Declina el interés por las noticias impresas o televisivas. Las encuestas revelan que el público prefiere las noticias online.
En los siglos XIX y XX el modo de pensar de la sociedad tendía a ser moldeado por los grandes medios de comunicación: los medios impresos, la radio y la televisión. Todo indica que esa era terminó. Trump fue electo atacando a los grandes medios de los Estados Unidos. Solo la Fox lo apoyó. Los principales vehículos mediáticos de Gran Bretaña se opusieron al Brexit. Aun así, la mayoría de los electores votó a su favor. Bolsonaro hizo su campaña presidencial con una ausencia casi total de los grandes medios. Criticó sus principales vehículos y aun así fue electo. ¿Qué es lo nuevo? Lo nuevo son las redes digitales, las nuevas tecnologías al alcance de la mano. Esas redes desplazan la noticia de los grandes medios hacia las computadoras y los teléfonos inteligentes. Tienen el mérito de democratizar la información al romper la barrera ideológica que evitaba las opiniones contrarias a la línea editorial del vehículo. Sin embargo, pulverizan la noticia. Lo que la televisión considera una información importante no merece destaque en la comunicación interpersonalizada de Internet. El receptor corre el riesgo de perder o no adquirir criterios de valoración de las noticias. Puede ser que le resulte más importante saber que su colega tiene una nueva enamorada que enterarse del golpe de estado en el país vecino o de la nueva ley que regula el tránsito en su barrio. Esa información individualizada, aunque es más cómoda, prêt-à-porter, tiende a evitar lo contradictorio. Cada interesado se aísla en el seno de su tribu de Whatsapp, Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, Telegram, los servicios de mensajería de Google y de Periscope. No existe interacción dialógica. No interesa lo que dicen las tribus vecinas, potenciales enemigas. Lo que transmiten no merece crédito. La única verdad es la que circula en la tribu con la que el internauta se identifica. Aunque esa “verdad” sea fake news, mentira desvergonzada, farsa. Para el internauta, solo un dialecto tiene sentido. Desprovisto de visión coyuntural, se aferra a lo que propalan sus socios como quien recibe un oráculo divino. Querer cambiarle el foco es como haber intentado convencer a los aztecas contemporáneos de Cortés de que el sol saldría por el horizonte aunque ellos no despertaran de madrugada para celebrar los ritos capaces de encenderlo. Sin dudas no se habrían atrevido a correr el riesgo de ver el día sumergido en la oscuridad. Redes sociales Se trata de la privatización de la noticia. Esa selectividad individualizada hace que el internauta se encierre con su tribu en una fortaleza virtual dotada de agresivas armas de defensa y ataque. Si le llega la versión emitida por la tribu enemiga, será inmediatamente repelida, eliminada o respondida con una batería de improperios y ofensas. Es deber de su tribu diseminar a gran escala la única verdad admisible, aunque carezca de fundamento, como la teoría del terraplanismo. Los efectos de esa atomización de las comunicaciones virtuales son deletéreos: pérdida de la visión de conjunto; descrédito de los métodos científicos; indiferencia ante el conocimiento históricamente acumulado; y, sobre todo, total desprecio por los principios éticos. Cualquiera que se exprese en un lenguaje que no coincida con el de la tribu merece ser atacado, injuriado, difamado y ridiculizado. ¿Qué hacer ante esta nueva situación? ¿Desconectarse? Eso equivaldría a imitar a la tortuga que mete la cabeza dentro del carapacho y se cree invisible. La salida debe ser ética. Lo que implica tolerancia y no contestar en el mismo tono. Como indica Jesús, “no echar perlas delante de los cerdos” (Mateo 7,6). Dejar que se revuelquen en el fango, pero sin ofenderlos. La vida es demasiado corta para gastar el tiempo en guerras virtuales. En cuanto a mí, prefiero ignorar los ataques y actuar propositivamente. Sobre todo, no cambiar la sociabilidad real por la conflictividad virtual. Y mucho menos los libros por memes y zapps que nada le aportan ni a mi cultura ni a mi espiritualidad.
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Me choca enormemente que todas las entradas a los templos están repletas de carteles, anunciando distintas campañas, horarios, fiestas, mensajes. No sé si a los demás les pasa igual que a mí. Sencillamente, Solo los miro muy raramente Y por ello, cuando hay muchos, me pasan desapercibidos.
Pienso que están elaborados con las mejores técnicas. Pero me parece que es un medio de anuncio que necesita una gran revisión y que quizás ya ha pasado de época. Hoy están todos los medios digitales electrónicos y llegan a Las manos de los posibles lectores ¿Cuántos cientos de papeles de propaganda comercial encontramos en los buzones? Y también leemos en muchos bloques de casas” por favor, eche la propaganda en el buzón”. Pienso que si las casas comerciales siguen con ese método, ya lo tendrán estudiado y verán que surte efecto. Pero echo en falta en los templos muy pocos carteles y muy llamativos: que transmitan un mensaje y que no nos atiborren a ideas Tengo la experiencia de mandar por email escritos y aquí mismo, en Fe Adulta, hay lectores. Pero entiendo que son personas a las que les interesan esos temas, Según lo que interese, hay que ofrecer lo oportuno. Pero con brevedad, impacto y novedad Es muy importante que el mensaje que demos nos inquiete, nos interrogue, nos resulte novedoso. Que nos comunique algo nuevo, algo distinto a lo que oímos normalmente y algo que nos produzca cierta renovación. Acaban de pasar las elecciones, Confieso que no me he fijado en ningún cartel, independientemente del partido que lo haya colocado. Ni he oído ni visto nada relacionado con las distintas opciones. Sí que he leído las propuestas de algunos partidos que me interesaban por la trayectoria de su historia. Quiero ayudar a pensar, no conseguir lectores o votantes a mi favor. Ahí es donde veo la importancia del escrito o del cartel. Y siempre pensando que estamos tan atiborrados de mensajes de todo tipo, que hay que contar qué lugar queda para algo nuevo. Y por supuesto, no dejar esos carteles en la puerta de la iglesia hasta que el tiempo los ponga amarillos y se despeguen... Que suele ocurrir. Esos carteles pueden servir bien en alguna homilía o en alguna celebración. Pueden fijar la atención. Hemos dado un gran salto de los cuadernillos con canciones para la misa a PowerPoint proyectados en la pared frontal. Por ahí se abre un gran camino. Ya solo hace falta que nos hagan pensar y contemplar. Todo para una nueva evangelización. En estos tiempos revueltos abunda lo que G. Vattimo llama “pensamiento débil” que propugna una forma de nihilismo que no tiene añoranzas por las antiguas certezas ni deseo de nuevas ideologías. Esto colea desde Hegel, Niestzche y Heidegger, con variantes, como la muerte de Dios.
En La gaya ciencia, Niestzche cuenta que un loco, fuera de sí, entró en varias iglesias donde entonó su requiem aeternam deo. Cada vez que le expulsaban y le pedían explicación de su conducta, respondía: “¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios?” Algo de esto estamos viviendo, cuando los cristianos somos vistos en bastantes ambientes como rara avis anacrónica que no empastamos con la sociología actual. Y en parte con razón al no ser ejemplo de buena noticia: los templos se vacían y muchas de las celebraciones recuerdan a la descripción del loco que describe Niestzche. La Iglesia católica no es ajena a las turbulencias de este tiempo convulso. Algunos se aferran a la institución más que al mensaje de Jesús, se angustian al ver que se está produciendo un avance de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas sobre las que ya domina la ausencia de Dios. Confunden autoridad (ejemplo) con poder (norma) y prefieren encastillarse en sus seguridades y tradiciones históricas. Pero esto, que era mayoritario hasta no hace mucho, ya tiene el contrapeso de la mirada evangélica de los que tratan de interpelar a este pensamiento débil generalizado desde la esencia evangélica. Es un pulso en toda regla, en el que dos maneras de entender la fe se enfrentan también a las nuevas creencias que tratan de suplantar a las tradicionales: ciencias ocultas, espiritualismos débiles y materialismos varios entre los que destaca el dios superior del dinero como un fin en sí mismo. En todo este remolino está cambiando hasta la idea de Dios, yo diría que para bien. Y su principal impulsor es el Papa Francisco que no para de destacar todos los ángulos posibles del amor de Dios -Dios es amor- actuando desde el ejemplo como una invitación a que todos los seres humanos prueben de la verdadera Buena Noticia para encontrar el sentido pleno de sus vidas. Lamentablemente, otros católicos se mantienen aferrados a la sociología de la religión dando mayor importancia a la institución que al mensaje y convirtiendo tantos medios estupendos en fines; más o menos como les pasó a los líderes religiosos coetáneos de Jesús, que fueron los que provocaron su asesinato porque no pudieron soportar la invitación amorosa a la necesaria conversión del corazón. Es una realidad ver en muchos templos “no iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios” por una vivencia demasiado formalista e individualista que huye del compromiso verdadero mientras mira con malos ojos o indiferencia condescendiente a quienes se juegan la vida defendiendo a los más vulnerables desde organizaciones humanitarias no católicas. A esto me refería líneas arriba cuando he dicho que está cambiando la idea de Dios para bien. Ya lo dijo el Maestro, por sus hechos les conoceréis y vendrán quienes revitalizarán el evangelio sin tener siquiera experiencia de Dios (¿cuándo, Señor, te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? Mateo 25,31-46). Hans U. von Balthasar auguró, ya en 1956, que el futuro de la Iglesia estaba en los nuevos movimientos laicales. Y es cierto que algo se mueve ante el exceso de formalidades, normativas, tradiciones intocables y símbolos cada vez menos representativos que Cristo denunció sin ambages. Pequeñas comunidades llenas del Espíritu viven la realidad del Reino actuando en muchos lugares como luz para otros. No son noticia, pero sí fermento, símbolos necesarios de una vida comprometida que dan sentido a la vivencia litúrgica y oracional ¡Ellas sí que celebran algo! Hoy casi todos los términos del seguimiento están devaluados… ¡una pena! Somos muchas personas las que en estas fechas revivimos y renovamos años de entrega. En mi caso, estos días celebro mi entrada en una comunidad, como concreción de un seguimiento radical a Jesús y su misión, hace muchos años. Las sensaciones, los recuerdos, los sentimientos siguen vivos y muy presentes.
Mejor compartirlo desde su Palabra: Las lecturas de estos días nos hablan de un manto, el de Elías sobre Eliseo, y de “dejarlo todo por el Reino” en el NT. Todo habla de… para un@s de radicalidad difícil, para otr@s de Amor incondicional, de fidelidad, no fácil, pero gozosa porque lo que celebramos es que Dios es fiel y esta es la buena noticia. Ese manto (1Reyes 19,19) lleva días acompañándome. En el contexto bíblico es un gesto simbólico de elección, de unción para la misión, de propiedad personal, no en un sentido posesivo sino de amor. Esa prenda es como una caricia. Simboliza una pertenencia abierta, rica, sagrada para una misión universal. El manto capacita, empodera para ir a la otra orilla a aprender. Porque cuando sientes ese manto sobre tus hombros lo primero que comprendes es que se te invita a una tarea profética, y esa comunidad profética que te echa el manto, te invita a aprender a canalizar la llamada de Dios a que seas profeta en tu momento histórico, en tu contexto cultural y cultual. El manto se convierte en ese abrazo de Dios que te empodera para cruzar el desierto, tantas ausencias, y siempre saberte y sentirte amada, elegida, enviada. Muchos quieren quitarte el manto, pero no lo consiguen, porque por mucho que tiren de él no desaparece, ya que se va convirtiendo en tu propia piel. Alguien muy querido, una religiosa norteamericana con quien trabajé en pastoral universitaria, y que falleció el año pasado- mi homenaje a ella- me dijo una vez “tienes la vocación hasta en la médula de tus huesos”, gracias Kathleen; era un momento difícil, querían arrebatarme el manto: la fuerza y seguridad que me daba la llamada, sus palabras disiparon miedos, dudas sembradas por personas mediocres, ella tenía su manto muy dentro, y su vida marcaba, su manto era hermoso. Otros quieren darte otro manto, más tal o cual… pero ¡no! el manto es tu propia vida, y no puedes sino mantenerte pegada a ella; lo otro sería morir en vida. Perder tu manto sería perder tu ser, tu tiempo de amar y vivir desde una experiencia única, en un momento histórico único, y sin saber con cuánto tiempo cuentas. Otro homenaje aquí a alguien, un querido amigo sacerdote que también ha fallecido hace dos meses, demasiado joven. John siempre defendió mi manto, defendió y canalizó la energía que el manto me daba. John protegía mi manto porque entendía el suyo, y lo amaba. Difícil creer que ambos, bastante jóvenes, se hayan ido. Pero dejaron una impronta increíble porque llevaban sus mantos con elegancia y sencillez. ¡Gracias! El manto te cubre, te protege, te envuelve. Está en forma de presencia que acompaña siempre. Está en la noche y en el día. Está dentro y fuera. Es como el aire sin el que no puedes vivir porque impulsa el latido de todo. Y ¿Cuál es la tarea para la que te capacita esa presencia, ese aliento y caricia? No quiero ser ni ingenua ni optimista. Sí sincera, desde mi perspectiva y con sencillez, abierta al diálogo y al cambio, creo que la respuesta está en colaborar con el nuevo paradigma al que somos abocados. ¿Sus bases? No luchar contra lo que tenemos sino invertir toda la sabiduría y fuerza en crear un nuevo estilo de vida, basado en una nueva historia: la historia de un Dios que echa el manto sobre las personas y sobre el planeta y nos dice “amaos” “convivid”, tenéis la misma vocación, la vocación a la vida, a ser vida, a dar vida. El tiempo de verano puede ser también tiempo de reflexión en diálogo con la naturaleza. Escucharla para entender sus heridas causadas en gran parte por nuestra generación. Nuestro estilo de vida ha herido la Vida en todo. Las consecuencias las estamos palpando todos, pero sobre todo las sufren los que menos las causaron. Ante esta injusticia el “manto profético” nos suplica que busquemos soluciones reales porque Dios está en la Vida y en los, las y lo que sufre. Ojalá el manto nos permita danzar con los pies descalzos sobre la hierba de la creación, fresca, recién estrenada, y todos veamos que “es muy bueno”. Su caricia está en todo. Gracias por echar tu manto sobre mis hombros. ¡Es un honor! Solo Lc narra este episodio. En el c. 9, ya había narrado el envío de los 12. No es verosímil que este relato sea histórico. Quiere acentuar el carácter universal de la predicación, pero Mt dice expresamente que no entren en tierra de paganos ni vayan a ciudades de Samaria. 70 era el número de las naciones gentiles, según Génesis. Para los demás evangelistas, el límite de la gentilidad estaba en la frontera de Galilea; para Lc se encuentra en la misma Samaria.
El domingo pasado se hablaba del fracaso de los discípulos en su intento de preparar el camino a Jesús en su subida a Jerusalén. Probablemente, Lc quiere poner este envío de “otros setenta y dos” para dejar un buen sabor de boca. Estos vuelven “muy contentos” de sus correrías y tienen mejor acogida que los discípulos. “De dos en dos”, porque para los judíos la opinión de uno solo no tenía ningún valor en un juicio, y los misioneros son, sobre todo, testigos. También, porque el mensaje debe ser proclamado siempre por la comunidad. No penséis que se trata de enviar a un número de especialistas en comunicación. No se trata de enviar a unos cuantos escogidos. Ni siquiera dice que fueran discípulos. Presupone que todo cristiano por el hecho de serlo, tiene la misión de proclamar la buena noticia que él vive. El modo de esa predicación puede ser diferente, pero la base, el fundamento de toda predicación, es la vida misma del cada cristiano. Vivir como cristianos es la mejor predicación y la que convence. En cada instante estamos predicando, para bien o para mal. No es fácil delimitar lo estrictamente histórico de este relato. Además de que solo Lc lo narra, exigiría un grado de organización que no se percibe en el grupo de los que han seguido a Jesús. El simbolismo del número 12 y 70 nos invita a pensar que son relatos elaborados por la comunidad, más tarde. Por otra parte, para predicar El Reino, se necesita haberlo comprendido y experimentado. Los evangelios se encargan de manifestar que antes de la experiencia pascual ni los doce se habían enterado de nada. Las recomendaciones de Jesús son la clave de todo anuncio del mensaje cristiano. Están puestas en boca de Jesús, pero son las condiciones mínimas que debía tener todo cristiano para llevar la Buena Noticia a los demás. En ningún caso se habla de doctrina que tienen que enseñar o de normas morales que deben exigir. Se trata de comunicar lo que Dios es, para todos, sin condiciones ni excepciones. Esa tarea la cumplió la primera comunidad en todas partes. Es la tarea que tiene que llevar a cabo todo cristiano en cualquier tiempo y lugar. “Poneos en camino”. La itinerancia es la clase de vida que eligió Jesús cuando se decidió a proclamar su buena noticia. El domingo pasado nos decía que no tenía donde reclinar la cabeza. Este desapego de toda clase de seguridades es la actitud básica y fundamental que debe adoptar todo enviado. El anuncio no se puede hacer sentado. Seguir a Jesús exige una dinámica continuada. Nada se puede comunicar desde una cómoda instalación personal. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas del mensaje de Jesús. “Os mando como ovejas en medio de lobos”. Cuando se escribieron los evangelios, las primeras comunidades cristianas estaban viviendo la oposición, tanto del mundo judío como del pagano. Denunciar la opresión, o poder despótico, no puede agradar a los que viven desde esa perspectiva, y sacan provecho de ella a costa de los demás. Por desgracia, cuando el cristianismo adquirió poder, se comportó como lobo en medio de corderos. El provecho personal, o el de la institución, no es buena noticia para nadie. “Ni talega ni alforja ni sandalias”. La pobreza material es solo signo del abandono de toda seguridad. Significa no confiar en los medios externos para llevar a cabo la misión. No debemos hacer de la predicación un logro humano. Se trata de confiar solo en Dios y el mensaje. No buscar seguridades de ningún tipo, ni en el dinero, ni en el poder, ni en el prestigio, ni en los medios. Tenemos la obligación de utilizar al máximo los medios que la técnica nos proporciona, pero no debemos poner nuestra confianza en ellos. “No os detengáis a saludar a nadie por el camino”. No se trata de negar el saludo a los que se encuentren en el camino. “Saludar” tenía para ellos, un significado muy distinto al que tiene para nosotros. El saludo llevaba consigo un largo ceremonial que podía durar horas o días. Esta recomendación quiere destacar la urgencia de la tarea a realizar. Seguramente está haciendo referencia a la inmediata llegada del fin de los tiempos, en que las primeras comunidades cristianas creyeron a pies juntillas. “Decid primero: ¡Paz! Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la “paz” para los judíos de aquel tiempo. “Shalom” no significaba solo ausencia de problemas y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos. “Comed y bebed de lo que tengan”. Esta es de las más difíciles. Ponerse al nivel del otro. Aceptar sus costumbres, su cultura, su idiosincrasia... Se trata de estar disponible para todos, sin esperar nada a cambio, pero aceptando con humildad lo que den; siempre que sea lo indispensable. ¡Qué difícil es no imponer lo nuestro! Muchos intentos de evangelizar han fracasado por no tener esto en cuenta. Lo más difícil es aceptar la dependencia de los demás en las necesidades básicas: no poder elegir ni lo que comes ni con quien comes. Curad. No se refiere solo a las enfermedades físicas. De hecho los 70 solo hacen alusión a que los demonios se les sometían. Seguimos dando demasiada importancia a la salud corporal, sin enterarnos de que con una grave enfermedad puede un ser humano alcanzar su plenitud. Curar significa alejar de un ser humano todo aquello que le impide ser él. Hoy las enfermedades físicas están cubiertas por la medicina. Pero ¿qué pasa con las enfermedades psíquicas y mentales, que arruinan la existencia de tantas personas? “El reino, que es Dios, está cerca”. Nada de peroratas teológicas, ni discursitos apologéticos, ni propagandas ideológicas. Lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama. Predicar el reino, que es Dios, es hacer ver a cada ser humano que Dios es algo cercano, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni al templo ni a las religiones ni a las doctrinas ni a los ritos ni al cumplimiento de la norma. Dios es (está) en ti. Descúbrelo y lo tendrás todo... Sin estas condiciones, la predicación se hace inútil. No es nada fácil salir de la dinámica de la propaganda, del proselitismo a toda costa, buscando más el potenciar la institución que el servicio de las personas. El que va a proclamar el Reino de Dios tiene que manifestar que pertenece a ese Reino. Tiene que responder a las necesidades del otro. Tiene que estar dispuesto al servicio en todo momento. No debe exigir absolutamente nada, ni siquiera la adhesión. Tiene que limitarse a hacer una oferta. Meditación ¿Cuál es tu preocupación primera? ¿Es la comida, el vestido, la salud, la casa, el prestigio? De esas necesidades básicas tienes obligación de ocuparte, siempre que la prioridad sea el desplegar tu humanidad. Escucha, sobre todo, tu ser profundo; lo que él te pida, te llevará a plenitud y felicidad. Las instrucciones de Jesús a los discípulos cuando los envía de misión, en el evangelio de Mateo se dirigen a los Doce, pero en el de Lucas a setenta y dos. En la perspectiva de Lucas, la misión no es obra de un pequeño grupo de selectos; si el mensaje del evangelio se difundió por el imperio romano fue gracias a gran número de personas anónimas, igual que ocurre en nuestros días.
Tres advertencias previas sobre el evangelio 1) Entre el envío de los setenta y dos y su vuelta introduce Lucas otras palabras de Jesús (sobre Corozaín y Betsaida, etc.), que la liturgia ha suprimido. 2) El discurso de Jesús tiene unas palabras muy duras contra los pueblos que no acojan a los discípulos; en nuestra época tan políticamente correcta pueden escandalizar a algunas personas. 3) En consecuencia, la liturgia ofrece la posibilidad de dos lecturas: una larga y otra breve (en ningún caso el texto completo de Lucas 10,1-20). Me limito a la segunda. Lectura breve políticamente correcta (Lucas 10, 1-12) Curiosamente, lo primero que deben hacer los setenta y dos es rezar para que el Señor envíe operarios a su mies. El tema empalma con el del domingo pasado, a propósito de los tres casos de vocación. Jesús hablaba con tanta dureza que parecía no querer seguidores. Aquí queda claro que son absolutamente necesarios y hay que pedir al dueño de la mies que los envíe. El dueño de la mies no es Dios Padre, sino el mismo Jesús, que les ordena ponerse en camino. Con una advertencia y unas órdenes. La advertencia: la tarea no será fácil ni agradable. Van como corderos en medio de lobos. Mateo, cuando copia esta frase, añade otras palabras de Jesús: “sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas”. Haced lo posible para que el lobo no os coma. Lucas ve otro tipo de peligro en los lobos y otra forma de afrontarlo. El peligro no es la dentellada que provoca la muerte sino la que desprestigia y tira por tierra el mensaje del evangelio. El imperio romano estaba repleto de grupos y predicadores religiosos parecidos a muchos de los actuales que utilizan la religión como forma de ganarse la vida. Por eso, la mejor forma de evitar las dentelladas de los lobos es llevar una forma de vida pobre y austera: No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias. La talega hace referencia al dinero, la alforja al alimento, las sandalias al vestido. Luego añade unas palabras que sólo se encuentran en su evangelio: y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Eso mismo le dijo el profeta Eliseo a su criado Guejazí, un día que lo envió a una misión urgente (curar al hijo de la sunamita). Lucas, que conocía el Antiguo Testamento de memoria, pensó que este momento era el adecuado para poner en boca de Jesús las mismas palabras. La misión de los discípulos es urgente, no se puede perder el tiempo charlando a mitad de camino. ¿Qué hacer cuando llegan a un pueblo o aldea? Jesús concede una importancia capital al alojamiento, insistiendo en no cambiar de casa. Probablemente refleja su experiencia personal; y Lucas, la de los primeros misioneros. El cambiar de casa puede provocar muchos celos y tensiones. Las palabras siguientes resultan extrañas en este sitio: Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios". Los discípulos ya habían llegado a un pueblo y habían sido bien acogidos por una familia, que les da de comer. Si Lucas hubiera escrito con ordenador, quizá habría marcado bloque, cortado y pegado, cambiando el orden de las frases. O quizá no, porque este orden ilógico deja para el final, dándole mayor importancia, la misión de los discípulos: curar a los enfermos y anunciar la cercanía del Reino de Dios. Lectura del libro de Isaías 66, 10-14c El texto, muy poético, puede desconcertar al lector moderno. Por eso comienzo con dos aclaraciones: 1) Para un judío, Jerusalén representa infinitamente más que para un católico Roma o el Vaticano. Desde el siglo VI a.C. hasta el tiempo de Jesús, que fueron los siglos más duros en la historia de Judá (dominio sucesivo de babilonios, persas, griegos y romanos), la mayor esperanza se centraba en la gloria y esplendor de Jerusalén. El tema aparece en numerosos textos proféticos y Salmos. 2) Jerusalén es representada como ciudad y como madre. Como ciudad, quedó destruida después de la conquista de los babilonios en el año 586 a.C. Como madre, se vio desprovista de hijos, porque fueron deportados. Y los hijos, a su vez, están desprovistos del alimento y el cariño de su madre. En este contexto, el profeta proclama su mensaje utópico, centrado en la vuelta de los hijos a su madre: la mayor alegría para Jerusalén y el mayor consuelo para los desterrados. También habla, en el centro, de la paz y la riqueza que inundarán la ciudad. Un mundo maravilloso de alegría, consuelo, paz y esplendor. ¿Cómo se consigue? ¿Qué deben hacer los judíos? Según este poema, nada. Todo lo hace Dios. Es él quien hace derivar hacia Jerusalén la paz y la riqueza de las naciones; es él quien consuela. Es él quien manifiesta a sus siervos su poder (su mano), como dice la última frase del poema. Dos formas de utopía: el contraste entre Isaías y el evangelio El mundo utópico de Isaías se realiza sin esfuerzo alguno, por pura obra de Dios. En cambio, el mundo utópico que predican Jesús y los discípulos conlleva mucho sacrificio y esfuerzo. Además, es un mensaje que puede ser rechazado, como le ocurrió al mismo Jesús en Corozaín y Betsaida. Pero la última palabra es de victoria y esperanza: Satanás, símbolo de la oposición al evangelio, cae del cielo como un rayo, mientras que los discípulos triunfan sobre los espíritus inmundos y, sobre todo, sus nombres están escritos en el cielo [en la versión larga del evangelio]. Además, y esta es la gran aportación de Lucas, esos discípulos enviados a la misión no son un grupo de superselectos. Todos hemos conocido gente que nos ha hecho gran bien desde el punto de vista humana y cristiano, que nos han anunciado el Reino de Dios. Y también nosotros hemos llevado y debemos llevar adelante esa tarea, a veces dura, y a menudo con sensación de fracaso. Pero esto no es motivo para dejar de esperar en el triunfo de la utopía. Nos encontramos ante un texto dirigido a presentar la misión que los discípulos y discípulas, en continuidad con la misión de Jesús, están llamados y llamadas a realizar.
El texto se articula a partir de diversas sentencias recogidas de la fuente Q que en Mateo está señaladas como parte de la misión de los Doce, mientras que Lucas las presenta dirigidas a un grupo más amplio de discípulos/as. La opción lucana de diferenciar la misión de los doce de la de este grupo más amplio se sustenta en su interés literario por presentar ya en vida de Jesús la tarea evangelizadora a la que están llamados los seguidores y seguidoras de Jesús tras la Pascua. A diferencia de la misión de los doce, que está centrada en Israel (Lc 9,1-6), la de los setenta y dos señala ya a la misión futura de los creyentes en Cristo que han de anunciar el Reino a lo largo y ancho del Impero romano, a personas que no solo ya no son judías, sino que no han conocido a Jesús. Lucas es consciente de que en la vida de las comunidades de creyentes tras la Pascua las cosas ya no son iguales que cuando estaba Jesús y conoce los desafíos que implica vivir la misión en esos nuevos momentos, por ello intenta iluminar la nueva praxis con un argumento de autoridad, como es la palabra de Jesús, introduciendo ya en la narrativa evangélica la nueva experiencia de envío a la misión. Esta inclusión del evangelista no es una mera ficción, sino que se hace eco de aquellos seguidores y seguidoras del Jesús histórico que no formaban parte de los doce pero que se implicaron activamente en el proyecto de Jesús y fueron orientando su vida al estilo de la propuesta del Maestro. Por tanto, estos setenta y dos discípulos que recuerda Lucas señalan una realidad histórica, pero busca a través de ella sostener la misión de todos aquellos y aquellas que la viven en su tiempo. Vivir la misión El texto comienza con el envío, un envío que llevará a los/as discípulos/a pueblos y lugares que Jesús no ha visitado aún. (Lc 10,1). De este modo la audiencia del evangelio de Lucas puede sentirse incorporada a la narración, pues ellas y ellos se han sentido enviados también a lugares donde Jesús todavía no es conocido. Todas las instrucciones que Jesús les da remiten a la misión itinerante que fue central en la vida de Jesús pero que también fue determinante para la expansión del cristianismo por toda la cuenca mediterránea en el siglo I. En ellas se destacan tanto las dificultades que han de afrontar los misioneros y misioneras como el estilo con que han de afrontar el envío. La conciencia de la inmensa tarea que tenían por delante podía asustar. Eran pocos y sabían que el mensaje del Reino no siempre era bien acogido (Lc 10,8-12). Por eso Jesús les recuerda que Dios está impulsando la misión junto a ellos (Lc 10,2) pero que no sean ingenuos, pues tendrán mucha oposición (Jesús fue el primero que la tuvo) y querrán arrebatarles su mensaje liberador (Lc 1,3). Les recuerda también que el éxito de su misión no depende del poder que tengan, ni de los recursos que utilicen, sino que por el contrario depende del testimonio de su vida y de la pasión con que ellas y ellos mismos vivan el mensaje del Reino (Lc 10, 4). Y esto no es sólo una cuestión de austeridad, sino de un modo de ser y de estar que deje fluir la bondad, el perdón y el amor del Abba en quien Jesús les ha enseñado a creer (Lc 10, 17-20). Quizá el modo de narrar y los ejemplos que se proponen en el texto responden al contexto de una cultura muy diferente a la contemporánea, pero lo importante es buscar hoy como caminar como discípulas y discípulos enviados a anunciar el Reino de Dios. Un anuncio que implica un estilo contracultural pero no anticuado. Un envío que nos lleva a sanar, reconciliar y dar esperanza, pero sin caer en la tentación de pactar con los poderes que nos pueden dar seguridad, pero nos quitan la libertad. En el horizonte de nuestra misión está el Reino de Dios tal como Jesús lo entendió y lo vivió y no una religión o una doctrina. El mensaje por tanto de nuestra misión ha de ser siempre liberador y capaz de incluir y nunca excluir, capaz de denunciar la injustica y los poderes manipuladores y opresores. Y ante quien quiera domesticarlo o recortarlo “sacudamos el polvo de nuestras sandalias en la plaza” (Lc 10, 10-12) y continuemos nuestro camino. Sin reserva ni duda, permito que estés en el mundo como eres, sin un pensamiento o palabra de juicio.
No veo error alguno en las cosas que puedas decir, ni hacer, sentir y creer, porque entiendo que te estás honrando a ti mismo al ser y hacer lo que es verdad para ti. No puedo recorrer la vida con tus ojos ni verla a través de tu corazón. No he estado dónde tú has estado ni experimentado lo que has experimentado, viendo la vida desde tu perspectiva única. Te aprecio exactamente como eres, siendo tu propia y singular chispa de la Consciencia Infinita, buscando encontrar tu propia forma individual de relacionarte con el mundo. Sin reserva ni duda, te permito cada elección para que aprendas de la forma que te parezca apropiada. Es vital que seas tu propia persona y no alguien que yo u otros piensen que “deberías” ser. En la medida de mi capacidad, sin denigrarme o ponerme en un compromiso, te apoyaré en eso. No puedo saber qué es lo mejor para ti, lo que es verdad o lo que necesitas, porque no sé lo que has elegido aprender, cómo has elegido aprenderlo, con quién o en qué período de tiempo. Solo tú puedes sentir tu excitación interna y escuchar tu voz interna; yo solo tengo la mía. Reconozco que, aunque sean diferentes entre sí, todas las maneras de percibir y experimentar las diferentes facetas de nuestro mundo, todas son válidas. Sin reserva ni duda, admito las elecciones que hagas en cada momento. No emito juicio sobre esto porque es imprescindible que honre tu derecho a tu evolución individual, porque esto da poder a ese derecho tanto para mí como para todos los otros. A aquellos que elegirían un camino que no puedo andar o que no andaría, y aunque puede que elija no añadir mi poder ni mi energía a ese camino, nunca negaré el regalo de amor que Dios me ha concedido para toda la Creación. — Como te amo, así seré amado. — Así como siembro, recogeré. Sin reserva ni duda, te permito el derecho universal de libre albedrío para andar tu propio camino, creando etapas o manteniéndote quieto cuando sientas que es apropiado para ti. No puedo ver siempre el cuadro más grande del Orden Divino, y así no emitiré juicio sobre si tus pasos son grandes o pequeños, ligeros o pesados, o conduzcan hacia arriba o hacia abajo, porque esto sólo sería mi punto de vista. Aunque vea que no haces nada y juzgue que esto es indigno, yo reconozco que puede que seas el que traiga una gran sanación al permanecer en calma, bendecido por la Luz de Dios. Porque es el derecho inalienable de toda vida el elegir su propia evolución y sin reserva ni duda, reconozco tu derecho a determinar tu propio futuro. Con humildad, me postro ante la comprensión de que, aunque el camino que veo es mejor para mí, no significa que sea también correcto para ti; que lo que yo creo no es necesariamente verdad para ti. Sé que eres guiado como yo lo soy, siguiendo tu entusiasmo interno por conocer tu propio camino. Sé que las muchas razas, religiones, costumbres, nacionalidades y creencias en nuestro mundo nos traen una gran riqueza y nos procuran los beneficios y enseñanzas de tal diversidad. Sé que cada uno de nosotros aprende en nuestra manera única para devolver ese amor y sabiduría al TODO. Entiendo que si solo hubiese una forma de hacer algo, solo necesitaría haber una persona. Apreciaré tu luz interna única, te comportes o no de la manera en la que considero que deberías, y aunque creas en cosas que yo no creo. Entiendo que eres verdaderamente mi hermano y mi hermana, aunque puede que hayas nacido en un lugar diferente y creas en diferentes ideales. El amor que siento es por absolutamente todo lo que ES. Sé que cada cosa viva es una parte de la conciencia y siento un amor profundo por cada persona, animal, árbol, piedra y flor, por cada pájaro, río y océano, y por todo lo que es en el mundo. Vivo mi vida en servicio amoroso, siendo el mejor que yo pueda, haciéndome más sabio en la perfección de la Verdad Divina, haciéndome más feliz, más sano y cada vez más abundantemente gozoso. Aunque a lo largo del camino puede que me gustes, o sienta indiferencia por ti, o me disgustes, no voy a dejar de amarte, de honrar tu singularidad y de permitirte ser tú. Esta es la llave de la paz y armonía en nuestras vidas y en nuestras Tierra porque es la piedra central del Amor Incondicional». “In la k’ech”: Los mayas saludaban con esta expresión, que significa “Yo soy otro tú”; y contestaban: “Hala Ken”, que significa “Tú eres otro yo”. No es que los hombres le adoren, es Dios quien adora y sirve a los hombres por: Xabier Pikaza7/3/2019 Nací un día de Corpus (12.06.1941) y esa fecha (reflejada de un modo angélico en la revista de la Sección Femenina de la Falange de aquel mes y año) ha marcado mi vida. No me llamaron Corpus, pues no se estilaba, sino Antonio Jabier (me bautizaron el 13), pero me he sentido siempre vinculado al Corpus, con sus rasgos folclóricos y/o entrañables de presencia cristiana en grandes ciudades y en pueblos.
Año tras año, desde 2007, he venido colgando en este blog mis reflexiones sobre el Corpus, fiesta tardía, del siglo XIII, que ha sido por siglos día clave de la Identidad católica, en línea de afirmación sacral, clerical y social. Es una fiesta importante, pero quizá ha sido desenfocada en línea de glorificación de la Iglesia más que de Don o Regalo de Dios para los hombres. Ahora (2020) está perdiendo su brillo antiguo, y es tiempo de actualizarla, expresando y ratificando por ella la claridad del Cuerpo y Sangre de Cristo, enturbiada por resonancias triunfalistas y clericales, vinculadas al poder de algunos que han querido seer guardianes y en algún sentido "dueños" del cuerpo de Cristo, en forma de poder sacral, más que de encarnación y servicio (gozo) humano de Dios, que es comunión de amor y vida de los hombres, su verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta fiesta nació tarde, como he dicho tarde, e insistió en el carácter sagrado (poderoso) de la presencia de Cristo, elevado en la Custodia y consagrado por unos ministros de culto, que han aparecido como dueños de ella, olvidando (o dejando en segundo plano) el hecho de que el Cuerpo Real de Cristo son los hombres y mujeres (y en especial los más necesitados). En ese contexto quiero ofrecer una reflexión de base sobre el "cuerpo de Cristo", sobre el Dios que sirve/adora a los hombres (por ellos vive y muere) desarrollar después, una vez más en este blog el origen y sentido de la eucaristía en el Nuevo Testamento (antes de que existiera esta fiesta tardía del Corpus Christi, que a mi juicio debe actualizarse mucho).
El problema de cierta teología está en el hecho de haber “cosificado” esa experiencia, destacando el “triunfo de Jesús” en sí (como si fuera emperador o sacerdote superior), tendiendo a separarle y colocarlo sobre unos altares, en vez de descubrirle, venerarle en la vida de los hombres sabiendo que su altar y su "hostia consagrada" (que ha de ser sacada en procesión de gozo) son los creyentes, los pobres y excluidos de la tierra por los que vivió Jesús Ciertamente, en un sentido, Jesús ha resucitado en sí; pero en otro sentido debemos confesar que él lo ha hecho en los creyentes, de forma que ellos son su resurrección (son su cuerpo real, su eucaristía) La Eucaristía o Cuerpo de Cristo es el pan-vino compartido y celebrado, como recuerdo y presencia suya, en la vida de los hombres, de forma que su cuerpo son (somos) los creyentes, aquellos que aceptan y agradecen su presencia, de tal forma que él (Jesús) vive y resucita en ellos, no para negar la identidad de cada uno, sino para ratificarla, pues por (en) él todos y cada uno de nosotros somos “resurrección” de Dios, Dios Eucaristía (Hostia sagrada) Por eso, el “cuerpo” de Jesús no es sólo el suyo, individuo separado, sino el de aquellos que confían y viven en él. Así lo presenta Pablo en su experiencia y teología del “cuerpo”, que no es de tipo imaginario, sino mesiánico, corporalidad como presencia de unos en otros, y de todos en Jesús, que es “cuerpo” siendo palabra de Dios encarnada en la historia (cf. Jn 1, 14) . Todos los cristianos no son sacerdotes (celebrantes y presencia) de ese cuerpo de Cristo, no por un tipo de consagración posterior externa de presbíteros u obispos, sino por su propia existencia en (ante y con) Dios, entrando como y con Jesús en el “tabernáculo de la vida” (me has dado un cuerpo: Hebr 10,7), dando (regalando) la vida para que así vivan los otros. El sacerdocio de Cristo (Melquisedec) no es propiedad de unos hombres especiales, separados de los otros, sino que se identifica con la vida de cada persona, recibida, regalada y compartida, como don, por los demás, en forma de entrega, hasta morir y resucitar. El llamado sacrificio eucarístico no es algo que uno hombres consagrados (por encima de los otros) “hacen”, sino aquello que los cristianos son, su misma vida, como recuerda Hebreos: “Es imposible que la sangre de toros y machos cabríos borre los pecados. Por eso, entrando al cosmos, Jesús dice: Sacrificios y ofrendas no has querido, pero me has dado una vida (un cuerpo, sôma)... Holocaustos y sacrificios por el pecado no te han complacido. Por eso dije: he venido ¡oh Dios! para cumplir tu voluntad” (10, 4-6; cf. Sal 40, 6-8). No vale según eso el rito o sacrificio separado, ni la ofrenda de animales, pues a Dios no le agrada la sangre derramada con violencia, sino la vida en amor de comunión. En esa línea se puede y debe afirmar que Jesús es sacerdote, pero no como Aarón, por oficio y liturgia sacrificial, sino por humanidad de amor, es decir, por el don de la propia vida. El templo de Jerusalén, con sus ritos de sangre, ha perdido de esa forma su sentido, pues no hay más rito ni templo que la vida cumplida en amor. Jesús declara así inútil el sacerdocio de la ley sacrificial (con animales muertos), e introduce a los creyentes en su vida que sacerdotal por sí misma, no por oficio, familia o rito, sino porque, siendo Hijo de Dios (hombre pleno), él ha expresado humanamente la riqueza y plenitud de su ser divino, regalando su vida por los demás, resucitando en ellos. Más que culto a Jesús resucitado (una forma de adorarle), el cristianismo es adoración de Cristo a los hombres, por quienes vive, a favor de quienes muere (da su vida), resucitando en ellos. El verdadero culto no es algo que los hombres hacen por Dios o dan a Dios, sino aquello que Dios ha realizado en Jesús, dando su vida a los hombres, compartiéndola con ellos, para formar así con ellos un “cuerpo”, es decir, una comunidad de amor,como sabe y dice todo el NT, Cristo no es cabeza para dominar, para imponer, para ser venerado por todos, para que le lleven así en procesión angélica o social, sino sino que lo es por haber ofrecido y ofrecer, haciéndose presente en los hombres que aceptan su amor, que se aman. En este Cristo pascual que ha muerto por y para resucitar a todos (no para resucitar él sobre los demás y de esa forma someterles) pueden integrarse en libertad todos los seres, del cielo y de la tierra (como sabe Flp 2, 6‒11). En este Cristo pascual (crucificado/resucitado) quedan recapitulados en libertad todos los seres del cielo y de la tierra, en línea de salvación (no por la fuerza, sino libremente, de forma que él (Dios en él) pueda ser en libertad de amor todo en todos (1 Cor 15, 28) Este anuncio del Dios Todo-en-Todos integra en su gloria a los mismos que, desde nuestra perspectiva, parecen y son malos, pues Jesús se ha entregado por/con ellos en gesto de amor, en manos de Dios y de esa forma ha superado la violencia y ruptura de un sistema de ley donde triunfan los fuertes y/o buenos, excluyendo a los pobres y/o malos. Dios no ha de acudir a ninguna imposición sacrificial para reconquistar su poder amenazado, sino que es por Cristo, en sí mismo, todo en todos. No hay, por tanto, dos normas: una de ternura y gratuidad para los buenos, otra de violencia y condena para los perversos, pues el Apocalipsis de Dios y su Reino en Jesús es perdón y acogida universal. REFLEXIÓN COMPLEMENTARIA Comunidad eucarística, cuerpo compartido Vivir no es sólo nacer de Dios, sino compartir la vida de Dios en nuestra vida, en forma de comida, conforme al testimonio del mensaje, de la muerte/resurrección de Jesús: Vivimos de la vida de otros, somos dándoles nuestra propia vida. Entendida así, la existencia cristiana se condensa y expresa en el signo de la eucaristía: Somos (=existimos) recibiendo la vida de los otros (en Jesús, por Jesús), compartiéndola con ellos, y regalándola así, en gesto de amor y de comunicación total. Jesús ha creado una familia que no se define por un tipo de ritos nacionales o sacrales, sino básicamente por la comunión alimenticia, a campo abierto (multiplicaciones), sin separación de hombres o mujeres, judíos o gentiles, en forma de “eucaristía galilea”, es decir, de comida profana de panes y peces, tal como aparece en todo el evangelio, desde la bienaventuranza de los hambrientos a quienes se debe alimentar (Lc 6,21-22 par.) hasta la bendición final de Mt 25,31-46, donde Jesús dice a los de su derecha “venid, benditos de mi Padre…, porque tuve hambre y me disteis de comer…”. En ese fondo ha interpretado la Iglesia la Última Cena de Jesús, ampliando y universalizando la primera palabra de Adán cuando dice a su mujer “ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen 2, 23‒24), pues así como varón y mujer (dos seres humanos) forman una sola carne en amor y donación de vida, Jesús y los creyentes forman un cuerpo (sôma, cf. Mc 14, 22 par), en sentido carnal (de sarx), como ha puesto de relieve Jn 6, 51‒58. En esa línea, el arquetipo de la eucaristía constituye con el bautismo el signo de identidad de la iglesia [1]. De Jesús a Pablo y Marcos Las palabrasde la cena (Mc 14, 22-25 par) retoman el mensaje y vida de Jesús, expresando su “ruptura y creaciòn mesiánica”, como reinterpretación de la pascua judía que habían querido celebrar sus discípulos. En su forma actual esas palabras sólo han podido ser fijadas (como recuerdo histórico y texto litúrgico), desde la perspectiva pascual de la Iglesia, según estos cuatro momentos [2]: − Última cena. Referencia histórica. Jesús celebró con sus discípulos una cena de solidaridad y despedida, marginando (superando) los rituales de la pascua nacional judía (cordero sacrificado), para insistir en el pan compartido (multiplicaciones) y el vino del Reino. Es probable que esa cena tuviera un carácter dramático, y marcara una ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta real de sus discípulos (que seguían buscando un triunfo político/mesiánico). En ese contexto puede y debe situarse el “logion escatológico” de 14, 25, que marca el rasgo distintivo de la esperanza de Jesús: “No beberé más de este vino, hasta beber el vino nuevo del Reino”. − Primera comunidad, memoria acristiana. Los seguidores de Jesús mantuvieron y actualizaron (celebraron) su signo en las cenas/comidas comunitarias, centradas en el pan compartido y, de un modo especial, en el vino de la promesa del Reino. Esas cenas eran momentos fuertes de celebración del recuerdo y presencia de Jesús resucitado, a quien sus seguidores descubrían al juntarse y recordarle en el pan de su proyecto/mensaje y en el vino de la esperanza del Reino. En este momento, las “eucaristías” se identificaban con las mismas reuniones de oración, recuerdo y comida de las iglesias (en ese fondo puede situarse Mc 14, 3‒9). − Comunidades helenistas (Pablo). En un momento dado, que podemos conocer por Pablo (1 Cor 11, 23-26), algunas comunidades de Jerusalén y Damasco, de la costa palestina y de Fenicia y después en Antioquía “descubrieron” (encontraron, desplegaron) un elemento nuevo en los signos de la cena, como memoria de Jesús, interpretando el pan como “cuerpo mesiánico” (sôma)del Cristo y el vino de la promesa del reino como “copamesiánica” (sangre-haima) de la nueva alianza que Dios ha realizado en y por Cristo[3]. − El evangelio de Marcos (Mc 14, 22‒25) recoge esa tradición de las comunidades y de Pablo y la integra en la historia de Jesús, en el contexto de su cena histórica, dando un encuadre biográfico la afirmación central de Pablo («El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan…»: Cor 11, 23). En el fondo de esa “entrega histórica” (descrita bien por Marcos) recibe su sentido el signo del pan como cuerpo mesiánico y del vino como sangre de la alianza. Marcos presenta estas palabras a modo de conclusión y compendio del evangelio, para indicar que Jesús ha culminado y ratificado al fin lo que había comenzado a realizar en Galilea (cf. Mc 1, 14-15), al presentarse así para la nueva comunidad mesiánica como pan y vino de Reino. Pablo, en cambio, sitúa esas palabras en un contexto de “celebración ritual” de la Iglesia, añadiendo que él ha recibido del Señor (parelabon apo tou kyriou) la tradición que ha transmitido (ho kai paredôka hymin), de manera que puede ofrecer y ofrece una formulación nueva de la “Cena del Señor” (kyriakon deipnon: 1 Cor 11), sin limitarse a repetir lo que decía la comunidad anterior, sino aportando lo que ha recibido por revelación pascual. Mc 14, 22b. El pan de la cena. Este signo (y tomando el pan…) actualiza el gesto de las multiplicaciones (cf. 6, 30-44; 8, 1-10), que los discípulos no habían entendido (cf. Mc 8, 21), y que deberán hacer a lo largo del evangelio: − Y tomando (labôn: cf. Mc 6, 41; 8, 6). De los panes y peces de las multiplicaciones pasamos al pan de la última cena de Jesús que, al partirlo y com‒partirlo, se entrega a sí mismo, para crear así el cuerpo mesiánico. Como he dicho ya, entre las multiplicaciones y la eucaristía se establece un camino de ida y vuelta: sólo se multiplica de verdad el pan allí donde el creyente entrega su vida, volviéndose comida y creando comunión con (para) los demás (como hace Jesús). El signo central de la pascua judía era el cordero sacrificado y compartido en familia de puros. Por el contrario, la pascua cristiana se centra en el pan que Jesús reparte a todos, ofreciéndose a sí mismo por/con ellos [4]. −Y dijo: tomad. Ha desaparecido el cordero como signo de unidad y comunión del pueblo y en su lugar aparece Jesús con un pan (como si él mismo lo fuera). Ya no pronuncia una palabra y signo de sacralidad antigua sobre un cordero entendido como expresión y presencia de Dios en el Éxodo, sino que “crea” una nueva sacralidad, que se identifica con su vida compartida en forma de pan (en la línea de lo dicho en otro contexto por Hebreos). La sacralidad mesiánica se identifica así con la vida, simbolizada en un pan, que es cuerpo regalado (labete, tomad), de forma que hombres y mujeres no se vinculan ya con palabras de doctrina, ni con simples ideales de futuro sino con el pan de su vida, que es la de Jesús, la de la Iglesia [5]. − Esto es mi cuerpo (sôma). Jesús personaliza la experiencia del pan, cuya importancia había destacado Marcos en las multiplicaciones y en la ayuda a los pobres, diciendo: «Esto (=el pan que llevo en mis manos) es mi propio cuerpo», mi verdad, el sentido de mi vida. Gramaticalmente el sujeto puede ser la última palabra de la frase, de manera que podemos traducirla: «Mi cuerpo (=mi vida mesiánica, mi reino) es este pan que llevo en la mano y que os doy para que lo compartáis»[6]. De esa forma, en proceso de fuerte radicalización mesiánica, Jesús aparece como realidad y sentido (contenido y soporte personal) de su obra, entendida en forma sacramental, con el pan como signo supremo de su vida. Por eso, al culminar su camino, Jesús ha podido identificarse con el pan que ofrece y comparte con sus seguidores, con quienes van a traicionarle, fundando la iglesia sobre su cuerpo convertido en fuente de existencia (encuentro) para todos los hombres y mujeres. Ésta es la señal que los fariseos (y los discípulos) no habían entendido (Mc 8, 11-21). Lo que Jesús había iniciado en Galilea (multiplicaciones) lo cumple ahora en Jerusalén, ofreciendo su sacramento a la Iglesia [7]. Mc 14, 23-24. Profundización eucarística, el cáliz. Marcos había interpretado ya el cáliz como “bautismo”, es decir, como muerte a favor del Reino (cf. 10, 35-45). En ese contexto había añadido que Jesús, Hijo del Hombre, «ha venido a servir a los demás y a dar su vida (psykhê) como redención por muchos (anti pollôn)» (10, 45). Desde ese fondo entiende el sacramento del vino, interpretado como “sangre” en el sentido radical de “vida” (Gen 9, 4-5; Lev 17, 11.14; Dt 12, 23). Por eso (a diferencia de Pablo), él identifica el cáliz con la sangre (vida) de Jesús y no sólo con su alianza: − Tomando (un) cáliz (potêrion)... Cáliz es un utensilio (copa o vaso), y también la bebida que contiene (cf. Mc 7, 4). Preguntando a los zebedeos si estaban dispuestos a beber el cáliz que él iba a beber (cf. 10, 38-39), Jesús lo relaciona con la entrega de la vida. Más tarde, el relato de Getsemaní (14, 36: ¡aparta de mí...!) presenta el cáliz como expresión de fidelidad hasta la muerte. Esta palabra, entendida en sentido más sacral (cáliz) o más profano (copa), implica una experiencia de solidaridad y comunión, el don de la vida regalada, compartida. − Dando gracias, se lo dio. Jesús interpreta su vida como copa/cáliz que ofrece a sus discípulos, de forma que todos beben de ella y se comprometen a compartir su destino. En este contexto, beber su cáliz significa asumir el gozo, pero también el riesgo y entrega del evangelio, en generosidad o donación de vida. En esa línea, Jesús ha querido que su recuerdo quede vinculado a una celebración de solidaridad, esto es, de comunicación gozosa, simbolizada en el vino que él ofrece y que ellos reciben y comparten, asumiendo su destino [8]. − Y les dijo: ésta es la sangre (haima) de mi alianza (moutêsdiathêkês). No es la sangre de la generación biológica (como la de Abraham, y los Doce patriarcas, con sus descendientes carnales, en la línea de Jn 1, 13, donde ella se identifica en el fondo con el semen), ni es tampoco la sangre ritual de los sacrificios de animales muertos, pues el gesto y palabra de Jesús transciende ese nivel, sino el signo de la alianza que él realiza ofreciendo su vida (su camino) a los marginados de Israel y a los malditos (enfermos, pecadores) de la tierra, no una sangre de muerte, sino de vida intensamente regalada y compartida[9]. − Derramada por muchos (hyper pollôn), como en Mc 10, 45. Muchos tiene aquí el sentido de «todos», a diferencia de Pablo, que habla a su iglesia, en un contexto litúrgico, y dice que el pan/cuerpo es “por vosotros”, los que participan en la cena (¡sin negar que pueda ser también por todos!). Marcos sitúa la cena en un contexto biográfico más amplio, afirmando que la sangre de Jesús se derrama (ofrece) «por muchos», un término que, pudiendo tomarse en perspectiva cerrada (los muchos o numerosos son en Qumrán lo miembros del propio grupo), se entiende aquí en perspectiva abierta, pues muchos no se opone “otros” (una minoría separada), sino que tiene un sentido de totalidad, refiriéndose a todo Israel, y la humanidad a la que Dios ofrece en Jesús la nueva alianza, como puede verse en Is 53-54, y en todo Marcos (cf. 13, 10; 14, 9)[10]. Derramar la sangre significa dar la vida, ponerla al servicio del reino de Dios (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34. 45), una sangre que es la persona entera (Lev 17, 11), entendida en sentido integral, en forma de resurrección y comunicación, como he puesto de relieve al hablar de la vida de Jesús tras la muerte.. La alianza entre los hombres consiste en que unos transmitan su vida a los otros, y la compartan así, en camino de Reino, en sentido radical, algo que sólo aquí, en el cristianismo, ha venido a expresarse y realizarse en forma “sacramental”, como experiencia de resurrección, esto es, de vida de unos en otros. El mensaje y camino del evangelio no se traduce en forma de interioridad gnóstica, ni de imposición mesiánica (como reino político y dominio sobre otros pueblos), sino de comunicación vital, como se expresa en el rito de la cena, en el que Jesús aparece, por un lado, como Mesías individual, identificándose al mismo tiempo con sus discípulos, como ha puesto de relieve el sermón de la cena de Jn 13‒17, de manera que lo que él ha hecho (dar su vida por los demás) han de hacerlo igualmente sus discípulos. En ese sentido, siendo “celebración de Jesús”, la eucaristía es celebración de su iglesia, de tal forma que cada cristiano ha de entregar (regalar) su vida por y con los otros, en el gesto concreto de compartir el pan y el vino como “cuerpo y sangre” de Jesús resucitado (es decir, de todos los creyentes, de todos los hombres y mujeres), resucitando así unos en otros. De esa forma, tras el bautismo, la eucaristía ha sido y sigue siendo el paradigma básico de la vida cristiana. Nota aclaratoria: Reflexión sobre la sentencia del Tribunal supremo español a propósito del mediático caso de la “Manada" (Una violación perpetrada por cinco individuos que se autodenominaban así). Se subraya el valor de la rehabilitación sobre el del escarnio.
Los ánimos de gran parte de la población están justificadamente exasperados ante una violencia contra la mujer que no cesa, pero pareciera queremos acabar de repente, a golpe de maza, con un problema que subyace en lo profundo de la psiquis humana. ¿Son “las sentencias ejemplares” la sola arma para atajar esa gravísima lacra, o lo es sobre todo la promoción de una nueva relación entre hombres y mujeres que contribuya a desterrar el pernicioso, y a veces letal, machismo aún imperante? ¿Qué pueden hacer quince años que no hagan diez? La vía penal, sin dejar de ser necesaria, no debiera ser la única. Llueven “whashaps” con el escueto “me alegro”, pero considero que debiéramos anteponer el arrepentimiento de victimario al escarnio. No nazca la alegría en el mal de un ser humano. El principio de compasión universal, al que a duras penas hemos de tratar de ser fieles, nos lo impide. Creo firmemente en la ley superior de la evolución, creo que en todo ser humano habita un alma más o menos desarrollada, creo que esa alma es siempre susceptible de crecer y evolucionar. Nuestro deber es auspiciar de la forma más eficaz posible ese necesario progreso. En razón de esta primera máxima universal de compasión humana, tan lejos aún del corazón de quien suscribe, hemos de buscar la rehabilitación de toda persona que haya cometido una barbaridad. La cárcel no siempre rehabilita. Deseo que el de la Manada se rehabilite, no que necesariamente pase más años a la sombra. Será preciso procurar las condiciones para que emerja el arrepentimiento y la solicitud de perdón. A partir de ahí, deseo que dentro y fuera de la cárcel se acoja a proyectos de rehabilitación con buenos profesionales, también con buenos testimonios que le procuren poco a poco un cambio en su tan atrasada forma de sentir, pensar y actuar. Quiero que el de la Manada mire a la mujer de otra forma; que deje de observarla como vulgar objeto de deseo. Quiero que cuando esté delante de ella, recuerde que es sagrada, que sagrada es la mujer que la trajo al mundo, igualmente sagrado el acto de le concibió. Quiero que repare en que hay cosas que elevan y hay otras que degradan. La satisfacción de nuestros deseos más bajos, máxime cuando media la violencia ante una mujer indefensa, denigra hasta lo más profundo. Quisiera convencerle que se merece, en tanto que humano, un destino más sublime. Quisiera mostrarle altos horizontes, luminosas metas, sacarle para siempre de esos oscuros portales de sexo rápido y forzado, de la pobre mente que no divisa más nobles satisfacciones. Vamos a iniciar debates serios y profundos sobre las posibilidades de la regeneración humana en este tipo de graves casos, auténtico meollo del problema. Vamos a la esencia de la cuestión, no nos llevemos por el ánimo del despecho. Todo ser humano es susceptible de iniciar una nueva vida inspirada en nuevos valores. ¿Ayudan en todo ello los barrotes? ¿Adoptadas todas las medidas cautelares necesarias, no será mejor en un plazo razonable el aire libre, el trabajo cooperativo, la cercana naturaleza y su supremo espejo de armonía y pureza? ¿No será más positivo el ejemplo cercano de hombres que establecen con sus compañeras un vínculo de supremo respeto, de cariño y protección, de varones que devuelven a la mujer toda la sacralidad de la que la Creación las imbuyó? ¿Y si esos hombres que tan salvajemente se comportaron no hubieran conocido nunca la imborrable marca de la ternura? ¿No será la magia de esa ternura, el calor humano puro lo que realmente les redimirá, lo que les colocará en otro punto de conciencia, que no necesariamente la cárcel? ¿No será mejor remontar a la esfera de las causas, atajar el problema desde su raíz en la mente humana? ¿No será más positivo reeducarles que odiarles, no será más lógico que asumamos también la importante carga de responsabilidad de una sociedad, de unos medios de comunicación, que tan a menudo invitan a desatar los instintos inferiores, que tan a menudo no colocan a la mujer aún en ese lugar sagrado y de exquisito respeto que merece? Lamentablemente hoy predomina más que nunca la cosificación de la mujer y la banalización del sexo, desproveyéndolo del componente emocional de la entrega amorosa mutua y del indispensable cariño. El problema que analizamos y su resolución son muy complejos. Las soluciones que entrevemos pasan por la información cualificada y la formación en principios. Los valores que en primera instancia pueda evidenciar la familia, apuntan sin duda en el buen sentido. Casos de flagrante agresión a una persona demandan una reclusión mínima, que salvo clara falta de arrepentimiento o reincidencia no debiera extenderse. A poder ser esa reclusión sea edificante, reeducadora; quizás así se consiga que el “lobo” deserte de perturbadoras “manadas". La sola punición poco ayuda. Más años de cárcel de alguien, no nos hagan más felices. Atinen más los Tribunales en la definición de los delitos, pero no necesariamente nos alegremos porque a alguien le caigan más años cruzando aburrido aspas sobre las casillas del calendario. |
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