El papa Francisco ha creado una Comisión, formada por seis hombres y seis mujeres y presidida por el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo español Luis Ladaria Ferrer, para el estudio del diaconado femenino en la Iglesia católica. De la Comisión han sido excluidos cuatro continentes: Asia, África, América Latina y Oceanía. Hay doce miembros europeos y una estadounidense.
Mi opinión es que se trata de una Comisión tan innecesaria como ineficaz. Innecesaria porque el estudio ya está hecho por exegetas, teólogos, teólogas e historiadores del cristianismo. Las conclusiones cuentan con un amplio consenso entre los investigadores: Jesús de Nazaret formó un movimiento contrahegemónico igualitario de hombres y mujeres que lo acompañaron por los caminos de Galilea, compartieron su estilo de vida itinerante y asumieron responsabilidades sin discriminación alguna. En los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres sacerdotes, diaconisas y obispas que ejercieron funciones ministeriales y tareas directivas hasta que la Iglesia se jerarquizó, clericalizó y patriarcalizó y fueron reducidas al silencio. El libro de la teóloga Torjesen Cuando las mujeres eran sacerdotes lo demuestra con todo tipo de argumentos: arqueológicos, históricos, teológicos, hermenéuticos. La Comisión me parece ineficaz, si falta voluntad de incorporar a las mujeres a las funciones directivas, al acceso directo a lo sagrado sin mediación patriarcal y a la elaboración de la doctrina y de la moral. Y hoy falta dicha voluntad. A los hechos me remito. En la encíclica Inter insigniores, el papa Pablo VI cerró a cal y canto la puerta al acceso de las mujeres al ministerio sacerdotal alegando que Jesucristo solo ordenó a varones. Sus sucesores han repetido tan falaz argumento como un mantra. Juan Pablo II, asesorado por el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, radicalizó el cierre al afirmar que el asunto quedaba zanjado definitivamente. Benedicto XVI, conocedor como teólogo que era, de la existencia de mujeres diaconisas, sacerdotes y obispas en el cristianismo primitivo, se mostró igualmente contumaz y siguió el mismo camino de obstrucción al sacerdocio de las mujeres. El papa Francisco ha vuelto a ratificarlo citando la contundente afirmación excluyente de Juan Pablo II. Estoy en contra del diaconado femenino, porque, de instaurarse institucionalmente, las mujeres seguirían siendo subalternas y estarían al servicio de los sacerdotes y de los obispos, no de la comunidad cristiana. Creo que es hora de pasar de la subalternidad de las mujeres a la igualdad; de su sumisión al empoderamiento; de su estatuto de dependencia a la autonomía; de ser objetos decorativos a sujetos activos. Y eso con el diaconado femenino no se logra, sino todo lo contrario: se prolonga la minoría de edad de la mujeres bajo el espejismo de que se está dando un importante paso hacia adelante y de que se les concede protagonismo, cuando lo que se hace es perpetuar su estado de humillación y servidumbre. Para que se produzca un cambio real en el estatuto de inferioridad de las mujeres es necesario que sean reconocidas como sujetos religiosos, eclesiales, éticos y teológicos, cosa que ahora no sucede. Para eso suceda es necesario mirar al pasado, ciertamente, pero no con la añoranza de reproducir acríticamente la tradición, sino con el objetivo de recuperar creativamente el protagonismo que las mujeres tuvieron en el movimiento de Jesús y en los primeros siglos de la Iglesia cristiana. Pero, sobre todo, hay que mirar al presente y al futuro para poner en práctica en el interior de la Iglesia el principio de igualdad y no discriminación de género que rige, aunque imperfectamente, en la sociedad. Un hombre, una mujer, un voto; un cristiano, una cristiana, un voto. Todas y todos son iguales por la común dignidad que poseemos hombres y mujeres y por el bautismo, que iguala a todos los cristianos y cristianas. Cualquier discriminación de género es contraria a los derechos humanos y al principio de fraternidad-sororidad que debe regir en la Iglesia. Sin igualdad, la Iglesia seguirá siendo una de los últimos, si no el último, de los bastiones del patriarcado que quedan en el mundo. En otras palabras, se mantendrá como una perfecta patriarquía. Y para ello no podrá apelar a Jesús de Nazaret, su fundador, sino al patriarcado religioso, basado en la masculinidad sagrada, que apela al carácter varonil de Dios para convertir al hombre en único representante y portavoz de la divinidad. Como afirma la filósofa feminista Mary Daly, “Si Dios es varón, entonces el varón es Dios”. ¡Patriarcado en estado puro!
