En mi juventud de Acción Católica en Argentina, recuerdo que buscábamos un referente o personaje del evangelio con el que nos sintiéramos identificados. Pedro, el apóstol, me fascinaba. Tal vez por su ímpetu, su incontinencia verbal -como la mía- su pasión; porque se jugaba todo por la verdad, porque estaba convencido del mensaje y de la persona de Jesús.
Me impactaba particularmente el momento de su llamada y el de su confesión de fe. Me sabía de memoria el evangelio en el que Jesús le dice que es “piedra” y que sobre él cimentaría su Iglesia. En aquel momento Jesús le aseguró: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” Como una “palabra de compromiso y de garantía” le estaba diciendo que la fuerza de los que hacen el mal, no podrían. Que él, en nombre de Dios atara y desatara,.. Y ya sabemos el resto. No había entendido la fuerza de esta expresión tan potente, hasta que vi estos años, meses, y ahora días, cómo han ido in crescendo a lo bestia el odio, los ataques, la visceralidad, de “aquellos que se creían guardianes de la ortodoxia” y que durante años fueron “martillo de herejes” que se sentían poderosos y con patente de corsos para atacar, juzgar y descalificar a los que no eran “como ellos”: Dinosaurios y cavernícolas. A todos esos que se llenaban la boca con la “fidelidad al Papa, a la Iglesia”, etc., una vez que vino un Papa que “no es de los suyos” (es lo que dan a entender) le atacan sin piedad. Y si el discurso del Papa Francisco en material social y evangélica les incomodaba -y mucho más sus actitudes de implicación profética-, cuando ha sido claro en aquello que era un arma de ataque, “la misa tradicional” y todos los “tradicionalismos” que sustentaban su débil e ideologizada fe, han reaccionado como unas fieras inmisericordes. No les importa que Jesús sea ignorado en los más pobres, les da igual el compromiso con los refugiados o el diálogo con los no-creyentes, con las religiones o la tolerancia cero a cualquier abuso tipo de abuso: contra los menores, las mujeres, de autoridad, etc. “La persona” les importa un bledo; sólo velan por sus sacrosantas “liturgias”que utilizan como bandera y sus lecturas sesgadas del dogma -porque al Evangelio ni lo citan y visto está que lo desconocen-. Tienen suficiente religión para odiar, descalificar y envenenar, pero no para amar, unir y construir. Francisco, Pedro: Te atacan: pero no podrán contigo. Las puertas del infierno del odio en el que ellos viven, no podrá con la fuerza del amor vivido y celebrado que anima tu fe y tu pontificado. Francisco: eres valiente. No les tienes miedo porque tu fe es la de Pedro, en la que Jesús sigue construyendo y cimentando su Iglesia. Porque tu fe es en Jesús y en el Evangelio. Eres un Papa fiel, cristiano, creyente, creíble. De espaldas al pueblo y en latín; ajenos a la realidad de las personas, aferrados a “sus verdades” y no a la Verdad, pretenden hundir tu pontificado: No podrán. ¡Ladran! Cabalgamos. No podemos ignorarles. La caridad cristiana nos invita a no actuar como ellos, a sentir compasión por sus miserias, y a no claudicar en el mandamiento del amor. Si. Por caridad, ante sus ataques, vamos a orar por ellos que persiguen y atacan la verdadera fe, porque sinceramente, podemos decir con Jesús que contemplaba a los que le crucificaban: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Excelente Motu proprio. Fantástica la carta que le precede. Sólo un hombre todo de Dios y todo de sus hermanos, de la humanidad; solo un SANTO como Francisco, puede seguir guiando a la Iglesia de Pedro con tanta sabiduría y caridad. Por eso una vez más te digo #FranciscoNoTeDetengas
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Cumplimos ocho años de revolución iniciada por un Papa venido del fin del mundo, cuya única aspiración fue, desde el minuto cero, “ser un Papa -un servidor-sencillamente cristiano”. Y esa sencillez y opción por el Evangelio, cogió con el pie cambiado a los amigos del poder, a aquellos que como los hijos del Zebedeo o su madre, buscaban estar a la derecha y a la izquierda del poder.
