuando he comenzado a reflexionar en lo bueno que es Dios, en la necesidad de perdonar que usted nos predica, siento que me voy transformando y me voy sintiendo más feliz". Yo sé, hermanos, que esta palabra está llegando a muchos corazones que son infierno, corazones que odian. Los que escribieron esa amenaza contra los jesuitas son plumas de infierno. Los que han matado a nuestros queridos sacerdotes son almas infernales mientras odiaban y mataban. Los que no pueden ver a la Iglesia sin sentir el rencor, el resentimiento, son corazones que están ganados por Satanás. Satanás es el odio, la envidia, el mal. Hay muchos corazones, me da lástima pensar que todavía tienen el tiempo de llenarse de amor, arrepentirse y volverse a Dios, deponer sus armas, sus actitudes belicosas. Todo aquel que tortura a otro hombre es infierno. Todo aquel que desprecia la dignidad humana y la conculca está inspirado por Satanás, no es el amor. EL AMOR TRANSFORMA AL MUNDOEl amor es lo único que puede transformar al mundo. Por eso decíamos, el domingo pasado, que si de verdad en el gobierno hay ansia de paz, tiene que ir a las raíces de la paz: justicia y amor. Un amor que nos haga perdonarnos, que nos haga botar las armas para darnos el abrazo de hermanos. Un amor que nos haga levantarnos hacia Dios y decirle: Gracias Padre porque me diste capacidad de amar; no quiero perderla en una sofocación de infierno; que deponga estos odios, esta envidia, esta mala voluntad. Y entonces decía Pablo VI cuando miramos al hombre con amor, ya hemos llegado a los linderos de Dios; porque ese hombre que amamos y respetamos es imagen de Dios. Y entonces, no cuesta cumplir el primero de los mandamientos: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente con toda tu alma con todo tu ser. Tanto es así, hermanos, que nuestra ocupación en la eternidad será esa: amar glorificar, ser felices con Dios nuestro Señor. Y por eso, ya en esta tierra, no hay alegría más grande ni ocupación más noble que la de los santos que trabajan con el corazón puesto en Dios. No quiere decir esto una beatería que sólo piensa en Dios y no piensa en los deberes de la tierra. Si en la parábola del Buen Samaritano tenemos la condenación de todo aquel que piensa honrar a Dios y se olvida del prójimo; ni el sacerdote, ni el levita ni ningún hombre, que por ir a misa, por ir a adorar a Dios, por estar pensando en Dios, se olvida de las necesidades del prójimo. Y éste es uno de los movimientos que la Iglesia actual está impulsando; y muchos, cuando se habla del hombre, están pensando que ya la Iglesia se apartó de su destino eterno. El Papa, al clausurarse el Concilio Vaticano II, desmintió esta acusación. Si nos inclinamos al hombre necesitado, angustiado, en su pobreza, en su miseria, es porque el corazón está puesto en Dios. Y en la medida en que cumplimos nuestro deber, nos ganamos la vida en el trabajo que tenemos, con el sueldo que se nos da, de cualquier manera; pero no lo hagamos por el sueldo, no lo hagamos por quedar bien con nadie, hagámoslo por amor de Dios. Uno de los reclamos más bellos de la esencia del hombre es la de la mano del mendigo que se tiende y le dice: "Una limosnita por amor de Dios". Qué campanazo de santidad nos da ese mendigo. Cuando tú haces las cosas por amor a Dios, esa acción es santa. En la intención del hombre está su modo de ser. Si un hombre de una limosna a una joven por seducirla y pecar con ella, es un perverso. Pero si esa misma limosna la pone en las manos de esa joven necesitada por amor de Dios, es un santo. Y por eso los ojos perversos de los hombres, no pueden mirar intenciones buenas en quienes lo hacen por amor de Dios. Pero esa es la santidad. Esa es la santidad, hermanos; por eso la santidad no está al otro lado del mar ni en las alturas del cielo, está dentro de su propio corazón. Cuando tú haces lo que haces por amor de Dios, todo ese quehacer es santo. AMOR EN EL TRABAJOConstruían una catedral y no de estos hombres observadores, se fue preguntando a los trabajadores mientras picaban las piedras de una hermosa catedral gótica: "Y tú ¿por qué trabajas?" Le dice un materialista: "Porque si no trabajo no como, porque el sueldo de picar estas piedras sirve para ganarme el pan y comer". Le pregunta a otro: "¿por qué trabajas tú?" "Porque no hay cosa más bella que las catedrales góticas y cada piedra que pico pienso que es una colaboración al arte". Era un hombre un poco más espiritual, pero no había llegado a la cumbre. Le pregunta a otro humilde obrero: "Y tú, ¿por qué picas piedras y no te aburres de estar picando todo el día esas piedras?" Y le contesta el santo obrero: "Porque es para una catedral, porque desde allí se elevarán muchas plegarias a Dios, y yo anticipo ya en mi trabajo la oración. Estoy picando piedras y orando". Esto es santidad. Tres hombres haciendo la misma cosa, pero el uno perdiendo sus méritos para Dios y el otro ganando todo para Dios. Queridos hermanos y hermanas cuántos quehaceres estamos haciendo esta reflexión. Yo, pastor de una diócesis mis queridos hermanos sacerdotes en colaboración en este trabajo pastoral religiosas que santifican su vida obreros, esposos, madres de familia, profesionales, estudiantes, pudiéramos preguntar: ¿Por qué trabajas? ¿Y en este momento, por