Es sin duda ninguna, el sacramento más importante de nuestra religión. Pero si Jesús volviera hoy y asistiera a nuestras misas, sentiría la misma indignación que experimentó al ver los trapicheos que se traían los sacerdotes en el templo. Y es que seguimos olvidados de lo esencial, que es hacer presente en nosotros todo lo que significó Jesús con su vida de total entrega a los demás.
La mejor manera de expresar lo que quiero decir, es contaros el relato que he oído (en un vídeo, por supuesto) a Tony de Mello. El hombre más avispado de una tribu descubrió la manera de hacer fuego. Enseñó a todos, la manera de utilizar el fuego y, el pueblo entero, dio un paso de gigante en su evolución. No contento con eso, cogió los bártulos y se fue a la tribu más cercana para que pudieran ellos aprovechar también las ventajas del invento. Les enseñó el proceso y todos quedaron maravillados al ver aparecer el fuego ante sus ojos. Se marchó muy contento por haber ayudado a aquellos hombres. Mucho tiempo después volvió a ver lo que habían avanzado con la utilización del fuego. Cuando les preguntó, ellos muy orgullosos le sacaron del poblado a un lugar maravilloso. Allí había construido un altar donde habían guardado en una urna de oro y piedras preciosas, los instrumentos de hacer fuego. Todos los días iban a adorar aquellos útiles que tenían el poder de reproducir el fuego. Pero no había fuego por ninguna parte. El invento no les había servido para nada... Para el que quiera entender, sobran los comentarios. Para el que no quiera entender, ningún comentario añadiría nada. Asistimos a misa porque está mandado y para no cometer un pecado mortal. Sin darnos cuenta que el verdadero pecado es asistir a misa sin que eso cambie en nada nuestra actitud vital. Muchas veces me han protestado ante esta acusación: Yo no vengo a misa porque está mandado, vengo porque me apetece. Aún así es posible que te apetezca asistir a la magia de una celebración donde se realiza un "milagro" tan sorprendente que tranquiliza tu conciencia y te da ciertas seguridades. He dicho muchas veces que no escribo para que penséis como yo, sino para que penséis. Cuando hace unos años me llamaron al orden, me dijo el vicario episcopal que me examinaba: "Tú tienes que ser como el farmacéutico, que despacha las pastillas a los clientes sin explicarles lo que han hecho en el laboratorio". Mi desacuerdo con esta propuesta es absoluto. El ácido acetilsalicílico produce su efecto en el paciente automáticamente, aunque no tenga ni idea de su composición. Pero los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada que no se puede dar si no contamos con una mente despierta. Sin esa conexión, el rito se queda en puro folclore. Ya sabemos que, como sacramento, la eucaristía es un signo, no magia. Sabemos también que la eucaristía la celebra la comunidad reunida, aunque esto no está tan claro. La inmensa mayoría de los cristianos sigue pensando que la misa la celebra el sacerdote. Este despiste generalizado es consecuencia de creer que el sacerdote tiene poderes especiales para realizar un milagro. Mientras no superemos esta manera de entender la celebración y el sacerdocio estaremos incapacitados para entender el verdadero significado del sacramento. Jesús dijo: donde dos o más estés reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Nunca dijo: donde haya un sacerdote con poder para consagrar, en el pan me haré presente yo. Es la comunidad reunida la que recuerda a Jesús y le hace presente. Es muy importante que tomemos conciencia clara de que el signo no es el pan, a secas, sino el pan partido y repartido, preparado para ser comido. El hecho de partir el pan forma parte de la esencia del signo. Jesús se hace presente en ese gesto, no en la materia del pan. Si comprendiéramos bien esto, se evitarían todos los malentendidos sobre la presencia real de Jesús en la eucaristía. El pan consagrado hace siempre referencia a una fracción del pan, es decir, a una celebración eucarística. Sin esa referencia no tiene entidad ninguna. Lo mismo en la copa. El signo no es el vino, sino el vino bebido, es decir, compartido. Para los judíos la sangre era la vida, (no signo de la vida, como para nosotros, sino la misma vida). La copa derramada es la vida de Jesús puesta al servicio de todos, su vida se da para que todos participen de ella. La realidad significada no es Jesús sino Jesús como don, es decir, es el AMOR que es Dios, manifestado en Jesús. Empecemos por aclarar que la palabra hebrea que traducen los textos al griego por "soma", no significa exactamente cuerpo. En la antropología judía del tiempo de Jesús, el ser humano era un todo único, pero podían distinguirse distintos aspectos de ese todo: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma, hombre espíritu. Hombre cuerpo no hace referencia a la carne, sino a la persona como sujeto de relaciones. El "soma" griego tiene varios significados pero al traducirlo al latín por "corpus", terminó por imponerse el significado material de cuerpo físico y esto distorsionó el mensaje original. Jesús no dijo: Esto en mi cuerpo (físico) sino esto soy yo, esto es mi persona que se ha entregado a los demás. Esta perspectiva nos abre a una nueva comprensión del sacramento. La eucaristía resume la actitud vital de Jesús, que consistió en manifestar lo que es Dios. Como buen hijo hace presente al padre allí donde está él. Esa realidad significada, por ser espiritual, no está sometida al tiempo ni al espacio. Está siempre ahí, ni se trae ni se lleva, ni se pone ni se quita, ni se crea ni se destruye. Hacemos el signo, no para crearla, sino para descubrir su presencia, y poder así vivir conscientemente nuestra más impresionante profundidad de ser. Salir de la dinámica del milagrito y de la magia, no es tan fácil; exige un esfuerzo mental que muchos no están dispuestos a hacer. Los primeros cristianos tomaron del griego, por lo menos, seis palabras para indicar distintas realidades que nosotros metemos en el mismo saco de la palabra "amor": Agape: sería Dios mismo como puro don de sí, pero sin darse, sino atrayendo hacia sí. Lo que llamamos su "amor" al hombre. Caritas, síntesis del Eros informado por el Ágape. Sería el Amor cristiano. Filia: amor amistad. Satisface deseos, apegos, ideales. Eros: amor puramente humano. Placer en la cercanía. Libido: placer sensible que sigue al Eros. Impulso sexual. Nomos: relación con el otro a través del estricto cumplimiento de la ley. El "amor" del que habla el evangelio, referido a Dios, sería el "ágape"; Referido al hombre sería la "caritas". El amor humano es la relación entre dos personas; y mientras más profunda y estrecha es esa relación, más amor existe entre las dos. Ese amor no anula a las personas, sino que las potencia como tales; de tal modo que es más humana la que es capaz de amar más. Este amor no se puede dar en Dios, porque no hay nada fuera de Él con lo que pueda relacionarse como algo distinto a Él. El "ágape" no es relación al modo humano, sino la misma realidad de Dios que funde sin confundir, que une e identifica en sí a todos los seres. Dios no es un ser que ama, sino el amor. Un ejemplo podría aclarar estas ideas, un poco difíciles de asimilar. Imaginemos que llamamos amor al calor. Dios no es un ser caliente, ni siquiera imaginado a millones de grados. Dios es el calor que funde todo lo que encuentra haciendo de lo diverso una sola realidad. Toda la creación es una en Dios. En los evangelios, Jesús no hace hincapié en que ama mucho a suAbba, Padre; sino: "Yo y el Padre somos uno", y "el que me ve a mí, ve a mi Padre". Esa misma es la experiencia de todos los místicos de todas las religiones. S. Juan de la Cruz lo expresa muy bien: "¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!" Dios no puede hacerse presente en un lugar acotado, sencillamente porque no puede dejar de estar en todo lugar. Tampoco puede estar más presente aquí que allí. Nosotros, como seres humanos que somos, no tenemos más remedio que percibirlo en un lugar. Mas aún, tenemos que acotarlo en un lugar para poder tomar conciencia de su realidad. Cuando Jesús propone el mandamiento nuevo, Jesús está hablando de las consecuencias que debería tener en nuestra vida, el amor (ágape) del Padre. El fin último de la celebración de una eucaristía, es hacer presente con los signos, este ágape que nos fundiría con Dios y nos abriría a los demás, hasta sentirlos fundidos en Dios también. El hombre tiene el privilegio de poder tomar conciencia de este hecho y vivirlo. El que lo descubre y lo vive no es que esté más fundido en Dios que el que no lo percibe. Simplemente descubre su verdadero ser y disfruta siéndolo. Esto soy yo, pan que me parto y me reparto. Esto tenéis que ser vosotros. Todo el mensaje de Jesús esta aquí, todo lo que hay que saber y hay que hacer. .................. Celebrar la eucaristía no es una devoción. Su objetivo no es potenciar nuestras relaciones con Dios. Celebrar la eucaristía es comprometerme con los demás, es aprender de Jesús, el camino de la entrega. .................. Si la celebración es compatible con mi egoísmo; si sigo desentendiéndome de los que me necesitan; mis eucaristías no son más que un rito vacío. El pan que Jesús da nos salvará, si al comerlo, aprendo a dejarme comer como hizo él.
