El desastre que se abatió sobre Haití, arrasando Puerto Príncipe y matando a millares de personas, y privando al pueblo de las estructuras mínimas para la supervivencia, es una prueba para la humanidad. Según los pronósticos de quienes siguen sistemáticamente el estado de la Tierra, no pasará mucho tiempo antes de que nos enfrentemos a varios Haitís, con millones y millones de refugiados climáticos, provocados por eventos extremos que podrán ocasionar una verdadera devastación ecológica y destruir incontables vidas humanas. En este contexto dos virtudes, ligadas a la esencia de lo humano, deben alcanzar especial relevancia: la hospitalidad y la solidaridad. La hospitalidad, ya lo vio el filósofo Kant, es un derecho y un deber de todos, pues todos somos habitantes, o mejor, hijos e hijas de la misma Tierra. Tenemos derecho a circular por ella, a recibir y ofrecer hospitalidad ¿Estarán las naciones dispuestas a atender este derecho básico de aquellas multitudes que ya no puedan vivir en sus regiones supercalentadas, sin agua y sin cosechas? El instinto de supervivencia no respeta los límites de los estados-naciones. Los bárbaros de antaño derribaron imperios y los nuevos «bárbaros» de hoy no harán otra cosa, en caso de que no sean exterminados por los que usurparon la Tierra para sí. Paro aquí porque los escenarios probables y no imposibles son dantescos. La segunda virtud es la solidaridad. Ella es inherente a la esencia social del ser humano. Ya los clásicos del estudio de la solidaridad como Renouvier, Durkheim, Bourgeois y Sorel enfatizaron el hecho de que una sociedad no existe sin la solidaridad de unos hacia otros. Supone una conciencia colectiva y el sentimiento de pertenencia de todos. Todos aceptan de una manera natural vivir juntos para realizar juntos la política, que es la búsqueda común del bien común. Debemos someter a crítica el concepto de la modernidad que parte de la absoluta autonomía del sujeto en la soledad de su libertad. Se dice: cada uno debe hacer lo suyo sin necesidad de los otros. Para que los seres humanos así solitarios puedan vivir juntos necesitan de hecho un contrato social, como el elaborado por Rousseau, Locke y Kant. Pero ese individualismo es falso e ilusorio. Hay que reconocer el hecho real e irrenunciable de que el ser humano es siempre un ser de relación, un-ser-con-los-otros, entretejido siempre en una urdimbre de todo tipo de conexiones. Nunca está sólo. El contrato social no funda la sociedad, sólo la ordena jurídicamente. Además, la solidaridad posee un trasfondo cosmológico. Todos los seres, desde los topquarks pero especialmente los organismos vivos, son seres de relación y nadie vive fuera de la red de inter-retro-conexiones. Por eso, todos los seres son solidarios recíprocamente. Cada uno ayuda al otro a sobrevivir —es el sentido de la biodiversidad— y no necesariamente son víctimas de la selección natural. A nivel humano, en vez de la selección natural, por causa de la solidaridad, introducimos el cuidado, especialmente para con los más vulnerables. Así no sucumben a los intereses excluyentes de grupos o de un tipo de cultura feroz que coloca la ambición por encima de la vida y de la dignidad. Hemos llegado a un punto de la historia en el cual todos nos descubrimos entrelazados en una única geosociedad. Sin la solidaridad de todos con todos y también con la Madre Tierra no habrá futuro para nadie. Las desgracias de un pueblo son nuestras desgracias, sus lágrimas son nuestras lágrimas, sus avances, nuestros avances. Sus sueños son nuestros sueños. Bien decía el Che Guevara: «La solidaridad es la ternura de los pueblos». Es la ternura que tenemos que dar a nuestros sufrientes hermanos y hermanas de Haití.
0 Comentarios
La pascua es una fiesta común a judíos y cristianos y encierra una metáfora de la actual situación de la Tierra, nuestra devastada morada común. Etimológicamente, pascua significa paso de la esclavitud a la libertad y de la muerte a la vida. El Planeta como un todo está pasando por una severa pascua. Estamos dentro de un proceso acelerado de pérdida: de aire, de suelos, de agua, de bosques, de hielos, de océanos, de biodiversidad y de sostenibilidad del propio sistema-Tierra. Asistimos aterrados a los terremotos de Haití y de Chile, seguidos de tsunamis.
