Presenta a Jesús en la región de Fenicia, junto a Sidón, al norte, camino del Mar de Galilea (aunque el itinerario que marca el texto no parece muy acorde con la geografía del país). Cura a un sordomudo, intentando que la curación quede en secreto, a pesar de lo cual todo se divulga provocando el asombro general.
Curiosamente, éste es uno de los pocos milagros (3 en total) narrados por Marcos y no recogidos por Mateo. Se repiten en el relato varias actitudes características de Jesús ante los enfermos: se detiene, se lo lleva aparte, le toca, le cura. Y le manda que lo mantenga en secreto. Es frecuente en el evangelio de Marcos lo que se llama "el secreto mesiánico". Jesús pretende que sus milagros no se divulguen. Se ha interpretado - en el contexto general de Marcos - como un intento de Jesús de evitar la popularidad fácil, el mesianismo político, el entusiasmo exterior de las gentes. Jesús no es el Mesías milagrero que da de comer a multitudes y sana toda enfermedad, no es una panacea para el bienestar físico del pueblo, ni un candidato al poder político. Jesús oculta sus acciones y cada vez más dirige sus actos y sus palabras hacia el grupo reducido que va a entender la esencia del mensaje. Sin embargo, el comentario de la gente es significativo: todo el mundo está admirado de las obras de Jesús: nadie ha hecho milagros como este hombre. La reacción de la gente va a ser de entusiasmo hasta querer hacerlo rey (Juan 6,15). Cuando Jesús rechace este tipo de Mesianismo, cuando la gente se dé cuenta de que Jesús no propone este tipo de triunfo sino el triunfo sobre el pecado, la conversión, la popularidad de Jesús disminuirá. Se ha llamado a esto "la crisis galilea", reflejada en Juan 6 a propósito del "sermón del pan de vida", que hemos leído durante los domingos anteriores. R E F L E X I Ó N El evangelio de hoy y el texto de Isaías nos llevan a reflexionar sobre la esencia del mensaje de Jesús, de la Palabra de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento, y de nuestra propia religiosidad. La pregunta última es: "¿qué esperas de Dios?". Y la respuesta es, quizá: "que me libre del mal". O, mejor aún, "que me ayude a conseguir felicidad". La felicidad del ciego es ver; la felicidad del sordomudo es oír y hablar. Eso es lo que esperan de Jesús. Eso es lo que Jesús les da, y sacan la conclusión de que ésa es la misión del Mesías: que nos proporcione la felicidad tal como nosotros la entendemos. Pero es exactamente eso lo que rehuye Jesús, ése es el mesianismo que rechaza. Lo esencial del tema del secreto mesiánico está en lo que puede parecer sólo un hábil juego de palabras. Los judíos, al ver los milagros de Jesús, están dispuestos a aceptar que Jesús es el Mesías, el que ellos esperaban, la solución de todos los problemas, de la enfermedad, del hambre, de la injusticia, de la opresión romana... de todo. Pero Jesús les invita a otra aceptación: tienen que aceptar que el Mesías es Jesús, y no va a ser lo que ellos esperaban, sino otra cosa muy distinta. En esta misma línea se inscriben las predicciones de la pasión, el rechazo que de ellas hacen los discípulos, la recriminación de Pedro a Jesús y la violenta respuesta de Jesús a Pedro. Finalmente, el rechazo oficial de fariseos, doctores y sacerdotes constituirá la negativa completa del Israel a aceptar ese Mesías. Como casi siempre, las situaciones históricas reflejadas en los evangelios adquieren carácter simbólico, representativo de los dramas religiosos de nuestra propia conciencia y de la vida de la iglesia. El problema de aquellos judíos respecto a Jesús es también nuestro problema, y uno de nuestros problemas más íntimos. Aceptar a Dios como es, como se manifiesta, no como a mí me gustaría que fuera. En los milagros, el objetivo de Jesús no es primariamente la salud del enfermo, sino la manifestación de que "Dios está aquí", en Jesús, y de que es "EL MÉDICO", no el juez. Y la presencia de Dios en Jesús no consiste en hacer de esta vida un paraíso, sino en hacer que esta vida sirva de camino al Paraíso. Esta vida no es un Paraíso. Aquí está el mal, presente como dolor, pobreza, muerte, injusticia, falta de libertad ... pecado. Y eso no lo arregla Dios con milagros. Lo experimentamos todos los días. El Pueblo de Israel descubrió esta dificultad y la expresó con tremenda fuerza en el Libro de Job, el justo agobiado de desgracias, situación incomprensible para la fe primitiva. Así, el MILAGRO DE LOS MILAGROS consiste precisamente en creer en Dios a pesar del mal. Nuestra razón exige que si Dios existe no exista el mal. Jesús manifiesta que Dios es nuestra fuerza contra el mal... y que nos necesita para liberar del mal a los demás. Éste es el núcleo básico de la fe cristiana: el conocimiento de Dios, de que Dios es eso, no lo que nuestra razón se imagina. Este es el trasfondo último de los tres mandamientos del primitivo Decálogo: NO TENDRÁS OTRO DIOS DELANTE DE MÍ NO TE HARÁS IMÁGENES DE DIOS NO USARÁS EN VANO EL NOMBRE DE DIOS que vienen a significar lo mismo: no te imagines a Dios ni lo uses para lo que crees que te conviene: escucha la Palabra y descubre cómo se manifiesta Dios. Y Dios se manifiesta en Jesús, "el que todo lo hizo bien, el que pasó haciendo el bien, curando, enseñando...". La fe consiste en aceptar ese Dios. Su consecuencia para nuestra vida es también evidente: nuestra fe en Dios no sirve para hacer más confortable nuestra vida (que es lo que pedimos en nuestras oraciones) sino para comprometernos en hacer nuestra vida útil; eso es "salvar la vida". Solemos pedir a Dios que nos libre del dolor, de la pobreza ... y Dios nos enseña a usar el dolor, la pobreza... y, lo que es más difícil, a usar el placer y la riqueza, que también amenazan - quizá más - nuestra libertad. PARA NUESTRA ORACIÓN Nuestra búsqueda de felicidad, nuestras peticiones a Dios para que nos ayude a conseguirla, nos conducen a preguntarnos qué concepto de felicidad tenía el mismo Jesús. Y lo sabemos, tenemos su "código de felicidad". "Bienaventurados", o "dichosos, felices"... un "código de felicidad según Jesús". No un código moral, no unos preceptos a cumplir, sino una exclamación de Jesús traducible por "¡cuánto más dichosos serías si fuerais más pobres, si aprendierais a sufrir, si fuerais limpios de corazón, si supierais perdonar...!" Debemos compararlo con nuestros criterios de felicidad, y darnos cuenta de que nuestro corazón está escasamente convertido, de que seguimos sirviendo a dos señores. El señor principal es nuestro modo de pensar sobre la vida y la felicidad, nuestra búsqueda de bienestar aquí, nuestra manera de entender a Dios como remedio de mis males de aquí y proporcionador de éxitos que deseo.... El otro señor es Jesús, la Palabra; pero le servimos en cuanto sea compatible con el primero. Un sangrante ejemplo es nuestro tipo de sociedad: nosotros somos ricos, gastamos, deterioramos el planeta, producimos la miseria del resto del mundo. Conmovidos por la miseria de los demás y movidos por la palabra de Jesús, ayudamos un poco, con lo que nos sobra, a otros seres humanos. Pero nunca ponemos en cuestión nuestro tipo de sociedad, nuestro tipo de explotación del mundo, nuestro tipo de consumo. ¿A quién servimos primero? Pero hoy y ahora hay otra consideración más urgente: ¿qué hacemos nosotros la Iglesia ante el mal del mundo? Hoy nuestra sociedad está atacada por una crisis económica que produce pobreza y angustia en muchísimos. Pero esta crisis tiene causas y causantes. Y nosotros la Iglesia callamos, incluidos, quizá más que nadie, las autoridades de la Iglesia: nuestra respuesta es silencio y petachos, pero no es denuncia. En consecuencia, si antes muchas personas se apartaban de la Iglesia (aunque creyeran en Jesús) hoy estamos dando a todos una oportunidad de creer cada vez menos. Y esto también tiene causa y causantes. La causa es la alianza oculta de la Iglesia con el sistema capitalista desbocado, la íntima relación de las finanzas de la Iglesia con los que manejan el dinero, el capital y los modos económicos. No se atreven a levantar la voz, porque se quedarán sin apoyos económicos. "La Iglesia de los pobres", "la opción preferencial por los pobres" no son más qe palabras bonitas. A nuestra Iglesia le sirven los pobres para poder hacer limosnas y ganar méritos ante Dios y ante cierto público aparentemente religioso. La Iglesia no se atreve a tomar en serio el evangelio y ppr tanto es inútil. No pocos atribuyen el descenso del número de cristianos, la disminución de vocaciones etc etc nada menos que al Concilio Vaticano II. Pero es al revés, la causa es que no nos interesa atender al Concilio, ni seguir de veras el evangelio. Y por ese camino, la Iglesia no sirve ara nada. Es verdad que hay pequeños grupos y movimientos marginales que se lo toman en serio y procuran seguir a Jesús; por eso son perseguidos, desprestigiados, degradados, marginados. Buena señal, estamos repitiendo la vida de Jesús, rechazado y asesinado sobre todo por el Templo, al que convenía muchísimo el status quo reinante y progresaba con él, en esplendor, en cultos fastuosos, en recaudaciones abundantes y en connivencia culpable con los opresores sin la menor preocupación por la miseria y la presión de su pueblo. La historia se repite: ellos mataron a Jesús, nosotros también. Pero no lo consiguieron ni lo conseguiremos. Jesús está vivo y Dios estaba y está con él, no con los que lo mataron e intentan matarlo hoy. Relean, por favor, la carta de Santiago: está dirigida a nosotros, la Iglesia de hoy. S A L M O 16 Guárdame, Señor, que me refugio en Ti. Decid al Señor: "Tú eres mi Dios, Tu eres mi Bien y no deseo otro" Todo el mundo corre tras los ídolos pero mi herencia eres Tú, Señor. Eres Tú quien garantiza mi suerte Eres Tú mi herencia y mi riqueza. Bendigo al Señor, mi consejero y lo tengo presente sin descanso. El Señor a mi diestra. El es mi guía. Así encuentra mi espíritu la paz mi corazón reposa seguro porque Tú no abandonas mi vida. Tú me enseñas el camino de la vida y encuentro ante tu rostro la plenitud de vida y de alegría.
0 Comentarios
Es una pena que la liturgia se haya saltado el relato de la Cananea. Para mí es uno de los diálogos personales más entrañables y profundos del evangelio. Jesús aprende de ella que los débiles son siempre los que necesitan ayuda, sean judíos o paganos. Hay otro dato muy interesante. Jesús no va a tierra de paganos a hacer proselitismo. Al contrario, dice expresamente que ha sido enviado solo a las ovejas de Israel. Tampoco está claro por qué Jesús se sale del territorio de Galilea. Puesto el relato a continuación de la acusación de no cumplir las tradiciones, podría pensarse que es para alejarse del control de los fariseos.
El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa. Solo sabemos que vuelve de Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde le interesa teológicamente. EXPLICACIÓN En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los pobres, los marginados, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal¬mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán... En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dice el texto que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc.; y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Para los judíos, el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega o coja, no era solo un problema de salud sino, sobre todo, un problema religioso. Esa carencia era signo de que, en él, las fuerzas del mal prevalecían sobre las del bien; es decir, que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curarlos Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no obra en su nombre. El relato de Marcos está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica literal de unos hechos. En el capítulo siguiente de este mismo evangelio, se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché; exactamente con los mismos detalles: es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo. Sordo y mudo en el AT, era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que el que no puede oírla ni proclamarla, queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como sanador. Pero los taumaturgos trataban de hacer sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto. Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones; tampoco lo identifica con una situación social concreta. En las bienaventuranzas queda muy claro que el Reino de Dios está abierto a todos, por muy adversas que sean las circunstancias personales. Él dice expresamen¬te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien¬to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta¬ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver. APLICACIÓN Si queremos que El Reino de Dios llegue a los marginados antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato. El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse excluidos a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hayamos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres, puede hacer que el pobre descubra el Reino de Dios. Si el reino de Dios no se manifiesta en nuestra relación con los más débiles, es porque no ha llegado a nosotros todavía. Con el evangelio en la mano, no podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Ya hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir a Dios sin darnos a los demás es una falsa ilusión. Los cristianos no hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor a los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros. ¡Ábrete! Sería también hoy el grito que nos lanzaría Jesús. El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Todos tenemos de algún modo los oídos cerrados y la lengua atada. Escuchar es la clave para descubrir cuál debe ser mi trayectoria en la vida. La postura de cerrarse a la Palabra, es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. Todos estamos, de alguna manera, en esa actitud. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Todos tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de ilusión para seguir adelante. Puede ser interesante recordar lo que Jesús dijo en Jn 10, 9: "Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos". Pero, "puerta" se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave. También lo advirtió Jesús: ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los demás las puertas del Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis pasar a los que quieren entrar (Mt 23, 13). Meditación-contemplación ¡Ábrete del todo! La clave de toda vida espiritual es la apertura. Como una esponja debes dejarte empapar. Pero para ello, no hay más remedio que exprimirte. .................... Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti, lo divino que también está en ti, te inundará. Es más simple que el mecanismo de un chupete. En la medida que te vacíes, te llenarás. .............. Si estás lleno del mundo, tu acción será mundana. Si estás lleno de Dios, rezumarás espíritu. Trabaja por lo primero. Lo segundo será siempre una consecuencia espontánea y lógica. Effetá: ábrete. El ser humano, aun siendo pura apertura y amplitud sin límites, tiende a encerrarse. Probablemente, porque eso le aporta una sensación de seguridad, al creer que mantiene el control sobre el pequeño espacio al que se ha reducido.
Para empezar, nos encerramos en nuestro propio cuerpo, como si las fronteras físicas del mismo delimitaran también nuestra identidad. Poco a poco, a medida que crecemos, descubrimos nuestra mente y, con ella, nuestro yo psicológico. Y ahí nos quedamos, reconociéndonos como "animales racionales" (es decir, cuerpos/mentes) que, según algunas lecturas religiosas, son portadores de un "alma inmortal". Sin embargo, en la práctica, la creencia en el alma no modifica sustancialmente la percepción de aquella identidad "reducida" o "cerrada". Porque, también al alma, se le atribuye la misma limitación, como entidad separada. Es decir, se la piensa según los parámetros separadores y dualistas de la mente. En ese contexto, la palabra de Jesús aparece como una invitación firme a salir de cualquier identificación reductora: "ábrete"; no te mantengas encerrado en la creencia de una identidad aislada, que no puede oír ni contar la Belleza que realmente somos. "Ábrete"..., ¿a qué? A tu verdadera identidad. En tanto en cuanto permanecemos encerrados, reducidos a falsas identidades, generamos confusión y sufrimiento. Nos tomamos por lo que no somos y olvidamos lo que realmente somos. Tal encierro evoca la imagen de una jaula, hecha a la medida de los límites que nuestra propia mente establece. Si creo que soy mi cuerpo, creeré que mi suerte está vinculada a lo que a él le ocurra. Si pienso que soy mi yo psicológico, estaré a merced de los vaivenes de las circunstancias. En cualquier caso, me condenaré a un sufrimiento estéril e irresoluble, por un único motivo: me confundo con algo que no soy. ¿Cómo podría reconocerme? No soy nada que sea "objeto": cuerpo, mente, pensamientos, sentimientos, afectos, reacciones, circunstancias... No soy nada de lo que ocurre, sino el Espacio consciente en el que todo aparece; no soy algo delimitado (encerrado), sino la Apertura sin límites que todo lo contiene; no soy nada de aquello que puedo pensar o sentir, sino la Consciencia que se da cuenta, y en la que aparecen pensamientos y sentimientos. Dado que no soy objeto, sufriré en el mismo momento en que me reduzca a él. El propio "encierro" me constriñe y me ahoga. Por el contrario, en el preciso instante en el que puedo observar mis pensamientos y sentimientos, se abre un espacio en mi interior y en torno a mí, emerge mi verdadera identidad. Tal identidad no la puedo pensar. De hecho, si lo hago, me veré de nuevo reducido a un objeto. Únicamente puedo experimentarla y vivirla. Al mantener la atención (sin pensamientos), la percibo como Espaciosidad, Presencia, Consciencia... Mientras mantenga la atención, permaneceré conectado a ella; como la quiera pensar, desaparecerá. Porque lo pensado nunca será ella, sino un objeto más que mi mente trataría de aprisionar. "Ábrete"..., ¿cómo? Gracias a la observación atenta de todo lo que pueda moverse en el campo de consciencia que eres. Soltando todos los pensamientos, sentimientos y preocupaciones, nota lo que permanece. Eso es tu identidad. No trates de pensarlo; sencillamente, percíbelo, saboréalo, date tiempo para familiarizarte con ello. Tu mente no podrá entenderlo. Pero tampoco lo necesitas. La mente es solo un objeto dentro de quien eres. Acepta que tu mente quede frustrada y ábrete a la sabiduría mayor de la Presencia, que se te regala sencillamente como "estar" sin forma. A partir de ahí, mantén sencillamente la conexión con ella: estás en quien eres, te encuentras en Casa, saboreas la Plenitud. Podemos recurrir a la metáfora del océano y las olas. Debido al momento evolutivo en el que nos encontramos, así como a nuestro propio proceso de socialización y al hábito mental profundamente arraigado, nos consideramos como una "ola" aislada e incluso independiente del resto. Mientras estemos en la mente, no podremos salir de esa identificación. Sin embargo, basta tomar un poco de distancia de la mente y poner atención a nuestra experiencia más profunda, para reconocernos como el "agua", que se está expresando ahora en esta "forma" concreta de ola. "Ábrete"...: no te encierres en nada, no te reduzcas a ningún objeto, no te dejes aprisionar en ninguna jaula, reconoce la apertura sin límites del "océano" que constituye tu verdadera naturaleza. El texto que leemos ha sido despiadadamente mutilado, eligiendo un serie de versículos y prescindiendo de otros, con lo que se pierde bastante de la energía de la composición de Marcos, aunque se conserva lo esencial. El texto completo es:
Cp 7|v1 Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. |v2 Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, |v3 es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, |v4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas . |v5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: « ¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? » |v6 El les dijo: « Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. |v7 En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. |v8 Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres. » |v9 Les decía también: « ¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! |v10 Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: |v11 Si uno dice a su padre o a su madre: "Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán es decir: ofrenda ", |v12 ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, |v13 anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas. » |v14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: « Oídme todos y entended. |v15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. |v16 Quien tenga oídos para oír, que oiga. » |v17 Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. |v18 El les dijo: « ¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, |v19 pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado? » así declaraba puros todos los alimentos . |v20 Y decía: « Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. |v21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, |v22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. |v23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. » (Mc 7:1 23) Los versículos suprimidos son 8-13 y 15-20. En 8-13 Jesús aplica la doctrina no sólo a las costumbres tradicionales sino a la misma interpretación de la Ley que hacen los fariseos. En efecto, los fariseos habían desarrollado los preceptos de la Ley ampliándolos y especificándolos en infinitos mandamientos, transmitidos muchas veces oralmente. Esta enorme carga de preceptos era absolutamente incumplible por la gente normal, pero se observaba meticulosamente por parte de los fariseos, que se consideraban, por ello, "justos". Jesús rechaza en principio todo ese mundo de preceptos pero, además, la misma interpretación de la Ley como cumplimiento escrupuloso de preceptos. Lo que mancha al hombre no viene de fuera, sino de dentro: las cosas no son puras o impuras; es el corazón del hombre lo que las hace puras o impuras. En 15-20 se da la enseñanza al pueblo, en contraposición de 21-23 en que se explica todo más detenidamente a los discípulos. Marcos va subrayando cada vez más la doble actividad de Jesús: con las masas y con los discípulos. En esta línea se inscribirá el "secreto mesiánico", tan característico de Marcos, que en definitiva significa el alejamiento por parte de Jesús del concepto mesiánico habitual, sustituyéndolo por el anuncio de la cruz y la resurrección. Así, la enseñanza de Jesús pasa de la defensa de los discípulos porque no cumplen todas las tradiciones farisaicas, a una interpretación mucho más profunda y espiritual de la ley y de la religión misma. El texto refleja dos oposiciones históricamente reales: la que opusieron a Jesús los fariseos y los letrados (especialmente los de Jerusalén), y la que sufrieron las comunidades cristianas por parte de esos mismos fariseos, ya en el nacimiento de las comunidades cristianas (recuérdese la persecución ejercida por el fariseo Saulo) y más radicalmente tras la destrucción del Templo y la desaparición de la clase sacerdotal. Es un texto muy característico de la mentalidad e intención de Marcos. Desde el comienzo de la predicación de Jesús en Galilea, Marcos presenta la oposición de los fariseos y los letrados, en contraste con el entusiasmo de la gente. Desde los capítulos primero y segundo se subraya la oposición larvada, que se hace manifiesta en la comida en casa de Leví (2, 16), en el ayuno (2,18) en las acciones y curaciones en sábado (2,23. 3,1). Esta oposición va a ir creciendo hasta convertirse en una verdadera persecución. Ya en 3,6 los fariseos y los herodianos se proponen acabar con él, y en 3,22 dicen que lleva dentro a Belcebú. Marcos presenta pues una figura de Jesús sumamente polémica, que culmina en la gran reprobación del capítulo 12, en vísperas de la Pasión, cuando ya la situación de ruptura es irreversible. Así, el evangelio de Marcos representa una posición muy diferente a la de Mateo, que presenta a Jesús mucho más como culminación de la Ley, aunque es el que más violentamente narra la oposición y condena de los fariseos en el terrible capítulo 23. Marcos nos muestra la evolución de las comunidades cristianas, que parten de entender a Jesús desde la Antigua Ley, como cumbre de la misma, y llegan hasta entenderle como "vino nuevo que rompe los odres viejos" (Mc.2,22). REFLEXIÓN El evangelio de Marcos nos invita a entrar una vez más en el mundo de la religiosidad, de las deformaciones de la religiosidad, y de la extremada supremacía del mensaje de Jesús sobre otras formas de religiosidad, presentes tanto en su entorno como en nosotros, hoy. A Jesús lo llevarán a la muerte cuatro irreligiosidades básicas: la de los fariseos y letrados, la de los saduceos y sacerdotes, la de los políticos romanos, la del pueblo. Los saduceos, los sacerdotes y el poder político romano serán los que definitivamente y como protagonistas eliminen a Jesús: lo consideran un peligro para la estabilidad y la conveniencia.Jesús desequilibra una situación conveniente: el status quo entre el poder de Israel y Roma, el enorme negocio del Templo, la religión "oficial", la estabilidad política y religiosa, injusta pero conveniente para las clases dirigentes. Externamente, el pueblo abandona a Jesús en el momento más importante. Las autoridades temían que detener a Jesús públicamente produjera una revuelta, pero se equivocaban: el pueblo tiene que elegir entre la religión de Jesús, tan pura, tan personal y tan poco nacionalista, y la religión tradicional. Y el pecado del pueblo es elegir "pan y circo", como se muestra en la reacción popular ante la multiplicación de los panes: un mesías milagrero que da de comer gratis, ése es nuestro rey. Un Mesías desinteresado por esos aspectos, que predica el Reino a los pobres y propone como programa la conversión, deja de ser popular. La inmensa mayoría del pueblo no quiere conversión sino facilidades materiales. En lo más íntimo del problema, los fariseos y los letrados, que entienden muy bien el meollo del problema, desde el principio: no se trata de política o de nacionalismo religioso, se trata del corazón de la religión. Y esta polémica es absolutamente actual, en el corazón de cada uno y en la concepción misma de la iglesia. Hay dos clases de "religión". Una "de fuera a dentro y de arriba a abajo". Otra "de dentro a fuera y de abajo a arriba", y éstas dos se pelean en el mundo y en cada uno de nosotros. "De fuera a dentro y de arriba a abajo" significa separar el mundo en sagrado/profano, entender a los creyentes como privilegiados, dar valor objetivo al culto por el mero hecho de asistir a lo que se celebra, sentirse justo por cumplir preceptos, imaginar a Dios como juez, creer más en la divinidad que en la humanidad de Jesús, entender a la jerarquía religiosa desde los parámetros del poder civil multiplicado por el aval divino. Es una religiosidad fundada en la seguridad, en la posesión de la Palabra, no siente la necesidad de cambio (más aún, lo teme y lo rechaza), tiende a excluir y condenar a los que piensan de distinta manera, da gran importancia a las manifestaciones externas de lo religioso, se considera maestra de todos los demás. "De dentro afuera y de abajo a arriba" significa que la esencia de lo religioso es la búsqueda de sentido a la vida desde el interior, sentir a Dios como levadura de todo lo humano, entender la divinidad desde la humanidad de Jesús, no sentirse poseedor de la verdad absoluta sino mensajero de una palabra que es para todos, sentir menos seguridad que necesidad de buscar y caminar, sentirse inclinado a compartir la búsqueda con todos los hombres de buena voluntad, preferir sembrar entre los sencillos que dominar