El avión se deslizó suavemente sobre el pequeño aeropuerto mientras sentía que el corazón me latía más rápido que lo acostumbrado. Para mi sorpresa, sentía ansiedad sobre lo que iba a encontrar, luego de más de quince años de haber pisado por primera el suelo de otra hermosa isla del Caribe y a seis meses del terrible terremoto que causó docenas de miles de muertos, incontables personas heridas y muchas más que perdieron sus viviendas y escasas propiedades.
Había llegado a Haití, una de las hermanas gemelas fraternas que ocupan La Española. Allí, a pesar de las desgracias naturales que la han asolado en múltiples ocasiones, de la pobreza indescriptible en la cual lucha por sobrevivir su población, encontré personas trabajadoras que se movían activamente por las calles prácticamente destruidas, por los mercados atestados de quienes venden y compran, que entraban y salían de las múltiples casetas que forman los campamentos levantados alrededor de la ciudad y evadían los escombros que todavía permanecen en medio de todo. Siento gran admiración por las puertorriqueñas y los puertorriqueños, así como hermanas y hermanos de países de todo el mundo que, recién ocurrida la tragedia sísmica, viajaron a Haití para hacer labor de solidaridad. Si aún conmueven emocionalmente las condiciones en que quedó la Isla, podemos imaginarnos cómo sería cuando todavía había personas que perdieron la vida bajo las estructuras que cayeron, mientras la gente deambulaba desorientada y la ayuda internacional y de las organizaciones no gubernamentales apenas comenzaba a llegar. En la medida en que pude desplazarme por el país, incluyendo un viaje a la ruralía en el extremo sur, con el propósito de visitar uno de los proyectos que apoya la organización Red de Esperanza y Solidaridad (REDES), antes Guerra Contra el Hambre- Diócesis de Caguas, de la cual me honro en ser amiga, me fui colmando de esperanza y de expectativa positiva porque la población haitiana está activa, aprovechando todas las oportunidades, creando sus propios espacios para ponerse de pie, una vez más, luego del golpe recibido. Atravesamos caminos destruidos y otros en proceso de construcción por más de ocho horas para llegar al hermoso proyecto educativo y de autogestión ubicado en Abricots, donde niñas y niños de escuela primaria estudian, mientras personas adultas de la comunidad elaboran hermosos manteles y otras artesanías. Verificamos cuán bien empleados están los fondos que REDES le asigna a este esfuerzo de la Sra. Michael Valcouirlle, donde se respira el aire del mar al cual se asoma. De regreso a Puerto Príncipe pude observar el contraste de la gente en un día laborable y cuando es domingo. Mujeres y hombres vestían sus mejores galas para ir a las iglesias: ellas con sus hermosas trenzas o sombreros, algunos de ellos con camisas muy planchadas, muy pocos con chaquetas, en cualquier caso con zapatos, no descalzos o con las chancletas con que les vimos el viernes o el sábado. No pude observar una sola mujer que no caminara erguida, con un movimiento muy natural de sus caderas, fuera niña, joven o vieja, tuviera una pesada carga en la cabeza, en día de trabajo o de camino al culto religioso, llevando de la mano a sus pequeñas crías. La visión de estas hermanas haitianas, tanto en el campo como en la capital, trajo a mis labios la palabra dignidad. Esas mujeres simbolizaron para mí la dignidad del pueblo Haitiano. La dignidad haitiana es real, no simbólica. Por algo fueron la segunda nación en alcanzar la independencia en América, constituyeron la primera república negra del mundo y les tendieron la mano a otros países, incluyendo a Puerto Rico para que adelantaran en su proceso de liberación. No en vano resistieron las dictaduras, las invasiones de Europa y de Estados Unidos. Tampoco es casualidad que se hayan podido sobreponer a los más dramáticos fenómenos naturales y que continúen animándose, cantando y danzando aun en los peores momentos. Sin embargo, este panorama positivo desde el punto de vista humano contrasta con la lentitud con que se llevan a cabo los procesos de reconstrucción en la isla, luego del sismo. Aunque la visita fue corta, pude conversar con alguna gente y ver directamente lo que está ocurriendo en la calle. Sería mucho pedir que todo estuviera corriendo como miel sobre hojuelas, pero no hay duda de que al cabo de seis meses al menos los escombros deberían ser removidos de las calles para que el tráfico que siempre ha sido un poco caótico en la capital, fluyera mejor. Vimos muy poco trabajo con relación a esta tarea. La peor situación ocurre en los llamados campamentos que se identifican por los toldos azules y por las casetas. Hay hacinamiento de las frágiles estructuras de lona o de plástico y también de las personas que se cobijan dentro de ellas. Las frecuentes lluvias empeoran las condiciones, sobretodo en esta temporada de huracanes. Es un secreto a voces que las agresiones sexuales a mujeres y niñas en los campamentos son alarmantemente recurrentes y que esto propicia a su vez embarazos en adolescentes y enfermedades de transmisión sexual, como VIH-SIDA, que desde antes del 12 de enero tenía cifras alarmantes en el país. La falta de seguridad en los campamentos contrasta con la presencia masiva, prepotente y fuertemente armada de las fuerzas especiales de la Organización de las Naciones Unidas; los llamados Cascos Azules. Andan en tanquetas exhibiendo las metralletas o en vehículos mostrando armas largas. Quién sabe cuántos millones de la ayuda internacional se está utilizando para asumir esos gastos, además de los salarios de los militares y su estadía en el país. Si a una que está allí solamente por unos días le resulta tan molesto y ofensivo este exhibicionismo de la llamada ayuda internacional, cuánto lacerará la dignidad de Haití. Sabemos que hay variedad de opiniones en el país sobre el particular: algunas organizaciones y personas piensan que no existiendo una policía nacional adiestrada para manejar la seguridad, la salida de las fuerzas especiales puede poner en riesgo a la población. Otros consideran que es necesaria su presencia, pero cuestionable el propósito para el cual se está utilizando y sus estilos de trabajo. Hay sectores que abogan por la salida de los extranjeros militares. Lo cierto es que desde el tiempo que llevan los Cascos Azules en Haití, antes del terremoto, nada o muy poco han hecho para preparar una guardia nacional que asuma la seguridad del país. Para evidenciarlo solamente hay que transitar por las calles de Puerto Príncipe y ver lo que ocurre en una intersección con semáforo cuando la guardia trata de controlar el tráfico mientras los soldados de la ONU observan. La ineficiencia es absoluta. El Pueblo no siente la presencia gubernamental y hay un cuestionamiento general sobre su desempeño. Desafortunadamente, no parece haberse cuajado una oposición que, aunque con diferencias, promueva un consenso que viabilice un cambio político que, a su vez establezca las estrategias y los planes económicos y sociales que harían posible un desarrollo sustentable, más allá de la recuperación inmediata luego del terremoto. El Plan de Reconstrucción Nacional que el gobierno del Presidente Preval ha preparado y que se supone abra la llave para importantes ayudas internacionales, ha sido duramente criticado por las organizaciones políticas y no gubernamentales porque no partió de la realidad nacional, según la perciben y sienten sus protagonistas, que es el Pueblo. No hubo consultas, vistas públicas o cualquier otro mecanismo que permitiera recibir la opinión de aquellas y aquellos a quienes se supone va dirigido. Los días 14 y 15 de julio hubo manifestaciones de organizaciones políticas en contra del gobierno en las calles haitianas. Al menos estas demuestran que la gente no está resignada a su suerte, como no lo ha estado nunca. Yo apuesto a la voluntad del pueblo haitiano para que camine hacia un futuro que le haga justicia a su gloriosa historia de lucha y libertad. A corto y mediano plazo la solidaridad boricua es necesaria para seguir apoyando a las organizaciones sin fines de lucro que llevan a cabo proyectos relacionados con la educación, la salud, la vivienda, la autogestión y el desarrollo sustentable. Se trata de un respaldo directo que no se pierde en sueldos y burocracia. De la misma forma que la mujer haitiana camina derecha, sin falsas poses, pero dueña de la cadencia natural de su cuerpo, ya sea con el sombrero que orgullosamente luce los domingos o con la pesada carga que lleva a vender al mercado o el latón de agua que busca en el pozo o en la cascada para los quehaceres domésticos; igual que las niñas y los niños lucen con alegría y entusiasmo sus coloridos e impecables uniformes para ir a las escuelas que paulatinamente han ido volviendo a la normalidad, aunque sea en espacios temporeros, saludándote con un cantarín bon jour, todo ello dentro de su increíble pobreza, así mismo la hermana isla se yergue digna ante la adversidad, incluyendo el asedio extranjero que pretende usurpar su soberanía. Han pasado seis meses desde el terremoto, pero demasiados años sin que a Haití se le haga justicia. Nuestro activismo para contribuir a que por sí misma la hermana Nación alcance esa meta, es un compromiso que no termina.
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