0 Comentarios
El relato de hoy, propio de Lucas, nos sitúa junto a Jesús en camino hacia Jerusalén. Lucas describe, a lo largo de su libro, el acontecimiento salvífico de Jesús como un “viaje”. No es indiferente, por tanto, la indicación del camino, como no lo son tampoco las referencias geográficas de Samaría y Galilea, aunque éstas son más simbólicas que exactas.
En ese camino van a salir al encuentro de Jesús (y por tanto de todos los que iban –o vamos- con Él) diez leprosos. Diez leprosos, que como dictaba su condición de enfermos contagiosos (inhabilitados para la convivencia social), se paran a lo lejos y se comunican con Jesús a gritos. Jesús, antes de oírlos, los ve. Todos hemos experimentado que poner en alguien nuestra mirada, cuando ésta va cargada de respeto y cariño, es uno de los medios que más rehabilita a la persona cuando está enferma. Aún más, si sufre exclusión y experimenta continuamente cómo la gente desvía ante ella la mirada. Mirar cara a cara a alguien, poner en alguien nuestros ojos y dejarnos mirar por él, nos compromete y nos impide pasar de largo. Jesús ve a los leprosos y al mirarlos, los coloca como protagonistas, en el centro de atención de todos. Ellos le han gritado suplicándole compasión y eso es lo que han recibido ya de Él, una mirada com-padecida y atenta, que percibe las necesidades del otro, antes incluso de que las pronuncie. Jesús les indica que se presenten ante los sacerdotes. La curación de la lepra sólo podía llevarse a cabo a través de un “milagro”, una especial acción de los sacerdotes o de otros hombres de Dios. Lucas presenta, por tanto, este milagro de curación como fruto de la confianza y de la disponibilidad de unos hombres que se fían de Jesús y realizan lo que les ha dicho, poniéndose de nuevo en camino. Realmente aquí podría haber acabado el relato. Si este continúa es porque lo más relevante va a ser descrito a continuación. De los diez, uno de ellos, viéndose curado, no llega a presentarse a los sacerdotes, sino que deshace el camino realizado para echarse por tierra a los pies de Jesús y darle las gracias, al tiempo que alaba a Dios. Con este gesto reconoce a Jesús no sólo como su “maestro”, tal y como lo había nombrado antes, sino como su sanador y Salvador. El subrayado del agradecimiento de este samaritano se convierte para nosotros hoy en una invitación a ser agradecidos. Quien se siente agradecido hacia alguien, mantiene una relación cercana con esa persona, está atenta a ella, le escucha y desea mostrarle su gratitud. Vivir como creyentes agradecidos es reconocer que todo es don, que nada nos es debido, que todo parte de un Dios misericordioso que se abaja para hacerse uno de tantos (Flp 2, 6-7), pero cuya grandeza y bondad es insondable (Rom 11,33-36). Intuir esto es reconocer que sólo podemos vivir ante Él dándole gracias. Y ello genera un modo nuevo de situarnos no sólo ante Dios, sino también ante los demás y ante nosotros mismos. El agradecimiento del samaritano denota con mayor claridad la desaparición de los otros nueve y hoy nos hace preguntarnos con quién o quiénes nos identificamos nosotros. El samaritano regresará a su casa con la certeza de que la sanación manifestada en su piel ha atravesado, en realidad, todo su ser. Las palabras de Jesús “levántate, anda, tu fe te ha salvado”, serán motor para emprender una vez más el camino, y el profundo agradecimiento experimentado le hará vivir de un modo nuevo. Una vez más, el texto nos recuerda que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al poder del templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino, como nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible.
Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando títulos de relatos como: la oveja perdida, el hijo pródigo, los diez leprosos, etc., nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. Al relato de hoy le deberíamos llamar: diez leprosos son curados, uno se salva. En el relato vemos con toda claridad que la fe abarca no solo la confianza, sino la respuesta, la fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe. El protagonista es el que volvió. La lepra era el máximo exponente de la marginación. La lepra es una enfermedad contagiosa que era un peligro para la sociedad entera. Pero al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospecha de esa enfermedad. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar puramente defensiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo está criticando la idea que los judíos tenían de una relación exclusiva y excluyente con Dios. No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exegetas apuntan más bien, a una historia encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de las primeras comunidades estaba basada toda ella en la acción de gracias (eucaristía) y la alabanza divina. Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. “Mientras iban de camino” 4º.- en un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve, ¿dónde están? 7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”. En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personalidad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen. Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes (se supone que eran judíos), se sintieron obligados a cumplir lo que mandaba la ley: presentarse al sacerdote para que le declarara puro y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la verdadera salvación. Los nueve vuelven a someterse al cobijo de la institución; van al encuentro con Dios en el templo en los ritos. El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este encuentra la presencia de Dios en Jesús. Es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el cumplimiento de unos ritos externos. La verdadera salvación para el leproso llega en el reconocimiento y agradecimiento del don. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del entramado religioso. Estamos ante la disyuntiva: salvación material o salvación espiritual. Sin darnos cuenta nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material. El cumplimiento de una norma, solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia. Incluso una institución tan básica como la familia puede anular a la persona e impedirle que sea ella misma. El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = "motus ab intrinseco" (movimiento desde dentro). No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos. Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa, solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero acoplarse a él, no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia litúrgica la celebración de las Témporas en los primeros días de Octubre. Eran unos días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente sencilla del campo. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones. Meditación-contemplación “Se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. Se trata del último paso del acto de fe. La confianza produce la curación, pero la fidelidad produce la salvación. Sería una pena que yo me conforme con la curación. ................ La respuesta interior al don personal de Dios, produce el verdadero milagro de la liberación. La identificación con el Otro, me libera de la opresión de los otros. En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad. .................. Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta. La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento, que nos llevará a una entrega incondicional en fidelidad. Mi existencia depende, en cada instante, de Él. Algunos “buenos” poco agradecidos
Las lecturas de este domingo me han traído a la memoria dos experiencias vividas en sitios muy distintos. La primera, en Jerusalén en 1990. En sus intrincadas callejuelas me encuentro con un sacerdote vestido de clergyman acompañado de un muchacho. Hablan español y los noto completamente despistados. Quieren ir al Santo Sepulcro, pero marchan en dirección contraria. Los acompaño, y cuando el sacerdote consigue orientarse, sin despedirse ni dar las gracias, se aleja a toda prisa. La segunda, en Roma, la víspera de la beatificación de monseñor Escribá. Dos muchachos españoles, también despistados, tienen que tomar un autobús en la Via del Corso. Los llevo hasta la Piazza Colonna, y en cuando ven el autobús echan a correr sin decir una palabra. Las dos experiencias me molestaron mucho, pero después caí en la cuenta que lo mismo hago yo con Dios todos los días. Dos “malos” agradecidos Las lecturas de este domingo son fáciles de entender y animan a ser agradecidos con Dios. La del Antiguo Testamento y el evangelio tienen como protagonistas a personajes muy parecidos: en ambos casos se trata de un extranjero. El primero es sirio, y las relaciones entre sirios e israelitas eran tan malas