Un hermano franciscano, que tiene de socarrón cuanto tiene de bondadoso –y es mucho–, me soltó hace unos días con su sonrisa traviesa: “Ya te vale de hablar de pajaritos en el aire y de nubes en el cielo. Escribe de economía”. ¡Caramba, Toño! Tan listo como eres, ¿piensas acaso que los pájaros y las nubes no forman parte de nuestra economía? ¿Crees que no son los mismos los males que nos afligen a ellos y a nosotros, pues somos carne común?
Pero bien, no me saldré por la tangente, cosa imposible contigo, y hoy escribiré de economía. Aunque no sé cómo puedo yo escribir de economía, si apenas hace un año que me enteré de cómo funcionan la hipoteca y el euríbor, y además estoy seguro de que la próxima semana, con la misma sorna mansa y con la misma razón, me dirás: “Zapatero, a tus zapatos”. Los zapatos nos aprietan cada vez más, al igual que el cinturón, a pesar de que todos estamos en régimen de adelgazamiento general. Ajustar los zapatos y estrechar el cinturón: he ahí la receta que nos quieren imponer, en nombre de la razón económica. Bajar salarios, disminuir pensiones, reducir servicios. Adelgazar lo público y engordar lo privado. Trabajar más y ganar menos. Producir más y distribuir menos. Empobrecer a muchos y enriquecer a unos pocos. Abaratar el despido, facilitar el desahucio, encarecer el préstamo. Obligar a endeudarse, exigir que paguen, e impedir que puedan hacerlo. Rebajar la calificación de la deuda (triple A, doble A plus, minus… ¿qué sé yo?) hasta declararla “deuda basura”, hasta que los intereses suban tanto, tanto, que nadie pueda pagarlos. Tumbar a un gobierno, y luego a otro, y atemorizar al resto. Arruinar a un país tras otro, con toda su pobre gente hundida en la miseria, y luego rescatarlos, es decir, embargarlos, es decir, quedárselos para sí. Pero eso durará hasta que el embargador también se arruine, y el último que se arruine no tendrá quien lo rescate. He ahí la razón económica. Pero la razón en su paroxismo se vuelve locura, y hunde al mundo con sus pobres gentes, con sus pájaros tristes y sus nubes contaminadas. Es “su” razón económica, la de los pocos que ganan cuando casi todos pierden. Pero esa razón es perversa. Y además es irracional, porque los pocos que creen ganar acabarán también perdiendo. Sépalo, Sra. Ángela Merkel (¡qué nombre, Dios mío! Creía saber lo que significa “Ángela”, pero dejo de saberlo si tiene apellido “Merkel”, que significa “protector del mercado”). Sépalo, Sra. Merkel, aunque todos sus asesores le digan lo contrario. Sépanlo, Sr. Emilio Botín y todo su consejo de administración, y todos los señores del Goldman Sachs, del Morgan Stanley o de la Deutsche Bank y demás grandes bancos, de la agencia Moody’s y de todas las demás. Yo no sé de economía más que lo que me dicta el sentido común, y el sentido común me dice que no puede ser razonable una economía tan mala para tantos, que aquello que es malo para la mayoría acaba siempre siendo malo para todos. Además, creo en las palabras, como por ejemplo la vieja palabra griega oikonomía, que quiere decir “gobierno de la casa”, y gobernatu, en nuestro viejo caserío, significaba “dar de comer” a los animales y a los hijos, todos miembros de la misma familia. Que no me vengan ahora a decir que “economía” significa el arte de ganar siempre más, y que “gobernar” significa obedecer a los bancos. Que no me vengan a decir que Grecia e Italia, y muy pronto España y quién sabe cuántos más, han de ser gobernados por “tecnócratas” economistas nombrados al final por los bancos y no por políticos elegidos por el pueblo (los nuevos primeros ministros Grecia e Italia, Papademos y Monti, están ligados a Goldman Sachs). Entonces, ¿para qué estaban ahí los políticos? Si cuando lleguen los problemas, van a ser los tecnócratas quienes vayan a gobernarnos, ¿para qué elegimos y pagamos a los políticos? Explíquennos esto, Sres. políticos: si Uds. se van a plegar a los dictados del mercado y si, elijamos a quien elijamos, al final van a acabar gobernando los tecnócratas, ¿por qué siguen todavía Uds. ahí? No les pido que se vayan, sino que nos cuenten la verdad, y no se sometan a eso que llaman “razón económica”, que es una gran mentira, una inmensa mentira mortífera a escala estatal, a escala europea, a escala planetaria. Y no lo digo yo, que soy lego en la materia. Lo dicen desde hace años más de un Premio Nobel de Economía. Y lo dicen, por ejemplo, dos autoridades económicas como Vicenç Navarro y Alberto Garzón, que acaban de publicar sobre ello un libro titulado Hay alternativas. Lo iba a publicar Aguilar, pero esta editorial, ligada a Prisa, es ahora posesión de Liberty (!!!) –grupo al que pertenecen entre otros la Deutsche Bank y la Morgan Stanley– , y se echó para atrás. Y los autores del libro han decidido publicarlo en la editorial Sequitur de ATTAC por 10 euros y difundirlo gratis en su web. Ahí encontraréis otras muchas mentiras y otras muchas verdades. Es mentira que la causa de la crisis sea el estado del bienestar. La causa primera ha sido la política neoliberal vigente desde los años 80 de Thatcher y de Reagan, una política por la que en las últimas décadas ha aumentado mucho la riqueza, pero también los pobres, pues la riqueza creada se ha concentrado en el 1% de la población. Los bancos se lanzaron a hacer préstamos y más préstamos, las empresas a construir casas y más casas, la gente a comprarlas con hipotecas y más hipotecas que nunca podrían pagar. La economía, cada vez más enloquecida, fue pasando de ser productiva a ser financiera y especulativa: de producir, vender y comprar cosas necesarias para vivir a producir, comprar y vender dinero, simple papel o, mejor dicho, simples números, vanidad de vanidades. Hasta que uno dijo “Yo no pago” y el otro “Yo no presto”, y todo se derrumbó. Tuvimos que comprar a los bancos que nos habían vendido y, una vez rescatados, nos vuelven a vender. Es mentira que no haya alternativas. Es mentira que la alternativa sea la austeridad, aunque a todos nos vendría bien aprender la austeridad, pero no la que predica e impone el mercado solamente para los pobres. Es mentira que la solución sea la reducción de salarios, porque no son los salarios altos los que han hecho bajar la competitividad: en 2010, las 35 empresas más grandes de España ganaron un 24% más que en el año anterior, mientras el poder adquisitivo de los trabajadores bajó un 2%. La solución pasa por defender el empleo y los salarios (si la gente se empobrece, ahora que los bancos ya no prestan, ¿cómo comprar? Y ¿cómo vender, si no se compra? Y ¿para qué producir, si no se vende?). La solución pasa por acabar con la especulación, el fraude y los paraísos fiscales. Una economía “inclusiva, verde y sostenible”, como prometió el G-20 en Londres en 2008 y enseguida olvidó. La solución es política. Y la solución es espiritual: una nueva manera de respirar y ser felices, en la esperanza activa de un nuevo cielo y de una nueva tierra donde habite la justicia. José Arregi Para orar. CENTINELA, ¿QUÉ HAY DE LA NOCHE? Solo una cinta en flor guarda el entorno de la garita, libres los ejidos. Tarda la lluvia, pero en el bochorno ya estalla nuestra sed de redimidos. Para que Dios se vea Dios ahora, hay que ir haciendo el Reino, a contramano de cualquier otro reino; y es la hora de que este mundo lobo sea humano. ¿Qué fue del latifundio, centinela? ¿Qué hay de la esperanza, compañeros? La noche de los pobres está en vela y el Dueño de la tierra ha decretado abrir todos los surcos y graneros, porque el eón del lucro ya ha pasado. (Pedro Casaldáliga)
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Me encuentro en la India, con motivo de un Congreso teológico.¡Namasté! Así se saludan inclinando la cabeza y juntando las manos a la altura del pecho, y quiere decir: “Yo me inclino ante tu forma”, “Mi espíritu respeta tu espíritu”, “La divinidad que hay en mí venera la divinidad que hay en ti”. Namasté, India, con tus montañas y ríos sagrados, todos femeninos: Indo, Brahmaputra, Godavari… y la Ganga Ma (Madre Ganges). Namasté, India, con tus 1.200 millones de habitantes, que pronto serán más que los chinos. Namasté, India milenaria, India joven, con tus 24 años de edad media, con tus 500 millones de menos de 21 años.