¿Cómo se relaciona todo eso con la Tierra? ¿Cuándo van a terminar las pérdidas o hacia donde nos podrán conducir? ¿Podemos esperar, como en la Pascua, que después del Viernes santo de pasión y muerte, irrumpa siempre nueva vida y resurrección? Necesitamos una mirada retrospectiva sobre la historia de la Tierra para que nos arroje alguna luz sobre la crisis actual. En primer lugar, hay que reconocer que terremotos y devastaciones son recurrentes en la historia geológica del Planeta. Existe una «tasa de extinción de fondo» que se da en el proceso normal de la evolución. Las especies existen durante millones y millones de años y luego desparecen. Es como un individuo que nace, vive durante un cierto tiempo y muere. La extinción es el destino de los individuos y de las especies, también de la nuestra. Pero más allá de este proceso natural, existen las extinciones en masa. La Tierra, según los geólogos, habría pasado por 15 grandes extinciones de esta naturaleza. Hubo dos especialmente graves. La primera ocurrida hace 245 millones de años con ocasión de la ruptura de Pangea, aquel continente único que se fragmentó y dio origen a los actuales continentes. El evento fue tan devastador que habría diezmado entre el 75% y el 95% de las especies de vida entonces existentes. Por debajo de los continentes continúan activas las placas tectónicas, chocándose unas con otras, superponiéndose o alejándose, en un movimiento llamado de deriva continental, responsable de los terremotos. La segunda ocurrió hace 65 millones de años, causada por alteraciones climáticas, subida del nivel del mar y calentamiento, eventos provocados por un asteroide de 9,6 km que cayó en América Central, provocando incendios infernales, maremotos, gases venenosos y un largo oscurecimiento del sol. Los dinosaurios que durante 133 millones de años dominaron, soberanos, sobre la Tierra, desaparecieron totalmente así como el 50% de las especies vivas. La Tierra necesitó diez millones de años para rehacerse totalmente. Pero permitió un abanico de biodiversidad como nunca antes en la historia. Nuestros antepasados que vivían en las copas de los árboles, alimentándose de flores, temblando de miedo a los dinosaurios, pudieron bajar a la tierra y hacer su camino, que culminó en lo que nosotros somos hoy. Científicos como Ward, Ehrlich, Lovelock, Myers y otros sostienen que está en curso otra gran extinción, que se inició hace unos 2,5 millones de años, cuando extensos glaciares empezaron a cubrir parte del Planeta, alterando los climas y el nivel del mar. Se aceleró enormemente con la aparición de un verdadero meteoro rasante, que es el ser humano a través de su sistemática intervención en el sistema-Tierra, particularmente en los últimos siglos. Peter Ward (O fim da evolução, 1977, p. 268) refiere que esta extinción en masa se nota claramente en Brasil, en donde en los últimos 35 años se están extinguiendo definitivamente cuatro especies por día. Y termina advirtiendo: «un gigantesco desastre ecológico nos aguarda». Lo que nos causa crisis de sentido es la existencia de los terremotos que destruyen todo y matan a miles y miles de personas como en Haití y en Chile. Y aquí humildemente tenemos que aceptar la Tierra tal como es, ya sea madre generosa o madrastra cruel. Ella sigue los mecanismos ciegos de sus fuerzas geológicas y nos ignora, por eso los tsunamis y cataclismos son aterradores. Pero nos pasa informaciones. Nuestra misión de seres inteligentes es descodificarlas para evitar daños o usarlas en nuestro beneficio. Los animales captan tales informaciones y antes de un tsunami huyen hacia lugares altos. Tal vez hace tiempo nosotros sabíamos captarlas y nos defendíamos. Hoy hemos perdido esa capacidad, pero para suplir nuestra insuficiencia, ahí está la ciencia. Ella puede descodificar las informaciones que previamente nos pasa la Tierra y sugerirnos estrategias de autodefensa y de salvación. Somos la propia Tierra que tiene conciencia e inteligencia, pero todavía estamos en la fase juvenil, con un aprendizaje escaso. Estamos entrando en la fase adulta, aprendiendo cómo manejar mejor las energías de la Tierra y del cosmos. Entonces, los mecanismos de la Tierra, a través de nuestro saber, dejarán de ser destructivos. Todos tenemos todavía que crecer, aprender y madurar. La Tierra pende de la cruz. Tenemos que quitarla de ahí y resucitarla. Entonces celebraremos una pascua verdadera, y nos será permitido desear: Feliz Pascua. Un tema central de la Cumbre de los Pueblos sobre el Cambio Climático, reunida en Cochabamba del 19 al23 de abril, convocada por el Presidente de Bolivia, Evo Morales, es el de la subjetividad de la Tierra, su dignidad y sus derechos. El tema es relativamente nuevo, pues dignidad y derechos estaban reservados hasta ahora solamente a los seres humanos, portadores de conciencia e inteligencia. Predomina todavía una visión antropocéntrica como si fuésemos nosotros exclusivamente los portadores de dignidad. Olvidamos que somos parte de un todo mayor. Como dicen renombrados cosmólogos, si el espíritu está en nosotros es señal de que estaba antes en el universo del cual somos fruto y parte.
Una tradición que se remonta a los orígenes más ancestrales entendió siempre la Tierra como la Gran Madre que nos genera y nos proporciona todo lo que necesitamos para vivir. Las ciencias de la Tierra y de la vida vinieron, por la vía científica, a confirmarnos esta visión. La Tierra es un superorganismo vivo, Gaia, que se autorregula para ser siempre apta para mantener la vida en el planeta. La propia biosfera es un producto biológico, pues se origina de la sinergia de los organismos vivos con todos los demás elementos de la Tierra y del cosmos. Ellos crearon el hábitat adecuado para la vida, la biosfera. Por lo tanto, no es solamente que sobre la Tierra hay vida; la Tierra misma está viva, y como tal, posee un valor intrínseco y debe ser respetada y cuidada como todo ser vivo. Este es uno de los títulos de su dignidad y la base real de su derecho a existir y a ser respetada como los demás seres. Los astronautas nos dejaron este legado: vista desde fuera de la Tierra, Tierra y Humanidad forman una única entidad; no pueden ser separadas. La Tierra es un momento de la evolución del cosmos, la vida es un momento de la evolución de la Tierra, y la vida humana, un momento posterior de la evolución de la vida. Por eso, con razón, podemos decir: el ser humano es aquel momento en que la Tierra comenzó a tener conciencia, a sentir, a pensar y a amar. Somos la parte consciente e inteligente de la Tierra. Si los seres humanos poseen dignidad y derechos, como es de consenso entre los pueblos, y si Tierra y seres humanos constituyen una unidad indivisible, entonces podemos decir que la Tierra participa de la dignidad y de los derechos de los seres humanos. Por eso no puede sufrir una agresión sistemática, explotación y depredación por un proyecto de civilización que solamente la ve como algo sin inteligencia, y por eso la trata sin ningún respeto, negándole valor autónomo e intrínseco, en función de la acumulación de bienes materiales. Es una ofensa a su dignidad y una violación de su derecho de poder continuar entera, limpia y con capacidad de reproducción y de regeneración. Por eso, está en discusión en la ONU el proyecto de un Tribunal de la Tierra que castigue a quien viole su dignidad, deforeste y contamine sus océanos, y destruya sus ecosistemas, vitales para el mantenimiento de los climas y de la vida. Finalmente, hay un último argumento que se deriva de una visión cuántica de la realidad. Ésta constata, siguiendo a Einstein, Bohr y Heisenberg, que todo, en el fondo, es energía en distintos grados de densidad. La propia materia es energía altamente interactiva. La materia, desde los hadrones y los topquarks, no posee solamente masa y energía. Todos los seres son portadores de información. El juego de las relaciones de todos con todos, hace que ellos se modifiquen y guarden las informaciones de esta relación. Cada ser se relaciona con los otros a su manera de tal forma que se puede decir que surgen niveles de subjetividad y de historia. La Tierra en su larga historia de más de cuatro mil millones de años guarda esta memoria ancestral de su trayectoria evolutiva. Ella tiene subjetividad e historia. Lógicamente es diferente de la subjetividad y de la historia humana, pero la diferencia no es de principio (todos están conectados) sino de grado (cada uno lo tiene a su manera). Es una razón más para entender, con los datos de la ciencia cosmológica más avanzada, que la Tierra posee dignidad y por eso es portadora de derechos. Por nuestra parte tenemos el deber de cuidarla, amarla, y mantenerla saludable para que siga generándonos y ofreciéndonos los bienes y servicios que nos presta. Ahora empieza el tiempo de una bio-civilización, en la cual Tierra y Humanidad, dignas y con derechos, reconocen su recíproca pertenencia, su origen y destino comunes. |
Leonardo BoffNació en Concórdia, Santa Catarina (Brasil), el 14 de diciembre de 1938. Es nieto de inmigrantes italianos venidos delVéneto a Rio Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia-SC, Rio Negro-PR y Agudos-SP. Estudió Filosofía en Curitiba-PR y Teología en Petrópolis-RJ. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich-Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Archivos
Agosto 2020
Categorias |