desde las estructuras, no entender el pecado como ofensa sino como enfermedad, sentirse invitado a cambiar todos los segundos de la vida, no utilizar la Palabra como seguridad sino como llamada a la conversión. Los fariseos y los letrados fueron expresión paradigmática de la primera actitud: Dios es para Israel; la palabra humana de la Ley está avalada por Dios; cumplir los preceptos nos hace justos ante Dios; la autoridad de la tradición es inmutable, tan importante como la misma Palabra de Dios; sólo los jerárquicamente autorizados pueden interpretar la palabra; el pueblo es pecador y sus jefes, letrados y sacerdotes son santos. Jesús es la más sorprendente manifestación de todo lo contrario; es la gente sencilla la que entiende la Palabra; la Palabra transforma la vida desde dentro, como la semilla, como la levadura; los preceptos son para el hombre, y no al revés; nadie es más que nadie, ni el israelita más que el gentil ni el juez más que la viuda ni el sabio más que el niño ni el varón más que la mujer, ni el ortodoxo más que el hereje; los jefes no tienen poder sino más obligación de servir; no se trata de ganar la vida eterna invirtiendo lo que me sobra en limosnas, sino de ser capaz de con-padecer y evitar el sufrimiento de los hermanos. PARA NUESTRA ORACIÓN Nuestra religiosidad es un proceso de conversión. De dentro a fuera. Religión no es someterse a unos modos culturales establecidos y convenientes sino atender a la Palabra de Dios y seguirla. La religión que fundamenta y justifica los modos y costumbres de una sociedad es sospechosa. La Palabra llama siempre a caminar. La religión que lleva a que nos consideremos justos es más sospechosa aún. La Palabra hace que nos sintamos cada vez más insuficientes y necesitados de Dios. La conversión es siempre conversión a la Palabra: dichosos los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica. Y la Palabra es el Evangelio, la Palabra es Jesús. En todos los tiempos, y en el nuestro como en todos o más que nunca, volver al evangelio es la asignatura pendiente de cada cristiano y de la iglesia, del magisterio y la teología. A veces siente uno la impresión de que la Teología considera al Evangelio como demasiado simple, que hay que desarrollar en forma doctrinal, científica y sistemática, lo que en los evangelios tiene forma de dichos y parábolas. Pero cada vez que meditamos los dichos, las parábolas, los gestos de Jesús, encontramos en ellos tal profundidad que cada uno de ellos, por sí mismos, es capaz de transformar nuestra religiosidad y revolver nuestros criterios y certezas. A veces tiene uno la impresión de que predomina entre los cristianos cierta espiritualidad de "cumplimiento para la seguridad": obediencia a magisterio seguro, normas morales fijas y claras, observancia de lo cultual como obediencia. Todas estas cosas tienen que existir, pero no como protagonistas de lo religioso: el protagonismo de lo religioso es la disposición a cambiar urgidos por la palabra, en el ámbito individual y en el colectivo. Por todo lo anterior debemos concluir al menos en dos reflexiones básicas, de importante aplicación actual: - ante todo, la necesidad inexcusable de todo cristiano y de la iglesia como comunidad, de atender permanentemente a la Palabra, tal como el evangelio la presenta: entenderla, meditarla, hacer de ella alimento cotidiano. Su capacidad de cuestionar nuestra vida, criterios y valores es más que humana. Ése es el pan bajado del cielo y el único que pude dar vida eterna. No hay cristianismo ni iglesia sin el alimento de La Palabra. - las polémicas con los letrados y fariseos son sin duda relatos históricos, pero adquieren valor de símbolo de la resistencia del pecado a la palabra, y siguen existiendo en cada uno de nosotros y en la iglesia como comunidad. La historia nos muestra a aquellas personas como soberbias, vengativas, inmisericordes... pero consideradas por los demás (y por sí mismos) como "justas", por la ortodoxia dogmática y el cumplimiento de preceptos externos. Esto no es un simple acontecimiento histórico, algo que sucedió una vez; es la cara más peligrosa del pecado, es el Mal disfrazado de Religión; y es quizá una de nuestras tentaciones más peligrosas, a nivel personal y de Iglesia. - volvamos a la carta de Santiago, que termina con una expresión absolutamente drástica: "religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo". No se puede dar mejor resumen de la mentalidad completa de Jesús. Debemos sacar las consecuencias más severas: por decir esto lo mataron, lo mató la otra religión (¿la nuestra?). “afrontemos la increencia como una opción personal, respetuosa y a considerar desde el humano respeto.”
Eran demasiado calurosos los días, cuando pedí a una serie de amigas y amigos cuya opinión aprecio, una valoración sobre el fenómeno de la increencia o el ateismo. Dimensiones distintas pero conexas. Recuerdo el ocurrente comentario de Armenta, diciéndome que con los calores no eran tiempos para filosofar. Pero creo llegado el tiempo de cerrar unas determinadas conclusiones, y quizás incluso conformar una opinión clara –por mi parte- al respecto, sobre este tema de capital importancia para mí. “los cauces de la salvación son tantos y variados, que puede que no pasen ni siquiera por la costumbre de ir a misa los domingos.” Ni que decir tiene que sobre este tema, tengo mucho que decir a raíz de la magnifica experiencia vivida en el 31 Congreso de Teología de Septiembre, organizado por la Asociación Teologal Juan XXIII, en el cual tratamos sobre los fundamentalismos. Por ir al grano. Increencia, ateismo, desapego de lo religioso, hastío de Dios y lo que le rodea. No nos haremos un favor a nosotros mismos como cristianos, si consideramos a las personas incluidas en estos campos, en desventaja sobre nosotros al no creer en Dios tal y como nosotros creemos. Dejamos claro que los cauces de la salvación son tantos y variados, que puede que no pasen ni siquiera por la costumbre de ir a misa los domingos. Por ello, afrontemos la increencia como una opción personal, respetuosa y a considerar desde el humano respeto. Porque en esta vida en la que vivimos, no solo tenemos que ser cristianos, sino personas que viven junto a sus semejantes la experiencia de la vida, en la cual Dios se puede revelar en manifestaciones tan asombrosas como casuísticas. Los cristianos en sintonía con lo que dije antes, sintiéndonos portadores de una verdad absoluta y divina, en ocasiones nos exacerbamos con el celo misionero y casi desearíamos al grito de, ¡Dios lo quiere!, volver a evangelizar a la antigua usanza. Volver a aquello que decía el latinazgo antiguo: “Omne verum, a quocumcue dicatur, a Spiritu Sanctu est”, toda verdad, diga quien la diga, viene del Espíritu Santo. Pero resulta que verdad es, conformidad de las cosas, con el concepto que otorga la mente. Entendamos que verdad no tiene porque ser tu planteamiento o el mío, por mucha lógica que de ellos de derive. Decía Antonio Machado, “Tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela.” Por ello, en la época en la que vivimos es inútil presentar una convicción determinada, sin demostrar unas actitudes o aportar un determinado testimonio. En alguna parte de la Biblia leí que la representación de este mundo se termina, en alusión a la necesidad de ver, palpar y ser participe de los beneficios o circunstancias que te quieren ofertar. Ofertar, nos puede sonar a acción de compra rebajada. Pero ofertar es ofrecer, presentar, mostrar; para que la persona a la que la oferta es manifestada, deguste lo que se ofrece o simplemente lo tome o lo deje. El grupo de los hastiados de la religión va en aumento como el número de divorcios, acaso por el poco interés que suscita hoy en día en los humanos, el sentido del compromiso. Lo curioso es que la causa principal de la increencia, observo que es el hastío de la gente por la manipulación de lo religioso, y no porque a la persona le hayan fallado las mediaciones con el Trascendente –Dios-. Explico brevemente esto. Puede considerarse infructuosa una mediación cuando pediste algo a Dios a través de tal santo, y no recibiste respuesta; y otras causas de mercadeo que establecemos con Dios y que no siempre nos son favorables. Como dije al comienzo, rogué opiniones sobre el tema a diversas personas de diferentes corrientes de pensamiento y hallé esto. “afrontemos la increencia como una opción personal, respetuosa y a considerar desde el humano respeto.” Antonio Alcaide opina sobre las causas del ateismo o quizás –puntualiza- agnosticismo, al admitir que su causa es que“nuestra acción predomina sobre la contemplación.” A lo que le suma que, “la iglesia no ha conseguido dotarse de las herramientas necesarias, para dialogar en medio de una sociedad, en la que la verdad ha dejado de ser un valor absoluto.” Otra persona expone que, “los ateos son contrarios más que nada a la manipulación de Dios, por parte de los jerarcas, […] conozco a gente en