Namaste, India, con tus 900 millones de hindúes, con tus mantras o sílabas sagradas, con tus brahmanes, gurús, peregrinos y ascetas, con tus templos o mandires de todos los tamaños cerca de los ríos, habitados por una única divinidad en todas las formas. Namasté, India, con tus más de 100 millones de musulmanes –en este momento, al ocaso del sol, oigo al muecín llamar a la oración en nombre de Alá el Misericordioso–. Namasté, India, con tus 20 millones de cristianos. Namasté, India contradictoria como todo el planeta, con tu crecimiento anual del 7% desde hace 8 años, que a los más pobres no les llega o les hace más pobres. Namasté, pobres de la India, el 15% de todos los pobres del mundo. Namasti, dalits (“intocables”) de India, multitud de excluidos del sistema de castas, que Gandhi llamaba harijam (“hijos de Dios”). Namasté, mujeres de India, que aún seguís sometidas, a pesar de que en vuestras escrituras está escrito: “la mujer es el poder del mundo y la forma esencial de cada cuerpo”. Namasté, devadasis (“servidoras de la divinidad”), que en un tiempo fuisteis privilegiadas, veneradas, libres al frente de los templos, y luego os convirtieron en “prostitutas sagradas”, decir, prostitutas esclavas hasta hoy. El tema de nuestro Congreso es “Hacer teología en el contexto del pluralismo religioso, cultural e ideológico”. Y está muy bien que, siendo aún la teología cristiana, como todo el cristianismo, tan europeo como es, hayamos venido –debería decir peregrinado– a este subcontinente asiático, que hace cuatro mil años, antes de la llegada de los arios, mucho antes de Abrahán, ya conocía una floreciente cultura religiosa en Mohenjo Daro; a esta tierra donde, mucho antes de los primeros escritos bíblicos, los sabios Vedas ya escribían poemas cantados y hacían teología; a este país de los grandes maestros Sidharta Gautama el Buda o Iluminado, Mahavira el Jaina y de Patanjali el patriarca de todos los yoguis; a esta tierra de los grandes filósofos Sankara, Madhva y Ramanuja que hace mil años ya discutían sobre qué es el Brahman o el Absoluto invisible, que nosotros llamamos “Dios”, en relación a este mundo visible, cuestión sobre la que aún seguimos cavilando sin avanzar más que ellos. Está bien que hayamos venido aquí a tomar en consideración el pluralismo teológico a este país de la diversidad, el país de los mil colores y de las mil especias, con decenas de razas, nacionalidades y religiones, con 18 idiomas reconocidos por la constitución y otras 1.000 lenguas o dialectos, aunque el hindi y el inglés son las lenguas nacionales, y el inglés la lengua del trabajo (¿Qué quieres, amigo? Eso es la globalización. ¿A eso estará condenado el pluralismo?). Si una vida no es suficiente para conocer India, como aquí se dice, ¡cuánto menos siete días, cuatro de los cuales han transcurrido en un salón de la facultad de teología de los jesuitas en Pune, una ciudad moderna y desarrollada de 5 millones de habitantes, ciudad universitaria, la “Oxford del Oriente”, que según nos dicen no es el mejor lugar para conocer la India profunda. Otra vez será. Aquí nacieron cuatro de las grandes religiones del mundo: hinduismo, budismo, jainismo y sijismo. Pero el hinduismo no es “una” religión. Es como la India: un mosaico de creencias y prácticas diversas. No hay un fundador, no tiene un credo fijo, ni una "doctrina eclesiástica", ni una estructura u organización común, ni necesitan de todo ello para sentirse unidos. Siendo distintos, todos los hindúes comparten la misma intuición y vivencia de fondo: que todo lo visible y cambiante –incluidos los dioses– no son más que formas de lo Invisible y Absoluto, llamado Brahman; que la entidad real (atman) de todos los seres, mi propia entidad profunda, es también Brahman; que todos los seres somos cautivos de nuestra forma, de nuestro karma, del peso de nuestras acciones en esta vida y en el samsara (“rueda”) de todas las vidas anteriores, infinitas; y que debemos y podemos liberarnos de la tiranía de nuestra prisión, de nuestro yo, y todas las religiones son buenas si nos liberan, nos hacen buenos y nos llevan a ser lo que propiamente somos, el Absoluto mismo. No todos los indios son hindúes, practicantes del hinduismo; solamente lo son el 80%. Pero no solo los hindúes comparten la cultura india, de la que forma parte su religión milenaria. He oído decir a un cristiano convencido: “Soy primero indio y luego cristiano”. En esa simple frase se expresa el reto más radical de la teología de hoy: toda “revelación divina” y toda fe –también la cristiana– arraigan en una cultura, como una planta en una tierra concreta, y se convierten en religión; toda religión es solamente una forma particular de una experiencia humana profunda que trasciende las formas. También el cristianismo que hemos conocido, tan ligado a la cultura griega y romana y europea, es una forma histórica, particular. Otros cristianismos distintos son posibles. ¿Acaso no fue muy distinto al nuestro el “cristianismo de Jesús”, sin dogmas ni jerarquías? India, Asia, África…, pero también nuestra Europa de hoy, cansada del cristianismo tradicional pero también de la intrascendencia, nos invitan a reinventar otros cristianismos posibles. Y si alguna vez desaparece el cristianismo, el Misterio de Dios seguirá habitando y sosteniendo el universo, danzando como Shiva y sufriendo como el Crucificado, hasta la moksa (“liberación”) universal. Mientras tanto, todos somos peregrinos. Y los cristianos, allí donde vamos, llevamos un precioso evangelio en nuestras pobres vasijas de barro. Y también nosotros podemos decir lo que dijo el jesuita Juan Masiá cuando le preguntaron por qué había ido al Japón a llevar a Cristo: “A Cristo, más que traerle, le busco”. Como el pequeño pez que buscaba el Océano sin darse cuenta de que nadaba en él, también nosotros le buscamos, siendo así que en Él vivimos y Él en nosotros. La India lo ha sabido desde siempre. ¡Namaste, India! ¡Namasté, amigo, amiga lectora! José Arregi Para orar Oh Dios, condúcenos de lo irreal a lo real. Oh Dios, condúcenos de las tinieblas a la luz. Oh Dios, condúcenos de la muerte a la inmortalidad. Que haya paz en los cielos, paz en el cielo y en la tierra, paz en las aguas, paz en las hierbas y las plantas, paz sobre todos los dioses, paz para todos los seres. (Plegaria hindú tomada de los Upanishads, en torno al s. V a.C.) |
Jose Arregui
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