qué predicas? Si yo lo hiciera por ganar aplausos estaba perdido. Pero si yo lo hago, hermanos, con la sinceridad con que quiero hacerlo, de llevar una palabra de Dios a conmover los corazones para elevarlos hacia Dios y para que todos juntos, deponiendo odios, rencores, malas voluntades, construyamos un mundo según el corazón de Dios; y cada uno desde su propia vocación, trabaja en su trabajo por más humilde que sea -vender escobas barrer las calles, atizar la hornilla, todo eso es trabajo noble se hace por amor de Dios- tendríamos una patria de santos y no habría tantos criminales. Se depondrán del corazón tantos odios, habría más amor. Qué cuenta más severa nos va a pedir Dios a los salvadoreños, que nos ha dado cosas tan bellas, corazones tan capaces de heroísmo; pero que lo estamos poniendo muchas veces al servicio del odio, de la división, de la represión, de la desunción, del ultraje, de la tortura. ¡Qué cuenta más severa se dará del que pudo amar y odió!. En la tarde de la vida, te pedirán cuenta del amor, dice una hermosa poesía de San Juan de la Cruz. No lo olvidemos: en el atardecer de tu vida cuando tu vida, decline como el sol en el ocaso, esto te pedirá cuenta el Señor. No de lo mucho que hiciste, no de las obras exteriores -que muchas veces son propensas a la vanidad- sino del amor que pusiste en cada una de tus cosas. Este es el mensaje de hoy, queridos hermanos. Por eso hemos repetido siempre: la violencia no es evangélica ni cristiana. La fuerza de la Iglesia es el amor. Ayer, compartí con más de mil maestros de escuelas y de colegios una tarde inolvidable, pero lo más inolvidable es una frase de una profesora que todavía está vibrando en mi corazón. Me dijo: "Como usted ha sembrado amor entre los maestros, está cosechando este amor". No es gran cosa la que he hecho; pero si yo que apenas siembro un poquito de amor, tengo la dicha de recoger tan grandes cantidades de amor, hermanos, yo les quiero decir lo mismo. No puede nacer lo que no se siembra, no se puede cosechar lo que no se siembra. ¿Cómo vamos a cosechar amor en nuestra República, si sólo sembramos odio? Sembremos amor, aprovechemos todas las circunstancias, las más difíciles, como son perdonar al enemigo; y las más chiquitas, como son hacer las cosas más ordinarias. Démosle a nuestra vida un sentido de inspiración de amor y veremos como el mundo se transforma sin tantas cosas exteriores, porque el Reino de Dios no está al otro lado del mar ni en las alturas del cielo, sino en la intimidad de tu propio corazón. Queridos Hermanos, y a través de la radio, estimado pueblo que reflexiona sobre la palabra de Dios, que debe ser siempre la inspiración y fortaleza del verdadero seguidor de Jesucristo:
Un nuevo mensaje nos ofrece esa palabra divina, cada vez que nos congrega en la misa de cada domingo. No hay domingo igual. A lo largo del año litúrgico -repito y seguiré repitiendo- la Iglesia tiene un propósito: ir ahondando más en el alma del pueblo esa revelación divina que es la luz que clarifica todas las confusiones y que nos da el camino certero para conocer más el proyecto divino de Dios sobre nosotros. Dichosos los hombres que captan esa luz y la hacen motor de su vida. Tal es el mensaje de hoy, sobre un problema que responde a la angustia de nuestro tiempo: La paz. La paz. Siete siglos antes de Cristo, anunciando el ambiente propio de la era mesiánica, el profeta Isaías escribió esa página bellísima que han escuchado hoy. Nos presenta a Jerusalén como la idealización de ese ambiente que va a crear el Mesías, como una ciudad alegre y feliz, porque en ella Dios ha desbordado como un torrente la paz. Me alegro mucho de proclamar esta palabra de Isaías, porque es la lectura que la liturgia también aplica a la misa de Nuestra Señora de la Paz, patrona de todo El Salvador. Y la invoco hoy, a esta querida Madre salvadoreña, porque ella dará a mi palabra y a vuestra inteligencia, la capacidad de captar eso que se encarnó en ella, la Reina de la Paz; porque Dios quiso derrochar sobre ella, sobre su alma, expresión bellísima de la Iglesia acabada en todas sus virtudes, lo que Dios quiere dar a cada corazón, a cada pueblo, a cada familia, como un torrente: La paz. CRISTO TRAE LA PAZY cuando Cristo vino a realizar esas profecías antiguas, resumió en esa palabra toda su redención. Hoy nos presenta el evangelio los primeros ensayos de evangelización del mundo. No es propiamente el grupo de los 12 apóstoles, que los prepara para ser la inspiración de todo el pueblo de Dios; es más bien un grupo de 72, en el cual yo veo, queridos hermanos, a ustedes los laicos, los bautizados, padres de familia, maestros de escuela, profesionales, estudiantes. Ustedes son los 72 que Cristo escoge y los envía con una misión semejante a la misión jerárquica: "Vayan al mundo y prediquen esto que es el resumen de mi redención: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de buena voluntad, allí se quedará esa paz. Pero si hay soberbia, si hay orgullo, si hay rechazo de Dios, esa paz no se quedará allí, se irá con ustedes; y en un gesto de quien ha sufrido un rechazo, sacudan hasta sus sandalias frente a ellos, como para decirles: No fuisteis digno de este mensaje de Dios. Y la paz seguirá con ustedes y habrá gente que la acoja. Y siempre habrá gente que la rechaza también". Y cuando San Pablo filosofa sobre esta paz, sobre este misterio de la redención de Cristo, sintetizado en esa breve palabra, paz, encuentra la fuente de donde deriva esa paz. Y él mismo se siente instrumento de esa paz que deriva de la cruz. "Soy un crucificado para el mundo. El mundo no me comprende. Yo tampoco quiero compaginar con el mundo, soy un crucificado para el mundo y el mundo es un crucificado para mí. Y llevo este tesoro de la paz en mi corazón, repartiéndolo a todo aquel que lo quiera recibir". Esta es la Iglesia, hermanos. Personificada en San Pablo, puede decir ahora con mucha claridad a los católicos de la Arquidiócesis de San Salvador y a los que no quieren ser católicos porque voluntariamente han rechazado a Cristo y a su paz. Cada uno de los que siguen a esta Iglesia puede decir como San Pablo, hoy más que nunca: "Soy un crucificado para Cristo. Lejos de mí gloriarme en otra cosa que no sea la cruz de Cristo". Y les repito con inmensa alegría, que para mí, este es el momento glorioso de la Iglesia de San Salvador. Dichosos los que lo comprendan y lo vivan. No buscar sus glorias en los aparatos gloriosos del mundo. No buscar el poder y su fuerza en la fuerza del dinero o de las cosas de la tierra. Todas esas cosas son para mí crucificadas, no valen. Yo soy para ellas también un crucificado. Dichoso aquel que sepa desprenderse para constituirse en un verdadero instrumento de la paz. El Concilio Vaticano II llega a decir esta hermosa frase, la problemática del mundo actual, que va reflexionando en ese sentido comunitario, y nunca como ahora el mundo había llegado a sentirse tan unido por lazos tan diversos; sin embargo, se encuentra frente a un problema insoluble, no puede crear un mundo lleno de paz. Y es que la palabra de Cristo permanece ahora y se siente como una feliz bienaventuranza: "Dichosos los artífices de la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Esta es la gran angustia de nuestro tiempo, y aquí estamos en El Salvador la estamos sintiendo: No hay paz. Y nos dio mucho gusto oír esta angustia en los labios del nuevo presidente, gritando paz para el pueblo, paz para la familia, paz para el propio corazón. Nos alegra que en el nuevo gobierno haya esa ansia de paz, pero nos preocupa, si no quiere seguir los verdaderos caminos para encontrar la paz. Y he aquí la Iglesia, dispuesta en diálogo con todos los hombres, principalmente con los que tienen en sus manos el poder político y el poder económico, para decirles qué es la paz y la gran capacidad de paz que ustedes tienen si quieran seguir la voz del evangelio. QUE ES LA PAZVoy a abrir ante ustedes, hermanos -lo he estudiado esta semana para transmitírselo- dos preciosos pasajes de los famosos documentos que hoy iluminan el magisterio de la Iglesia. Hay un capítulo en el Vaticano II que trata de la paz y hay uno de los documentos de la reflexión de los obispos junto con el Papa en Medellín, que también hablan de la paz. De esos documentos que iluminan el magisterio actual de la Iglesia, quiero sacar el comentario más autorizado para las lecturas bíblicas de hoy, que precisamente quieren ser un mensaje de paz verdadera. Dicen ambos documentos que la paz no es ausencia de guerra. Es una noción muy negativa. No podemos decir que hay paz, cuando no hay guerra. Actualmente no hay guerra en muchos países, en casi todo el mundo no hay guerra, y sin embargo, en ninguna parte hay verdadera paz. No basta, pues, que no haya guerra. Tampoco es paz el equilibrio de dos fuerzas adversas. Se amenazan Rusia y Estados Unidos, no es propiamente paz la que hay entre las dos grandes potencias. Lo que hay es miedo, miedo a quien es más poderoso. Eso no es paz. Dos muchachos, dos hombres que se amenazan a un pleito, todavía no hay pleito, pero tampoco hay paz. Hay miedo entre dos potencias. Y decía el Papa: "Nadie puede hablar de paz, con una pistola o un rifle en la mano; eso es miedo". Tampoco hay paz, dice el Concilio, en la hegemonía despótica, queriendo someter a un pueblo, a un hombre. Es la paz de la muerte, la paz de la represión. Tampoco es paz. ¿Qué es pues, la paz? La paz, dice el Concilio, es la definición de Isaías, profeta, y que Pío XII lo hizo el lema de su precioso escudo: Opus justitae paz- la paz es el fruto de la justicia. Esto sí es paz. Paz solamente habrá cuando haya justicia. Y también nos gustó escuchar este concepto, en el mensaje presidencial. Cuando hay justicia, hay paz. Si no hay justicia, no hay paz. Paz es el producto del orden querido por Dios, pero que los hombres tienen que conquistar como un gran bien en medio de la sociedad: cuando no hay represiones, cuando no hay segregaciones, cuando todos los hombres pueden disfrutar sus derechos legítimos, cuando hay libertad, cuando no hay miedo, cuando no hay pueblos sofocados por las armas, cuando no hay calabozos donde gimen perdiendo su libertad tantos hijos de Dios, donde no hay torturas, donde no hay atropellos a los Derechos Humanos. PAZ Y JUSTICIAPor eso, se llena de esperanza la patria cuando el gobernante dice que no puede haber paz si no hay justicia. Pero, es necesario agregar obras a esas palabras. Es necesario que desaparezcan tantas situaciones injustas. En Medellín se describió la situación de Latinoamérica y se llegó a decir esta palabra que a muchos escandaliza: "En América Latina, hay una situación de injusticia. Hay una violencia institucionalizada". No son palabras marxistas, son palabras católicas, son palabras de evangelio. Porque dondequiera que hay una potencia que oprime a los débiles y no los deja vivir justamente sus derechos, su dignidad humana, allí hay situación de injusticia. Y dice Medellín esta frase lapidaria: "Si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, los pueblos que viven en subdesarrollo son una provocación continúa de violencia". Y si la violencia existe, muchas veces -dice el Papa- procede de una aflicción, de una angustia. No decimos que la legitime, pero que puede dar su explicación. Y es natural, hermanos, que a una violencia institucionalizada, que se institucionaliza y que se hace ya un modo de vivir y no se quiere ver las maneras de cambiar esa institución, no es extraño que haya brotes de violencia. No puede haber paz. Se está provocando contra la paz. Si de verdad hay deseo de paz y se conoce de verdad que la justicia es la raíz de la paz, todos aquellos que pueden cambiar esta situación de violencia están obligados a cambiar. Hemos visto en la lista de los nuevos colaboradores del gobierno a muchos cristianos, hasta cursillistas de cristiandad. Esperamos que sepan escuchar la voz del evangelio, que les dice que esta situación de El Salvador es provocadora de violencia y están obligados, desde sus puestos de gobierno, a empujar esos cambios estructurales que necesita el país para crear un ambiente propicio a la paz. Porque, dice también Medellín, que todo aquel que puede hacer algo por hacer más justo el orden de Latinoamérica, peca contra la paz, si no hace lo que está a su alcance. Ahora esperaremos que ese pecado de omisión que acusamos al principio de la misa, toque la conciencia de muchos que pueden hacer mucho y no lo hacen, tal vez por estar granjeando su situación bondadosa, por el sueldo, por no caer mal en política, por no perder la gracia de los poderosos. Serían traidores a la Ley de Dios, serían pecadores de omisión, si, por temor a perder su vida en la tierra, no hacen lo que deben hacer para dar a sus paisanos, al pueblo, a la sociedad, al bien común, un respiro de paz sobre una justicia más equitativa. Tampoco justificamos la violencia. La violencia, el mismo Concilio y Medellín dicen con el Papa, no es cristiana ni evangélica. El cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello. No decimos, pacifistas, porque hay un movimiento de violencia que no procede del cristianismo. Gandhi y otros seguidores de la no violencia, que ya son un movimiento en el mundo, tienen sus orígenes en una filosofía que más bien es una huida de la lucha, un olvidarse de los derechos oprimidos del hombre. El cristiano sabe que puede luchar y su evangelio le invita a la defensa de la justicia; es valeroso. Pero, sabe que la violencia solamente engendra violencia y que solamente será, como la guerra, el último recurso, cuando ya se han agotado todos los recursos pacíficos. Pero mientras tanto, agota los medios de la paz, que son mucho más fecundos y productivos, porque no podemos ceder a la pasión del odio y del resentimiento unas resoluciones tan trascendentales para el orden de la paz. Es necesario, pues, que la pacificación, los hijos de la paz, los hijos de Dios, que trabajan este mundo mejor, se inspiren, no en la violencia, tampoco en la no-violencia no cristiana, sino en una paz que es fecunda, que exige el cumplimiento del derecho, que exige el respeto a la dignidad humana, que no se conforma nunca por no tener problemas con los que atropellan estos grandes derechos de la humanidad. Y aquí puede contar el gobierno con grandes artífices de la paz, mientras deje a la Iglesia la libertad para predicar su evangelio, la libertad para predicar la promoción del hombre. Ninguna colaboradora más eficaz y poderosa podrá encontrar ningún gobierno del mundo que la Iglesia, proclamadora de la verdadera libertad, de la justicia y de la paz. PAZ Y AMOREl otro concepto que sacamos de los documentos, es éste: No basta la justicia, es necesario el amor. Siempre hemos predicado esto, hermanos. Me da gusto constatar que todas las personas que han seguido el pensamiento de esta hora de la Iglesia, jamás han oído una palabra de violencia de mis labios. La fuerza del cristiano es el amor, hemos dicho. Y repetimos: la fuerza de la Iglesia es el amor. El amor, el que nos hace sentirnos hermanos a todos. El que en la segunda lectura de hoy, San Pablo proclama, inspirado en aquel que nos amó hasta la muerte, y que por eso nos arrastra al amor de sentirnos crucificados por Cristo y por nuestros hermanos. Mientras no lleguemos a esta fortaleza del amor, no podemos ser los verdaderos pacificadores. No puede ser artífice de la paz el que tiene el corazón resentido, violento, con odio. Tiene que saber amar, como Cristo, aún a los mismos que lo crucifican: "Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen. Son idólatras de su dinero, de su poder. Si te conocieran, te amaran. Por eso, más que odio y resentimiento, me dan lástima esos pobres idólatras que no saben la fuerza de este amor que Tú me has dado. Dales amor, Señor, a ellos también". Cuánto bien harían los poderosos, cuando amaran de verdad y no fueran egoístas y envidiosos. Qué hermoso sería el mundo, hermanos, si todos desarrolláramos esta fuerza de amor. LA PAZ DE LA GRACIAY aquí, el Concilio Vaticano II tuvo el cuidado de deslindar dos clases de paz; y es necesario que la tengamos muy en cuenta. Una paz que Cristo se reservó para los más íntimos, para aquellos que comprendieran la redención, que comprendieran que tenían que arrancarse del pecado; porque mientras haya pecado en un corazón, no puede haber la verdadera paz: la paz divina, aquella que Cristo nos reconcilió con el Padre muriendo en la cruz, llevando en su cuerpo los pecados de todos nosotros. Y para nosotros cristianos, católicos, ésta es el culmen de la paz: la paz en la gracia de Dios, la paz del que sale del pecado y no siente las pasiones más que para dormirlas, la paz de las almas santas. Esta paz que Cristo decía: "Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como la del mundo". LA PAZ DE HOMBRES DE BUENA VOLUNTADY aquí distinguimos la otra paz, la paz que la Iglesia habla con el mundo, la paz que pueden tener también los no cristianos, la paz de los hombres de buena voluntad que cantamos en el gloria de la misa: "paz a los hombres de buena voluntad". Quiere decir esa otra paz, la paz que procede de un amor natural; la paz del hombre que, aún sin conocer a Dios, es capaz de descubrir esta fuerza íntima de solidarizarse con el que sufre, de llevar un poco de bienestar al desconsolado, de denunciar las injusticias ante las riquezas injustas. Esta es la paz que todos los hombres... Y aquí hago un llamamiento yo, aún a aquellos que no creen en esta fe que nos ha congregado en nuestra misa del domingo. Muchos estarán oyendo allá por radio, sin ser católicos sin que les importe la misa de cada día; hasta les estorba la oración piadosa de su esposa, de su mamá, de los seres piadosos que han encontrado la paz divina. Ellos todavía no la han encontrado, pero les quisiera decir, queridos amigos: aún sin creer en ese Cristo y en esa paz del alma, ¿no sienten ustedes la capacidad de perdonar? ¿No sienten ustedes la fuerza de decir no a ese rencor que llevan hace mucho tiempo en su corazón? Ustedes incrédulos, sin Cristo, ¿no sienten que no se necesita creer en Cristo, basta ser hombre, para sentirse solidario del pobrecito, del que no tiene, y sentir que hay injusticias ante las grandes desigualdades de nuestra sociedad? Entonces, apelamos también a ustedes. Ustedes también pueden ser llamados artífices de la paz. Por eso, cuando enterrábamos al inolvidable Padre Alfonso Navarro, decíamos en la parroquia de Miramonte que hacíamos un llamamiento a sembrar la paz, no solamente a los católicos, que acribillados por la calumnia podemos haber perdido tal vez el crédito, pero que quedaban muchas fuerzas vivas en El Salvador: los protestantes, la Cruz Roja, los Boy Scouts, todas las instituciones benéficas, bondadosas, de tantos corazones buenos, aunque sean laicas, aunque sean ateas pero pueden hacer mucho bien por esta paz. Es el deseo del evangelio de hoy. Y he aquí que cuando Cristo dice que nos amemos unos a otros, no está diciendo que sea necesario ser cristiano. A mí me parece que esa frase de Cristo: "Amaos los unos a los otros", es como un punto de contacto entre la fe y los que no tienen fe. Porque aún sin tener fe, se es capaz de amar al hermano y de ser artífice de paz. DIALOGO POR LA PAZMi llamamiento de hoy, pues, brota del corazón del evangelio, del corazón de la Iglesia; pero sus brazos se tienden a aquellos que no tienen fe, para prestar al mundo una colaboración sincera, la colaboración por una paz verdadera. Y este es el diálogo que la Iglesia ofrece. Si el nuevo mandatario nos pedía que le tuviéramos confianza y que lo iba a demostrar, he aquí la Iglesia a la espera de ese diálogo. La Iglesia nunca ha roto el diálogo con nadie. Otros son los que lo han roto; otros son los que la han maltratado. Le diríamos que hay muchas palabras que no salen de la boca, pero que deben salir de las obras, para mostrar la sinceridad en esta búsqueda de paz para nuestra patria. Por ejemplo, la Iglesia necesita que le devuelvan sus sacerdotes que le han quitado. Muchas familias necesitan que le devuelvan a sus seres queridos que no saben dónde están. Se necesitan muchas obras para ganar la confianza y de verdad buscar en todos, con sinceridad, la paz que necesita nuestra patria. Necesitamos, hermanos, una gran confianza mutua y esto es justicia. Y si no hay esto, El Salvador seguirá ansiando la paz que canta en su himno nacional, pero que no la ha sabido conservar. Nuestro Señor, pues, que hoy nos da este augurio de paz, señalándonos los caminos por medio de su Iglesia, nos dice que seamos todos artífices de la paz. ARTIFICE DE LA PAZY voy a terminar con aquella constatación de Cristo al principiar el evangelio de hoy: "Rogad al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies, porque la mies es mucha y los obreros son pocos". El gran problema de la paz es inmenso y necesita muchos artífices de la paz: sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos situados en todas las situaciones de la política y de la economía, todos son llamados ahora. La mies es inmensa, El Salvador tiene un vigor, una exhuberancia maravillosa. Qué maravilloso pueblo sería El Salvador, si cultiváramos a los salvadoreños en un ambiente de paz, de justicia, de amor, de libertad. Cultivemos, hermanos, al menos cada uno, en la medida de sus alcances, procure hacerse artífice de la paz. Y Jesucristo describe en el evangelio, y San Pablo en su epístola de hoy, las condiciones del hombre que quiere ser artífice de la paz. Sería bueno que repasáramos esa página del evangelio donde Cristo nos predica como condición indispensable la pobreza de espíritu, el desprendimiento. "No llevéis alforja ni doble túnica; id como peregrinos". Esta es la gran aventura del hombre de hoy. Todo hombre que se quiere instalar cómodamente, y no quiere arriesgarse en la pobreza y no quiere desprenderse de sus situaciones bonancibles, por lo menos de corazón, no quiere prestar la colaboración a Dios. Pero, no basta esa pobreza exterior. También quiero decir a los que predican la pobreza o una Iglesia de los pobres únicamente por demagogia, sin corazón, únicamente por alardes: eso no sirve tampoco. La pobreza que nos predica hoy el evangelio es la de Sa Muy Queridos radio-oyentes:
Este domingo que, según el lenguaje litúrgico, se llama domingo 18º del Tiempo Ordinario, no he tenido la dicha de celebrar con ustedes la eucaristía, porque, como ya les avisé, he tenido que partir a Costa Rica para celebrar allá una reunión de carácter episcopal con representaciones de los episcopados de Centro América, México y el Caribe. Pero, gracias a la técnica, puedo dejar mi voz grabada en una cinta magnetofónica, para estar con ustedes siquiera en estos momentos de reflexión sobre la Palabra de Dios que se lee precisamente este domingo. Voy a ofrecerles pues, en primer lugar, las lecturas que hoy ofrece la Iglesia a nuestra consideración, y después, haremos juntos nuestra reflexión como una comunidad, como una diócesis que se alimenta de la Palabra de Dios. La primera lectura está tomada del Libro de Eclesiastés, en el capítulo primero: "Vaciedad sin sentido dice el predicador. Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día, dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. La segunda lectura es de la carta del apóstol San Pablo a los colosenses en el capítulo 3. Hermanos, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo, escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en gloria. Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros; la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándolos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana con sus obras, y revestíos de la nueva condición que ya se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo, no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. El Señor esté con vosotros. Lectura del santo evangelio, según San Lucas. En Aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quien me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad guardaos de toda clase de codicia pues, aunque uno ande sobrado su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos. ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: haré lo siguiente. Derribaré los graneros y construiré otros más grandes y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. Consagrando ya una reflexión a esta divina palabra que hemos escuchado quiero pensar concretamente en esta Arquidiócesis, en la que estamos haciendo esta reflexión para alimentar nuestra comunidad. Y vaya ante todo un saludo a todos los queridos radio-oyentes, una invitación cordial para que nos preparemos espiritualmente a la celebración de nuestra fiesta patronal, el Divino Salvador del Mundo el próximo 6 de agosto. Quiero dedicar también un pensamiento muy cariñoso a la comunidad que vive y se alimenta de esta palabra divina allá en el Citalá. Es un simpático pueblecito en la frontera de nuestra república con Honduras, donde tuve la dicha de celebrar el Corpus, con las religiosas y aquella fervorosa comunidad, el lunes recién pasado. Les agradezco la acogida tan bondadosa que me dispersaron y que fue nada más un signo de la acogida que siempre dan a esta palabra. Supe allá un razgo generoso que yo quisiera proponerlo como ejemplo a muchas comunidades. Y es que los domingos, como allá no tienen sacerdote se reúnen en la Iglesia habiendo convocado a la gente con los repiques; y a la hora de la misa de nuestra Catedral ellos sintonizan allá su radio, oyen la misa hasta la hora de la comunión, cuándo las hermanas distribuyen la comunión a aquella comunidad y terminan haciendo oraciones propias. De esta manera esta palabra, de la homilía de Catedral, llega a aquella comunidad que la recoge con el mismo fervor con que aquí lo hacemos en nuestro templo máximo. Les felicito por este gesto tan original; y ojalá que muchas comunidades en cantones y pueblos donde no hay sacerdotes se alimenten de esta manera de la reflexión espiritual de la palabra de Dios. Cuando regresábamos, con el querido párroco de La Palma, el Padre Vito Guarato, visitamos la cabecera parroquial, La Palma. Y nos hemos dado cuenta del fervor que allá alimenta el espíritu de aquella comunidad parroquial. Y una cosa muy original es una vida espiritual que se traduce en gestos prácticos de vida, como es el taller titulado "La Semilla de Dios". Bajo la dirección del Señor Fernando Llort y sus colaboradores, está creciendo allá una comunidad, que al mismo tiempo que desarrolla sus habilidades manuales, crece en el Espíritu, en la reflexión de la palabra de Dios en la oración. Que el Señor bendiga esta obra suscitada por el Espíritu Santo y que toda la comunidad de La Palma crezca. Ha sido un alimento para mi espíritu de pastor el haber visto lo que puede hacer una comunidad cuando comprende esa encarnación de la Palabra de Dios en la vida práctica. Y cómo quisiéramos que todos estos conflictos y situaciones sociológicas económicas, políticas del mundo, se resolvieran así como lo están resolviendo en La Palma: con un gran amor y un gran sentido del trabajo y un gran espíritu de oración. También queremos recoger con agradecimiento el esfuerzo que están haciendo los encargados de los diversos aspectos de preparar la próxima celebración del Divino Salvador del Mundo. Hay un activo comité de sacerdotes y laicos que han tomado a su cargo los diversos aspectos de esta complicada celebración. Decimos complicada porque queremos hacerla espléndida, para que el Divino Salvador del Mundo reciba el homenaje de la Arquidiócesis y de la patria y nos bendiga copiosamente. Ya el programa es conocido, y los encargados de desarrollar los diversos detalles están trabajando intensamente y con gran amor a nuestro Divino Redentor. Hemos anunciado para el 5 de agosto por la mañana una convivencia del Apostolado de la Oración en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Hemos llamado también a todos los católicos, a la tradicional "Bajada" que será a las 4 de la tarde y que será transmitida por radio, los que no pueden asistir, sírvanse de sus aparatos receptores sintonizando YSAX y los que asistan a esta tradicional "Bajada" procuren también poner al servicio de la muchedumbre sus aparatos receptores sintonizándolos en esta emisora. Por la noche del 5, llamamos a todos los que quieran hacer oración por la patria a la catedral. Allí, junto con los grupos de oración junto con el Movimiento de Renovación en el Espíritu vamos a intensificar bajo la guía y la inspiración del Espíritu Santo, una oración por nuestra Iglesia y por nuestra patria. Y el 6 a las 9 de la mañana, esperamos a todas las parroquias bajo sus estandartes en la Plaza Barrios frente a Catedral donde tendremos la dicha de honrar al Divino Salvador del Mundo con una solemne concelebración. Hemos repetido los fines meramente espirituales, de esta celebración y rogamos a todo los salvadoreños que no se dejen guiar por la mala voluntad, y por eso, no vayan a interpretar mal las intenciones de la Iglesia que solamente quieren ser la de honrar al Divino Salvador del Mundo y atraer sus bendiciones sobre este querido pueblo, tan dichosamente puesto bajo el nombre dulcísimo del Divino Salvador. Y junto a estos hechos que hemos recordado y que forman parte de la trama de nuestra vida eclesial, pensemos en tantas otras cosas que forman nuestra vida diaria. Pensemos en nuestros campos necesitados de lluvias; pensemos en nuestras cosechas esperadas; pensemos en toda la belleza de nuestros paisajes; en la vida de nuestros país. Ojalá pudiéramos verla en toda su profundidad. Y, precisamente para eso, nos invita la palabra de Dios de este domingo, para que sepamos ver las cosas en su verdadera perspectiva. Este es el mensaje que yo quisiera subrayar hoy para ustedes y para mí queridos radio oyentes, el mensaje de la trascendencia. Trascendencia es una palabra que quiere significar la perspectiva hacia lo eterno, hacia Dios, hacia lo divino. Sólo cuando se mira el mundo, las cosas, las riquezas la tierra hacia Dios que les dio origen, las cosas tienen sentido. Cuando miramos las cosas, las riquezas y los bienes de la tierra, sin tener en cuenta a Dios, las cosas se hacen vanas. Así lo describe el Concilio en una de sus frases lapidarias de la Constitución de la Iglesia en el Mundo de Hoy. "La creatura, sin el Creador se desvanece". Y voy a leerles todo ese párrafo del Concilio que me parece el mejor comentario de las lecturas de hoy. Está en la Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual en el número 36, y dice así: Muchos de nuestros contemporáneos, parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo, que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada en una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevando, aún sin saberlo, como por lo mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe. Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La creatura sin el Creador desaparece. Por lo demás cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios, la propia creatura queda oscurecida. Hasta aquí el Concilio, y digo que este es el comentario más autorizado de las lecturas bíblicas de este domingo, porque, cuando el Antiguo Testamento nos dice: "Vaciedad sin sentido, vaciedad sin sentido, todo es vaciedad" Es una perspectiva de la creación, prescindiendo del creador. Todo es vano de veras. Las cosas no tienen sentido en sí misma. Solamente esa autonomía que nos ha dicho el Concilio, es decir, las cosas tienen su ser, su belleza, su propio valor, porque Dios se lo ha dado. Y en este sentido, sí recobran toda su belleza cuando las cosas se miran con esa trascendencia, con esa orientación, con esa perspectiva hacia Dios. Entonces ya no son vaciedad, sino que tienen propia belleza, pero teniendo en cuenta que todo lo están recibiendo de Dios. En este sentido también hay que analizar el evangelio tan precioso de nuestro Señor Jesucristo de este domingo. Cuando le dice a aquel hombre que le pedía la colaboración para que su hermano repartiera su herencia, y Jesús le dice que no es juez de estas cosas temporales, le está diciendo que mire hacia el origen de las cosas, que no son la fuente de la felicidad, que no es en tener como los hombres son felices, sino en tener las cosas, pero mirando hacia Dios y la voluntad de Dios hacia estas cosas. "Mirad, -les dice Cristo- guardaos de todas clases de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". He aquí una amonestación de los bienes terrenales hecha por Cristo. La Iglesia, como Cristo, no está puesta en el mundo para ser juez o árbitro de los bienes temporales. La misión de la Iglesia, ha dicho claramente el Concilio, no es de carácter social, político o económico, sino que es una misión religiosa. La misión de la Iglesia es darle a las cosas, a la política, a los bienes de la tierra, su dimensión religiosa, su trascendencia. Por eso, la Iglesia siente como más íntima las cosas de la tierra, porque las sabe unir con la voluntad de su Creador. Y tiene que denunciar, cuando estas cosas creadas los hombres las están subordinando al pecado. No es así como Dios quiere que se manejen las cosas. No es la codicia la ley de las cosas de la tierra. No es el egoísmo, no son los bienes tenidos sólo para hacer felices a unos pocos. Es la voluntad de Dios, que ha creado las cosas para la felicidad y para el bien de todos, lo que nos exige a nosotros en la Iglesia a darles a las cosas su trascendencia, su sentido según la voluntad de Dios. Lo que sucede cuando el hombre pierde esta visión de la trascendencia lo describe maravillosamente la parábola del evangelio de hoy. Aquel rico que hacía consistir su felicidad en haber cosechado mucho, llenar sus graneros y pensaba darse una gran vida disfrutando de sus cosas. Se había olvidado de la muerte, se había olvidado de Dios; y por eso el evangelio le recuerda: "Insensato, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?". Esta es la vanidad que dice la primera lectura: haber trabajado tanto, para adquirir tanto, y tener que dejarlo. No se lleva las cosas materiales, solamente se lleva el haber usado las cosas materiales según la voluntad de Dios. Solamente acompañarán en el juicio eterno del hombre sus actitudes internas: el haber manejado las cosas de la tierra, sin perder la perspectiva de la trascendencia, unir a Dios. Y ésta es, pues, la misión de la Iglesia en el mundo actual: el reclamarle a los hombres que miren con trascendencia todas sus actitudes, todas sus cosas; lo político, lo económico, lo social, todo lo de la tierra; los deberes temporales, los derechos humanos, todo lo de la tierra, tiene que ver mucho la Iglesia con ello, no porque ese sea el fin de su misión. Porque su misión tiene que ser, cabalmente, darle el sentido trascendente, orientar hacia Dios los corazones de los hombres. Y desde los corazones de los hombres, convertidos hacia Dios, crear un mundo mejor, un mundo más conforme a la voluntad de Dios, en que todos nos sintamos, hermanos todos con un sentido de trascendencia hacia el Creador. Queridos hermanos estimados radio-oyentes, esta es la palabra del Señor en este domingo 18º del Tiempo Ordinario. Ha sido para mí una satisfacción haber recordado, junto con ustedes, que la vida y las cosas que la vida nos da no tiene sentido. Son vaciedad, se disipan, se diluyen, mientras no las veamos en su origen, que es Dios, que les está dando el ser, la belleza, la consistencia. Y si de Dios vienen su belleza, su consistencia las cosas de la tierra que manejamos no las podemos manejar sin tener nuestros ojos clavados en Dios para preguntarle cómo quiere que las manejemos. Que no nos olvidemos de Dios, que no nos olvidemos de que un día tenemos que darle cuenta, y que nuestra actitud, frente a las cosas de la tierra, recibirá una respuesta de Dios, que será un premio o un castigo. Que se manejen las cosas de la tierra como Dios quiere que se manejen y no de otra manera. Por cumplir este deber, la Iglesia sufre la persecución, la incomprensión. Pero la Iglesia no puede hablar de otro modo, y tiene que inquietar a los hombres que se quieren dormir sobre sus bienes, sobre sus triunfos, sobre sus poderes. Y la Iglesia tiene que recordarles como Cristo en el evangelio de hoy: Insensatos, que no sabéis que hay que dar cuenta a Dios de esas cosas? ¿Que habéis olvidado que las cosas tienen su razón de ser, su existencia, su consistencial su valor, su belleza, sólo porque Dios les está dando esas cosas? Manejádlas pues, como Dios quiere que las manejemos, con un sentido de trascendencia. Y elevándonos a Dios, terminamos nuestra reflexión con una bendición que con cariño de Pastor quiero impartirles. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. Amén. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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