Hay palabras que, o por el mal uso o porque no conviene ponerlas encima de la mesa, dejan de circular con el sentido exacto que deberían tener. Es el caso de “El bien común”. Es una frase que merece un trato especial y habría, incluso, que pedirle perdón por las veces que hemos prostituido su esencia y hemos hablado diciendo lo contrario de lo que se hace. La verdad es que en el contexto social y cultural actual, en el que está muy difundida la tendencia a “relativizar lo verdadero y lo justo”, es necesario acudir a valores humanos no sólo útiles, sino indispensables para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano.
Lamentablemente hay corrupción, injusticia e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. La falta de respeto de los derechos humanos es provocada no sólo por las grandes empresas sino también por grupos de presión local. Además, las ayudas internacionales se desvían con frecuencia de su finalidad, por irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios. Así tenemos que, aunque la riqueza mundial crece en términos absolutos, también aumentan las desigualdades. En los países ricos, algunas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. Aunque se diga que se actúa por “el bien común”, cada uno prefiere lo mejor para sí mismo. El salir del atasco económico, algo en sí positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de grandes avances, ni en los países que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desigualdades. Realmente preocupa la complejidad y gravedad de la situación económica actual, pero hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor. El desarrollo necesita ser, ante todo, auténtico e integral. Sabemos que la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue consolidar la hermandad. La búsqueda del bien común irá muy unida a las actitudes que vayamos tomando en la lucha contra la situación en la que ha traído la crisis. Estamos obligados a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromisos, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas, De este modo, la crisis debe convertirse en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada. Pero, entonces ¿Qué es el bien común? Sería el bien de “todos nosotros”, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo eficaz. Por tanto, trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como “ciudad”. La verdad del desarrollo y el bien común, si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo. Comprometámonos con el Bien Común.
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Sumisos a la ley del crecimiento, todos los vivientes del planeta Tierra se van realizando por etapas, a menudo sin choques y a veces por saltos y aún explosiones.
Desde un principio, la persona adulta se encuentra en la niña o en el niño que una vez fue, pero aparece "hecha" por completo sólo tras una serie de transformaciones largas y profundas. Desde el vientre materno hasta la tumba, la persona se convierte poco a poco en otra, sin, por eso, dejar nunca de ser la misma. Algo parecido sucede con la humanidad entera. Tratándose de una entidad inmensa cargada de vida, ella también está en crecimiento permanente. Como el individuo, la humanidad surge de la noche profunda de una infancia inconsciente y se dirige a través de múltiples crisis hacia la plena conciencia de la madurez. Cuando alcance la cumbre de este largo proceso de transformación, empezará a declinar para terminar apagándose. Pero podría ser también que no se apague. Un instinto que se resiste a toda forma de extinción radica en las profundidades del ser, una intuición sutil, más o menos intensa, de que otra cosa va a prorrumpir. Esta "otra cosa", el Evangelio de Jesús lo confirma con una seguridad asombrosa. Sólo de eso habla Jesús. Su enseñanza está enteramente enfocada hacia ello. Para él, la gran aventura humana es "preñada" de una realidad que se encuentra a la mera raíz del ser; crece con él y termina por sobrepasarlo hasta el infinito. Le pone de nombre "el Reino de Dios". Esta aventura de origen extremadamente modesto, se desarrolla lentamente en el tiempo para convertirse finalmente en una verdadera apoteosis. "Apoteosis" quiere decir "divinización". Lo que Jesús nos transmite desde sus entrañas, es la inquebrantable certidumbre de que nuestra realidad de "terrosos", nacidos del polvo y destinados al polvo, es asumida graciosamente por el Espíritu de Dios y transformada en la luz más pura de una comunión plena con el Ser íntimo del mismo Dios. Esta intuición, este instinto, esta realidad misteriosa de pura gracia se encuentra escondida en el ser de todos los humanos, en su historia y en el cosmos entero como una semilla sembrada en la tierra. Se parece a una hortaliza que, en un principio, no pinta nada pero que, al cabo de cierto tiempo, crece más que todas las demás plantas de la huerta para la alegría de los pájaros del cielo. Con ese lenguaje de granos pequeños que se convierten en arbolitos, y esas semillas que se convierten en pan, y ese poco de levadura transformando toda la masa, y ese pan que se convierte en cuerpo del Viviente y ese vino que se cambia en su sangre, es como Jesús nos plantea lo de "la evolución" y nos habla de sus alcances que superan todo lo imaginable. Porque bien se trata de la "Evolución", sí, de aquella evolución tan aborrecida por la soberbia y la ignorancia de muchos; aquella misma que nos revela que no somos sino unos pescados que nos hemos convertido en monos (¿no es de admirarse?), y luego en animales de cuatro y después de dos piernas, hechos para estar de pie, capaces de reflexionar, razonar, de soñar, de amar; capaces de gran poesía y de increíbles hazañas. Y capaces asimismo de la más estúpida inconsciencia y de la más espantosa crueldad, pero, por la misericordia y pura bondad de Dios, capaces también de llegar a ser criaturas deslumbrantes de luz hasta dar envidia a los propios ángeles... Somos seres inacabados, seres en marcha, seres en devenir. No somos completos todavía, no hemos llegado a nuestro fin, no hemos alcanzado nuestra plena realización. Lo que somos hoy no es sino la sombra de lo que llegaremos a ser en el futuro. Hay semilla de muerte en nosotros. Pero hay también semilla de vida. La Buena Noticia, es que esta semilla va a seguir creciendo hasta que la vida triunfe sobre la muerte. Y que eso, un día, se va a realizar en plenitud. Las teorías son como grandes manchas de color: ayudan a ver y distinguir aunque luego, en la realidad, las cosas tienen muchos más matices. Puede ser útil, por ejemplo, hacer una caracterización completa de lo femenino y lo masculino, aunque luego nunca nos encontraremos ejemplos puros de esa teoría porque todos tenemos pinceladas de ambos sexos. Y esto quizás sirva para otra de las divisiones más clásicas de nuestra vida no personal sino social: lo que solemos llamar derechas e izquierdas.
