Felices quienes creen que la humanidad es la parte que es consciente de la Naturaleza que le rodea, pero sin ningún tipo de superioridad, sino en fraterna armonía con todos los demás seres vivos.
Felices quienes se sienten unidos a las mareas, al efecto de la Luna, al calor del Sol, al perfume de las flores, al vaivén de las olas sobre la playa. Felices quienes recuerdan con respeto y cariño a sus padres originarios: las primerias bacterias que habitaron los océanos. Y agradecen a la inmensa familia de especies que han ido evolucionando, hasta llegar a ser como somos en la actualidad. Felices quienes están satisfechos de que gran parte de su ADN lo compartan la mayoría de los seres vivos que hay sobre la Tierra. Y de que los elementos físico-químicos de los que estamos compuestos provengan de la gran explosión inicial. Pue somos en esencia materia estelar, nuestro origen proviene de las estrellas. Felices quienes se sienten hijos e hijas del Manantial primordial, de la Energía de fondo originaria, que dio origen, cuida y sostiene todo tipo de vida sobre nuestro planeta. Felices quienes se esfuerzan por cuidar, proteger y amar a los demás seres humanos y a cualquier forma de vida sobre la Tierra, salvando en primer lugar a cualquier especie amenazada o que esté en peligro de extinción. Felices quienes comunican y se comprometen a eliminar cualquier peligro que se cierna sobre nuestro hermoso planeta azul, por nuestras actitudes egoístas, consumistas, depredadoras. Felices quienes con su forma de vivir crean nuevas formas de coexistencia fraterna con todos los seres vivos, la atmósfera, las montañas y los valles, los mares y los océanos. Con todo el Universo. Ellos y ellas son ya una nueva Naturaleza.
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El respeto loable y exquisito que empieza a exhibir nuestra sociedad para con minorías de diferente orden, se echa en falta con respecto a los valedores de una salud y medicinas complementarias o integrativas. Aún con todo el reconocimiento por el ánimo institucional de intentar salvaguardar la salud colectiva, aún con toda la consideración por el esfuerzo de vacunación a gran escala, no pensamos que es el “parche” (vacuna), ya casi obligado en el caso de Francia, lo que nos sacará definitivamente de esta hora difícil. Vendrán otros virus, otras calamidades diminutas y grandes (cambio climático).
Al país de Louis Pasteur, a la entera humanidad, le resta reencontrarse a sí misma, en el retorno a lo sencillo y viable; en el cuidado de su alma y cuerpo colectivos. Al presidente de esa nación le falta reconocer cuando con esa "ciencia e ilustración" fuimos demasiado lejos, caminamos en exceso solitarios, sin tiento, sin atención a la Tierra y su armonía y leyes y comenzamos a olvidar lo natural, sostenible y por ende hermoso. Ya más en casa, sorprende igualmente el acoso al que están siendo sometidas las fuerzas y movimientos que disienten del enfoque oficial con respecto a la crisis de la pandemia. Esta persecución no tiene precedentes. La tesis y el discurso oficial, por muy mayoritarios que sean y lo son, bajo ningún concepto pueden intentar ahogar una muy legítima y franca disidencia. Las libertades que juntos y juntas hemos conquistado, no pueden limitarse con el argumento, en exceso magnificado y manido, de salvaguarda de la salud colectiva. Es un mínimo compromiso que debemos a tantos y tantas que vertieron su sangre y cayeron por ellas. La expresión de la pluralidad de enfoques sobre la salud y la crisis que atenaza al conjunto de la humanidad es un derecho por el que tiene que velar nuestra sociedad moderna. En el respeto a este género de disidencia, cada vez más numerosa, también nos jugamos democracia y modernidad. Quien piensa que el “pincho” no es la definitiva solución, quien opina que la vacuna no es por lo menos la exclusiva defensa ante el virus, quien defiende que una vida natural más respetuosa con la Tierra nuestra Madre, nos proporciona un escudo más poderoso ante esa y otras enfermedades, ha de ser respetado en todo su derecho de expresión y manifestación. Durante tiempo tratamos de calmar una extendida inquietud que proclamaba que la vacuna terminaría siendo obligatoria. La historia no vaya a dar tristemente la razón a ese alarmismo. La batalla ante el virus no la terminará de ganar una salida cortoplacista, ni la coacción que merma libertades y que obvia el verdadero origen de la crisis. Hemos de considerar la refundación de una nueva civilización sobre otros valores de sostenibilidad, austeridad y solidaridad. Cada vez más ciudadanos y ciudadanas sentimos que es el retorno paulatino a una vida más sencilla y natural lo que en verdad nos puede devolver la esperanza colectiva, lo que puede garantizar futuro para las próximas generaciones. Por tierra, mar y aire, en todas las naciones, por todos los medios y altavoces se nos implora que nos pongamos a esa cola, que nos metamos en el cuerpo ese suero de insospechadas consecuencias y estamos dispuestos/as a aceptar. Por la paz un Ave María y una vacuna que azota y deja afiebrados y tirados nuestros cuerpos. Por la armonía y la sana convivencia también estamos dispuestos a ceder. Por tierra, mar y aire, en todas naciones y por todos los medios y altavoces pedimos de forma igualmente encarecida que se reconsidere seriamente este paradigma de civilización materialista y consumista que destruye la Naturaleza, que atenta contra la Tierra Nuestra Madre, que no es sostenible, que no tiene recorrido alguno y que constituye la verdadera razón de los dos grandes azotes que en estos momentos padecemos la humanidad, a saber, la crisis del COVID y el cambio climático. “El que cree tiene vida eterna”. Al hilo del comentario del domingo pasado, cabe “traducir” tal expresión de este modo: Quien comprende sabe que es vida y vive en plenitud. Vayamos por partes.