Un Papa jesuita, que enamoró a los limpios de corazón y rescató del abismo a los que viviendo el mensaje de Jesús, la “Santa Madre Iglesia” les hacía sentir fuera de su comunión, porque había demasiados porteros, martillos de herejes que controlaban y sometían a hombres y mujeres que tomaban partido por los últimos, los marginados, por aquellos más débiles o ignorados por los imperialistas que desde hace años pugnaban por sentarse en la cátedra de Pedro. Y este Papa cristiano, seguidor de Jesús, argentino, venido del tercer mundo, que llevaba en su corazón la compasión evangélica y que quería vivir la pasión compartida del Profeta de Nazareth, del amigo de los pobres, del cantor de las bienaventuranzas, reabrió las ventanas y las puertas de la Iglesia para que el aire -que ya estaba muy contaminado- se renovara y para que el Espíritu Santo, con su fuerza transformadora devolviera credibilidad a la Iglesia nacida de la Pascua. Dicen que inició la revolución de la ternura, tal vez porque no “pontificaba” ni se sentía poseedor de la autoridad para condenar a nadie, antes bien, recordaba a aquel servidor del Rey que había organizado el banquete de su hijo y que por imperativo de su Señor, salió a los caminos a suplicar a los invitados que fueran a la fiesta porque todo estaba preparado. Le oímos hablar de una Iglesia “en salida” porque Él mismo salió a los caminos al encuentro de todos los que buscan. Y desde el primer instante de su servicio petrino, se negó a ocupar el lugar del rey renunciando a la tiara pontificia al salir por el balcón a suplicar a los fieles que rezaran por Él. Pidió abandonar los palacios, a nos ser llamados príncipes y a no buscar privilegios. Contagió la pasión por el Evangelio de Jesús y pronto fascinó al mundo su fe. Si, su fe. Teníamos un Papa que transpiraba Evangelio y que se parecía mucho a Jesús. Sabía que la Iglesia había perdido credibilidad y que esa “culpa” ganada a pulso de infidelidades había puesto contra las cuerdas a Benedicto, que agotado sintió que no podía más y renunció como un acto de servicio. Y precisamente por ello decidió abordar aquellos frentes por los que sangraba y se desangraba la Iglesia de Jesús. Dijo tolerancia cero a los abusos de menores y se aplicó a defender a las víctimas. Y cuando se equivocó o le tembló el pulso, pidió disculpas y rectificó. Prueba de ello fue su viaje a Chile y actitud de apoyo y reconocimiento posterior a las víctimas. Su reunión con Juan Carlos Cruz y sus compañeros, el envío de Monseñor Sicluna y Bertomeu a conocer, acompañar, consolar: a dar un poco de luz en medio de un infierno de tanto dolor. Y la tolerancia cero a los abusos de menores, le granjeó enemigos, pero le ayudó limpiar el “amado rostro de Cristo” como llamaba catalina de Siena a la Iglesia. Y puso luz en las tenebrosas finanzas vaticanas y comenzaron a saltar príncipes que veían amenazado sus espacios de poder revestidos de púrpuras cardenalicias y episcopales. Y éstos, se revelaron, y vimos cómo aquellos que durante años manipulaban y engañaban a los Papas, les arrastraban al error y exigían obediencia ciega al sucesor de Pedro, se revelaron y desde trincheras, cada vez más violentas y visibles, atacaron y atacan sin piedad. Un Papa que se acercó a los heridos por la santa Madre Iglesia, por la pobreza, el abandono o diversos tipos de dominación e indiferencia, y que salió al encuentro de los abusados, de los colectivos de LGT, de los divorciados, de aquellos que eran señalados y excluidos sin saber cómo vivían y qué anhelos había en sus corazones de creyentes. Salió y a los cuatro vientos dijo que quería una Iglesia pobre al servicio de los pobres, y se arrodilló para lavar los pies a hombres y mujeres de diversas religiones, razas y culturas, a los presos y marginados. Y esto disparó las alarmas. Algunos tenían mucho que perder y temieron ensuciarse las manos y decidieron matar al mensajero. Y Francisco continuó leyendo el Evangelio en clave humana y humanizadora, y a los