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Tapándose la cabeza con el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo, y sin otra arma que un cartel que lleva las fotos de su marido y de los otros 30 desaparecidos de su ciudad, Olga Aredez emprende entonces su larga marcha contra el "imperio" Ledesma. Y también en contra de todo cuanto se le asemeja en el mundo.
Con una dignidad de estatua griega y una pasión sin límites por la verdad y la justicia, reclama que la luz se haga sobre las desapariciones de su marido y de los otros. Pide que los culpables, que son bien conocidos en el medio y que en toda libertad se la pasan lindo gracias a jugosas pensiones del Estado, sean llevados a los tribunales y reciban los castigos contemplados por la ley. Pero, aterrorizados por el "imperio" azucarero, los habitantes de Ledesma quedan encerrados en sus casas y dejan a Olga completamente sola en la lucha. Ella, lejos de desanimarse, cada jueves que esté en el pueblo, y a la misma hora, hace su ronda de protesta pacífica por la plaza; a veces un perro vago se arriesga a acompañarla. Al mismo tiempo que se gana la vida como odontóloga entre amenazas, insultos y toda clase de acosos, se la ve caminando en el barro de los barrios populares para acompañar a la gente de la base, participando de sus organizaciones, asesorándolos, apoyando en particular a los desocupados y a las comunidades indígenas. Se la ve en las escuelas haciendo descubrir a los jóvenes la verdadera historia de su pueblo y abriéndoles la mente a valores distintos de los que el sistema les vende. No se pierde tampoco un solo foro social internacional del altermundialismo. Allí donde se lucha por los Derechos y la dignidad de la persona humana y se reflexiona sobre cómo parir un mundo que sea viable para las mujeres, los indígenas, los desocupados y todo cuanto hay de marginados bajo el cielo, allí está Olga. El "bagazo" El "bagazo" es el bacilo de la caña de azúcar que, día y noche y desde hace más de un siglo, las chimeneas del "imperio" escupen sobre Ledesma. No se cuentan las víctimas de esa contaminación que siempre ha sido denegada por la empresa y por los médicos contratados por ella. Por más que Olga se desviva para que se pongan filtros a las chimeneas asesinas, ningún caso le hacen, y ahora le toca a ella sufrir en carne propia las consecuencias de tan cruel insensibilidad. En julio de 2003, en una de las mejores clínicas de Córdoba se le diagnostica la presencia en los pulmones de un tumor provocado por el bagazo. Una muy delicada operación se impone sin demora, pero, como el corazón da señales de socorro, la operación se posterga. Unos días en terapia intensiva parecen haber restablecido las condiciones para pasar a la operación, pero Olga tiene otros planes y decide dejar el hospital. La está esperando en Ledesma una cita sagrada que por nada en el mundo se va a perder. Los médicos y familiares ponen el grito en el cielo, hablan de suicidio, intentan por todos los medios disuadirla, pero Olga ya está en el camino de vuelta a la ciudad del bagazo. En ese lugar hace un calor como en ninguna otra parte del mundo, y sin embargo, a la cabeza de 3.000 manifestantes venidos de los cuatro ángulos del país para conmemorar con ella la siniestra Noche de los Apagones en que la empresa azucarera hizo desaparecer a su marido y a más de otras 300 personas, Olga recorre a pie 14 Km. Al final de la marcha, como cada año desde hace más de 20 años, ella misma anima por la tarde un congreso popular sobre los Derechos Humanos. A cuatro patas Que ese esfuerzo sobrehumano no la haya matado es un milagro, pero nadie piensa que haya ayudado a mejorarle la salud. Olga lo sabe y se apresura en hacer la valija para volver al hospital de Córdoba. Está por salir cuando se entera de que, en ese mismo día, el nuevo Presidente del país va a llegar a Jujuy para una visita relámpago. Olga se olvida enseguida del hospital, salta en su coche y a toda velocidad se dirige a 200 Km. de Ledesma para ir a encontrarse con el Presidente y entregarle una nota en manos propias. Otras cuatro Madres de Plaza de Mayo la acompañan. Pero en la ruta, a 4 Km. del lugar adonde el Presidente debe desembarcar, la policía no deja pasar los autos. Es una medida de seguridad que no admite excepciones. Olga lo entiende. Como no tiene un segundo que perder, agarra de la mano a la mejor caminadora de entre sus compañeras y se lanza a pie hacia su meta mientras el mercurio pasa de los 30º C. Al llegar cerca del edificio donde el Presidente está por llegar, Olga se topa con una muchedumbre compacta que le impide avanzar. En el bullicio pierde a su compañera. No se detiene por ello y mal que mal se abre paso a codazos. Unos nostálgicos de la dictadura que han divisado su pañuelo blanco, la inundan de injurias. Como lo han hecho durante 27 años, le gritan de todo: ¡"Loca!" ¡Comunista! ¡Traidora a la patria! ¡Vendida!"... Curtida contra los insultos, Olga no hace caso y forcejea aún más para llegar hasta la casa. Pero de pronto choca con un cordón de policías armados hasta los dientes que le oponen una verdadera muralla. Ella les suplica que la dejen pasar, pero la muralla no se mueve. Entonces, sin más rodeos, Olga se tira al suelo y como un perrito se cuela entre las botas de los guardias, pegando gritos de muerte. La misma muchedumbre se asusta. De pronto Olga reconoce a un Ministro sobre la tribuna y le llama por su nombre. El ministro sorprendido la reconoce también y va a correr en su ayuda cuando aparece el Presidente. El Ministro le susurra una palabra al oído y es el Presidente quien acude hacia Olga, la ayuda a levantarse, la abraza y le dice: "Quédese tranquila, señora, soy uno de ustedes". Se imaginarán la emoción. En lágrimas Olga entrega su famosa nota en que le pide al Presidente que autorice el acceso público a los archivos de la represión en la Provincia de Jujuy durante la última Dictadura, y además, que reclame de Estados Unidos o de Panamá la extradición inmediata del prófugo ex Comisario Ernesto Haig, que, en esa época, fue uno de los peores asesinos de la Provincia. El Presidente promete encargarse personalmente de ese asunto, anima a Olga a seguir su combate para que la memoria no se pierda nunca, y le asegura que, desde ya, las puertas de la Casa Presidencial están abiertas para ella. No puedo dejar de mencionarlo, esa anécdota me recuerda a aquella mujer cananea que a gritos logra acercarse a Jesús, se tira a sus pies y, para arrancarle el favor que quería de él, le dice con una sencillez desarmante: "También los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos"... (Mt 15, 21-28) - El sol de noche En Buenos Aires, algunos días después de este acontecimiento, se estrena un documental sobre Olga. Tiene como título: "Sol de noche". Dicho sol es ella naturalmente, pero Olga no está allí en esa noche de estreno. Acaba de internarse otra vez en el hospital. Su estado es de lo más grave. Los médicos dudan. Se cree que el fin se acerca. Por unos interminables días la vida y la muerte libran en Olga una verdadera batalla. Pero, sorpresivamente, la vida logra ventaja y se estima que se puede arriesgar la operación. Antes de dormirla, el cirujano le pregunta a Olga qué piensa hacer si logra salir de ese trance. Ella le contesta con picardía: "Voy a seguir peleando al lado de los desocupados". El médico sonríe, persuadido de que ese mal no tiene remedio. La operación es un éxito. Olga sorprende a todo el mundo saliendo de terapia intensiva seis días antes de lo previsto y acortando en dos semanas su estadía en el hospital. Lo peor ha sido evitado. Pero por el momento solamente, porque el tumor se ha revelado canceroso. No importa. Luego de una convalecencia sin problemas, Olga vuelve a sus actividades como si nada. Final o comienzo Pero, al cabo de un año y medio, el cáncer se reactiva. No hay más esperanza. 27 años de lucha contra viento y marea, en soledad y en solidaridad y con una fe inquebrantable en lo imposible, han llegado a su término. Olga entra en la eternidad con toda su belleza de estatua griega, llevando en su corazón la carta de toda una vida convertida en su solo grito por la verdad y la justicia y por la liberación de todos los oprimidos del mundo. Dicen que se acerca ya el ansiado dinero de Bruselas. Quizás pararnos y primero pensar lo que queremos financiar, quizás detenernos y reflexionar sobre el empleo de esas ingentes sumas. Todo apunta a que esa gran ayuda irá a parar a los bancos insaciables, a una producción en importante medida desnortada. Financiar más de lo mismo o atrevernos a creer que otro modelo basado en el compartir y el cooperar es posible y por lo tanto inyectar el dinero en ese empeño.