La “comprensión” -entendida en el sentido más profundo, experiencial o vivencial: en este sentido, es sinónimo de “sabiduría”, que viene de “saborear”- es fuente de claridad y de confianza. Si por “creer” entendemos “confiar”, tal como hace el cuarto evangelio, está claro que únicamente puede confiar quien comprende. Ahora bien, si por “creer” se entiende adhesión mental a algún contenido, eso es lo opuesto a “comprender”. Porque la creencia es solo un constructo mental; la comprensión, por el contrario, es certeza. La creencia se apoya en algo recibido -en definitiva, es un conocimiento “de segunda mano”-; la comprensión viene como fruto de la experiencia y de la autoindagación. Comprender significa caer en la cuenta de que, más allá de la persona en la que nos estamos experimentando, somos Aquello que es consciente, cualquiera que sea el nombre que le demos: consciencia, ser, vida… Comprender, por tanto, equivale a saber que somos vida. Y es esta comprensión la condición para vivir en plenitud. Lo cual no significa que vayan a desaparecer de nuestra existencia los condicionamientos, límites y carencias que palpamos a diario -y que forman parte ineludible de nuestra condición humana-, sino que hemos saboreado el “lugar” donde todos nos hallamos a salvo, más allá de este “juego” temporal que estamos representando. Ese es el “lugar” de la comprensión. Y para acceder a él precisamos acallar la mente y situarnos en el Testigo, conectar con la sensación profunda de presencia y permanecer ahí. Poco a poco, en el saboreo de esa sensación de presencia, se nos irá regalando percibir que la presencia percibida no es “algo” que surge como fruto del silencio, sino que constituye nuestra más profunda identidad: somos presencia consciente. Eso es la comprensión. Desde ese lugar, podremos observar y atender cualquier circunstancia que aparezca en nuestra existencia cotidiana. Desde esa distancia liberadora, es posible “desinflar” las burbujas mentales que antes nos agobiaban y saber que, en lo profundo, en toda circunstancia, somos plenitud. ¿En qué “lugar” vivo habitualmente: en la mente o en el Testigo? Seguimos en el c. 6 de Juan. Aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable su mensaje. La propuesta sigue siendo la misma, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido y lo que Jesús les quiere trasmitir. El balance final es desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Lo criticaban porque había dicho: yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio. Siguen las alusiones al AT. “Criticaban” es el mismo verbo que la versión de los LXX utiliza para hablar de las murmuraciones en el desierto. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por no darles de comer como comían en Egipto. Les recuerda que el pueblo estuvo contra Moisés en los momentos difíciles. Aquellos no confiaron en Moisés y estos no confían en él. ¿No es este el hijo de José? En los sinópticos hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. El mayor obstáculo para acercarse a Jesús es conocerlo demasiado. Para su mentalidad la lógica es aplastante. Si es hijo de José, no puede ser hijo de Dios. Hoy apreciamos el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios y la de José. Son realidades de naturaleza distinta. Hemos caído en la trampa al revés: Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios. Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Más de 90 veces hace Juan referencia al Padre, Pero lo entendemos mal. Nuestro concepto de padre tenemos que cambiarlo por el de principio, origen, fundamento, germen, comienzo, razón de ser, realidad última. La última realidad no se puede expresar con palabras ni con imágenes, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Para llegar a la Verdad, tenemos que ir más allá de los contrarios. Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección no sirve para descubrir el sentido. Es una manera de decir que está tratando de una Vida a la que no afecta la muerte. “Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos”. La Vida definitiva tiene alimento trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy. Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor; por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre, es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él es un servilismo de toma y da acá. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. Una nueva referencia al maná para dejar clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús alimenta el espíritu, dando una Vida a la que no afecta la muerte. Esa es la diferencia. La expresión "pan de Vida" no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de Juan. La VIDA, con mayúsculas, es el tema fundamental del evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”. Se trata de laVIDA que es el mismo Dios. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come este pan vivirá para siempre. Jesús es alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y seguirá siéndolo para todo cristiano. Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica, al Cristo predicado. En Juan se ha dado ya este paso. El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. No pueden comprender que su Dios se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne” para los judíos era el mismo ser humano pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus “males”: dolor, enfermedad, muerte... Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario de cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne. La grandeza de la carne consiste en que está informada por el Espíritu sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar a Dios en la materia y en el Hombre. Esa transformación es la que está manifestando el evangelio de Juan. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime. Nuestro error es pensar que para acercarse a Dios hay que alejarse de la carne. Un Dios involucrado en la carne, sigue siendo inaceptable. Nosotros seguimos sin aceptarlo. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús. La Escritura dice que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne se hizo Dios. El Dios identificado con la carne no interesa a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de a pie, porque nos impide la relación intimista que no pasa por el encuentro con los demás. Hemos convertido la eucaristía en cosa sagrada, olvidándonos de que es signo de la unidad y del amor. El fin de la eucaristía no es hacer sagrado a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de nuestra adoración. Cada vez que nos arrodillamos ante Dios, estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Seguimos empeñados en convertir el pan en Jesús, pero el evangelio dice que Jesús se convierte en pan. No tengo que adorar a Jesús convertido en pan, sino convertirme yo en pan. Meditación La vida biológica no tiene más remedio que acabar. Si hago mía la misma Vida de Jesús, ya estoy en la eternidad, aquí y ahora, porque he integrado la Vida de Dios en mí. Solo tengo que descubrir y vivir lo que ya soy. Continuando el tema del maná y el verdadero pan de vida, la primera lectura y el evangelio nos hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús). Pero comencemos recordando lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm.
Desarrollo de Juan 6,41-51 El pasaje es complicado porque mezcla diversos temas. 1. Objeción de los judíos: ¿Cómo puede este haber bajado del cielo? 2. Respuesta de Jesús: si creyerais en mí, lo entenderíais. - Pero solo cree en mí aquel a quien el Padre atrae. - Mejor dicho: Dios enseña a todos, pero no todos quieren aprender. - Atención: El que Dios enseñe a todos no significa que lo veamos. 3. Jesús y el maná: el pan que da la vida y el pan que no la garantiza. 4. Final sorprendente: el pan es mi carne. Exposición del contenido El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la reacción de los judíos ante esta afirmación. ¿Cómo puede haber bajado del cielo uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y a su madre? Jesús no responde directamente a esta pregunta. Ataca el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios: solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después se añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el que acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del cielo. Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús. La idea de que Dios instruye a todos cabe interpretarla como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que pueden ver. No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús. Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una afirmación más escandalosa aún: «el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». ¿Cómo reaccionarán los judíos? La solución, el próximo domingo. Tres notas al evangelio 1. El auditorio cambia. Ya no se trata de los galileos que presenciaron el milagro, sino de los judíos. En el cuarto evangelio, los judíos representan generalmente a las autoridades que se oponen a Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su madre») no encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que no estamos ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta fidelidad, sino de una elaboración polémica. 2. El tema de la fe interrumpe lo relativo a Jesús como pan bajado del cielo, pero es fundamental. Solo quien cree en Jesús puede aceptar eso. Lo curioso, en este caso, es cómo se llega a la fe: por acción del Padre, que nos lleva a Jesús. Normalmente pensamos lo contrario: es Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo soy el camino… nadie puede ir al Padre sino por mí». Aquí se advierte, como en todo el evangelio de Juan, la acción recíproca del Padre y de Jesús. 3. Tras este inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su pan. En la primera parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían; su pan da la vida eterna. El pan del profeta Elías (1 Reyes 19,4-8). El siglo IX a.C. fue de profunda crisis religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel, muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios, al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés. Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha elegido para este domingo. Tres clases de panes Las lecturas de hoy sugieren una reflexión. Antes de la reforma de Pío X, la comunión no era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la semana; normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de Elías, que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos largo de tiempo. Con la reforma de Pío X, a comienzos del siglo XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. (Recuerdo de joven, en la iglesia de los franciscanos de Cádiz, la gran cantidad de gente que iba a comulgar en un altar lateral mientras en el altar mayor se decía una misa que muy pocos seguían). Es como el maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene repetirlo al siguiente. El evangelio de Juan nos hace caer en la cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la fe y de la acción del Padre. La vida eterna en la vida diaria (Efesios 4,30-5,2) Se cuenta en el libro del Éxodo que, en la noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel y las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al castigar a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia. El autor de la carta a los Efesios recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo. El lenguaje del evangelio de Juan es, sin duda, difícil de entender para la gente que habitamos el siglo XXI porque tiene conceptos e imaginarios que están ya muy lejos de nuestra cosmovisión y de nuestros referentes religiosos. Sin embargo, cuando intentamos traducir sus conceptos y categorías descubrimos que trasmite un mensaje hondo y de gran sensibilidad.