A grandes rasgos comenzaría diciendo: la gran tentación de la izquierda es la falta de responsabilidad, mientras que a la derecha la pierde su avaricia. Tanto la irresponsabilidad de unos como la codicia de los otros no son reconocidas por ellos. La derecha justifica su avaricia con la religión, falsificando a ésta por completo: a veces hasta da gracias a Dios por el éxito de sus ambiciones. La izquierda justifica su irresponsabilidad amparándose en el progreso, hasta llegar a pervertirlo: da por sentado que sólo podrá criticarla quien sea un retrógrado. Y así, mientras una dice creer en Dios, la otra afirma creer en el progreso, y las dos utilizan ese objeto de su fe como opio para apaciguar a sus víctimas. Una vive esperando que sus ideales sociales justifiquen su pereza. La otra espera que su afán de responsabilidad justifique su avaricia. La izquierda desconoce el pecado original; la derecha lo utiliza en provecho propio. La derecha se cree con derecho a vivir muy bien expoliando a los demás. La izquierda cree que el derecho a vivir bien consiste en que se lo den todo hecho. Por eso la izquierda quiere un estado que pague las consecuencias de todas sus imprevisiones (aborto gratuito, cáncer de pulmón, sida…) aun a costa de arruinar al erario público; mientras que la derecha se siente llamada a castigar, ejemplar e inmisericordemente, a todos los que la molestan. Aquella cree que todo vendrá dado mecánicamente con un cambio de estructuras. Esta se ampara en que lo importante es cambiar las personas, para negarse a todo cambio estructural. Ambas esperan ser justificadas meramente por su militancia (“soy progre y de izquierdas”, o “soy hombre de bien”) pero ninguna de las dos toma esa militancia como una exigencia de cambio de vida. La izquierda espera un mañana que nunca vendrá; la derecha se escuda con esa falsa esperanza de la izquierda para negarse a construir ningún mañana mejor. La izquierda es en teoría universalista, pero su universalismo se reduce muchas veces a proclamar para los demás lo mismo que busca para sí. La derecha suele ser individualista y agita sonoros gritos patrióticos: pero su patriotismo se reduce a que la patria soy o, a lo más, yo y los míos. Las izquierdas quieren cambiar el mundo pero creen tener ya la receta para ello y piensan que Marx y Nietzsche ya estudiaron bastante por todos ellos. Las derechas estudian más pero sólo para buscar y justificar el máximo beneficio propio… Cuando se enfrentan entre sí, la derecha se siente amenazada y suele volverse increíblemente agresiva. Las izquierdas se sienten superiores y suelen volverse despectivas. Ambas son intolerantes una con la otra; pero la derecha suele ser mucho más intolerante. En ambas existen personas particulares, que son modelos de responsabilidad y de solidaridad. Pero, por desgracia, son excepciones que no dan color a su facción. En una palabra, la izquierda tiende a caer en la ley del mínimo esfuerzo, la derecha obedece a la ley del máximo interés. Si de aquí se deduce una necesidad de superar la antítesis derechas-izquierdas, muchos utilizan esa necesidad para proclamarse “de centro”. Pero, por lo general, el centro suele tener bastantes de los vicios de las otras dos ramas y pocas de sus virtudes. O se queda en esa tibieza a la que el libro del Apocalipsis califica de vomitiva. En la historia de la primitiva iglesia, las derechas convertidas del fariseísmo estuvieron a punto de matar a san Pablo; y éste se cansó de reprender a los corintios por la irresponsabilidad con que acogían la libertad. En teología, al hablar de Jesucristo, dicen algunos que la derecha se ampara en la divinidad de Cristo para negar o escamotear su humanidad, mientras que la izquierda se aferra a la humanidad de Jesús para negar o alejar su divinidad. Y allí es donde se muestra de manera espectacular que los centros suelen tener los errores tanto de la derecha como de la izquierda: la reflexión sobre Jesucristo muestra que el verdadero camino tampoco reside en ese centro que no es ni carne ni pescado, sino en la totalidad: Dios y hombre a la vez, Dios en su mismo ser hombre y hombre desde su ser Dios. Responsable y trabajador en la lucha por la justicia y la igualdad; solidario desde la responsabilidad y el esfuerzo. No iría mal que todo eso nos sirviera de modelo. Si consideramos el evangelio de Marcos como un díptico, el presente texto haría de "bisagra" que dividiría las dos partes. En él se plantea ya abiertamente la cuestión de la identidad de Jesús, el llamado "primer anuncio" de la pasión, la incomprensión de Pedro (de los discípulos) frente al camino de su maestro y la paradójica y sabia sentencia conclusiva de Jesús.
"¿Quién dice la gente que soy yo?". De Jesús se decían muchas cosas: que estaba "fuera de sí" (Mc 3,21), que estaba endemoniado (Mc 3,22) y era un "comilón y borracho" (Lc 7,34), "amigo de pecadores" (Mt 11,19) y "blasfemo" (Mc 2,7); un impostor (Mt 27,62) que enseñaba doctrinas que podrían provocar una rebelión (Lc 23,1). En esta ocasión, Marcos nos transmite la idea de que, para la gente, Jesús era uno más, en la línea de los grandes profetas de Israel. Es un título sumamente elogioso. Pero para su grupo, que se expresa por boca de Pedro, es más: el Mesías (Cristo o Ungido), a través del cual Yhwh restauraría la suerte del pueblo de un modo definitivo. Sin embargo, lo que Pedro entiende bajo ese término no tiene nada que ver con el camino que Jesús adopta. A lo largo de todo su escrito, Marcos manifiesta una prevención especial frente a cualquier idea de un mesianismo triunfalista o "victorioso". El camino del Mesías –repetirá una y otra vez- pasa por la entrega y la cruz. Los discípulos, por el contrario, aparecen obcecados, "sordos y ciegos", discutiendo habitualmente por cuestiones de poder, de importancia y de privilegio, mientras Jesús les habla de servicio. Con motivo de los tres "anuncios de la pasión", Marcos mostrará ambos caminos –el de Jesús y el de los discípulos- como diametralmente opuestos. El de Jesús –que afirmará más adelante que "no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mc 10,45)- es el camino de la sabiduría y de la compasión, propio de quien "ha visto" y se percibe a sí mismo como un "cauce" a través del cual fluye la vida a favor de los demás. El de los discípulos refleja los mecanismos propios del ego, que no busca otra cosa que la autoafirmación a cualquier precio, aferrándose al tener, al poder y al aparentar, a la vez que huye de todo lo que suene a desapropiación y entrega. La divergencia entre ambos caminos queda explicitada tanto en la reacción de Pedro como en la respuesta de Jesús. Para el ego, la entrega desinteresada es una locura, que hay que evitar a toda costa. Para Jesús, por el contrario, la lectura del ego se opone frontalmente a Dios. En nuestro "idioma cultural", podría traducirse de este modo: el Fondo de lo real es Amor, entrega, servicio... Todo lo que sea separación y encapsulamiento en los límites del ego va en contra del dinamismo propio de lo que es. No se trata, por tanto, de ningún tipo de voluntarismo, o de la exigencia arbitraria de un Dios que exigiría sacrificio. Es una cuestión de sabiduría o de comprensión. Y eso es lo que expresan las palabras de Jesús con las que se cierra el relato: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará". En no pocos oídos, la palabra "religión" suena a "negación", "cruz", "muerte"... Así le sonaba a Nietzsche, desencadenando en él una denuncia enérgica de lo que consideraba "negación de la vida". Frente a tamaño equívoco, hay que empezar por reconocer que no tiene su base en el evangelio, sino en factores ajenos, de diversa procedencia, que llegaron a configurar un imaginario colectivo de tintes doloristas y angustiantes. Temas como el pecado, la culpabilidad, el castigo, las "penas eternas" colorearon catecismos, predicaciones y devociones, hasta extremos difíciles de imaginar. Nada de eso aparece en Jesús ni en el evangelio. La suya es una palabra vital y sabia. No es, ciertamente, una palabra que satisfaga al ego, alimentando la ignorancia y la inconsciencia en que se mueve, pero no es tampoco un mensaje que reprima la vida y la libertad de la persona. Lo que se halla en juego es precisamente "salvar la vida", es decir, vivir en plenitud. Ahora bien, eso solo es posible cuando descubrimos nuestra verdadera identidad y nos liberamos de las trampas del ego que nos confunden y nos mantienen en el sufrimiento. Los seres humanos somos una realidad paradójica, en tanto en cuanto experimentamos en nosotros como una "doble identidad": por un lado, la identidad individual (o yo) y por otro la Identidad profunda (transpersonal) que nos constituye de fondo. Lo que ocurre es que la paradoja se convierte en cárcel y confusión siempre que absolutizamos la primera y nos olvidamos de quienes somos