entonces como ahora. El segundo es samaritano, que es como decir, hoy día, palestino. Para colmo, tanto el sirio como el samaritano están enfermos de lepra. La lepra La lepra, en el sentido moderno, no fue definida hasta el año 1872 por el médico noruego A. Hansen. En tiempos antiguos se aplicaba la palabra "lepra" a enfermedades muy distintas de la piel. El capítulo 13 del Levítico enumera en esta categoría: inflamaciones, erupciones, manchas, afección cutánea, úlcera, quemaduras, afecciones en la cabeza o la barba (sarna), leucodermia (manchas blancas en la piel), alopecia. El sacerdote tiene que examinar los diversos casos para saber si la persona es pura o impura (curable o incurable). «El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro! ¡Impuro! Mientras le dura la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento» (Lev 13,45-46). Si el enfermo llega a curarse de su enfermedad, tiene lugar el siguiente rito: Se presenta ante el sacerdote, éste lo examina y comprueba si realmente se ha curado. Después el sacerdote manda traer dos aves puras, vivas, ramas de cedro, púrpura escarlata e hisopo. «El sacerdote mandará degollar una de las aves en una vasija de loza sobre agua corriente. Después tomará el ave viva, las ramas de cedro, la púrpura escarlata y el hisopo, y los mojará, también el ave viva, en la sangre del ave degollada sobre agua corriente. Salpicará siete veces al que se está purificando de la afección, y lo declarará puro. El ave viva la soltará después en el campo. El purificando lavará sus vestidos, se afeitará completamente, se bañara y quedará puro. Después de esto podrá entrar en el campamento. Pero durante siete días se quedará fuera de su tienda. El séptimo día se rapará la cabeza, se afeitará la barba, las cejas, todo el pelo, lavará sus vestidos, se bañará y quedará puro. El octavo día tomará dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite» [sigue el ritual del día octavo y último] (Lev 14,1-32, distinguiendo ricos y pobres). Naamán el sirio El relato del segundo libro de los Reyes (5,14-17) es mucho más extenso e interesante de lo que refleja la lectura litúrgica. Naamán es un personaje importante de la corte del rey de Siria, pero enfermo de lepra. En su casa trabaja una esclava israelita que le aconseja visitar al profeta de Samaria, Eliseo. Así lo hace, y el profeta, sin siquiera salir a su encuentro, le ordena bañarse siete veces en el Jordán. Naamán, enfurecido por el trato y la solución recibidos, decide volverse a Damasco. Pero sus servidores le convencen de que haga caso al profeta. Con vistas al tema de este domingo, lo importante es la actitud de agradecimiento: primero con el profeta, al que pretende inútilmente hacer un regalo, y luego con Yahvé, el dios de Israel, al que piensa dar culto el resto de su vida. Pero no olvidemos que Naamán es un extranjero, una persona de la que muchos judíos piadosos no podrían esperar nada bueno. Sin embargo, el “malo” es tremendamente agradecido. Un samaritano anónimo Si malo era un sirio, peor, en tiempos de Jesús, era un samaritano. Pero a Lucas le gusta dejarlos en buen lugar. Ya lo hizo en la parábola del buen samaritano, exclusiva suya, y lo repite en el pasaje de hoy. Este relato refleja mejor que el de Naamán la situación de los leprosos. Viven lejos de la sociedad, tienen que mantenerse a distancia, hablan a gritos. Y Jesús los manda a presentarse a los sacerdotes, porque si no reciben el “certificado médico” de estar curados no pueden volver a habitar en un pueblo. Lo importante, de nuevo, es que diez son curados, y sólo uno, el samaritano, el “malo”, vuelve a dar gracias a Jesús. Y el episodio termina con las palabras: «tu fe te ha salvado». Todos han sido curados, pero sólo uno se ha salvado. Nueve han mejorado su salud, sólo uno ha mejorado en su cuerpo y en su espíritu, ha vuelto a dar gloria a Dios. Examen de conciencia ¿Dónde te sitúas? ¿Entre los “buenos” poco agradecidos o entre los “malos” agradecidos? Todo el mundo parece estar de acuerdo en que lo que nos han pedido los electores es, sobre todo, dialogar. Algo de eso repitió el rey hace poco. Y como todos los políticos dicen que buscan cumplir el mandato del pueblo, quizás tengamos que ponernos de acuerdo antes, en qué significa eso de dialogar.
Dialogar no es decir al otro que haga lo que yo quiero (ni aunque apele para ello a la responsabilidad del otro). Dialogar no es criticar al otro (que para criticar a los políticos ya están los ciudadanos). Dialogar tampoco es negociar (“te doy esto a cambio de tus votos”). Dialogar es simplemente ceder: dejarse atravesar por la palabra del otro (dia-logos) hasta que esa herida arranque concesiones parciales, y por ambas partes. Pero claro, si yo pienso que sólo hay verdad o bondad en mí (aunque pueda tener mis defectos) y que en los otros sólo hay maldad, entonces el diálogo se convierte en un ceder a la tentación. Por ejemplo: si fueran verdad los sofismas de don Mariano, no cabría el diálogo. “El PP ha ganado las elecciones”. ¡Falso! Ganar las elecciones no es obtener más votos que otros, sino salir de ellas habilitado para gobernar. Si para ganar unas oposiciones se exige una nota mínima (pongamos un 6) y suspenden todos, el que haya sacado el suspenso más alto (digamos un 4) no ha ganado las oposiciones aunque otros tengan un 2 ó un 3, y no tiene derecho a la plaza, sino que ésta ha quedado desierta. Por eso es también falsa la conclusión que saca D. Mariano de ese sofisma: “tengo derecho a gobernar”. ¡Mentira! Lo que tienes es obligación de tomar la iniciativa, moverte y hablar con todos, dispuesto a ceder cuanto haga falta para conseguir un acuerdo. Por eso no cabe pedir al otro que, “por responsabilidad”, me dé gratuitamente sus votos: pues soy yo el que tengo la responsabilidad de buscar en qué puedo ceder para conseguir esos votos. Pero si de entrada proclamo que “yo soy el único proyecto razonable” y los demás son todos advenedizos, populistas venezolanos o lo que sea, estoy desobedeciendo la voluntad popular. Como también desobedecen la voluntad popular Ciudadanos y Podemos con el otro sofisma de que, “como sus proyectos son incompatibles, no pueden dialogar”. Pues lo que el pueblo les ha pedido (como dijo muy bien el Sr. Rivera a otro propósito) es precisamente que busquen armonizar algo sus incompatibilidades. Puedo entender que la unidad de España sea sagrada para algunos, como acepto que la independencia de Cataluña sea sagrada para otros o las chuletas de Bérriz para el de más allá. Pero lo que ahora se les pide es que desacralicen un poco esas pseudodivinidades. No en una rendición sin condiciones, no. Pero sí en alguna renuncia parcial que permita el entendimiento. Si no, estará ocurriendo que los partidos que nacieron para acabar con el bipartidismo, lo refuerzan porque son exactamente igual que los partidos viejos. Se dice también que la voluntad popular ha pedido cambio. Sin duda; pero no parece reclamar un cambio tan radical como el que nos gustaría a algunos: quizá porque el pueblo ya no se fía de esos mesías que vienen a arreglarlo todo, pero siguen creyendo que un mesías crucificado es un escándalo. O quizá porque intuyen que en la situación de injusticia estructural en que vivimos, hay poderes suficientes para impedir todo cambio radical. Desgraciadamente. Dialogar tampoco es repetir cansinamente que “no es no”. Eso ya lo sabíamos. Pero ¡eso mismo habría de valer también para las terceras elecciones a las que también se ha dado un no! Y entonces dialogar sólo puede ser ir buscando caminos para que ese otro “no” a la tercera vuelta pueda realizarse, en estas o aquellas condiciones. Si no, el cambio buscado acabará convirtiéndose en un nuevo “más de lo mismo”. La negativa al diálogo no se suple con bellas palabras del tipo de “mi proyecto es perseverar”. Hermosa palabra. Pero ¿tiene usted clara la distinción entre perseverancia y cabezonería? “Mi proyecto es el cambio”. Falta hace. Pero ¿estoy dispuesto a buscar perseverantemente ese cambio, o espero que me llueva del cielo? ¿Por qué tendremos los humanos esa tendencia irresistible a vestir nuestros defectos con palabras de virtudes? ¿Por qué justificamos una inmoralidad vergonzosa diciendo que “no se trataba de un acto político sino administrativo?”. Como si la moral sólo afectase a la política y no a la administración. Mientras las cosas sigan así, ya me voy preparando para las elecciones… de marzo del 17. Y canturreo en voz baja aquel cuplé casi centenario: “¿dónde se meten, los votos del 17? Que siempre empatan y nadie los desempata”. A ver si vuelve Lina Morgan a cantarlo en la próxima campaña. Y si no, quizá la santa madre Iglesia podría ofrecer una solución sacada de su propia historia. Veamos: Hace 9 siglos, los cardenales que tenían que elegir papa, pasaron exactamente dos años sin ponerse de acuerdo en quién elegir (apelando sin duda a grandes palabras biensonantes para justificar su desacuerdo). Hasta que el llamado “populacho” se hartó y decidió encerrarlos con llave, sin alimento ni agua, hasta que se pusieran de acuerdo. Y he aquí que a los cinco días ya teníamos papa nuevo. Y por cierto un papa santo (san Celestino V). ¿Y si algo de eso sirviera también para los políticos? En estos meses se divulgará el último documento publicado por los obispos españoles: “Jesucristo, salvador del hombre yesperanza del mundo”. Pretendo señalar algunos de sus aspectos mejorables desde la teología progresista del siglo XXI. Les recuerdo unas luminosas palabras de Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC, en una carta que escribió a un seminarista catalán y con las que, en el pasado mes de julio, iniciábamos en Salamanca el Curso de Verano de la HOAC: “La gran dificultad para el contacto de un sacerdote y un obrero es establecer el diálogo sobre el tema religioso. Pues resulta que el obrero (o el laico) solo sabe hablar en el lenguaje habitual de la vida ordinaria, y el cura (o el obispo) solo sabe hablar el lenguaje eclesiástico. Y para que los dos se entiendan es necesario, en primer lugar que hablen un lenguaje común. En caso contrario se llega necesariamente a un diálogo de sordos… La solución a este problema es que el cura (o el obispo) aprendan a hablar el lenguaje ordinario… El Nuevo Testamento nos ayuda a reencontrar el lenguaje perdido”.
Estamos llamados a descubrir una nueva forma de hacer teología. Nuestro lenguaje sobre Dios no puede ser atemporal y alejado de la realidad. Una parábola de Buda de hace ya 2.500 años nos da que pensar: Una persona recibió un flechazo mientras atravesaba un bosque. Cuando sus amigos quisieron ayudarle, no permitió que le quitaran la flecha hasta saber quién había disparado, su nombre, edad, pueblo… e insistió en saber si las plumas de la flecha eran de buitre, cigüeña o halcón. Esta parábola era una crítica mordaz de Buda contra la teología de los brahanes de su tiempo y sus abstractas especulaciones metafísicas que no tenían ninguna importancia en la praxis. Buda llamó a todos a que respondieran al sufrimiento humano con compasión y misericordia, y sin demora. Hace unos días me encontré en Madrid con un obispo amigo y le pregunté su opinión sobre el documento que comentamos. Me decía que lo veía en un lenguaje demasiado técnico e incomprensible. Alejado de la realidad concreta. Al lado de los escritos del papa Francisco, tan realistas y catequéticos, la instrucción de nuestros obispos se nos cae de las manos, me aseguraba el obispo. Cuando la casa está ardiendo solo tenemos tiempo para salvar lo esencial. Cuando la humanidad y la naturaleza se encuentran en una crisis profunda, e inmersas en la desigualdad y la exclusión, necesitamos elaborar teologías que aborden la situación de la crisis de la humanidad y de la creación. Nos dice el papa Francisco que el llanto de la naturaleza está ligado al llanto de los pobres. Puede ser apasionante discutir sobre el arrianismo, el docetismo, el adoptionismo, el dogma de Cristo, el gnosticismo, el Jesús histórico y el Cristo de la fe, los métodos histórico-críticos en el estudio de la Biblia, lo misterios helenistas, el uno en lo múltiple (del Cusano o de Melloni) o la ciencia de las religiones. Pero todas estas preocupaciones doctrinales han de pasar a segundo plano ante la magnitud de los problemas que afronta la humanidad: desigualdad, exclusión, violación de los derechos humanos y los derechos de la madre Tierra, los problemas medio ambientales, la tercera guerra mundial a trozos (como dice Francisco), el hambre, el terrorismo, etc. Desgraciadamente gran parte de la teología actual evade estos temas. Una teología que se limita a explicar e interpretar aspectos doctrinales del cristianismo no sirve a la humanidad. Necesitamos volver la mirada al mundo e intentar responder a aquellas cuestiones cruciales de los seres humanos. Hay que mojarse… Existe un abismo entre la llamada teología clásica y la experiencia real cotidiana de la vida y de las luchas que implica. ¡Superemos las teologías de escritorio!, nos recomienda Francisco. Dios se ha identificado con la humanidad (“El Verbo se ha hecho carne”). Exilar a Dios y al prójimo del horizonte de la economía, de la política y de lo social constituye el mayor desafío para la teología actual. Les recordaba la parábola de Buda. Quinientos años después de Buda, Jesús se identificó con la humanidad sufriente. Nos habló de un Dios que es Padre/Madre, que está profundamente implicado en la vida de los seres humanos y en sus sufrimientos. Tenemos un gran mensaje de esperanza para “continuar el camino abierto por Jesús” como bellamente nos dice el teólogo José Antonio Pagola. Un camino que consiste en llevar a la práctica el programa del Nazareno que nos propone el capítulo 4, 16-21 del Evangelio de Lucas. Texto que leemos todos los años en la llamada Misa Crismal en Semana Santa y al que nuestros obispos parece que les tienen miedo a explicarlo y aterrizarlo. Parece que les cuesta trabajo ser contraculturales como lo fue Jesús según nos dice la carta a los Filipenses 2, 5-9 y que también se lee en la citada Misa. Necesitamos una teología sensible al problema de las desigualdades existentes en nuestro mundo y en nuestro país. Sensible a la exclusión que tantas muertes ocasiona. Tenemos la tarea de desacralizar “el becerro de oro” del mercado libre, de una economía neoliberal que mata, que produce incontables muertes como nos dice Francisco. La teología ha de intentar constantemente entretejer la cuestión de Dios con los graves problemas que afligen a la humanidad. Nuestra teología no puede ser un entretenimiento intelectual al que no le afectan las urgencias de la humanidad. Ya es hora de que superemos la consabida definición que ve a la teología como la ciencia que nos plantea unos problemas que a nadie le interesan. La teología europea no tiene futuro a menos que esté dispuesta a entrar en diálogo con las nuevas teologías que emergen sobre todo en los países del tercer mundo. No podemos seguir, como denunciaba Jesús, “colando el mosquito y tragándonos el camello”. Tener al cardenal Sarah, un hombre de Guinea que fue nombrado arzobispo a los 34 años, como Prefecto o Director de la Oficina encargada de las celebraciones litúrgicas en todo el mundo, ha sido una calamidad, al parecer de muchos.
Sus propuestas para que las misas vuelvan a ser de espaldas a la comunidad reunida y siempre dirigiendo las oraciones y los signos de culto hacia el oriente…ya no tienen mucho asidero en la realidad de las liturgias actuales. Ya el papa Pablo VI había señalado que la forma ordinaria de celebración de la eucaristía debe ser de cara al pueblo. Fue Benedicto XVI quien más tarde permitió la celebración en el estilo antiguo, en ciertas ocasiones. La santa cena que Jesús pidió fuera celebrada por sus amigos como memorial de su pasión por la humanidad, ha tenido a lo largo de la historia un esquema bastante hermético que ha fosilizado algunas formas, palabras y gestos tratando de salvaguardar el modelo original. Pero el modelo original es bien distinto a la celebración de las misas actuales. Desde luego, la santa cena se realiza alrededor de una mesa o quizá un mantel extendido sobre el piso, donde Jesús y sus amigos la compartieron acomodados en unos almohadones de arpillera rellenos con plumas de gallinas o simplemente de arena. No había había tenedores ni otros elementos de cocina. Se comía con la mano sacando todos de una misma fuente o untando en salsas los trozos de pan, sin migas. Los pelotones de migas se empleaban solamente para limpiarse las manos o secarse el sudor. Después se tiraban a los perros. Todos bebían de unas grandes copas que pasaban de boca en boca. Si las comidas tenían alguna importancia social, eran acompañadas de grupos de bailarinas que se contorneaban según el tintineo de las pequeñas campanillas que llevaban atadas a sus tobillos. Como los evangelios dan versiones distintas a la última cena de Jesús con sus amigos, no se sabe cómo celebraron su amistad. Los datos que aparecen en en Nuevo Testamento no son producto de una crónica ni de un relato para rescatar la historia, sino una catequesis para las comunidades para animarlas en la fe. Cuando esas comunidades- su jerarquía- se convirtieron al imperio de Constantino tomando sus ritos, sus liturgias, sus grandiosidades, sus vestimentas, su estilo magnífico, evidentemente la santa cena pasó a ser una celebración distinta. Perdió sencillez, perdió cercanía, perdió “alma” para convertirse en un rito de corte imperial. Pasar de las catacumbas a los grandes templos, de la mesa familiar a los altares, desvió totalmente el sentido original. En el medioevo y en los tiempos de cristiandad, las catedrales y los templos deberían tener sus puertas y su fachada dirigida al oriente: era un recuerdo expresivo por el que la comunidad reconocía la cuna de sus creencias. Los tiempos cambiaron. Los pueblos también. Lo que importa en una iglesia misionera es mantener las líneas matrices y celebrar su fe, colaborar en la esperanza y aunar esfuerzos con creyentes y no creyentes para construir un mundo habitable, fraterno y solidario. Otro mundo es posible. Otra iglesia también. La tarea es anunciar y trabajar según el evangelio de María, la madre de Jesús: testimoniar la alegría que nace cuando los poderosos son aventados de sus posiciones privilegiadas y los empobrecidos se levantan para exigir sus derechos en la gran mesa social. Ante todo este panorama de un mundo que palpita por más justicia, más equidad, más libertad, más fraternidad, las preocupaciones del señor cardenal Sarah quedan bastante fuera de foco. A nadie le importa que los templos tengan las puertas hacia el oriente. Lo que importa es que estén abiertas para recibir a los que llegan en busca de un abrazo, y para salir en busca de los que andan derrotados por la vida. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |