i queremos entender el verdadero sentido del texto, no debemos olvidar el contexto en el evangelio de Lc. Enmarcado dentro del viaje a Jerusalén, este relato intenta determinar el perfil de aquellos que quieren seguir a Jesús. Durante esa subida, va formando a sus discípulos. Lc es el único que relata este episodio y no es casualidad que una vez más se sienta interesado en destacar la importancia de la mujer en la vida pública de Jesús. No debemos interpretar el texto como una condena de la actitud de Marta. Es solo el contrapunto para resaltar la necesidad que todo cristiano tiene de escuchar al único Maestro.
No tiene ningún sentido haber sacado, de este relato, una distinción entre la vida contemplativa y la vida activa. Mucho menos si, en vez de distinción, lo que se pretende es una oposición. Tampoco aparece por ninguna parte la pretendida superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa. No es correcto interpretar este evangelio como proclamación del cristianismo a dos velocidades: 1ª los de la vida contemplativa: 2ª los que se dedican a la vida activa. Parece que el primero que levantó esta falsa liebre fue Orígenes, y durante 18 siglos hemos seguido corriendo detrás de un señuelo de trapo. El domingo pasado terminaba el evangelio con esta frase: “Anda, haz tú lo mismo”. Del evangelio se deduce que no puede darse un amor a Dios directo, que no se refleje en el amor a los demás. Aplicado a tema que nos ocupa, no puede haber auténtica contemplación que no se manifieste en la acción. Tampoco puede haber una acción verdaderamente espiritual que no surja de la contemplación. Claro que puede haber acciones buenas sin contemplación, pero serán solo programaciones, que no nos enriquecen espiritualmente. Y puede haber contemplación sin acción, pero será siempre una falsa ilusión. Una vez más debemos superar la aparente contradicción del evangelio. En otro lugar dice Jesús: “el que escucha estas palabras mías, y no las pone en práctica, se parece a un hombre necio, que edificó su casa sobre arena”. Edificar sobre roca es escuchar y obrar en consecuencia. Por lo tanto, nada más lejos puede estar este relato de un espiritualismo desencarnado. Eso sí, para actuar con verdadero sentido espiritual, debemos primero escuchar a Jesús y descubrir en su vida y enseñanzas los motivos de la acción. Esto, que parece tan sencillo, es la clave para entrar en la dinámica del mensaje de Jesús. Todo lo que no sea entrar por este camino, será engañarnos. Marta, al quejarse, no tiene en cuenta lo que María está haciendo. Solo tiene en cuenta las consecuencias de esa actitud que le perjudica. Jesús no critica a Marta por estar ocupada, sino por estar preocupada e inquieta por realidades materiales, que tienen muy poca importancia. Tampoco dice que lo que hace sea malo. Fijaos, que dice: “María ha escogido la parte mejor; lo cual significa que lo que hacía Marta era también bueno. El mensaje es que toda acción verdaderamente cristiana debe nacer de la contemplación. Todos tenemos que ser a la vez, Marta y María. No es fácil mantener el equilibrio. En un árbol frutal, ¿qué es lo más importante, las raíces o el fruto? La pregunta es absurda. Sin las raíces es impensable el árbol. Sin los frutos, el árbol sería completamente inútil. Es muy fácil resbalar hacia una u otra dirección. En todas las épocas ha habido místicos que despreciaron el trabajo y hombres y mujeres de acción que despreciaron como inútil la contemplación. El maestro Eckhart tiene una interpretación desconcertante de este relato. Suponiendo que la primera consecuencia de una escucha de la Palabra sería el servicio y descubriendo que Marta ya está cumpliendo esa tarea, deduce que Marta adelanta a María porque ella ha escuchado y ya está cumpliendo. Viniendo esta reflexión de uno de los más grandes místicos de todos los tiempos, nada sospechoso de menospreciar la contemplación, debemos tomar muy en serio esta advertencia. La contemplación es lo primero, pero no es más importante. A la luz de este relato, se abre una nueva perspectiva para la mujer. María, es aceptada por Jesús como interlocutora válida. Tal vez sea el relato más subversivo de todo el evangelio. “Sentada a los pies de Jesús escuchaba su palabra”. María está allí como discípula. Esto trastoca todos los valores en que estaba fundada la sociedad de la época. Algunos dichos rabínicos nos dan una pista de lo que pensaban de la mujer: “El que enseña la Torá a una mujer, le enseña necedades”. “Mejor fuera que desapareciera en las llamas la Torá, antes de ser entregada a la mujer”. “Maldito el padre que enseña a su hija la Torá”. La mujer tiene que crecer como ser humano. Tiene que descubrir que humanizarse es más importante que todas las tareas asignadas a la mujer. Jesús invita a las mujeres a desarrollar sus valores espirituales. La actitud de María ayuda a Jesús a descubrir todo eso. Vio que había adquirido unos valores espirituales que a él mismo le servían de referencia. Después de esto, Jesús está en condiciones de responder a la mujer que le hizo una alabanza: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Pero él responde: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". No es el parir el valor fundamental de la mujer, aunque el varón sigue empeñado en mantener esta valoración. Esta actitud de Jesús para con la mujer se manifiesta también en otros muchos lugares del evangelio. El comportamiento de Jesús con la mujer está completamente libre de misoginia o antifeminismo. Ni asomo de miedo al sexo o machismo, ni siquiera paternalismo. Los evangelios nos dicen que en el grupo de seguidores había también mujeres. Los relatos de la mujer adúltera, la pecadora, la Magdalena, la Cananea, la Hemorroísa, nos indican esa preocupación constante por la mujer, que en su tiempo estaba completamente marginada. Lástima que esa actitud de Jesús haya quedado relegada al olvido en la Iglesia, que sigue manteniendo, después de dos mil años, una ideología machista. El Concilio Vaticano II rechazó toda forma de discriminación por razón de sexo como contraria al plan de Dios; pero a renglón seguido nos demuestra, en la práctica, que eso no tiene vigencia en la institución. Las mujeres que se sintieron comprendidas y liberadas por Jesús son discriminadas por sus sucesores. La opresión de las mujeres en la Iglesia es solo una manifestación externa de la represión de lo femenino en la jerarquía. Es hora de superar un patriarcado ciego, inconsciente y fanático. Si la mujer hubiera tenido algo que ver en las decisiones de la Iglesia, no se habrían cometido tantas barbaridades. No es que el cristianismo haya incrementado la marginación de la mujer, pero sí ha mantenido actitudes ancestrales que habían sido superadas por Jesús. Lo que los cristianos hemos hecho con la mujer no es solo mantener una mala costumbre; con el evangelio en la mano podemos afirmar que es una injusticia en toda regla. Contra esa injusticia no solo tienen que luchar las mujeres, tenemos que luchar todos; y no por hacer un favor a la mujer, sino porque es un despilfarro de energías prescindir de un plumazo de más de la mitad de sus miembros a la hora de buscar soluciones a sus problemas. Meditación No hay parte mejor o peor. Como en el frutal, raíz y fruto son igualmente importantes. En el tiempo, echar raíces (escuchar a Jesús) es lo primero. El objetivo será siempre el fruto (el servicio a todos). Intenta ser cada día más Marta y más María. Cada día más enraizado en Cristo. Y más volcado hacia los demás.
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El domingo pasado, la parábola del buen samaritano terminaba con una invitación a la acción: «Ve, y haz tú lo mismo». Imaginemos que quien tenemos delante no es un pobre hombre apaleado y medio muerto, sino Jesús. Se ha presentado en la casa a mediodía. ¿Qué es más importante: afanarnos por darle bien de comer o sentarnos a escucharle?
Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda. Abrahán invita a comer al Señor (Génesis 18,1-10) ¿Cuántos son los invitados? Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres. Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo. En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad. Hospitalidad La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán. El menú, dos cocineros y un maître. Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de flor de harina. A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer. La cuenta Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática. Marta invita a comer a Jesús (Lucas 10, 38-42) El texto del evangelio también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan. ¿Cuántos invitados a comer? En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas. ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús? Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente. El menú, y una cocinera sin ayudante No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche. En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche? Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones. Dos actitudes El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa. El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle. Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes. La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor. Marta-María y el buen samaritano Como indiqué al comienzo, este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que leímos el domingo pasado. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente. La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”. Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús. ¿Podemos decir algo nuevo sobre Marta y María? ¿Y si las descubrimos junto a nosotros?
La hermana Marta es muy eficaz. Desde que la han destinado a la comunidad saca cualquier trabajo adelante. Es la última que se acuesta y la primera que se levanta. Su cabeza es como un ordenador de última generación que calcula, programa, diseña, organiza… Pero hace pocos días hizo Ejercicios Espirituales y se ha encontrado “cuerpo a cuerpo” con Jesús. Marta desplegó ante él la lista impoluta de sus servicios por el Reino: las noches que acorta para ser más eficaz en su trabajo, el agotamiento continuo porque se carga con trabajos que no le corresponden y un largo etcétera. Su manera de trabajar agobia a los demás. No desarrolla las capacidades de sus hermanas, sino que las abruma con su sabiduría y eficacia. Llevaba años esperando que Jesús la felicitara, que le reconociera la cantidad y calidad del trabajo que realizaba y que espabilara a sus hermanas porque no dan la talla que ella desearía que dieran. Pero, en este encuentro con Jesús, Marta se ha quedado sobrecogida y descolocada. Se ha descubierto inquieta, cansada y agobiada. Y, lo que es peor… ha descubierto que es una magnífica “ejecutiva”, pero no da la talla como discípula. Tiene mucho que aprender todavía. Ahora busca la perla preciosa, como cuando entró en la vida religiosa. Jesús le ha ayudado a conectar con sus deseos más hondos, le ha recordado los sueños que motivaron su decisión de ser religiosa. La hermana María, también forma parte de la comunidad y tiene fama de transgresora. Fue de las primeras hermanas que estudiaron teología en la congregación, cuando ni siquiera estaba bien visto porque había mucho trabajo que hacer. Se suponía que esa tarea le correspondía a los hombres, porque “teólogos tiene la santa madre Iglesia”... Desde entonces, intenta estar al día a través de cursos, publicaciones y páginas webs. Habitualmente participa en las manifestaciones del barrio pidiendo que se reconozcan los derechos fundamentales. Recoge el legado de muchas santas y de su propia fundadora, para dar a conocer caminos de encuentro con Dios y con el prójimo. Ora por las calles presentando a Dios el sufrimiento de los hombres y mujeres con los que se encuentra. Cuida tanto esos encuentros que a menudo llega tarde a rezar vísperas. La hermana Marta le ha pedido varias veces a la Provincial que recuerde a esta hermana lo importante que es ser puntual, y trabajar más, en lugar de estudiar y leer tanto. La Provincial le responde con las palabras de JESÚS: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». Muchas hermanas de la Congregación están enredadas en el trabajo, como si la cantidad de trabajo que sacan adelante indicara la calidad de su vida religiosa; pero ella ha encontrado la perla preciosa en la formación permanente, en los encuentros con cada persona y en los espacios dedicados a la oración y contemplación en los que saborea la cercanía del Señor de su vida. Muchas veces vuelve a recordar el carisma que un día cautivó tu corazón, y se siente afortunada. Sí, ella ha escogido la mejor parte. Muy cerca de allí vive una laica llamada Marta. Es madre de familia y cuida a los suyos de tal modo que intenta tener todo bajo control: que la casa esté ordenada, la comida a punto, la ropa de cada uno limpia y planchada… Incluso recuerda sus obligaciones y horarios a los hijos y al marido, “porque a veces se despistan”. Casi nunca participa en los juegos de los niños, ni se sienta con los mayores a ver una película o simplemente a charlar, ¡tiene tanto que hacer! En el fondo, se siente agobiada y cansada. Tiene la sensación de que nadie le ayuda y no se da cuenta de que su forma de controlar todo espanta a quienes la rodean. Intenta continuamente que reconozcan su trabajo dejando caer frases que son como dardos que hieren. Este domingo, en la eucaristía de la parroquia, le ha pedido al Señor, una vez más, que haga algo para que su marido y sus hijos le ayuden. Y, al volver de comulgar, le ha parecido que en su corazón resonaba la voz de Jesús que le decía: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria…» Se ha quedado impactada, descolocada. Por primera vez, se ha preguntado ¿qué estoy haciendo? ¿Qué es importante para mí? ¿Qué sentido tiene mi vida? A la salida de Misa, Marta se ha encontrado con María, otra mujer laica que colabora también en la parroquia. A menudo María es criticada porque no da la talla que se esperaría de una madre de familia. Estudia teología, participa en el consejo de pastoral, escribe para la revista de la diócesis y al llevar la comunión a los enfermos les explica el evangelio sin prisas, con un lenguaje claro y sencillo. La gente le pregunta: ¿Por qué no dices tú la homilía los domingos en misa? Nos hablas de Dios con un lenguaje que entendemos y con imágenes de la vida diaria… María siente que ha escogido la mejor parte, que le ha tocado un buen lote. El evangelio de hoy nos invita a preguntarnos con Marta: ¿Dónde nace nuestro servicio? ¿En el deseo de cuidar al prójimo o en una actitud perfeccionista que humilla a quienes nos rodean? ¿Nos parece que la prudencia es la virtud cristiana por excelencia? ¿Nos damos cuenta de que la prudencia, a veces, conduce a la sumisión, al miedo, a la obediencia irracional…? ¿Dónde quedan la valentía, la parresía, el atrevimiento y la libertad del Espíritu para enriquecer y dar vitalidad al Reino? ¿Nos atrevemos a romper los esquemas, como María, para vivir un discipulado propio de hombres y mujeres adultos del s. XXI, sin tantos lastres heredados del pasado? ¿Qué tipo de mujer, de discípula, están fomentando las comunidades y parroquias a las que pertenecemos? ¿Cómo se dividen las tareas entre hombres y mujeres en nuestras familias y en nuestras comunidades cristianas? ¿Cómo se justifica que unas tareas sean de unos o de otras? ¿Se nota el estilo de Jesús en el hecho de que vivimos una igualdad y una corresponsabilidad que provocan escándalo y son profundamente evangélicas? Hombres y mujeres, todos estamos llamados a ser seguidores de Jesús, a sentarnos a sus pies y escuchar su palabra, a recibirlo en nuestra casa y a servirle en los hermanos… sin agobios, disfrutando de su compañía y su presencia. Estamos llamados no solo a vivirlo, sino a denunciar y suprimir todo aquello que impida que los demás lo vivan así en la Iglesia. Sacerdota es una palabra que fue propuesta y defendida por el periodista Haro Tecglen que admiraba la valentía anglicana de adecuarse a la época: “He escrito sacerdotas por no escribir sacerdotisas, que en España es un término reservado a las servidoras de las divinidades y los templos gentílicos (ojo, no confundir con gentilicios); pero sacerdote no tiene femenino. La Academia siempre ha sido hija amantísima de la Iglesia, y siempre ha tenido dignidades eclesiásticas para que, precisamente, definieran su propio vocabulario”. La situación de inferioridad de las mujeres y su marginación del poder en casi todas las creencias me hace afirmar que las religiones son hoy auténticos templos de la no-paridad.
