La Río+20 ha provocado una amplia discusión sobre cuestiones ecológicas. Como no todos entienden los términos técnicos de la temática, publicamos aquí un artículo del ecologista más conocido del Estado de Río, Arthur Soffiati, de Campos de Goytacazes, RJ, fundador del Centro Norte Fluminense para la Conservación de la Naturaleza, publicado el 14 de mayo de 2012 en la Folha da Manhã de esa ciudad. Estas son las palabras principales: Ecodesarrollo sostenible, economía verde, huella ecológica, antropoceno.
Hace cerca de 11 mil años, la temperatura de la Tierra comenzó a aumentar de modo natural, ocasionando el derretimiento progresivo de la última gran glaciación. Gran parte del agua, al pasar del estado sólido al líquido, elevó el nivel de los mares, separó tierras de los continentes, formó islas, incentivó la formación de bosques y de otros ambientes. Los científicos dieron a esta nueva fase el nombre de Holoceno. En estos últimos 11 mil años de los Homínidos solo quedó el Homo sapiens, que se volvió soberano en todo en planeta. Con un cerebro bien desarrollado, fue desafiado por las nuevas condiciones climáticas y domesticó plantas y animales, inventó la actividad agropecuaria, creó tecnología para pulir la piedra, inventó la rueda, el telar y la metalurgia. Después, creó ciudades, imperios, represas, drenajes e irrigación. Varias civilizaciones sobrepasaron los límites de los ecosistemas en los que se levantaron, generando crisis ambientales que contribuyeron a su fin. Entra, entonces, el concepto de huella ecológica. Se refiere al grado de impacto ecológico producido por un individuo, una actividad, una economía, una sociedad. La huella ecológica de la civilizaciones anteriores a la civilización occidental tuvo siempre un carácter regional, siendo reversible en ocasiones y en otras no. Occidente fue la civilización que calzó las botas más pesadas conocidas hasta el momento. El peso comenzó con el capitalismo, que transformó el mundo. A partir del siglo XV, la civilización occidental (léase europea) pasó a imprimir marcas profundas con la expansión marítima. Impuso su cultura a otras áreas del planeta. El mundo fue occidentalizado y pasó también a pisar fuerte en el ambiente. Vino, entonces, otra gran transformación con la revolución industrial, cuyo origen se localiza en la Inglaterra del siglo XVIII, y que se extendió por el mundo dividiéndolo en países industrializados y países exportadores de materias primas. A partir de ella, empieza a crearse otra realidad planetaria, con emisiones de gases causantes del calentamiento, devastación de bosques y selvas, empobrecimiento de la biodiversidad, uso indebido del suelo, fuerte urbanización, alteraciones profundas en los ciclos de nitrógeno y fósforo, contaminación del agua dulce, adelgazamiento de la capa de ozono y extracción excesiva de recursos naturales no renovables, que, a su vez, producen cantidades inauditas de basura. Los científicos están demostrando que dentro del Holoceno (holos = entero + koinos = nuevo), la acción humana colectiva en el capitalismo y en el socialismo ha provocado una crisis ambiental sin precedentes en la historia de la Tierra porque ha sido generada por una sola especie. Han denominado al periodo pos-revolución industrial del siglo XVIII, Antropoceno, o sea, una fase geológica construida por la acción colectiva del ser humano (antropos = hombre + koinos = nuevo). En función de esta gran crisis o de esta nueva época la Organización de las Naciones Unidas viene promoviendo grandes conferencias internacionales, como las Conferencias de Estocolmo (1972), Río-92 y ahora la de Río+20. El objetivo es resolver los problemas del Antropoceno, sea conciliando desarrollo económico y protección del ambiente, sea buscando otras formas de desarrollo. La Río-92 adoptó la fórmula de desarrollo sostenible, que ha ido adquiriendo distintos sentidos, inclusive antagónicos al original. La Conferencia Río+20 pretende colocar en pie de igualdad las dimensiones ambiental, social y económica. La palabra mágica, ahora, es economía verde, cuyo contenido no está claro. Se supone que, como mínimo, signifique la sustitución progresiva de fuentes de energía carbono-intensivas por fuentes renovables de energía, así como la sustitución de recursos no renovables por renovables. La Río+20 mostró que los países industrializados no quieren abdicar de su posición; los países emergentes quieren alcanzar a los industrializados, y los países pobres quieren ser emergentes. Mientras no exista entendimiento acerca de los límites del planeta, es inútil pensar en justicia social y desarrollo económico. Por consiguiente, el ambiente es más importante que lo social y lo económico, ya que sin él no se puede encontrar solución para los otros dos. Por otro lado, el concepto de ecodesarrollo parece ser el más correcto como táctica y estrategia.
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Tres son los actores principales de la Río+20: los representantes oficiales de los Estados y gobiernos, los Empresarios y la Cúpula de los Pueblos. Cada grupo es portador de un proyecto y de una visión de futuro.
Los representantes oficiales, considerando el Borrador Zero, vuelven a proponer el desgastado desarrollo sostenible, ahora pintado de verde. Olvidan confesar, sin embargo, que él fracasó rotundamente. Dice Gorbachov: el actual modelo de crecimiento económico es insostenible; engendra crisis, injusticia social y el peligro de una catástrofe ambiental (O Globo 8/6/2012). Los principales elementos que sustentan la vida están degradándose, anunció en 2005 la Evaluación Sistémica de los Ecosistemas del Milenio, y ha repetido el reciente informe del PNUMA. El Borrador Cero de la Río+20 reconoce: «el desarrollo sostenible sigue siendo un objetivo distante» (n.13). Con su fe dogmática en el desarrollo sostenible que, en el fondo, es crecimiento material, siguen proponiendo más de lo mismo. De forma contundente Gorbachov todavía dice: «veinte años después de la Río-92 estamos rodeados de cinismo y, para muchos, de desesperación». ¿No habrán sufrido los agentes del actual sistema mundial una especie de lobotomía? No sienten la urgencia de la amenaza ambiental. Prefieren salvar el sistema financiero y los bancos a garantizar la vida y proteger la Terra. Ya tiene la luz roja encendida y el cheque especial. Los empresarios, actores importantes, están tomando conciencia de los límites de la Tierra, del aumento de la población y del calentamiento global. No esperan por los consensos casi imposibles de las reuniones de la ONU y de los gobiernos. Más de cien líderes empresariales se han reunido en Río antes del evento formal. Pretenden crear un G-0 en oposición al G-2, G-7 o G-20. Con cierto autoconvencimiento llegan a decir: «nosotros necesitamos asumir el comando». La agenda colectiva consensuada va en la línea de la economía verde, no como maquillaje sino como una producción de bajo carbono y preservando lo más posible la naturaleza. Sin embargo, solo son el 1% de la empresas con factura por encima de los mil millones de dólares como nos ha dado a conocer recientemente el Financial Times. Se dan cuenta de un problema insoluble dentro del actual modelo: cómo articular sostenibilidad y lucro. Los accionistas no quieren renunciar a su lucro en nombre de la sostenibilidad. Ésta acaba siendo tan frágil que casi se desvanece. Por lo menos, estos empresarios han visto el problema: o cambian o se hunden junto con los otros. El tercer actor es la Cúpula de los Pueblos. Son miles de personas venidas de todo el mundo, los altermundistas, aquellos que quieren mostrar lo que están haciendo con la economía solidaria y el comercio justo, con la preservación de la semillas criollas, con el combate a los transgénicos, con la producción orgánica de la economía familiar, con las ecoaldeas y las energías alternativas. Aquí se presenta otra forma de producción y de consumo más en consonancia con los ritmos de la naturaleza, fruto de una manera nueva de ver la Tierra, con dignidad y derechos. Para abreviar, diría: en el primer grupo reina la resignación, en el segundo, la agitación, en el tercero, la esperanza. Estimo el siguiente resultado de la Río+20. La reunión formal de la ONU va a aprobar la economía verde, manteniendo el mismo modo de producción capitalista básico. Esto dará el aval para que las empresas hagan negocios con los bienes y servicios naturales. Se creará una Organización Mundial del Medio Ambiente, en la línea de la Organización Mundial del Comercio. Los empresarios van a presionar a los gobiernos para que no interfieran en los negocios de la economía verde. Quieren el camino libre pues se trata de una economia de bajo carbono y , por eso, ecoamigable, aunque dentro del modelo vigente. La Cúpula de los Pueblos lanzará una alternativa a la Economía Verde: la Economía Solidaria. Crearán articulaciones globales contra la mercantilizacion de los bienes y servicios vitales como agua, suelos, semillas, selvas, oceanos y otros, entendidos como bienes comunes de la humanidad. El salto de rumbo a un nuevo paradigma de sociedad planetaria no se dará por ahora, pero será obligatorio ante las crisis socioambientales que se aproximan. El sufrimiento colectivo nos dará amargas lecciones. Todos aprenderemos, a base de duras penas, el amor y el cuidado a la vida, a la humanidad y a la Madre Tierra, condiciones para el futuro que queremos. El documento cero de la ONU para la Río +20 todavía es rehén del viejo paradigma de la dominación de la naturaleza para extraer de ella los mayores beneficios posibles para los negocios y para el mercado. A través de él y en él el ser humano busca sus medios de vida y subsistencia. La economía verde radicaliza esta tendencia, pues como escribió el diplomático y ecologista boliviano Pablo Solón «ella busca no sólo mercantilizar la madera de la selva sino también su capacidad de absorción de dióxido de carbono». Todo esto puede transformarse en bonos negociables por el mercado y por los bancos. De esta manera el texto se revela definitivamente antropocéntrico, como si todo se destinase al uso exclusivo de los humanos y la Tierra los hubiese creado solo a ellos y no a otros seres vivos que exigen también la sostenibilidad de las condiciones ecológicas para su permanencia en este planeta.
En resumen: \"el futuro que queremos\", lema central del documento de la ONU, no es otra cosa que la prolongación del presente. Éste se presenta amenazador y niega un futuro de esperanza. En un contexto como este, no avanzar es retroceder y cerrar las puertas a lo nuevo. Hay además un agravante: todo el texto gira en torno a la economía. La pintemos de verde o de marrón, ella guarda siempre su lógica interna que se formula en esta pregunta: ¿cuánto puedo ganar en el menor tiempo, con la menor inversión posible, manteniendo una fuerte competitividad? No seamos ingenuos: el negocio de la economía vigente es el negocio. Ella no propone una nueva relación con la naturaleza sintiéndose parte de ella y responsable de su vitalidad e integridad. Muy al contrario, le hace una guerra total como denuncia el filósofo de la ecología Michel Serres. En esta guerra no tenemos ninguna posibilidad de vencer. Ella ignora nuestros intentos, sigue su curso incluso sin nuestra presencia. Tarea de la inteligencia es descifrar lo que ella nos quiere decir (por los eventos extremos, por los tsunamis, etc), defendernos de los efectos perjudiciales y poner sus energías a nuestro favor. Ella nos ofrece informaciones pero no nos dicta comportamientos. Estos debemos inventarlos nosotros mismos. Solamente serán buenos si están en conformidad con sus ritmos y ciclos. Como alternativa a esta economía de devastación, si queremos tener futuro, necesitamos oponerle otro paradigma de economía de preservación, conservación y sostenimiento de toda la vida. Necesitamos producir, sí, pero a partir de los bienes y servicios que la naturaleza nos ofrece gratuitamente, respetando el alcance y los límites de cada biorregión, distribuyendo con equidad los frutos alcanzados, pensando en los derechos de las generaciones futuras y en los demás seres de la comunidad de vida. Ella adquiere hoy cuerpo a través de la economía biocentrada, solidaria, agroecológica, familiar y orgánica. En ella cada comunidad busca garantizar su soberanía alimentaria: Produce lo que consume, articulando a productores y consumidores en una verdadera democracia alimentaria. La Río 92 consagró el concepto antropocéntrico y reduccionista de desarrollo sostenible, elaborado por el informe Brundland de 1987 de la ONU. Se transformó en un dogma profesado por los documentos oficiales, por los estados y empresas sin ser nunca sometido a una crítica seria. Secuestró la sostenibilidad sólo para su campo y así distorsionó las relaciones con la naturaleza. Los desastres que causaba en ella eran vistos como externalidades que no cabía considerar. Pero ocurre que estos se volvieron amenazadores, capaces de destruir las bases fisicoquímicas que sustentan la vida humana y gran parte de la biosfera. Esto no ha sido superado por la economía verde. Esta configura una trampa de los países ricos, especialmente de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que produjo el texto teórico del PNUMA, Iniciativa de la Economía Verde. Con esto descartan astutamente la discusión sobre la sostenibilidad, la justicia social y psicológica, el calentamiento global, el modelo económico fracasado y el cambio de punto de vista, una mirada distinta sobre el planeta que pueda proyectar un futuro real para la humanidad y para la Tierra. Junto con la Río +20 sería muy positivo rescatar también la Estocolmo+40. En esta primera conferencia mundial de la ONU realizada del 5 al 15 julio de 1972 en Estocolmo (Suecia) sobre el Ambiente humano, el foco central no era el desarrollo sino el cuidado y la responsabilidad colectiva por todo lo que nos rodea y que está en acelerado proceso de degradación, afectando a todos y especialmente a los países pobres. Era una perspectiva humanística y generosa, que se perdió con la carpeta cerrada del desarrollo sostenible y, ahora, con la economía verde. El vacío básico del documento de la ONU para la Río 20 reside en una completa ausencia de un relato o de una cosmología nuevos que pudieran garantizar la esperanza del «futuro que queremos», lema del gran encuentro. Tal como está, niega cualquier futuro prometedor.
Para sus formuladores, el futuro depende de la economía, poco importa el adjetivo que se le agregue: sostenible o verde. Especialmente la economía verde realiza el gran asalto al último reducto de la naturaleza: transformar en mercancía y poner precio a aquello que es común, natural, vital e insustituible para la vida como el agua, los suelos, la fertilidad, las selvas, los genes etcétera. Lo que pertenece a la vida es sagrado y no puede ir al mercado de los negocios. Pero está yendo, bajo este imperativo categórico: aprópiate de todo, haz comercio con todo, especialmente con la naturaleza y con sus bienes y servicios. He aquí el supremo egocentrismo y arrogancia de los seres humanos, llamado también antropocentrismo. Éstos ven a la Tierra como un almacén de recursos sólo para ellos, sin darse cuenta de que no somos los únicos que habitamos la Tierra ni somos sus propietarios; no nos sentimos parte de la naturaleza, sino fuera y por encima de ella como sus «dueños y señores». Olvidamos, sin embargo, que existe toda la comunidad de vida visible (5% de la biosfera) y cuatrillones de cuatrillones de microorganismos invisibles (95%) que garantizan la vitalidad y la fecundidad de la Tierra. Todos ellos pertenecen al condominio Tierra y tienen derecho a vivir y convivir con nosotros. Sin relaciones de interdependencia con ellos, ni siquiera podríamos existir. El documento no tiene en cuenta nada de esto. Podemos decir entonces que con él no hay salvación. Abre un camino hacia el abismo. Mientras tengamos tiempo, urge evitarlo. Nuestro actual relato o cosmología es el de la conquista del mundo con vistas al crecimiento ilimitado. Se caracteriza por ser mecanicista, determinista, atomizada y reduccionista. Según ese relato, el 20% de la población mundial controla y consume el 80% de todos los recursos naturales, la mitad de las grandes selvas han sido destruidas, el 65% de las tierras agrícolas cultivables, perdidas, de 27,000 a 100,000 especies de seres vivos desaparecen cada año (Wilson) y más de 1000 agentes químicos sintéticos, la mayoría tóxicos, son lanzados a la naturaleza. Construimos armas de destrucción masiva, capaces de eliminar toda la vida humana. El efecto final es el desequilibrio del sistema-Tierra que se expresa por el calentamiento global. Con los gases ya acumulados, hacia 2035 llegaremos fatalmente a un incremento de 3-4° C, lo que hará la vida, tal como la conocemos, prácticamente imposible. La actual crisis económico-financiera, que está sumergiendo a naciones enteras en la miseria, nos hace perder la percepción del peligro y conspira contra cualquier cambio necesario de rumbo. En contraposición, surge el relato o la cosmología del cuidado y de la responsabilidad universal, potencialmente salvadora. Consiguió su mejor expresión en la Carta de la Tierra. Sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, aquel inmenso proceso evolutivo que se inició hace 13.7 miles de millones de años. El universo está expandiéndose, auto-organizándose y auto-creándose continua mente. En él todo es relación en redes y nada existe fuera de esta relación. Por eso todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para garantizar el equilibrio de todos los factores. La misión humana reside en cuidar y mantener esa armonía sinfónica. Necesitamos producir no para la acumulación y el enriquecimiento privado sino lo suficiente y decente para todos, respetando los límites y los ciclos de la naturaleza. Por detrás de todos los seres actúa la Energía de fondo que dio origen y sustenta el universo permitiendo nuevas emergencias. La más espectacular de ellas es la Tierra viva y los humanos, la porción consciente de ella, con la misión de cuidarla y de responsabilizarse por ella. Este nuevo relato garantiza «el futuro que queremos». De lo contrario seremos empujados fatalmente a un caos colectivo con consecuencias funestas. Ella se revela inspiradora. En vez de hacer negocios con la naturaleza nos situamos en el seno de ella en profunda sintonía y sinergia, respetando sus límites y buscando el «vivir bien», que es la armonía con todos y con la Madre Tierra. La característica de esta nueva cosmología es el cuidado en lugar de la dominación, el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser y no su mera utilización por el hombre, el respeto por toda la vida y por los derechos de la naturaleza y no su explotación, y la articulación de la justicia ecológica con la justicia social. Este relato está más de acuerdo con las necesidades reales humanas y con la lógica del propio universo. Si el documento Río +20 la adoptase como telón de fondo, se crearía la oportunidad de una civilización planetaria en la cual el cuidado, la cooperación, el amor, el respeto, la alegría y la espiritualidad serían centrales. Tal opción apuntaría no hacia el abismo sino hacia el futuro que queremos: una biocivilización de la buena esperanza. |
Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
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