Esta misa, transmitida por radio, desde la Catedral y celebrada por aquél servidor del pueblo de Dios que tiene el encargo de ser el signo de la unidad en toda la Arquidiócesis, siempre me parece que resulta como una reunión de familia. Yo quisiera que así nos sintiéramos en este momento de reflexión: una familia, que no tiene prisa que un fin de semana llega al hogar para ver cómo andan las cosas de familia, para ayudar, para colaborar. Comprendo que al mismo tiempo que se reúne la familia, si esta familia es muy importante tiene muchos enemigos, que la observan para criticarla, o quién sabe, lo que más le pido al Señor, para convertirse. Qué diéramos porque todos esos observadores que desde su radio nos están escuchando, no nos oyeran con el afán de los fariseos, para ver en qué lo cogemos, sino con el cariño de la familia, para ayudarlo, para el engrandecimiento de ese Reino de Dios, que nada malo puede traer a la patria. Al contrario, cuanto más cristiano es un hombre, es mejor ciudadano. Entonces, en este ambiente de familia, hermanos, yo quiero que compartamos las alegrías, las esperanzas, también las angustias y problemas que deben ser comunes a todos. Cada uno tiene sus propios problemas; y dichoso el hombre que tiene problemas, porque aquel que dice que no tiene problemas es tan pobre que no se da cuenta ni siquiera que vive, porque todo el que vive tiene problemas.
Pero respecto a esos problemas íntimos de cada familia, los que ustedes y yo hemos traído como cosas personales para encomendárseles al Señor, en general las encomendamos; son nuestras, nada humano es ajeno a su corazón, dice el Concilio, hablando de la Iglesia. La Iglesia es tan humana que siente como suyos esos problemas, del dolor de estómago de su niño en la casa, de la deuda que no puede pagar, del empleo que no puede conseguir, todo eso nos toca de lleno; lo sensible, la angustia de los que sufren injustamente son problemas. Pero, como Iglesia, como comunidad, esta semana ha sido muy rica. Yo quiero destacar el testimonio de santidad, de serenidad, que nos han dado nuestros hermanos los padres jesuitas. Ha sido una semana en circunstancias de amenazas trágicas, y sin embargo ninguno ha huido. Cuentan que un jesuita muy joven, se llamaba Luis Gonzaga, en el recreo surgió la conversación: "¿Si en este momento viniera el juicio final qué haríamos?", Y unos decían: "Yo correría a la Capilla para que me encontrara rezando"; otro: "yo iría al estudio para estar trabajando"; y Luis Gonzaga dijo: "Yo seguiría jugando, porque esa es la voluntad de Dios". Me parece que esta frase de Luis Gonzaga ha sido como el tema de los jesuitas en esta semana: ¿Dónde quisieras que te encontrara el 21 de julio?. Nadie ha huido. Todos dijeron: "en nuestros puestos". Muchas gracias, padres jesuitas porque así se ama la verdad, así se ama el deber, así se ama la vida cuando es vocación. Que venga la muerte, no importa, me encuentra en mi puesto. Ojalá todos los cristianos viviéramos en esta hora esa serena valentía que solamente la puede heredar el que sabe que está trabajando en el verdadero bien, aún cuando abundan las calumnias queriendo desfigurar todo su noble trabajo. Y siempre a propósito de los jesuitas, quiero destacar y agradecer al pueblo cristiano las múltiples manifestaciones de solidaridad. Entre ellas me han conmovido mucho las miles de firmes, que casi constituyen un volumen, que le mandaron al Señor Presidente, todos los pobrecitos favorecidos con Vivienda Mínima. ¡Qué ejemplo más bello! Y la carta del padre Ibáñez es el testimonio de unos hombres que sienten que no todo está perdido, que hay gratitud, que nuestro pueblo es noble, que no todo es calumnia, que hay verdadera nobleza en el corazón del pobre, que agradece y siente quiénes son sus verdaderos amigos. También me conmovió la adhesión de los jóvenes, jóvenes estudiantes, muchos de ellos sin duda de alta categoría. Es que la nobleza en cualquier categoría social que se encuentre tiene que ser ésa, la que agradece el bien que se le hace, no la que olvida el haber sido lo que son, precisamente gracias a aquellos que ahora persiguen. A los religiosos y religiosas, también, que se han volcado en solidaridad con los hermanos jesuitas, mi agradecimiento de padre de esta familia, como quien siente a todos sus hermanos unidos. Es un nuevo gozo el que he sentido esta semana de que los jesuitas no están solos y si acaso ha surgido de una voz cristiana una palabra innoble, de poco amor y poca solidaridad, sí me entristece. Pero quiera el Señor que estos cristianos que en los momentos de la prueba no saben mostrar su unidad de su solidaridad, porque a ellos en lo personal no les toca el problema, se conviertan y sepan que no hay un católico, mucho menos un sacerdote, mucho menos un obispo que no sienta como propio lo que toca a un hermano, aunque en lo personal no simpatice con él. Es mi familia, y me lo tocan, me tocan a mí. Quisiera que aprovecháramos esta circunstancia, pues para apiñar más esa unidad. Bendito sea Dios. Y a propósito de solidaridad, quiero también agradecer y destacar un estudio precioso. Quiero decirle a su querido autor: que me ha arrancado lágrimas, cuando he leído ese estudio acerca de la correspondencia que estoy recibiendo a montones y que gracias al Padre Guevara, encargado de este asesoramiento de la noticia y del informe de la curia, se ha llevado a un estudio psicológico, profundo, pastoral, cómo trazuma en esos millares de cartas, la mayoría de campesinos: pero no exclusivamente, también gente de sociedad, que comprende y vive el problema y no se cierra en un egoísmo que dá frío, sino que trata de comprender. Y más aún de religiosos, de confederaciones de sacerdotes de fuera del país, de conferencias episcopales, es decir, reuniones de obispos nacionales, de cardenales, voces de Europa, de obispos que han visto allá en la prensa, en los informes, la triste figura que está dando El Salvador, perseguidor de la Iglesia. Y gracias a Dios, la gallarda figura de este Reino de Dios, impávido y sereno ante la persecución, que se quiere negar, pero ella vive en carne propia. Es un testimonio, hermanos, que me llena de una satisfacción tan profunda, porque es la mejor aprobación, aunque haya presiones en contra y críticas duras al actuar del Arzobispado y de la Arquidiócesis; sin embargo: "Vox populi, vox Dei". Aquí sí siento yo que es la voz de Dios que en el humilde mensaje de una carta hecha con faltas de ortografía, con lápiz, o con la finura de una máquina IBM de los Estados Unidos o de Europa, viene el testimonio de admiración, de solidaridad a nuestra Iglesia, a nuestros sacerdotes, a nuestros religiosos y religiosas, a nuestros colegios católicos, a la postura de la Iglesia. Que hasta se ha llegado a decir, nada menos que el primado de Inglaterra: "Su figura de la Arquidiócesis es estímulo para la Iglesia de todo el mundo". Hermanos, lejos de nosotros el orgullo, porque nada de lo que está sucediendo es nuestro. Es cosa de Dios. Es el Espíritu Santo que ha encontrado la tierra abonada en la Arquidiócesis. Yo sólo los invito a que sigamos viviendo esa solidaridad. En el número de Orientación de hoy, se ha comenzado a publicar este precioso estudio, de quiénes son los que me han escrito, a quién es a quien le escriben, sintiendo en esta humilde persona la presencia de una Iglesia que es la esperanza del campesino, que da que pensar al capital, al gobierno, cuando es sincero en escuchar este diálogo de reflexión y que pone a la Iglesia en su verdadero puesto, como dice -y este es otro saldo rico de esta semana: yo leí esta semana el estudio sobre los días trágicos publicada en ECA, la revista de la Universidad José Simón Cañas. Yo les recomiendo (es un estudio) como una lectura teológica analizando qué es lo que ha hecho la Iglesia en estos días- Y dice claramente, ya para terminar; la Iglesia desea que nuestro país supere la crisis actual, quiere que se restablezca el orden y la justicia, quiere que a ella también se le permite unirse a todas las fuerzas realmente interesadas en la construcción de un país más justo y quiere que se la entienda, y que cese por lo tanto tanta difamación y persecución contra ella. La Iglesia quiere ganar también su batalla, pero aunque la perdiera, creemos que ha ganado la batalla fundamental, pues la historia recordará que en los momentos de mayor crisis en el país, con todas sus limitaciones y yerros, la Iglesia humanizó el país con limpieza de su palabra, la honradez de sus acciones, la fortaleza en el sufrimiento y la opción por los desposeídos". (Estudios Centroamericanos (ECA), XXXII, p. 316). Un precioso estudio, después de decirnos cómo la Iglesia ha devuelto la confianza, la esperanza, la historia, la palabra, la honradez. Gracias a Dios, católicos, hemos vivido en la intimidad de nuestra Iglesia lo verdaderamente noble, la verdad, la sinceridad, mientras a nuestro alrededor una cortina de humo, de mentiras, de distorsión de noticias, de falsedades, de calumnias. La Iglesia ha vivido, gracias a Dios, y lo recordará la historia, una hora de sinceridad, aún cuando no se le ha querido comprender. Ustedes, sí. Y yo les agradezco, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, movimientos católicos, grupos de base, parroquias promovidas. ¡Cómo han vivido ustedes esta hora preciosa! Digámosla, cultivando. Otro saldo que yo quiero recordar y agradecer es la respuesta a la pregunta que yo hice en un diálogo por Radio ¿Cómo quieren que se celebre el próximo 6 de agosto? Y me ha dado un gusto enorme ese sentido de fe, de piedad verdadera en torno de nuestro Divino Salvador. Todos quieren que se limpie de ese sentido profano esta fiesta que debería de ser la evocación más bella del Libertador de nuestro pueblo y de la verdadera liberación- que la Iglesia predica ¡El Divino Salvador! Vamos a recoger todas esas sugerencias y, desde el próximo jueves, nuestros encargados de la radio van a ocupar las horas de la Oficina de Información y Prensa para predicar, por radio, una novena del Divino Salvador, motivada por estas sugerencias, por estos temas de actualidad. Les suplico, pues, que desde el jueves a la 1.00 de la tarde, a las 8.00 de la noche y a las 5:45 de la mañana, sintonicen esta emisora YSAX, y reflexionemos lo que significa para la patria tener un patrono tan bello, tan divino como el Divino Salvador del Mundo. Y preparémonos. Y el 5, la víspera de la gran fiesta, que será una fiesta de oración, han dicho muchos. Intensifiquemos la oración. Yo quiero invitar a todos los queridos párrocos para que el 5 en todas sus parroquias sea un día de preparación, de oración y penitencia, que se confiese el mayor número de hombres, y mujeres, y niños y jóvenes, para que vengan en la peregrinación del 6 a comulgar la mayoría. Y el 5, allá en la Basílica del Sagrado Corazón, donde está la imagen que luego viene en la tradicional procesión de la Bajada, invitamos a todo San Salvador, para que vaya a orar; los grupos de oración que ya viven, gracias a Dios, en nuestras parroquias, concéntrense en la Basílica , intensifiquemos la oración por la patria. La bajada, en ese pleamar que viene de toda la República, gracias a Dios, ese atractivo que nadie tiene más que el Divino Salvador, se convierta en un clamor de esperanza de esta patria, al que se transfigura, en las horas del dolor y el sufrimiento, en la gran esperanza del Transfigurado. Y el 6, nuestra misa mayor será de campaña, ahí en la puerta mayor, frente a la plaza. Quisiéramos que todas las parroquias trajeran su propio estandarte para que a la hora de la comunión, sus propios párrocos -queremos que todos los sacerdotes estén en esta Concelebración, que ningún párroco se quede- Sería señal de poca adhesión a la fe del pueblo y de la jerarquía y del Divino Salvador la ausencia, muy significativa, de un solo sacerdote. Que todos estamos aquí junto al Divino Salvador de la patria. Si no hay ausencia verdaderamente justificada, interpretará el pueblo muy mal la ausencia de un solo sacerdote. Queremos que sea la fiesta del pueblo del Divino Salvador, una concelebración donde todo sea la piedad y el fervor de nuestra nación. DEBER DE DENUNCIAR EL PECADOPorque, queridos hermanos, esta riqueza de vivencia de nuestra semana que estamos terminando o comenzando, yo la quiero enfocar desde las palabras de Dios que se han leído hoy. Es muy fácil decir: "No hay persecución". Pero, cuando uno analiza a la luz de la palabra de Dios cual es la misión de la Iglesia, sí hay persecución. A la luz de la palabra de hoy, aparece que la Iglesia tiene el deber de denunciar el pecado. La primera lectura es una página del pecado social, y de las otras lecturas aparece la otra misión de la Iglesia: elevar los hombres en la oración a la verdadera promoción, cuya pirámide, dice el Papa, consiste en el trato del hombre con Dios. El hombre verdaderamente libre es Moisés, es Abraham, es el caudillo del pueblo o el pueblo que habla con su Dios. Fijémonos en la primera página: los pecados que se denuncian contra este pueblo son muy graves, dice Dios a Abraham y "vengo a ver", con mis propios ojos. Es una imagen bella, antropomórfica, Dios como si se hiciera hombre; naturalmente que es una figura retórica, bíblica, que representa a Dios como un hombre que viene a darse cuenta, como a inspeccionar él mismo, a ver los pecados de su pueblo. Se trata de los pecados de Sodoma y de Gomorra. No dice propiamente la Biblia cuáles eran; pero sí, una interpretación bastante auténtica parece que se trata de desórdenes lujuriosos muy feos, el pecado de la carne. Los pecados sociales cambian, pero lo substancial es lo mismo. Los obispos reunidos en Medellín en 1968 dijeron que en América Latina hay también un pecado social, "situación de pecado" son las palabras textuales. Parecen duras, pero cuando uno piensa ¿qué es el pecado? El pecado es la muerte de Dios, es lo que ha sido capaz de llevar a Dios hasta morir en una cruz, porque sólo así se puede perdonar. El pecado es el atropello a la ley de Dios, es como pisotear el designio de Dios, el pecado es irrespeto a lo que Dios quiere; y entonces el hombre que quiere buscar su felicidad fuera de Dios, o contra Dios, pone su felicidad en las creaturas, en el dinero, en el poder político, en la carne, en la lujuria, en un amor adulterino. Es darle la espalda a Dios por una creatura, llámese dinero, llámese política o lujuria, como sea. Lo que pasa es que ese Dios, despreciado, ofendido, reclama a este pueblo: "Los pecados de este pueblo son muchos y vengo a ver", y el castigo de cierna ya sobre el pueblo pecador. Y, se dijo en Medellín, es una situación de pecado, de injusticia social que clama al cielo. Yo creo que todos sentimos que esta realidad clama al cielo. El pecado social, hermanos, Monseñor Pironio- y que conste que yo estudio la teología de la liberación a través de estos teólogos sólidos, como es el Cardenal Pironio, que actualmente es prefecto de una de las congregaciones del Papa, hombre de la plena confianza del Papa- analiza el pecado social de América Latina y dice: la ofensa a Dios en esta desigualdad social que viven nuestros países se puede explicar, primero: porque los hombres no comprenden su dignidad y no se promueven y viven un conformismo que verdaderamente es opio del pueblo. Esto hay mucho, hermanos. Los ricos que no piensan que ellos sólo son los culpables del pecado social; también los perezosos; también los marginados que no lucha por conocer su dignidad y trabajar por ser mejor; todo aquel que se adormece y está tranquilo, como que otros la realicen su propio destino, está pecando también. De ahí que la Iglesia tiene que promover a ese hombre adormecido, y por eso los centros de promoción campesina, los grupos de reflexión de la Biblia, todo esto promueve; y gracias a Dios vamos viendo muchos obreros, campesinos, gente marginada que va conociendo su dignidad. Y en la medida en que conoce su dignidad, despierta también a la gran injusticia que lo está marginando. Si yo soy también hijo de Dios, si yo también tengo que despertar, yo también tengo que ser partícipe en la política del bien común de mi patria, yo también tengo derecho a los bienes que Dios ha creado para todos. No por la lucha de clases ni la violencia, porque la Iglesia, repetimos, no predica el comunismo. Ciertamente, codo con codo con todos aquellos que van luchando por las reivindicaciones sociales, económicas, políticas, ella lleva en su corazón una mística muy distinta de otros liberadores. Ya porque ven a la Iglesia compartiendo una tarde feliz con los maestros de escuela, ya la llaman colaboradora de ANDES. La Iglesia está de acuerdo con las justas reivindicaciones de los maestros, pero desde un punto de vista cristiano, desde Cristo, y jamás la Iglesia por simpatizar con un movimiento de la tierra va a renunciar a su Dios, a su promoción como hijo de Dios. EN LA LINEA DEL EVANGELIOQue se tenga muy en cuenta esto: que la postura de la Iglesia promoviendo al hombre no sigue las líneas del comunismo, sino las líneas del evangelio. Esta es una clase de pecado, y la Iglesia tiene que luchar. Y si la Iglesia, promoviendo campesinos, promoviendo marginados, es tenida como subversiva, y que por eso se le expulsa y que por eso las persecuciones contra éstos, se está persiguiendo a la Iglesia. Porque la Iglesia no puede dejar de promover al hombre, para decirle: "No te duermas eres hijo de Dios, trabaja tu dignidad, sé artífice de tu propio destino, trabaja en tu propio bien común". La Iglesia no puede dejar, no puede renunciar a esta misión de promoción que el evangelio mismo le obliga a predicar. Y los colegios católicos y los centros de juventudes y tiene que despertar la verdadera conciencia del hombre que ha estado muy marginado y que ha sido cómplice del pecado social. Pero hay otra fuente de pecado, dice Monseñor Pironio, es también el pecado personal de aquellos que acaparan lo que Dios ha creado para la felicidad de todos. No se dice que vayan a repartirlo; es una objeción estúpida que muchas veces le han tirado a la Iglesia, cómo va a repartirse por igual, y mañana todos habrán acabado con todo. No se trata de eso, se trata de una transformación de la propiedad privada, que respetando la propiedad privada le sepa dar un verdadero sentido social que no consiste solamente en producir más, sino en producir más para bien común de todos; se trata de que lo que Dios ha creado y hace fructificar en nuestras tierras lleve felicidad a tanta gente que no tiene lo necesario. También ésta es una fuente del pecado social que, como en Sodoma y Gomorra, clama al cielo y hace venir a Dios también a investigar cómo andan las cosas. Pecado social también que clama al cielo, la marginación en política: todos los hombres han recibido de Dios una capacidad para aportar al bien común. El no dejar que se realice el hombre, aportando al bien de la nación lo que él puede dar, es también un abuso de poder. Es también como un acaparamiento de bienes que Dios ha dado para todos. He aquí, que la Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social; si callara la Iglesia, sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso o con el que se aprovecha de este adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Esta es la voz de la Iglesia, hermanos; y mientras no se le deje libertad de clamar estas verdades de su evangelio, hay persecución. Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de poca importancia; es cuestión de vida o muerte para el Reino de Dios en esta tierra, donde Cristo ha querido establecerlo. Por eso, el pecado institucionalizado, pecado hecho ambiente. Ya sabemos, hermanos, que el pecado depende del corazón de cada uno, pero del corazón de cada uno procede el organizar una sociedad con estructuras injustas, donde no se puede desarrollar el hombre como imagen de Dios. De ahí, que todos los pudientes de la política, los pudientes de la economía, los dirigentes sociales, los profesionales, los capacitados, la Iglesia también, como acabo de leer, quieren, tenemos que aportar, para hacer lo que Dios quiere que los designios de Dios no sean frustrados con el pecado de los hombres. Lo que sucedió en Gomorra y en Sodoma fue precisamente que los hombres buscaban la felicidad fuera de Dios, como hoy la está buscando América Latina también, una felicidad sin Dios, contra Dios, destruyendo la imagen de Dios en la tierra que es el hombre. LA ORACION Y EL DESARROLLO PERSONALY el otro papel de la Iglesia, en la otra hermosa página del evangelio: "Maestro, enséñanos a orar", y Jesús les enseña: "Padre" la hermosa palabra que todo lo arreglaría, si todos supiéramos decir "Padre" al Creador de todas las cosas, y sentiríamos hermanos a todos los hombres, y le pidiéramos: "venga tu reino", el anhelo supremo del corazón del hombre, porque cuando venga tu reino a la tierra habrá más justicia, más amor, habrá más igualdad entre los hombres, más fraternidad. Perdónanos, porque somos pecadores. Hermanos -y esto es hermoso- la oración es la cumbre del desarrollo del hombre. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es, cuando se encara con Dios y comprende qué maravillas ha hecho Dios consigo. Dios ha creado un ser inteligente, capaz de amar, libre. Si alguno de ustedes que está siguiendo conmigo este desarrollo del pensamiento no reza y dice que no tiene fe en la oración, yo le invito a hacer este ejercicio intelectual: desarrolla tu capacidad personal, extiende tus cualidades, recoge todas tus alabanzas y aplausos que has recogido. Mira qué grande eres, casi eres un Dios. Por eso te crees Dios, por eso no rezas. Pero por más que extiendas tu ser tus capacidades, si tú sientes que hay un misterio más allá, y que esa inmensidad tuya se siente abarcada por esa otra gran inmensidad; en ese momento estás rezando. Rezar no quiere decir perder tu grandeza; rezar quiere decir ensanchar tu grandeza. Rezar no quiere decir que vas a esperar de Dios lo que tú puedes hacer. Realiza lo que tú puedes hacer, pon en juego toda tu técnica, inventa los regadillos para tus campos, abono a tu tierra, alimenta tu ganado lo mejor que puedas, y cuando hayas hecho todo eso, reza. No lo esperas todo de Dios, porque tú has hecho todo lo que puedes, pero dejas en las manos de Dios lo demás. Haz como aquel que ya dijimos una vez aquí, los que prepararon todo un sistema de un viaje a la luna, y un técnico cristiano dice: "La técnica ha hecho todo lo que se podía hacer. Esperamos que va a ser un éxito. Pero ahora nos toca rezar para que Dios bendiga nuestro trabajo? esto es rezar, hermanos. No es empequeñecer. Cuando uno reza, esperando que Dios lo haga todo y uno cruzado de brazos quiere que Dios lo haga, esto es un Dios falso. Pero cuando uno trabaja, desarrolla su mentalidad, su capacidad de organización, y entonces le dice a Dios: "Señor, a pesar de todo este misterio de grandeza que soy yo, entiendo que tú eres más grande, que me abarcas, que me comprendes, que me completas". Cuando el hombre reconoce esta limitación, está en el máximo de su desarrollo. En cambio, cuando el hombre no reza y cuando el hombre pone toda su confianza en su capital, en su dinero, oigan esta frase de la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI: "Uno de los indicios más seguros del subdesarrollo moral del hombre es la avaricia", querer tener, cuando el hombre confía en sí y se cree capaz de todo, y en su dinero y en las cosas de la tierra y le sale sobrando Dios, pobrecito, es un subdesarrollado moral. Cuando el hombre sabe rezar y confiar en Dios, es un superdesarrollado, el hombre que ha encontrado su verdadera vocación. REZAR COMO SE DEBEPues para esto está la Iglesia, hermanos, para enseñar a rezar. Pero para enseñar a rezar como se debe no aquella oración que adormecía, confórmate, vive pobre, a la hora de la muerte Dios te dará un cielo. Eso no es cristianismo, por eso nos dijeron a los cristianos que dábamos opio al pueblo, y ahí tenía razón el comunismo, porque ellos trabajan mientras los cristianos sólo rezaban y no hacían nada. Pero, aquí le gana el cristianismo al comunismo: cuando trabaja como comunista y espera en Dios como cristiano, ven qué diferencia hermanos, porque la Iglesia tiene que trabajar esta doble promoción, de despertar al hombre que desarrolla sus capacidades y hacerlo esperar en Dios, el trascendente, sin el cual, hemos dicho en la oración de hoy, nada es válido, nada es poderoso. Esta libertad: si se le llega a dar a la Iglesia esta libertad. Por eso hemos dicho al gobierno que el diálogo será precisamente para aprender a hablar el mismo lenguaje: un grupo de reflexión de parte del gobierno, y un grupo de reflexión de parte de la Iglesia, para no llamar subversión y política lo que es promoción evangélica y cristiana, para no expulsar sacerdotes sólo porque enseñan a trabajar y rezar en ese verdadero sentido moderno de la evangelización. Cuando se reflexione y se dé un ambiente de confianza a la Iglesia, que trabaja por esta promoción, la Iglesia está dispuesta perfectamente a la colaboración para esta humanización del hombre, humanización del capital y del trabajo, que no es otra cosa lo que la Iglesia quiere. Yo creo que el mensaje es suficientemente claro y la palabra de hoy respalda plenamente con el ejemplo de Sodoma de buscar una felicidad de espaldas a Dios; con el ejemplo de Abraham, buscando siquiera diez hombres justos y no encontrándolos en un ambiente de pecado, con el ejemplo de Cristo. Y terminemos aquí, hermanos, con la segunda lectura donde San Pablo nos dice que Cristo es como el gran documento donde están escritos todos los pecados de los hombres y que, clavado en la cruz, quedó desautorizado para que los hombres fuéramos perdonados. Yo no encuentro una figura más hermosa, más elocuente, que ésta de San Pablo describiéndonos a Cristo en la cruz, como un papel del diablo cobrándose los pecados de los hombres, pero que Dios borra con el sacrificio de su hijo. Ya el pecado no tiene derecho sobre el hombre. Ya el demonio no tiene que reinar en el mundo. Es el Reino de Dios, que Cristo ha ganado con su cruz y su sangre, y los cristianos tienen que trabajar con ese Cristo, morir si es necesario en esa cruz; pero no echar pie atrás, trabajar, hermanos, por una verdadera promoción que siga haciendo de esta Iglesia de la Arquidiócesis, una Iglesia que de veras sea fiel al evangelio, que sepa trabajar y que sepa rezar, que sepa promover hombres que sepan ser con Dios constructores de un mundo mejor.
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Estimados radioyentes, quiero comenzar hoy con un agradecimiento muy profundo a los obispos de Panamá que han publicado un comunicado de la Conferencia Episcopal, y se refieren expresamente a nuestra situación en El Salvador. Ellos denuncian un parte de guerra (Nº 6 de la Unión Guerrera Blanca), y dicen: "... su tono y su contenido causan horror y, ciertamente, merecen el más fuerte repudio de todo ser que se considere humano y, más aún, cristiano". Según esta declaración, este grupo quienes sean, pretenden tomar la ley en sus manos y terminan por pisotearla. Esto es más que un acto aislado de terrorismo, pues perturba todo el orden jurídico (gobierno representativo y constitucional), e irrespeta los derechos humanos. Ninguna acusación contra el prójimo puede justificar esta actitud, ni en el plano individual ni menos en el plano colectivo y social.
El arzobispo de Panamá, puso este documento en manos del embajador de El Salvador con el encargo de hacerlo llegar a nuestro presidente, y por eso el mensaje se dirige a él: "Nuestras voces quieren llegar a las autoridades superiores del gobierno salvadoreño, para que se aplique toda la fuerza de la ley a los autores de semejante declaración, que es en sí una amenaza contra la ley misma. Hemos esperado, durante estos primeros días del nuevo gobierno de El Salvador, una toma de posición definida frente a toda esta situación. Pensamos que así lo exige, no sólo la ciudadanía de esa hermana nación, sino todos nosotros, solidarios suyos, como istmeños y como cristianos". Queremos agradecer mucho esta solidaridad de nuestros hermanos obispos que también, hace poco, pronunciaron en el Secretariado del Episcopado de América Central unas declaraciones contra estos atropellos. Pero el de Panamá, recobra una actualización urgente, porque todos saben que nuestros queridos hermanos, los padres jesuitas, en estos días están viviendo una amenaza terrible. Yo les suplico que oremos mucho por ellos; y tomemos también el ejemplo de su serenidad, que solamente la puede inspirar un gran amor a la verdad y a Jesucristo. En el periódico Orientación, yo hago un elogio de este mensaje vivo que nos están ofreciendo hoy los jesuitas; así como también un mensaje de lealtad de los padres salesianos que, en la persona del padre Contreras, me presentaron su solidaridad con el episcopado. Su actuación, que todos reprobaron, fue fruto más bien de una ingenuidad que la aprovecha la manipulación de la noticia, un sistema verdaderamente vergonzoso en el cual no importa el honor de la persona, sino salvar otros intereses. Ojalá hubiera más honestidad en nuestras publicaciones. Pero el padre Contreras ha presentado, pues, su adhesión inquebrantable al episcopado, que en ningún momento ha pretendido ser un anti-signo de la línea pastoral que está siguiendo la arquidiócesis. Y repite, pues, su espíritu de fe salesiana, aprendida en un santo como don Bosco que se caracteriza por su adhesión y su firme lealtad al magisterio de la Iglesia. Y todo esto, hermanos, y otras cosas más hermosas que nos llegan por diversas cartas; denuncias de madres, de esposas, incluso de una novia que iba a casarse con su querido novio, precisamente cuando está siendo objeto de esta injusticia: ha desaparecido. Yo quisiera, no solamente anunciar cosas tristes -pero la realidad se impone sino que quisiera anunciar, como lo debe de hacer un profeta, las maravillas de Dios, la bondad de los corazones, lo bueno que nuestro pueblo salvadoreño tiene como por innata condición; entonces, por ejemplo, una carta de Aguilares la que, recordando con cariño nostálgico las enseñanzas del padre Grande en una comunidad, dice esta frase: "Él supo descubrir la grandeza de los hombres y se compadeció ante sus sufrimientos". ¡Qué bello rasgo de lo que es la Iglesia! Cabalmente hermanos, yo esto es lo que quisiera, porque entre las cartas una de las características más hermosas es: "Estamos orando... en nuestra comunidad... en nuestra familia, rezamos mucho..." Yo creo que nunca se ha rezado tanto, se ha orado tanto. Y yo quisiera en esta homilía de hoy, inculcar y, ojalá, ser comprendido por todos (incluso por aquellos que se han dado a la tarea de odiar, de amenazar, de matar, de calumniar), que entre a su corazón un rayito de esta luz que nos trae la palabra de Dios hoy. Y en aquellos donde se está apagando la fe, la confianza, se iluminen esas conciencias con la gran confianza de la fuerza de la oración; y aquellos que se distinguen por su oración -comunidades piadosas, reuniones de grupo, donde la oración espontánea brota del corazón- se animen a vivir esa fuerza. Nada hay imposible a la oración; y si todo este pueblo cristiano de la arquidiócesis tomara la actitud de María frente a Cristo, y Cristo nos dijera como dijo a Marta: "No te preocupes de demasiadas cosas; sólo una cosa es necesaria". ¿Cuál es esa cosa necesaria? Es la que ya se vislumbra siglos antes de Cristo, con la que termina la primera lectura de hoy que nos ha descrito, como transfigurando a Dios en unos hombres que visitan a Abraham; y Abraham objeto dichoso de esta teofanía, está frente a Dios y tiene la oportunidad de dar acogida a Dios y le sirve de los temeros de su cavada; y le da todo lo que puede dar un hombre generoso a un amigo que llega a visitarlo. El Hebrón, allá en Palestina, tiene un nombre en honor a Abraham; aquel pueblo se llama El Kalil, que quiere decir "el amigo". No se puede dar a un hombre nombre más honroso que ese que se ha dado a Abraham: "el amigo de Dios, el que trataba con Dios como con un amigo, hombre de oración. ¿Por qué no nos proponemos todos, los que estamos haciendo esta reflexión, también, ganar un poquito de ese título: amigos de Dios? Pero cuando termina ese interesante encuentro de Dios con Abraham, como amigos que comen juntos, que comparten juntos, la frase termina diciendo: "... dile a Sara que dentro de un año, cuando retorne, le habrá nacido un hijo". Esta es la esencia de ese mensaje de la primera lectura. Porque ese hijo de Abraham ya anciano, y de Sara estéril y vieja, es el hijo de la promesa. De allí va a nacer un pueblo que tendrá el honor, en la historia, de ser el vehículo de sangre que va a dar a luz al Redentor de los hombres. Jesús es descendiente de Abraham, ¡qué honor, el Hijo de Dios es descendiente de un anciano y de una estéril! Este es el gran prodigio, el gran designio de Dios. Nada hay imposible para el Señor, le dice también el ángel a Maria, hablándole de otra esterilidad que se hace fecunda: Elizabeth, madre de Juan Bautista. Y San Pablo, en la lectura de hoy, nos describe lo único necesario: el misterio de Cristo, misterio escondido en Dios que se ha revelado a los hombres. Y dichoso aquél que llega a comprender que Dios se hizo hombre para salvar a los hombres; y que cada vida humana que se incorpora en esa corriente de redención / y se convierte en Cristo, se diviniza su vida. Porque Dios vino hecho hombre en Cristo, para hacer Dios a toda la humanidad que creyera en él. Esto es lo único necesario. Por eso, cesando miramos a María extasiado frente a las palabras de Cristo, mientras Marta va y viene por la casa preparándole la comida, y reclama a Jesús: "Mira, mi hermana no me ayuda; dile que vaya a darme una mano". Jesús defiende a María: -"Marta, Marta, tú te preocupas de muchas cosas, sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la mejor parte, que no se le va a quitar". Todo aquél que llega a comprender lo único necesario (Maná, en las Palabras de Cristo está oyendo el designio de Dios, el amor de Dios), es un alma en oración, es un alma contemplativo. Marta es la figura del alma activa. Asi lo han interpretado en todos los siglos, este bello pasaje del evangelio de hoy. Y a la luz de Marta que va y viene, podemos ver a la Iglesia en sus actividades pluriformes. ¡Qué maravilla es la Iglesia! Porque Jesús, al alabar la actitud de María, no está reprobando la actitud de Marta; lo que le está diciendo es: Ojalá toda su actividad proceda también de lo único necesario; porque no basta ser contemplativo, estar rezando, es necesario también trabajar; pero que cuando se va al trabajo, se lleve en el corazón la unidad de todo lo que se va a hacer, una perspectiva de fe que ilumine toda tu acción. Y aquí es, hermanos, donde yo quiero recomendar la necesidad de encontrar ese único necesario, la necesidad de orar. Yo voy visitando en estos días comunidades preciosas de cristianos, y les aseguro que, a la luz de la Biblia y de la reflexión que allí surge, se levantan plegarias tan bellas que de veras la labor que la Iglesia está haciendo en El Salvador, sobre todo a través de las comunidades pequeñas, no tiene nada de subversivo, no tiene nada de político; v si tiene algo de político, es la gran política del Reino de Dios de despertar en los hombres la conciencia hacia Dios y de Dios hacia todos los hombres. ¡Que oración! ¡Que contemplación! Es necesario orar y trabajar. Pero el trabajo tiene que proceder de la oración. No se pueden disociar. Todos supieron a través de los medios de comunicación que esta semana, el miércoles, hubo un apagón de muchas horas en New York; y cuando el Alcalde reclama a la compañía eléctrica, la compañía le dice: "Es un poder superior, Dios lo hizo". Pero el Alcalde le reclama negligencia. Los dos tienen razón. Es como cuando los que prepararon un viaje a la luna dijeron: Técnicamente todo está preparado; ahora sólo nos resta orar; orar y poner en juego todas las energías humanas". No sólo trabajar sin Dios, ni sólo orar sin trabajar. "Ora et labora" era el gran lema de San Benito, el fundador de los benedictinos, que no descansan en su vida, orando y trabajando. Aquellos monasterios, donde los monjes parecen abejas hacendosas. No descansan un momento, pero en su corazón siempre están orando. Como María, contemplan lo único necesario; y como Marta, trabajan: van y vienen. ¡Qué hermosa fuera nuestra ciudad, los campos, los pueblos; donde los hombres profesionales, comerciantes, estudiantes, mujeres de hogar, del mercado, todos tuviéramos en el corazón un gran sentido de oración, y al mismo tiempo una honradez en el trabajo, una diligencia! Cuando Pablo VI clausuraba el Concilio Vaticano II, hizo un análisis tan precioso, que es uno de los discursos más bellos del pontífice actual -se los recomiendo como un discurso de humanismo nuevo, cristiano- el Papa hizo ver cómo el Concilio reafirmaba la misión religiosa de la Iglesia, es decir su unión con Dios, y desde esa unión con Dios enseñaba a los hombres de hoy que la oración, la contemplación, es la actividad más noble del hombre que lo hace encontrarse con Dios; y le da unidad a toda la pluriforme variedad del mundo y hace comprender el secreto de la verdad, de la firmeza de la Iglesia; y hace descubrir en el rostro del hombre la verdadera figura de Dios, que hace al hombre respetuoso de los deberes humanos. Y decía: "Humanistas del siglo XX que prescinden de la trascendencia hacia Dios, admiren en este Concilio que, precisamente por partir de Dios, ofrece al mundo un humanismo más completo, más exacto que los humanismos sin Dios". Sí, lo primero que nos da el sentido de orar es descubrir a Dios. Y decía el Papa: "¡Y en qué tiempo este Concilio ha proclamado la existencia de Dios! Cuando el mundo está más afanado en buscar el reino de la tierra que el Reino de los Cielos; cuando las técnicas y las ciencias humanas como que le quieren dar derecho al hombre para independizarse de Dios; cuando la filosofía de los hombres llega a tales alturas que lo hacen sentirse casi el objeto y el centro de toda la creación; cuando todo profesional va contra este sentido trascendente, espiritual, es cuando el Concilio en oración ha dicho: existe Dios, es bueno, se cuida de todos nosotros, es personal, podemos entablar con él un diálogo". Esto descubre la oración, queridos hermanos; un encuentro personal con Dios. El ejemplo de Abraham hablando con Dios como un hombre habla con otro hombre, el ejemplo de Maria con su rostro clavado en las palabras de Cristo, es el ejemplo de las almas que necesita hoy el mundo. Muchos han cerrado su comunicación con Dios. Muchos no creen. El ateísmo es un fenómeno muy cundido entre nosotros, por lo menos un ateísmo práctico. No existe Dios si son almas que no oran. Pero ¿cómo puede vivir un hombre sin la creencia en un Dios, si lo que le da fuerza al hombre es ese encuentro con el Poderoso? Mi origen y mi destino, mi razón de ser, la luz de mi inteligencia, el amor de mi corazón, la fuerza de mi vida, la perseverancia en mis propósitos; sólo Dios me los puede dar. Toda moral, toda liberación, todo sentido de humanismo que no tenga en cuenta esta contemplación, esta oración con Dios, es falsa. Si no lo es, es hipócrita. Queridos hermanos, ojalá que mis pobres palabras despertaran en el hombre que no reza, siquiera un ensayo de ponerse en contacto, porque a Dios le basta ver en su creatura el primer impulso de querérsele acercar, y él se inclina para dialogar con el hombre. Diríamos que Dios tiene más ganas, de hablar con nosotros, que nosotros de hablar con él, y que basta un pequeño impulso de orar. Retírense como Abraham, bajo la sombra del mambré. Allá bajo un roble, bajo un amate; allá a las orillas de un no, frente a nuestros bellos paisajes. ¿Por qué no detenerse un momentito y levantarse de esas bellezas al Creador? Que no se pase esta semana sin hacer ensayos profundos de esta búsqueda, de Dios; y les aseguro que el otro domingo que volvamos a misa vendremos más empapados de esta visión, con más fervor en el alma para encontrarnos en la misa con este Dios que buscamos por todas partes y que en todas partes podemos encontrar. Además del encuentro con Dios, la oración me da la unidad y la razón de ser: la explicación de mi Iglesia. Es una hora de Iglesia la que estamos viviendo. No hay labio salvadoreño que no haya pronunciado mil veces la palabra "la Iglesia" pero muchos no la conocen. Para unos, es la peste más grande, y hay que acabar con ella; y la persiguen y la calumnian y la difaman; y muchos se llaman hijos de la Iglesia, asociaciones católicas. ; ¿Qué sentido de Iglesia tienen los perseguidores? Pero lo más lastimoso es que gente que vive dentro de la Iglesia no ha comprendido; porque el Concilio lo dice, y el Concilio se reunió varios años en reflexión, como si la Iglesia estuviera tomando conciencia de sí misma. Se parece a ese momento en que el joven o la joven, llegando a la adolescencia, va descubriendo en su cuerpo y en su espíritu los misterios más profundos de su propio ser, de su propia vida. Es como cuando el hombre reflexiona en sí mismo, y descubre la maravilla de su conciencia, de su libertad, de su inteligencia. Eso fue el Concilio, un reflexionar desde la luz de Dios, en el propio ser de lo que es la Iglesia fundada por Cristo. Y entonces se encuentra que en su oración es precisamente donde la Iglesia se conecta con ese Dios, que le da las corrientes de la vida, que le da su juventud perenne, que le da la verdad de su palabra, que le da la serenidad de su sufrimiento, que la hace enfrentarse impávida, como quien lleva a Dios frente a todas las tribulaciones. No es una sociedad humana; algo divino hay en este organismo humano que lo llena todo y lo trasciende todo, y se hace sentir sacramento de Dios en el mundo, ofreciendo fuerzas de salvación, ofreciéndose al hombre de hoy, con todas las energías del resucitado, para darles vida a los hombres que mueren, que envejecen, que enferman, para encontrar la esperanza. Por eso, cuando comenzaba esta situación de la Iglesia en El Salvador y yo tenía la dicha de dirigir mis primeras palabras a esta querida arquidiócesis, yo les decía -y ustedes lo comprendieron- que lo que el hombre anda buscando en el mundo, aquí lo tiene la Iglesia para ofrecérselos; y lo que más me ha llenado de satisfacciones profundas en este episcopado, tan lleno de circunstancias interesantes, es que muchos hombres se me han acercado. Lo han dicho por allí, que han encontrado en la Iglesia lo que no hablan encontrado; que han sentido la Iglesia como fuerza de Dios. ¡Cómo me llena, cuando se acerca alguien para decirme: "Yo me había alejado de la Iglesia, pero ahora cuente conmigo; yo quiero ser un verdadero católico!" Van descubriendo en está Iglesia lo que la Iglesia lleva en sus entrañas: la fuerza de Dios. Y en la medida en que un hijo de la Iglesia ora, él también se hace instrumento de Dios. En su exhortación sobre la evangelización del mundo actual, el Papa Paulo VI llega a decir: ¿Qué es la evangelización? Es un hombre o grupo de hombres que se encuentran con el mensaje de Cristo y se sientan a reflexionarlo, y lo asimilan y sienten que es alegra, que es vida, que es satisfacción. Y no les cabe dentro de sí, sino que van a expandirlo. Se evangelizan para luego evangelizar. Se recibe la vida para dar vida. Cada católico que sepa orar, será eso: una fuente, como las fuentes que se llenan de agua y que rebalsan para regar y fecundar un campo. Cada cristiano que ora, cada hijo de la Iglesia que se pone en contacto con esta fuerza de oración, cada católico que quiere ser como María, ávida de recibir las palabras de Jesús, se llena de espiritualidad, y rebalsa y riega, y hace santa a su familia y convierte pecadores, y acerca almas a Dios, y por donde quiera va llevando el testimonio que sólo Dios puede dar. El ejemplo es maravilloso de muchos santos que vivieron esta plenitud de Dios; y nadie como ellos han constado la historia. Los verdaderos protagonistas de la historia son los que están más unidos con Dios; porque desde Dios auscultan mejor los signos de los tiempos, los caminos de la Providencia, la construcción de! la historia. ¡Ah! si tuviéramos hombres de oración entre los hombres que manejan los destinos de la patria, los destinos de la economía. Si entre los hombres, más que apoyarse en sus técnicas humanas, se apoyaran en Dios y en sus técnicas, tuviéramos un mundo como el que sueña la Iglesia: un mundo sin injusticias, un mundo de respeto a los derechos, un mundo de participación generosa de todos, un mundo sin represiones, un mundo sin torturas. Y me perdonan que siempre mencione las torturas, porque hay una pesadez en mi pobre espíritu cuando pienso en los hombres que sufren azotes, patadas, golpes de otro hombre. Si tuvieran un poquito de Dios en su corazón, veían en ese hermano, un hermano, una imagen de Dios; y lo digo porque las situaciones siguen; siguen las capturas, las desapariciones. Ojalá hermanos, que un poquito de contacto con Dios, desde esas mazmorras que parecen infiernos, bajara un poquito de luz e hicieran comprender lo que Dios quiere de los hombres. Dios no quiere esas cosas. Dios reprueba la maldad. Dios quiere el bien, el amor. Sólo haciendo oración se puede descubrir lo que Dios quiere; y esta es la tercera consideración con que quiero terminar: Sólo desde la oración, desde la contemplación a Dios, podemos descubrir la verdadera grandeza del hombre. Ese pensamiento que les leía de la carta de Aguilares: el padre Grande nos enseño a "descubrir la grandeza de los hombres y se compadeció ante sus sufrimientos...". No se desentendió del hombre; al contrario, lo criticaron al Concilio, porque dijeron: "Se ha volcado mucho al hombre de hoy, a la sociedad de hoy; casi ha sido infiel al evangelio". De ninguna manera ha sido infiel al evangelio, dijo el Papa; precisamente, arrancando del evangelio el mandato de Cristo, amar a los hermanos, ha hecho de este Concilio, el Concilio de la caridad, el Concilio que se acerca al hombre de hoy con su problemática tan difícil de comprender: hombre por una parte grande, que se eleva sobre sus inventos, sobre sus grandezas; pero por otra parte deprimido de sus propias desgracias, un hombre amargado de la vida, un hombre sin ilusiones. Y, ¿qué sucede -dice el Papa- cuando el Concilio se encuentra con este hombre? No le da diagnósticos de muerte, no lo castiga con anatemas. Ha sido una característica de este Concilio que quiere ser el espíritu de la Iglesia de hoy. Una simpatía grande se vuelca sobre el hombre; porque descubre en el hombre a un agobiado de sus incredulidades, de sus pecados, de sus crímenes, la imagen de Dios que hay que embellecer, que hay que retomar a su primitiva grandeza. Y esto es la Iglesia actual, queridos hermanos, es la Iglesia de la simpatía, la Iglesia del diálogo, la Iglesia que se acerca al hombre en su grandeza o en su miseria. La que descubre la dignidad y le enseña al hombre que debe de respetarla en sí y en los demás. La que le dice que hay que salir de condiciones infrahumanas a condiciones más humanas, hasta las condiciones divinas de la fe, de la oración, del contacto con el Dios que ha creado a los hombres para dialogar con ellos y hacer con ellos su familia por toda la eternidad. Esta vocación preciosa del hombre es la que la Iglesia no puede olvidar. Y cuando le dicen a la Iglesia -ciertas personas tradicionalistas o ciertos intereses egoístas que no quisieran tocar este punto; que se ha olvidado de su misión religiosa y solamente está tratando asuntos políticos y sociales, es porque olvidan que en la política y en los elementos económicos y sociales, es donde el hombre se desarrolla. Pero a la Iglesia no le interesan los intereses políticos o económicos; sino en cuanto tienen relación con el hombre para hacerlo más hombre y para no hacerlo idólatra del dinero, idólatra del poder; o desde el poder, hacerlos opresores; o desde el dinero, hacer marginados. Lo que interesa a la Iglesia es que estos bienes que Dios ha puesto en las manos de los hombres -la política, la materia, el dinero, los bienes sirven para que el hombre realice su vocación de hijo de Dios, de imagen del Señor. Y todo esto solamente lo aprende la Iglesia cuando, apartándose de tantos peligros de los ídolos de la tierra, se pone como María frente al único Señor, el único necesario, de donde deriva la única razón y la esperanza, la fe, la grandeza que los hombres pueden tener. Por eso, hermanos, el mensaje de la palabra de hoy es vital. Yo quisiera que de aquí saliéramos llevándonos la imagen de esas dos mujeres que caracterizan a la Iglesia- Marta y María. No dejemos de trabajar. Intensifiquemos nuestro ir y venir como Marta; pero cuidado si nos olvidamos de lo único necesario que ha comprendido María. Que en el corazón haya una fuerza que une toda nuestra actividad y que descubre la razón de ser de todo lo que hacemos: Dios, Cristo, la dignidad humana. No trabajemos nunca perdiendo de vista a Dios. Como el Concilio, inclinémonos al hombre, a la tierra; pero con el corazón lleno de esperanza, de fe y de amor, muy unido con Dios. Este es el equilibrio de la verdadera santidad moderna: ser como Marta muy comprometidos, muy activos con la actividad de la tierra. El compromiso de las cosas temporales que Dios ha puesto en nuestras manos, manejémoslo bien. Trabajemos, desvivámonos por los demás; pero nunca lo hagamos únicamente por una filantropía, es decir, sólo por el hombre, sólo por la tierra. Hagámoslo por una verdadera caridad que se inspira en Dios y que como María aprende en el lenguaje, en la meditación del evangelio: continuamente almas de oración, almas de lectura bíblica, almas de reflexión en común para elevarse a Dios; y desde Dios bajar para trabajar en el mundo. Estos son los verdaderos equilibrios evangélicos que, gracias a Dios, están viviendo muchos hoy en nuestros días, y que espero que sea para todos la pauta de la vida moderna. Queridos hermanos, estimados radioyentes:
Hoy la palabra de Dios nos invita a la interioridad. Es como si Cristo nos dijera a todos los que vamos a hacer esta reflexión: "El Reino de Dios está dentro de vosotros". Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos los hombres que de veras entran dentro de sí, y por eso hay tantos problemas, porque si de veras nos asomáramos a nuestra propia intimidad y comprendiéramos que la voz del Señor, la ley que nos santifica, no está, así como nos acaba de explicar la primera lectura, allá en las alturas del cielo; y entonces preguntaríamos: "¿Quién podrá subir hasta el cielo, y nos traerá y nos proclamará lo que Dios quiere?" O fuera una ley que estuviera al otro lado del mar, y diríamos: "¿Quién de nosotros cruzará el mar, y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?". CONVERTIRSE POR DENTRO¿Así andamos buscando cómo se mejorará nuestra República? ¿Cómo habrá más entendimiento entre los salvadoreños? Como que si estuviéramos esperando algo que nos venga de fuera, y le echamos la culpa al Gobierno, a las riquezas, a las cosas. Pero, ¿de qué serviría, nos dicen los documentos de la Iglesia, cambiar todas las estructuras sociales, políticas, económicas, si no cambia el corazón de los que han de vivir y manejar esas estructuras? Mientras los que se preocupan de los problemas no entren dentro de sí y desde su propio corazón escuchen lo que nos dice la palabra divina hoy: "Conviértete al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda tu alma". O mejor, si no escuchamos la palabra de Cristo, que nos dice más terminantemente ante el doctor de la ley que le pregunta cuál es el principal mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser". El hombre no es grande mientras no se mire por dentro. El Concilio, que inició para el mundo moderno desde el corazón de la Iglesia, un humanismo nuevo, un humanismo cristiano, nos llega a decir que desde su propia interioridad, el hombre comprende que su vocación más alta es su intimidad con Dios y que en el corazón de cada hombre, hay como una pequeña celda íntima, donde Dios baja a platicar a solas con el hombre. Y es allí donde el hombre define, decide, su propio destino, su propio papel en el mundo. Si cada hombre de los que estamos tan emproblemados en este momento entráramos a esta pequeña celda, y desde allí, escucháramos la voz del Señor, que nos habla en nuestra propia conciencia, cuánto podríamos hacer cada uno de nosotros por mejorar el ambiente, la sociedad, la familia en que vivimos. Y si todos los salvadoreños, este domingo en que la palabra de Dios es la palabra del amor, tomáramos la resolución, de veras, de vivir el principal de los mandamientos y le diéramos a la intimidad de nuestro ser, su propia razón de ser, yo les aseguro, hermanos, que este domingo marcaría el cambio total y no habría necesidad de esperar desde fuera, porque cada uno está aportando desde su propio interior, lo que la patria y el mundo necesitan. Porque el mundo, la historia, no se va a construir sin nosotros. Somos partícipes de la construcción de la historia y en eso está evolucionando actualmente la humanidad. PARTICIPAR PARA EL BIEN COMUNPor eso, uno de los signos de los tiempos actuales es este sentido de participación, ese derecho que cada hombre tiene a participar en la construcción de su propio bien común. Por eso, una de las conculcaciones más peligrosas de la hora actual es la represión, es el decir: sólo nosotros podemos gobernar, los otros no, hay que apartarlos. Cada hombre puede aportar mucho de bien, y se logra entonces la confianza. No es alejando como se construye el bien común. No es expulsando a los que no me convienen como voy a enriquecer el bien de mi patria. Es tratando de ganar todo lo bueno que hay en cada hombre, es tratando de extraer en un ambiente de confianza, con una fuerza que no es una fuerza física -como quien trata con seres irracionales- sino una fuerza moral que atrae de todos los hombres, sobre todo de los jóvenes inquietos, el bien, para que aportando cada uno su propia interioridad, su propia responsabilidad, su propio modo de ser, levante esa hermosa pirámide que se llama el bien común, el bien que hacemos entre todos y que crea condiciones de bondad, de confianza, de libertad, de paz, para que todos construyamos lo que la República, la cosa pública, lo que es de todos y a lo que todos tenemos obligación de construir. ¿Cuál es la esencia de ese hombre salvadoreño, o de cualquier parte del mundo, pero que Dios ha creado precisamente para hacer feliz al mundo? Es hermoso el pasaje de la segunda lectura, donde San Pablo nos invita a mirar desde Cristo una perspectiva cósmica. "Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creatura. Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes, terrestres, visibles e invisibles. Él es anterior a todo. Todo fue creado por él y para él". CRISTO EL RESUMEN DE TODOHermanos, qué hermosa es la perspectiva cristiana. Cristo es el hombre-Dios y en cuanto hombre, vemos que en el hombre es capaz de amarse mucho, y en cuanto Dios sabemos que él es el principio y el fin de todas las cosas. Cristo, pues, como hombre y como Dios, nos da las cosas. Cristo, pues, como hombre y como Dios, nos da la síntesis, el resumen acabado de todo cuanto existe. Sólo en él puede haber felicidad, prosperidad, amor, libertad, paz. Si se elimina a Cristo -dijo el Concilio- es suicidarse. Y lo decía a los gobernantes, porque el que desprecia a Cristo y lo que representa a Cristo en el mundo, que es su Iglesia, porque él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, y el que desprecia a esa cabeza y a ese cuerpo, se suicida, porque pierde la visión universal de las cosas y pierde el sentido de ver al hombre: y ya en el hombre no mira más que a un rival, un estorbo, una fiera y la trata a palos, brutalmente. Pero, si en cada hombre, como cuando el Papa decía al terminar el Concilio: Que este Concilio nos ha enseñado a mirar a Cristo y desde Cristo a cada hombre, y entonces miramos en el rostro de cada hombre, tanto más transparente y bello -cuanto más lo purifica el dolor, la pobreza, la angustia, el sufrimiento- el rostro de Cristo, que también es el rostro de un hombre sufrido, el rostro de un crucificado, el rostro de un pobre, el rostro, de un santo. Y en el rostro de cada hombre, aprendemos a ver el rostro de Cristo. Y amamos a cada hombre, con aquel criterio con que él nos va a juzgar al final del tiempo. "Tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber". Y cuando, asustados, los hombres le pregunten: "¿Cuándo, Señor te hemos visto en la tierra y te hemos socorrido?" Les dirá: "Todo lo que hicisteis con uno de estos pobrecitos míos, conmigo lo hicisteis". Será la sorpresa tremenda, hermanos, de que muchos buenos samaritanos, aún sin tener fe en Cristo, aun sin llamarse católicos y persiguiendo a la Iglesia, se encontrarán en aquel juicio final que se salvarán; mientras que muchos cristianos serán echados afuera, porque no cumplieron con esta ley del amor, de la misericordia. ¿Qué es lo que hace grande el rostro y la situación del hombre? Es precisamente esta visión de fe: mirar en cada hombre el rostro de Cristo, y entonces, el Señor nos puede decir la hermosa parábola del samaritano. Para mí, sacerdote, es una llamada tremenda de atención. Yo que estoy en el cumplimiento de la palabra de Dios, denunciando todo aquello que no es conforme a la palabra de Dios, me miro a mí mismo en el levita, en el sacerdote, que pasaron de lejos junto al herido y no le hicieron caso. El que denuncia debe estar también dispuesto a ser denunciado. Y yo les he dicho mil veces a ustedes, queridos hermanos, que cuando haya en nuestra actitud sacerdotal algo indigno de este amor que debe inspirar al predicador de la palabra de Dios, nos denuncien, pero con amor también, con caridad. No vayan a cometer el mismo pecado que ustedes denuncian: decirle al sacerdote que es marxista, que es tercermundista, que es escandaloso. Si se hace con caridad y se le corrige, se gana un alma para Dios. Y es un deber de los cristianos hacer. Pero, si se hace con esa saña con que se escriben muchos campos pagados y aun hasta con amenazas de muerte, esto no es defender la verdad ni el amor. Esto es el egoísmo más craso, y están pecando más gravemente que las deficiencias que puedan encontrar en nosotros, predicadores de la palabra de Dios, que, como humanos, estamos expuestos también a cometer errores. Pero si los cometemos, no es con la saña, con ese espíritu criminal de amenazar de muerte al predicador. Convirtámonos de corazón. Nosotros sacerdotes tenemos que convertirnos también, y la parábola del samaritano es un toque de Cristo bien directo a la gente de Iglesia, no sólo a los sacerdotes. Pensemos aquí también, queridos religiosos, queridas religiosas, movimientos cristianos matrimonios cristianos todos ustedes que vienen a misa los domingos, todos tenemos que examinar nuestra conciencia a la luz de esta sincera parábola del Buen Samaritano. No nos complacemos en denunciar los pecados y las deficiencias del mundo pecador. Tenemos que partir, como comienza la misa, golpeándonos el pecho para reconocer nuestras propias culpas, porque es desde un arranque de sinceridad y de amor, desde donde debe de comenzar el amor al prójimo y el conocimiento de nosotros mismos. EL HOMBRE, CORAZON DE LA CREACION¿Pero qué tiene el hombre para que le tengamos tanto respeto? Hermanos, yo quisiera que recordáramos hoy esta página de San Pablo, para vivirla, pensando en nosotros mismos. Si se dice que por la palabra eterna de Dios fueron creadas todas las cosas y son creadas para él, una de esas creaturas soy yo, es cada uno de ustedes. Hemos sido creados por Dios y lo que no hizo en las otras cosas, lo hizo conmigo, con ustedes. El santuario íntimo de la creación es el hombre. Porque en ninguna otra cosa puso Dios tanto de sí mismo como en el corazón de un hombre, de una mujer, de un niño, de un anciano, de un joven. ¿Qué es esa originalidad del hombre en medio de la creación? Ser libre, ser inteligente; pero, sobre todo, esa inmensa capacidad de amar. La Ley de Dios es el amor; y por eso, el escritor del Antiguo Testamento nos dice: No tienes que irlo a buscar al otro lado del mar ni en las alturas del cielo; en tu propio corazón está el Reino de Dios. Sientes que amas, pero no de cualquier manera. Ama con ese amor que ha hecho santos a los santos. Qué felicidad sintiera, hermanos, si como fruto de esta palabra que yo les estoy transmitiendo de parte de Dios, despertara en la intimidad de cada corazón que me escucha, la inquietud de hacer florecer más esa capacidad de amor que lleva, ese respeto a su propia dignidad; y desde su propia dignidad y su propio amor, respetar la dignidad de los otros, amar a los otros, porque somos en esta capacidad de amar. No somos nosotros, lo hemos recibido de Dios. Así se llama en la Biblia esa donación de una familia o unos amigos íntimos, en aquel bocado, en aquella compartición de la felicidad de comer, se están dando a sí mismos. Dios nos hace ese "ágape", nos da su amor, para que nosotros también, desde nuestro corazón, demos hacia Dios y hacia el prójimo también como una invitación a cenar, un ágape, en que nos sentimos felices porque compartimos con Dios y con todos los hombres, sin excepción, esta inmensa capacidad de amar. Amamos, porque somos el corazón de la creación. Ni la estrella, ni la flor, ni el pájaro, ni la aurora, ni el mar, ni el paisaje, tiene lo que tiene un hombre: capacidad de amar. Él le da sentido a la aurora y al pájaro y a la flor; porque es el hombre con capacidad de amar el que corta una flor y le da su sentido de amor para entregarla a un ser querido. Es el que le da sentido al concierto de los pájaros y de las auroras, para elevarse a Dios y decirle: "¡Qué bellas son tus obras, Señor, qué digno eres de alabanza!". Por eso, cuando el hombre no ama, cuando el hombre no usa esa capacidad de corazón que Dios le ha dado en medio de la creación, ya es un réprobo. Y el infierno comienza, cuando se comienza a odiar. Una de las cartas más bonitas que me llegan, entre las muchas de estos momentos, es la de una persona que me dice: "Le doy gracias porque mi corazón era un infierno de odio. Yo no miraba más que maldad por todas partes y en nadie tenía confianza; pero cuando he comenzado a reflexionar en lo bueno que es Dios, en la necesidad de perdonar que usted nos predica, siento que me voy transformando y me voy sintiendo más feliz". Yo sé, hermanos, que esta palabra está llegando a muchos corazones que son infierno, corazones que odian. Los que escribieron esa amenaza contra los jesuitas son plumas de infierno. Los que han matado a nuestros queridos sacerdotes son almas infernales mientras odiaban y mataban. Los que no pueden ver a la Iglesia sin sentir el rencor, el resentimiento, son corazones que están ganados por Satanás. Satanás es el odio, la envidia, el mal. Hay muchos corazones, me da lástima pensar que todavía tienen el tiempo de llenarse de amor, arrepentirse y volverse a Dios, deponer sus armas, sus actitudes belicosas. Todo aquel que tortura a otro hombre es infierno. Todo aquel que desprecia la dignidad humana y la conculca está inspirado por Satanás, no es el amor. EL AMOR TRANSFORMA AL MUNDOEl amor es lo único que puede transformar al mundo. Por eso decíamos, el domingo pasado, que si de verdad en el gobierno hay ansia de paz, tiene que ir a las raíces de la paz: justicia y amor. Un amor que nos haga perdonarnos, que nos haga botar las armas para darnos el abrazo de hermanos. Un amor que nos haga levantarnos hacia Dios y decirle: Gracias Padre porque me diste capacidad de amar; no quiero perderla en una sofocación de infierno; que deponga estos odios, esta envidia, esta mala voluntad. Y entonces decía Pablo VI cuando miramos al hombre con amor, ya hemos llegado a los linderos de Dios; porque ese hombre que amamos y respetamos es imagen de Dios. Y entonces, no cuesta cumplir el primero de los mandamientos: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente con toda tu alma con todo tu ser. Tanto es así, hermanos, que nuestra ocupación en la eternidad será esa: amar glorificar, ser felices con Dios nuestro Señor. Y por eso, ya en esta tierra, no hay alegría más grande ni ocupación más noble que la de los santos que trabajan con el corazón puesto en Dios. No quiere decir esto una beatería que sólo piensa en Dios y no piensa en los deberes de la tierra. Si en la parábola del Buen Samaritano tenemos la condenación de todo aquel que piensa honrar a Dios y se olvida del prójimo; ni el sacerdote, ni el levita ni ningún hombre, que por ir a misa, por ir a adorar a Dios, por estar pensando en Dios, se olvida de las necesidades del prójimo. Y éste es uno de los movimientos que la Iglesia actual está impulsando; y muchos, cuando se habla del hombre, están pensando que ya la Iglesia se apartó de su destino eterno. El Papa, al clausurarse el Concilio Vaticano II, desmintió esta acusación. Si nos inclinamos al hombre necesitado, angustiado, en su pobreza, en su miseria, es porque el corazón está puesto en Dios. Y en la medida en que cumplimos nuestro deber, nos ganamos la vida en el trabajo que tenemos, con el sueldo que se nos da, de cualquier manera; pero no lo hagamos por el sueldo, no lo hagamos por quedar bien con nadie, hagámoslo por amor de Dios. Uno de los reclamos más bellos de la esencia del hombre es la de la mano del mendigo que se tiende y le dice: "Una limosnita por amor de Dios". Qué campanazo de santidad nos da ese mendigo. Cuando tú haces las cosas por amor a Dios, esa acción es santa. En la intención del hombre está su modo de ser. Si un hombre de una limosna a una joven por seducirla y pecar con ella, es un perverso. Pero si esa misma limosna la pone en las manos de esa joven necesitada por amor de Dios, es un santo. Y por eso los ojos perversos de los hombres, no pueden mirar intenciones buenas en quienes lo hacen por amor de Dios. Pero esa es la santidad. Esa es la santidad, hermanos; por eso la santidad no está al otro lado del mar ni en las alturas del cielo, está dentro de su propio corazón. Cuando tú haces lo que haces por amor de Dios, todo ese quehacer es santo. AMOR EN EL TRABAJOConstruían una catedral y no de estos hombres observadores, se fue preguntando a los trabajadores mientras picaban las piedras de una hermosa catedral gótica: "Y tú ¿por qué trabajas?" Le dice un materialista: "Porque si no trabajo no como, porque el sueldo de picar estas piedras sirve para ganarme el pan y comer". Le pregunta a otro: "¿por qué trabajas tú?" "Porque no hay cosa más bella que las catedrales góticas y cada piedra que pico pienso que es una colaboración al arte". Era un hombre un poco más espiritual, pero no había llegado a la cumbre. Le pregunta a otro humilde obrero: "Y tú, ¿por qué picas piedras y no te aburres de estar picando todo el día esas piedras?" Y le contesta el santo obrero: "Porque es para una catedral, porque desde allí se elevarán muchas plegarias a Dios, y yo anticipo ya en mi trabajo la oración. Estoy picando piedras y orando". Esto es santidad. Tres hombres haciendo la misma cosa, pero el uno perdiendo sus méritos para Dios y el otro ganando todo para Dios. Queridos hermanos y hermanas cuántos quehaceres estamos haciendo esta reflexión. Yo, pastor de una diócesis mis queridos hermanos sacerdotes en colaboración en este trabajo pastoral religiosas que santifican su vida obreros, esposos, madres de familia, profesionales, estudiantes, pudiéramos preguntar: ¿Por qué trabajas? ¿Y en este momento, por qué predicas? Si yo lo hiciera por ganar aplausos estaba perdido. Pero si yo lo hago, hermanos, con la sinceridad con que quiero hacerlo, de llevar una palabra de Dios a conmover los corazones para elevarlos hacia Dios y para que todos juntos, deponiendo odios, rencores, malas voluntades, construyamos un mundo según el corazón de Dios; y cada uno desde su propia vocación, trabaja en su trabajo por más humilde que sea -vender escobas barrer las calles, atizar la hornilla, todo eso es trabajo noble se hace por amor de Dios- tendríamos una patria de santos y no habría tantos criminales. Se depondrán del corazón tantos odios, habría más amor. Qué cuenta más severa nos va a pedir Dios a los salvadoreños, que nos ha dado cosas tan bellas, corazones tan capaces de heroísmo; pero que lo estamos poniendo muchas veces al servicio del odio, de la división, de la represión, de la desunción, del ultraje, de la tortura. ¡Qué cuenta más severa se dará del que pudo amar y odió!. En la tarde de la vida, te pedirán cuenta del amor, dice una hermosa poesía de San Juan de la Cruz. No lo olvidemos: en el atardecer de tu vida cuando tu vida, decline como el sol en el ocaso, esto te pedirá cuenta el Señor. No de lo mucho que hiciste, no de las obras exteriores -que muchas veces son propensas a la vanidad- sino del amor que pusiste en cada una de tus cosas. Este es el mensaje de hoy, queridos hermanos. Por eso hemos repetido siempre: la violencia no es evangélica ni cristiana. La fuerza de la Iglesia es el amor. Ayer, compartí con más de mil maestros de escuelas y de colegios una tarde inolvidable, pero lo más inolvidable es una frase de una profesora que todavía está vibrando en mi corazón. Me dijo: "Como usted ha sembrado amor entre los maestros, está cosechando este amor". No es gran cosa la que he hecho; pero si yo que apenas siembro un poquito de amor, tengo la dicha de recoger tan grandes cantidades de amor, hermanos, yo les quiero decir lo mismo. No puede nacer lo que no se siembra, no se puede cosechar lo que no se siembra. ¿Cómo vamos a cosechar amor en nuestra República, si sólo sembramos odio? Sembremos amor, aprovechemos todas las circunstancias, las más difíciles, como son perdonar al enemigo; y las más chiquitas, como son hacer las cosas más ordinarias. Démosle a nuestra vida un sentido de inspiración de amor y veremos como el mundo se transforma sin tantas cosas exteriores, porque el Reino de Dios no está al otro lado del mar ni en las alturas del cielo, sino en la intimidad de tu propio corazón. Queridos Hermanos, y a través de la radio, estimado pueblo que reflexiona sobre la palabra de Dios, que debe ser siempre la inspiración y fortaleza del verdadero seguidor de Jesucristo:
Un nuevo mensaje nos ofrece esa palabra divina, cada vez que nos congrega en la misa de cada domingo. No hay domingo igual. A lo largo del año litúrgico -repito y seguiré repitiendo- la Iglesia tiene un propósito: ir ahondando más en el alma del pueblo esa revelación divina que es la luz que clarifica todas las confusiones y que nos da el camino certero para conocer más el proyecto divino de Dios sobre nosotros. Dichosos los hombres que captan esa luz y la hacen motor de su vida. Tal es el mensaje de hoy, sobre un problema que responde a la angustia de nuestro tiempo: La paz. La paz. Siete siglos antes de Cristo, anunciando el ambiente propio de la era mesiánica, el profeta Isaías escribió esa página bellísima que han escuchado hoy. Nos presenta a Jerusalén como la idealización de ese ambiente que va a crear el Mesías, como una ciudad alegre y feliz, porque en ella Dios ha desbordado como un torrente la paz. Me alegro mucho de proclamar esta palabra de Isaías, porque es la lectura que la liturgia también aplica a la misa de Nuestra Señora de la Paz, patrona de todo El Salvador. Y la invoco hoy, a esta querida Madre salvadoreña, porque ella dará a mi palabra y a vuestra inteligencia, la capacidad de captar eso que se encarnó en ella, la Reina de la Paz; porque Dios quiso derrochar sobre ella, sobre su alma, expresión bellísima de la Iglesia acabada en todas sus virtudes, lo que Dios quiere dar a cada corazón, a cada pueblo, a cada familia, como un torrente: La paz. CRISTO TRAE LA PAZY cuando Cristo vino a realizar esas profecías antiguas, resumió en esa palabra toda su redención. Hoy nos presenta el evangelio los primeros ensayos de evangelización del mundo. No es propiamente el grupo de los 12 apóstoles, que los prepara para ser la inspiración de todo el pueblo de Dios; es más bien un grupo de 72, en el cual yo veo, queridos hermanos, a ustedes los laicos, los bautizados, padres de familia, maestros de escuela, profesionales, estudiantes. Ustedes son los 72 que Cristo escoge y los envía con una misión semejante a la misión jerárquica: "Vayan al mundo y prediquen esto que es el resumen de mi redención: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de buena voluntad, allí se quedará esa paz. Pero si hay soberbia, si hay orgullo, si hay rechazo de Dios, esa paz no se quedará allí, se irá con ustedes; y en un gesto de quien ha sufrido un rechazo, sacudan hasta sus sandalias frente a ellos, como para decirles: No fuisteis digno de este mensaje de Dios. Y la paz seguirá con ustedes y habrá gente que la acoja. Y siempre habrá gente que la rechaza también". Y cuando San Pablo filosofa sobre esta paz, sobre este misterio de la redención de Cristo, sintetizado en esa breve palabra, paz, encuentra la fuente de donde deriva esa paz. Y él mismo se siente instrumento de esa paz que deriva de la cruz. "Soy un crucificado para el mundo. El mundo no me comprende. Yo tampoco quiero compaginar con el mundo, soy un crucificado para el mundo y el mundo es un crucificado para mí. Y llevo este tesoro de la paz en mi corazón, repartiéndolo a todo aquel que lo quiera recibir". Esta es la Iglesia, hermanos. Personificada en San Pablo, puede decir ahora con mucha claridad a los católicos de la Arquidiócesis de San Salvador y a los que no quieren ser católicos porque voluntariamente han rechazado a Cristo y a su paz. Cada uno de los que siguen a esta Iglesia puede decir como San Pablo, hoy más que nunca: "Soy un crucificado para Cristo. Lejos de mí gloriarme en otra cosa que no sea la cruz de Cristo". Y les repito con inmensa alegría, que para mí, este es el momento glorioso de la Iglesia de San Salvador. Dichosos los que lo comprendan y lo vivan. No buscar sus glorias en los aparatos gloriosos del mundo. No buscar el poder y su fuerza en la fuerza del dinero o de las cosas de la tierra. Todas esas cosas son para mí crucificadas, no valen. Yo soy para ellas también un crucificado. Dichoso aquel que sepa desprenderse para constituirse en un verdadero instrumento de la paz. El Concilio Vaticano II llega a decir esta hermosa frase, la problemática del mundo actual, que va reflexionando en ese sentido comunitario, y nunca como ahora el mundo había llegado a sentirse tan unido por lazos tan diversos; sin embargo, se encuentra frente a un problema insoluble, no puede crear un mundo lleno de paz. Y es que la palabra de Cristo permanece ahora y se siente como una feliz bienaventuranza: "Dichosos los artífices de la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Esta es la gran angustia de nuestro tiempo, y aquí estamos en El Salvador la estamos sintiendo: No hay paz. Y nos dio mucho gusto oír esta angustia en los labios del nuevo presidente, gritando paz para el pueblo, paz para la familia, paz para el propio corazón. Nos alegra que en el nuevo gobierno haya esa ansia de paz, pero nos preocupa, si no quiere seguir los verdaderos caminos para encontrar la paz. Y he aquí la Iglesia, dispuesta en diálogo con todos los hombres, principalmente con los que tienen en sus manos el poder político y el poder económico, para decirles qué es la paz y la gran capacidad de paz que ustedes tienen si quieran seguir la voz del evangelio. QUE ES LA PAZVoy a abrir ante ustedes, hermanos -lo he estudiado esta semana para transmitírselo- dos preciosos pasajes de los famosos documentos que hoy iluminan el magisterio de la Iglesia. Hay un capítulo en el Vaticano II que trata de la paz y hay uno de los documentos de la reflexión de los obispos junto con el Papa en Medellín, que también hablan de la paz. De esos documentos que iluminan el magisterio actual de la Iglesia, quiero sacar el comentario más autorizado para las lecturas bíblicas de hoy, que precisamente quieren ser un mensaje de paz verdadera. Dicen ambos documentos que la paz no es ausencia de guerra. Es una noción muy negativa. No podemos decir que hay paz, cuando no hay guerra. Actualmente no hay guerra en muchos países, en casi todo el mundo no hay guerra, y sin embargo, en ninguna parte hay verdadera paz. No basta, pues, que no haya guerra. Tampoco es paz el equilibrio de dos fuerzas adversas. Se amenazan Rusia y Estados Unidos, no es propiamente paz la que hay entre las dos grandes potencias. Lo que hay es miedo, miedo a quien es más poderoso. Eso no es paz. Dos muchachos, dos hombres que se amenazan a un pleito, todavía no hay pleito, pero tampoco hay paz. Hay miedo entre dos potencias. Y decía el Papa: "Nadie puede hablar de paz, con una pistola o un rifle en la mano; eso es miedo". Tampoco hay paz, dice el Concilio, en la hegemonía despótica, queriendo someter a un pueblo, a un hombre. Es la paz de la muerte, la paz de la represión. Tampoco es paz. ¿Qué es pues, la paz? La paz, dice el Concilio, es la definición de Isaías, profeta, y que Pío XII lo hizo el lema de su precioso escudo: Opus justitae paz- la paz es el fruto de la justicia. Esto sí es paz. Paz solamente habrá cuando haya justicia. Y también nos gustó escuchar este concepto, en el mensaje presidencial. Cuando hay justicia, hay paz. Si no hay justicia, no hay paz. Paz es el producto del orden querido por Dios, pero que los hombres tienen que conquistar como un gran bien en medio de la sociedad: cuando no hay represiones, cuando no hay segregaciones, cuando todos los hombres pueden disfrutar sus derechos legítimos, cuando hay libertad, cuando no hay miedo, cuando no hay pueblos sofocados por las armas, cuando no hay calabozos donde gimen perdiendo su libertad tantos hijos de Dios, donde no hay torturas, donde no hay atropellos a los Derechos Humanos. PAZ Y JUSTICIAPor eso, se llena de esperanza la patria cuando el gobernante dice que no puede haber paz si no hay justicia. Pero, es necesario agregar obras a esas palabras. Es necesario que desaparezcan tantas situaciones injustas. En Medellín se describió la situación de Latinoamérica y se llegó a decir esta palabra que a muchos escandaliza: "En América Latina, hay una situación de injusticia. Hay una violencia institucionalizada". No son palabras marxistas, son palabras católicas, son palabras de evangelio. Porque dondequiera que hay una potencia que oprime a los débiles y no los deja vivir justamente sus derechos, su dignidad humana, allí hay situación de injusticia. Y dice Medellín esta frase lapidaria: "Si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, los pueblos que viven en subdesarrollo son una provocación continúa de violencia". Y si la violencia existe, muchas veces -dice el Papa- procede de una aflicción, de una angustia. No decimos que la legitime, pero que puede dar su explicación. Y es natural, hermanos, que a una violencia institucionalizada, que se institucionaliza y que se hace ya un modo de vivir y no se quiere ver las maneras de cambiar esa institución, no es extraño que haya brotes de violencia. No puede haber paz. Se está provocando contra la paz. Si de verdad hay deseo de paz y se conoce de verdad que la justicia es la raíz de la paz, todos aquellos que pueden cambiar esta situación de violencia están obligados a cambiar. Hemos visto en la lista de los nuevos colaboradores del gobierno a muchos cristianos, hasta cursillistas de cristiandad. Esperamos que sepan escuchar la voz del evangelio, que les dice que esta situación de El Salvador es provocadora de violencia y están obligados, desde sus puestos de gobierno, a empujar esos cambios estructurales que necesita el país para crear un ambiente propicio a la paz. Porque, dice también Medellín, que todo aquel que puede hacer algo por hacer más justo el orden de Latinoamérica, peca contra la paz, si no hace lo que está a su alcance. Ahora esperaremos que ese pecado de omisión que acusamos al principio de la misa, toque la conciencia de muchos que pueden hacer mucho y no lo hacen, tal vez por estar granjeando su situación bondadosa, por el sueldo, por no caer mal en política, por no perder la gracia de los poderosos. Serían traidores a la Ley de Dios, serían pecadores de omisión, si, por temor a perder su vida en la tierra, no hacen lo que deben hacer para dar a sus paisanos, al pueblo, a la sociedad, al bien común, un respiro de paz sobre una justicia más equitativa. Tampoco justificamos la violencia. La violencia, el mismo Concilio y Medellín dicen con el Papa, no es cristiana ni evangélica. El cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello. No decimos, pacifistas, porque hay un movimiento de violencia que no procede del cristianismo. Gandhi y otros seguidores de la no violencia, que ya son un movimiento en el mundo, tienen sus orígenes en una filosofía que más bien es una huida de la lucha, un olvidarse de los derechos oprimidos del hombre. El cristiano sabe que puede luchar y su evangelio le invita a la defensa de la justicia; es valeroso. Pero, sabe que la violencia solamente engendra violencia y que solamente será, como la guerra, el último recurso, cuando ya se han agotado todos los recursos pacíficos. Pero mientras tanto, agota los medios de la paz, que son mucho más fecundos y productivos, porque no podemos ceder a la pasión del odio y del resentimiento unas resoluciones tan trascendentales para el orden de la paz. Es necesario, pues, que la pacificación, los hijos de la paz, los hijos de Dios, que trabajan este mundo mejor, se inspiren, no en la violencia, tampoco en la no-violencia no cristiana, sino en una paz que es fecunda, que exige el cumplimiento del derecho, que exige el respeto a la dignidad humana, que no se conforma nunca por no tener problemas con los que atropellan estos grandes derechos de la humanidad. Y aquí puede contar el gobierno con grandes artífices de la paz, mientras deje a la Iglesia la libertad para predicar su evangelio, la libertad para predicar la promoción del hombre. Ninguna colaboradora más eficaz y poderosa podrá encontrar ningún gobierno del mundo que la Iglesia, proclamadora de la verdadera libertad, de la justicia y de la paz. PAZ Y AMOREl otro concepto que sacamos de los documentos, es éste: No basta la justicia, es necesario el amor. Siempre hemos predicado esto, hermanos. Me da gusto constatar que todas las personas que han seguido el pensamiento de esta hora de la Iglesia, jamás han oído una palabra de violencia de mis labios. La fuerza del cristiano es el amor, hemos dicho. Y repetimos: la fuerza de la Iglesia es el amor. El amor, el que nos hace sentirnos hermanos a todos. El que en la segunda lectura de hoy, San Pablo proclama, inspirado en aquel que nos amó hasta la muerte, y que por eso nos arrastra al amor de sentirnos crucificados por Cristo y por nuestros hermanos. Mientras no lleguemos a esta fortaleza del amor, no podemos ser los verdaderos pacificadores. No puede ser artífice de la paz el que tiene el corazón resentido, violento, con odio. Tiene que saber amar, como Cristo, aún a los mismos que lo crucifican: "Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen. Son idólatras de su dinero, de su poder. Si te conocieran, te amaran. Por eso, más que odio y resentimiento, me dan lástima esos pobres idólatras que no saben la fuerza de este amor que Tú me has dado. Dales amor, Señor, a ellos también". Cuánto bien harían los poderosos, cuando amaran de verdad y no fueran egoístas y envidiosos. Qué hermoso sería el mundo, hermanos, si todos desarrolláramos esta fuerza de amor. LA PAZ DE LA GRACIAY aquí, el Concilio Vaticano II tuvo el cuidado de deslindar dos clases de paz; y es necesario que la tengamos muy en cuenta. Una paz que Cristo se reservó para los más íntimos, para aquellos que comprendieran la redención, que comprendieran que tenían que arrancarse del pecado; porque mientras haya pecado en un corazón, no puede haber la verdadera paz: la paz divina, aquella que Cristo nos reconcilió con el Padre muriendo en la cruz, llevando en su cuerpo los pecados de todos nosotros. Y para nosotros cristianos, católicos, ésta es el culmen de la paz: la paz en la gracia de Dios, la paz del que sale del pecado y no siente las pasiones más que para dormirlas, la paz de las almas santas. Esta paz que Cristo decía: "Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como la del mundo". LA PAZ DE HOMBRES DE BUENA VOLUNTADY aquí distinguimos la otra paz, la paz que la Iglesia habla con el mundo, la paz que pueden tener también los no cristianos, la paz de los hombres de buena voluntad que cantamos en el gloria de la misa: "paz a los hombres de buena voluntad". Quiere decir esa otra paz, la paz que procede de un amor natural; la paz del hombre que, aún sin conocer a Dios, es capaz de descubrir esta fuerza íntima de solidarizarse con el que sufre, de llevar un poco de bienestar al desconsolado, de denunciar las injusticias ante las riquezas injustas. Esta es la paz que todos los hombres... Y aquí hago un llamamiento yo, aún a aquellos que no creen en esta fe que nos ha congregado en nuestra misa del domingo. Muchos estarán oyendo allá por radio, sin ser católicos sin que les importe la misa de cada día; hasta les estorba la oración piadosa de su esposa, de su mamá, de los seres piadosos que han encontrado la paz divina. Ellos todavía no la han encontrado, pero les quisiera decir, queridos amigos: aún sin creer en ese Cristo y en esa paz del alma, ¿no sienten ustedes la capacidad de perdonar? ¿No sienten ustedes la fuerza de decir no a ese rencor que llevan hace mucho tiempo en su corazón? Ustedes incrédulos, sin Cristo, ¿no sienten que no se necesita creer en Cristo, basta ser hombre, para sentirse solidario del pobrecito, del que no tiene, y sentir que hay injusticias ante las grandes desigualdades de nuestra sociedad? Entonces, apelamos también a ustedes. Ustedes también pueden ser llamados artífices de la paz. Por eso, cuando enterrábamos al inolvidable Padre Alfonso Navarro, decíamos en la parroquia de Miramonte que hacíamos un llamamiento a sembrar la paz, no solamente a los católicos, que acribillados por la calumnia podemos haber perdido tal vez el crédito, pero que quedaban muchas fuerzas vivas en El Salvador: los protestantes, la Cruz Roja, los Boy Scouts, todas las instituciones benéficas, bondadosas, de tantos corazones buenos, aunque sean laicas, aunque sean ateas pero pueden hacer mucho bien por esta paz. Es el deseo del evangelio de hoy. Y he aquí que cuando Cristo dice que nos amemos unos a otros, no está diciendo que sea necesario ser cristiano. A mí me parece que esa frase de Cristo: "Amaos los unos a los otros", es como un punto de contacto entre la fe y los que no tienen fe. Porque aún sin tener fe, se es capaz de amar al hermano y de ser artífice de paz. DIALOGO POR LA PAZMi llamamiento de hoy, pues, brota del corazón del evangelio, del corazón de la Iglesia; pero sus brazos se tienden a aquellos que no tienen fe, para prestar al mundo una colaboración sincera, la colaboración por una paz verdadera. Y este es el diálogo que la Iglesia ofrece. Si el nuevo mandatario nos pedía que le tuviéramos confianza y que lo iba a demostrar, he aquí la Iglesia a la espera de ese diálogo. La Iglesia nunca ha roto el diálogo con nadie. Otros son los que lo han roto; otros son los que la han maltratado. Le diríamos que hay muchas palabras que no salen de la boca, pero que deben salir de las obras, para mostrar la sinceridad en esta búsqueda de paz para nuestra patria. Por ejemplo, la Iglesia necesita que le devuelvan sus sacerdotes que le han quitado. Muchas familias necesitan que le devuelvan a sus seres queridos que no saben dónde están. Se necesitan muchas obras para ganar la confianza y de verdad buscar en todos, con sinceridad, la paz que necesita nuestra patria. Necesitamos, hermanos, una gran confianza mutua y esto es justicia. Y si no hay esto, El Salvador seguirá ansiando la paz que canta en su himno nacional, pero que no la ha sabido conservar. Nuestro Señor, pues, que hoy nos da este augurio de paz, señalándonos los caminos por medio de su Iglesia, nos dice que seamos todos artífices de la paz. ARTIFICE DE LA PAZY voy a terminar con aquella constatación de Cristo al principiar el evangelio de hoy: "Rogad al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies, porque la mies es mucha y los obreros son pocos". El gran problema de la paz es inmenso y necesita muchos artífices de la paz: sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos situados en todas las situaciones de la política y de la economía, todos son llamados ahora. La mies es inmensa, El Salvador tiene un vigor, una exhuberancia maravillosa. Qué maravilloso pueblo sería El Salvador, si cultiváramos a los salvadoreños en un ambiente de paz, de justicia, de amor, de libertad. Cultivemos, hermanos, al menos cada uno, en la medida de sus alcances, procure hacerse artífice de la paz. Y Jesucristo describe en el evangelio, y San Pablo en su epístola de hoy, las condiciones del hombre que quiere ser artífice de la paz. Sería bueno que repasáramos esa página del evangelio donde Cristo nos predica como condición indispensable la pobreza de espíritu, el desprendimiento. "No llevéis alforja ni doble túnica; id como peregrinos". Esta es la gran aventura del hombre de hoy. Todo hombre que se quiere instalar cómodamente, y no quiere arriesgarse en la pobreza y no quiere desprenderse de sus situaciones bonancibles, por lo menos de corazón, no quiere prestar la colaboración a Dios. Pero, no basta esa pobreza exterior. También quiero decir a los que predican la pobreza o una Iglesia de los pobres únicamente por demagogia, sin corazón, únicamente por alardes: eso no sirve tampoco. La pobreza que nos predica hoy el evangelio es la de San Pablo: "Yo soy para el mundo un crucificado". Es decir, una pobreza que arranca del amor a Jesucristo. Una pobreza que al mirar a Cristo desnudo en la cruz le dice: "Señor, te seguiré a donde quiera que vayas, por los caminos de la pobreza, no por demagogia sino porque te quiero, porque quiero ser santo a partir de mi propia santidad". Esta pobreza que me hace sentir las riquezas del mundo como crucificadas para mí y yo ser un crucificado para todos los criterios del mundo, esta es la verdadera pobreza. Bienaventurados los pobres de corazón, los que tienen el corazón necesitado de Dios, los que en la cruz y el sacrificio, encuentra la alegría de la vida, los que han aprendido en el crucificado el verdadero secreto de la paz, que consiste en amar a Dios hasta el exceso de dejarse matar por él, y amar al prójimo, hasta quedar crucificado por los prójimos. Este es el amor de los redentores modernos, el de Cristo, el de siempre. Sólo éstos serán verdaderos artífices de la paz, de los que dijo Cristo en el sermón de las bienaventuranzas: "Bienaventurados los que van sembrando la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Prometámosle al Señor, mientras vamos a proclamar nuestra fe en él. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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