Ya es hora de escribir la historia. Al menos por encima y solo de los hechos esenciales…
Hasta entonces y después de la segunda guerra mundial, el globo vivía en general la paz con los islotes de violencia bélica que hay que contar siempre en la desquiciada familia humana; casi todos no obstante, instigados por los dominadores de la tierra. Pero fue un 11 de setiembre del año 2001 cuando se dio el pistoletazo de salida para un nuovo ordine. Ese día, unos misteriosos terroristas de incierta procedencia metidos en dos o tres aviones civiles, con luz, taquígrafos y profusas cámaras de vigilancia abatieron ante el mundo entero -tal fue el despliegue de la visualización- dos rascacielos neoyorkinos más o menos a la hora de entrada al trabajo de los trabajadores subalternos. La hora H de la F del futuro abierta en aquel momento, acababa de ser escrita anticipadamente por los cónsules de la Nueva Roma. Inmediatamente, en tiempo histórico, un personaje de cómic pero de carne y hueso, un tal Ben Laden, antes y después del hecho convertido en el nuevo enemigo terrorista, es el pretexto para invadir y laminar un mísero país asiático: Afganistán. No mucho tiempo después, otro país próximo, Irak, ése donde se encontraba la milenaria Babilonia y donde la población vivía en paz, con el viejo y novedísimo truco del peligro que representaban unas armas de destrucción masiva inexistentes que se las adjudicaba al gobernante, también es invadido, saqueados sus tesoros, arrasado y destrozado hasta dejarlo hasta en las heces. Más tarde, otro país, Libia, es desmantelado desde dentro por las fuerzas antagónicas que existen siempre más o menos larvadas en toda nación, hábilmente manejadas por el mando a distancia de la administración que hay a cada momento en el imperio inevitable. Siria y su interminable guerra civil es otro resultado de la instigación y el atizamiento desde fuera de la violencia extrema, a través del último invento: el fabuloso Estado islámico, colofón de la postrera ignominia occidental cuyo origen puede situarse perfectamente en la acción abyecta de aquel 11 de setiembre. Pues bien, el evanescente Estado islámico es ya el enemigo de turno a abatir en el Argamenón del terrorismo cristiano. Y desde entonces, causa, efecto y excusa de todo cuanto los ejércitos y las policías de los países occidentales puedan cometer en materia de crimenes de lesa humanidad… España, que ha sufrido trances trágicos posteriores como consecuencia directa o indirecta de ese espíritu terrorista fabricado y del contraataque adaptado a él, vive ahora, de consuno con el resto de los países europeos, el momento de una nueva diáspora histórica. Una oleada de inmigración hacia el continente europeo de centenares de miles, y pronto millones, de seres humanos en busca de refugio que ese mismo 11 de setiembre de 2011 empezaron a ser empujados a abandonar el continente asiático donde ya no crece la hierba. Y a aquellas armas de destrucción masiva de fantasía que no existían cuando su invención dio lugar a la invasión de Babilonia, y a ese Estado islámico itinerante que tiene todos los ingredientes de un nuevo y demoníaco truco, en España se suma un fenómeno real que no es en este caso una artimaña sino un hecho real. Se trata de que mientras todo esto relatado estaba sucediendo, una bestia se ha enseñoreado silenciosamente del país a lo largo de estos últimos treinta años: la corrupción masiva encarnada por tal legión de malhechores que, ya que hablamos en clave bíblica, no permite suponer que en el país, entre hombres y mujeres, queden diez políticos justos…
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El sacerdote jesuita Felipe Berríos se refirió a los correos difundidos hoy entre el arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati y el cardenal Francisco Javier Errázuriz, en los que ambos planeaban la manera de impedir que él fuera nombrado capellán de La Moneda (ver recuadro).
"Encuentro tan triste una conversa así entre cardenales, uno debiera de estar preocupado de otras cosas más importantes, y no esta chimuchina de poder. Además se hubiesen esperado, porque no me interesaba ser capellán de La Moneda, porque no tengo dedos para el piano y yo prefiero estar más con la gente. Me da tristeza esta clase de conversaciones y confabulaciones", dijo Berríos a radio Cooperativa. Al mismo tiempo aseguró que no le interesa leer cosas que no están dirigidas a él, que son mails personales. "Sabía que venía, pero el contenido es chimuchina y copucheo interno dentro de la Iglesia", añadió. "Yo no me sorprendo. No soy de la misma manera de pensar que el cardenal Errázuriz ni Ezzati. A mí lo que me da lata es toda esta cuestión medio secretina que la metió en la Iglesia (Ángelo) Sodano siendo secretario de Estado y se ha quedado toda esta cuestión de secretos y yo no entré a cura para estar en estas cuestiones", subrayó el sacerdote. Berríos cuestionó la manera en que el medio online "El Mostrador" dio a conocer la correspondencia. "Es grave también que no sé cómo se han conseguido este mail privado. Por mucho que yo no esté de acuerdo con lo que dicen ambos, creo que la intimidad es algo que hay que respetar, sea de adonde sea. Una cosa es la transparencia y otra cosa es que se metan en un mail privado", apuntó. "Esta jerarquía cercana al secretismo y toda esta payasada se está cayendo y es bueno que caiga y vendrá algo más transparente, lo que presenta Francisco, el papa, una cosa más cercana al Evangelio, de un lenguaje más sencillo, más directo, pero la caída es triste, es lenta y va a producir mucho daño", concluyó. Detalles de las misivas entre los Cardenales En el intercambio de correos el Arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati muestra su preocupación al cardenal Francisco Javier Errázuriz por los dichos del sacerdote Felipe Berríos en una entrevista y expone su intención de impedir que éste sea nombrado como capellán de La Moneda. "En Chile estamos terminando una semana bastante complicada con la entrevista del P.Berríos a TVN. Una hora de entrevista llena de soberbia y de afirmaciones contrarias al Magisterio de la Iglesia, utilizando