Incluso Miguel Ángel, rompiendo esquemas y prejuicios ideológicos de su tiempo, había pintado en la cúpula de la Capilla Sixtina el Altar del Sacrificio de Noé con tres mujeres ejerciendo funciones sacerdotales, siglo tras siglo inconmovibles ellas ante las miradas de visitantes, papas y autoridades eclesiásticas. También fuentes arqueológicas y epigráficas testifican casos de sacerdocio femenino (sepulcros con inscripciones: presbíteras y obispas), al igual que otras referencias en las comunidades cristianas primitivas: cartas y epístolas de obispos y papas que testimonian la presencia de mujeres presidiendo la liturgia cristiana (s. IX, obispo Vercelli: “estas mujeres que eran llamadas presbíteras asumieron las funciones de predicar, dirigir y enseñar”), práctica extendida durante los 9 primeros siglos (especialmente en la Iglesia de Oriente) que muestra que los ritos y la ordenación del diaconado era idéntica en lo esencial para hombres y mujeres. Apelando a esta tradición, crecen hoy las demandas reiteradas de movimientos que claman que otro mundo es posible desde la cordura justa donde las religiones puedan ser sal y fermento transformadores con su potencial de ética. Y hasta al mismo cielo llegan también las reivindicaciones de cristianas feministas a favor de la ordenación sacerdotal de las mujeres. Con este propósito, la Red Internacional de organizaciones ecuménicas para la Ordenación de Mujeres Católicas en el Mundo (WOW) había organizado en 2001 el Congreso Internacional de Dublín, dado que en otras iglesias cristianas las mujeres sí están teniendo acceso a todos los ministerios y existen ya obispas y primadas (la de Londres y la de Suecia). Todo ello ha potenciado que las opiniones a favor del sacerdocio femenino se multipliquen desde hace tiempo en el seno de la Iglesia Católica pero la reacción vaticana ante esas decisiones ha sido negativa. Teólogas feministas, que honran a su religión pero no la idolatran, han protagonizado declaraciones donde “se sueltan la toca”, como Teresa Forcades (monja, doctora en medicina, graduada en Teología en Harvard y que pasó por la política), quien opinaba con contundencia: “La Iglesia católica a la cual pertenezco, la mía, es patriarcal y misógina y reserva a las mujeres un papel secundario caracterizado por la sumisión y el servicio”. LA CURA CATÓLICA CHRISTINA MOREIRA Precisamente en nuestra costa atlántica, Christina Moreira, la primera mujer católica (apostólica y romana) que llegó al sacerdocio, ejerce en una comunidad gallega su condición de mujer ordenada como cura: “Formo parte de la Asociación internacional de Presbíteras Católicas ARCWP cuyo fin es ordenar diaconisas, presbíteras y obispas católicas dentro del rito y la tradición romana. Esto conlleva un quehacer práctico y teológico por renovar los ministerios y la eclesiología; adelantamos evoluciones que nuestra querida pero anciana y lenta Iglesia irá haciendo tal vez, pero que a nosotras se nos antojan urgentes…”. De momento es la única española que ha sido ordenada presbíterarespetando la sucesión apostólica (lo que quiere decir ‘ordenada por un obispo’), desobedeciendo el derecho canónico (canon 1024) que establece que sólo un hombre puede celebrar la eucaristía: “Para ser presbítero te tiene que ordenar alguien que haya seguido la línea de los apóstoles, es decir: que fuera ordenado por Pedro, primero, o por el resto de los apóstoles. Y así sucesivamente. Y nosotras hemos seguido esa línea”. Ordenada por una mujer que sí está en la sucesión apostólica (en Florida, 2015, por la obispa Bridget Mary Meehan) la presbítera Moreira ejerce su ministerio sin inhibición, sirviendo con dignidad absoluta, soportando miradas de incomprensión, de perplejidad o las preguntas impertinentes que jamás se harían a un varón. Pero ella habla de bendiciones, de certezas y de ‘Amor a Dios’: “Mis compañeras y yo vivimos ya en un nuevo paradigma y estamos avanzando con nuestras comunidades”. Esta mujer (gallega nacida en Francia) es una persona brillante intelectualmente, políglota, vanguardista, dedicada a su función y con rigurosa formación religiosa (último año de licenciatura en Teología católica). Es un placer intelectual intercambiar opiniones y hasta discutir sobre el sexismo en el lenguaje con la cura católica, a quien precisamente no le gusta la expresión ‘sacerdota’ ni siquiera la de sacerdote: “No quiero que me llamen sacerdote porque no lo soy, no tengo templo, yo soy cuidadora de la comunidad, es decir: soy cura, simplemente, como mis compañeras de la Asociación de Presbíteras Católicas, apóstola de Cristo y continuadora de la tradición. Mi función es la de cura, y en esa función mi género o mi sexo no se requieren. La función se ejerce independientemente que uno sea varón o mujer”. Ella y sus compañeras prefieren definirse como presbíteras ya que en realidad es el término bíblico. Comprometida con varias causas (el feminismo, la defensa de los grupos minoritarios y excluidos) “Practico tanto como puedo la inclusividad absoluta y la acogida respetuosa y amorosa en el marco de una pastoral circular de iguales, pauta identitaria de mi comunidad ARCWP”. RABINAS, IMANAS, PASTORAS… Hoy ya en muchas religiones las mujeres han logrado un ascenso en los niveles jerárquicos: casi 300 rabinas en todas las ramas del judaísmo,1.800 pastoras en la Iglesia Unida de Cristo, 3000 mujeres ordenadas en la iglesia presbiteriana, 1.000 ministras episcopales y 1.429 clérigas luteranas en USA…O Sherin Khankan, imana, fundadora de la mezquita Mariam en Copenhague, quien sólo lleva el velo para rezar y dirigir el salat, y que se define como una líder religiosa moderna y flexible que predica una relectura del Corán y que quiere “contestar las interpretaciones patriarcales del Islam, demostrando que es posible practicarlo y al mismo tiempo ser miembro de una sociedad democrática”. Este ejemplo innovador del feminismo islámico como movimiento centrado en el mensaje de su libro, es realizado por personas musulmanas dotadas del conocimiento lingüístico y teórico necesario para desafiar las interpretaciones integristas, y ofrecer lecturas alternativas. Su argumento es que el Islam ha sido interpretado a lo largo de los siglos de un modo primitivamente patriarcal y misógino: “El espíritu como la letra del sagrado Corán han sido distorsionados y es preciso, en el contexto de las sociedades plurales del siglo XXI, un retorno a las fuentes igualitarias de la religión mahometana”. Otras activistas están llevando a cabo protestas, rezos, cultos y liturgias subversivas contra la falocracia religiosa, para dejar en evidencia el arraigadísimo sexismo de sus instituciones: una ciudadana israelí detenida por una acción para que las mujeres judías puedan rezar en voz alta en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén al igual que lo hacen sus correligionarios varones. O Kate Kelly, quien recibió la excomunión tras fundar el movimiento “Ordain Women” para defender el acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad en el seno de la Iglesia mormona. Tal vez asistimos hoy a una cierta extinción de la desigualdad histórica que existe en las creencias desde finales de la Edad del Hierro. ¡Ojalá, Insh’Allah, Amén! algún día (¡el dios Progreso lo quiera!) acabe el androcentrismo en el que la civilización humana se halla inmersa (ergosus religiones). Evidentemente, el Gran Espíritu (léase Ser Supremo, Mater Natura, Creador, Gran Arquitectura del Universo, Diosa Madre, Realidad divina, Wakan Tanka, Dios…) “ha creado” a mujeres y a hombres iguales en dignidad y no es quien considera a las mujeres menos espirituales que a los varones, ni con desiguales derechos. Definitivamente, no es dios quien prohíbe a las mujeres el acceso al sacerdocio o a las funciones de dirección ritual en las religiones, sin duda es mucho más feminista que los cleros, arzobispados, imanatos, ayatolatos, papados y popados que dicen representarlo en la tierra. Pero todo es susceptible de cambiar, de evolucionar. Retos más difíciles se han conseguido. También en otras épocas históricas las religiones se vieron obligadas a contextualizarse, a colocarse en un nuevo tiempo, a reelaborarse culturalmente. TESTOSTERONA Y PEDOFILIA, SÍ. MUJERES SACERDOTES, JAMÁS La jerarquía kyriarcal vaticana no debe seguir discriminando a las mujeres y culpar a Dios por ello, quienes niegan a las mujeres la plena participación en el liderazgo de la iglesia moderna, basándose para ello en la enseñanza y en la praxis de Jesús y de la iglesia primitiva, están sencillamente equivocados. La feligresía católica está concienciada sobre la necesidad de abrir la Iglesia a las mujeres en igualdad de condiciones, al igual que otras iglesias cristianas la gozan: el 80% de los católicos europeos estaría dispuesto a recibir mujeres sacerdotes y hacer realidad la propuesta igualitaria de Jesús. Hoy hay mujeres católicas que quieren ser sacerdotas, párrocas, capellanas, curas, chantres… El Vaticano no traga, pero lo hará. Los tiempos cambian y la igualdad acabará socavando la falsa fortaleza del dogma. Al igual que ocurrió con monjas como Hildegarda de Bingen, Catalina de Siena o Teresa de Ávila, mujeres que gozaron de una autoridad carismática sin precedentes. Es bien cierto que en el terreno de la mística las mujeres mostraron mayor imaginación y creatividad que los hombres. ¡Ahh, a ello tienen miedo los sumos sacerdotes, gruesos y pomposos patriarcas bajo palio!: a perder el monopolio del poder que ejercen en la administración de la palabra y el sacramento (en griego misos puede interpretarse como miedo). Por esa misoginia las mujeres fueron consideradas seres inferiores e incompletos, fuentes continuas de seducción e impuras por la menstruación: ¿cómo se les podía conferir el liderazgo que implica el sacerdocio? ¿Cómo ellas iban a tocar objetos sagrados como el cáliz y la patena, o distribuir la santa comunión (prohibiciones contenidas en el Código de Derecho Canónico promulgado en 1917 y vigente hasta 1983)? Pero por supuesto sí estaban preparadas para lavar, planchar y almidonar el mantel de los altares, o servir al clero kyriarcal como criadas… ‘carne’ y cuerpo para ser abusadas y violadas. Ellas son impuras pero ellos (limpios y puros como las patenas) curas pedófilos y violadores, según recientes acontecimientos sacados por fin a la luz y sancionados con imputaciones. Pedofilia ad nauseam sí, abuso sexual sí, pero mujeres sacerdotes jamás… Cederán: el devenir histórico les obligará (y la presión imparable de las propias católicas, laicas y religiosas). Las dóciles monjas de antes tienen hoy estudios universitarios y programas en tv, o escriben libros con recetas del convento; las abadesas pueden ser doctoras en teología o analistas de sistemas informáticos… La Iglesia precisa un aggiornamento,necesario además ante la escasez de vocaciones masculinas en los seminarios y de los pueblos que se quedan sin curas. ¿Llegarán los monseñores de la curia a pensar cuanto se enriquecería la Iglesia con el ingreso de mujeres al sacerdocio? La irrupción de las mujeres en las jerarquías eclesiásticas y en la dirección de los rituales de los templos, sinagogas, iglesias y mezquitas es la última posibilidad de resucitar unas religiones infinitamente más apasionantes, más humanas, más lúdicas.¿”Sacerdotas”? Definitivamente sí. Dios, el Incognoscible, no fue, ni es, ni será el que se lo impida. La institución eclesiástica ha puesto a la Iglesia al límite de su tolerancia. Las razones están a la vista: abusos y encubrimientos. Pero hay razones que no están a la vista. Estas, en gran medida, son las causas de los fracasos evidentes del clero.
Hace ya mucho rato que la incomunicación entre la jerarquía eclesiástica y los cristianos comunes es profunda. Además, crece. El Papa Francisco ha hecho enormes esfuerzos por actualizar el Evangelio en una cultura que se dispara en todas las direcciones. Ahora intenta un cambio estructural: desea dar participación a los laicos en la elección de los obispos. ¿Será para mejor? Habrá que verlo. Si los electores son laicos clericalizados el fracaso será seguro. Apuesto a una mejor alternativa. El Magisterium, la labor de los obispos de enseñar y discernir en el pueblo creyente la voz de Dios, de guiarlo y de mantenerlo unido, se haya desprestigiada porque las autoridades no parecen escrutar en los acontecimientos actuales, en los cambios los culturales y las vidas de los cristianos algo nuevo que pudiera servir para re comprender el Evangelio de Jesús. La mejor alternativa, en mi opinión, es que independientemente de los procedimientos electorales para hacer que los laicos participen en la elección de los obispos, la institución eclesiástica aprenda de otros magisterios eclesiales, tradicionalmente ignorados y censurados. Las autoridades eclesiales deben aprender del Magisterium mulierum. Me refiero al aprendizaje profundo, emocionalmente pluridimensional, resiliente, de las mujeres. Estas tienen una experiencia de Dios desde el embarazo hasta el momento tremendo, para algunas, de sepultar a sus hijos. Ellas, más que nadie, saben qué es agarrarse de Dios cuando un niño se enferma. Visitan a la tía vieja. Aguantan al marido de la depresión. En estas cristianas hay una experiencia de Dios convertida en aprendizaje que es indispensable enseñar. Las mujeres madres, esposas, profesionales, cajeras de supermercados o políticas tiene un modo de creer en Dios particular. Tantas veces los hombres lo necesitamos para atinar en lo grande y en lo chico. Lo agradecemos. Magisterium mulierum: enseñanza de las mujeres. En estrecha relación con este, existe un Magisterium diversarum personarum: la enseñanza de los separados, de los divorciados, de los que fracasaron en un primer, segundo o tercer matrimonio, se recuperaron y volvieron a empezar. Pudieron ser tragados por el mar. Pero tuvieron la suerte de que los botara la ola. Salieron gateando por la arena. Tragando agua salada. Recogieron lo que quedó de la casa que se les desplomó: un sillón, unos libros, algunas fotos de tiempos mejores. Son los que anhelan ver a sus hijos el día que les toca. Son mucho más pobres que antes, tuvieron que aprender que se puede vivir con menos y lo enseñan a sus críos. A muchas de estas personas su fe las sacó adelante. No sabían qué era creer. Habían recibido una educación religiosa demasiado elemental. Les faltaba pasar por la cruz. ¿Cuánto necesita el resto de la Iglesia a esta gente? ¿Se les puede seguir impidiendo comulgar en misa? Basta. Los sobrevivientes de sus matrimonios tienen que mucho que enseñar. Si su Magisterium no termina modificando la doctrina oficial de la Iglesia, la Iglesia se hunde. Este magisterio es un caso de otro mucho más amplio: el Magisterium reconstructarum personarum. Me refiero a la enseñanza de toda suerte de cristianos cuya fe en Dios los reconstruyó como personas. Traigamos a la memoria a los empresarios que se recuperaron de una quiebra, a los cesantes que tras haber caído en el alcohol se rehacen en Alcohólicos Anónimos, en los jóvenes que luchan por salir de la droga, en las víctimas de abusos sexuales que sacaron coraje quién sabe de dónde para contar su historia y exponerse a que no les creyeran. También pueden contar los pecadores a secas: sinvergüenzas, infieles empedernidos, políticos tramposos, libidinosos incontinentes, traficantes. Estos y aquellos, en la medida que su mucha o poca fe les haga ver más, ver una conversión que ni siquiera han alcanzado, ver algo que pudiera servir para que otros vivan mejor que ellos, aquilatan un saber, una verdadera sabiduría, sin la cual Jesús no habría sido el Cristo. Los laicos elegirán a los obispos. ¿Qué laicos? La Iglesia se hunde en gran medida porque la institución eclesiástica, el Magisterio oficial, cree saberlo todo y lo enseña a peñascazos. Los laicos fidelizados por miedo a los curas no servirán de electores. Espero que el colapso eclesial actual sea superado en la raíz. Lo será, tal vez, si el aprendizaje de todos, especialmente el de los marginados, es tomado verdaderamente en cuenta. Estuve pocos años en Mozambique y Angola en un trabajo humanístico empresarial, sin ningún interés por los temas teológicos, pero algún gusanillo de la cultura negra debió quedarme porque ahora, al coger el libro de Juan José Tamayo sobre “Teologías del Sur” lo he abierto por el capítulo “Teologías africanas”.
Suelo escribir un resumen de lo que me interesa y algunas reflexiones desde mi visión actual, y es lo que ahora ofrezco para los que estén interesados en conocer algo de ese enfoque teológico cristiano africano. Origen Estas teologías han nacido al hilo de la descolonización y de la poscolonización, porque antes los pastores y las comunidades cristianas estuvieron sometidas a la colonización “religiosa, doctrinal, cultural, ideológica, política, militar, y económica” de las potencias europeas. En cuanto al periodo poscolonial, a pesar de algunos logros, las élites nacionales se muestran interesadas en seguir los antiguos patrones coloniales. Por consiguiente, la lucha por la independencia es un factor característico del nuevo pensamiento cultural y religioso. Se ha llegado a calificar como anticristo al sistema político poscolonial, y se ha ejercido una dura crítica a la teología eurocéntrica, que había justificado la colonización por motivos religiosos, y que había impuesto creencias, preceptos, e instituciones según el modo de pensar europeo. Diversas corrientes, con dos características comunes En este estado naciente de las teologías africanas pueden apreciarse diversas tendencias: culturalista, liberadora, de reconstrucción, feminista, de vuelta a la religión vivida, y contextual, que no es momento de reseñar aquí. En general estas teologías africanas se fundamentan en la Biblia (más que en la teología) y en la identidad (y tradiciones) africanas. Me ha interesado esta vuelta a la Biblia, especialmente a los orígenes de la Humanidad y a los orígenes de las comunidades cristianas entorno a Jesús. Es lo que estamos intentando también nosotros en occidente, por reacción a la colonización que hemos sufrido de las culturas del poder grecorromanas, tan bien asimiladas por el papado; o por la colonización racional y científica del Renacimiento y de la Ilustración. Una muestra cinematográfica de esta vuelta a Jesús es la película Son of Man, de 2006. Mark Dornford-May sitúa a Jesús en Sudáfrica después del apartheid, subido en una letrina desde la que pronuncia el Sermón del Monte, con la fuerza subversiva y revolucionaria que tuvo hace veinte siglos. Los profetas de Israel y la historia del pueblo judío muestran a Dios en defensa de los oprimidos, aunque el nacionalismo la ha monopolizado como defensa exclusiva de su pueblo. Y el proyecto de Jesús es el Reinado de Dios: una sociedad diferente, fraterna, y basada en la gratuidad de Dios y en nuestra gratuidad. En cuanto a la identidad cultural africana, su razón no es discursiva sino sintética. Las comunidades cristianas tienen un gran dinamismo y vitalidad religiosa. La clave de su mensaje es la defensa de la dignidad de toda persona humana, y la resistencia frente a la humillación. “El primer Mandela fue Jesucristo”. Esta dignidad, según la filosofía Ubuntu, es una “armonía cósmica” que expresa “los lazos de solidaridad entre los pueblos”. En vez de nuestro “pienso, luego existo” su filosofía parte del “ser en relación”, “yo soy porque pertenezco a”. Conclusiones Por mi parte, al menos en esta primera reflexión, tomo nota de la corriente promovida por Vanneste, decano de la Facultad de Teología Lovanium de Kimsasa, quien pone el acento en la universalidad del cristianismo (aunque no de la teología, como parece proponer él); yo pondría el acento en la universalidad del proyecto de Jesús. Creo que Jesús volvió al Proyecto inicial de la creación. Ante las normas matrimoniales de Moisés, replicó “al principio no fue así...”, y no tuvo duda en desobedecer las leyes religiosas y sociales sobre purificación, enfermedad, alimentos, o trato con paganos y pecadores, cuando estas leyes perjudicaban la hermandad y la misericordia. En el trato con los gentiles, no les preguntaba por sus creencias, ni trató de explicarles las propias; le bastó que practicaran la misericordia o que confiaran en ella. Jesús profundizó en las raíces de toda espiritualidad humana, y propuso un Reinado universal, una gobernanza de fraternidad universal. Este proyecto puede ser asumido por Gandhi o por Mandela, o por un ateo de buena voluntad, porque su raíz no está en la religión cristiana sino en la conciencia humana. La parábola del buen samaritano no es ejemplar porque la propusiera Jesús; Jesús nos resulta ejemplar porque propuso esta parábola, que es reconocida y autentificada por toda conciencia humana. En cambio su proyecto no es asumido, consciente o inconscientemente, por obispos -¡Dios los perdone!- que retienen donativos para obras sociales y los aprovechan en lujosos caprichos propios. Creo en un Proyecto espiritual universal basado en la igual y fraternidad, que luego en cada población se traduce en religiones -o en organizaciones civiles- que lo concretan en enseñanzas, preceptos, y ritos adaptados a sus pueblos y a sus circunstancias. Las teologías africanas podrán desarrollarse dentro del amplio espectro del cristianismo; pero también podrían desarrollarse dentro de otras religiones ajenas o propias, traduciendo a su mentalidad y costumbres las orientaciones de esas religiones, conforme a las grandes directrices de la conciencia humana, en la que está Dios presente y activo. La pregunta surge espontáneamente cuando la conoces. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que esta mujer, que ha vivido acontecimientos tan dramáticos desde su infancia en Suecia, tenga ojos que transmiten sólo una paz y alegría profundas?
Quiero conocer al Papa Me encuentro con Elise Lindqvist a su llegada a Roma: vino a saludar al Papa al final de una audiencia, en el mes de mayo. Sólo tiene un deseo: "Quiero agradecer al Papa Francisco por su lucha contra la trata de seres humanos". Elise Lindqvist tiene la misma edad que el Papa: ambos nacieron en 1936. También tiene su misma fuerza incansable, si bien reunida en un cuerpo de sólo 1,50 metros. Para lograr dar la mano a Francisco de la mejor manera, después de la audiencia Elisa sube un escalón sobre la valla. "He oído hablar de ti," le dice el Papa, “¡haces un trabajo maravilloso!”. Él se refiere a las noches que Elise transcurrió apoyando y consolando a las mujeres de la calle en Estocolmo. Desde hace más de 20 años las busca para apoyarlas, hacerles de madre y recordarles que hay una vida más allá de la calle. Y ella sabe bien esto, porque ella era una de ellas. Una infancia dramática Elise Lindqvist nació en un pequeño pueblo sueco, y a partir de los 5 años los abusos sexuales se convirtieron en parte de su vida cotidiana. Señala que no fue su padre quien abusó de ella, sino personas cercanas a su familia. Asustada, obedecía, convencida de que esto formaba parte de todo lo que los niños debían soportar. “Cuando me decían que fuera a comer a casa de ellos, sabía el precio que debía pagar. Después huía, con la amenaza de que me matarían si lo hubiera contado”. El dolor de Elise era causado por no poder confiar en ningún adulto: había sido abandonada por todos los que habrían tenido que defenderla. Incluso su madre miraba hacia otro lado mientras los hombres la llevaban a otra habitación. En la escuela, el maestro enviaba a los alumnos al patio para la recreación, mientras a ella le decía: ¡“Elise, quédate aquí”! Su padre era el único que a veces la tomaba en brazo y le decía: “mi pequeña”. Por todos los demás, en cambio, era castigada por ser “fea y estúpida”. “Pienso que sin esas pequeñas manifestaciones de ternura de mi padre no habría sobrevivido”. Pero con la muerte de su padre, cuando Elise tenía 10 años, la vida se vuelve aún más difícil para ella. La nueva pareja de su madre abusa del alcohol y agrede constantemente a Elise. “Un día me apuntó el fusil, y yo, que tenía sólo diez años, le rogué que disparara, porque no quería vivir más”. Pero el rifle estaba descargado y el hombre disparó igualmente. “El Señor me quería viva, aunque aún no sabía de su existencia”. “Qué hermosa eres” A los catorce años, huyó de su casa y llegó a una ciudad donde una buena familia la cuidó. “Cuando la madre de la familia me quitó la ropa la primera noche, pensé con resignación que todo habría continuado allí. En cambio, sólo me quitó la ropa para lavarme, y lo hizo de un modo muy delicado”. Elise, llegada a este punto de la historia, se pone muy seria. “Lo que me sucede entonces es lo que les pasa a miles de chicas hoy en día. Los proxenetas reconocen a las víctimas perfectas y saben cómo atraparlas”. En el caso de Elise, se trató de una mujer que un día se le acercó y le dijo: “Qué hermosa eres...”. “Era una hermosa señora. Nadie me había dicho nunca antes ‘bella’, y en un momento caí totalmente en su poder. Habría hecho cualquier cosa por ella. La llamaba ‘mamá’ y ella me compraba ropa y maquillaje. Un día me dijo que habría tenido que trabajar para ella vendiendo mi cuerpo a sus clientes. Tenía 16 años y obedecí”. Elise no sabe exactamente cuántos años trabajó para esta señora. Sólo recuerda cómo dejó de hacerlo, después de haber sufrido una violencia particularmente fuerte por parte de un cliente. Volvió a su patrona y le dijo que ya no podía seguir prostituyéndose. “Tuve suerte. Si hoy una chica se niega a seguir prostituyéndose, la matan y su cuerpo desaparece. Mi patrona abrió la puerta y me tiró por las escaleras: ‘No tienes nada más que hacer aquí’”. Llegada a este punto, Elise comienza a vivir como una mujer sin hogar, tomando comida de los botes de basura en la calle. “Sólo conocía relaciones destructivas, y terminaba con hombres violentos. Para consolarme mezclaba alcohol y pastillas, y caí en una adicción cada vez más desesperada”. La luz de Jesús La miro y veo un rostro que expresa sólo paz y alegría. No hay rastro de su historia dramática, ninguna amargura ni rencor. “En 1994, ingresé en un centro de recuperación. Todos me tenían miedo. Tan pronto como alguien se me acercaba, daba patadas, y si veía a un hombre, le escupía y gritaba con malas palabras. Conocía sólo la ira”. Elise cuenta cómo para ella, en este centro, las personas se comportaban de forma extraña. “Todos sonreían. Al principio me dije a mí misma que definitivamente había terminado en un manicomio. Esas sonrisas eran provocativas... Después de un tiempo, empecé a pensar que la razón de esas sonrisas se debía seguramente al uso de sustancias químicas fantásticas, y es por eso que empecé a pedir las ‘píldoras’ que tomaban ellos”. En cambio, en lugar de las píldoras, aquellas personas llevaron a Elise a una capilla y comenzaron a rezar por ella. Desconfiada y cerrada, Elise asistió, sin saber lo que hacían a su alrededor. “No sabía nada de Dios, ni de la oración: para mí la Iglesia era un lugar de muerte”. En un momento dado, sucede lo que ella describe como una “intervención sobrenatural”. Tuve la sensación física de tomar una ducha, pero una ducha de luz y de paz. Jesús era el único que podía curarme: yo era un caso humano imposible. Y así fue. En ese momento, yo “nací”. Y cuando hoy me preguntan cuántos años tengo, les respondo “25”: hace 25 años Jesús me dio la vida y aprendí a caminar en su amor”. No hay curación sin perdón Unos meses más tarde, cuando se acostumbró a ver con nuevos ojos, a dar los primeros pasos de su camino de fe, el padre espiritual de Elisa le dijo que debía dar un paso más: ¡tenía que perdonar! “De nuevo, reaccioné con una fuerte ira. ¿Cómo podía pretender que yo perdonara el mal que tanta gente me había hecho? Elise, en este punto, cuenta que le explicaron que nunca podría curarse si no perdonaba. “Fue un proceso largo y doloroso, siempre en la capilla para rezar, nombre tras nombre. Finalmente, logré perdonar a mi madre, que no me quería y no me defendió. Comprendí que ella no era capaz, y que también ella, a su vez, era una víctima”. El ángel de las prostitutas Desde hace más de 20 años, Elise Lindqvist utiliza su experiencia dramática para ayudar a otras mujeres: “La primera vez que salí por la noche, por la famosa calle de las prostitutas de Estocolmo, Malmskillnadsgatan, me vi a mí misma, y me di cuenta de que éste era el lugar donde tenía que operar”. Su obra consiste en ser una presencia maternal y constante: una persona que escucha, abraza, lleva algo de beber y ofrece ropa para calentarse en las frías noches de invierno. “Cada vez que puedo salvar a una niña de la calle, ese es el mejor premio para mí, pero mi presencia sirve principalmente para darles consuelo y valor, para hacerles saber que existe quien las ama y que no están solas”, dice. “Me llaman ‘mamá’”. El 18 de octubre de 2016, con ocasión de la Jornada europea contra la trata de seres humanos, Elise fue invitada a intervenir en el Parlamento Europeo. En su discurso ante los parlamentarios, destacó las responsabilidades de las instituciones: adoptar resoluciones concretas que prohíban totalmente la trata de seres humanos, desde el momento en que todos los Estados Miembros son conscientes del problema. “Concluí diciendo que volveré cuando cumpla 90 años para ver si han cumplido con su compromiso”. Al cruzar la plaza al final de la audiencia, le pregunto por qué cojea, y ella responde de paso: “Hace algún tiempo me tiraron de una escalera mecánica. Para algunas personas, mi presencia cerca de las prostitutas es molesta”. Hoy la primera lectura nos da la clave para entender el evangelio. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser. Dios no crea al ser humano y luego le impone unas obligaciones. Dios no tiene “voluntad”, porque no tiene partes ni cualidades ni potencias. Es un “ser” simplicísimo. Lo que Dios espera es que despleguemos esas posibilidades (exigencias) que nacen de nuestro ser más profundo. ¡Cuanto fundamentalismo se evitaría si tuviéramos en cuenta esta simple verdad!
El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para aprender, sino para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no estaba tan claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había y sigue habiendo mucho que aclarar... Jesús habla de superar la Ley como venida de un Dios que desde fuera y desde arriba nos exige normas de conducta que van en contra de nuestros intereses. Como la primera lectura de hoy, Jesús habla de una ley no escrita que llevamos todos dentro y que hay que descubrir. Solo Lc narra esta maravillosa parábola del “buen samaritano”. Como todas, no necesita explicación. Lo único que exige es implicación. El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser humanos. No basta ser religioso y tener muy buenas relaciones con el Dios del templo, aunque sea sacerdote o levita, hay que hacerse prójimo. La parábola nos propone dejar de considerarse a sí mismo el ombligo del mundo y poner en el centro al otro. Cuando pregunto, ¿quién es mi prójimo?, presupongo que puede haber alguien que no lo es y tendría que amar solo al que lo es. En algunos casos, en el AT, el prójimo tenía este sentido. La religión judía nació como un medio de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le permitían asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor. Para nada pensaban en un amor universal, sino en un amor a los pertenecientes al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no pertenecían a él. La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende del otro, o de las circunstancias. Este es el fundamento de la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda al miserable desde el estricto cumplimiento de la Ley no excluye el sentimiento de superioridad o desprecio. Cumplo lo mandado pero no me involucro en la situación del otro. Simplemente lo hago “por amor a dios”. Esta es la trampa donde hemos caído. Lo que hizo el Samaritano está a años luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada, etc. El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes implicados en él, lo convierten en provocador. Los oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad y la pureza para preocuparse de los demás. Para el sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas, lleva la ley en el corazón. La palabra empleada en griego para indicar que se conmueve, nos indica que el Samaritano se dejó llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó imitando a Dios. La parábola, no deja lugar a duda sobre lo que Jesús entendía por próximo. Prójimo es todo aquel con quien me encuentro en mi camino. Prójimo es aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el prójimo lo puedo determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo tomar la decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a verlo, estoy fallando, buscando excusas para escapar a esa imposición que me saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos ellos. Estamos equivocados cuando pensamos que si me acerco a otra persona para ayudarla, estoy haciendo una cosa buena, pero que si no la ayudo, no pasa nada, porque yo soy libre de ayudarla o de no ayudarla. No vemos como una necesidad el ayudarla, sino como una posibilidad que se me ofrece y que yo puedo aprovechar. No, debemos sentir esa ayuda como una urgencia. Soy capaz de programar un prójimo para una hora determinada, pero rechazo instintivamente al que se me impone sin mi consentimiento. Tanto en el AT como en el evangelio, se entiende a Dios como cosa, es decir como alguien que existe al margen de la creación. Hoy sabemos que Dios está en las cosas, no al margen de ellas, ni por encima de ellas. Si pudiéramos ver la creación desde Dios veríamos que no se diferencia en nada de ella. La creación es la manifestación de Dios. Vista desde la criatura, sí hay diferencia, pero no por lo que la creación es, sino por lo que no es; por sus limitaciones. Dios es infinito, la criatura no, ni por separado ni en conjunto. Si en todas las cosas está Dios, es claro que en cualquier ser humano se está manifestando su presencia. Aclaremos esta idea con el ejemplo de la luz. La luz no se puede ver. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad, aunque la luz los traviesa. Solo cuando los fotones encuentran a su paso algo material, puedo descubrir los reflejos de la luz en ese objeto. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que reflejado. Para cada uno de nosotros no hay más Dios que el que podemos ver en la creación. La conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación, porque sería un ídolo. Por lo tanto, no puede haber dos mandamientos. Amo a Dios solo en la medida que amo a sus criaturas. Hay una frase, que empleamos siempre para justificar nuestro egoísmo, pero que es verdadera: "el amor bien entendido empieza por uno mismo". Efectivamente, descubriendo la luz que se refleja en mi propio ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí es el mismo que debo descubrir en los demás. Si me doy cuenta de lo que soy en el Todo, veré al otro insertado en el Todo. Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro algo distinto de mí, que me estorba, y no encontraré motivos para amarlo. Cuando tenga claro esto, solucionaré el problema de mi egoísmo. Es falsa la creencia de que yo soy una individualidad aislada, que tengo existencia y consistencia propia. Yo, separado del creador y de las demás criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser y lo que constituye el ser de los demás, es la misma Realidad: Dios que está fundamentando mi propio ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás sin ir en contra mía. El día que descubra lo que no soy, habré dado un paso hacia el verdadero amor. El prójimo está siempre ahí, a tu vera. Descubrirlo y aceptarlo depende solo de ti. Siempre que te aproximas a otro para ayudarle de cualquier forma, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo y te estas acercando a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. Una religiosidad que me permite vivir sin verme afectado por los problemas de los demás será siempre una religiosidad falsa. Meditación Prójimo es todo aquel que me necesita si estoy dispuesto a ayudarlo, a ser más humano. No debo pensar solamente en las necesidades materiales. Si creo que puedo amar a Dios desentendiéndome de otro, es que no he entendido nada del mensaje de Jesús. Si no descubro a la persona que me necesita, es que no me preocupo de lo que pasa en mi interior. La figura de esta joven capitana del Sea Watch 3, ordenada detener por Matteo Salvini, Ministro del Interior italiano, por recoger a emigrantes ilegales en el Mediterráneo (ya ha sido puesta en libertad) ha provocado reacciones opuestas. La mayoría la defiende y aplaude. Otros, incluso sintonizando con la tragedia humana de esas personas, piensan que la ley debe cumplirse. Algunos, que si es alemana, se los lleve a Alemania. Este caso viene como anillo al dedo para entender la parábola del buen samaritano. Cuando la leemos, nos parece perfecta, con un mensaje precioso. Cuando conocemos las circunstancias, advertimos la mala idea que tiene y las opiniones enfrentadas que pudo desatar.
1ª lectura. ¿Es muy difícil saber cómo salvarse? La respuesta del Deuteronomio es clara: no hay que subir al Himalaya ni atravesar el Atlántico para saber lo que Dios quiere de nosotros. Lo que Dios quiere del israelita está escrito “en el código de esta ley”, que se limita a los capítulos 12-26 del Deuteronomio. No se trata de estudiar mucho sino de convertirse con todo el corazón y toda el alma, y de poner en práctica lo que allí se dice. Pero al Deuteronomio le ocurrió un problema. Aunque el texto era intocable, y nadie estaba autorizado a quitar ni añadir nada, la interpretación de sus normas fue creciendo de forma incontrolada. En tiempos de Jesús, el judaísmo contaba 613 mandamientos (365 prohibiciones y 248 preceptos) capaces de volver loco a cualquier persona. Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, o de saber qué era lo más importante. A propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivieron pocos años antes de Jesús, se cuenta la siguiente anécdota. Una vez llegó un pagano a Shammay, famoso por su intolerancia, y le dijo: “Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja”. Él lo echó, amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces fue a Hillel, famoso por su tolerancia, que le dijo: “Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación”. También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuerzo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran principio general en la Torá”. En los evangelios hay diversos intentos de simplificar la cuestión con una respuesta breve y drástica. El más famoso es la Regla de oro, con la que cierra el evangelio de Mateo el Sermón del Monte: “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En esto consiste la ley y los profetas” (Mt 7,12). El tema reaparece en el episodio de hoy, cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento principal. El relato de Lucas introduce cambios muy significativos en el de Marcos. El escriba bueno de Marcos Los escribas, equivalentes a los doctores de teología actuales, pero con mucho más poder, autoridad y prestigio, no quedan bien en los evangelios. Generalmente aparecen junto a los fariseos, como adversarios de Jesús. Menos en este caso de Marcos, donde un escriba pregunta a Jesús cuál es el mandamiento principal, y él le responde: amar a Dios y amar al prójimo. La reacción del escriba es alabar a Jesús, que le devuelve la alabanza. El escriba malintencionado de Lucas El protagonista del relato de Lucas no viene con buena intención, pretende poner en un aprieto a Jesús; y no plantea una cuestión teórica (“¿cuál es el mandamiento principal?”) sino muy personal: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús no cae en la trampa. En vez de responder, pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Y el legista se ve obligado a reconocer que sabe perfectamente lo que debe hacer: amar a Dios y al prójimo. Jesús, con cierta ironía, le indica que su problema no consiste en saber lo que tiene que hacer, sino en hacerlo. Aquí podría haber terminado todo. Pero el legista, que tiene la sensación de haber quedado en ridículo, para justificarse plantea una cuestión filosófico-teológica: “¿Y quién es mi prójimo?” Afortunadamente, Jesús no era alemán. No le da una conferencia de Antropología ni le escribe un Manual de quinientas páginas intentando aclarar esa intrincada cuestión. Se limita a contar la parábola del buen samaritano, que ofrece dos modelos de conducta: la del sacerdote y el levita, que ante el pobre hombre asaltado y malherido por los bandidos dan un rodeo y pasan de largo, y la del samaritano que siente lástima, se acerca, echa aceite y vino en las heridas, las venda, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida y paga su estancia. Son siete acciones, basadas todas ellas en el sentimiento inicial de lástima. Al legista podría resultarle ofensivo que le cuenten un cuento. Pero Jesús no le da tiempo a protestar, pasa directamente al ataque, obligándole a reconocer que lo importante es comportarse como prójimo. Para terminar diciéndole: “Anda, haz tú lo mismo”. Lo importante no es discutir sino actuar. La mala idea de la parábola A muchos les gustaría limitar la parábola al ejemplo del samaritano y dejarnos con buen sabor de boca. Pero Lucas, del que siempre alabamos su bondad, resulta en este caso muy hiriente. No le basta un protagonista, necesita tres. Y los elige con toda la intención: un sacerdote, un levita, un samaritano. El sacerdote y el levita, los personajes especialmente consagrados a Dios, hacen exactamente lo mismo: dan un rodeo y siguen su camino. ¿Por qué actúan de este modo? ¿Porque son malos y egoístas? No. Porque si el herido no está herido, sino muerto, basta tocarlo para quedar impuro. La ley es tajante: “El sacerdote no se contaminará con el cadáver de un pariente, a no ser de pariente próximo: madre, padre, hijo, hija, hermano o de su propia hermana soltera, no dada en matrimonio. Queda profanado” (Levítico 21,2-4). Si no pueden contaminarse con un pariente, mucho menos con un desconocido al borde de la carretera. Y lo que se deduce es trágico: es la ley de Dios la que impide practicar la misericordia y comportarse como prójimo del herido. Lucas podría haber buscado como tercer protagonista a un cura progre o a un diácono permanente sin obsesión por la ley. Elige al menos indicado: un samaritano. El personaje más odioso y despreciable para un judío, miembro de un pueblo que, según el libro de los Reyes, “no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos”. Irónicamente, un representante de este pueblo que no venera al Señor ni procede según sus mandatos y preceptos es quien actúa con misericordia y se comporta como prójimo. Dejo al lector decidir si esta parábola le recuerda la historia de Carola Rackete, Y, más importante todavía, recordar las palabras finales de Jesús: «Ve, y haz tú lo mismo». El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola del Buen Samaritano como eje central del mensaje. Es una parábola muy conocida y usada en cuestiones de moral social para enseñarnos cómo situarnos ante las personas que están en situación de necesidad. Muchos creyentes sentimos mucho respeto hacia esta parábola no solo por el compromiso con los que sufren, sino por su contenido provocador en cómo vivir coherentemente nuestra fe.
La parábola del Buen Samaritano está situada entre los pasajes que aluden al viaje de Jesús de Cafarnaún a Jerusalén. Es narrada a partir de un encuentro entre Jesús y un maestro de la ley. Este grupo de judíos eran eruditos en el conocimiento de la ley, pero la practicaban poco. El gesto de levantarse este maestro ya indica su posición de poder desde el status que la estructura religiosa judía le había concedido. El maestro de la ley pretende poner a prueba a Jesús. Su manera de acercarse a Jesús ya está condicionada por su objetivo de encontrar argumentos para denunciarle. Claramente se ve en ese diálogo que a Jesús no le interesa entrar en discusión. El maestro de la ley le pregunta qué hacer para alcanzar la vida eterna y Jesús responde remitiéndole a sus conocimientos, a su mundo judío, a encontrar respuesta en sus tradiciones y su universo religioso. El maestro no parece estar satisfecho con la contestación de Jesús porque nada ha dicho que pueda hacer sospechar. Por eso el maestro insiste: ¿Y quién es mi prójimo? Probablemente una respuesta teórica de Jesús hubiera sido motivo claro de enfrentamiento, sin embargo, prefiere una respuesta abierta y susceptible de interpretación. Su inteligente estrategia consiste en responder narrando una parábola. Sobre la cuestión del prójimo no se teoriza, es mucho más que un discurso explicativo, con el prójimo se actúa y no para alcanzar la vida eterna, sino para recuperar su dignidad. Jesús usaba con frecuencia el género literario de la parábola, una composición didáctica que impactaba en el oyente para posicionarse ante diferentes realidades necesitadas de liberación. En esta parábola aparecen personajes o grupos de personas con sus respectivas actitudes que Jesús pone delante para cuestionarnos en lo que necesitamos mover para vivir más auténticamente nuestra fe. Por un lado, el hombre herido que es asaltado por unos bandidos. La ruta que hacía este hombre era muy insegura, un camino desértico, solitario y buen refugio para salteadores. Solía haber muchos asaltantes en los bordes de estos caminos, muchos de ellos desesperados ante el empobrecimiento que estaba generando la carga de impuestos que debían pagar al Imperio. Incluso eran grupos organizados y manejados por otros. El hombre malherido queda medio muerto y es visto por tres personajes que, sin duda, representan tres posiciones que podemos vivir ante la necesidad del prójimo. Estos personajes pasan por donde estaba este hombre y le ven, pero sólo uno reacciona implicándose en la situación. El sacerdote da un rodeo y pasa de largo. Los sacerdotes judíos lo eran por nacer en una familia sacerdotal y no por vocación. Debían vivir en un alto estado de pureza y no tocar a enfermos, sangrados o tener contacto con muertos, muy rigurosos y escrupulosos con estos ritos. Si hubiera tocado a este herido quedaría impuro y no podría celebrar la liturgia. Lo mismo ocurre con el levita. Un levita sería semejante a la figura de un sacristán: para organizar cantos, celebraciones litúrgicas, asistir a los sacerdotes y también lo eran por pertenecer a los descendientes de la tribu de Leví. También ve la situación, igualmente da un rodeo y pasa de largo. La narración de la parábola se rompe cuando entra en escena un samaritano cuya actitud contrasta y pone en evidencia a los servidores del Templo. Jesús no inventa este personaje de manera casual, hay una clara intención de desmontar los elementos inútiles, perjudiciales y deshumanizadores de la ley. Los samaritanos eran muy mal vistos por los judíos porque creían en otros dioses o en ninguno y no pertenecían al Pueblo elegido. El samaritano no tiene ataduras a la ley, no se centra en su cumplimiento estricto, trasciende las normas paralizantes y es libre de lo más dogmático y cerrado. Su proceso de reacción es una clara referencia a lo que Jesús quiere que vivamos con respecto al prójimo. Primero siente com-pasión, es decir, padecer (sentir) con… Sus emociones se despiertan de una manera empática, se pone en el lugar del malherido y se hace hermano de su sufrimiento. Pero no es suficiente este primer paso. Con frecuencia nos quedamos en este universo emocional, que no está mal, pero raquítico para resolver lo que padecen nuestros hermanos y hermanas sufrientes. Esta com-pasión moviliza al samaritano para actuar. Dice el texto que con miseri-cordia, es decir, poniendo corazón en la miseria y necesidad, actuando de manera concreta y dando de sí mismo mucho más que un sentimiento. Esta es la ruta que Jesús vivió y que somos llamados a vivir todos sus seguidores y seguidoras. Sólo desde esa liberación del ritualismo, del deber hacer de una manera automática, de vivir sometidos a estrechas normas, se puede despertar nuestra capacidad de compromiso auténtico. No olvidemos que el origen de esta situación parte de un maestro de la ley que busca respuestas para alcanzar la vida eterna, para salvarse. Jesús es radical en su propuesta a través de esta parábola. La salvación o plenitud humana pasa por reconocer mi dignidad y la dignidad de quien tengo al lado, no porque hacer el bien me vaya a “salvar” sino porque es mi hermano, mi hermana, y vamos a “salvarnos” juntos. Mirar al prójimo desde los aspectos más periféricos, sus roles, culturas, ideologías, nos va a conducir a una vida individualista, insolidaria, enfrentada y egocéntrica. ¿Cuáles son esos rodeos que damos en la vida para no hacernos cargo de nuestro prójimo? ¿Qué nos ata de tal manera que nos conformamos con tener la conciencia tranquila porque “sentimos” el dolor del otro? ¿Por qué no terminamos de asentarnos en una fe madura, adulta, comprometida y transformadora? Quizá este domingo sea una oportunidad para intentar liberarnos de aquello que nos paraliza y nos sigue manteniendo en nuestra zona de confort religiosa. Y claro que podemos conseguirlo si conectamos con lo esencial que somos y con quien nos hace SER permanentemente. |
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