realmente. "Salvar la vida" o vivir en plenitud solo es posible cuando permanecemos en conexión con aquella identidad profunda. Lo cual requiere, obviamente, dejar de identificarnos con el yo de una manera absoluta. Con lo que las palabras de Jesús pueden parafrasearse de este modo: "el que quiere salvar su ego, pierde la vida; pero el que se desidentifica del ego, vive en plenitud". Es fácil apreciar que se trata de una máxima que aparece, de un modo u otro, en todas las personas sabias, de cualquier tradición. Todas ellas muestran que ese es el camino del despertar, saliendo de la ignorancia a la luz, del sufrimiento a la liberación. Me vienen a la memoria las palabras de Aldous Huxley: "Si supiese quién soy en realidad, dejaría de comportarme como lo que creo que soy; y si dejase de comportarme como lo que creo que soy, sabría quién soy". Me resuenan como una glosa bien adecuada al texto del evangelio que estamos comentando. El texto de Marcos habla de "perder la vida (el yo) por el evangelio". ¿Cómo entenderlo? No se trata, evidentemente, de ningún tipo de fanatismo que hiciera del evangelio ni una bandera de lucha ni un ídolo al que "sacrificar" la propia vida. Nos hemos saltado la segunda multiplicación de los panes y la curación del ciego de Betsaida. El relato presenta a Jesús en la región de Cesarea de Filipo, que está río Jordán arriba, en las estribaciones del monte Hermón donde nace. Este episodio marca un antes y un después en el evangelio de Marcos. Por una parte, Jesús comienza a proclamar un nuevo mensaje, el de la cruz. En esta enseñanza Jesús va a traspasar el límite de lo comprensible. Comienza también el "camino" hacia Jerusalén donde se consumará su obra.
Seguramente no es un relato histórico. No puedo imaginarme a Jesús preocupándose de lo que pensaban de él los demás. Toda su vida la empleó en descubrir su verdadera identidad y no es verosímil que esperase de los seguidores un conocimiento de su persona y menos aún un reconocimiento de lo que era. Sabía de sobra que no habían entendido nada. EXPLICACIÓN La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: "tú eres el Mesías", la manera de entender ese mesianismo, estaba lejos de la comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. Apenas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz. El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. "Hijo de hombre" significa 'perteneciente a la raza humana, pero en plenitud'. Este hombre; por cierto, es el único titulo que se atribuye Jesús a sí mismo. "Tiene que" no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. "Padecer mucho" hace referencia no solo a la intensidad del sufrimiento en un momento determinado (su muerte), sino a la multitud de los mismos que se van a extender durante toda una vida. Jesús proclama, "con toda claridad", cuál es el sentido de su misión, diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y a la que también esperaban los discípulos. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo lo contrario, dejarse matar antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer Jesús como itinerario de salvación. Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde "de cara a los discípulos" para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar el mesianismo de la entrega y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás en el desierto: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana que podríamos imaginar, pero no es la "manera de pensar de Dios". "Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo..." Lo que acaba de decir de sí mismo, lo aplica ahora a la gente. No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negar, sino renegar de sí mismo. Aquí el 'sí mismo' hace referencia a nuestro falso yo, lo que creemos ser. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone. "El que quiera salvar su vida, la perderá..." No está claro el sentido de 'psykhe': no puede significar vida biológica, porque diría 'bios'; tampoco significa alma porque los judíos no tenían el concepto de alma, propio de la filosofía griega. Esa imprecisión del lenguaje nos obliga a ir más allá de las palabras. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la vida en su totalidad. El que no es capaz de superar el yo y no dejar de preocuparse de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a toda la vida y alcanzará su verdadera plenitud humana. APLICACIÓN La inmensa mayoría de los cristianos seguimos en la postura de Pedro. La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada porque nos empeñamos en comprenderlo desde nuestra raquítica racionalidad. Ni el ADN ni los sentidos ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea el fracaso absoluto. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas intelectuales para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que el fruto es la pulpa o la cáscara, los defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que la semilla germine. ¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento discursivo. No servirán de nada ni filosofías ni sicologías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser que el hombre tiene. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien; morir a manos de otro es más humano que matar. Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano querido por Dios, que nos puede descubrir quién es Dios y quien es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero tendremos que dejar muy claro, que no se puede responder a esa pregunta si no nos preguntamos a la vez ¿Quién soy yo? Porque no se trata del conocimiento externo de una persona: Cuándo y cómo vivió, quiénes son sus padres, en qué cultura se desarrolló, cuál era su entorno social y religioso... Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de algo más profundo y vital: responder a la pregunta, con mi propia vida. Dios no puede querer el sufrimiento. Dios quiere siempre el bien total del hombre. El hombre, como fruto de una larga evolución, es un ser complicado. La razón, recién llegada, se sustenta sobre una estructura, fruto de tres mil ochocientos millones de años de constante evolución. Esta parte superior del ser humano no puede subsistir sin apoyarse en lo biológico, pero puede ir más allá de sus planteamientos. Aquí está el verdadero conflicto. La evolución desarrolló dos mecanismos que la han hecho posible: el placer y el dolor. Todo aquello que favorece la vida biológica y la seguridad del ser vivo, le produce placer; por lo tanto el individuo lo buscará con todo ahínco. Todo aquello que deteriora su estructura física, le producirá dolor y el individuo huirá de ello con violencia. Pero el hombre no puede tener como objetivo lo biológico, sino lo específicamente humano. La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y ponerse a su servicio; puede utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la verdadera plenitud humana, que le llevará más allá de las simples apetencias de los sentidos y apetitos. Si la mente no cede a las exigencias de la parte inferior, y pretende imponer su criterio de buscar el bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud. La cruz, símbolo de la entrega total, es la meta de la vida humana. La hora de la plenitud de Jesús fue la hora de la muerte en la cruz. Ahí consumó su carrera. Se identifico con Dios que es don total. Ya no necesita más glorificaciones ni exaltaciones; entre otras razones, porque no hay un después, sino un eterno ser en Dios. Jesús vivió y predicó que lo específicamente humano, es consumirse en la entrega al bien del hombre concreto. Meditación-contemplación Y tú, ¿quién dices que soy yo? No me interesa una respuesta teórica. ¿Manifiesta tu vida lo que Jesús vivió y predicó? ¿Te mueve, por encima de todo, el bien de los demás? ..................... En tus manos está dar sentido a tu vida o malograrla. Vivir como simple animal o como verdadero ser humano. Lo que des de ti mismo, se convertirá en vida. Lo que te guardes se convertirá en pura pérdida. ........................ Si permaneces en tu falso yo, no podrás entenderlo. Si descubres tu verdadero ser, ya lo has entendido. Jesús, como hombre, te marcó el camino de la plenitud. No tienes más que seguirlo en su trayectoria humana. En los capítulos 7 al 11 del evangelio de Marcos podemos reconstruir (siempre con reservas) un itinerario de Jesús con profundo significado. Según Marcos, Jesús predica en Galilea (capítulos 2-7), hace un recorrido por Fenicia (7,24 -8), regresa a Galilea, a los alrededores del lago (8 y 9), y va recorriendo los lugares de Galilea, alternando la predicación con las curaciones, pero "no quería que nadie lo supiese" (9,30). Desde allí, comienza una "subida a Jerusalén", pasando por Jericó (10,46), por Betfagé y Betania, hasta llegar a la ciudad (11 y ss.) donde terminará su vida mortal.