No queremos nuevos y supersónicos coches, nuevos y superfluos bienes, no queremos más e inconsciente consumo. Queremos pan y futuro para todos los hermanos que pueblan esta tierra bendita. No queremos comprar más, queremos ser más, crear más, amar más... Nos asfixia una omnipresente publicidad que jamás habla a nuestras verdaderas necesidades, que nunca atiende las demandas de nuestra alma. No queremos lo último de la última gama de aparatos..., queremos que los últimos de la tierra se sienten a nuestra misma mesa y juntos compartamos un mismo y más feliz destino. Ahora o quizás ya nunca. Hay que reinventar el mundo y nuestras relaciones. Pensamos que la economía era ocuparnos de nosotros mismos, cuidar de nuestros deseos y caprichos inmediatos y nos equivocamos de forma flagrante y dolorosa. Ahora sabemos que la economía es el arte de sostener la comunidad y la Vida y sus Reinos; es la oportunidad de proporcionar bienes y servicios al conjunto, ya nunca jamás de hacer subir y subir, a saber a costa de qué y de quién, los números de nuestra cuenta. No, no queremos dinero de Bruselas, queremos repensar la civilización, antes de que sea demasiado tarde, antes de que este modelo económico se torne por completo insostenible, antes de que no quede tierra y agua puras para los nuevos humanos que ya están llegando. No, no somos economistas. No conocemos más "prima" que aquella que nos sonrojaba con sus ojos azules y su mirada inocente, aquella que suspirábamos ver al otro lado del mantel de la ancha familia. "Riesgo" era sólo el temblor en su ansiada vera. Nos hablan de deuda y necesariamente hemos de recordar a los animales cruelmente enjaulados, masiva y diariamente degollados; obligatoriamente evocamos el agro intoxicado. No sabemos de economía pero amamos la tierra y los árboles y los mares y los ríos y deseamos defenderlos y deseamos por siempre vivir en armonía y unión con ellos. No, no sabemos de economía, pero sí de relaciones fraternas, sí de respetar y venerar el sudor ajeno, aunque se vierta en frentes que están al otro lado del mundo. No sabemos de economía, pero alcanzamos a comprender que no es de ley enriquecerse a costa del trabajo del otro, especular a costa de terceros, porque se tiene la cartera más llena y se conoce mejor la jugada. No concebimos beneficio a golpe de ratón. No, no sabemos de la economía que se maneja desde lejanas y autistas pantallas, conocemos la pequeña y más real economía, aquella a ras de suelo y del milagro una y otra vez renovado de la semilla, aquella economía voluntariosa alejada de los edificios "inteligentes" y los centros financieros. Sabemos de la economía del gozoso esfuerzo, de la azada que nos rinde, de las manos que se pierden en esta o aquella masa, del disfrutar los sabrosos frutos de ese agotamiento... Inundan los campos de gigantes máquinas, contribuyen a envenenar la tierra, a matar los mares y los ríos... y después nos dicen que eso es progreso. Que se quede el dinero en Bruselas si va a engrasar la misma producción sin conciencia, la misma economía del sálvese quien pueda, la misma macrolocura de plástico y antojo, de supuesta felicidad a corto plazo. No sabemos de economía, pero sabemos dónde vamos, discernimos qué queremos. Nos consta que un mundo y un tiempo se acaban y felizmente arrancan otros. Sabemos que una civilización materialista y de propio ombligo se derrumba y otra tímida, silenciosa, de manos y corazones abiertos, cargada de futuro y esperanza, despierta. No, no queremos dinero de Europa para repetir la misma y agotada trastada. Ahora ganemos todos, sobre todo gane la Madre Tierra que lleva tanto tiempo perdiendo, sobre todo ganen las futuras generaciones que llevamos tanto tiempo olvidando, sobre todo gane un nuevo orden solidario, una nueva justicia, una nueva paz y belleza compartidas sobre la faz de este mundo. Sostenibilidad es observancia de la ley de la solidaridad universal. Que se ayuden y financien los sectores, iniciativas y desarrollos solidarios con el presente y con cuantos, humanos o no, lo habitamos, con el futuro y con cuantos heredarán este aún maravilloso escenario. De la capital de Europa viene ya un blindado cargado de dinero, pero nosotros/as lo que necesitamos es un recargo de fuerza y de fe, de convencimiento de que podemos hacer las cosas de otra forma, para que por fin nadie se quede a la cola, para que nuestros ríos canten de nuevo alegres y nuestra tierra sonría reverdecida, colmada de frutos sanos. En cuestión religiosa se debate entre el conformismo y las promesas incumplidas
La Constitución y los Acuerdos de 1979 con el Vaticano consagran una confesionalidad que los obispos no aflojan Altos prelados, encabezados por el arzobispo de Atenas y Primado de Grecia, Jerónimos II, tomaron juramento este sábado pasado al nuevo Gobierno de Grecia. Es en Europa el ejemplo mayor de maridaje del Estado con una religión. España ha avanzado algo en el camino hacia la laicidad, pero persisten parecidos signos de confesionalismo. Ocurrió todavía en la toma de posesión de los últimos ministros del Gobierno Zapatero, José Blanco (portavoz) y Antonio Camacho (Interior), y de los vicepresidentes Elena Salgado y Manuel Chaves, que cambiaban de rango. Lo hicieron ante un ejemplar de la Constitución, un crucifijo y una Biblia abierta por el capítulo XXX del Pentateuco, el llamado Libro de los Números. Cada campaña electoral resurge el debate de la laicidad, pero esta vez con menos entusiasmo. Es la consecuencia de promesas incumplidas en el pasado. Pese a todo, hay compromisos de reforma concretos, sobre todo por parte del PSOE, IU y Unión Progreso y Democracia (UPyD). Enfrente, los obispos se muestran convencidos de que no habrá sorpresas, una vez espantada hace un año la amenaza de una ley de Libertad de Conciencia, que Rodríguez Zapatero tenía preparada para poner orden en la confusión entre el Estado y religión católica. Los ministros juran el cargo ante la Constitución, un crucifijo y la Biblia Cada vez hay menos católicos practicantes en España. Se vacían iglesias, se cierran conventos y seminarios y la edad media de los sacerdotes se acerca a los 70 años. Según las encuestas del CIS entre 2000 y 2010, el porcentaje de españoles que se declaran católicos oscila entre el 74% y el 82%. Pero muchos son cristianos romanos de palabra, o por convención social. Por eso no hacen caso a la mayoría de los preceptos del Vaticano, incluido el más cómodo de ir a misa todo los domingos y las llamadas “fiestas de guardar”. Lo hace apenas el 13% de los que se creen creyentes. Además, pocos católicos, sobre todo entre los políticos, hacen caso de lo que predican sus jerarquías. Pero el poder eclesiástico no cede. Avanza la secularización de la sociedad (el papa Benedicto XVI cree que España es ahora el país más necesitado de una nueva evangelización), pero retrocede la laicidad. “Vivimos en un país laico y cada vez seremos más laicos”, proclamó Rodríguez Zapatero poco antes de llegar a la presidencia del Gobierno. Fue cuando anunció la promulgación de una ley de Libertad de Conciencia que garantizase la igualdad entre religiones, sin privilegios. El compromiso parecía al alcance de la mano cuando, ya en el poder, la vicepresidenta primera del Ejecutivo, María Teresa Fernández de la Vega, se comprometió incluso a rebajar los milmillonarios subsidios que el Estado aplica cada año para el sostenimiento del clero, el culto y las actividades sociales del catolicismo. “El dinero para la Iglesia tendrá que ir a menos. Los obispos tendrán que cumplir su compromiso de autofinanciarse. No hay ningún país de Europa donde la Iglesia católica esté mejor tratada que en España”, sostuvo en noviembre de 2005. Cada campaña surge el debate de la laicidad, esta vez con menos entusiasmo Se pensó entonces que, si el Gobierno del PSOE se atrevía a tocar la cartera a los obispos, el camino hacia la laicidad podía estar despejándose. Vana ilusión. Dos años más tarde, el Gobierno Zapatero cedía a los prelados un privilegio económico que los Ejecutivos anteriores, incluso los de derechas, les habían negado. Fue en enero de 2007, mediante un simple “canje de notas” entre el ministro de Asuntos Exteriores, entonces Miguel Ángel Moratinos, y el nuncio (embajador) del Estado vaticano en Madrid, el arzobispo portugués Manuel Monteiro. El nuevo sistema elevó el 34% el coeficiente del IRPF que recibe el episcopado por deseo de los fieles que ponen la equis en la casilla correspondiente (hasta el 0,7% de la cuota). Además, daba carácter “estable” al modelo. El Gobierno libraba así a la jerarquía de una de sus promesas incumplidas: la de autofinanciarse. Ese fue su compromiso cuando firmó los acuerdos de 1979, sustitutos del Concordato franquista de 1953. Dice el artículo dos del acuerdo sobre Asuntos Económicos: “La Iglesia católica declara su propósito de lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades”. Mientras tanto, se añade, “el Estado se compromete a colaborar con la Iglesia católica en la consecución de su adecuado sostenimiento económico, con respeto absoluto del principio de libertad religiosa”. Para ello se articuló un sistema provisional de “dotación” mientras se encontraba (plazo: tres años) una fórmula más adecuada de asignación de recursos. El proceso parecía diáfano: al final del citado artículo se proclamaba: “Ambas partes se pondrán de acuerdo para sustituir los sistemas de colaboración financiera expresada en los párrafos anteriores, por otros campos y formas de colaboración económica entre la Iglesia católica y el Estado”. “Vivimos en un país laico y cada vez seremos más laicos”, prometió Zapatero El Ejecutivo Zapatero también libró a los obispos en 2007 del bochorno de otro gran fracaso: el del llamado “impuesto religioso”, que estaba dejando al descubierto cada año la proverbial tacañería del católico español para con sus jerarcas. Muerto el dictador Franco, su gran protector, los obispos habían asumido en 1979 el final del nacionalcatolicismo de Estado, pero confiaban en que la sociedad, que creían católica en un 98%, les apoyaría económicamente. Por eso asumieron con entusiasmo la idea del impuesto religioso, primero, y la de llegar a autofinanciarse. Pronto bebieron de un cáliz amargo, cuando vieron que apenas el 34% de los declarantes a Hacienda ponían la equis en la casilla del IRPF que asigna una pequeña parte del impuesto a los obispos, y eso que ese acto no supone pagar más a Hacienda por ser católico, como ocurre en otros países. Por el contrario, es cada español, sea creyente o ateo, niño o anciano, católico o judío, protestante, musulmán o budista, quien paga a través de Hacienda ese impuesto católico. Además, esa asignación de Hacienda a la Conferencia Episcopal —249.456.822 euros el año pasado— es una mínima parte de la ingente aportación económica que diferentes administraciones del Estado hacen a esa confesión. Los expertos cifran en más de 6.000 millones los fondos recibidos por la Iglesia católica, liberada además de todos los impuestos excepto el IVA. Retrocede la laicidad pese a que la sociedad está cada día más secularizada ¿Por qué se dejó el Gobierno Zapatero torcer el brazo, cancelando sus promesas de caminar hacia la laicidad? El Ejecutivo buscaba espantar las críticas de los obispos, que le acusaban de persecución de lo religioso y de laicismo beligerante. Pero las críticas no cesaron, incluso con manifestaciones de obispos por las calles de Madrid, encabezados por el cardenal Antonio María Rouco. Benedicto XVI se unió al coro afirmando que el laicismo del Ejecutivo socialista le recordaba las turbulencias de la II República, de cuyo desenlace sangriento fue cómplice la Iglesia católica apoyando desde el principio el criminal golpe de Estado y la larga dictadura del general Franco. Pese a todo, el Gobierno prodigó todo tipo de zalamerías al Pontífice romano cuando visitó en agosto pasado Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. “El Estado laico es imposible en España. Lo impide la propia Constitución, que en el artículo 16.3 mantiene cierta confesionalidad católica y niega los principios de igualdad y neutralidad en materia religiosa. Lo dificulta todavía más el concordato de 1979 que llena de privilegios a la Iglesia católica. Responsabilidad no pequeña en esta imposibilidad le corresponde al PSOE que durante más de 20 años en el poder se ha comportado como rehén de los obispos”. Con esta contundencia se pronuncia el teólogo católico Juan José Tamayo, director de la cátedra de Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría en la Universidad Carlos III. De la misma opinión es Dionisio Llamazares, exdirector general de Asuntos Religiosos y catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Complutense. Dice: “El ideal de laicidad, en interpretación del Constitucional, (separación, sin confusión, de sujetos, actividades y objetivos religiosos y estatales, y neutralidad religiosa e ideológica del Estado), es inalcanzable, mientras sigan vigentes los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede. Por dos razones. Primero, porque contienen disposiciones inconstitucionales —en el nombramiento del Vicario General Castrense la última palabra corresponde al Jefe del Estado; la asignación tributaria implica dedicar dinero público a fines religiosos y erosiona el principio de igualdad tributaria; se inserta en el currículum y en el sistema educativo, ideológica y religiosamente neutral, la enseñanza confesional católica y queda así comprometida la constitucionalidad del régimen de la asignatura y de los profesores—. Y segunda razón y más difícil todavía, porque la internacionalidad de los Acuerdos entraña la pérdida de soberanía legislativa del Estado en la protección de derechos fundamentales (igualdad en la libertad de conciencia); es necesario el consentimiento de una organización confesional para su interpretación y revisión, y convierte a la Iglesia en colegisladora o, al menos, con derecho de veto”. Propuestas para avanzar “Después de décadas de democracia formal, los enormes privilegios concedidos a la Iglesia católica, que más que menguar se han acrecentado, hacen que convivamos en un Estado confesional católico, con tendencia a ser multiconfesional”. Es la impresión del exdiputado Francisco Delgado, presidente de Europa Laica. La misma opinión tiene el catedrático Alejandro Torres, de la Universidad Pública de Navarra. ¿Es posible un cambio a la vista de los programas electorales? Delgado dice que no. “Analizados los del PSOE y el PP, las cosas van a variar muy poco, y difícilmente pueden empeorar. El PSOE ni siquiera promete ya una ley de Libertad de Conciencia, como en la anterior legislatura. Partidos como IU sí apuestan por medidas trascendentales, así que habrá que contar con ellos para movilizar a la ciudadanía, altamente secularizada, de forma creciente en particular entre los más jóvenes”. El profesor Alejandro Torres hace estas propuesta concretas. 1. Supresión de la asignación tributaria y sustitución por un sistema de deducción de donaciones en un 25% en el IRPF. 2. Supresión de beneficios fiscales en el IBI en viviendas de los ministros de culto, así como en huertos y jardines. 3. Renuncia al nombramiento del obispo castrense por parte del Jefe del Estado. 4. Revisión del protocolo de Estado, para adecuarlo al principio de laicidad. 5. Reforma de la Ley Hipotecaria y del Reglamento Hipotecario, que permiten a los obispos inmatricular (acceso por primera vez al Registro de la Propiedad) inmuebles a partir de certificaciones de dominio expedidas por ellos mismos. 6. Sustituir el sistema de Acuerdos por un marco de derecho común que se aplique por igual a todas las confesiones inscritas en el Ministerio de Justicia. Francisco Delgado, en cambio, cree que no es posible caminar hacia “una laicidad razonable” sin reformar la Constitución y denunciar los Acuerdos del 1979 con la Santa Sede. Dice: “Se impone la cancelación de todos los privilegios simbólicos, jurídicos, patrimoniales y políticos. La secularización de la sociedad va muy por delante de la agenda política”. Por el contrario, el también teólogo católico Josep-Ignasi Saranyana, miembro del pontificio Comité de Ciencias Históricas en el Vaticano, no ve obstáculos en el actual sistema. Subraya: “Las relaciones Iglesia-Estado se regulan por los acuerdos entre la Santa Sede y España, de 1976 y 1979. Son acuerdos entre Estados, al más alto nivel, que nunca han sido denunciados por el Reino de España. Solo ha habido vagas e interesadas declaraciones de algunos políticos, que no afectan a la sustancia de los acuerdos”. Según Josep-Ignasi Saranyana, también profesor emérito de Teología en la Universidad de Navarra, es en ese marco de los Acuerdos y en la regulación constitucional donde “se inscribe la laicidad del Estado”. Añade: “Esto quiere decir que el Estado español se declara incompetente en materias religiosas, pero no ignorante de la existencia de esas materias, puesto que la sociedad es naturalmente religiosa. El Estado protege esos intereses religiosos, amparando el principio fundamental de libertad religiosa. Se trata de un derecho civil, reconocido también por nuestra Constitución, en su artículo 16. Solo la salvaguarda del orden público puede introducir alguna limitación a tal libertad. Por consiguiente, no afecta a la laicidad del Estado que las autoridades participen en ceremonias religiosas, cualquiera que sea esa confesión, siempre que lo juzguen oportuno, haciéndose así copartícipes de los intereses religiosos de la ciudadanía española, que los organiza”. Tampoco cree Saranyana que se necesite reforma alguna. “Los marcos jurídicos están bien establecidos y resultan funcionales. Lo que pediría a los políticos es que fuesen siempre muy respetuosos con el derecho, que es respaldo seguro de orden, paz social y tranquilidad ciudadana. En los últimos años ha habido ligereza en las declaraciones de algunos políticos, quizá por una insuficiente preparación jurídica. Sus planteamientos han estado muy contaminados ideológicamente, lejos de la demanda social. Todo político debe conocer muy bien la historia de su pueblo, para no caer en la tentación de liderazgos mesiánicos que a nada conducen”, sentencia. En cambio, el profesor Llamazares sostiene que “son posibles, tanto la revisión, como la interpretación acorde con la Constitución, ambas consensuadas”. Todo eso en teoría, porque, añade, “no es probable que la Iglesia renuncie a privilegios, de los que disfruta, a cambio de nada”. Quedaría la sentencia interpretativa del Constitucional, poco probable. Cabría incluso la interpretación unilateral del Estado al legislar, y, en última instancia, la denuncia de los Acuerdos, apoyándose en la cláusula rebus sic stantibus (cambio sustancial de las creencias de la sociedad). Llamazares concluye: “Siendo realista, no creo que Gobierno alguno afronte ese reto, cuando ninguno ha intentado erradicar las reminiscencias de confesionalidad (símbolos religiosos en espacios públicos y participación de poderes o instituciones en ceremonias religiosas) que cobija nuestro ordenamiento y que no gozan del blindaje de los Acuerdos. Estos no son una exigencia constitucional y podrían sustituirse por Acuerdos de Derecho Público Interno, unilateralmente modificables (sin comprometer la soberanía del Parlamento), que garanticen a las confesiones ser escuchadas (informe no vinculante), siempre que una iniciativa legislativa pueda afectar a sus contenidos. Es la opinión pública quien tiene que tenerlo claro”. He tenido que luchar con el ordenador que insiste en corregirme y poner periclitados. Le dejo claro que la última escritura la tengo yo y, aunque él insiste en subrayarlo en rojo, no cedo y pongo "paraclitados", o sea, "afectados por el Paráclito" y, como consecuencia, "defendidos" y "animados".