discípulos de Jesús nos hizo recuperar la ilusión y la confianza perdida en los últimos años. Y sus palabras y gestos pasaron a la acción, y poco a poco vimos que Él era el mensajero de la paz que venía cargado de bendiciones y que su fuerza era imparable y que la Iglesia comenzaba a vivir un nuevo pentecostés. Hay muchas, demasiadas resistencias a su voz y a su mensaje. Muchos le quieren poner a prueba y otros se han erigido en sus acusadores. Pero él lo tiene claro. El Reino tiene que abrirse paso entre la mediocridad y la indiferencia; entre el pecado y las malas intenciones, el Reino es imparable y sólo se construye -y Él lo sabe- con la coherencia y la entrega sin reservas de la propia vida. En ocho años Francisco ha recuperado en la Iglesia de Jesús el sentido del humor, porque es el sentido del amor. Ha devuelto la sonrisa y la esperanza a muchos que estaban agobiados, y escuchando a todos y acogiendo en su corazón sin discriminar a nadie, nos sigue mostrando cada día las dimensiones infinitas del corazón de Dios. Francisco: No te detengas. Sigue haciendo lío. Sigue con la locura del Evangelio. Que nada ni nadie te detenga y que el Dios de la vida te regale muchos años para poder llevar adelante la reforma, que hoy te encomienda a Ti, como le encomendó al “pobre de Asís” reconstruirla desde la sencillez y la austeridad en aquella derruida Iglesia de San Damián. Que Dios te bendiga, mensajero de la paz, testigo de la misericordia, revolucionario del Evangelio: Padre y hermano ¡Francisco! Dicen, y tienen razón, que cuando al amor le crecen alas, volamos al universo de la felicidad compartida: amar y ser amados. Y esto resume el mensaje del Evangelio, y ésta es la esencia de la vocación a la que hemos sido llamados. El secreto de la libertad interior, que nos da alas para volar –y para amar- nace del corazón y de la decisión de vivir sin malgastar la vida, negociando con los talentos recibidos.
Me cuesta entender la fe en Jesucristo y en su Iglesia, si no es en clave de servicio y entrega, ¡hasta dar la vida!, ¡hasta darnos a fondo perdido y sin condiciones! Me preocupa que con frecuencia los cristianos, los amigos de Jesús, andemos más preocupados en estrategias, planes y cánones pastorales y de los otros, en mecanismos demasiado estructurados y jerarquizados, en “lo establecido” y en disciplinas demasiado institucionalizadas, que acaban poniendo freno al impulso del corazón, a la decisión de dar y de darnos, y lo que es peor, acaban pretendiendo controlar lo incontrolable, que es la loca creatividad del Espíritu que todo lo hace nuevo. San Juan de la Cruz decía que “al final de la vida se nos examinará en el amor”, y en ese momento sublime todos seremos igualmente amados y considerados y nuestra mayor defensa y nuestro único mérito serán las obras y nuestro corazón lleno de nombres, el de aquellos a los que amamos y tratamos como hermanos. ¿Os suena aquello de “Quien dice que ama a Dios, a quien no ve y no ama a su hermano a quien no ve, es un mentiroso”? El año de la fe es una oportunidad para recordarnos que es el Amor la única clave para entenderla y vivirla, y que la fe en Jesucristo, o nos hace servidores y nos libera para amar, o nos convertimos en traidores de la fe y de la vocación a la que se nos convoca. Decía Tagore que “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servició. Serví y vi que el servicio era alegría”. La fe nos despierta a la vida. La vida nos invita al amor, y el servicio hace que el amor sea generoso, universal, sin límites… Y entonces, se produce el milagro de la felicidad plena; amar y ser amados, libres y liberadores. Se celebra hoy el día de la Familia. Y mirando a la Familia de Nazaret, e intentando sintonizar con el corazón de su mensaje de amor entrañable, no puedo menos que, en nombre de Jesús, el Dios de la vida, y su Madre, María, mujer cercana, la mujer de nuestra raza que tuvo el privilegio de acoger “a la Vida”, que evocar e invocar los auténticos derechos de la familia humana.
Y lo hago desde la Familia-Comunidad, que es la Iglesia, pidiendo a todos mis hermanos y hermanas en la fe, que seamos coherentes con los lazos de esta familia, que son tan fuertes o más que los de la sangre, y en virtud del evangelio, que es la norma que rige la convivencia de esta familia dentro de la gran familia humana. ¿Cómo es posible que entre nosotros, que nos llamamos hermanos tengamos propiedades que podrían hoy acoger viviendas sociales y proyectos humanizadores, y que no las pongamos al servicio de las personas? No vale aquello de que la Iglesia es la que más hace y que Caritas, y los misioneros, y Manos Unidas, etc etc….… Todo eso está muy bien, pero en el Evangelio Jesús es radical: Si ves un pobre no le cierres tus entrañas. Somos administradores de lo que es de todos, y mientras haya alguien que pase frío o se vea condenado a no tener “dónde reclinar la cabeza”, no abrir los espacios que tenemos cerrados para ofrecerles acogida, eso, es robar. Bien por el Obispo Peris de Lérida que acondicionará el Seminario de Lleida para abrir las puertas a los hermanos más pobres. Me duele que en Ciudad Real se haya desahuciado a una familia, pero más grave que ello –que a lo mejor hay razones ¿?- es que haya tantos pisos, rectorías, conventos, monasterios, etc… que en otro tiempo acogieron comunidades o simplemente estaban ocupadas y que hoy están vacías, neciamente vacías, cuando eso ha de ser compartido. Jesús, nuestro hermano mayor, el “Hijo de Dios”, nuestro Maestro, nos dijo que lo que hacemos a un hermano pequeño, se lo hacemos a Él. No podemos tranquilizar la conciencia diciendo que ya se hace. Recordad, “hay que darse” “hay que dar hasta que duela”, “hay que dar a fondo perdido”, “hay que vivir sin retener”. Hace unos meses una fundación propuso a una diócesis rehabilitar un piso que tenían cerrado desde hace años, para acoger a unas familias. La negativa fue la respuesta. Y aun hoy me duele la negativa: ¡lo tenían tan fácil! Es verdad que podemos decir lo mismo de las administraciones, fundaciones, instituciones del Estado o de otras, pero yo a los otros no les puedo exigir, cosa que sí puedo hacer a mis hermanos en la fe, porque juntos compartimos una ética de máximos y es la de Jesús, la que nos dejó como legado antes de marchar de este mundo: Si queréis ser discípulos míos, os tenéis que hacer servidores los unos de los otros, y para participar de su mesa –de la eucaristía- tenemos que hacer lo que Él dijo e hizo: Partir, compartir y repartir el pan, la vida y los bienes. Si no lo hacemos, no somos miembros de la Familia de Dios. Que tengamos todos un buen día de la familia, y que sepamos que la familia humana estará más unida y será más feliz, si somos capaces de mirarnos a los ojos, de ser corresponsables y de mirar todos en la misma dirección, luchando por la dignidad de todo hombre y de cada hombre; trabajando por la auténtica fraternidad y viviendo como miembros de la familia de Dios. Jesús nos abrió camino y nos marcó la dirección. No hay otra: O servimos o traicionamos. O nos implicamos para que las familias y las personas puedan vivir con dignidad dándolo todo, o Jesús no nos reconocerá como madre, padre o hermanos, cosa que sólo hace con aquellos que cumplen la voluntad de Dios. Y ¿sabéis? La voluntad de Dios es que todos sus hijos vivan con dignidad, y Él nos dio nuestras manos, y somos las manos de Dios para repartir, compartir y nunca para acumular. No soy especialista en análisis políticos ni económicos, pero como ciudadana comprometida con la causa de las personas, y sintiéndome corresponsable de la suerte y de la desgracia de mis semejantes, hoy me tomo la libertad de elogiar –sin pretender atacar a nadie- a un hombre que sabe liderar, desde la coherencia y sin afán populista, un proceso en el que la democracia debe ejercer su función de ser la voz y el sentir de los ciudadanos.
En los últimos meses y años, hemos visto como Cataluña ha sido ninguneada por gobiernos y ciudadanos, que viendo en ella la vaca lechera para intereses foráneos, se olvidaron que ella también tiene hijos a los que amamantar, y que son los que día a día la nutren y alimentan para que dé lo mejor de sí y para mantenerla en forma. Desde el Gobierno central durante el Gobierno de Zapatero, hemos visto cómo se iba engañando y jugando con los derechos de Cataluña, y bajo la mano blanda del Presidente Montilla, poco a poco se ha ido diluyendo la lucha por defender lo que era y es de Cataluña. El tripartito jugó un tristísimo papel, que rayó con la falta de respeto y con la hipocresía: hemos visto lucrarse de forma obscena a aquellos que reclamaban de la boca para afuera derechos y libertades para Cataluña, pero que no renunciaban a engordar sus bolsillos, que aun hoy se nutren del Estado y de unos privilegios que resultan insultantes para los ciudadanos. Por esta razón, creo que los menos autorizados para abrir la boca en un debate como el que tenemos hoy, son aquellos que por un lado pretenden sentar cátedra, cuando ellos en su turno de gobierno, -en Cataluña y fuera de ella- no hicieron más que desastre, fraudes, mentiras y mediocridades, por ejemplo, el Señor Rubalcaba, que va de sabio, y a falta de argumentos busca populismo atacando a la Iglesia –aun cuando no toca-, o pactando en secreto contra Cataluña con el Señor Rajoy-. O como el Señor Joan Herrera o Puigcercós, que exigen lo que ellos no cumplieron, y que no dejan de ser unos oportunistas poniéndose medallas que nunca consiguieron: Qué fácil es tirar piedras desde fuera, y que difícil se coherentes en medio de la batallas. Hemos visto en estos días a un líder, como hace años no veíamos. El President de la Generalitat, ha dado pasos firmes e importantes, y los seguirá dando garantizando la legalidad y la paz. Suerte tiene Cataluña de estar en estos momentos en sus manos. Ha ido más allá de intereses partidistas y personales, ha roto con el autismo que caracteriza a los que llegan al poder, y desde la escucha, la reflexión y la madurez, ha iniciado, junto al Pueblo catalán un diálogo transparente, explícito y veraz, un diálogo que lo único que no permitirá es dar marcha atrás. Prometió el pacto fiscal, y si no lo conseguía dijo que renunciaría. Y lo hizo y convocó elecciones: ¿Quién es capaz de ello? Artur Mas, no lo tiene fácil. Muchos frentes abiertos y muchas gaitas que templar. Pero sin duda podemos estar tranquilos, porque este hombre lúcido, sabe que con la paz no se juega, con los derechos tampoco y tiene claro que en esta hora decisiva no podemos dar pasos en falso, pero tampoco nos podemos estancar. Hay que avanzar, con la frente en alto, con la verdad como divisa y con el deseo sincero de dejar que cada pueblo sea lo que es y lo que quiere ser. El proceso será, tal vez más largo de lo que desean muchos y de lo que exigen los que no hicieron nada cuando les tocó mandar. Hoy toca abogar por la unidad de todos los catalanes, por el respeto de todos los españoles y a todos ellos, y por el respeto también a Cataluña y a sus ciudadanos . No podemos comenzar con ataques descalificadores ni con amenazas como las que esgrime la Señora Soraya, ni jugar con fuego como augura el señor Vidal Quadras. Son tiempos delicados, y tenemos la suerte de que Artur Mas, un hombre de mente bien amueblada y corazón templado, lidere este proceso, que estoy segura será de paz y servirá para garantizar el bienestar de todos, el progreso y la paz social. El mensaje del Evangelio es de una actualidad impresionante, y la vocación de los cristianos es clarísima y, sin duda, se reduce al amor incondicional hacia Dios, amor que sólo tiene una forma de concretarse y es en el otro.
Podemos dejar que las palabras de la liturgia nos desinstalen y nos movilicen hacia este único necesario: el amor hecho servicio, entrega. San Pablo nos reclama que vayamos por la vida según la vocación a la que nos convoca la fe, que vivamos con humildad, que seamos compasivos y amables y que nos ayudemos mutuamente. Y esto, ¿qué quiere decir? ¿Cómo se hace? Miremos a Jesús, que con sus gestos nos dice qué y cómo: levantó los ojos, y no es que viera a Dios. Nos dice el Evangelio que vio una multitud de gente, y se dio cuenta de que tenían hambre... que tenían que comer. Y a partir de aquí, no es que hiciera un milagro, simplemente se movilizó e hizo un signo: hizo que sus amigos se dieran cuenta de las necesidades más básicas de la gente, y que no permanecieran indiferentes. Uno de los apóstoles propone compartir lo que tenían, pero ¡era tan poco! Pero para Jesús era suficiente. Sólo hace falta el deseo de compartir, y si sumamos este deseo y este esfuerzo habrá pan para todos, y nadie se quedará sin comer, no habrá hambre. Y se produjo la multiplicación de los panes y los peces. Nada de comidas exquisitas y cosas superfluas: un ágape fraterno, y una escena deliciosa. Hoy no podemos cerrar los ojos, si los levantamos, y nos disponemos a compartir, también el pan se multiplicará, y entre nosotros, nadie pasará hambre. Dejémonos interpelar por el evangelio, levantemos los ojos, dispongamos el corazón y vivamos según nuestra vocación. Si no compartimos, si no ejercemos compasión, si no nos ayudamos mutuamente, estaremos traicionando nuestra vocación y no podremos decir que somos cristianos. El cristiano que no sirve, que no comparte, que permanece indiferente, es un traidor. Quien levanta los ojos, dispone el corazón y se hace servidor de los demás, éste es quien hace milagros, mayores que los que hizo el propio Cristo. Es la hora de los gestos, del compromiso y de la fe vivida: las buenas palabras, las piedades vacías y los cuellos doblegados con golpes de pecho, no tienen ningún sentido: los hechos son los que avalan la verdad de la vocación a la que estamos convocados y la fe que nos moviliza. Esta semana, tú también puedes hacer el mismo gesto de Jesús, si levantas los ojos y te dispones a compartir con los demás: seguro que muchos podrán comer. Acabo de colgar un pots en el que me hacía eco de la donación de Iniesta a los damnificados de Valencia, según había visto anoche en informe semanal. Hoy veo que lo desmiente. La reflexión en su conjunto es válida, y en este post, rescato la idea, pero omitiré la referencia al eurocampeón.
Cuántas veces hemos oído decir, o nosotros mismos hemosdicho al jugar a la lotería o al cuponazo, “¡Si me toca la lotería, lo daría a los pobres, haría… daría… donaría….! Todos compromisos altruistas, generosos y loables. Como si el buen propósito pudiera de alguna manera forzar el sorteo o la suerte para que esté de nuestra parte. No sé qué pasaría si realmente nos tocará o tuviéramos un golpe de suerte que nos convirtiera en millonarios; no sé si seríamos tan generosos como prometimos o soñamos cuando el dinero, que en realidad no teníamos, ya estaba casi repartido. Hoy mi pregunta es una y me gustaría que nos la hiciéramos cada uno: No me ha tocado la lotería, no soy millonario, pero, si comparto lo que tengo, ¿no estaré también contribuyendo a que las cosas vayan mejor? ¿No estaré también ayudando a los que están peor? Si todos lo hiciéramos, se conseguiría más que todos los jugadores juntos. Es una cuestión de compromiso personal. No sea que tanta generosidad teórica y de boca para afuera, de la que con frecuencia presumimos, se quede en palabras con las que nos creemos que somos mejores que los otros y en realidad es una excusa para nuestra mediocridad o falta personal de compromiso. Termino con un relato de adolescentes: Pedro dijo a su amigo Juan: “-Si me toca la lotería, lo doy todo para los niños que no tienen que comer.” Hubo un silencio que se interrumpió cuando volvió a decir: “-Es más, si yo tuviera dos Ferrari, vendía uno para darlo a los que están peor en la vida”. Juan le dijo: “-Pedro, y si tuvieras, por ejemplo, dos bicicletas, ¿Darías una para tan noble causa?”. Si respuesta fue inmediata y tajante, como si de forma voraz defendiera la vida: “-Ni loco”. “- ¿Por qué? - preguntó Juan- “-Porque tengo dos bicicletas”. Y tú, ¿Qué harías con lo que no tienes y qué harías con lo que sí tienes? Cuántas veces hemos oído decir, o nosotros mismos hemos dicho al jugar a la lotería o al cuponazo, “¡Si me toca la lotería, lo daría a los pobres, haría… daría… donaría….!" Todos compromisos altruistas, generosos y loables. Como si el buen propósito pudiera de alguna manera forzar la suerte para que esté de nuestra parte.
No sé qué pasaría si realmente después de lo dicho nos tocará o tuviéramos un golpe de suerte que nos convirtiera en millonarios; no sé si seríamos tan generosos como prometimos o soñamos cuando el dinero, que en realidad no teníamos, ya estaba casi repartido. La semana pasada Andrés Iniesta dio generosamente sus 300.000€ de la Eurocopa para los damnificados de Valencia. Un dinero que se ganó y que decidió darlo sin grandes protagonismos. Durante la Eurocopa hubo muchas campañas para presionar a los jugadores para que si ganaban la copa hicieran lo que en realidad solo acabó haciendo Andrés Iniesta. A todos nos parecía una afrenta, por la hora en la que vivimos, que se les pagara esas sumas desorbitadas, pero todos, sabiendo que eso era irreversible, pedíamos a los eurocampeones un gesto de solidaridad y compromiso. Se pretendía presionar la “generosidad” de los jugadores, de “los otros”... Hoy mi pregunta es una y me gustaría que nos la hiciéramos cada uno: Yo no soy eurocampeón, ni me ha tocado la lotería, pero, si comparto lo que tengo, ¿no estaré también contribuyendo a que las cosas vayan mejor? ¿No estaré también ayudando a los que están peor? Si todos lo hiciéramos, se conseguiría más que todos los jugadores juntos. Es una cuestión de compromiso personal. No sea que tanta generosidad teórica y de boca para afuera, de la que con frecuencia presumimos, se quede en palabras con las que nos creemos que somos mejores que los otros y en realidad es una excusa para nuestra mediocridad o falta personal de compromiso. Termino con un relato de adolescentes: Pedro dijo a su amigo Juan: “-Si me toca la lotería, lo doy todo para los niños que no tienen que comer.” Hubo un silencio que se interrumpió cuando volvió a decir: “-Es más, si yo tuviera dos Ferrari, vendía uno para darlo a los que están peor en la vida”. Juan le dijo: “-Pedro, y si tuvieras, por ejemplo, dos bicicletas, ¿Darías una para tan noble causa?”. Si respuesta fue inmediata y tajante, como si de forma voraz defendiera la vida: “-Ni loco”. “- ¿Por qué? - preguntó Juan- “-Porque tengo dos bicicletas”. Y tú, ¿Qué harías con lo que no tienes y qué harías con lo que sí tienes? Muchas veces hablamos de los fariseos del Evangelio, aquellos hipócritas que imponían cargas pesadas a los más débiles y que buscaban humillar a Jesús, porque su vida les cuestionaba. ¡Vamos, que el compromiso de Jesús con las personas, era revelador de su disponibilidad incondicional a la causa del Padre y este era el espejo de la única y verdadera religión: la del amor!
Con aquellos tales, que iban de perfectos por la vida, a los que carcomía la envidia y a los que la soberbia les hacía creerse los mejores y los más perfectos, Jesús fue implacable. Les llamó raza de víboras, sepulcros blanqueados, hipócritas. Y por el tono y el contexto, uno no puede menos que imaginar que a Jesús se le retorcían las tripas ante tanta farsa e impostura, y sin duda le daba mucha pena y tristeza, mucho más, porque en nombre de Dios su Padre, se atrevían el derecho de juzgar y condenar sin misericordia. Y esos beatones ponzoñosos, que disfrazaban sus frustraciones con la coraza del celo de Dios, son los que se aliaron al poder político para quitarse del medio, nada más y nada menos, que al Dios de la vida que les visitaba en carne humana. Y se lo cargaron sin piedad, y en el colmo de su maldad, pensaban que daban gloria a Dios, porque ellos era, ¡los perfectos! Muchos años han pasado desde que el Profeta y el amigo de Nazaret, pateó las calles de Galilea y de Jerusalén, predicando el amor y besando nuestro barro. Y desde que se lo cargaron, porque cuestionaba con sus obras la vida cómoda y fácil a la que ellos se habían acostumbrado, parapetándose en tradiciones caducas e insignificantes, y lo peor de todo, lo hacían ¡en nombre de Dios! profanando la divinidad. He visto la sombra alargada de esos impostores, que desde cuevas lúgubres y sin dar la cara, tiran la piedra y esconden la mano; y la de aquellos que hablando de “corrección fraterna” se empeñan en mantener relaciones fratricidas, para borrar del mapa a los que les son incómodos y mantener así el estatus quo de su mediocridad, sin perder las formas y las maneras. Los he visto de cerca, pero los vi después de conocer al Maestro y amigo de Nazaret, y no pude menos que llorar y sentir una tristeza muy profunda: ¿es que no han conocido el amor? ¿Por qué su corazón obstinado rechaza la luz y se obstina en la oscuridad? He visto a los fariseos de corazón obstinado. Y no los odié ni los maldije, simplemente, lo digo una y otra vez: Los vi y lloré. Ya lo decía Jesús en el Evangelio de Lucas: “Porque no hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en la oscuridad se oirá a la luz del día; y lo que habéis dicho en secreto y a puerta cerrada será pregonado desde las azoteas de las casas”. Cuánta razón tenía el Maestro, el Amigo y el Profeta de Nazaret: Todo, tarde o temprano, ¡se sabe!
Y eso, es cada día una realidad más incontestable. Hoy, gracias a la velocidad y a la facilidad en las comunicaciones, parece que todo, de repente, se ha vuelto transparente. Y por tanto, cuando hay algo turbio, algo que se quiere ocultar o disimular; o cuando se quiere mentir o no decir toda la verdad, resulta que muy difícil, cuando no imposible. Es bueno que las cosas estén a la vista, y que la realidad nos haga vivir en la verdad, pero no deja de ser una lástima que esto sea así por razones ajenas a una decisión personal de ir de cara y de ser auténticos. La realidad es que constantemente estamos expuestos, y esto, lejos de ser un peso, debería ser una oportunidad para hacer constante el ejercicio de autenticidad: somos lo que somos y todo está a la vista. Y no necesitamos protegernos, mentir y buscar explicaciones para defendernos o explicar lo que es evidente y que tal vez nos duele, nos avergüenza o no nos gusta de nosotros mismos o de nuestras acciones. Conocí hace unos años a una mujer que de eso sabía un rato. Era muy astuta y tenía mundo a pesar de haber permanecido metida en su mundillo. Ella, no siempre era transparente y tal vez por eso, porque pensaba que los otros, ¡tampoco lo eran! – cree el ladrón que todos son de su condición- solía decir: “Lo que no quieras que se sepa, ni lo pienses! Imagino que es muy desagradable vivir protegiéndose y pendientes de ocultarnos y no vivir en la verdad, que es lo que nos hace realmente libres. Pero es mucho peor la tristeza y el desengaño que supone ver, sin haber buscado ni investigado, que de repente alguien, que era para ti un referente, te engaña, miente, niega lo evidente y hasta te escandaliza. Muchos casos hemos vivido en los últimos meses de este tipo, a nivel social, político y eclesial, y no han estado excentos de escándalos y de un fuerte sentimiento de desengaño y fracaso por parte de aquellos que de buena fe, confiaban. Tal vez es bueno tomar nota y una vez más renovar el compromiso con la verdad, ir por la vida de cara y optar siempre por la sinceridad y la transparencia, porque una vez que la confianza se ha minado es muy difícil recuperarla sin que planee la sombra de la sospecha, y eso, es muy dañino porque enturbia las relaciones y lleva a vivir en la tiniebla de la desconfianza y de la sospecha. |
Sor Lucía Caram O.P
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Enero 2022
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