El relato de hoy nos sitúa en uno de los grandes títulos que el Evangelio da a Jesús: Pan de vida. Después de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-13), el evangelio desarrolla un extenso diálogo entre Jesús y los presentes sobre el significado del signo que ha realizado. En él se van entrelazando el recuerdo de la memoria liberadora del éxodo, que Israel atesoraba como signo del cuidado y protección que Dios había manifestado con él, y la nueva oferta salvadora que Jesús anuncia y encarna (Jn 6, 28-40). El maná en el desierto recuperó la vida del pueblo, ahora Jesús, es el nuevo pan que Dios envía y lo hace ya no de forma puntual e histórica sino encarnada en la vida y la palabra de Jesús. «¿No es este Jesús, el hijo de José?» Las comunidades que dieron a luz este evangelio vivieron conflictos importantes, se sintieron amenazadas en algunos momentos y necesitaron esforzarse por llegar a consensos que les permitiesen hacer camino como grupo en su fe en Jesús y no perder la comunión con otras comunidades que tenían sensibilidades diferentes. El texto de este domingo tiene en su trasfondo esta realidad y en él se vislumbra con claridad las dificultades experimentadas con los grupos judíos que no reconocían el mesianismo de Jesús y estaban lejos de entender su mensaje y la entrega de su vida por hacer posible la acción salvadora de Dios. Por eso, Juan recoge la incredulidad de algunos que no podían entender que alguien tan familiar, tan humano pudiese ser portador de un mensaje tan trascendente. La cotidianeidad, humildad y cercanía de Jesús cuestiona porque, con frecuencia, pensamos que lo de Dios tiene que ser a lo grande. Lo pequeño, lo de la puerta de al lado, lo familiar nos parece que no puede representarlo suficientemente. Eso es lo que pensaron algunos de los paisanos de Jesús cuando le criticaban que se declarara tan familiar con Dios y abriese con su vida un espacio nuevo de salvación. Jesús, el hijo de José y María, es capaz de ofrecer un nuevo comienzo de liberación, de encuentro con Dios, de esperanza para quien desfallece, de horizonte de futuro. Pero sólo creyendo en Jesús es posible acoger y experimentar la confianza y la vida renovada (Jn 6, 43-50). Yo soy el pan de la vida En los versículos anteriores Jesús se había definido a sí mismo como “pan de vida”, una expresión que solo aparece en el evangelio de Juan pero que, sin duda, son el resultado de su reflexión en torno a la celebración de la Eucaristía y de la actualización del recuerdo de las palabras que Jesús pronunció en la última cena. La expresión “bajado del cielo” traduce ese vínculo profundo entre Jesús y su Abba y su conciencia de ser enviado por él a dar vida y vida en abundancia. Jesús, sale al paso de las críticas de quienes se escandalizan de su osadía al mostrarse tan cercano con el Dios de Israel. Para él, solo quien acoge en confianza su palabra y sus obrar puede entender esa relación, sin embargo, quien no quiere abandonar sus seguridades religiosas tendrá siempre justificaciones suficientes para no creer en la acción salvadora de Dios realizada en Jesús (Jn 6, 43- 46). Cuando Jesús, en el relato, se identifica como pan de vida, está actualizando en su persona la memoria de la presencia liberadora de Dios entre su pueblo. Yahvé fue pan para el pueblo en el desierto, lo acompañó y lo sostuvo en la prueba (Ex 16, 1-15): Ahora Jesús vuelve a ser ese pan que llena la vida de sentido, que ofrece horizontes de esperanza, que sostiene en la impotencia. Por eso invita a creer en él, a escucharlo, a entender que él entrega la vida para hacer más humano el mundo. La depresión psicológica severa ha aumentado en numerosos lugares a raíz de las crisis económica, ecológica y sanitaria que se han agudizado. Y esto ha llevado incluso a muchos al suicidio. Ya antes de esas crisis la depresión afectaba 350 millones de la población mundial de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. En Estados Unidos se estimó en el 2017 de 15.7 millones según el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH, por sus siglas en Inglés). Hoy se estima que 25 millones la padecen.
El siguiente quiere compartir algunas sugerencias para al menos acompañar a una persona deprimida, que bien puede ser nuestro pariente, amigo o conocida. Tal vez no la podamos sanar, pero al menos ayudar a sobrellevar su condición. El acompañamiento puede ser virtual o presencial. Entre los consultados, vamos a seguir de cerca las ideas del prestigioso periodista e investigador Johann Hari y el psicólogo y profesor de la Universidad de Cornell, Andrew Solomon, ambos sufrieron severas depresiones. En primer lugar es indispensable educarnos más sobre la depresión. Consultar información confiable, válida y verificable. El conocer apropiadamente el trastorno nos puede ayuda a tener paciencia y a comprender la persona que la sufre. También conocer las terapias disponibles. Solomon sostiene que hay personas que necesitan medicamentos para funcionar. Estamos parcialmente de acuerdo, a nuestro juicio, antes de usar cualquier fármaco se deben agotar primero todos los recursos terapeúticos como ejercicios, medicina natural, hipnosis, psicoterapias, dietas, consejería, contacto con la naturaleza, ayuda espiritual o fortalecer su esperanza, esta última señala Solomon es lo primero que se pierde en la persona deprimida. ¿Cuáles son los síntomas y causas de una depresión severa?. El Dr. Neel Burton anota las siguientes: bajo estado de ánimo, pérdida de interés o al placer, pobre concentración, baja autoestima, sentimiento de culpa, recurrentes pensamientos de muerte o suicidio, alteración del sueño, pérdida de apetito, fatiga o agitación. Cuando se manifiestan consistentemente varias de ellas hay que estar atentos. Según Hari cualquiera de las siguientes causas pueden ser los detonadores de una prolongada depresión: la pérdida de empleo, abuso psicológico o físico en el hogar, inseguridad financiera, humillaciones, un trabajo monótono, ser controlado o controlada, soledad, no ser aceptado, no ser querido o querida. Como mencionamos antes, lo primero que se pierde es la esperanza. De aquí que el acompañante pueda ayudar a construir un marco esperanzador del futuro, explicando a la persona que es un proceso que a veces puede ser largo, pero no necesariamente. El que acompaña debe evitar usar palabras como “siempre” o “nunca” ni decir “Otros están peores”. Explicar que su trastorno no representa el fin de todo. Podemos además ampliar una red de apoyo familiar, comunitario o amigos. Nunca debemos menos preciar que la persona le exprese que se “siente mal” aunque sea una pequeña depresión. Necesitamos mostrar a los deprimidos que la vida tiene sentido y un propósito. Que no todo está perdido. Que no está solo o sola, que no es débil, que no es una pieza rota de una máquina. Se le puede animar a hacer actividades voluntarias de cooperación en grupos, por ejemplo, trabajar en un jardín, ayudar en un centro de comida para pobres, etc, etc. De ser muy prolongada la depresión se le puede enseñar a aprender a vivir con ella, incluso, una persona puede crecer aún en medio del sufrimiento. Es muy importante mencionar que el acompañante debe estar consiente que cada persona responde de manera diferente a las experiencias negativas o positivas, crisis, terapias o medicamentos y que pueden experimentar episodios posteriores en otro momento de sus vidas. Lo que puede ser positivo para uno, puede que no lo sea positivo para otra persona, aunque vivamos bajo el mismo techo. Aunque esperamos que nadie de sus conocidos sufra depresión en el presente o futuro, pero si ocurre ¡Ojalá que algunas de las ideas y las referencias expresadas aquí les pueda ayudar a acompañar a las hermanas y hermanos deprimidos!. Referencias Buenrostro, I. (2020, Febrero). Caja de herramientas para acompañar a personas en crisis depresiva o colapso emocional. Portal: Mad in America. Burton, N. (2015). The meaning of madness. Editorial Acheon Press: London. Hari, J. (2018). Lost Connections: uncovering the real causes of depression-and the unexpected solutions. Editorial Bloomsvury: New York. Mental Health Information: Mayor Depression. (2020). Web: National Institute of Mental Health of the United States. Redacao. (2020, Setembro). COVID-19 está afetando a saúde mental das pessoas. Portal: Instituto Humanitas Unisinos. Robles, S. (2020, Junio). Tu depresión no es un problema técnico, es una señal. Escúchala. [Entrevista a Johann Hari]. Portal: Cuerpo Mente. Solomon, A. (2015). El demonio de la depresión: un atlas de la enfermedad. Editorial Debate: España. ¿Por qué las mujeres no? Conversación sobre el futuro del diaconado femenino por: Xavier Alonso8/4/2021 En Bruselas hemos conversado con el jesuita belga Bernard Pottier. Nuestra conversación giró en torno al diaconado femenino. ¿Va la Iglesia católica a restaurar el diaconado de las mujeres? ¿Qué impide a la Iglesia incluir a las mujeres entre los diáconos permanentes, precisamente como sucedía en la Iglesia primitiva? [i] El 2 de agosto de 2016 el papa Francisco creó la Comisión Pontificia sobre el Diaconado Femenino.
Bernard Pottier, sj, ha sido miembro de la Comisión Teológica Internacional de 2014 a 2019 y de la Comisión Pontificia sobre el Diaconado Femenino de 2016 a 2018. Actualmente es director del Forum Saint-Michel en Bruselas.[ii] – La ordenación es el sacramento reservado al clero (obispos, presbíteros y diáconos) para conferir un poder conectado a la administración de los sacramentos… El debate está ahí: lo mismo que se ordenan hombres diáconos, ¿se podrían volver a ordenar mujeres diaconisas? – Sí… Pero hablar en primer lugar de poder y en relación a los sacramentos hace un poco estrecha la definición del diaconado. Para mí, tanto el diácono, el sacerdote y el obispo no son en primer lugar un poder; son primero un servicio, son primero un ministerio, un trabajo de animación de la comunidad, y profético, litúrgico, y es también una organización. Se dice que hay tres munera, tres cargos o servicios públicos, para todos los cristianos, desde el bautismo. El cristiano es sacerdote, es profeta y es rey. Ser rey quiere decir organizar la iglesia. El profeta es alguien que habla en nombre de Dios para sacudir un poco a la gente y avanzar en una mejor dirección. Y sacerdote…, todos somos sacerdotes, es consagrar el mundo, consagrar el nacimiento, la comunidad, hacer sagrado todo. Para mí, un diácono es un profeta que habla a partir de la Biblia; y es también un rey, porque organiza. La paradoja de la Iglesia es que el rey es al mismo tiempo un servidor. La vida cristiana es más que los sacramentos. Hay que ubicarla en un horizonte más amplio. A menudo nos preguntan, “¿qué puede hacer un diácono?, ¿cuál es su poder?” Pero esta es una perspectiva negativa: el obispo lo puede hacer todo, el sacerdote puede hacer menos, y el diácono aún menos. Para mí es una visión un poco restrictiva. Es verdad que la ordenación da el poder de administrar los sacramentos, y el diácono no puede presidir la eucaristía y sí, en cambio, puede bautizar; pero, estrictamente, todos los cristianos pueden bautizar. En caso de urgencia, cualquier cristiano puede. Y puede oficiar matrimonios. – ¿El diácono también puede casar? – Sí… Pero casar es asistir al casamiento de la pareja que se casa, en la teología católica los cónyuges son los que hacen el sacramento. – ¿Tiene que ver el debate, hoy tan fuerte, de la igualdad de género y del feminismo, con el del aumento de la presencia de la mujer en la Iglesia? ¿Tiene algo que ver en la conciencia de la mujer, al querer igualdad con el hombre, también en la Iglesia? – Sí, es un movimiento general de la humanidad, aunque no un movimiento secular únicamente, porque la igualdad de las personas viene también del Evangelio. San Pablo dice “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer; ya que todos vosotros sois uno en Cristo” (Ga 3, 28). Pero la Iglesia ha pasado, a lo largo de los siglos, un poco en contra de esa igualdad… Actualmente hay una presión del feminismo secular, y la Iglesia siempre va un poco atrasada, siempre más tradicional, y debe reflexionar sobre ello. Me parece urgente. La sociedad se organiza siempre de manera mixta. Antes las mujeres valían menos porque la fuerza física era necesaria en todas partes. Ahora son las máquinas las que tienen la fuerza física. Tú, hoy, como hombre apenas necesitas tu fuerza física. Ahora, ya con las máquinas, para siempre hombres y mujeres son iguales, y así se revelan mejor las cualidades diferentes. Ya no hay razones para excluir a las mujeres. – Hay evidencias de que en los primeros siglos del cristianismo existieron diaconisas. Pero después la Iglesia católica ha estado en contra. – Hasta el Concilio Vaticano II no se podía consagrar a un diácono sin la certeza de que después sería ordenado sacerdote. El diácono era el futuro sacerdote. En cambio, ahora hay tres posibilidades: el que va ser sacerdote, el casado y el soltero. El soltero puede ser diácono a partir de los 25 años y no se podrá casar, o puede ser un casado pero acceder al diaconado después de unos años de matrimonio y con un mínimo de 35 años de edad. Los tradicionalistas, que no conocen la Tradición, piensan que ésta empieza con la Reforma gregoriana del siglo XI. No conocen la Tradición anterior, donde había diáconos casados. El Vaticano II instituye el diaconado de los casados, pero no era una novedad. De hecho, recuperó una tradición muy antigua. Pero después se pensó: si esa novedad era retomar una cosa muy antigua, ¿por qué no retomar también otra cosa muy antigua, las mujeres diaconisas? Las diaconisas existieron realmente, en Oriente y en Occidente. Tenían que ser vírgenes y solteras, o viudas después de un matrimonio, no de dos. – El papa es un hombre abierto que ha aportado muchas novedades. Aparte del talante, novedades en el lenguaje, el atreverse a hablar de una forma muy directa de la homosexualidad, la inmigración, la naturaleza, etc. En cuanto a las mujeres, yo entiendo que busca “mover” las cosas hacia adelante, aunque de momento no tome grandes decisiones. Es como su método de trabajo. En la exhortación Evangelii Gaudium afirma que “el tiempo es superior al espacio”, un principio que “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos” (cap. IV, III, 223). Pero, por mucho que mueva las cosas hacia adelante, en algunos casos tendrá que decidir. No todo es abrir procesos, porque también de vez en cuando hay que tomar decisiones de cambio. ¿Qué hay de la Comisión Pontificia sobre el Diaconado Femenino que creó hace casi cuatro años? – A partir del nuevo diaconado masculino, los obispos alemanes, en los años 70, y un poco más tarde los americanos se preguntaron por qué no se abría la posibilidad a las mujeres. Algunos grandes teólogos dijeron, “dogmáticamente no hay problema, porque ya ha existido; es un problema de disciplina, de organización de la Iglesia”. Al querer responder a esta pregunta, el papa Juan Pablo II respondió a otra: “No, no se pueden ordenar mujeres sacerdotisas”. – ¿Los obispos planteaban diaconado o sacerdocio? – Planteaban el diaconado, pero la respuesta fue diferente, es curioso. Era como decir que la otra pregunta quedaba abierta. Los obispos alemanes y americanos le plantearon la pregunta del diaconado femenino dos veces, y las dos veces Juan Pablo II contestó sin contestar. Su respuesta negativa al sacerdocio femenino no era un no al diaconado femenino. Años más tarde, el papa Francisco dijo, ¿por qué no abrir de nuevo la cuestión de las diaconisas? No hizo más que retomar una cuestión de hacía 30 o 40 años. Es verdad que al papa le gusta poner en marcha procesos y sin la intención de llegar rápido a una decisión, porque piensa que primero las mentalidades tienen que cambiar, evolucionar un poco, y decidir ahora que haya mujeres diáconas quizás provocaría un