al Santo Padre, en tono de profeta que denuncia la corrupción y la incoherencia de la Iglesia", asegura Ezzati el 28 de junio de 2014. "Estoy preparando una nota para evidenciar el Magisterio de la Iglesia acerca de los temas cuestionados por el P. Berríos (...). La anticipé que sospechaba que el Gobierno lo propondría como candidato a Capellán de La Moneda, cosa que a estas alturas ya es evidente.", advierte. En esa línea Errázuriz respondió al día siguiente que "antes de salir de Chile llamé a E.Correa (Enrique Correa, conocido lobbista y dueño de Imaginacción) para decirle que si el gobierno nombrara al personaje (Felipe Berríos) capellán de La Moneda estaría armando un gran e innecesario conflicto, porque te obligaría a rechazarlo, lo cual crearía serias tensiones entre el gobierno y la Iglesia, y al interior de la Iglesia. Me dijo que lo transmitiría de inmediato" Y agrega que el pensamiento de Berríos "es claro: No sigan al Magisterio, síganme a mí, porque yo soy el profeta de la Iglesia del futuro, la cual acogerá de lleno la cultura del tiempo actual". Sobre el caso Karadima se refieren a que el nombre de Juan Carlos Cruz, una de las víctimas del párroco de El Bosque, sería nombrado como miembro de la comisión pontificia de previsión de abusos sexuales. "Espero que no sea así, sería demasiado grave para la Iglesia de Chile. Significaría, entre otras cosas, dar crédito y avalar una construcción que el Sr. Cruz ha construido astutamente, después del Decreto de la Congregación para la Doctrina de la De, y más allá de los elementos objetivos, dolorosos y vergonzosos condenados por el mismo Decreto y que responden a la verdad de los hechos. Espero que Usted pueda hacer luz con quienes tienen responsabilidad de este nombramiento", dice Ezzati. Es por eso que Errázuriz le asegura que es necesario advertir al presidente de la Conferencia Episcopal Anglófona "del grave daño que causará esa invitación. "Es un sinsentido invitar a Carlos Cruz, que va a falsear la verdad, para que obtengan una buena información los obispos. Por lo demás, ¿cómo lo invitan a él, y no invitan además a quien presente las cosas desde nuestro punto de vista? Por otra parte, él va a utilizar la invitación para seguir dañando a la Iglesia", insiste. Y Errázuriz añade que "yo podría preparar una relación breve sobre las etapas de la denuncia del Sr. carlos Cruz, la cual fue bien y prontamente atendida desde que la presentó formalmente. ¡Arriba los corazones! Lo leíamos ayer domingo: la Serpiente no prevalece". Ante los grandes desafíos de la historia
1. Mirando detenidamente a nuestro entorno es difícil resistirse a la evidencia de que nuestra sociedad está atravesando un cambio profundo tanto en el ámbito sociopolítico como en el cultural y religioso. Este fenómeno no es exclusivo de nuestro tiempo, pero sí lo es la rapidez con que frecuentemente nos sorprende el cambio de las cosas. En este sentido, muchas personas se desconciertan ante la transformación morfológica que está afectando a la experiencia cristiana en nuestros días. No es mi intención entrar directamente en este tema, simplemente me pregunto, al aire de este fenómeno, si Jesús mismo se sintió —y en qué medida— afectado por los cambios de su época. Su respuesta puede ser un buen referente para seguirlo en nuestros días. Doy por supuesto que para acercarnos correctamente a lo que pudo ser el comportamiento de Jesús no podemos dejar de lado —conscientes del peso teológico que impregna todos los relatos de los evangelios— la humilde pero intencionada advertencia del evangelista Lucas: “Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en favor de Dios y de los hombres” (Lc 2,52). Lo que significa que iba evolucionando física y moralmente al ritmo de la vida y los acontecimientos. Sin embargo, para no banalizarlas, me parece a mí que las palabras cambio, transición, evolución, etc., aplicadas a Jesús, necesitan alguna aclaración. Porque sabemos por experiencia que el tiempo y la costumbre, como hace la corriente con las piedras del río, suelen acabar degradando nuestras mejores palabras hasta convertirlas en algo anodino y sin especial relieve. Yo tengo para mí que el cambio en Jesús fue tan profundo y radical, tan gradual, que afectó muy sustancialmente al sentido y orientación de su vida hasta llevarlo a la cruz. No estamos hablando, pues, de algo menor. El cambio en Jesús tiene que ver, más allá de las formas, con contenidos de conciencia y de sentido. Como vecino de un pueblo, natural de un país, hijo de una cultura ancestral, Jesús se va abriendo, al ritmo de las circunstancias, a otros escenarios y espacios. Sin pretender hacer una biografía, los relatos evangélicos lo presentan en un proceso enormemente creativo entre la cuna y la cruz. Y abundan en imágenes bien expresivas de este proceso: como el fermento que hace evolucionar la masa, como la pequeña semilla de mostaza que crece hasta convertirse en árbol frondoso, o como el humilde grano de trigo que, desde el surco, llega a la floración y la espiga. La dinámica del cambio atraviesa toda la vida de Jesúsi. 2. Son verdaderamente emblemáticos los lugares del NT donde se deja ver una radical transición de Jesús, desde el lugar o contexto meramente judío en el que vive, al tiempo nuevo que crea la incipiente presencia del Reino de Dios. No me voy a detener en esas transiciones de Jesús, ya suficientemente conocidas: desde la Torá al evangelio, desde el templo y el sábado al ser humano. Para nuestro propósito solo quiero traer a colación, por la fuerte expresividad que refleja, el episodio de la sirofenicia (Mc 7, 24-31). Recordemos brevemente la escena. Ante el rechazo creciente de los judíos, Jesús opta por refugiarse, de incógnito, en Tiro, fuera de las fronteras de Israel. Pero no puede evitar que una mujer griega, no judía, conocedora de su singular modo de actuar, se le acerque para pedirle la curación de su hija. Durante el tira y afloja que revela ese diálogo tenso entre ambos —quizás irónico por parte de Jesús— se va evidenciando que la liberación que Jesús deja traslucir es superior a la comprensión que él mismo tiene de la misma. La salvación-liberación que el mundo —bajo Roma — está necesitando no se reduce solo al ámbito judío, es también para los griegos, como defiende la mujer sirofenicia. Al final, Jesús acaba aceptando el planteamiento, profundamente humano y universalista, de esta mujer griega: Por eso que has dicho, le dice, puedes marcharte: el demonio ha salido de tu hija. No hay necesidad de forzar el texto para advertir la transición que hace Jesús desde el cerrado nacionalismo judío con el que entra en el diálogo hasta la apertura al universalismo con el que sale. 3. Pero las transiciones de Jesús donde adquieren un valor realmente emblemático es en el relato de las llamadas “tentaciones del desierto”. Como es voz común entre los exégetas, este episodio, al que se enfrenta Jesús inmediatamente después de ser bautizado por Juan en el Jordán, se entiende mejor considerado como simbólico y programático que como histórico. Las cosas no tienen por qué haber sucedido así como se cuentan; lo más probable es que se trata de una síntesis de los retos fundamentales a los que tuvo que enfrentarse Jesús en diferentes ocasiones de su vida. No obstante, de lo que nadie duda, es de que se trata de una de las páginas más brillantes de la literatura religiosa de todos los tiempos. En ella se presenta a Jesús enfrentado, y victorioso, a los tres grandes desafíos que ha encontrado siempre el ser humano en la conquista de su propia identidad. Desde su exilio en el campo de prisioneros de Siberia, Fiodor Dostoievski se refiere a esta impresionante escena en El Gran Inquisidor, del siguiente modo: “Si hubo alguna vez en la tierra un milagro verdaderamente grande, fue aquel día, el día de esas tres tentaciones. Precisamente en el planteamiento de esas tres cuestiones se cifra el milagro. Si fuese posible idear, solo por ensayo y ejemplo, que esas tres preguntas del espíritu terrible se suprimiesen sin dejar rastro en los libros y fuese menester plantearlas de nuevo… ¿piensas tú que toda la sabiduría de la Tierra resumida podría discurrir algo semejante en fuerza y hondura a esas tres preguntas que, efectivamente, formuló entonces el poderoso e inteligente espíritu en el desierto?… Porque en esas tres preguntas parece compendiada en un todo y pronosticada toda la ulterior historia humana y manifestadas las tres imágenes en que se funden todas las insolubles antítesis históricas de la humana naturaleza en toda la historia”ii. En la comprensión de Dostoievski parece determinante la figura de Satán, brillante y hasta simpática. De ser solo un símbolo rebelde y de contraste, Satán adquiere tal categoría que hasta llega a mostrarse dispuesto a echarle una mano a Jesús para expresar en tres rasgos esenciales el mensaje del Reino de Dios, al que Jesús se refiere siempre de forma simbólica y en parábolas. Desde el reverso y el contraste — parece pensar Satán, que representa el anti-reino— es más fácil que los frágiles seres humanos caigan en la cuenta de esa realidad explosiva que es el Reino. Hasta llega a aconsejarle a Jesús que entre en razón y, recurriendo al tráfico de influencias, utilice su privilegiada cercanía a Dios para conseguir, de golpe y con la adhesión de todos los humanos, un mundo como “Dios manda”. Este es el brillante relato que hacen los evangelios de esta escena: “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: Todo esto te daré, si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y se pusieron a servirle”. (Mt 4, 1-11; cf. Lc 4, 1-13). “Existen tres fuerzas, solo tres fuerzas —le repetirá enfáticamente el Gran Inquisidor a Jesús, aherrojado en el calabozo de la Inquisición en Sevilla— capaces siempre de dominar y cautivar la conciencia del ser humano… y esas tres fuerzas son: milagro, misterio y autoridad. Y tú rechazaste la una y la otra y la tercera, y… pusiste los cimientos para la destrucción de tu propio imperio (p. 23): El milagro porque “no hay nada más indiscutible que el pan” y tú lo rechazaste en nombre de la libertad, porque qué libertad es esa —pensaste— que se compra con pan” (pp. 21 y 18). El misterio porque, al no tirarte desde el alero del templo, “rehusaste subyugar al hombre por el milagro y estabas ansioso de su fe libre” y “te hiciste la ilusión de que, al seguirte a ti, también el hombre se volvería dios y no habría menester del milagro” (p. 23). Y La autoridad porque “si hubieras aceptado el mundo y la púrpura del César habrías fundado el imperio universal y dado la paz al mundo. Porque quién ha de dominar a las gentes sino aquellos que dominan sus conciencias y tienen en sus manos el pan” (p. 27). En estas tres recriminaciones que Satán (el anti-reino) le hace a Jesús por medio del Gran Inquisidor, aparecen con nitidez las tres grandes transiciones que Jesús tuvo que realizar para ser la expresión diáfana del Reino de Dios en el mundo. Representan en conjunto los tres desafíos máximos a los que han tenido que enfrentarse, con mayor o menor éxito, sus seguidores a largo de la historia, es decir, el dinero (economía), el milagro(religión) y el poder (la política). Estos mismos representan en grado máximo nuestras propias transiciones hacia el Reino de Dios: Cuando liberamos el pan de la equivocada especulación comercial (dinero, producción sin sentido, corrupción, etc.), estamos en disposición de entrar en la economía del reparto solidario al que apunta la alternativa de Jesús. Cuando liberamos la experiencia religiosa de la espectacularidad y la magia (del mercantilismo y el sometimiento irracional), estamos entrando en la libertad de conciencia y la fe responsable que emerge en el proceso religioso de Jesús. Cuando liberamos la autoridad de su idolatría y de los afanes imperialistas de la púrpura del César (que aliena y exige sumisión y servidumbre), estamos alcanzando la libertad suficiente como para convivir igualitaria y responsablemente, en servicio de amor mutuo, en un planeta y un cosmos que transita hacia su plenitud. Hasta fines de los años 80 el enemigo común del mundo occidental era el comunismo soviético marxista, el comunismo del telón de acero y de la cortina de bambú, del Archipiélago Gulag y del muro de Berlín.
La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 simbolizó el final de una época histórica, la caída del comunismo soviético del Este. Esta caída fue celebrada en el mundo occidental como el final de la historia, como el triunfo de la “american way of life”: en el futuro ya no habría más sorpresas, íbamos a vivir siempre más de lo mismo. El capitalismo neoliberal levantaba su bandera como la solución a todos los problemas. 25 años después los problemas no se han solucionado. Grandes sectores de la sociedad y de la humanidad viven en la escasez y la miseria, la tierra ha sido contaminada y destrozada por los defensores del paradigma tecnocrático que defienden el mito del progreso sin límites a costa del descarte de muchos y de la destrucción del medio ambiente. Al comunismo ha sucedido el consumismo, una forma tan insidiosa de materialismo como el materialismo dialéctico marxista. “Consumo, luego existo”, quienes no consumen no existen, son descartados de la sociedad del bienestar. La avidez con la que los ciudadanos del Berlín oriental después de la caída del muro se lanzaron frenéticamente a comprar y beber en el Berlín occidental, puede simbolizar este tránsito del comunismo al consumismo. Son muchas las personas lúcidas y de buena voluntad, los movimientos populares y sociales, las víctimas de un sistema que mata… quienes creen que otro mundo es posible y necesario, que el sistema actual ya no se aguanta, que necesitamos un cambio de estructuras, que hemos de cuidar nuestra casa común, que ni el comunismo ni el consumismo son la solución. En la tradición cristiana existe la palabra “comunión” densa en contenidos: significa e incluye la comunión entre todos los seres humanos, en especial con los pobres y excluidos, la comunión con la naturaleza y en última instancia con Dios Padre que nos hace hijos e hijas, hermanos y hermanas, y derrama la lluvia sobre buenos y malos. El Padre ha enviado a su Hijo Jesús y al Espíritu para que vivamos en comunión y podamos participar de la comunión trinitaria. La Iglesia es un espacio de comunión y su centro es la eucaristía, el sacramento de la comunión con Jesús, al cual estamos todos invitados. La mesa compartida, sin excluidos ni descartados, es la imagen simbólica de este paradigma de la comunión con Dios, de la comunión con los hermanos y hermanas, más allá de las diferencias de género, etnia, cultura y religión, y de la comunión con la tierra, nuestra madre y casa común. Como dice Francisco, los conflictos se han de resolver desde una síntesis superior, pues “la unidad prevalece sobre el conflicto”. Ni comunismo ni consumismo: comunión. Y el fruto de la comunión es la paz. “He decidido conceder a los sacerdotes para el Año Jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y, arrepentidos de corazón, piden por ello perdón”. Son palabras de la Carta de Francisco a Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, con motivo del Jubileo extraordinario de la Misericordia que tendrá lugar del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016. El perdón se extiende a los familiares que han participado en la decisión de abortar, médicos y operadores sanitarios. Los medios de comunicación, en su mayoría, han presentado la medida del pontífice como una novedad, un cambio de actitud e incluso como una verdadera revolución dentro de la Iglesia católica en relación con la doctrina tradicional que considera el aborto pecado grave y lo condena con la excomunión.
La realidad, sin embargo, es muy otra. Las cosas siguen como están. No supone cambio sustancial alguno ni novedad. En 2011, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid con la presencia de Benedicto XVI, el cardenal Rouco Varela, entonces arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, aprobó un decreto con similares medidas. Concedía a los sacerdotes legítimamente autorizados la facultad delegada de perdonar el pecado de aborto a las mujeres que lo hubieren cometido y que estuvieren arrepentidas, con la imposición de la “penitencia conveniente”, como pedirles que hiciera una donación económica si gozaban de una situación holgada, visitar un santuario dedicado a la Virgen María, comprometerse a tener más hijos… La medida llevaba consigo levantar la excomunión decretada por el Código de Derecho Canónico aprobado el 25 de enero de 1983 por Juan Pablo II, pero solo durante la Jornada Mundial de la Juventud en el marco de la “Fiesta del Perdón”: del 15 al 22 de agosto de 2011. Mi opinión entonces fue que se trataba de una frivolización de la moral cristiana elaborada por la propia jerarquía eclesiástica. Algo así como “rebajas morales” con motivo de la visita del papa. La medida me parecía un ejemplo de arbitrariedad que ni siquiera se atenía a sus propios principios éticos. Me recordaba la famosa frase de Groucho Marx: “estos son mis principios; si no está de acuerdo tengo otros”. Hoy sigo pensando lo mismo. La Carta de Francisco a monseñor Fisichella entiende la indulgencia jubilar como “genuina experiencia de misericordia de Dios” y de ternura del Padre (lenguaje patriarcal) y. exige que las personas penitentes sigan un itinerario de conversión. Como en el caso del cardenal Rouco Varela, la medida absolutoria actual se circunscribe al plazo ya indicado del Jubileo. La pregunta parece obvia, pero no es retórica, sino de fondo: ¿Qué sucede antes y después del Año Jubilar? ¿Ya no actúan la misericordia y la ternura de Dios “Padre”? ¿Se pueden poner límites temporales al perdón divino? Decía al comienzo que en lo sustancial no se había producido cambio alguno, y así es. El canon 1398 del Código de Derecho Canónico (CIC) establece que “quien procura el aborto, si este se produce, incurre en excomunión latae sententiae”, es decir, sin necesidad de que medie sentencia alguna de excomunión. Dicho canon fue ratificado por el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), aprobado por Juan Pablo II en 1992, que, aun sin restringir el ámbito de la misericordia, se refiere a “la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad” (n. 2272). El lenguaje no puede ser más grueso y severo y, en consecuencia, más condenatorio de lo que se define como muerte a un inocente. Pues bien, ni el citado canon del CIC ni el número correspondiente del Catecismo han sido derogados. Siguen vigentes. A más a más, el propio Francisco en su reciente encíclica Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común considera incompatible la justificación del aborto con la defensa de la naturaleza y cree que no es factible “un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean…si no se protege a un embrión humano…” (n. 120). La respuesta al problema del aborto en la Iglesia católica no puede coyuntural, ni reducirse a poner plazos al perdón. Tiene que encarar el problema en toda su profundidad y cambiar de doctrina y de actitud. De entrada, deben respetarse las leyes de interrupción del embarazo aprobadas democráticamente en los diferentes parlamentos nacionales y en las declaraciones de las Cumbres Internacionales. Debe respetarse la libertad de conciencia de las mujeres y su derecho a decidir. Debe renunciarse a los excesos verbales como calificar el aborto como crimen de inocentes indefensos. ¡Y derogar el canon que excomulga a las mujeres! Solo así se podrá decir que se ha producido un cambio de paradigma en la doctrina y la moral de la Iglesia católica. De lo contrario, todo seguirá igual. Es una pena que la liturgia se haya saltado el relato de la Cananea. Para mí es uno de los diálogos personales más entrañable y profundo del evangelio. Jesús aprende de ella, que los débiles son siempre los que necesitan ayuda, sean judíos o paganos. Hay otro dato muy interesante. Jesús no va a tierra de paganos a hacer proselitismo. Al contrario, dice expresamente que ha sido enviado solo a las ovejas de Israel. Tampoco está claro por qué Jesús se sale de Galilea. Puesto que el relato que hemos leído habla de la acusación de no cumplir la tradición, podía pensarse que es para alejarse del control de los fariseos.
El episodio que nos narra hoy Mc no tiene localización precisa. Solo sabemos que vuelve de Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente. En el AT, el tiempo mesiánico se anunció como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literalmente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán... En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dice el texto que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc.; y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. El hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega o coja, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre. El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo. Sordo y mudo en el AT, era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que el que no puede oírla ni proclamarla, queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto. Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamente que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimiento de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifestación de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver. Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato. El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse excluidos a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres, puede hacer que el pobre descubra el Reino de Dios. No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir a Dios al margen de los demás es una ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros. El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar es la clave para descubrir cuál debe ser mi trayectoria en la vida. La postura de cerrarse a la Palabra, es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de ilusión. Jesús dijo en Jn 10, 9: “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave. No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla, de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, tiene que desaparecer para que la semilla germine. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen. Meditación-contemplación ¡Ábrete del todo! La clave de toda vida espiritual es la apertura. Como una esponja debes dejarte empapar. Pero para ello, no hay más remedio que exprimirte. ……………… Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti, lo divino que también está en ti, te inundará. Es más simple que el mecanismo de un chupete. En la medida que te vacíes te llenarás. ………… Si estás lleno del mundo, tu acción será mundana. Si estás lleno de Dios, rezumarás espíritu. Trabaja por lo primero. Lo segundo será siempre una consecuencia lógica. Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.
Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato. Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effatha (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio. Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede un poder curativo. Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua extraña, nos recuerdan al mundo de la magia. Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación. La dificultad de curar a un ciego Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha (¡ojalá la Comisión de liturgia realice algún día su revisión!), dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo. Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio. La sordera y ceguera de los discípulos ¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18). Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo. Reflexión final Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice de Jesús que «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan. Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él. Nuestra curiosidad queda frustrada cuando pretende saber qué fue exactamente lo que ocurrió en cada una de la situaciones en las que el evangelio habla del poder sanador de Jesús.
Sin embargo, tampoco eso tiene mucha importancia. Indudablemente, algo objetivo tuvo que haber para que la gente proclamara que “todo lo ha hecho bien”. Pero, más allá del dato histórico –que, si se absolutiza, se reduce a mera anécdota carente de significado para nosotros-, lo que importa es la lectura simbólica (profunda), que es atemporal y, por eso mismo, capaz de “tocarnos” hoy también el corazón. El autor del evangelio transmite la palabra clave en el propio idioma de Jesús, el arameo: “Effetá”, ábrete. En la lectura simbólica, a poca atención que pongamos, en cuanto se pronuncia, cuestiona: ¿A qué o en qué necesito abrirme? El sordomudo necesitaba abrir los oídos y la lengua, pero todos nosotros tenemos necesidad de abrir alguna dimensión de nuestra persona, o tal vez alguna capacidad dormida o bloqueada. Es probable que, por lo general, la apertura sea progresiva: a medida que accedemos a abrir algo en nosotros, se nos mostrará el paso próximo a dar. Como si se tratara de un juego de puertas que se suceden una tras otra, así parece ser nuestro mundo interior. Cada apertura nos coloca ante otra nueva “puerta” que pide ser abierta. Y en el camino nos vamos adentrando en espacios cada vez más genuinos e interiores, hasta llegar a reconocernos finalmente en la Espaciosidad sin límites que somos. Pero, habitualmente, el acceso a esta espaciosidad original requerirá todo el camino anterior. ¿Qué puertas hay que abrir? Capacidades dormidas (amor, ternura, alegría, generosidad, solidaridad, libertad…), defensas protectoras que se han convertido en armadura oxidada (miedos, retraimiento, imagen idealizada…), “manías” en las que nos hemos instalado, costumbres y rutinas que nos mantienen encerrados en una jaula de llevadero confort… Lo que parece cierto es que la apertura a espacios interiores va acompañada de la apertura a los otros seres y a toda la realidad. Ese parece ser el camino que conduce al descubrimiento de que somos uno. El gran Leonardo da Vinci escribía que "el color del cuerpo iluminado participa del color del cuerpo que ilumina". Como si de un juego de espejos se tratara, todos nos reflejamos en todo, porque todo es uno y solo hay una única luz, que en todo se espeja. Esto mismo es lo que han visto los místicos. Ramakrishna (1836-1886) contaba que una muñeca de sal quiso medir la profundidad del mar. Cuando puso sus pies en el agua, se empezó a hacer una con el mar. Cuanto más andaba más le fascinaba el océano; se dejó tomar por el agua y todas sus partículas de sal se disolvieron en el mar. Había venido del océano y retornó a su fuente original. Lo “diferenciado” se había vuelto a unir a lo “indiferenciado”. Al–Hallaj (857-922) exclamaba: “Entre Tú y yo hay un «soy yo» que me atormenta. ¡Apártese de nosotros mi «soy yo»!”. Y Teresa de Jesús (1515-1582), en la séptima morada de su Castillo interior experimentaba que el alma se unía a Dios “como si un arroyico pequeño entra en la mar, que ya no habrá remedio de apartarse; o como si en una habitación estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz: aunque entra dividida, se hace todo una luz”. Místicos y sabios, hombres y mujeres que, al abrir puertas sucesivas, desde las más sencillas a las más complejas, llegaron a experimentar aquella Espaciosidad compartida por la que suspira nuestro Anhelo, y a la que conducen todas ellas. Parece claro que los sumos sacerdotes lo condenaron a muerte, porque se había metido a saco con lo que pasaba en el templo de Jerusalén, y no estaba dispuesto a admitir que se hubiera convertido en cueva de bandidos; «volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas» (Mt 21, 12-13), al fin cogió un látigo y, sin más miramientos, los echó a todos fuera del templo.
Habría que recordar aquí la parábola del buen samaritano, que Jesús emplea para explicar a un jurista quién es su «prójimo»: sucedió que bajaba un hombre por aquel camino que iba de Jerusalén a Jericó, y en aquel momento unos bandidos arremetieron contra él y le dejaron allí medio muerto. Por allí pasaba un “sacerdote” que, “al verlo, dio un rodeo y pasó de largo”. Y lo mismo pasó con un “levita” que, al acercarse por aquel mismo lugar, “dio un rodeo y pasó de largo” (Lc 10, 30-32). Se da por supuesto en esta parábola que ya se sabe para qué están los sacerdotes y levitas del templo: para el gran negocio de atender al servicio del altar, y que eso les dispensa de las demás preocupaciones, entre ellas hacerse el desentendido ante un problema tan grave como aquel hombre al que los bandidos habian dejado maltrecho y casi muerto en el camino. Ante él surge un samaritano, un hereje para los judíos, que hace con ese hombre todo lo que había que hacer para semejante caso: «le dio lástima; se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego le montó en su propia cabalgadura, le llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta»(Lc 10, 30-35). Es decir, hizo por él lo que Jesús, que no se porta como el sacerdote y el levita del templo, hubiera hecho por aquel hombre, e hizo por los más necesitados de su pueblo. Lo que no hacen los sacerdotes del templo es exactamente lo que hace el laico Jesús por aquella persona. Jesús fue permanentemente un Laico Pero aquí las cosas comienzan a estar claras cuando a alguien se le ocurre escribir eso que en el Nuevo Testamento se llama la Carta a los Hebreos. Una carta donde se dice, sin más, que Jesús es sacerdote. Se dice rotundamente, y además se dice con una tal novedad que no entronca para nada con el sacerdocio del pueblo de Israel. Con toda intención se contrapone el sacerdocio de Melquisedec al sacerdocio de Aarón, para concluir que Jesús es sacerdote «en la línea de Melquisedec, no en la línea de Aarón» (Hb 7, 11). Era un tiempo en que vivía un personaje llamado Melquisedec, en tiempos de Abrahán, cuando no existía para nada el pueblo de Israel, y Melquisedec quer1a decir «rey de justicia», «rey de paz», cuando era a la vez «sacerdote del Altísimo», y de este hombre se dice en la carta a los Hebreos que Jesús era «sacerdote en la línea de Melquisedec». ¿Por qué dice esto el autor de este escrito? Porque, según él, en Jesús se da radicalmente un «cambio del sacerdocio», pasa a ser otra cosa muy distinta del sacerdocio de Israel. Es cosa bien sabida que «Jesús nació de Judá, y de esta tribu nunca habló Moisés tratando del sacerdocio»(Hb 7, 13-14), no pertenecía a la tribu de Levi, que era la tribu del «sacerdocio levítico». Así pues, Jesús era de la tribu de Judá y, como tal, nunca perdió la categoría de «laico» que presentó durante toda su vida, por más que en esta carta del Nuevo Testamento se cargue sobre él la categoría de «sacerdocio». Por más que en esta carta se trate de decir que Jesús es «sacerdote», y aun «sumo sacerdote», o «gran sacerdote», no habrá que perder de vista jamás este cambio radical que se ha realizado en Jesús, por lo cual él permanece siendo un laico para poder así ejercer un nuevo tipo de sacerdocio. Es de gran interés para esta carta precisar bien esta gran novedad del sacerdocio de Jesús, por lo cual se contradistingue bien de todo otro tipo de sacerdocio: Jesús fue sacerdote «según la fuerza de una vida indestructible» (Hb 7, 16). Lo cual nos remite directamente a la vida histórica de Jesús: Jesús hizo de su vida una tal «ofrenda de si mismo», una entrega tan radical por la liberación de su pueblo, que terminó en la cruz. Pero la muerte de Jesús no fue su destrucción, sino al revés: la que consumó su vida como una realidad indestructible, la que le convirtió en «el hombre consumado para siempre» (7, 27-28). Es evidente que llamar a esto «sacerdocio» obliga a salirse de las categorías habituales, y acercarse a él como a una realidad absolutamente nueva. Es lo que se hace en este escrito del Nuevo Testamento: lo mismo que el «sumo sacerdote» del templo lleva la sangre de los cadáveres de los animales para el rito de la expiación, pero luego esos cadáveres «se queman fuera del campamento», pues de la misma manera Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, «murió fuera de las murallas» (13, 10-12). Jesús fue expulsado fuera de la ciudad por los sacerdotes del templo, y allí, en contradicción con todo lo que se hace en el templo de Jerusalén, Jesús aparece como un laico por más que se le represente convertido en sacerdote: «nosotros tenemos un altar (el altar de la cruz) del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo» (13, 10). Rasgos fundamentales del mensaje de Jesús como Laico Jesús permanece siempre laico. Todo lo que hizo en su vida histórica fue claramente laica, determinado por su condición de ser de la tribu de Judá, no de la tribu de Levi. Jesús aparece tan claramente como un laico, tan distante de toda realidad sacerdotal, que lo que siempre habrá que tener en cuenta es que en él se ha realizado un «cambio del sacerdocio» por lo que no se parece en nada al sacerdocio del pueblo de Israel. La cuestión de Jesús se va siempre por unos derroteros que contradicen su condición de sacerdote: se va, por ejemplo, por los pobres, que fue siempre lo que fascinó a Jesús. Así continúa puntualmente su función como laico. a) Los privilegiados de Dios son los pobres: Hasta tal punto se distancia Jesús del sacerdocio del templo que esto le obliga a preocuparse de algo que ha sido desde el principio muy querido por él: los pobres de su pueblo. Pero esto nos fuerza a poner en primer plano las «Bienaventuranzas» de Jesús, que fue lo primero de que se preocupó Jesús al poco tiempo de haber comenzado su misión en Cafarnaún. «Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»: esta es la primera bienaventuranza que proclama Jesús. Los pobres, que eran la gran mayoría del pueblo de Israel, pasan a ser los preferidos de Jesús, porque eran también los preferidos de Dios, cuyo Reino comienza a proclamar Jesús como la gran alternativa entre ricos y pobres en que va a centrar su misión. Jesús sabía muy bien cuán deteriorada y falsificada estaba la imagen de Dios en su mundo, y más directamente en los dirigentes religiosos de su pueblo. En tales circunstancias, no basta con que los dirigentes digan que representan a Dios, ni de actuar en su nombre. En la primera bienaventuranza aparece con toda claridad que Dios está en otra parte que donde solemos colocarle los hombres para manipularlo en favor nuestro. Más exactamente: Dios está en la parte contraria de donde le han colocado los poderosos de su tiempo, lo mismo los dirigentes religiosos judíos como el poder imperial romano en Palestina. Esa parte contraria es el ámbito de los pobres, de los sometidos y marginados, dentro del pueblo de Israel. No es nada fácil captar la carga subversiva de este mensaje de Jesús: los que hasta entonces no habían contado para nada en la construcción de aquella sociedad, porque en realidad no servían para nada, son los que cuentan para Dios a la hora de construir su Reino. No era de la parte «religiosa» de su pueblo, ni siquiera del templo de Jerusalén, de donde cabría esperar las promesas de Dios para su pueblo, sino de las manos de un laico como Jesús. Pero no hay que olvidarse de las malaventuranzas que Jesús dedica a los prepotentes de su pueblo: “¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!» (Lc 6, 20-24). En otra ocasión, cuando Jesús se encuentra con un joven rico, que renuncia a seguirle porque “tenía muchas posesiones”, aprovecha para decirles a sus discípulos: “¡Con qué dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!…Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios” (Me 10, 22-25). No podría decirlo Jesús más claro: emplea un símil, que pronto se convertirá en proverbio, para explicar lo difícil que es que un rico entre en el Reino de Dios. Y esto nos obliga a considerar quiénes son los ricos dentro de su pueblo: los poderosos y los opulentos, que son los que tienen el dinero en el pueblo de Israel. Estos son, sin duda, los sacerdotes del templo, que lo han convertido en un «mercado» (Jn 2, 16) Y en la irrisión de la gente. Nadie podía lanzar en nombre de Dios la corrupción del templo sino un laico como Jesús, que había puesto en vigencia, contra los ricos, los preferidos de Dios que son los pobres, de manera que la Buena Noticia que es el Evangelio pertenece únicamente a los pobres. b) El buen samaritano: Jesús presenta siempre como un «prójimo» a toda la inmensa mayoría de los pobres que forman parte de todo el pueblo de Israel. Ese “prójimo» que, para el sacerdote y el levita «dan un rodeo y pasan de largo», sucede que a Jesús «le dio lástima», es decir, «le conmovieron las entrañas» al ver lo que acababa de ver. En otra ocasión, cuando da de comer a cinco mil hombres, y ocasionó un entusiasmo popular en torno a él, «le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor» (Mc 6, 34). ¿Qué es lo que ocurrió a Jesús? Pues le ocurrió que «se le conmovieron las entrañas» al ver a tanta gente a quien los dirigentes del pueblo habían abandonado a su suerte. Un laico como Jesús, que se compadece de los pobres, es capaz de responder como nadie a la inmensa muchedumbre de los pobres que los sacerdotes del templo habían dejado abandonados como ovejas sin pastor. El laico Jesús sabe que «mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y les doy vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27-28). c) El «pueblo sacerdotal»: Jesús fue el «arrojado fuera de la ciudad» por los sacerdotes de su pueblo. Sólo desde él nosotros los cristianos somos un «pueblo sacerdotal» que estamos llamados a salir donde él fue arrojado: «Salgamos, pues, donde él fuera del campamento, cargando con su oprobio, pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la futura». Y se nos recuerda lo que deberíamos tener siempre presente: «No os olvidéis de hacer el bien, ni de la puesta en común de los bienes: esos son los sacrificios que agradan a Dios» (Hb 13, 13-16). d) El final de la historia: Jesús fue definitivamente un laico. Sólo al final de la historia, todos los hombres serán llamados a aparecer delante de él: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme». ¿Cuándo pasó todo esto? «Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 35-40). «El criterio determinante del juicio de Dios sobre la historia no va a ser un criterio religioso, sino estrictamente laico»,dice un conocido teólogo Latinoamericano. Que en España, a lo largo de estos últimos 35 años y hasta ahora la mentalidad de sus sucesivos dirigentes y buena parte de la sociedad están lejos de la predominante en los países europeos más desarrollados socialmente, no sólo lo confirman algunas tradiciones crueles con los animales de las que, por cierto, algunos se enorgullecen; también lo prueban las habituales bajas miras que hay en el razonar más usual.
Sobre todo desde que las humanidades, la filosofía y las bellas artes han declinado en los planes de educación, para seguir parecida dirección a la que hace mucho tomaron las universidades estadounidenses donde lo que importa son las aventuras gnoseológicas tecnológicas, científicas y pseudo científicas. No hay más que rastrear los temas que interesan a su cine cuya cuota de pantalla, por cierto, se impone descaradamente en todas partes. Pues bien, tanto aquella sociedad como la nuestra (naturalmente con todas las excepciones que se quieran apreciar) cada vez están más próximas a un conglomerado humano muy alejado de la sensibilidad y del humanismo que a mí personalmente tanto me preocupan… María Jesús Pérez Ortiz, en el diario La Opinión de La Coruña, dedica un magnífico artículo, “Eramismo y filantropía”, a recordarnos el papel que Erasmo de Roterdam representó para el pensamiento occidental. Erasmo causó un marcado impacto en figuras señeras del siglo XVI en toda Europa y en España (Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, Juan de Ávila…), y ese impacto volvió a “adquirir entidad propia en la época contemporánea en el pensamiento de Unamuno y Machado”. “Frente a Roma, Erasmo afirma la necesidad y la urgencia de una reforma de la Iglesia y de la religión, a la que hay que despojar de sus aspectos dogmáticos y formalistas: el exceso de especulaciones teológicas y una práctica rutinaria que está en el límite de la superstición. Erasmo defiende un retorno al Evangelio, a una religión espiritual y a un culto interior. Frente a Lutero, defiende el libre arbitrio”, dice la autora… Pero de poco ha servido aquella sólida influencia de Erasmo y luego la de los grandes espiritualistas españoles en España que le entendieron y le siguieron en cierto modo. Pues en España, esa idea cardinal, no sujeta a caducidad, la del cristianismo interior, a diferencia de lo que ocurrió en otras sociedades europeas no ha calado ni profundamente ni apenas superficialmente. A las pruebas me remito. En España está sofocada y relegada, si no menospreciada. Y esto, a estas altuas de la historia sitúa al católico español común y a sus chamanes, al nivel de otras religiones que o son supersticiones o son artificios religiosos encubridores de una ideología política y social. Basta echar un vistazo a la personalidad de ciertos gobernantes y jerifaltes sociales a los que se les ha visto públicamente dándose golpes de pecho, santiguándose una y otra vez, relacionando a Vírgenes con su propio papel institucional o jurando con afectación ante la Biblia o con alarde ante un crucifijo; y luego lo que dicen, el modo de decirlo y sobre todo lo que hacen… Es decir, un modo tan peculiar de entender y practicar el cristianismo que es cualquier cosa menos “cristianismo interior”; cristianismo éste que, por otra parte, enlaza con el del papa Bergoglio en estos tiempos de crisis en todo el mundo, aunque no para todo el mundo… |
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