- "¿Animados? ¡Hombre, no me fastidie! Pues están lo tiempos como para animarse..." Claro, pues por eso, precisamente porque no lo están y porque la esperanza es el recurso teologal diseñado en especial para situaciones como las presentes. ¿O es que tenemos que tachar Pentecostés del calendario cristiano, como si fuera una ventanilla con el letrero: "Cerrado hasta que termine la crisis. Disculpen las molestias?" Al Espíritu de Jesús no hay gobierno que lo recorte, así vamos a hacer algunas consideraciones en torno a su paso por nuestra vida. De entrada, recordar que nos deja esponsorizados, es decir, pudiendo contar con Alguien que patrocina nuestras actividades y sufraga los gastos y "desgastes" que traen consigo nuestros proyectos, intentos y relaciones, mayormente en lo que se refiere a tratar de vivir según el evangelio de Jesús. Tampoco descansa hasta que nos convierte en gente sinergizada.A riesgo de ponerme pesada con asuntos lingüísticos, recuerdo que es una palabra del último verso del evangelio de Marcos y actúa como "certificado de últimas voluntades" del Viviente: "Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor "trabajaba junto con ellos" (syn-ergein). O sea que "co-laboraba", "con-curría" o "actuaba como socio". Nada menos. Otro regalo más: nos convierte en frutiportantes y, si les suena raro, vayan a Gal 5,22-23 que habla del "fruto" del Espíritu y dibuja el perfil de quien se deja guiar por él: es alguien capaz de amar de verdad, no pierde la alegría, mantiene la paz, tiene una respiración larga (la famosa "longanimidad" del catecismo), es amable y buena persona, mantiene la palabra dada, tiene aguante y capacidad para ser señor de sí mismo. Podemos preguntarnos si todos estos dones no tienen contrapartida y si no necesitamos hacer nada a cambio. Y creo que, sin negar su condición de gratuidad, hay una condición previa que nos dispone para recibirlos: el intento de "desalojar troyanos", esos pensamientos aún más peligrosos que los peores virus y que amenazan infectarnos el sistema operativo vital: "No podemos hacer nada", "Han acabado con todo", "No tenemos salida"... Que cada cual detecte sus vulnerabilidades y se pase el antivirus correspondiente. Aporto uno de los más recomendados por su eficacia y que refleja una tradición árabe sobre Jesús: Juan el evangelista tenía una risa contagiosa y Simón Pedro, en cambio, era dado al llanto. Entonces Simón dijo a Juan: "Te ríes tanto como si ya hubieras llevado a cabo la obra de tu salvación". Y Juan le contestó: "Y tú lloras tanto como si ya hubieras desesperado de tu Señor". Entonces Dios reveló al Mesías: "De los dos modos de vivir, el de Juan me agrada más". Si a algo nos empuja el viento de Pentecostés es a coincidir plenamente con los gustos de Dios. El texto se aleja mucho del género histórico. Esta "despedida de Jesús" se sitúa en un monte de Galilea (mientras Marcos y Lucas la sitúan en Jerusalén y el segundo final de Juan la presenta en el lago).
Estas discrepancias muestran claramente que predomina el género teológico sobre el histórico, y que lo que importa no es el suceso (por otra parte irreconstruible) sino el mensaje, que es, evidentemente, la misión. Así pues, el texto se sitúa en este domingo por su final: la misión en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. Aunque es muy posible que esta fórmula trinitaria haya sido añadida al evangelio de Mateo posteriormente, la iglesia la ha aceptado desde tiempos muy antiguos y la ha recibido como parte del mismo evangelio. Este evangelio es "muy teológico", habla de "todo poder"... nos puede confundir. Propongo que se sustituya por Jn 14, 1-9, ya que todo lo que conocemos de La Trinidad, lo conocemos por lo que hemos visto y oído a Jesús. "Felipe, ya me has visto, y no te hace falta ver más". 00oooo00 A lo largo de su historia, la humanidad se ha situado ante la divinidad en una doble situación: por una parte, la curiosidad, la necesidad de conocer, el irresistible atractivo ante ese desconocido, el mayor de todos los enigmas a los que puede enfrentarse. Por otra parte, el temor, la conciencia de pequeñez e indefensión ante esa realidad que se entiende ante todo como poder. En esta búsqueda temerosa de la divinidad, Jesús supone un vuelco espectacular. El Dios conocido a través de Jesús no tiene nada de terrible: es una fuerza benéfica, positiva para el ser humano. Y no se manifiesta como lejano e inaccesible, sino como cercano, comunicativo y activo. La imagen de Padre no se limita a una connotación de poder, como el paterfamilias todopoderoso de la antigüedad. La palabra "Abbá" lo expresa bien: es un padre que engendra por amor y trabaja por sacar adelante a sus hijos. Este Dios activo, presente en la historia, se describe con una imagen: el viento, que traducimos por "espíritu" y es el aliento, el soplo vital que hace vivientes a los seres vivos. La historia se entiende como una serie continua de intervenciones de ese Viento de Dios: es él quien mueve a las personas, quien produce efectos benéficos por medio de ellas, para el bien de la totalidad. Conforme a esta imagen, los evangelistas presentan a Jesús como obra del Espíritu, "un hombre lleno del Espíritu". Ese Espíritu de Dios es el que le hace ser y sentirse hijo, el que le lleva a hablar de su Padre como quien le conoce, a actuar con el mismo espíritu de su Padre. El Espíritu que se muestra en Jesús le lleva a comunicar, hablar de su Padre, informar, revelar. Y le lleva a actuar, siempre a favor de las personas, curando, liberando. Por eso, Jesús es definido como Hijo y como Palabra, que son dos preciosas metáforas, antes que interpretaciones metafísicas acerca de la naturaleza divina. Jesús hace visible a Dios, en él se muestra cómo es el Padre. "Es como su Padre: actúa, siente y habla como su Padre". Los que creemos en Jesús hemos descubierto en él la dimensión comunicativa de Dios. El descubrimiento es tan sencillo como radical: hay palabra de Dios. Dios no es un arcano inaccesible. Es un sembrador que continuamente esparce la semilla de la palabra. De la misma manera que no es un ausente, sino una brisa que constantemente refresca, anima, impulsa. El Dios de Jesús, Padre, Palabra y Viento, es una Estupenda Noticia. Naturalmente, todas estas expresiones no son más que imágenes. Pero es fundamental caer en la cuenta de que Jesús habla en imágenes, es decir, que considera que las imágenes son la mejor manera que tenemos los humanos de comprender a Dios. Lo importante es que no se usan otras imágenes: • para hablar de Dios creador no se usa la imagen de un artesano (nosotros diríamos un ingeniero) que fabrica una máquina y puede tirarla si se hace vieja; se usa la imagen del que engendra y saca adelante, movido por el amor. • para hablar de Jesús no se usa la imagen de un Mensajero enviado con poderes de parte de un Rey poderoso: se usa la imagen de un hijo que anuncia los demás que también lo son, que les dice quién es su Padre. • para hablar de la acción de Dios no se usa la imagen de un rey que dicta órdenes y machaca enemigos; se usa la imagen del viento, del aliento, algo que hace vivir y arrastra. Por esta razón, cuando hablamos de la Santísima Trinidad decimos que en Jesús hemos descubierto a Dios como Padre, como Palabra, como Viento. Jesús, al mostrar cómo es Dios, muestra también cómo es el ser humano. Cuando atribuimos al hombre Jesús una condición divina, estamos diciendo que el ser humano es capaz de Dios. Estamos diciendo que el ser humano se hace completamente humano cuando "se encuentra" con Dios. Naturalmente, esto, llevado al terreno de los conceptos, de la metafísica, resulta poco menos que inexplicable o ininteligible. Por eso es tan útil – tan necesario – fiarnos de Jesús también en el modo de hablar de estas cosas: con imágenes: encuentro con Dios, llegar a ser hijo, dejarse llevar por el Viento .... Para concluir: La Santísima Trinidad nos lleva al corazón de nuestra fe: en Jesús, el Hijo, podemos conocer a Dios, y lo conocemos como Padre y como Viento. Atiende a la Palabra, déjate llevar por el Viento de tu Padre, deja que el Viento y la Palabra te vayan convirtiendo en Hijo. ORACIÓN Yo creo sólo en un Dios: en Abbá, como creía Jesús. Yo creo que el Todopoderoso creador del cielo y de la tierra es como mi madre y puedo fiarme de él. Lo creo porque así lo he visto en Jesús, que se sentía Hijo. Yo creo que Abbá no está lejos sino cerca, al lado, dentro de mí, creo sentir su Aliento como un Brisa suave que me anima y me hace más fácil caminar. Creo que Jesús, más aún que un hombre es Enviado, Mensajero. Creo que sus palabras son Palabras de Abbá Creo que sus acciones son mensajes de Abbá. Creo que puedo llamar a Jesús La Palabra presente entre nosotros. Yo sólo creo en un Dios, que es Padre, Palabra y Viento porque creo en Jesús, el Hijo el hombre lleno del Espíritu de Abbá. Es verdad que la Biblia dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, en realidad, es el hombre el que está fabricando a cada instante un Dios a su medida. Es verdad que nunca podremos llegar a un concepto adecuado de lo que es Dios, pero no es menos cierto que muchas ideas de Dios pueden y deben ser superadas. Si ha cambiado nuestro conocimiento de la realidad, y ha cambiado nuestra manera de entender al hombre, será lógico que cambie también nuestra idea de Dios.
El Dios antropomórfico tiene que dejar paso a un Dios-Espíritu, cada vez menos cosificado. Decir que la Trinidad es un dogma o que es un misterio, no hace más comprensible la formulación trinitaria. La verdad es que hoy no nos dice casi nada, y menos aún las explicaciones que se han dado a través de los siglos. Todas las teologías surgieron de una elaboración racional que siempre se hace desde una filosofía de la vida, determinada por un tiempo y una cultura. También la primitiva teología cristiana se desarrolló en el marco de una cultura y una filosofía, la griega. Pudo ser muy útil a través de la historia, pero no tenemos por qué atarnos a ella y negarnos a buscar otras maneras de comprender a Dios. Cada día se nos hace más difícil la comprensión del misterio, entre otras cosas porque no sabemos qué querían decir los que elaboraron el dogma. Aplicar hoy a las tres personas de la Trinidad la clásica definición de Boecio: "individua sustantia, racionalis natura", es un poco ridícula, porque pretende aplicar a Dios la individualidad y la racionalidad propia del hombre. Dios no es un individuo, ni es una sustancia ni es una naturaleza racional. La mayor dificultad para hablar de Dios como tres personas, la encontra¬mos en el mismo concepto de 'persona', que lejos de ser una constante a través de la historia, ha experimentado sucesivos y profundos cambios de sentido. Desde el "prosopon" griego, traducido al latín por "persona", y que era en el origen la máscara que se ponían en el teatro para que "resonara" la voz; pasó luego a significar el personaje que se representaba. Al final terminó significando el individuo físico. El sentido moderno de persona, es el de yo individual, conciencia subjetiva, es decir, el núcleo más íntimo del ser humano. En la misma raíz del significado está la limitación. Existe la persona porque existe la diferencia y por lo tanto la separación. Esto es imposible aplicárselo a Dios. En los últimos años se está hablando del ámbito transpersonal. Creo que va a ser uno de los temas más apasionantes de los próximos decenios. Si el hombre está anhelando lo transpersonal, es ridículo seguir encasillando a Dios en un concepto personal, que siempre supone la limitación del propio ser. En realidad, siempre que nos atrevemos a decir Dios es..., estamos expresando una idea, es decir, un ídolo. Seguimos creyendo que ídolo es una escultura o una pintura de Dios, pero también es un ídolo cualquier concepto que aplicamos a Dios. El ateo sincero está más cerca del verdadero Dios, que los teólogos que creen haberlo atrapado en sus intrincados conceptos. Dios no es nada que podemos nombrar. El "soy el que soy" del AT, tiene mucha más miga de lo que parece. Dios es solo verbo, pero un verbo que no se conjuga, porque no tiene tiempos ni modos. Dios ES un inmenso presente que lo llena todo. Dios es la realidad que hace posible toda realidad creada. No tiene ni puede tener nombre; por lo cual, tampoco se le puede aplicar ningún adjetivo calificativo. Hoy podemos comprender que Dios no se identifica con la creación, pero tampoco es nada separado de ella. De la misma manera que no podemos imaginar la Vida como algo separado del ser que está vivo. No podemos imaginar lo divino separado de todo ser creado, que, por el mero hecho de existir, está traspasado de Dios. En los últimos tiempos muchos pensadores llaman a esa conexión inextricable, "no dualidad". Tampoco podemos decir que está donde actúa, porque tampoco puede actuar de una manera causal a semejanza de las causas segundas. La acción de Dios no podemos percibirla por los sentidos ni ser objeto de ciencia. Dios es acto puro y lo que hace se identifica con lo que es. Lo está haciendo todo de una vez, por lo tanto no puede empezar a hacer algo o dejar de hacer lo que está haciendo. El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos que le caen en "gracia". No es el Dios de los buenos, de los piadosos, de los religiosos ni de los sabios, es el Dios de los excluidos y marginados, de los enfermos y tarados; incluso de los irreligiosos inmorales y ateos. Esta es una verdad que nos cuesta mucho aceptar a "los buenos". El evangelio no puede ser más claro al respecto: "las prostitutas y los pecadores públicos os llevan la delantera en el Reino de Dios. El Dios de Jesús no aporta nada a los buenos que ya están salvados, pero llena de esperanza a los malos que necesitan salva¬ción. "No tienen necesidad de médico los sanos si no los enfermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". El mensaje de Jesús escandalizó, porque hablaba de un Dios que se da a todos sin que tengamos que merecerlo. Para todo el que se cree bueno, eso es una muy mala noticia. Para nosotros, es sobre todo la experiencia que Jesús tuvo de su Abba, lo que nos debe orientar en nuestra búsqueda. Jesús no se propuso inventar una nueva religión ni un nuevo Dios. Lo que intentó con todas sus fuerzas, fue purificar la idea de Dios que tenía el pueblo judío en su época. Ese esfuerzo le costó la vida. Jesús en todo momento quiere dejar claro, que su Dios es el mismo del AT. Eso sí, tan purificado y limpio de adherencias idolátricas, que da la impresión de ser una realidad completamente distinta. La forma en que Jesús habla de Dios como amor-salvación para los hombres se inspira directamente en su experiencia personal. Naturalmen¬te esa vivencia no hubiera sido posible sin hacer suyo el bagaje religioso heredado de la tradición bíblica. En ella se encuentran ya claros chispazos de lo que iba ser la revelación de Jesús. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Descubrió que Dios lo era todo para él y decidió corresponder siendo él mismo todo para Dios. Tomó concien¬cia de la fidelidad de Dios y respondió vitalmente a esta toma de concien¬cia. Al atreverse a llamar a Dios "Abba", Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto. Descubrió el Absoluto, en cada una de las criaturas, sobre todo en los oprimidos. La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El hombre se descubre sustentado por la permanente acción creadora de Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que no se da a sí mismo la existencia, por lo tanto, es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. Él es el único verdadero y sólido fundamento sin el cual, nada existe. El reconoci¬miento de nuestra limitación es el camino para llegar a la experiencia de Dios. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir a Dios como fundamento, es fuente de una insospechada humanidad. La experiencia personal de Dios será el camino para la manifestación de la más alta humanidad. Esta idea de Dios supone un salto sobre la idea del AT. Allí Dios era el Todopoderoso que hace un pacto al modo humano, y observa desde su atalaya a los hombres para ver si cumplen o no su "Alianza", y reacciona en consecuencia. Si la cumplen, los ama y los premia, si no la cumplen, los reprueba y castiga. En Jesús, Dios actúa de modo muy diferente. Él es don absoluto e incondicional. Él es agape y se da totalmente. Es el hombre el que tiene que reaccionar al descubrir lo que Dios es para él. La fidelidad de Dios es lo primero y el verdadero fundamento de una actitud humana. En las últimas décadas, muchos científicos han dado un vuelco en la manera de afrontar el problema de Dios. Del rechazo frontal de los últimos siglos al dios teísta de la religión, se ha pasado a la consideración de que la ciencia no lo explica todo. A pesar de los logros, seguimos sin poder explicar el origen del universo, la vida, la inteligencia, etc. Pero sería completamente falso el creer que Dios está ahí porque lo necesitamos para explicar la realidad. Precisamente porque no necesitamos a Dios para cubrir nuestras necesidades materiales, estamos hoy en mejores condiciones para encontrar al verdadero Dios. Dios no puede ser un "tú" en el mismo sentido que lo es otro ser humano. Dios sería más bien la realidad que posibilita el encuentro con un tú; es decir, sería como ese tú ilimitado que se experimenta en todo encuentro humano con el otro. A Dios nunca se le puede experimentar directa¬mente como tal tú, sin el rodeo del encuentro con un tú humano. No se trata pues, de evitar a toda costa el vocabulario teísta (nos quedaríamos sin lenguaje sobre Dios), sino exponer con suficiente claridad el carácter analógico de todo lenguaje sobre Dios. Toda nuestra vida religiosa quedará afectada por estas ideas que acabamos de exponer, desde la oración hasta la esperanza en la vida futura. La mejor pista nos la da Jesús: "yo y el Padre somos uno", bien entendido que esto lo dijo como ser humano. Jesús sigue siendo Jesús y Dios sigue siendo Dios, pero toda diferencia ha desaparecido. ....................... En su evangelio, Juan pone en boca de Jesús, una y otra vez: "Yo soy..." Es la definición que da Dios de sí mismo desde la zarza. Lo que sustituye, en cada caso, a los puntos suspensivos no tiene importancia. Lo importante es que ha descubierto su ser. ................ Este es el único camino para conocer a Dios. Descubrir que lo que Él es y lo que soy yo se identifican. Solo si llego a descubrir lo que soy, puedo llegar, no a conocer, sino a vivir lo que es Dios. Bien podría decirse que el "ritmo" último de lo Real es trinitario: donación – acogida – movimiento que lo hace posible. Podemos apreciarlo en sus diversas manifestaciones. Y es lo que ocurre, por ejemplo, en el respirar: recibimos y entregamos gracias al movimiento que lo posibilita.
En realidad, lo que llamamos "tres momentos" son una sola y única realidad. Y así podemos percibirlo en todos los niveles de la realidad: un misterio de recibirse y entregarse, en el mismo movimiento. En este sentido, me parece sabia la intuición del maestro Raimon Panikkar, cuando hablaba de la "realidad cosmoteándrica". Cosmos, humanidad y divinidad constituyen los "tres momentos", la "triple dimensión" de la Realidad Una. De tal manera que no puede darse el uno sin el otro. Hasta ahí llega el Abrazo no-dual. En la tradición cristiana, si evitamos la trampa del dualismo mental, podremos "leer" el misterio de la Trinidad como expresión de la Realidad Una y, a la vez, diferente. Es decir, Trinidad sería otra forma de hablar de No-dualidad. En el símbolo trinitario, el Padre es Darse, el Hijo es recibirse y el Espíritu es el Dinamismo que hace posible tanto la entrega como la acogida. Pero ese gran símbolo cristiano no se refiere a "tres personas individuales" –la trampa consistió precisamente en traducir "persona" por "individuo"- sino a la Realidad toda. En el misterio de la Trinidad no queda nada fuera. De ahí la sabiduría de la "intuición cosmoteándrica": el "Padre" evoca la Fuente originante, que es puro darse en permanencia y "vaciarse" en el "Hijo", que es toda la realidad recibida (humana y material), en cuanto "formas" en las que se "vuelca" constantemente aquella Fuente. El "Espíritu" es el Aliento que, sin separación, une ambas "fases" de ese movimiento atemporal y eterno. En ese sentido, puede hablarse de Dios como de un "éx-tasis" permanente. Más que sustantivo, Dios es verbo: un puro Darse y Recibirse, en el que todo (todos) está (estamos) incluido(s). "Hijos en el Hijo", como señala la teología paulina, todos nosotros formamos parte de ese movimiento trinitario. Recibiéndonos constantemente, acertamos también en la medida en que nos entregamos. Por el contrario, cuando nos cerramos a la entrega, en un movimiento de apropiación. Y es eso mismo lo que envenena nuestra vida. Lo que recibimos sin amarrarlo hace crecer nuestro espacio interior, hasta convertimos en cauce por el que fluye la Vida, el Espíritu. Cuando, por el contrario, nos aferramos a las cosas, a las ideas, a la propia imagen, bloqueamos el proceso mismo, y nos situamos en contra de la "corriente trinitaria" de la Realidad. Aprender a silenciarnos –meditar- no es otra cosa que adiestrarnos en el arte de recibirnos y de entregarnos, de acoger y de soltar. Quizás por ello la (habitualmente) "primera" práctica meditativa no es otra que la respiración consciente. En la medida en que atendemos conscientemente la respiración, la mente se acalla, se va produciendo la unificación entre mente, cuerpo y presente, a la vez que se abre una espaciosidad interior, en la que reconocemos nuestra identidad más profunda. Pero en esa misma práctica aprendemos que la Realidad entera participa de ese mismo movimiento respiratorio de recibirse y entregarse. Y lo que hacemos, aunque sea con distracciones, durante el tiempo de la práctica va a ir, progresivamente, "contagiando" el resto de nuestra vida y haciendo que vivamos cada vez más dentro de ese "movimiento trinitario". El Misterio de la Trinidad –como todo misterio, por lo demás- no quiere ser una "información" para nuestra mente, que rápidamente lo convierte en una creencia objetivada (y a Dios, en tres "objetos" separados), sino una evocación que busca trascender la mente y una invitación para vivir conscientemente conectados a la Entraña misma de lo Real, sin ningún tipo de separación. En esa conexión, se produce una experiencia unificadora: simultáneamente, nos anclamos en nuestra verdadera identidad, y nos sentimos unidos a todo lo que es. En la medida en que nos dejamos alcanzar por esa experiencia y vivimos conectados a ella, estamos participando conscientemente del Misterio de la Trinidad. Estamos habitados, o quizás mejor constituidos, por una espaciosidad interior, atemporal e ilimitada, a la que podemos acceder de una manera inmediata y directa. No necesitamos buscarla, porque ya la somos. No la podemos pensar ni delimitar porque no es un objeto mental. Y solo cuando la somos, la conocemos. Es en ella donde se abraza todo el misterio de lo Real. Al acceder a ella, reconocemos nuestra identidad profunda. No somos el yo que nuestra mente piensa –y que es únicamente una "idea del yo"-; no somos la suma de nuestros pensamientos, recuerdos, proyectos, sensaciones, sentimientos, deseos, necesidades, miedos, anhelos, aspiraciones... No somos el yo que "reacciona" según lo que le llega del exterior o desde el propio psiquismo. Somos aquella misma Espaciosidad, dentro de la cual todo lo que acabo de nombrar son solo objetos que contiene y a través de los cuales, en este momento, se expresa. Pero quería insistir en el hecho de que, si perdemos el contacto o bloqueamos esa espaciosidad con nuestras necesidades, nuestros miedos o nuestros pensamientos reductores, nos veremos encerrados en el laberinto de una falsa identidad, un auténtico callejón sin salida. Algo parecido ocurre cuando nombramos o nos referimos a esa Realidad como "Dios". Dios es el nombre que las religiones dan a esa Espaciosidad que nos habita y constituye, por lo que nuestro fondo último no es distinto del Principio divino. Ahora bien, si yo "ocupo" esa espaciosidad ilimitada con los nombres que mi mente le atribuye, con mis ideas o creencias religiosas en torno a Dios, y las absolutizo, puede suceder que mis palabras sobre Dios me impidan dejarle espacio. De ese modo, estaré tan lleno u "ocupado" por mis creencias que no dejaré espacio para que Dios sea en mí. Me habré quedado con la palabra "Dios" –e incluso podré creerme muy "religioso"-, pero habré desconectado de la experiencia. Creo que es esto lo que ocurre cuando personas religiosas hacen daño en nombre de Dios: no actúan desde Dios –aunque lo proclamen-, sino desde "su" idea o caricatura de Dios. Cuando dejamos a Dios ser Dios en nosotros, de ahí no puede brotar otra cosa que no sea unificación y unidad, ecuanimidad y bondad. En esa Espaciosidad interior que somos, nos reconocemos –junto con todos los seres- "bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Mateo lo percibió así, aunque lo restringió a un rito particular. Estar "bautizados" en la Trinidad no es otra cosa estar insertos en ese movimiento universal de interrelación de todo, regido por el Darse y Recibirse en permanencia. Es la Unidad a la que se refiere Jesús, como "En-manuel": "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Todos estamos en todos, en la Espaciosidad una y compartida, en la que se desarrolla el despliegue trinitario. Y en esa Espaciosidad que somos, cada cual vamos encontrando nuestro camino, el camino inédito al que se refería el poeta León Felipe: "Nadie fue ayer ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol... y un camino virgen Dios". En su reciente visita a Austria, el Dalai Lama nos ha regalado otra de sus instantáneas cargadas de humildad y esperanza. Se ha postrado y orado ante el Sagrado Corazón de la Catedral de San Esteban en Viena. Es el testimonio puro y a la vez osado, es el gesto abierto y a la vez valiente, la actitud generosa y desprendida..., la que va abriendo los corazones humanos, la que va inaugurando una nueva era de hermandad espiritual sobre la tierra.
Si le seguimos la pista, observaremos las ocasiones últimas en las que se ha bañado en afable sencillez, en las que se ha puesto sombreros que no son suyos, en las que se ha mutado en el otro... En sus viajes de este año le veremos calzar el pañuelo de los shijs, oír misa en el corazón de Europa, pero también le encontraremos feliz, rodeado de mujeres hawaianas, abrazado con ellas en un "ceremonial" no menos santo... Hora de los reencuentros que anuncia de forma callada el líder de la túnica granate y azafrán. Mañana el incienso será compartido o seguramente no será, pareciera sugerirnos el otro papa sin patria ni oropeles. El futuro de comunión ya nos ha alcanzado. Podemos atender las señales de este nuevo y liberador tiempo. Podemos ir ya, marchar por fin hacia esa cúpula, hacia ese ancho espacio, superiormente iluminado, que reúne nuestros anhelos sinceros, nuestros credos sentidos. Los Cristos, los Budas, la Jerarquía que es y reina, rompen en gozo ante esa devoción que desborda los límites establecidos, que hace arder todas las fronteras. Tu templo es mi templo, pareciera susurrarnos el monje de la eterna sonrisa. Concluimos, nos rendimos con él: tus Divinidades son las mías, tu cera se derrite en el altar de mi alma. Me postro ante las llamas que iluminan tus Iconos, ante el Fuego que calienta tu corazón latiendo entre mis costillas... La luz se va haciendo, la realidad esclareciendo. En unos palacios campan las intrigas, se encierra en la sombra al mayordomo. En unos salones desborda el lujo y se callan las otras melodías, los otros e igualmente sagrados verbos. Silencian la disidencia. Dicen que están torcidos los otros pentagramas. Sin embargo, junto al techo del mundo hay otros salones de piedra y barro. Allá lejos, en un Oriente, en un exilio sin fin, hay quien rehúye los honores y se postra ante los diferentes... Lo que es por él ni siquiera se levantara. Rastreamos un Amor que no se contiene, que no sabe de Iglesias, ni fronteras. Buscamos unas Huellas que salieron de Galilea, pero desconocemos dónde llevan. Hace dos milenios, el del Corazón sagrado jamás concibió sirvientes, ni mayordomos. Al culminar los paseos de polvo y tierra, lavaba los pies de sus hermanos. Las más Santas Sedes tienen techo de uralita y lindan con el dolor del mundo. La pompa no nos confunde. Hay quilates de brillo exiguo, oros que caducan temprano. Roma es la capital de Italia. Otra centralidad será preciso meritarla. Somos los seguidores del Cristo, no de quien pretende su excelso lugar en la Tierra. La luz se va haciendo. La palmaria realidad nos va situando. Quien quiera leerla que la lea. Hubo un tiempo en que se creía que el sol era un ser divino. Los antiguos entendían de esa manera a ese "ser" que se escondía cada noche y reaparecía cada nuevo amanecer para llenarles de luz y vida. Muchas culturas así lo pensaban y le dedicaron un verdadero culto. Construyeron templos y elaboraron incluso diversas teologías. Aunque parezca absurdo, mucho de lo que decían y hacían eran fruto de la observación y del sentido común. No hay más que leer el himno a Aton (el disco solar) escrito por el faraón Akhenatón. Está lleno de sensibilidad, y de una profunda espiritualidad. Nosotros podríamos pensar que todo esto era idolatría y necedad, propia de la ignorancia de aquellos pueblos. Y así lo pensaban los antiguos Hebreos. En el libro de Génesis, el Sol no es más que un astro creado. Se produce una verdadera desacralización, ya que no es creado hasta el cuarto día. No es un ser divino. No hay que rendirle culto. Forma parte de la creación de Dios. (Gen. 1,14-19) A partir de ahí, a lo largo de siglos, se pensó que el Sol giraba alrededor de la Tierra ya que ésta sí ocupaba el lugar central del relato. Y también se elaboraron filosofías y teologías que respaldaban esta idea. Hasta que las cosas empezaron a complicarse. Con el desarrollo de la Astronomía, y sobretodo por la invención del telescopio, se pudo observar que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol. Esto supuso una conmoción a muchos niveles. ¿Se equivocaba la Biblia? Galileo dejó claro que la Biblia no era un libro de ciencia. Las escrituras se ocupaban de otras cosas. Por lo tanto no había problema en aceptar los nuevos descubrimientos. El error había sido convertir la Biblia en lo que no era. Ahora nadie tiene problemas en aceptar la teoría heliocéntrica. ¿A dónde quiero ir? Que la humanidad ha sufrido lo que se llama cambios de paradigmas. Un paradigma son las referencias culturales para entender la realidad. El Sol fue divino, luego se desacralizó, se convirtió en el centro del universo, más tarde se "desplazó"... Y ahora viene la pregunta: Si ya no creemos en ese dios Atón, si no pensamos que es divino, ¿significa que no hay sol? Hoy sabemos que el sol es un astro, alrededor del cual gira la Tierra. ¿Acaso este sol no existía en la antigüedad? El sol sigue siendo el mismo antes y ahora, pero los que hemos cambiado nuestra manera de percibirlo, somos nosotros. Vivimos en otro paradigma. ¿Y Dios qué tiene que ver con todo esto? Pues que partiendo de esa analogía quizás nos pase algo parecido con la idea de Dios y habría que concebirlo de otra manera, más acorde a nuestro paradigma cultural. En la Biblia misma se ven esos cambios. Cuando se decía que Dios estaba en el "cielo" se creía eso de una manera bastante literal. Dios estaba, digamos, "ubicado". Pero Pablo nos dice otra cosa. "En Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). En este caso son los hombres los que están "ubicados" en Dios. No vamos a él, ya estamos en él. Los autores bíblicos no describieron a Dios, sino que relataron sus experiencias con él, utilizando lo que tenían a mano. Sus referencias lingüísticas y culturales. Deberíamos aprender a discernir esa Experiencia fundante, que desvela lo que permanece a lo largo del tiempo, y que fue expresada en esos lenguajes antiguos. Nuestra tarea consiste pues en traducirla a nuestro contexto. Se trata de dar cuenta de ese Misterio que nos habita, de esa Presencia enigmática que vivifica, de esa Voz que interpela al ser humano y le llena de vida, de amor y esperanza. A veces los ateos atacan imágenes de Dios que resultan inverosímiles para los tiempos de hoy. Y hay creyentes que defienden esas imágenes como sagradas e intocables, dándoles argumentos para sus ateísmos. Pero Pablo mismo, nos mostró el camino a seguir. Debemos actualizar, reinterpretar e incluso volver a decir, esa experiencia fundante, para que tenga sentido al hombre y a la mujer de hoy. Al menos en nuestro contexto occidental. Por lo tanto, si una imagen de Dios queda obsoleta significa ¿que no hay Dios? ¿O más bien, que deberíamos repensar nuestras representaciones y nuestro discurso? Quizás no todos hablaremos de la misma manera. Es imposible encerrar lo divino en un único discurso humano. Pero al menos podemos identificarlo con algo o con alguien que nos sirva de referencia. Y los cristianos creemos que también tenemos "un telescopio" que nos ayuda a mejorar nuestra visión. Y ese "instrumento" es Jesús de Nazaret. Porque sea cual sea la representación que nos hagamos de Dios, él nos ha enseñado que debemos identificarlo con la Bondad. "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solamente Dios" (Mr 10, 18) Quizás no tengamos "un saber" sobre Dios, pero podemos "vivirlo". Porque la Bondad no es una cosa que flota en el aire y de la cual nos apropiamos o especulamos sobre su esencia. Bondad, es tener una actitud compasiva. Como dijo Jose Antonio Marina, "Dios es Acción compasiva". Así que el que ama al hermano, al otro, al diferente, experimenta lo divino. Y si hacemos del Dios-Bondad nuestro centro existencial, podemos estar seguros que siempre será nuestro contemporáneo, aunque cambien los paradigmas. |
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