cisma, una catástrofe en la Iglesia, porque hay demasiada gente en contra. Pero las mentalidades van cambiando. En la Comisión Pontificia no hemos hecho descubrimientos extraordinarios, los eruditos ya sabían mucho del tema. Pero es la primera vez en la historia de la Iglesia que el Vaticano crea una comisión con paridad perfecta, fifty-fifty hombres-mujeres, varias de ellas además laicas. Hemos trabajado dos años… y veo que incluso las personas en un principio opuestas han evolucionado. Como en el Sínodo de la Amazonía, al principio se decía “la mayoría de los obispos se opondrán”, pero acabó siendo una mayoría más pequeña. La Comisión Pontificia sobre el Diaconado Femenino funcionó de 2016 a 2018 y estuvo formada por doce miembros: la religiosa Núria Calduch Benages, de la Pontificia Comisión Bíblica; Francesca Cocchini, profesora de la Universidad La Sapienza de Roma y del Instituto Patrístico Augustinianum ; el sacerdote y teólogo Piero Coda, de la Comisión Teológica Internacional; el sacerdote agustino y profesor Robert J. Dodaro, presidente del Instituto Patrístico Augustinianum; el jesuita Santiago Madrigal, profesor de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid; la religiosa Mary Melone, ex rectora de la Pontificia Universidad Antonianum de Roma; el profesor emérito de la Universidad de Bonn, Karl-Heinz Menke; el profesor de la Pontificia Universidad Salesiana de Roma, Aimable Musoni; el jesuita Bernard Pottier; la profesora Marianne Schlosser, de la Universidad de Viena; la teóloga Michelina Tenace, de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; y la escritora y profesora de investigación Phyllis Zagano en la Universidad Hofstra de Nueva York. El calendario de sus reuniones en el Vaticano fue:
– ¿Cuál era el objetivo de la Comisión? – El papa quería conocer el fundamento, la historia de la existencia del diaconado de las mujeres durante los primeros siglos de cristianismo, las funciones que tenían, cómo se las consagraba. Con la evidencia de que en el pasado no se había estado en contra, pues durante siglos las hubo, aunque no en todo tiempo y lugar, y no siempre numerosas. Para muchos, y para mí también, la Tradición es importante, no podemos innovar completamente, a partir de la nada. Podemos innovar, como con los diáconos masculinos, a partir de una tradición, transformándola un poco, adaptándola a la situación de hoy; pero no podemos hacer una cosa que Cristo y los apóstoles no quisieron hacer, eso no lo podemos hacer. En san Pablo, y concretamente en 1 Tm 3,11 y en Rm 16, 1-2 encontramos las referencias más antiguas sobre la presencia de las mujeres en la formación de las estructuras de los ministerios de las primeres comunidades. En Rm 16, 1-2 aparece Febes, una mujer específicamente mencionada como diaconisa. Diversas fuentes históricas acreditan la existencia de diaconisas entre los siglos I y VII. En la Iglesia Católica, el debate contemporáneo sobre la recuperación del diaconado femenino arrancaría durante el Concilio Vaticano II (Simonelli y Scimmi, 2019, 27 y ss., 61 y ss.). – ¿Qué ha pasado con la Comisión? – No puedo explicar lo que hicimos, pero sí puedo decir que trabajamos para dejar establecidos unos hechos y un informe, que fue entregado al Santo Padre en junio de 2018. Desde entonces el papa no nos ha dicho nada más, aunque sí nos envió una carta de agradecimiento. Después el papa dijo públicamente que estaba un poco decepcionado de la Comisión, porque los que la formábamos no estábamos de acuerdo entre nosotros, cada uno con su pequeña teoría… Y es verdad que fue así, porque la Comisión estaba compuesta de doce personas muy diferentes y de opiniones un poco opuestas, pero pienso que era la voluntad del Santo Padre no tener a personas todas en una misma dirección; había de todo, de derecha, de izquierda, progresistas, tradicionalistas, una mezcla difícil de gestionar; y finalmente la relatoría resultó un poco pobre. – ¿Y ahora qué va a pasar? – No lo sabemos, yo no he recibido ninguna noticia. En diciembre de 2018 la revista Vida Nueva publicó que nuestro texto estaba en manos del papa. Si la Comisión Pontificia sobre el Diaconado Femenino concluyó sus trabajos en junio de 2018, el documento final del Sínodo de la Amazonía, publicado el 26 de octubre de 2019, se refirió al diaconado femenino en su párrafo 103. En la posterior Exhortación apostólica postsinodal, Querida Amazonía, el papa Francisco menciona el diaconado, sin referirlo a hombres ni mujeres (párrafo 92). Después de cerrada esta entrevista supimos que el papa ha decidido la creación de una segunda Comisión Pontificia sobre el Diaconado Femenino (abril de 2020). – ¿Cree que puede haber, como en otros asuntos complejos, un problema de bloqueo político de algún sector de la Iglesia? Más allá de divergencias técnicas, teológicas, de cómo entendemos el Evangelio, la Tradición… ¿no será que lo que más condiciona la recuperación del diaconado femenino es una cultura patriarcal en la Iglesia católica? ¿Una cuestión de predominio de los hombres? ¿El poder en la Iglesia es de los hombres? – Claro, claro. Se trata de tensiones ideológicas, pero muy enraizadas en la mentalidad de la gente, que piensa que “es así”. La gente que no quiere cambiar una cosa no piensa que es porque “yo estoy fosilizado” sino que piensa que “porque es así”, que “nadie puede afirmar lo contrario”, que “esto es así porque sí”, y no porque yo no quiero abrirme a otra cosa… En la Iglesia, el poder sacerdotal, jerárquico, es enorme en estas cuestiones. El diácono es parte del clero, y no tiene mucha importancia dentro de éste; pero solamente el clero decide en la Iglesia, organiza la Iglesia. El pueblo de Dios puede hacer cosas, tener iniciativas, etc., pero en la Iglesia católica el poder es el poder del clero. Es así también en las otras confesiones. Dejar entrar a las mujeres en el clero quiere decir abrir la posibilidad de un poder no solamente sobre los sacramentos sino en general, en la mentalidad, la moral; y hay muchos que piensan que es imposible, pero para mí es un prejuicio. – ¿Cree que el papa también lo ve así? – Creo que sí, pero él tiene que respetar a todos porque es el jefe, y el jefe no puede trabajar contra una parte del pueblo de Dios, tiene que trabajar para todos. – Pero tiene que tomar decisiones también, aunque quizás le causen una lucha interna. – Sí, pero no puede quebrar la Iglesia; es un hombre muy inteligente que está avanzando, pero no puede hacerlo muy rápido, avanza despacio, esperando que las mentalidades cambien. – En estos siete años de papado, ¿ha habido algún asunto crucial en el que además de haber abierto procesos, ya se hayan tomado decisiones concretas de cambio? – Yo no haría una oposición tan tajante entre lanzar