Dentro de unas semanas Benedicto XVI visitará, una vez más, España. La Jornada mundial de la juventud, está movilizando a diócesis y movimientos, a cristianos de base y a la jerarquía eclesiástica, que de diversas maneras se preparan para recibir al Papa, y es de desear, para celebrar la fe que anima a unos y a otros. Los protagonistas serán los jóvenes, y éstos están recibiendo diversas propuestas de actividades para conseguir que el encuentro sea masivo y que haya una manifestación multitudinaria de fe, para que se vea que España es Católica y que está con el Papa.
Hoy quisiera, con motivo de esta visita y acontecimiento, formular mis deseos, y si se me permite, hacer una oración en voz alta, para que el encuentro no se quede en una gran movilización o en fuegos de artificio, sino para que deje huella en la Iglesia del País y en los jóvenes que se han convocado y que se disponen a participar. Quisiera que la pasión por el Reino de Jesús sea lo que se contagie en el encuentro, y que el Espíritu del Maestro y del amigo de Nazaret, sea la que transforme los corazones. Que entre los jóvenes venidos de todo el mundo vibren las notas del Evangelio y que en los corazones resuene nítido el mensaje de las bienaventuranzas, para que a una sola voz todos entonen el cántico de la fraternidad universal. Que caigan los prejuicios y los deseos de excluir a los que piensan diferente, y que se fragüe una Iglesia de corazón universal, donde todas las voces sean oídas y dónde los múltiples colores de razas, lenguas, pueblos, culturas, ideologías, tendencias y forma de concebir la vida, tengan un espacio reconocido y una oportunidad. Sueño con que no nos empeñemos en ahogar la loca creatividad del Espíritu que es capaz de ensanchar los corazones y hermanarlos en la unidad querida, soñada y amada por Jesús. Que nadie pretenda escalar posiciones o ponerse medallas para ascender en el escalafón eclesiástico, y que viendo a Pedro, servidor del Evangelio, todos entiendan que en la Iglesia o servimos, y servimos a los pobres –y nos hacemos pobres- o no servimos para nada. Que cuando Benedicto XVI regrese a Roma, deje en los corazones el deseo de simplificar la vida, las estructuras y el exceso de protagonismo; y que entre todos demos paso a la era del amor, el respeto y la Paz. Deseo vivamente que la RECONCILIACION entre los cristianos, entre los diferentes miembros de la Iglesia, sea una realidad. Que dejemos –como dijo el Papa- de devorarnos los unos a los otros, y que desde Roma no se escuche más a los que se empeñan en descalificar a sus hermanos… mejor, que quienes practican el malsano deporte de condenar sin misericordia, de vigilar y censurar, sientan cómo la fuerza del amor y de la vida que se nos da de forma generosa les transforma. Sueño con que de una vez por todas las relaciones sean fraternas de verdad, y nunca más fratricidas. Que el león, la pantera, el cabrito y el niño puedan volver a jugar juntos, y que entre todos nos arremanguemos para construir un nuevo orden: El del Evangelio, que no es otro que el de la Justicia y la Paz. Bienvenido el que viene en nombre del Señor, y que en el nombre del Señor, anuncie sin ambigüedades que Dios no quiere una religión opresora, que todos estamos invitados al Banquete de la Vida y que todos somos bienvenidos a la mesa que nos sirve el Maestro. Si esto es lo que queda de la JMJ: Habrá sido un éxito. Si queda en el recuento de números, de acusaciones a las instancias que piensan diferente, o el espíritu sectario, habremos perdido una gran oportunidad. Que el Espíritu obre en los corazones y nos haga, humildes, dóciles y servidores los unos de los otros.
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Mucha tinta ha corrido estas últimas semanas a causa del juicio a Lluís Corominas, conocido como el “Caso Tous”. Un caso, que por otra parte conozco de cerca, y que más allá de la relación personal con Lluís Corominas, me obliga en conciencia a una reflexión personal, incluso desde la fe, porque no todos entendieron que asumiera como propia su defensa, y otros tantos me recriminaron no tomar partido por la víctima mortal. Mi conciencia nada me recrimina, y he considerado un imperativo moral el hablar alto y claro y el exponer también mis razones, que no tengo duda están en sintonía con el mensaje librador de Jesús y de su Evangelio.
Desde el primer momento entendí que la verdadera víctima en los hechos fue quien sintiéndose amenazado durante muchos años, pero particularmente durante muchas semanas seguidas, por una banda de delincuentes profesionales, reaccionó movido por un miedo insuperable después de experimentar que era “hombre muerto”, y por una necesidad imperiosa de salvaguardar la vida propia y la de los suyos. Fue una noche trágica llena de desafortunados acontecimientos que acabaron con una víctima mortal, que en palabras de Lluís Corominas, declarado “no culpable por un jurado popular”, será un peso que llevará encima toda su vida. Siempre me dijeron que el derecho y la ley natural, están por encima de cualquier ley positiva creada por los hombres, y el derecho a la propia vida es sin duda de derecho natural. Dicho esto, queda claro que la legítima defensa es anterior a cualquier legislación con sus consecuentes cláusulas. Dicen que todo buen dominico ha de citar a Santo Tomás, y hoy de buen grado lo hago citando su Summa Teológica cuando él afirma que “está en la condición natural de cada uno conservar su propio ser cuánto le sea posible” (II Q64.a7). Desde el punto de vista de la justicia, quién ve amenazada su vida y se defiende, no es un homicida, sino una persona que legítimamente se ve en el deber de preservar la propia vida como el mayor bien que posee, y este es un derecho básico… Y en el caso que nos ocupa, no hay duda que fue así, no habiendo habido en ningún caso deseo de “matar” a nadie: La muerte fue un efecto no deseado… Fue una fatalidad, y así la vive Lluís. Su motivación moral fue de carácter defensivo y nunca agresivo… Fue en realidad un acto casi irracional del miedo y la desesperación. Dicho esto, quisiera reivindicar la imagen y el honor de un hombre de bien. De un padre de familia ejemplar, que se encontró en una situación límite, en la que seguramente nadie sabe cómo puede reaccionar, y nada más. Entre otras cosas, hay que decir que el tiempo para Lluís parece ser eternidad, y su paciencia ha sido muy probada: Aquella noche, 25 minutos esperando a los Mossos de Escuadra; luego cuatro años y medio esperando la celebración de un juicio popular que nunca llegaba y que ha sido de los más largos que se han celebrado en Barcelona –tres semanas-. Mucho tiempo puesto bajo la lupa de la sospecha y el dedo acusador, tiempo en el que pudo revivir continuos asaltos a mano armada a su familia directa de Navás, que cansada de tantos robos, tuvo que cerrar un negocio familiar, luego de ver amenazados a punta de pistola a sus padres hermanos y sobrinos. Lluís hoy es un hombre libre que poco a poco irá recuperando la normalidad, y que ha podido salir adelante porque durante estos años, lejos de encerrarse en el drama que vivía, supo ponerse a trabajar, dando lo mejor de sí, a favor de los más desfavorecidos de la sociedad. Hoy celebro el sentido común y el gran sentido de justicia del jurado popular; aplaudo la prudencia y los valores de su abogado defensor y el trabajo impecable de la jueza. Manifiesto mi deseo sincero de que las leyes de este País, dejen de castigar a las personas inocentes y protejan más a los ciudadanos de bien y a los cuerpos de seguridad que exponen sus vidas por el bien común, Deseo que la justicia sea una realidad, que a nadie le falte el pan de cada día, y que Lluís pueda seguir madrugando para llevar el pan a tantas familias que cada día lloran porque el pan que no llega a sus mesas. Libertad para Lluís, y que Dios acoja en su misericordia a quien perdió su vida mientras cometía un delito. Sólo Dios conoce el corazón y puede perdonar. “Felices los que creen sin haber visto”, dice Jesús a Tomás, el incrédulo cuando les visita después de su resurrección.
Esta bienaventuranza de Jesús, es una invitación a creer, a la fe. Pero el matiz de Jesús es muy importante: La fe en Él, en el Resucitado, la fe en Dios, pasa por la fe humana, por la fe en los hermanos y en su testimonio. Tomás, no podía creer en el Resucitado porque se negaba a aceptar el testimonio de los discípulos, de sus hermanos. La “la fe divina” es un don que pasa sin duda por el filtro de la fe humana, por lo más cercano. Podríamos establecer un paralelismo con la caridad, con el amor del que habla Juan en su primera carta cuando dice que “quien no ama a su hermano, al que ve, tampoco puede amar a Dios, al que no ve”.1Jn 4,20. Quien no cree a su hermano, al que ve, tampoco puede creer al que no ve. La fe en la Comunidad, en el testimonio de los hermanos, es un aval para la vivencia de la fe en Dios. Sin duda la Comunidad eclesial, ha de escuchar a los hermanos, ha de estar abierta al testimonio y a las mociones del Espíritu que habla en la vida de cada día. De lo contrario, nuestra fe en Jesús, será una fe abstracta, “inhumana”, alejada de la comunidad. Felices los que crean sin haber visto. Felices los que escuchan el testimonio de los hermanos y saben descubrir en ellos “las noticias” o los rumores del testimonio de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos y que nos regaló a los hermanos para juntos vivir la aventura de la Fe, del Reino, de un nuevo orden en el que todos somos iguales: Hijos invitados al banquete de la vida. |
Sor Lucía Caram O.P
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Enero 2022
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