Este itinerario exterior es reflejo de un "itinerario interno", motivado por la reacción de la gente de Galilea y por la propia conciencia mesiánica de Jesús. Se ha producido la crisis galilea, el apartamiento de la gente y algunos de sus discípulos, reflejada en Marcos y expresada más crudamente en Juan 6. Este apartamiento se produce porque Jesús defrauda intencionadamente la esperanza mesiánica tal como se daba en la gente, alentada por la interpretación oficial de los líderes religiosos. Jesús deja de mostrarse tan generosamente como antes, esquiva la popularidad, se dedica al adoctrinamiento intenso de sus discípulos y va asumiendo la convicción profunda de su destino: subir a Jerusalén para ser allí llevado a la muerte por la radical oposición de los jefes del pueblo. Éste es el contexto del pasaje que hoy leemos. En él aparece la pregunta clave: "Quién es este hombre". La respuesta muestra las opiniones, tan poco aceptables, de la gente, y la opinión de los discípulos, expresada por Pedro: Jesús es el Mesías. Pero su noción de Mesías no es compatible con el rechazo y mucho menos con la muerte en cruz. Pedro expresa su total oposición a esa noción de Mesías y Jesús reacciona violentamente ante las palabras de Pedro, le llama Satanás y le acusa de tener una idea del Mesías que no proviene de Dios sino de conveniencias humanas. El evangelio de Marcos aprovecha la situación para poner aquí en labios de Jesús unas máximas morales sobre la cruz y la negación de sí mismo. REFLEXIÓN Jesús es el Mesías que no esperaban, el siervo sufriente que carga con los pecados del pueblo, con los pecados del mundo. Difícil de aceptar para todos, incluso para Pedro, al que Jesús llama "Satanás", porque "piensa como los hombres y no como Dios". Es sorprendente la violencia con que Jesús reacciona ante las palabras de Pedro. Conocemos mejor esas palabras por la redacción de Mateo (16,22): "¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa". Y Jesús le rechaza cono tentador: "Quieres hacerme caer". Se pueden interpretar esas palabras como reflejo de una verdadera tentación de Jesús, la presencia durante su vida de las tentaciones simbolizadas en la cuarentena del desierto ("te daré todos los reinos del mundo...", tentación de poder, de mesianismo davídico exterior). En la misma línea podría interpretarse la reacción de Jesús en Juan 6,15, la sensación de apresuramiento en apartarse de la gente que le quiere hacer rey y su refugio en la oración, en el monte, él solo, como en las grandes ocasiones y dificultades de su vida. Sea de esta interpretación lo que se quiera, es innegable que esta fisonomía religiosa ha sido y es una profunda tentación para las personas y para la Iglesia. Pero es una tentación completa, no una simple oferta de idolatría en la que se trate descaradamente de "servir a otro dios", sino el mal ofrecido "bajo capa de bien" que diría Ignacio de Loyola, y por eso es más temible. La tentación consiste en múltiples aspectos, pero todos ellos derivados de lo que Jesús detecta en Pedro: "Tú piensas como los hombres, no como Dios". Hay una manera humana de concebir la vida y la religión, y hay una Palabra que introduce nuevos criterios, no pocas veces incompatibles con los meramente humanos. Así que, como tantas veces en el evangelio, aquella situación histórica representa una confrontación religiosa permanente en la humanidad (instituciones y personas). • El reino del mesías como reino exterior, que incluye política, prosperidad y esplendores de culto; el reino de los cielos como conversión manifestada en obras. • Salvar la vida; perder la vida. • El Mesías triunfante; Jesús crucificado. • La iglesia que triunfa como única mediadora entre Dios y los hombres; la iglesia que sirve sufriendo en silencio... Dos mundos, dos mesianismos, dos mentalidades, dos religiones. Una es la de Jesús, la otra es la que mató a Jesús. Esa misma mentalidad que mató a Jesús es la que puede matar a la iglesia, y la que puede hacer que nuestra vida se eche a perder. El último párrafo del evangelio de hoy lo expresa con radical claridad: - El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio la salvará. Este último párrafo no es un añadido postizo; es una aplicación inteligente y precisa. Para nosotros, hoy, significa el dilema entre salvar nuestro modo de vivir, nuestra manera occidental de entender a Jesús, nuestro concepto de culto, de templo, de jerarquía, de iglesia... salvar todo eso o perder todo eso por el Evangelio, por la Palabra. Y la radicalidad, un tanto estremecedora, acompaña su fundamento, tomando las violentas palabras de Jesús a Pedro: - ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! ¡Pensar como Dios! ¿Qué puede ser más acertado que pensar como Dios? Pensar como Dios para salvar la vida, para hacerla más útil y sobre todo más feliz. Y, por el contrario, no pensar como Dios, buscar otro guía, fiarse de otros criterios. Terrible peligro, echar a perder la vida, equivocar el camino. La violencia de la respuesta de Jesús a Pedro nos hace pensar que también Jesús tenía que esforzarse en "pensar como Dios", que incluso él estaba continuamente tentado de pensar con otros criterios y valores... y que esa es la asignatura pendiente más importante de toda vida humana. Pero ¿cómo piensa Dios? Para eso, precisamente para eso es Jesús, para que podamos ver con nuestros ojos, casi diríamos tocar con nuestras manos, cómo es un hombre que piensa como Dios. El problema está en que en nuestro cristianismo-católico-occidental-consumista-cultual, hay evangelio, hay presencia de Jesús, pero hay también mucho mesianismo davídico, mucho "Dios para nosotros", mucho "pueblo privilegiado", mucho encerrar a Dios en nuestros incuestionados conceptos. Y, a nivel personal, hay mucho deseo de que la Palabra no cambie demasiado lo que nosotros consideramos vida religiosa, que en resumen es mantener lo más posible de los ideales del mundo (que tienen poco que ver con "pensar como Dios") sin perjudicar definitivamente la vida eterna. Aun a riesgo de entrar en interpretaciones demasiado concretas y opinables, podríamos señalar aspectos actuales que nos parecen derivados de esa tentación. Pienso que la iglesia y los cristianos de hoy padecen las mismas tentaciones que la Biblia refleja como tentaciones (y pecados) de Israel... y del mismo Jesús. A nivel institucional la Biblia presenta a Israel como víctima y culpable de un pecado de APROPIACIÓN DE DIOS. "El Dios de Israel". Y todas las naciones deberán aceptar al Dios de Israel y, consecuentemente, a Israel como Pueblo Preferido, embudo por el que hay que pasar para llegar a Dios. Hay que aceptar a Dios como Israel lo ofrece. Israel es el único que conoce a Dios, porque es el único a quien Dios se ha revelado: los demás pueblos deberán conocer a Dios a través de lo que Israel les diga de Él. En consecuencia, Israel es el gran intermediario cultual: todos los pueblos deberán adorar a Dios en Jerusalén y en su templo, según los ritos y a través de los sacerdotes de Israel. Y todo ello fundamentado en la infalibilidad de la palabra de Dios. Todo lo que está en La Ley y Los Profetas es palabra infalible de Dios, y por tanto da seguridad absoluta a Israel y lo convierte en privilegiado entre todas las naciones. La aplicación a nosotros la Iglesia es evidente. A nivel personal, la religión oficial de Israel se muestra en la Biblia, y muy especialmente en la espiritualidad de los fariseos y letrados que se enfrentan a Jesús, como una espiritualidad de estricto cumplimiento de preceptos en busca de una "justicia ante Dios". Los preceptos incluyen la limosna, pero con la intención de que el limosnero sea más perfecto, como cumplimiento de un deber ordenado a la propia justicia. Nada de esto tiene que ver con las columnas básicas de "El Reino". El nuevo Israel será levadura en la masa del mundo, haciéndolo fermentar desde dentro, no por sumisión. Dios mismo y su Palabra son levadura y sal; el Dios eterno todopoderoso y juez se presenta como alimento para la vida del mundo. El samaritano que ayuda a su prójimo y el centurión romano que suplica con fe son puestos como ejemplo a los hijos de Abraham observadores de preceptos. "Somos hijos de Abraham - Éste es el Templo del Señor" son expresiones de orgullo expresamente rechazadas por Jesús. Creo que tenemos - en el momento actual más que nunca - motivos para una larga meditación sobre nuestros parecidos con los pecados de Israel, que mataron a Jesús. Pero no basta saber, no basta pensar. Es inútil conocer el camino si se va por otra parte. Aquí encaja como anillo al dedo la carta de Santiago. Fe sin obras es saber cómo piensa Dios y no hacerle caso. ¿Es ésta nuestra situación? Una vez más, se nos invita a ir a Jesús para conocerle y seguirle, tal como Él es, abandonando todo lo demás. Seguimiento de Cristo pobre y crucificado, desde la conversión personal, desde el servicio a todo el mundo, sin poder, sin búsqueda de la justicia ante Dios, sin creerse más que nadie, sin pretender que nuestra metafísica es capaz de definir a Dios, reconociendo la palabra de Dios allí donde resuene, dentro o fuera de la iglesia, reconociéndola en los que sirven a sus hermanos con corazón compasivo... La iglesia (las personas y la institución) debe salvarse, salvar su vida, no buscando su vida sino entregándola para la vida del mundo. Lo que hay que entregar, lo que no hay que buscar, es el propio prestigio, el éxito exterior, la propia justicia ante Dios, el monopolio de la Palabra, la función de intermediario sagrado, el sentimiento de privilegiados, la preferencia del dogma sobre el servicio, la tranquilidad de estar salvados y ser mejores que otros por pertenecer a la iglesia, el sometimiento de La Palabra a nuestros modos culturales y a nuestro status de vida occidental.... Ni la iglesia como institución ni cada cristiano como persona está salvado por ser iglesia o por ser cristiano: está más invitado que nadie a seguir a Jesús pobre y crucificado, a negarse a sí mismo y no buscar su vida, su éxito, su justicia. Sólo así podrá ser sal, levadura, alimento para la vida del mundo, de todo el mundo, que es el destinatario de la salvación. S A L M O 4 0 Elevamos a Dios esta oración en nombre de la iglesia entera, presentándole nuestros temores y pidiéndole que nos libre, a nosotros la iglesia, de nuestras oscuridades. En Dios pongo toda mi esperanza. Inclina tu oído hacia mí y escucha mi oración. Salva mi vida de la oscuridad, afirma mis pies sobre roca y asegura mis pasos. Mi boca entona un cántico nuevo de alabanza al Señor. Dichoso el que pone en Dios su confianza. No quieres sacrificios ni oblaciones pero me has abierto los ojos, no exiges cultos ni holocaustos, y yo te digo : aquí me tienes, para hacer, Señor, tu voluntad. Tú, Señor, hazme sentir tu cariño, que tu amor y tu verdad me guarden siempre. Porque mi errores recaen sobre mí y no me dejan ver. ¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda! Que sientan tu alegría los que te buscan. Tú, mi Dios, mi Salvador, no tardes Los teólogos de la Juan XXIII lamentan el “silencio clamoroso” de la Conferencia Episcopal Española
“La indignación que nos apremia está más que justificada”. Esta frase del obispo Pere Casaldáliga resume el sentimiento con que un millar de pensadores cristianos celebra este fin de semana su congreso anual, organizado por la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIIII. El carismático misionero catalán en la selva brasileña ha enviado un mensaje a los reunidos, leído por el presidente de la asociación organizadora, Federico Pastor. Es un texto de severa denuncia ante una crisis “causante de tanto dolor”. Contrasta con la “actitud ausente” de la Conferencia Episcopal Española, se quejan los reunidos. “Frente al mercado idolátrico, la comunión fraterna”, reclama el famoso prelado. Varias cadenas de televisión de España y Brasil ruedan estos días una miniserie sobre su vida, con el título de ‘Descalzo sobre la tierra roja’. Los teólogos cerrarán el domingo el congreso con la cantata ‘Misa de la Tierra sin males’, un largo poema de Casaldáliga musicado por Martín Coplas. El silencio de los obispos españoles ante la crisis, como si tuvieran miedo de denunciar el comportamiento de los poderosos, va a ser protagonista del congreso, a tenor de lo escuchado en la lección inaugural, a cargo del economista catalán y presidente de Justicia y Paz, Arcadi Oliveres. Frente a las “vergüenzas del capitalismo” y la “impunidad o inmunidad” de los causantes de la crisis por la debilidad o complicidad de “Gobiernos impresentables”, los teólogos reclaman que se alce la voz del Evangelio, también (o sobre todo) por boca de sus prelados. Si no lo hacen, quizás es porque son también “responsables, por acción u omisión”, del dolor que se está causando a millones de seres humanos. Los entrecomillados son del profesor Oliveres, catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona. No menos enérgico se expresa el secretario general de la Asociación Juan XXIII, Juan José Tamayo. “El de la Conferencia Episcopal, tan dicharachera en otros asuntos de la vida política y social española, es un silencio clamoroso”. El congreso lleva este año un título –“Cristianismos, Mercado y Movimientos sociales”- que no deja lugar a dudas sobre el sentir de sus organizadores, que han convocado como oradores a personas que viven y sufren en primera persona los efectos de la crisis al frente de organizaciones de solidaridad. Entre otros, hablan hoy el presidente de la Juventud Obrera Católica (JOC), Saúl Pérez, y los responsables del voluntariado social en la parroquia madrileña de San Carlos Borromeo (Poblado del Gallinero) y de la red de apoyo Inter-Lavapiés, también en Madrid. Mar Grandal, de la organización Católicas por el Derecho a Decidir, modera esos debates. Entre los teólogos o pensadores cristianos conferenciantes figura este año José Antonio Pagola, el profesor de Sagrada Escritura que está siendo investigado desde hace tres años por la inquisición vaticana por su brillante biografía de Jesús, de la que se han vendido unos cien mil ejemplares solo en España. Publicada por la editorial católica PPC, se titula ‘Jesús. Una aproximación histórica”. Pagola, que fue vicario del obispo José María Setién en San Sebastián, ha titulado su conferencia “No podéis servir a Dios y al dinero. Una lectura profética de la crisis, inspirada en Jesús’. Hablará el domingo a media mañana. Este congreso de la Asociación Juan XXIII se desarrolla desde hace años en la sede central madrileña del sindicato Comisiones Obreras, después de que los centros católicos que lo acogían desde sus inicios, hace 32 años, le cerraran sus puertas por órdenes o presiones de la jerarquía eclesiástica. "Os lo aseguro, están en el infierno." Lapidario. Como si fuera Dios. El que ellos entienden, claro. La frasecita es de uno de los prelados españoles, no hace todavía demasiados meses, en referencia a los homosexuales. Con todo, lo más triste es que ni uno solo de sus "colegas" saltó a los medios para decir: mire usted, pues yo no estoy de acuerdo, porque lo veo de otra forma... Corporativismo, le llaman.