procesos y tomar decisiones. Para mí, lanzar un cierto proceso, como el papa hace, ya es tomar una decisión, ya es un desafío a la gente, es decirles “yo hago una comisión sobre esto”; incluso antes de la decisión eso ya cambia la imagen de la Iglesia. Y sí que se han tomado decisiones, por ejemplo en los requisitos para reconocer la nulidad de los matrimonios, pero la mayoría no lo sabe porque es una cuestión un poco técnica. Y ha tomado algunas decisiones sobre la curia. Hay decisiones importantes que son simbólicas, como quedarse a vivir en la Casa de Santa Marta en lugar de en el Palacio Apostólico. Cuando voy a Roma estoy en el mismo comedor que el papa, lo veo a diez metros, y no es que vayamos todos a hablar con él sino que él pasa y dice “buenos días”. Son decisiones simbólicas pero que cambian la imagen de la Iglesia. Tomar decisiones en siete años es difícil, pero pienso que ha cambiado la imagen de la Iglesia de mucha gente, ha abierto temas sobre la moral sexual, la familia, el énfasis sobre la Iglesia de los pobres, etc. Todas son grandes decisiones, pero no parecen decisiones de autoridad, del tipo “¡ahora la regla es diferente!”, sino que introduce flexibilidad en muchos procesos de la Iglesia. Y ha introducido una contestación a sus mecanismos machistas y clericalistas. Para mí son grandes decisiones. Una cosa que es difícil para el papa es la presencia del papa anterior, es muy difícil para él. – La presencia de las mujeres en las estructuras de gobierno vaticano aumenta, es algo quizás sociológico, un incremento normal en paralelo a lo que pasa en el resto de la sociedad. Que haya más mujeres en la Iglesia, ¿significaría una aportación distinta, más allá de la igualdad de roles? – Sí, sí, claro. De nuevo, en el pasado las diaconisas no hacían lo mismo que los diáconos, había alguna diferencia, era una cosa buena porque significaba que se tomaba en cuenta la diferencia mujer-hombre. La igualdad es una base, después tenemos que ir más allá. A partir de una igualdad de dignidad hay grandes diferencias, y tenemos que cultivarlas hacia una complementariedad, pero una complementariedad que no sea “lo que hago yo tú no lo puedes hacer, y lo que haces tú yo no lo puedo hacer, y entonces tenemos que trabajar juntos porque cada uno hace lo que es capaz de hacer mejor”, etc.”; no, para mí hay muchas cosas que mujeres y hombres pueden hacer por igual tan bien las unas como los otros. Es una dialéctica que consiste en que cuando los hombres trabajan juntos lo hacen de una manera, y cuando las mujeres trabajan juntas lo hacen de otra, pero cuando se hace un equipo mixto la dinámica cambia completamente, cada uno aprovecha las ideas y las maneras de trabajar del otro; y no para apagar mi identidad sino para favorecer el despertar de mi profunda masculinidad frente a una mujer cuando trabajo con mujeres. Soy más hombre, y doy ocasión a la mujer de ser más mujer. Juntos. Una dialéctica totalmente nueva que no es mía ni de ella, sino que es de nosotros. Es así en la vida de una pareja, pero no todavía en el trabajo de la Iglesia. Cuando se trabaja juntos se desencadena un dinamismo enorme que hace maravillas. – ¿Algún ejemplo? – En la sociedad aún no estamos en este estado de dialéctica de promoción mutua; el feminismo ha cambiado muchas cosas, de acuerdo, pero ha desequilibrado el papel del hombre. Antes sabíamos quiénes éramos, los hombres. ¿Sabemos ahora cuál es nuestra singularidad? Para mí, por ejemplo, la homosexualidad ha explotado precisamente por esta búsqueda de nuestra singularidad. Hay muchas cosas que aún están en proceso, que la sociedad debe descubrir. Por ejemplo, en la literatura de hace 50 años el 95% de los libros estaban escritos por hombres, y ahora es más o menos el 50%. Nosotros organizamos seminarios, y cuando damos a los alumnos un texto escrito por una mujer, después de diez líneas ya saben cuándo es un texto de un hombre o de una mujer. En la psicología se puede hace un trabajo en común maravilloso. Yo soy psicólogo también. Junto con Dominique Struyf, que es una psicoterapeuta y psiquiatra infantil, escribimos un libro [iii] que creo que es un ejemplo de dinámica de trabajo en común. Cada uno escribía, el otro leía, corregía, comentaba, hacía preguntas, etc., después teníamos que rehacer cada uno su propio texto, y así. Es un libro donde ha habido un gran diálogo detrás. Muchos lectores nos han dicho que se percibe perfectamente. Que no son “dos”, porque hay muchos libros escritos por un hombre y una mujer que son dos líneas paralelas. En la sociedad, y más aún en la Iglesia, falta todavía este aprendizaje de la dialéctica del trabajo en común. Creo que la pastoral, los sacramentos, la moral, el signo de la teología, la espiritualidad, todo puede cambiar mucho, no porque las mujeres vengan con otras ideas, sino porque vamos a poner nuestras ideas juntos. Creo también que la explosión de casos de abusos sexuales y psicológicos, etc., hubiera sido muy diferente si hubiera habido clero femenino dentro, hubiera sido muy difícil de aceptar con mujeres metidas en la sacristía. Solo la presencia de la mujer puede evitar esas cosas, desactivar gestos, reflejos. Por el hecho de ser mujer no va a aceptar que otras mujeres, o los niños, sean víctimas, pienso. *** [i] Estos interrogantes, incluido el que da título a la entrevista, pertenecen a ¿Mujeres diácono? El futuro en juego, Cristina Simonelli y Moira Scimmi (2019), Madrid: San Pablo. Se ha utilizado también información de La Vanguardia del 25 de noviembre de 2016 y del artículo “Experiences as a Member of the Pontifical Commission. The Work executed by the Commission”, de Bernard Pottier, sj, en Unlocking the future. Women and the Diaconate, Hildegard Warnink (ed.) (2020), Leuven: Peeters. [ii] Agradezco a Marta Isabel González Álvarez la revisión de esta entrevista y sus comentarios y aportaciones. [iii] Psychologie et spiritualité. Enjeux pastoraux (2012), Namur: Lessius. La escritora, filosofa, ensayista y directora de cine, Susan Sontag, en su ensayo La estética del silencio, con contundencia afirmaba: “Cada época debe reinventar para sí misma su proyecto de espiritualidad”. Desde que leí esta frase, me es inevitable pensar sobre el proyecto de esta época, de este momento histórico. Además, pienso en un proyecto no solo universal sino y, sobre todo, personal. ¿Cuál es mi proyecto espiritual para este momento de mi existencia histórica? Sin duda, sigo buscando caminos y respuestas. Hace unos días también recordaba aquella expresión del teólogo Jean Gouvernaire sj sobre la espiritualidad: “Si la vida espiritual al cabo de los años, no favorece en nosotros el sentido de la realidad y el crecimiento de nuestra libertad interior, no está siendo bien llevada”.
Creo que “reinventar para sí” significa hacer una relectura de lo que hemos creído, orado y meditado desde el cristianismo y a qué le hemos llamado Espiritualidad en la amplia biografía de este movimiento de seguidores y seguidoras de Jesús. Esta relectura se plantearía en estos términos: “encontrar una nueva hermenéutica, de arriesgar una nueva síntesis, de proponer, partiendo del acto de creer, pero también del acto de vivir, una nueva gramática sapiencial” (José Tolentino Mendonça). Tan solo me pregunto: todos, ¿estamos listos para hacer una nueva síntesis? ¿Estamos abiertos a una nueva gramática sapiencial? Tal vez sí, tal vez no. Lo que si es cierto es que en muchos espacios pastorales y eclesiales la espiritualidad que hoy se sigue desplegando, enseñando y validando es aquella que podríamos llamar “la mística del alma”. La mística del alma Esta mística (proyecto de espiritualidad) propone cerrar la puerta a los sentidos y buscar a Dios en lo profundo. De esto se sigue que, si una persona quiere encontrarse con Dios, caminar hacía él, solo podrá hacerlo en el ejercicio de la interioridad. Curiosamente, esta propuesta de interioridad en muchos gestó una atrofia y desprecio por los sentidos. Esta mística busca relativizar y renunciar a los sentidos corporales. Estos sentidos se categorizan como malignos y fuentes del error (en la filosofía encontramos a un Descartes, por ejemplo, defendiendo esta postura) y, por tanto, no es bueno confiarse de ellos. Dicho esto, si los sentidos son fuente del error y no se puede confiar en ellos y si la persona quiere alcanzar a Dios y la divinidad: se ve obligado a renunciar a su sensibilidad. En muchos espacios comunitarios esto significa renunciar a llorar, a preguntarse, a dudar, a entrar en crisis de fe o, lo que es más grave, no poder orar desde lo que uno es y siente sino desde las oraciones del folleto. Además, esta mística desarrolló una ascesis y una rigurosidad muy clara, consolidando la idea de que la divinidad huye y se oculta de las posibilidades del cuerpo y su gramática (su manera de comunicarse, de hablar). Todo esto llevó a que muchos adoptaran el camino de la fuga mundi: desligarse del mundo, desligarse del mundo habitual y cotidiano; y por tanto, de los sentidos. El objetivo era entrar a un espacio más digno de la divinidad: el interior. Según esta mirada, la auténtica morada de Dios es la interioridad del ser humano. En esta dirección tenemos a grandes exponentes como San Agustín y San Juan de la Cruz. Sin negar sus aportes, hoy urge una relectura de su espiritualidad desde una antropología más integral. Releer sus intuiciones para generar una nueva síntesis: una mística cotidiana, corporal, solidaria e integradora. La mística del cuerpo La espiritualidad cristiana más popular y vivida es aquella que, como hemos mencionado, acentúa el distanciamiento del cuerpo y del mundo. Esto tiene como base la idea de que lo espiritual es más elevado y digno que lo sensorial. Negando así que la espiritualidad se despliega desde y en el cuerpo. Sin embargo, revisando la antropología bíblica descubrimos que las rivalidades y oposiciones que muchos hoy sostienen, a saber: alma y cuerpo, interior y exterior, practica religiosa y vida cotidiana, espiritualidad y encarnación no están en términos generales en conflicto. Por ejemplo, según el relato del Génesis, Dios modeló al ser humano con “arcilla del suelo” y sopló en su nariz el “aliento de vida”. Estos dos elementos, arcilla y aliento, hacen del ser humano un ser viviente. Creo que esta es la gramática sapiencial que urge reinventar y proponer a los seres humanos de este momento. Somos cuerpo y sensibilidad, espíritu valiente y apasionado, al mismo tiempo que abrazamos una fragilidad, unas aporías, unas tensiones internas que nos hacen ser quienes somos. Me parece que por estar “batallando”, “peleando” con esta porción de arcilla que somos hemos perdido la capacidad de reconciliarnos con nuestra propia contingencia, con que no podemos todo, con que hay días que nos duele más la vida y nos pesa más respirar. Somos cuerpo y sensibilidad, espíritu valiente y apasionado, al mismo tiempo que abrazamos una fragilidad, unas aporías, unas tensiones internas que nos hacen ser quienes somos Dicho esto, siento que es hermoso mirar esto desde el relato del mítico del Génesis. El ser humano que busca explicar los misterios profundos de la vida a través de relatos dice: Dios nos ha hecho de arcilla y soplo divino. Tal vez, el escritor del Génesis esta dejando plasmado su propia experiencia humana entretejida por la de otros porque ¿Quién no se ha sentido hecho de arcilla y espíritu? Este relato, plantea una síntesis entre la espiritualidad divina, puesto que es Dios quien sopla su vida sobre el ser humano y la vitalidad terrena representada en la arcilla. Dicho de otro modo, el barro, nuestro barro, es el lugar donde nos encontramos con el soplo, con el Espíritu de Dios. Urge recuperar esta visión unitaria del ser humano para superar la idea de que el cuerpo es un simple revestimiento exterior o la prisión del espíritu (platonismo y neoplatonismo). En este sentido, el teólogo francés Louis-Marie Chauvet afirma: “Lo más espiritual no sucede sino por mediación de lo más corpóreo”. A su vez, el teólogo portugués José Tolentino Mendonça dice: “Hay más espiritualidad en nuestro cuerpo que en nuestra mejor teología”. Ojalá que así sea. Recuperar el camino de los sentidos Sin duda, los sentidos son un camino que conduce al encuentro con Dios. Ellos nos abren a la presencia de Dios en el instante del mundo. Sentir es parte de nuestra experiencia humana, como muy bien decía el poeta: “No sé sentir, no sé ser humano” (Fernando Pessoa). A propósito de esto, nos viene bien recordar que por medio de los sentidos “el cuerpo se informa” (Michel de Certeau, S.J.). ¿Sabes que es lo mas bello? El salmista dice que hay que “gustad y apreciad qué bueno es el Señor” (Salmo 34, 8). La palabra hebrea “ṭa-‘ă-mū” (טַעֲמ֣וּ) que sugiere la acción de comer, saborear, examinar probando. Dicho de otro modo, a Dios los “saboreamos” como cuando mi padre me hacia con amor y cariño patacones rellenos de carne (un plato que comimos tantas veces juntos). Ese sabor, ese momento en el que el paladar explota, ¿has pensado que a que sabe Dios? Pues para mi, sabe a patacones con carne. ¿Recuerdas que imagen usa Jesús para hablar del Reino? ¡Correcto! Un banquete. En fin, gustar, saborear a Dios es vivir, experimentar en el instante del mundo su presencia. Informar a nuestro cuerpo que Dios es el Padre del banquete alegre, cotidiano que parte su pan con nosotros y para todos. Pongamos otros ejemplos: el tacto permite que no nos limitemos a topar los unos con los otros, sino que nos encontremos. Siento que nuestro cuerpo es la memoria del tacto de los otros, como me abrazaban mis abuelos o no, como me acariciaba mi madre o no, cada una carga con su porción de ausencias en el cuerpo y de presencias alegres. Abrazar a mi padre cada vez que Panamá goleaba en un partido, una memoria imborrable. Por eso, creo que nuestra biografía es, de alguna manera, una historia compuesta de tacto y piel. De allí que toquemos o no, de la manera en la que nos han o no nos han tocado. Nuestra biografía es, de alguna manera, una historia compuesta de tacto y piel. De allí que toquemos o no, de la manera en la que nos han o no nos han tocado Así mismo podríamos ir revisando sentido por sentido: tacto, gusto, olfato, vista y oído. En cada uno de ellos encontraríamos mucho sobre la manera en la que entramos en relación con nosotros y con los demás. Ellos son “medio, contacto, diálogo, comunicación, encuentro con lo exterior, la realidad, el otro, es decir, Dios en el mundo” (Anna Sánchez Boira) y nos revelan “quiénes somos, qué nos interesa, qué nos afecta, dónde estamos y con quién nos relacionamos” (Ibíd.). Finalmente, nuestro cuerpo se encarna en el mundo y se informa a través del acto cotidiano de presencia. Al mismo tiempo, nuestra vida interior, nuestro despliegue creativo y espiritual, lo que nos mueve y alimenta, lo que nos apasiona y nos derrumba, todo va acompañado por la vida de nuestro cuerpo. Orar con el cuerpo Concluyo esta provocación e intento de pensar y plantear un proyecto de espiritualidad pensando en esta expresión de Tolentino Mendonça: “Son nuestros cuerpos los que rezan, no sólo nuestros pensamientos. […] La oración ocupa cada uno de nuestros cinco sentidos”. ¿Qué tal sería orar con cada uno de ellos? ¿Ensayar la oración con el tacto, gusto, olfato, vista y oído, en diferentes momentos o días? Lo que si es seguro es que Dios es cómplice de nuestra afectividad, es omnipotente y frágil, sobrenatural y sensible. Por eso, necesitamos mirar de nuevo el cuerpo, reconciliarnos con él pues somos: la profecía de un amor incondicional y en nuestro cuerpo, gramática de Dios. Si me preguntan por dónde empezar, como le decía a Maria Trivino de @teoelemental, hay que iniciar un proceso de conversación para saber que Dios no “solo” está en este espacio, tiempo o lugar sino que me puedo encontrar con él en muchos lugares, el aquí planteado: en mi cuerpo. ¿Terminamos orando? Te comparto estos versos de González Buelta: No amanezcas, Señor, que todavía mis ojos no aprendieron a verte en medio de la noche. No me hables, Señor, que todavía mis oídos no logran escucharte en los ruidos de la vida. No me abraces, Señor, que todavía mi cuerpo no percibe tu piel en los saludos y la brisa. No me endulces, Señor, que todavía mi garganta no saborea tu ternura en medio de lo amargo. No me perfumes, Señor, que todavía mi olfato no huele tu presencia en el olor de la miseria. ¡Bautiza mis sentidos con el lento discurrir de tu gracia encarnada fluyendo por mi cuerpo! Recomendaciones de lecturas para profundizar: Aubin, Catherine O.P., and Isidro Arias Pérez. Las Ventanas Del Alma. Amar y Orar Con Los Cinco Sentidos. 1a ed. Sal Terrae, 2013. Ciner, Patricia Andrea. Los sentidos espirituales en la teología de Orígenes. ¿Metáfora o realidad? en Peretó Rivas, R. y Martin De Blassi, F. (eds.) Atentos a sí mismos y atentos a la realidad. Reflexiones en torno a la atención y los sentidos espirituales. Buenos Aires: TeseoPress, 2020. Disponible en https://www.teseopress.com/atencionplena/chapter/los-sentidos-espirituales-en-la-teologia-de-origenes-metafora-o-realidad-2/ Isabel Gómez-Acebo (Ed.) Orar desde las relaciones humanas. Desclee de Brouwer, 2001. Mendonça, José Tolentino, and Teresa Matarranz. Hacia Una Espiritualidad de Los Sentidos. Fragmenta, 2016. Navarro Puerto, Mercedes, Isabel Gómez-Acebo, Trinidad MC León Martín, Alicia Fuertes Tuya, and Marta Zubía Guinea. Cinco Mujeres oran con los sentidos. Desclee de Brouwer, 1997. El evangelio de este próximo domingo hay que entenderlo en el contexto del evangelio del domingo pasado en el que los marginados de Israel encuentran en Jesús una alternativa a su situación. La multitud es representada por la hija de Jairo, sometida a la institución y por la mujer con flujos que representa al pueblo marginado por quien dice actuar en nombre de Dios.
Jesús, en el evangelio de Marcos va marcando claramente cómo la institución solo provoca la muerte y margina a las personas dejándoles sin solución. La enfermedad es castigo de Dios y quien está en la impureza no se puede acercar ni a Dios ni a los demás, por lo que está condenada a un aislamiento que solo puede conducir a la muerte. El propósito de Jesús no es por lo tanto curar a la gente sino sanar de raíz una cultura, una religión que oprime y explota y Jesús les presenta una alternativa: otra imagen de Dios. Ese Dios cuya experiencia Jesús describe como Abba, está fuera de la ley; no es un dios de mandamientos, normas y preceptos, sino un amor incondicional que pretende lograr la libertad de cada hijx. Esa libertad que Jesús predica tiene un precio: quedar excluido del círculo de la familia, del pueblo, de la comunidad. Su gente está impresionada por sus enseñanzas pero no reconocen su autoridad. No quieren dar el salto de dejarse tocar, sanar, resucitar por Jesús porque temen las consecuencias que eso les puede traer; es mucho más fácil ridiculizar al mensajero y escandalizarse de él. Todo profeta es amado y odiado al mismo tiempo. Queremos su mensaje liberador pero no las consecuencias que ese mensaje comporta para nuestras vidas. Ningún profeta es querido por mucho tiempo porque acaba tocando las fibras más sensibles de nuestra comodidad y anquilosamiento. Posiblemente no son palabras de Jesús: “Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta”; más bien, es la reflexión de la comunidad cristiana que experimenta el rechazo de los más cercanos porque aceptar que alguien como nosotros trae un mensaje de Dios es muy difícil; se mezclan la envidia, los celos, el miedo… y el arma más potente es ningunear a esa persona. Atentos a la diferencia entre profeta y gurú. Hoy en día muchas personas se erigen como “maestrxs” y sus enseñanzas pueden ser constructivas… ¿por qué no? Pero hay mucho ego mezclado, muchas ganas de estar en medio y de causar impresión en todos los campos del saber. El otro día nos contaban de un proyecto interesantísimo sobre agricultura regenerativa, aquí, en Mallorca, capitaneado por alguien con una gran filosofía sobre el cambio climático y la necesidad de crear proyectos de agricultura sostenible en los lugares con más peligro de desertización. En poco tiempo vieron que alguien que “predicaba” sobre cambios profundos en nuestra manera de pensar y actuar estaba preocupado sobre todo en que su nombre apareciera en el documental explicativo y que se le remunerara por todas y cada una de sus aportaciones, sin contar para nada que en este momento incipiente los recursos económicos eran más bien escasos. No hay cambios estructurales posibles sin cambios personales de escalas de valores y de actitudes internas profundas. Los ideales más grandes caen cuando nuestro “ego” se pone en medio y nos hace perder la visión. Hoy tenemos muchos gurús, personas a las que admiramos y que marcan caminos a seguir. Pueden ser sustitutos de la Ley, gente a la que seguimos pero sin implicarnos personalmente. Y sin embargo, se nos llama a ser un profeta, alguien tocado por Dios a diario, a través de la escucha atenta, voz y presencia de la compasión, de la ternura, a la vez que denunciante de la injusticia, de la opresión, del abuso del poder. Si experimento en mi vida el gozo de ser sanada, liberada, reconstruida, no hace falta una elección especial, una tarea encomendada, me convierto en “porta-voz”, alguien que lleva esa palabra de aliento, esa escucha atenta, esa mirada compasiva dondequiera que voy, a los lugares donde me siento llamada. La voz de Dios y la voz de la comunidad me van ayudando a discernir dónde invertir mis talentos, cómo trabajarlos, compartirlos…y sé que estoy en el camino cuando experimento una paz interior que por otro lado no me deja tranquila, no siento que ya he llegado… siempre en camino. |
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