El Periódico de hoy, en un artículo de portada de Rossend Domènech, nos da la escalofriante cifra de hambrientos del mundo: Mil millones. Son muchos rostros, muchas historias, y un gran drama: La falta de lo más esencial para vivir, porque en este orden injusto que hemos creado los humanos, hemos excluido a millones de hermanos nuestros de la posibilidad de saciar su hambre.
Estos días el “cuerno de África” es noticia. El rostro de los niños con rostro de ancianos debatiéndose entre la vida y la muerte, y las ingentes multitudes de hambrientos que desesperados huyen, sin saber hacia dónde, buscando un trozo de pan y una mínima oportunidad, están movilizando a muchos y nos está haciendo replantear nuestras actitudes ante la vida, y el compromiso insobornable de la fe, que es alianza con los hermanos, con los más pobres, o es una claudicación, una traición al Evangelio de Jesús. Muchos, tal vez después de escuchar la noticia o de cambiar de canal en una suerte de zapping que los proteja de tanta miseria y humillación, en definitiva, “del fracaso de la humanidad”, prefieren pensar, que “ya lo arreglaran los otros”, “que ese no es mi problema” o que “yo puedo hacer muy poco”. Y en el Evangelio de Jesús, cuando se encuentra con una multitud hambrienta, él sólo dice a sus discípulos que desesperan de los pocos recursos con los que cuentan: “Dadles vosotros de comer”. Y hoy este es el imperativo del Evangelio. Este es el imperativo de la humanidad: O les damos de comer o se mueren de hambre y nosotros nos morimos de inhumanidad, de egoísmo… Nos morimos en el intento de ser hombres y mujeres y en el fracaso de no haber asumido como propia la causa de aquellos que claman y reclaman sus derechos esenciales; la causa de los más pobres de los pobres de la tierra. Y ante esto: ¿qué podemos hacer’ Esta semana en una entrevista de Radio a unas voluntarias de la Plataforma de los alimentos de Manresa, una de ellas, Pilar, después de ver cómo Isabel y Anna, sus compañeras en el trabajo cotidiano hablaban de las situaciones dramáticas que día a día se multiplican, nos contó un cuento, que al menos nos puede ayudar a aportar nuestro pequeño granito de arena en este mar inmenso de necesidades. Decía así: “Había una vez un escritor que vivía a orillas del mar; una enorme playa virgen donde tenía una casita donde pasaba temporadas escribiendo y buscando inspiración para su libro. Era un hombre inteligente y culto y con sensibilidad acerca de las cosas importantes de la vida. Una mañana mientras paseaba a orillas del océano vio a lo lejos una figura que se movía de manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse vio que era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y lanzarlas otra vez al mar. El hombre le preguntó al joven que estaba haciendo. Este le contestó; "recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar; la marea ha bajado demasiado y muchas morirán". Dijo entonces el escritor." Pero esto que haces no tiene sentido, primero es su destino, morirán y serán alimento para otros animales y además hay miles de estrellas en esta playa, nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas". El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó " para ésta... sí tiene sentido". El escritor se marchó un tanto desconcertado, no podía explicarse una conducta así. Esa tarde no tuvo inspiración para escribir y en la noche no durmió bien, soñaba con el joven y las estrellas de mar por encima de las olas. A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar estrellas.” Os invito a descubrir las “estrellas de mar” que mueren en las arenas del entorno de nuestra vida, y que humildemente intentemos “darle una nueva oportunidad”… Puede parecer desconcertante, ridículo, algunos no entenderán nuestra conducta, pero cada vez que hagamos algo por “alguna estrella” que agoniza, al darles un empujón podremos exclamar:" para ésta... sí tiene sentido"….
0 Comentarios
|
Sor Lucía Caram O.P
Archivos
Enero 2022
Categorias |