Supongo que no importa amar ni sentirse amado. Ni la soledad cósmica que nos rodea. No cuentan los corazones hechos trizas, ni la limpieza interior, ni la honradez personal, ni la tendencia natural de conciliar el propio instinto. Basta una simple condición para ir al infierno: simple, monocolor y despiadada. Pero no preocuparos, hermanos, que no sois los primeros; y me temo que tampoco los últimos. Allí (en el infierno) están también los libres de espíritu y pensamiento, y los que apelan a su conciencia. Naturalistas y modernistas, comunistas y socialistas. Filósofos que no tengan en cuenta la "revelación sobrenatural". Y los que abrazan religiones distintas de "la verdadera". Por eso fueron enviados al infierno protestantes y anglicanos. No digamos judíos y musulmanes. Y los que defendieron la separación entre Iglesia y Estado. Y Galileo... Bueno, a Galileo parece que le han sacado de allí, pero después de pasar más de cuatrocientos años preso de llamas y fuego, horripilantes sufrimientos y tremendas torturas, no se sabe si malignas o divinas. También fueron exiliados al fuego eterno quienes propugnaron las teorías evolucionistas frente a las creacionistas (el Génesis "al pie de la letra"), y quienes no aceptaran las interpretaciones radicales de la Sagrada Escritura. Y entre ellos también os encontraréis a los que se les ocurrió la posibilidad de incinerar los cadáveres, y a los divorciados. Cruzaréis satánicos paseos crepusculares con quienes hayan hecho "uso de matrimonio sin intención de procrear", con masturbadores (aunque sea por obtener esperma para el diagnóstico de enfermedades) y con defensores de que ambos cónyuges tengan los mismos derechos. Y muchas mujeres. Las putas, las primeras, claro. No digamos las que hayan recurrido a los métodos anticonceptivos en curso desde los años sesenta. Y por supuesto, las que pretendan librarse de las cargas maternales (no importan las razones). Tampoco han corrido mejor suerte los defensores de la justicia, ni los críticos con el orden social imperante. Ni siquiera los últimos rescatadores de los pobres y desheredados, porque sólo Dios (su dios) valida la caridad. De esta caterva parece que sólo se libra María, Virgen Santísima y Madre de Dios, a pesar de haber derribado del solio a los poderosos y enaltecido a los humildes. Y como llevan tan mal que haya sido, simplemente mujer, tratan desde hace siglos de despojarla de tal condición, de ocultarla tras vestiduras de luces y mantos de estrellas, de colgarla del cielo en el cielo, de enviar relámpagos desde sus manos, y de convertirla en depositaria de secretos apocalípticos y de milagros infumables. Y aún tienen la desvergüenza de afirmar, sin que les tiemble el pulso, que aquella niña judía, víctima de su sociedad civil y religiosa, se ha convertido en la mediadora (o sea, la manipuladora) de las gracias que su hosco dios se resiste a ofrecernos, tacaño, displicente, rígido, violento y airado. Una interesante mezcla de burda deificación y blasfema idolatría. Pues no, monseñores. No creo en vuestro dios "nacionalizado" por vuestras estructuras. No creo en el dios que "salva" solo desde vuestra imposición única, oficial e intransferible. No creo en el dios de la ortodoxia que declara herejes a diestro y siniestro. No creo en el dios que reduce la práctica de fe a media hora semanal sumisa, complaciente y aburrida. Ni creo en el dios de los templos desmesurados, enjoyados y amarmolados, que muestran todo su esplendor en los funerales de los ilustres, las coronaciones reales, las frívolas bodas de los famosos y las canonizaciones "a todo trapo". Tampoco, miren, creo en el dios obsesionado por la sexualidad, como si la entrepierna fuera el principio y el fin del equilibrio del ser humano. No creo en el dios de carácter agrio que lanza sus condenas y anatemas contra todo lo que amenace vuestros privilegios, que desconfía hasta de sus propios teólogos y sus propias comunidades. Ni creo en el dios ausente de la vida real en el mundo real, alejado de las angustias y miedos de la gente sencilla. No creo en el dios que mide la fe según la doctrina y el dogma, y por lo tanto ni se me pasa por la cabeza que pueda encerrarnos en el infierno eterno por comer chorizo un viernes de cuaresma. No creo en la ira de dios ni en sus arrebatos apocalípticos. Y lo siento aquí dentro, desde mi pobre fidelidad evangélica, desde el dolor por mis contradicciones frente a mi principal referencia vital, que no es otra que la de las Bienaventuranzas. Me importan muy poco todos los entramados teológicos construidos sobre la figura de Jesús de Nazaret. Vino a traernos la Vida y Dios estaba con él. Eso me basta. Vino para que los ciegos vieran y los sordos oyeran, para que los cojos caminaran y los pobres fueran rehabilitados. Abrazaba a los leprosos, acogía con ternura a las prostitutas, se conmovía con debilidades y flaquezas, afrontaba y compartía los problemas diarios de las gentes sencillas y aún era capaz de desgranar sus maravillosos diálogos con los poderosos, a los que tanto criticaba. Vivía con lo justo, y disfrutaba con la lírica de un atardecer, con los pequeños milagros cotidianos del campo, con un pan compartido y un vino fresco, y con los pequeños silencios tan necesarios para reciclar la propia vida. Nos enseñó a sobrepasar nuestros complejos y llamar a Dios Abba, papá. Dio todo el sentido a la realidad de cada día, a la angustia, al dolor, a la belleza, a la duda, al amor, al sufrimiento, al perdón. No vino a morir. Lo mataron. Así de claro. Él no quería morir. Amaba demasiado la vida. ¿O es que nadie ha asistido a la patética noche de Getsemaní? ¿O es que nadie quiere escuchar su desgarrado grito clavado en la cruz? Desde lo más profundo de su miedo, desde su sentimiento de abandono y soledad, desde lo más doloroso de su fracaso. Creer hoy en Jesús, monseñores, es ofrecer la propia vida por lo que él creyó y defendió hasta su propia muerte; no discernir sus dos naturalezas para marcar la frontera de la herejía, ni retorcerse la mente hasta la esquizofrenia para hacer convivir la transubstanciación con los accidentes. Creer en Jesús implica un salto en el vacío con el riesgo cierto de perder agarraderas y seguridades, simplemente por salvaguardar la dignidad del ser humano, único templo vivo de Dios. Y esto va mucho más lejos que el dogma intocable o el plazo de la hipoteca para asegurar la parcelita en el cielo. Es más; quien cree en Jesús ni se plantea la recompensa eterna. Aunque no existiera, aunque todo terminara con la muerte, habría valido la pena. ¿Qué otro sentido puede tener afirmar que Jesús es Dios? Claro que creo en Dios. En el que se encarna en el mundo, que vive en la gente buena y honesta, aun sin necesidad de ritos, liturgias ni códigos. ¡Cuánta gente sencilla caminando con limpieza por la vida! ¡Cuánto trabajo y cuántos desvelos por un mundo más justo que nunca pasarán por la capilla! Creo en el Dios de piel negra y llagada que agoniza en una patera, y en el que vive hacinado en los estercoleros del primer mundo. Creo en el Dios que pasa hambre y sed, de justicia y de la otra. Creo en el Dios que acompaña a quienes dejan su vida a gajos ofreciendo algo de alivio a los parias de la Tierra, desperdigados por los pueblos más pobres y los países más explotados y abandonados. Creo en el Dios de África, de América Latina y de Asia, mucho más que en el europeo o el del american way of life. Creo en el Dios que mira en el interior del corazón humano, y al que le importa mucho menos cómo pensamos, cómo nos vestimos o qué sacrificios y alabanzas ofrecemos. Creo en el Dios del perdón, de la sonrisa entrañable, y en el que llora acompasado a nuestros llantos. Creo en el Dios con sentido del humor y que nunca se ofende, porque, ¿quiénes somos nosotros, tan infinitesimales, para ofender su divinidad? Creo en el Dios que se ofrece en nuestras frías noches de soledad, en el que pierde su mirada desde la azotea cada atardecer esperando la llegada del hijo perdido, y cuando llega ni siquiera le deja hablar para disculparse. Creo en el Dios, tan implicado en la historia del ser humano, que no concibe la construcción de su Reino sin contar con nuestra libertad. Creo en el Dios que ama especialmente a quienes le rechazan, o a quienes simplemente le ignoran. Creo en el Dios que me deja pensar y reflexionar, que se divierte con mis preguntas y comprende mis errores; porque, como decía el bueno de Chesterton desde ese peculiar sentido del humor británico, para entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero, pero no la cabeza. Creo en el Dios que se conmueve con los más pequeños, los que nadie quiere, los que sufren, los rechazados, los dolientes, los "nadies" de Eduardo Galeano. Creo en el Dios que celebra con nosotros en la fiesta eucarística. No en el "precepto dominical" de la misa de una, no. Sino en la comida común en la que, junto a los platos de la mesa se ponen las dudas, los miedos, las alegrías, las esperanzas, las preocupaciones, la ternura, la música, el silencio, la risa, el perdón, el amor, las gracias, el abrazo... He vivido unas cuantas, y nada me ha unido más a mis hermanos y a mi Padre. Creo en el Dios de todos, diverso, fértil, tornasolado, que nos habla a cada uno según nuestras necesidades y nuestras vivencias personales. Y que conoce la rigidez de nuestros esquemas, pero aún espera que aprendamos a armonizarlos con los pensamientos y sentimientos distintos a los nuestros. Creo en el Dios universal, tierno, paciente, sabio, dulce, misericordioso, padre y madre, pacífico, fiel... En el que nos espera al final de nuestros días para tranquilizarnos, especialmente a aquellos que Él sabe muy bien que vienen del infierno vivido en la Tierra. Sí, ya lo sé. Que me hago una religión "a la carta". Pero es que mi fe no tiene más remedio que "defenderse" de la religión institucional. Juro que cada noche me pregunto si acomodo mi fe, y si algo me angustia es la perenne cuestión sobre lo que he hecho con el capítulo 25 de Mateo. Y mi respuesta, con tristeza, es siempre la misma. No me considero capaz de responder a las expectativas que plantea el Evangelio. Así de claro. Sin embargo, y con todos los respetos, percibo que la "religiosidad" de ritos y normas proporciona tanta falsa seguridad como distorsión de Dios. Las misas de los domingos, bautizos y comuniones, los viernes de cuaresma, no robar, no matar, la obediencia contra toda razón (a ustedes, por supuesto) y la confesión (sólo cuando la sexualidad se desborda más de la cuenta) "salvan" para la oficialidad; pero, ¿alguien ha visto a Abba? El miedo de las iglesias por no perder los rasgos diferenciadores de su fe terminan enterrando su esencia viva. Pues miren, monseñores; si Dios fuera como su dios, no sería Dios. Y si esto es lo que hay, casi que me tachen de la lista. El mismo Jesús de Nazaret tuvo que proclamar el ateísmo de Dios ante la religión institucionalizada de su tiempo. Así que, prefiero asumir el riesgo de tratar de acercarme a la radicalidad del Evangelio. Asumo el vértigo de todo lo que puede suponer que seamos un día capaces de trasplantarlo a nuestras vidas. Sé de muchos que lo consiguen. Es más. Mis mejores amigos los he hecho en la búsqueda de la Buena Noticia. ¿Errores? Seguro que muchos. ¿Me puedo equivocar? Por supuesto. Pero sé de quién me fío, y también sé que lo que falte en mi camino, el buen Dios lo terminará de completar. ¿Qué quieren que les diga? Él es así... En medio de tanta noticia de agitación vaticana, no he leído ni un solo comentario negativo sobre la Guardia Suiza: no filtran documentos, no conspiran, no intrigan. Mi opinión particular es que su estabilidad en medio de la crisis se debe a que, desde hace poco, se ha admitido la posibilidad de que las mujeres puedan acceder al Cuerpo. Y la audacia de esta ruptura con una tradición secular que ha conmocionado a la opinión pública, está teniendo consecuencias beneficiosas.
Tengo una amiga que, desde niña lo tenía clarísimo y cuando le preguntaban qué iba a ser de mayor, contestaba sin dudarlo: "Guardia Suiza", y nadie conseguía que entendiera por qué para serlo había que ser varón y nacido en Suiza. Sin embargo, ella acataba sumisamente la prohibición y renunciaba con pesar a ser portadora del airoso sombrero de plumas, a calzar las vistosas polainas y a enarbolar la pica con gallardía. Se estaba preparando, sin saberlo, a desistir también en el futuro de otra de sus secretas aspiraciones: recibir el ministerio del Acolitado ya que, según la Ministeria Quaedam y "siguiendo la venerable tradición, queda reservado a los varones". Hoy día para ser Guardia Suiza ha desparecido esta restricción, por eso se les ve tan ecuánimes y serenos. Aún no se sabe de ninguna mujer que haya accedido a tal dignidad pero ante mi amiga se abre por fin la apasionante posibilidad de serlo, siempre que consiga tramitar la doble nacionalidad. Para el Acolitado parece que habrá que esperar un poco más. Al menos, no se exige como condición el ser suizo. El recién fallecido cardenal Martini representaba a una Iglesia moderna, llena de dudas y de empatía con el prójimo
Tal vez presumiendo que, a su muerte, todos se iban a pelear por su túnica, el cardenal Martini eligió la manera de marcharse. Su cómplice fue el párkinson, el verdugo que desde hacía 16 años le venía quitando la vida poco a poco, el mismo que, allá por la primavera de 2005, segó de un tajo su única posibilidad de salir de un cónclave convertido en Papa. Un Papa moderno, dialogante, crítico, con dudas. Un Papa imposible. Así que, el pasado 8 de agosto, Carlo Maria Martini —cardenal de Milán desde 1979 a 2002— recibió al también jesuita Georg Sporschill y le concedió una entrevista. Después de revisarla, incapaz ya de comer, de beber y casi de hablar, llamó a su médico y le dio las instrucciones precisas para que lo dejara morir en paz, sedado, sin tratamiento terapéutico. Fue su último acto de rebeldía. Un día después de su muerte, acaecida el 31 de agosto en la residencia de los jesuitas en Gallarate (Varese), el diario italiano Corriere della Sera publicaba la entrevista. Su testamento vital. Su llamada de atención: —La Iglesia está cansada, en Europa y en América. Nuestras iglesias son grandes, nuestros conventos están vacíos y la burocracia de la Iglesia aumenta. Nuestros rituales y nuestra ropa son pomposos. ¿Expresan estas cosas lo que somos hoy día? “Si dos gais desean firmar un pacto para dar una estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos que no sea así?” Aquel 8 de agosto, el jesuita alemán Georg Sporschill acudió a la residencia de Gallarate junto a Federica Radice Fossati Confalonieri, laica, amiga de ambos, encargada de traducir preguntas y respuestas. Sporschill hablaba en alemán. El cardenal Martini, en un italiano apenas audible. “Creíamos”, contó después Federica, “que íbamos a estar allí 10 minutos, pero la conversación se prolongó por dos horas”. El día 23, la traductora regresó a la residencia de los jesuitas y obtuvo de Damiano Modena, el secretario del cardenal, el visto bueno a la entrevista. Eso sí, con una petición: “El texto es estupendo, pero es muy fuerte. Esperemos a hacerlo público después de la muerte”. Todos tenían la seguridad entonces de que aquellas palabras estaban destinadas a ser incluidas en el testamento del Carlo Maria Martini. Las palabras del “cardenal del diálogo”, del “hombre que hablaba al corazón de todos” —así lo ha calificado la prensa italiana—, reflejan, desde hace años, su preocupación por el divorcio entre la Iglesia católica y el mundo que la rodea. —¿Qué herramientas recomienda usted para vencer la fatiga de la Iglesia? —Yo recomiendo tres muy fuertes. La primera es la conversión: la Iglesia debe reconocer sus errores y seguir un proceso de cambio radical, empezando por el Papa y los obispos. Los escándalos de pederastia nos empujan a emprender un camino de conversión. Las preguntas acerca de la sexualidad y todos los temas relacionados con el cuerpo son un ejemplo. Estos son importantes para todo el mundo y, en ocasiones, tal vez son demasiado importantes. Debemos preguntarnos si la gente sigue escuchando los consejos de la Iglesia en materia sexual. ¿En este campo la Iglesia sigue siendo una autoridad o solo es ya una caricatura en los medios? La segunda es la palabra de Dios. El Concilio Vaticano devolvió la Biblia para los católicos. Solo la persona que percibe en su corazón esta palabra puede ser parte de los que ayudan a la renovación de la Iglesia y responderán a las preguntas personales con una elección acertada. La palabra de Dios es simple y busca como compañero un corazón que escuche. Ni el clero ni el derecho canónico pueden sustituir a la interioridad del hombre. Todas las reglas externas, leyes, dogmas, son elementos para aclarar la voz interior y el discernimiento de los espíritus. ¿Para qué están los sacramentos? Estos son el tercer instrumento de sanación. Los sacramentos no son una herramienta para la disciplina, sino una ayuda a los hombres para el camino y las flaquezas de la vida. ¿Llevamos los sacramentos a las personas que necesitan fuerzas renovadas? Pienso en todas las parejas divorciadas y vueltas a casar, en las familias extendidas. Esta gente necesita una protección especial. La actitud que tomemos hacia las familias extendidas determinará la cercanía de la Iglesia a la generación de los hijos. Una mujer que es abandonada por su marido y tiene una nueva pareja que cuida de ella y sus tres hijos. Si esta familia es objeto de discriminación, se corta su relación con la Iglesia, no solo la relación de la madre, sino también la de sus hijos. Si los padres están fuera o no sienten el apoyo de la Iglesia, esta perderá la próxima generación… Después de leer las reflexiones del cardenal Martini —las que hizo antes de morir y otras publicadas en libros o artículos de prensa—, no deja de llamar la atención que su sentido común pudiese ser piedra de escándalo en la Iglesia. Que hubiese quienes lo llegaran a considerar un anti-Papa. El propio cardenal se cuidó muy bien de mantener su lucha interior —entre la fe y la duda— dentro de la Iglesia. Su decisión de ser enterrado en la catedral de Milán —tras un funeral al que asistieron decenas de miles de personas— es el más claro ejemplo. Pero, por si cabía alguna duda, el general de los jesuitas, el español Adolfo Nicolás Pachón, quiso despejarla: “Era, ante todo, un hombre libre. Creo que Carlo Maria Martini ha sido un hijo de san Ignacio hasta el final”. “La Iglesia se ha quedado atrás 200 años. ¿Cómo no vamos a agitarnos? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de valor?” Usó su libertad, por ejemplo, para discrepar de la Iglesia y admitir con naturalidad las uniones civiles entre personas del mismo sexo: “Si dos personas gais desean firmar un pacto para dar una cierta estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos que no sea así?”. O para condenar el encarnizamiento terapéutico, o para criticar la pompa y la burocracia del Vaticano: —La Iglesia se ha quedado atrás 200 años. ¿Cómo no vamos a agitarnos? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de valor? La fe es el fundamento de la Iglesia. La fe, la confianza y el valor. Yo soy ya viejo y enfermo y dependo de otros. La buena gente a mi alrededor me hace sentir el amor. Este amor es más fuerte que el sentimiento de desconfianza que a veces se percibe hacia la Iglesia en Europa. Solo el amor vence a la fatiga. Dios es amor… El entierro del cardenal Martini constituyó un espectáculo difícil de entender fuera de Italia. A la catedral de Milán acudió el jefe del Gobierno, Mario Monti, pero también líderes de la izquierda, representantes de otras confesiones religiosas y gente, mucha gente. Los periódicos dedicaron multitud de páginas y durante días las tertulias de la radio divagaron sobre una pregunta imposible: ¿qué sería de la Iglesia si Martini hubiese sido Papa…? |
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