muchos casos ateos o cristianos manifiestamente no practicantes, que respetan y aceptan el mensaje de Jesucristo, al transmitir valores como el amor, solidaridad, perdón, paz, igualdad, justicia, comprensión, ayuda, respeto, sinceridad.” “el llevar la Palabra de Dios a los no creyentes”. ¿A dónde la vas a llevar, que tu sepas es bien recibida? Isabel Sánchez me dice: “Observo a personas que conozco que se denominan ateas y son personas de una gran calidad humana, generosas y con gran capacidad para amar. Y si Dios es AMOR estas personas están en sintonía con Dios sin saberlo o sin admitirlo. […] para llevar a Dios a estas personas, puedo dejarme fluir como yo soy, todos tenemos algo de creyentes.” Considero que estás dos opiniones son concluyentes de por sí, como para dejar de escribir en este momento, pero deseo incluir una opinión a través de una pregunta. Respecto de la transmisión de la fe, o en sentido bucólico el sembrar la semilla de la fe en el corazón de los no creyentes o hastiados de la religión; -digo que- ¿fallamos en la esencia o fallamos en la forma? Particularmente creo que fallamos en la forma en la que transmitimos o hacemos llegar la fe. Si algo se aprecia en el siglo XXI, era de lo secular y autónomo, son las relaciones humanas bien fundamentadas. No me refiero a las relaciones familiares, pues “esas nos son impuestas por el enclave socio económico que representa la familia en la actualidad” (Jose Mª Castillo). Sino que me refiero, a las relaciones que podamos establecer de una manera intensa por cualquier motivo amistoso o afición concreta. Incluso podemos relacionarnos de manera residual con otros, y transmitir algo de una manera oportuna y concreta. El caso es que, considero que solo las relaciones humanas como tal, pueden ser vehículo para transmitir la esencia de Dios. Creo equivocada la manera de evangelizar como “el llevar la Palabra de Dios a los no creyentes”. ¿A dónde la vas a llevar, que tu sepas es bien recibida? Solo se espera tu palabra humana y expresión verbal. Cálida, amorosa, humana y solidaria. Actitudes ante los otros, que son reflejo de una maduración personal en la fe, tras la experiencia del resucitado en nuestras propias carnes. Digamos, experiencia mística. Lo cual no se debe de confundir con beatitud. El misticismo es para muchos teólogos, uno de los caminos para llegarnos a una correcta evangelización, pues como me recuerda el nombrado amigo Alcaide, decía Rhaner que “el cristiano del siglo XXI, o será un místico o no será cristiano”. “debemos llevar a Jesús dejándonos llevar a nosotros mismos. Como decía una de las opiniones anteriores, puedo llevar a Dios dejándome fluir como soy” Por ello, volvamos a la esencia, a la actitud y no nos obcequemos en la utilidad identitaria del símbolo –sea la cruz o lo que sea- por que es inútilmente efectiva. No estamos en tiempos de dar ejemplo con una sobre utilización de elementos religiosos que más que acercarnos, nos distancian de la gente pues en sí mismos, establecen una acepción de personas y denotan un partidismo aunque sea religioso. A quien poco conoce de Dios, o se cansó de Él y el sentido de la religión, ¿cómo vamos a convencerle de la realidad de Dios si se lo presentamos como Dios, Todopoderoso y que salva de antemano? Seamos conscientes de que “Jesús no se consideraba Dios, pero en lo más íntimo de sus entrañas, en el fondo y en la cima de su conciencia, percibía y tenía esta certeza vital fundamental: que era hijo de Dios, que Dios era su padre, la fuente y la meta cálida de todo su ser, el cimiento y el abrigo de toda su esperanza, el dinamismo de todas sus palabras y acciones, el descanso de todas sus penas y trabajos. Y esa conciencia no la tuvo desde el principio y de golpe, sino que fue desarrollándola, madurándola, ahondándola y percibiéndola a través de un proceso humano y sociológico”. (José Arregui) Por ello, considero que debemos llevar a Jesús dejándonos llevar a nosotros mismos. Como decía una de las opiniones anteriores, puedo llevar a Dios dejándome fluir como soy. ¡Esa es la clave! Y para descifrar esta clave lo quiero hacer de esta manera tan singular. Mi pueblo, Estepa, desde el temprano otoño hasta Navidad se afana en la fabricación de polvorones y mantecados. Dejando de lado la automatización, el mantecado es un dulce que desde siempre se hacía en las casas con las artes propias del tiempo. Ingredientes básicos como la harina, manteca de cerdo, canela, ajonjolí, alguna especia de más y para de contar. La esencia del mantecado es el amasado, que se realiza con los puños en un gran lebrillo de barro, en el cual se añaden poco a poco los ingredientes, hasta que la masa queda configurada y tiene cuerpo y espesor. ¡Esta es la clave! “a quien poco conoce de Dios, o se cansó de Él y del sentido de la religión, ¿cómo vamos a convencerle de la realidad de Dios si se lo presentamos como Dios, Todopoderoso y que salva de antemano?” Ayudar a otros a amasar a Dios en su vida hasta encontrarle. Vivir junto a tu prójimo y esperar el momento oportuno hasta que se descubra la amistad, el amor desinteresado y la estima mutua. Es un ponerte al lado de la vida del otro e implicarte en su mundo, como si se hiciera la masa entre los dos. Y aportar tu fuerza al otro y toda tu ayuda, dejando caer los ingredientes poco a poco. De nada sirve darle al otro la masa ya estructurada, como un Dios resolvedor de problemas “in situ”. Ese es el error que lleva a la manipulación de lo religioso y se resuelve en el hastío de Dios y lo que lleva su marca. Por ello hay que ayudar a dar cuerpo a esa masa, hay que enfangarse en la vida del otro. ¡No importa que te manches las manos! Si te las manchas, te las manchas de Dios, pues en cada partícula positiva y negativa del ser humano Este se encuentra. Pero descubrámosle y ayudemos a descubrirlo sin demasiados preparativos. “Remanguémonos” los brazos y junto al otro, ayudémosle a amasar a Dios. Saludos fraternos desde Estepa, corazón de Andalucía. Última entrevista con Carlo Maria Martini, el cardenal del diálogo
Sintiendo la muerte cerca, tal vez deseándola —su último mensaje discordante con la Iglesia fue rechazar el tratamiento terapéutico—, el cardenal Carlo Maria Martini, de 85 años, concedió una última entrevista. El párkinson que lo venía martirizando desde hacía años apenas lo dejaba hablar, pero “el cardenal del diálogo”, como lo llaman los medios italianos, se las arreglaba para hacerse entender con la ayuda de don Damiano, su asistente. El pasado 8 de agosto, el excardenal de Milán —lo fue desde 1979 a 2002— recibió al también jesuita Georg Sporschill y le concedió una charla, “una suerte de testamento espiritual” que el Corriere della Sera ha publicado. Martini no se anda con rodeos: “La Iglesia debe reconocer los errores propios y debe seguir un cambio radical, empezando por el Papa y los obispos”. Hasta 6.000 italianos desfilaron cada hora por la capilla ardiente del exobispo de Milán El cardenal no elude ninguna pregunta. Ve a la Iglesia cansada, sin vocaciones, atrapada por la burocracia, enganchada al bienestar: “Nuestros rituales y nuestros vestidos son pomposos”. Llega a comparar la situación de la Iglesia con la de aquel joven rico que se marcha triste cuando Jesús lo llama para que se convierta en su discípulo. “Sé que no podemos desprendernos de todo con facilidad, pero al menos podríamos buscar hombres que sean libres y más cercanos al prójimo. Como lo fueron el obispo Romero y los mártires jesuitas de El Salvador. ¿Dónde están entre nosotros los héroes en los que inspirarnos…?”. Unas semanas antes de morir, Martini reconoce que la Iglesia está anticuada. “En la Europa del bienestar y en América, la Iglesia está cansada”. Y le receta tres instrumentos para salir del agotamiento. “El primero es la conversión. Debe reconocer los propios errores. Los escándalos de pederastia nos empujan a emprender un camino de conversión. Las preguntas sobre la sexualidad y sobre todos los asuntos que competen al cuerpo son un ejemplo. Debemos preguntarnos si la gente escucha todavía los consejos de la Iglesia en materia sexual. ¿La Iglesia es todavía una autoridad de referencia o solo una caricatura en los medios?”. El segundo y el tercer consejo es recuperar la palabra de Dios y los sacramentos como una ayuda y no como un castigo. “¿Llevamos los sacramentos a los hombres que necesitan una nueva fuerza?”. El cardenal querido por los italianos —6.000 por hora desfilaron por la capilla ardiente instalada en la catedral de Milán— pone en duda el papel de la Iglesia católica frente a los nuevos modelos de familia. Ha sido profesor de generaciones de biblistas, y así quiero recordarle. No llegué a intimar con él, pero nuestro contacto siempre cordial, en mis años de estudiante (1967-1969), y recuerdo agradecido sus clases de crítica del Nuevo Testamento, su forma de enseñarnos a valorar papiros, manuscritos y textos de la Biblia, haciendo que dialogáramos con ellos.
Por él supimos no existe una Biblia Oficial (es decir, un texto único al que todos deben someterse), sino cientos de papiros y de manuscritos básicos, que van de principios del siglo II hasta el siglo V-VI después de Cristo, de manera que el texto de fondo (el presunto original) sólo se puede “deducir” a través de una comparación de manuscritos y papiros, en una labor de diálogo de textos y personas, en la que intervienen exegetas e historiadores, papirólogos y teólogos (como muestra la foto de abajo, tomada en aquel tiempo) No existe un texto en sí, sino un diálogo de textos… No existe una iglesia en sí, sino un diálogo y comunión de Iglesias. Esa esa la verdad más honda que nos enseñó Martini, con su hondo sentido eclesial, desde su perspectiva de jesuita. Martini era un hombre de hondura y de consenso (ambas cosas a la vez, ambas inseparables) elegante, fino, gran intelectual. Recuerdo que le preparé el trabajo de fin de curso, utilizando sobre todo el fac-símil del Manuscrito B (llamado el Vaticano, de origen alejandrino), que a su juicio era el más fiable (cosa que se puede discutir, como él mismo decía). Conversamos mucho tiempo en su austera habitación del Bíblico de Roma, y su recuerdo (de hombre amble y sabio, hombre de Iglesia y de verdad) me ha seguido acompañando a través de los años. [left] Así quiero recordarle, ahora que me ha llegado la noticia de su muerte. Un grande saluto, desde esta ribera, Profesor Martini. Si yo sigo estudiando el evangelio de Marcos y otros textos del Nuevo Testamento, si es que puedo moverme con un poco de soltura en el bosque hermoso de papiros y manuscritos, se lo debo a personas como Usted, y especialmente a Usted. Dios se lo pague. Martini, Carlo M. (X. P., Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 2010, 604) Crítico bíblico, teólogo y obispo católico, de la Compañía de Jesús. Fue profesor del Instituto Bíblico de Roma, donde no sólo enseñó Crítica Textual (su asignatura), sino que ofreció a los que nos honramos de haber sido sus alumnos un acceso inteligente y crítico al conjunto de la Sagrada Escritura, haciéndonos leer y valorar directamente los diversos manuscritos y textos más antiguos de la Biblia. Fue (y sigue siendo) uno de los especialistas máximos en crítica textual del Nuevo Testamento (que él ha estudiado de un modo intenso, a partir del manuscrito B, o Vaticano). Su obra más significativa es la preparación y edición, con otros colaboradores, del texto estándar del Nuevo Testamento (The Greek New Testament, Stuttgart 1966), con reediciones y adaptaciones posteriores, que han servido de base para la traducción de la Biblia a casi todos los idiomas. Sólo por eso merece el máximo respeto en el campo de los estudios bíblicos, por encima de la diversidad de confesiones cristianas. En 1979 fue nombrado Arzobispo de Milán y luego cardenal. Es quizá el obispo católico más respetado en la actualidad, por su conocimiento de los problemas humanos y por el diálogo que ha venido manteniendo con intelectuales y científicos de Italia y de otros países. Se le tiene como un pensador liberal, abierto a los problemas sociales y eclesiales del momento actual, pero sus posturas son profundamente evangélicas y podrían servir para una auténtica reforma de la Iglesia católica y de la Cristiandad, si fueran más escuchadas. Ha publicado cientos de obras de divulgación y de testimonio cristiano. Muchas de ellas están traducidas a más de cincuenta idiomas. Cf. Abrahán, nuestro Padre (Madrid 1996); El absurdo de Auschwitz y el misterio de la cruz (Estella 2000); La audacia de la esperanza (Estella 2005); Coloquios nocturnos en Jerusalén (Madrid 2008). Había una vez un monasterio en el que se respetaba el silencio escrupulosamente. Pero cada día, justo a las seis de la tarde, cuando los monjes iniciaban el rezo de Vísperas, aparecía un gato por la puerta de la iglesia, maullando fuertemente.
Ante la insistencia e intensidad de los maullidos, el abad tomó una decisión: pidió a un hermano que, de seis a siete de la tarde, atara al gato en un pilar que había a la entrada del monasterio, lejos de la capilla donde ellos rezaban. Y así lo hacía el hermano cada tarde. Pero pasó el tiempo. El abad falleció y vino a sustituirle un monje de otro convento lejano, que pronto advirtió lo que cada tarde se hacía con el gato. Meses después falleció el gato. Inmediatamente, el nuevo abad llamó al hermano y le dijo: "Compre cuanto antes otro gato para atarlo cada tarde de seis a siete en la columna de la entrada". Este antiguo cuento muestra una tendencia bastante habitual en el comportamiento humano. Empezamos haciendo algo porque resulta útil, pero pronto absolutizamos esa acción, convirtiéndola en un rito al que atribuimos valor por sí mismo, al margen de su utilidad. Cuando eso se produce, pareciera como si el único motivo para mantener una acción o un comportamiento fuera que "siempre se ha hecho así". Si, además, a ese comportamiento se le ha otorgado un carácter "religioso", se añade otra razón poderosa para perpetuarlo. Y si, finalmente, la autoridad se arroga el poder de controlarlo y de vigilar su cumplimiento, tenemos todos los ingredientes, tanto para el inmovilismo como para situar la acción prescrita por encima incluso del valor o del bien de la persona. Todo esto queda de manifiesto en el relato evangélico que leemos hoy. Los fariseos y doctores de la ley vigilaban rigurosamente el cumplimiento de las normas rituales; entre ellas, la de lavarse las manos antes de comer. Probablemente, tal norma hubiera nacido como una medida de prevención higiénica. El error se produce cuando se absolutiza y se termina declarando "impuras" (religiosamente) a las personas que la incumplen. De ese modo, lo que podía ser una prescripción saludable –también hoy los padres recuerdan a sus hijos la necesidad de lavarse las manos antes de comer- se terminó convirtiendo en un arma de poder y en un pretexto gravemente discriminatorio. Pretextos de ese tipo se han utilizado (se utilizan) con frecuencia en la sociedad para estigmatizar a determinadas personas y colectivos. Y la autoridad, religiosa o civil, se ha convertido en "policía de las conciencias", acusando, condenando o incluso eliminando a quienes se salían de la norma prescrita. Cuando todo eso se producía en el ámbito de la religión, la autoridad apelaba rápidamente al mandamiento divino, para otorgar mayor fuerza a sus pretensiones. En este caso, debía actuarse de una determinada manera, no solo porque "siempre se ha hecho así", sino porque "Dios lo ordena". De este modo, la autoridad religiosa hacía a Dios cómplice de su propia actitud, con dos graves consecuencias. Por un lado, se estimulaba una actitud típicamente farisea, inflando el orgullo de los observantes de la norma. Por otro, generaba ateísmo en aquellas mentes lúcidas que se negaban a tomar como absoluta una norma que en ningún caso lo era. De hecho, cada vez que la autoridad invoca el nombre de Dios para justificar sus decisiones, propias o recibidas, no hace sino "tomar el nombre de Dios en vano", reduciendo el Misterio a un ídolo, superpolicía moral del universo, que no puede sino provocar rechazo. No es extraño que el recurso fácil a la "voluntad de Dios" haya sido visto como "el asilo de la ignorancia" (B. Spinoza, Ética I, Apéndice, Alianza editorial, Madrid 2011, p.114) y "del antropomorfismo" (A. Comte-Sponville, El alma del ateísmo, Paidós, Barcelona 2006, p.115). Una vez más, frente a las trampas de la religión, la actitud de Jesús es inequívoca. Hasta el punto que cuesta entender cómo hay personas que profesan ser seguidores suyos y siguen absolutizando normas, ritos, creencias..., por encima del bien de las personas, a las que no dudan en anatematizar y descalificar del modo más furibundo. Las palabras de Jesús –que toma de Isaías, otro gran profeta de su pueblo- apuntan directamente hacia el corazón: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Tales palabras parece que tendrían que convertirse, para la persona religiosa, en un interrogante siempre actual: ¿Dónde creo encontrar a Dios? ¿En las normas, en los ritos, en las creencias... o en el corazón? Es indudable que el comportamiento personal será radicalmente distinto, si hemos identificado a Dios con nuestras creencias o si lo experimentamos en lo profundo de nuestro ser. En el primer caso, habrá fanatismo; en el segundo, respeto y amor. La tendencia humana a absolutizar las palabras que empleamos suele jugarnos muy malas pasadas. Así, suele darse el caso de que basta que una persona nombre a "Dios", para creer que ya actúa desde Él. Se ha sustituido la experiencia personal –siempre transformante- por un sonido verbal que, en no pocos casos, no es sino un "flatus vocis", pura palabra vacía. "Nadie se emborracha con la palabra vino", nos han repetido los místicos sufíes. Y nadie se transforma por el hecho de repetir constantemente la palabra "dios". Lo decisivo, como recordaba Jesús, es el "lugar" donde vivimos a Dios; es decir, la experiencia inmediata y directa de percibirnos en conexión con el Misterio que habita todos los seres y que, por eso mismo, se es capaz de reconocerlo en cada uno de ellos, tal como se reconoce en uno mismo. Terminado el paréntesis de los cinco domingos que hemos dedicado al cap. 6 del evangelio de Juan, retomamos el de Marcos. Después de la multiplicación de los panes. Jesús se encuentra en los alrededores del lago de Genesaret, en la parte más alejada de Jerusalén, donde eran mucho menos estrictos a la hora de cumplir las normas de purificación. No se trata de una trasgresión esporádica de los discípulos de Jesús. El problema lo suscitan los fariseos, llegados de Jerusalén, que venían precisamente a inspeccionar.
EXPLICACIÓN Hoy no se requieren mayores explicaciones. El texto contrapone la práctica de los discípulos con la enseñanza de los letrados y fariseos. Jesús se pone da parte de los discípulos, pero va mucho más lejos y nos advierte de que toda norma religiosa, escrita o no, tiene siempre un valor relativo. Cuando dice que nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro, está dejando muy claro que La voluntad de Dios solo se puede descubrir en el interior y está más allá de toda Ley. Podemos seguir manteniendo la tradición como criterio de verdad, pero no debemos olvidar que Jesús desbarató el sentido absoluto que le daban los fariseos. Dios no ha dado directamente ninguna norma de conducta. Dios no tiene una voluntad que pueda comunicarnos por medio del lenguaje, porque no tiene nada que decir ni nada que dar. La Escritura es una experiencia cristalizada por la aceptación de un pueblo. Por ejemplo: las experiencias del Éxodo las vivió el pueblo en el siglo XIII a. de C., pero se pusieron por escrito en los s. VII – VIII. Los evangelios se escribieron 50 años después de morir Jesús. Todas las normas que podemos meter en conceptos, son preceptos humanos; no pueden tener valor absoluto. Un precepto que puede ser adecuado para una época, puede perder su sentido en otra. Es más, las normas morales tienen que estar cambiando siempre, porque el hombre va conociendo mejor su propio ser y la realidad en la que vive. El número de realidades que nos afectan está creciendo cada día. Las normas antiguas no sirven para las situaciones nuevas que van apareciendo. Algunas cosas que eran importantes para el ser humano en el pasado, han perdido ahora todo interés en orden a su plenitud humana. En todas las religiones las normas y preceptos se dan en nombre de Dios. Esto puede tener consecuencias desastrosas si no se entiende bien. Todas las leyes son humanas. Cuando esas normas surgen de una experiencia auténtica y profunda de lo que debe ser un ser humano y nos ayudan a conseguir nuestra plenitud, podemos llamarlas divinas. En realidad, lo que llamamos voluntad de Dios no es más que nuestro propio ser en cuanto perfeccionable. Eso que puede llegar a ser y aun no es, es la voluntad de Dios. Dios no tiene voluntad. Dios es un ser tan simple que no tiene partes. Todo lo que tiene lo es, todo lo que hace lo es. No existe nada fuera de Él y nada puede darnos que no sea Él. El precepto de lavarse las manos antes de comer, no era más que una norma elemental de higiene, para que las enfermedades infecciosas no hicieran estragos entre aquella población que vivía en contacto con la tierra y los animales. Si la prohibición no se hacía en nombre de Dios, nadie hubiera hecho puñetero caso. Esto no deja de tener su sentido. Si comer carne de cerdo producía la triquinosis, y por lo tanto la muerte, Dios no podía querer que comieras esa carne, y además si lo comías, te castigaba con la muerte. Lo que critica Jesús, no es la Ley como tal, sino la interpretación que hacían de ella. En nombre de esa Ley, oprimían a la gente y le imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que solo así, Dios estaría de su parte. No tenían más remedio que dar a la Ley valor absoluto. Todo tiene que estar sometido a ella, incluso el ser humano. Todas las normas tenían la misma importancia, porque su único valor era que estaban dadas por Dios. Esto es lo que Jesús no puede aceptar. Toda norma, tanto al ser formulada como al ser cumplida, tiene que tener como fin primero el bien del hombre. Ni siquiera podemos poner por delante a Dios, porque el bien de Dios es el bien del hombre. La base de todo fundamentalismo está en intentar el bien de Dios en contra del bien del ser humano. Incluso lo que llamamos "mandamientos de la ley de Dios", son preceptos en los que se recoge lo mejor de la experiencia humana conocida, en orden a buscar lo que es bueno y lo que es malo para el hombre. En concreto, los diez mandamientos están encaminados a hacer posible la convivencia como pueblo de una serie de tribus dispersas y con muy poca capacidad de hacer grupo. En aquella época, cada país, cada grupo, cada familia tenía su dios. Para hacer un pueblo unido, era imprescindible un dios único. De ahí los mandamientos de la primera tabla. Los otros van encaminados a respetar la vida y hacienda de los demás y hacer posible una convivencia, sin destruirse. La segunda enseñanza es consecuencia de esta: no hay una esfera sagrada en la que Dios se mueve, y otra profana de la que Dios está ausente. En la realidad creada no existe nada impuro. Tampoco tiene sentido la distinción entre hombre puro y hombre impuro, a partir de situaciones ajenas a su voluntad. Por eso la pureza nunca puede ser consecuencia de prácticas rituales ni sacramentales. La única impureza que existe la pone el hombre cuando busca su propio interés a costa de los demás. APLICACIÓN Las tradiciones son la principal riqueza de un colectivo, hay que valorarlas y respetarlas en grado sumo. La tradición es la cristalización de las experiencias ancestrales de los que nos han precedido. Sin esa experiencia acumulada, ninguno de nosotros podríamos alcanzar el nivel de humanidad que desplegamos. Siendo cierto todo esto, no podemos dar valor absoluto ese bagaje, porque lo convertiremos en un lastre que nos impide avanzar hacia una mayor humanidad. En el instante en que una tradición nos impida ser más humanos debemos abandonarla. Es lo que quiere decir Jesús: dejáis a un lado la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones. Todo el que pretenda daros leyes en nombre de Dios, os está engañando. La voluntad de Dios, o la encuentras dentro de ti, o no la encontrarás nunca. Lo que Dios quiere de ti, está inscrito en tu mismo ser, y en él tienes que descubrirla. Es muy difícil entrar dentro de uno mismo y descubrir las exigencias de mi verdadero ser. Por eso hacemos muy bien en aprovechar la experiencia de otros seres humanos que se distinguieron por su vivencia y nos han trasmitido lo que descubrieron. Gracias a esos pioneros del Espíritu, la humanidad va avanzando en el camino de una mayor dedicación a los demás, superando el egoísmo. Todo lo que nos enseñó Jesús, es la manifestación de su experiencia de Dios, que quiere decir experiencia de su ser más profundo. "Todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer". Esa experiencia completamente original, hizo que muchas normas de su religión se tambaleasen. La Ley hay que cumplirla porque (y cuando) me lleva a la plenitud humana. Para los fariseos, el precepto hay que cumplirlo por ser precepto no porque ayude a ser más humano. El tema no puede ser más actual. En la medida que hoy seguimos en esta postura "farisaica", nos estamos apartando del evangelio. El obrar sigue al ser, decían los escolásticos. Lo que haya dentro de ti, es lo que se manifestará en tus obras. Es lo que sale de dentro lo que determina la calidad de una persona. Yo diría: lo que hay dentro de ti, aunque no salga, porque lo que sale puede ser una pura programación. Lo que comas te puede sentar bien o hacerte daño, pero no afecta a tu actitud espiritual. La trampa está en confiar más en la práctica externa de una norma, que en la actitud interna que depende solo de mí. Las prácticas religiosas son, con frecuencia, una coartada para dispensarnos de la conversión del corazón. Meditación-contemplación "El culto que me dan está vacío". Tremenda acusación, pero cierta, también hoy, en la mayoría de los casos. Todo culto que no proceda del corazón y no lleve a descubrir la cercanía de Dios, es inútil. ..................... Dios no tiene ojos para ver las ceremonias ni oídos para escuchar los cantos y oraciones. Eres tú el que tienes que descubrir a Dios dentro de ti y escuchar lo que te dice a través de tu propio ser. Sin esa escucha, no hay religiosidad posible. .................... Los ritos, ceremonias, sacramentos y oraciones son útiles en la medida que me llevan al interior de mí mismo, Me hacen descubrir lo que Dios es para mí en ese instante y me llevan a vivir y manifestar esa realidad en mi relación con los demás. Carlo María Martini y Umberto Eco: dos intelectuales en diálogo por: Juan José Tamayo, teólogo9/1/2012 Con motivo de la muerte del cardenal Carlo María Martini, el teólogo Juan José Tamayo actualiza un artículo publicado en el diario ELPAÍS en octubre de 2000 cuando el cardenal de Milán y el escrito Umberto Eco recibieron el Premio Príncipe de Asturias. Sirva el texto de homenaje a tan singular personalidad de la Iglesia católica como muestra de que “Otra Iglesia es posible”.(Redacción de RRCC)
CARLO MARÍA MARTINI Y UMBERTO ECO: DOS INTELECTUALES EN DIÁLOGO Diálogo entre la fe y la increencia en un clima de tolerancia El año 2000 recibieron el Premio Príncipe de Asturias dos intelectuales italianos con una relevante presencia crítico-publica en los ámbitos cultural y religioso durante el último cuarto del siglo XX: el cardenal Martini, arzobispo de Milán, en Ciencias Sociales y el escritor Umberto Eco en Comunicación. No era la primera vez que ambos intelectuales tenían la oportunidad de encontrarse. Cinco años antes llevaron a cabo una original correspondencia epistolar en la revista Litoral a través de ocho cartas cruzadas -cuatro, de cada uno-, que despertaron un interés inusitado entre los lectores y las lectoras, y tuvieron un amplio eco en los medios de comunicación. El debate se abrió a otros seis interlocutores italianos: dos filósofos, dos políticos y dos periodistas, quienes expusieron sus puntos de vista sobre los planteamientos de Martini y Eco, y fue publicado posteriormente en un libro titulado ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio. El diálogo epistolar entre ambos constituye todo un ejemplo de tolerancia y respeto entre personas que se ubican en tradiciones culturales y religiosas distintas, así como de elegancia dialéctica y finura literaria entre intelectuales que se desenvuelven con soltura en el mundo de la comunicación. Los dos interlocutores se muestran plenamente libres en la exposición de sus puntos de vista y no se atienen a los estereotipos proyectados previamente sobre ellos. Se trata, como reconoce Eco, de “un intercambio de reflexiones entre hombres libres”. El arzobispo Martini no juega el papel de apologeta que defienda las verdades de la fe apelando a las definiciones dogmáticas y descalifique fundamentalistamente las razones del no-creyente. El laico Eco no anatematiza la religión; reconoce, más bien, la existencia de formas de religiosidad, y por lo tanto un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la esperanza, de la comunión con algo que nos supera, incluso sin creer en un Dios personal. Ninguno de los dos hace pomposas confesiones de fe o de increencia. El diálogo se mueve en el terreno del razonamiento, de la argumentación, siguiendo el emblema de la Ilustración formulado por Kant: Sapere aude! (“¡Atrévete a pensar!”). En la exposición de los temas ambos interlocutores buscan espacios de convergencia, que son más de los que se acostumbra a ver, pero sin ocultar las divergencias, que en algunas cuestiones son profundas. Todo ello con talante de búsqueda, sin caer ni en el simple irenismo ni en la agria confrontación. Lo afirma expresamente Martini en su primera carta: “me parece importante poner de relieve con franqueza nuestras preocupaciones comunes y buscar la manera de aclarar nuestras diferencias, sacando a la luz lo que verdaderamente es diferente entre nosotros”. El epistolario respira, además, un humanismo contagioso que lleva derechamente a comprometerse en la defensa de las grandes causas de la humanidad. Estas actitudes se ponen de manifiesto en todos los temas tratados. Voy a centrarme en tres de ellos: el sentido de la historia, la esperanza ante el nuevo milenio y la ética. La historia tiene un sentido Martini y Eco coinciden en que la historia no puede reducirse a un conjunto amorfo de hechos huecos y absurdos, sino que tiene un sentido y una dirección. Por eso, afirma el segundo, “se pueden amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todavía lugar para la Esperanza”. Los dos se sitúan en el horizonte ilustrado de la filosofía y de la teología de la historia y toman distancias del pensamiento débil, muy presente en la filosofía y la cultura italianas. He aquí el testimonio de F. Crespi: “No existe telos alguno de la historia, sino que ésta, por el contrario, se presenta como experiencia repetitiva -a través de mediaciones simbólicas siempre nuevas y con distintos grados de conciencia- de la misma imposibilidad de conciliación”. Vattimo, ubicado en el mismo escenario filosófico, hablaba en la década de los ochenta del siglo pasado del fin del sentido emancipador de la historia (EL PAÍS, 6 de diciembre de 1986). La divergencia entre Eco y martín, empero, aparece cuando se intenta definir el sentido de la historia. El arzobispo de Milán cree que no es puramente inmanente, sino que se proyecta más allá de ella, y por lo tanto no debe ser objeto de cálculo sino de esperanza. Esperanza ante el nuevo milenio Otro tema de diálogo es precisamente la esperanza ante el nuevo milenio. Los dos interlocutores demuestran ser profundos conocedores de la apocalíptica judía y los movimientos milenaristas en la historia del cristianismo. Apoyados en que la historia tiene un sentido, creen que hay lugar para la Esperanza, como acabamos de ver. Martini subraya la doble faz de todo Apocalipsis: su fuerte carga utópica, por una parte, y su actitud resignada ante el malestar del presente, por otra. Eco se pregunta si hay una noción común de Esperanza entre creyentes y no creyentes, a lo que Martini responde afirmativamente, reconociendo que existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre. Eco se pregunta por la función crítica de una reflexión sobre el fin, que nos lleve a interesarnos activamente por el futuro y no nos deje parados ante el televisor esperando a alguien que nos divierta. Para que la reflexión sobre el fin estimule la preocupación crítica por el futuro y el pasado, responde el arzobispo de Milán, es necesario que este fin sea considerado un valor final decisivo con capacidad para iluminar y dar sentido a las tareas del presente. El fundamentación de la ética Un tercer tema es la fundamentación de la ética, que constituye la cuestión de fondo de todo el diálogo epistolar. El principio arquimédico de la ética son los demás o, mejor, los demás en nosotros. Lo expresa bellamente Eco en un lenguaje muy afín al de Lévinas: “cuando los demás entran en escena, empieza la ética… Son los demás, es su mirada, lo que nos define y nos confirma”. Martini valora positivamente el planteamiento del novelista italiano alegando en su favor el comportamiento altruista de muchas personas que no creen en un Dios personal ni pretenden dar un fundamento trascendente a su vida. Más aún, cree que hay personas que, sin referencia a religiosa alguna, dan su vida en defensa de sus convicciones morales. Pero, a su vez, considera insuficientes las bases puramente humanistas de la acción moral. Por eso se pregunta por el fundamento último de la ética y responde, citando a Hans Küng, teólogo condenado por el Vaticano, que solamente lo incondicionado puede obligar de manera absoluta, solamente el Absoluto puede obligar de manera absoluta. La diferencia: pensar o no pensar La comunicación epistolar Eco-Martini muestra que creyentes y no creyentes están llamados a dialogar sin proselitismos, sin pretender imponer las propias convicciones al interlocutor. Lo dejó muy claro el cardenal Martini con motivo de la recepción del premio Príncipe de Asturias: “No intento convertir a nadie, sino dar luz a las preguntas profundas. Todos los creyentes llevamos dentro a un no creyente. La voz del creyente suena más fuerte, pero no deja de hacer dudar a nuestro yo no creyente. Igual que los no creyentes oyen la voz que les dice ‘tienes que creer’”. Y, citando al prestigioso intelectual italiano Norberto Bobbio, fue más lejos: “La diferencia no es creer o no creer, sino pensar o no pensar”. Eco y Martini creen que pueden hacer juntos un largo trecho del camino de la vida -quizá, todo el camino-, compartiendo la pregunta por el sentido, la virtud de la esperanza (y el Principio-Esperanza, según Bloch) y la ética de la projimidad. Queda pendiente el problema de la fundamentación -¿última?- del sentido, la esperanza y la ética, en cuya respuesta no hay acuerdo. Se trata de una cuestión irrenunciable, pero no debe cerrarse en falso. En el actual clima de pluralismo filosófico, religioso y cultural, lo mejor que podemos hacer es dejarla abierta y seguir reflexionando sobre ella sin dogmatismos. Lejos del Vaticano, cerca de Jesús de Nazaret Es posible que el tono dialogante del debate no gustara en el Vaticano, quien hubiera preferido una postura más beligerante por ambas partes. Quizá la actitud tolerante del arzobispo de Milán le cerrara las puertas del pontificado. ¡Y con razón! Porque un papa que se permitiera pensar libremente, dialogar fraternalmente con personas no-creyentes y soñar con una Iglesia más igualitaria -como hacía el cardenal Martini-, resultaría subversivo y desestabilizador. Y un papa subversivo constituye una contradicción en toda regla. Por eso tras su jubilación voluntaria prefirió ir a la tierra de Jesús de Nazaret a estudiar los textos originales del cristianismo y, desde ahí, contribuir a la paz. Porque, como él mismo afirmaba, “cuando haya paz en Jerusalén, habrá paz en todo el mundo”. ¡Lejos del Vaticano y cerca de Jesús de Nazaret!: es el programa y el legado que, tras su muerte, deja a los cristianos del siglo XXI Carlo María Martini. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |