Si el domingo pasado no hubiera coincidido con la fiesta de la Asunción, habríamos terminado de leer el debate de Jesús sobre el pan de vida. Lo curioso, y extraño, es que el evangelista no cuenta la reacción final del auditorio. Anteriormente, en dos ocasiones, ha interrumpido a Jesús mostrando su desacuerdo. Ahora no dice nada, como si no mereciera la pena seguir discutiendo. Sin embargo, se cuenta la reacción de los discípulos, con dos posturas muy distintas (unos lo abandonan, otros lo siguen) y el aviso de la traición de uno de ellos.
Abandono Es un momento de crisis muy fuerte. Hasta ahora, los discípulos no han tenido ningún problema, aunque debemos reconocer que las noticias del cuarto evangelio sobre ellos son escasas hasta este momento. Ha contado la vocación de los cinco primeros (Juan, Andrés, Pedro, Felipe, Natanael), pero no la de los otros muchos que se fueron agregando, ni siquiera la elección del grupo de los Doce. Las referencias de pasada son positivas. En las bodas de Caná se dice que «creyeron en él» (Jn 2,11). Cuando purifica el templo, se acordaron de lo que dice un salmo («El celo por tu casa me devora») y justifican su actitud violenta (Jn 2,17). No lo conocen todavía muy a fondo, porque cuando les dice: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis», lo único que se les ocurre pensar es que alguien le ha traído de comer (Jn 4,32-33). En el importante episodio de la curación del enfermo de la piscina, con el largo discurso posterior de Jesús, el evangelista ni siquiera los menciona (Jn 5). Tras este extraño silencio, en la multiplicación de los panes y los peces y el debate en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos adquieren gran protagonismo. Pero divididos en dos grupos: la mayoría y los Doce. La mayoría abandona a Jesús. ¿Por qué? Ellos lo justifican diciendo que «este discurso» (o` lo,goj ou-toj) es duro, intolerable, inadmisible. No se refieren solo a la idea de comer su carne y beber su sangre; se refieren a todo lo que ha dicho Jesús sobre sí mismo: que es el enviado de Dios, que ha bajado del cielo, que resucitará el último día a quien crea en él, que él es el verdadero pan de vida. En el fondo, comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús equivalen a «tragárselo», a aceptarlo tal como él dice que es. Y eso, la mayoría de los discípulos, no está dispuesto a admitirlo. Lo han visto hacer milagros, pero eso no les extraña. También en el Antiguo Testamento se habla de personajes milagrosos. Sin embargo, ninguno de ellos, ni siquiera Moisés, dijo haber bajado del cielo y ser capaz de resucitar a alguien. Si Jesús hubiera aceptado ser rey, como ellos habían pretendido poco antes, si se hubiera limitado a hablar de esta tierra y de esta vida, no se habrían escandalizado y lo seguirían. Ellos quieren un Jesús humano, no un Jesús divino. En su respuesta, Jesús empieza echando leña al fuego: si se escandalizan de lo que ha dicho, podría darles más motivos de escándalo. Su problema es que enfocan todo desde un punto de vista humano, carnal; y para creer en él hay que dejarse guiar por el espíritu. Pero esto solo lo consigue aquel a quien el Padre se lo concede. Estas palabras de Jesús resultan desconcertantes: por una parte, cargan la culpa sobre los discípulos que se sitúan ante él con una mirada puramente humana; por otra, responsabiliza a Dios Padre, ya que solo él puede conceder el acceso a Jesús («nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede»). Quizá el evangelista está pensando en los cristianos que han abandonado la comunidad a causa de las persecuciones o por cualquier otro motivo. ¿Qué les ha pasado a esas personas? ¿Es solo culpa suya? ¿Hay un aspecto misterioso, en el que parte de la culpa parece recaer sobre Dios? Pensando en la gente que conocemos y cómo han evolucionado en su vida de fe, estas preguntas siguen siendo de enorme actualidad. Seguimiento El momento más dramático se cuenta con enorme concisión. Tras el abandono de muchos solo quedan los Doce. La pregunta de Jesús («¿También vosotros queréis marcharos»), sugiere cosas muy distintas: desilusión, esperanza, sensación de fracaso… La respuesta inmediata de Pedro, como portavoz de los Doce, recuerda a su confesión en Cesarea de Filipo, según la cuentan los Sinópticos: «Tú eres el Mesías». Pero hay unas diferencias interesantes. Pedro no comienza confesando, sino preguntándole: «Señor, ¿a quién iremos?» Abandonar a Jesús y volver a sus trabajos es algo que no se les pasa por la cabeza. Necesitan un maestro, alguien que los guíe. ¿Dónde van a encontrar uno mejor que él? ¿Uno cuya palabra te hace sentirte vivo? Lo primero que hace Pedro es reconocer que necesitan a Jesús, no pueden vivir sin él. Luego sigue la confesión de fe. Pero no dice que Jesús sea el Mesías, sino «el Santo de Dios». No queda claro que quiere decir Pedro con este título, que solo aparece una vez en el Antiguo Testamento, aplicado al sumo sacerdote Aarón (Sal 106,16). En el Nuevo Testamento, Mc y Lc lo ponen en boca del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaúm, que lo aplica a Jesús (Mc 1,24 = Lc 4,34; Mt omite este pasaje). Sin duda, Pedro confiesa que Jesús está en una relación especial con Dios, sin meterse a discutir si ha bajado del cielo. Traición En el texto litúrgico, este tema solo aparece de pasada: Jesús sabía «quien lo iba a entregar». Si no hubiesen mutilado el evangelio, quedaría mucho más claro. Porque, inmediatamente después de la intervención de Pedro, Jesús añade: «“¿No os he elegido yo a los Doce? Pero uno de vosotros es un diablo.” Lo decía por Judas Iscariote, uno de los Doce, que lo iba a entregar.» Con ello surge una nueva pregunta y un nuevo misterio: ¿por qué Judas no abandona a Jesús en este momento, cuando tantos otros lo han hecho? ¿Por qué Jesús, si lo sabe, lo mantiene en el grupo? ¿Cómo puede llegar alguien a desilusionarse de Jesús hasta el punto de traicionarlo? El compromiso de los israelitas con Dios (Josué 24,1-2.15-18) La decisión de Pedro y los otros de seguir con Jesús recuerda a la de los antiguos israelitas de mantenerse fieles a Yahvé, Dios de Israel. Estamos en el capítulo final del libro de Josué. Los israelitas, bajo sus órdenes, han conquistado todo el territorio que Dios les había prometido. En ese momento, Josué reúne a todas las tribus en Siquén, les recuerda los beneficios pasados de Dios y les ofrece la alternativa de servir o no servir a Yahvé. Es un diálogo espléndido, dramático, en el que Josué, contra lo que cabría esperar, se esfuerza por convencer al pueblo de que no sirva a Yahvé: es un dios celoso, y no los perdonará si lo traicionan. Sin embargo, los israelitas porfían en que quieren servirlo, y todo termina con la alianza entre el pueblo y Dios. La selección litúrgica ha mutilado la intervención de Josué, el diálogo con el pueblo, y el final. De 28 versículos, solo se han salvado 6. Si el texto se hubiera leído completo, ofrecería una relación más clara con el evangelio. Tanto Josué como Jesús hablan de manera clara y dura, como queriendo desanimar a sus seguidores. La gran diferencia radica en la diversa reacción de los oyentes. El texto de Josué ofrece un final feliz, ajeno por completo a la realidad: de hecho, los israelitas siguieron sirviendo a otros dioses y abandonando a Yahvé. El evangelio traza un cuadro más realista, incluso pesimista: muchos discípulos abandonan a Jesús; solo quedan doce, y uno de ellos será un traidor.
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¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,61-70)
“Este modo de hablar es inaceptable” Lo pensamos hoy en multitud de ocasiones. La falta de respeto generalizada, el insulto y el exabrupto en ámbitos donde se supone que quienes representan a los ciudadanos abogan por la convivencia y la tolerancia; la falta de educación en aspectos básicos de la vida cotidiana, palabras hirientes, ofensivas, despojadas de todo resquicio de comprensión, paciencia o crítica constructiva. - Las primeras palabras que nos enseñaron nuestros padres, abuelos, que escuchamos en el entorno familiar, ampliado luego en el ámbito escolar, de estudio y en las relaciones que se van tejiendo a la largo de nuestra vida. Palabras cargadas de respeto, de exigencia corresponsable; palabras que educan, enseñan y nos han ayudado a avanzar, palabras que han corregido nuestra ceguera, aceptadas, no siempre asumidas, palabras de desaprobación para alertar del peligro que acecha, palabras de agradecimiento, de consuelo, palabras de despedida, ahogadas en la garganta, hechas silencio ante las pérdidas de nuestros hermanos o el dolor de un mundo convulso. -Palabra proclamada en la comunidad cristiana de referencia, comunicada en grupos de reflexión de vida, donde cada persona es compañera de camino, de vida, y refuerza mi identidad de ser hermanos/as unos de otros e hijos/as del mismo Abbá Dios. Palabras que me han enseñado a descubrir y vivir el Espíritu y la Vida que Jesús nos ofrece. Más allá de lo puramente biológico al hacer posible el “hágase” de Dios en mí. Palabra y silencio que van ahondando en mi núcleo, siempre insondable, buscando la Fuente que mana en abundancia y sale a la superficie cantarina y fecunda. Creo en la Iglesia-comunidad de iguales que posibilita la formación, el conocimiento y la experiencia de ser cristianos en comunidad hoy. Y la enorme riqueza de dones que conlleva: apertura al otro/a, discernimiento personal y comunitario, predicación, oración y contemplación, autoridad compartida, sinodalidad, celebraciones de vida donde el cuerpo, la música, la danza, la poesía, la historia y la ciencia se entrelazan armoniosamente como el Creador soñó para todos en el origen de todo lo creado. ¿Es la parroquia actual, germen de la comunidad cristiana que educa en la fe, da testimonio y transmite a los jóvenes el proyecto ilusionante de Jesús? ¿Qué tipo de comunidad se está gestando en el horizonte de una Iglesia peregrina, en evolución? “Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Saber asumir, como el joven rico (Mc 10,17-27), nuestras propias “trampas”, pereza, apatía, buscar seguridades donde no las hay, ostentar méritos para mostrar un buen CV; porque es más fácil cumplir la ley, los mandamientos y las normas, que arriesgarse a seguir al Espíritu por caminos inciertos. También los cristianos le hemos abandonado, ¿o no? Somos hijos de nuestro tiempo. Los políticos, los medios de comunicación nos venden y lo condicionan todo a las audiencias, a los resultados cuantitativos, ¡es cuestión de números!, a maquillar la realidad. No se habla de lo que subyace detrás de los cantos de sirena, consignas y reclamos engañosos porque no interesa profundizar ni ser fieles a la verdad. ¿Pretendemos salir victoriosos sin haber intentado el empeño de buscar el entendimiento, pasar de la religión “mía” a una espiritualidad inclusiva e integradora, cultivar la espiritualidad en las conciencias, la generosidad de acción y caridad en los corazones? En definitiva, ¿cuánto tiempo dedicamos al Espíritu? ¿Dónde queda el seguimiento ante la radicalidad del mensaje de Jesús? He aquí toda la impotencia que, con frecuencia, sobrellevamos quienes, como Pablo, reconocemos que “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7,19). Ante este hecho evidente, expresamos hoy humildemente, como discípulos/as: ¿A quién vamos a acudir? ¿Con quién nos vamos a ir? Sólo tus enseñanzas nos dan Vida y nos hacen crecer. Juan describe con claridad las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: darle nuestra adhesión, es decir, configurar nuestra vida desde él, y asumir su propuesta de amor, que no es otra que procurar el bien del ser humano a través de la entrega personal y, también, comunitaria. En otras palabras: ser pan y hacernos pan para los demás. Renunciar a toda ambición personal, a la indiferencia, a la autosuficiencia omnipresente que se enseñorea por doquier en los ámbitos de poder y toma de decisiones. “Que no sea así entre vosotros”, advierte Jesús a sus discípulos de todos los tiempos. La vida plena y definitiva que Jesús manifiesta en su vida, me lleva a hacer mía/nuestra esa Vida. ¡Eso creemos! La celebración de la Eucaristía debe tener repercusión en nuestra vida real, cotidiana. Es como una espiral que nos impulsa y nos hace avanzar y, a la vez, dejarnos atraer por el fuego o la luz del Amor de Dios. Algo que no tiene marcha atrás, por torpes y necios que seamos. Saber transparentar el Espíritu de Jesús en nuestras relaciones, en nuestro trabajo, como esposos, parejas, miembros de una familia concreta, abiertos a las necesidades de los más vulnerables, atentos a los problemas que estamos provocando en nuestro planeta, practicando la solidaridad sin fronteras, sin renunciar a ser cauce de transformación, liberación y esperanza aquí y ahora. Y todo ello, ¿somos capaces de verlo en los demás, en los que no son como yo? ¡Shalom! Vivir como Jesús de Nazaret, le hizo pobre, libre y profeta por: Benjamín Forcano, teólogo8/19/2021 Hiciste la belleza
porque sabías que mis ojos exultarían viéndola. Me esperas en la muerte porque sabes que necesito verte. Como si fuera ayer, va esta “memoria” en el primer aniversario de la muerte de nuestro querido Pedro Casaldáliga. Su testimonio quedo clavado en el alma de la Sociedad y de la Iglesia, tan profundo que en el futuro será como faro que haga imposible oscuridades y encallamientos del pasado y haga realidad sus sueños de una humanidad fraterna, más justa y libre. 1 ¿Pedro Casaldáliga fue siempre el mismo? Escribir sobre Pedro Casaldáliga cuando nos dejó en la tierra la estela luminosa de sus 92 años, es un desafío y una interpelación. Y es también un deber, un servicio a la humanidad para quienes lo hemos conocido y compartido su estilo de evangelizar en la Iglesia y en la sociedad. Yo lo conocí, siendo claretiano como él, por los años 1967, cuando él rondaba los 39 años y yo los 32. Fecha clave porque Pedro, con su labor de 6 años en Sabadell con los obreros y emigrantes; 3 años en Barcelona como animador de comunidades cristianas y movimientos sociales; 3 años en Barbastro como formador de seminaristas claretianos y misionero en el Pirineo; 4 años en Madrid como director de la revista “El Iris de Paz” = “Revista de Testimonio y esperanza” y otras actividades; y en Guinea como impulsor de los Cursillos de Cristiandad, había como anticipado no poco de lo que el concilio Vaticano II aportó y elaboró para la Iglesia universal. Y como remate de este período, fue elegido para asistir como delegado en 1968 al Capítulo General de los Claretianos, que se proponía asimilar la renovación decretada por el Vaticano II. Según entreveíamos, a los jóvenes nos tocó vibrar con la tarea de este Capítulo claretiano, apostando decididamente por la tendencia renovadora, pilotada por Casaldáliga, denominado en aquella ocasión como el Che de la sierra maestra claretiana. Y, como cumbre de sus deseos, Pedro decidió, acabado el Capítulo, cumplir su sueño de irse a Misiones, concretamente a la Amazonía del Brasil, al Matto Grosso. Sin este terreno previo, no se entiende el itinerario posterior de Pedro Casaldáliga. Su excepcional modo de vivir y evangelizar no comienza con su ida al Matto Grosso. Es anterior y no hace sino confirmarse en el nuevo contexto en que le toca actuar. La savia que lo alimentaba estaba ya dentro. Pedro lo expresa con naturalidad: “Los pobres son la niña de mis ojos. A mí siempre se me ha quebrado el corazón ver la pobreza de cerca. Me he llevado bien con la gente excluida. Soy incapaz de presenciar un sufrimiento sin reaccionar. Por otra parte, nunca me he olvidado de que nací en una familia pobre. Me siento mal en un ambiente burgués. Siempre me pregunté que si puedo vivir con tres camisas, por qué voy a necesitar diez en el armario. Los pobres de mi Prelatura viven con dos, de quita y pon. Estoy convencido de que no se puede ser revolucionario ni profeta, ni libre sin ser pobre. Siendo pobre me siento libre de todo y para todo. Mi lema fue: ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre”. Si sientes la pobreza como una cuestión de justicia y decencia humana, necesariamente sentirás compasión, mostrarás amor y te rebelarás con indignación. “No podíamos ver todo eso con los brazos cruzados. Quien cree en Dios, debe creer en la dignidad del hombre. Quien ama al Padre, debe servir a los hermanos. El Evangelio es un fuego que le quema a uno la tranquilidad. No se puede ser cristiano y soportar la justicia con la boca callada. Jesús dice en el Evangelio que Él nos juzgará el último día por lo que hayamos hecho con nuestros hermanos más pobres y pequeños”. 2 Su coherencia de vida, confiere a Pedro libertad profética y credibilidad universal Después de tratar y encomiar a gente eminente por su defensa de la justicia y la verdad, me resulta difícil encontrar un testimonio tan contundente como el de Pedro Casaldáliga. Pedro muestra coherencia extrema entre lo que dice y hace y por eso es creíble. Lo llamamos el “Obispo de los pobres” y, como a él, a otros. Pero Pedro lo siente como como si le fuera algo natural: “Señor, no sé si he sabido hallarte en todos, pero siempre te he amado en los más pobres”. Y la confesión se convierte en realidad como acaso nadie puede imaginar: “Cuando me muera, advierte firme al “Movimiento de Trabajadores sin Tierra”: me enterráis junto al rio Araguaia, en la tierra, donde yo he enterrado a tantos indígenas, a tantos peones perseguidos o huidos de Haciendas y a tantos niños sin caja. “Oidlo bien: como un pobre más, siete palmos de tierra, una crucecita de palo y… la resurrección” . A la mente, puede que nos venga ahora la fastuosidad de los entierros de Papas, Obispos incluso beneméritos, en catedrales, con mausoleos de mármol, personajes venidos del mundo entero, ceremonias ostentosas, exhibiendo indumentaria, títulos y honores. Pedro Casaldáliga no podía acceder a otra cosa que a su identidad con los más pobres, pues era su obispo. 3 ¿Qué o quién da base a la libertad de Pedro Casaldáliga? Digo esto, porque encuentro natural que mucha gente se pregunte: ¿De dónde le viene a Pedro la libertad de cuestionar procedimientos, costumbres, normas que no ayuden a vivir según el Reino de Dios? Le viene, en respuesta suya, de sentirse en radical seguimiento e identificación con Jesús de Nazaret, lo cual implica adoptar el obrar mismo de Dios que se nos revela en Jesús, su hijo predilecto. Y si todos nosotros somos con Jesús hijos de Dios, debemos reconocerlo sobre todo en sus hijos más desatendidos y necesitados. Jesús en una de sus narraciones magníficas lo deja bien claro: “Os encontrareis con gente que pasa hambre, que tiene sed, que es extranjero, no tiene que vestir, está enfermo o está en la cárcel,…Os lo repito: cuanto hagáis con cada uno de estos hermanos míos más humildes lo estáis haciendo conmigo mismo” (25, 35-40). El tener a Dios como Padre supone obrar como El y, en consecuencia, obrar como Jesús: “Rezar por los que os persiguen, querer a los que no os quieren, mostrar afecto a los que no son de vuestra gente, no ofender a los que os afrentan, compartid generosamente lo que teneis y no volver nunca la espalda a los que os piden” (Mt 5, 9-48). Es engañoso, por tanto, creerse conocer a Dios y llevarse bien con él sin portarse como conviene con sus hijos. La grandeza del hombre no consiste en dominar, sino en servir y nada hay que lo aleja tanto de él como el odio contra uno cualquiera de nuestros prójimos. El odio rebaja y degrada al ser humano, lo hace incapaz de ver su yo reflejado en el otro y de estimarlo como si se tratara de uno mismo. Nadie puede ser uno mismo si no logra aceptar al diferente, al otro y tratarlo como a sí mismo.: “Quien dice amar a Dios, a quien no ve ; y aborrece a su prójimo a quien ve; ese tal es un mentiroso”. Quizás comprendamos ahora de dónde le viene a Pedro Casaldáliga la gran libertad de cuestionar ante quien sea cualquier comportamiento eclesiástico o civil, que no concuerde con los principios del Reino de Dios. Él le ha mostrado fidelidad total y de ella no le apartará soborno ni amenaza alguna. Y es que en su testimonio está presente el espíritu mismo de Dios: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Y ahí, creyentes y no creyentes, clamarán: “Chapoo”, como me lo expresó en cierta ocasión Julio Anguita al hablarle yo de Pedro Casaldáliga. Sólo procediendo de esta manera, se entiende que Pedro pida a la madre de Jesús que nos enseñe: “A ese Jesús carne de su carne, más nuestro que suyo, más del pueblo que de casa, más del mundo que de Israel, más del Reino que de la Iglesia, aquel Jesús que por el Reino del Padre, se arrancó de sus brazos de madre y se entregó a la muchedumbre, sólo y compasivo, poderoso y servidor, amado y traicionado, fiel ante los sueños de su Pueblo, fiel contra los intereses del Templo, fiel bajo las lanzas del Pretorio, fiel hasta la soledad de la muerte» (Pedro Casaldáliga, p.96). 4 Hecha suya la vida de Jesús, Pedro entra en todo y a todos con su misma libertad Si Pedro Casaldáliga tomaba parte en todo ámbito y problema humano, era porque debía colaborar a resolverlo con la sabiduría y fuerza liberadoras del Nazareno. Su caminar en este planeta tierra, iba a estar señalado por las palabras y acciones de cada lugar y momento, siempre al estilo de Jesús para lograr esa gran familia de hermanos e hijos de Dios. El desafío es permanente en un mundo donde todos tratamos de abrirnos camino buscando que se nos reconozca y se nos reserve un puesto en la sociedad. Nadie viene a este mundo por sí mismo ni para sí solo. Somos dependientes y desde esa dependencia nacemos, nos necesitamos y nos relacionamos y nos aceptamos. La aceptación supone que somos portadores de una misma naturaleza, que somos capaces de conocerla y cuidarla en nosotros mismos y en los demás, secundando la norma universal de “Tratar a los demás como nosotros queremos que nos traten”. La vida de todos es tan digna como la nuestra, sujeto de unos mismos derechos y obligaciones. Por tanto, se sea varón o mujer, joven o viejo, blanco negro, europeo, americano o asiático, trabajador de una u otra profesión, constituimos una comunidad humana universal, que descarta cualquier tipo de exclusión o discriminación. Todos somos ciudadanos, con la dignidad y derechos que nos son propios, siendo creyentes o ateos. Pero, lo que en modo alguno se puede admitir es la pretensión de quienes, idólatras del dios dinero, se dedican a sacrificar en su altar, miles y millones de vidas para superar la frustración de su egoísmo y codicia y la desesperación de su malograda vida. 5 Algunos hechos relevantes del vivir “libre y pobre –pobre y libre” de Pedro Creo interpelante recordar ahora algunos hechos en los que Pedro manifiestó de maneras relevante su libertad profética: -La innovación ritual y programática de su Consagración episcopal - El no ir a Roma para hacer la visita “ad limina” -La acogida del equipo expulsado de la Congregación claretiana -Su viaje a Nicaragua para apoyar la Revolución Sandinista. A)- Inusual la celebración de su Consagración episcopal Pedro Casaldáliga llegó ilusionado al Matto Grosso, consciente de que llegaba a un lugar donde le tocaría mostrar la fuerza liberadora del proyecto de Jesús. Llegó en 1968 y a los cuatro meses, se propuso visitar y conocer el lugar y condiciones de vida de la gente entre quienes iba a realizar su misión. Pasaron casi tres años y ya tenía en su mano el mapa de lo que pronto iba a ser su Prelatura: un territorio de 150.000 km., 1/3 de España, con fincas de hasta 700.000 hectáreas. Le quisieron nombrar obispo y él se negaba, pero muchos amigos le obligaron a que aceptara para poder trabajar más y mejor para el bien de todos. En pocos días, logró tener a punto el Documento “Una Iglesia en conflicto con el latifundio y la marginación social”. Y sobrevino lo que acaso nadie esperaba: la alarma, el escándalo y la persecución. Gobierno, Policía y hasta el mismo Nuncio le pideron que no lo publicara en el extranjero. Pedro acababa de dar puntilla a la complicidad histórica de una Iglesia con los poderosos de este mundo. Hasta cinco veces estuvo a punto de ser expulsado del país. Pero el Papa Pablo VI lo defendió: “Tocar a Pedro es tocar al Papa”. Y se evitó la expulsión. En su consagración episcopal, Pedro Casaldáliga dejo bien plasmado su programa pastoral, expresado en una celebración que sobrepasó todo ritualismo tradicional. Poéticamente anunciaba: Tu MITRA será un sombrero de paja; el sol y la luna; la lluvia y el sereno; el pisar de los pobres con quien caminas y el pisar glorioso del Señor. Tu BÁCULO será la verdad del Evangelio y la confianza del pueblo en ti. Tu ANILLO será la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra. Tu ESCUDO la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios. Tus GUANTES el servicio del amor. B) Negación de ir a Roma para realizar la “Visita ad limina” Pedro consecuente consigo y la tarea eclesial que le correspondía, decidió no hacer la “Visita ad limina” para ver al Papa, que los obispos tienen que hacer por prescripción canónica cada cinco años. Él lo explicó: tales visitas no cumplen con su objetivo de informar al Papa sobre los problemas de cada diócesis, se reducen a un despliegue de ceremonias más o menos ostentosas. Y añadía además: Yo soy un pobre y los pobres no viajan. Pedro cumplió su palabra, jamás viajo a España, ni siquiera cuando murió su madre, (cuya noticia yo le trasmití). Lógicamente, de Roma le llamaron la atención, le enviaron un delegado y él admitió que si el Papa lo deseaba, él lo haría sin demora. Luego resulta que tardaron más de dos años en recibirlo. Y sabiendo la repercusión que iba a tener, determinaron que la difusión fuera nula o lo menos posible, que llevara sotana, y se abstuviera de hacer declaraciones públicas. Pedro se había hecho preceder con una carta al Papa, donde ponía en acción su corresponsabilidad episcopal, mencionándole una serie de puntos que debía acometer para transformar la Iglesia y hacerla fiel seguidora de Jesús. Tuvo también una sesión en que los cardenales Gantin y Ratzinger lo sometieron a examen. Casaldáliga contestó con serenidad y gran lucidez. Posteriormente, con una dureza ajena a este encuentro, oficiales de la Curia mandaron a Casaldáliga un documento de unos 10 puntos controvertidos, para que los firmase. Casaldáliga los rechazó argumentando que no era eso lo que él y el Papa (incluidos los dos cardenales) habían acordado. Y la cosa terminó ahí, sin más instigación. C) Pedro Casaldáliga, sin dudarlo acogió al equipo claretiano expulsado de la Congregación Muchos teólogos hubieron de afrontar represión y censura debido a la involución instaurada por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Yo formaba comunidad claretiana con otros cinco compañeros más, creada expresamente por nuestros superiores para enseñar, difundir y asegurar la renovación del concilio Vaticano II. Publiqué por entonces el libro “Nueva Ética Sexual” que, tras unos años de pacífica circulación, fue sometido a examen por Roma, dictando después de largo proceso, sentencia de prohibición del libro y del autor. Los cinco compañeros se solidarizaron conmigo y asumimos juntos la decisión de no tolerar la disolución de la comunidad. Al no aceptar dicha disolución, tuvimos que emprender una serie de recursos que anulara la orden dada. La decisión, tomada en última y máxima instancia, nos expulsaba de la Congregación. Esto suponía que seguíamos siendo sacerdotes, pero teníamos que buscar un obispo benévolo que nos acogiera. Dentro de España vimos que no era nada fácil que un obispo acogiera a un grupo de seis, en tales circunstancias. Y, dado que con Pedro, además de claretiano, teníamos intensa y convergente relación, procedimos a exponerle con tiempo si nos acogía en su Prelatura, llegado el caso. Producida la sentencia, teníamos asegurada ya su respuesta, que me comunicó en persona cuando lo visité. Fueron éstas sus palabras: “Mira, Benjamín, por el amor que os tengo, contad incondicionalmente conmigo hasta la muerte. Soy vuestro obispo”. Y, desde entonces, se incrementó y reforzó la red inmensa de amigos y colaboradores que, en España sobre todo, habíamos construido. Éramos, en palabras suyas, “La trinchera teológica de la Prelaturas en el Primer Mundo”. D) Su solidario e incondicional apoyo a la revolución sandinista AL igual que en los anteriores puntos, tengo ser breve. Pedro, no viajaba ni salía del Brasil según tenía decidido, pero viajar a Nicaragua era una prueba de su libertad profética. No le eran favorables los aires de la política internacional, del superconservador Papa polaco Juan Pablo II, ni por supuesto la posición de los obispos de Nicaragua. Pero, Pedro, en conciencia y en fidelidad al Evangelio, tenía que hacerse presente para apoyar la revolución sandinista, -revolución la más “pura” de la historia-, también la primera que se hacía con la Iglesia y no contra la Iglesia, y así poder ejercer en medio de ella la pastoral de la Frontera y de la Consolación. Vivo e interpelante es el libro que escribió “Nicaragua combate y profecía”. Lo dedica a todo el pueblo nica: “Digo en voz alta lo que en conciencia no podía dejar de decir. Y a cuantos creen en el Dios de la Vida y de la Liberación les pido que oren también -además de actuar- para que el Reino siga aconteciendo en Nicaragua”. “Una reciente señal de la envergadura del fenómeno nicaragüense es que su sola y estimulante presencia ha motivado a salir de Brasil por primera vez en 18 años, al obispo y poeta Pedro Casaldáliga, quien ejerce una incansable labor evangelizadora. Durante dos meses se integra a una tierra que se puebla de hombres y mujeres que, aun discrepando sobre el cielo, coinciden sobre el suelo y sin violencia ni mayores desgarramientos convierten aquella tierra de nadie en tierra de todos” (Mario Benedetti). “Pedro Casaldáliga prolonga la estirpe de ciertos padres de nuestra fe latinoamericana. Igual que aquellos en su tiempo, también Pedro en el nuestro es incomprendido, mal visto, obligado a justificarse ante las más altas esferas de la Iglesia. Y en el caso de que Nicaragua sea invadida –ha prometido Pedro- volverá a ella , para consolar y estar en la frontera , para dar vida s sus hermanos , como Dios manda” (Leonardo Boff). 6) El lema de Pedro: ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre. “Mi lema, escribe Pedro, fue: ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre”. En el sistema eclesiástico, la libertad brilla por su ausencia. Educa para la obediencia, no para la libertad. Quizás por eso, Pedro deja escrito: “Si me bautizas otra vez, un día…; di a Dios y al mundo, que me has puesto el nombre de Pedro-Libertad”. Pedro es un hombre libre ante las instituciones, sean políticas o religiosas; libre ante las personas, los grupos y las ideologías; es la palabra libre, el gesto en rebeldía, la osadía que bebe en la fuente del Espíritu, que es viento y fuego y revienta estructuras y cadenas. Es difícil manipular a Pedro. Él es él, y porque es él antes que todo, su relación con las cosas y con las personas es de extremo respeto, delicadeza y libertad. Trata a todos y a todas exactamente igual, se entrega entero en cada encuentro y quien se relaciona con él sale convencido de que fue tratado como alguien muy especial y único. Si Pedro es libre es porque a la vez es pobre. Lo tiene muy claro: la actitud ante los pobres define la actitud ante Dios. Encontrarse con el pobre es encontrarse con Dios. Por tanto, quien no toma en serio al pobre, no puede encontrarse con Dios: “Quien cree en Dios, debe creer en la dignidad del hombre. Quien ama al Padre, debe servir a los hermanos. El Evangelio es un fuego que le quema a uno la tranquilidad. No se puede ser cristiano y soportar la justicia con la boca callada. Jesús dice en el Evangelio que El nos juzgará el último día por lo que hayamos hecho con nuestros hermanos más pobres y pequeños”. “Si vivir es convivir, todos y todas debemos ser reconocidos como personas en la radical dignidad de la raza humana. La más esencial tarea de la Humanidad es humanizarse-. Humanizar la Humanidad es la misión de todos, de todas, de cada uno y de cada una de nosotros. La ciencia, la técnica, el progreso solamente son dignos de nuestros pensamientos y de nuestras manos, si nos humanizan más. Y esto nos compromete a transformar el mundo juntos. El pequeño mundo del propio corazón, del propio hogar, de la vecindad y de el gran mundo de la política y de la economía y de las instituciones. Otra ONU es posible, y necesaria. La paz y el diálogo son necesarios entre las religiones para que haya paz en el mundo. Un diálogo generador de humanidad. Es hora, pues, de creer en plural unidad en el Dios de la vida y del amor y de practicar la religión como justicia, servicio y compañía. Un Dios que separa la humanidad es un ídolo mortífero”. Su radicalidad por la pobreza y libertad, la tiene escrita Pedro en estos versos: No tener nada. No llevar nada. No poder nada. No pedir nada. Y, de pasada, no matar nada; no callar nada. Solamente el Evangelio, como una faca afilada, y el llanto y la risa en la mirada, y la mano extendida y apretada, y la vida, a caballo, dada. Y este sol, y estos ríos, y esta tierra comprada, para testigos de la revolución ya estallada. ¡Y mais nada! El epitafio de Don Pedro Casaldàliga Su radicalidad le ha llevado a decir: “El teólogo Karl Rhaner escribía: En el siglo XXI un cristiano, o será místico o no será cristiano. Que conste que yo considero a Rhaner como el mayor teólogo del siglo XX. Sin embargo, creo, con la más estremecida convicción evangélica, que hoy, ya en el siglo XXI, un cristiano o cristiana, o es pobre y/o aliado o aliada visceralmente de los pobres, o no es cristiano, no es cristiana. Ninguna de las famosas notas de la Iglesia se mantiene en pie si se olvida esta nota fundamental, la más evangélica de todas: la opción por los pobres”. Pedro siendo distante, extranjero y prójimo se hace hermano universal. “Cuando los tiempos actuales perturbados hubieren pasado, cuando las desconfianzas y mezquindades hubieren sido engullidos por lo vorágine del tiempo, cuando miremos para atrás y consideremos los últimos decenios del siglo XX y los comienzos del siglo XXI, identificaremos una estrella en el cielo de nuestra fe, rutilante, después de haber parado nubes, soportando oscuridades y venciendo tempestades: es la figura simple, pobre, humilde, espiritual y santa de un obispo que, extranjero, se hace compatriota, distante se hace prójimo y prójimo se hace hermano de todos, hermano universal: Don Pedro Casaldáliga” (Leonardo Boff, p. 103). Entendida en su literalidad, la expresión “dichosa tú, que has creído” no se sostiene, porque la dicha o la felicidad no puede apoyarse en una creencia. La creencia, en cuanto constructo mental, únicamente puede ofrecer una sensación de seguridad mientras la persona mantiene su adhesión a ella. Pero, en sí misma, carece de consistencia.
Eso mismo ocurre cuando pensamos que la felicidad es “algo” a conseguir. La convertimos así en un objeto, sin caer en la cuenta de que todo objeto es, por definición, impermanente y, por tanto, incapaz de otorgar dicha o felicidad estable. La felicidad no nos viene de fuera ni nos espera en el futuro. Tampoco se halla en “algo” que deberíamos alcanzar. La felicidad es una con lo que somos, es otro nombre de nuestra identidad profunda, por lo que trasciende toda circunstancia que nos pueda ocurrir. Al escribir esto, me vienen a la memoria las palabras de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”. O aquellas otras de Ramana Maharshi: “Usted es ignorante de su estado de plena felicidad”. Ya somos felicidad. El problema es que nos identificamos con lo que no somos y, en esa misma medida, nos alejamos de la felicidad y, a continuación, la objetivamos en “algo” y la proyectamos “fuera”. Pero la felicidad no es un “estado de ánimo” -que puede variar-, sino un “estado de ser”, que nace justamente de la comprensión profunda y que es capaz de abrazar todos los estados de ánimo. De manera inmediata, nuestra mente coloca etiquetas sobre aquello que supuestamente nos haría felices y aquello otro que supuestamente nos arrebataría la felicidad. Ante esto, la pregunta decisiva es: ¿Estamos dispuestos a incluir todo tipo de situaciones dentro de la felicidad?… ¿Estamos verdaderamente dispuestos a ser felices en cualquier situación… o queremos “salirnos con la nuestra”? Eso requiere ser honestos. Al llevar la honestidad al mundo de nuestras imágenes mentales acerca de la felicidad, nos damos cuenta de que rechazamos la felicidad constantemente. Rechazamos la felicidad cada vez que el presente no se parece a nuestra imagen feliz. ¿Cómo vamos a ser felices si renunciamos a ella constantemente? Dicho de modo más simple: el mayor obstáculo para ser felices no es otro que la imagen mental que tenemos de la felicidad. La felicidad -no podía ser de otro modo- nace de la comprensión experiencial de lo que somos. La ignorancia introduce en la confusión y en el sufrimiento; la comprensión ilumina y nos hace reconocernos en “casa”, sea lo que sea lo que ocurra. Sin duda, solo quien comprende es feliz. Tenía razón Sócrates al afirmar que “solo hay una virtud: la sabiduría [o comprensión]; y solo hay un único vicio: la ignorancia” ¿Qué es, para mí, la felicidad? ¿Dónde la pongo o la busco? Me ocurrió ayer. Murió un señor y celebré la eucaristía. Me acordé del documento de Roma donde se insiste en no hacer alabanzas al difunto, ni que se convierta la homilía en una loa al muerto.
Pero sí me di cuenta de que se puede usar la vida del difunto (su trabajo, sus costumbres, sus cualidades…) como trampolín para transmitir el mensaje cristiano desde ahí. Mira, se trataba de un señor que se había dedicado a vender y sobre todo, a instalar cortinas por las habitaciones. Y hete aquí que el evangelio del día nos decía “Te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla”. Jesús es quien ha corrido la cortina, quien nos ha revelado al Padre. Se trata de aprender a correr las cortinas de la fe para descubrir a Dios a través del mensaje de Jesús. Por eso ha sido una misión tan bonita el trabajo de este señor que ha montado cortinas para no ver lo negativo, los fallos de los demás, y a cambio ha aprendido a descorrer las bondades de Dios. Por pedagogía, para captar la atención, conviene partir de hechos de vida, con virtudes o con fallos y a poder ser con algo visual en las manos o delante de nuestros ojos. Una cualidad, un hecho, una profesión nos da lugar para hacer una lectura creyente y descubrir el Mensaje de Jesús a través de él. Lo importante es saber leer el evangelio y la vida a la par. Siempre he pensado que podríamos leer a la par el periódico y el evangelio. Es cuestión de leer, de profundizar, de dejar que Jesús nos hable a través de esos hechos. Por supuesto que no se trata de hacer un panegírico del difunto, porque cada uno tenemos nuestros fallos y virtudes. Pero Dios se ha manifestado y se manifiesta de mil formas en la vida de cada uno y es cuestión de, aunque sea con retraso, releer los signos de Dios en cada vida humana. Lo importante en el funeral es celebrar la resurrección de nuestr@ herman@ en Jesús vivo y resucitado Resucitado que ya ha ido viviendo en pequeñas dosis a lo largo de su vida. Poniendo cortinas, sin duda la vida ha sido un ensayo de la eternidad. Jesús de Nazaret dedicó su vida a correr las cortinas de la vida y manifestar el Amor del Padre a todas las personas. “Te doy gracias Padre, porque has manifestado estas cosas y se las has revelado a la gente sencilla”. No se trata de alabarlas cualidades del difunto y canonizarlo, sino de hacer una lectura creyente de su vida, su trabajo, sus aficiones, sus cualidades. Y dar gracias por ello al Padre. El evangelio de hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno el camino de su ego.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no carne física separada. Para un judío, la idea de comer la carne de otro era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro. Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús no suaviza su propuesta, la hace aún más dura. Si era inaceptable el comer la carne, para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable para seguirle que coman su carne y beban su sangre. Juan insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía y de su misma vida. En este capítulo se habla de sarx “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Nosotros confundimos los dos términos, pero para los judíos eran cosas muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás. Al entender “cuerpo” como la parte física, hemos tergiversado la comprensión de la eucaristía. Para ser fieles al relato evangélico, tendríamos que traducir: “esto en mi persona, esto soy yo”. Sin olvidar, que lo esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de eso, Jesús queda identificado con ese pan, que se parte y reparte. Al hablar de “carne”, Juan está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte mas terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. Tenemos que imitar lo que él es en la carne pero gracias al Espíritu. Está pensando en el significado más profundo de la encarnación, a la que Juan da tanta importancia. Cuerpo y sangre son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. Cuando la sangre se escapa, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos y no de una realidad concreta está unas líneas más abajo: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”. El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo así haremos nuestra la Vida de Dios. Lo que Jesús les dice es precisamente lo que hiere su sensibilidad. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA de Dios. Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne... tiene vida definitiva. Si no coméis la carne... no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, descubriremos lo que significa: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan una Vida que no es la biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos y sigue siendo inaceptable para nosotros. A continuación lo explica un poco mejor. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”, pero olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”. De nosotros depende hacernos como Jesús pan partido para dejar que nos coman. Acostumbramos a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritual no hay automatismo. Como a mí me envió el Padre que vive y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia al Padre. El designio de Dios es comunicar Vida a Jesús y a nosotros. La actitud del que se adhiere a Jesús debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicarla a los demás. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre somos uno”, está diciendo cuál es la meta de todo ser humano: Esa identificación con Dios. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que no acababan de aceptar el significado de Jesús. Al evangelista, lo que le interesa es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná. La eucaristía, el discurso del pan de vida y el lavatorio de los pies, están conectados, pero cada uno tiene un matiz diferente que ayuda a entender la realidad a la que hacen referencia. La eucaristía resalta el aspecto de entregarse a los demás. El discurso del pan de vida acentúa la necesidad de descubrir ese alimento en la carne, en lo perceptible de Jesús. En el lavatorio de los pies se resalta el aspecto de servicio a los demás. Lavar los pies era una tarea de esclavos. La diaconía es la clave para entender la nueva comunidad. Meditación Una misma Vida atraviesa a Dios, a Jesús y a todo ser humano. No son vidas distintas que se suceden, sino la misma y única VIDA Nuestra tarea es nacer a esa Vida que se nos ofrece gratuitamente. Para ello tengo que morir al egoísmo y a la individualidad. No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental que tenemos sobre María se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica que hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy importantes para nosotros, pero no debemos confundirlas.
De María real, con garantías de historicidad, no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los doce primeros años de su vida. El padre en aquel tiempo se desentendía totalmente de los niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo. De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender, existirán los mitos. En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divinidad. Hay aspectos de Dios que, solo a través de las categorías femeninas, podemos expresar. Claro que llamar a Dios Padre o Madre son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados en una de las categorías masculinas o femeninas. El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad. La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios que la sociedad le estaba arrebatando. Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús ni María ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubiera entendido nada de esa definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en el misterio de toda vida humana. A todos nos preocupa cuál será la meta de nuestra existencia. Se trata de la aplicación a María de toda una filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones piadosas. Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar hasta descubrir en lo hondo de todo ser, la unidad, la verdad y la bondad. Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad. Esa REALIDAD está en el origen de todo y está escondida en todo. En el momento que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una, verdadera y buena. Es decir que la meta de todo ser se identificará con el origen de toda realidad. La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad hacia la que tiende es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir) dice la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también el mismo Dios. Lo que queremos expresar en esta fiesta, es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente también en el cuerpo, a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa. El dogma es un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total. Esa plenitud consiste en una identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Esa meta es la misma para todos. “Cielos” significa lo divino. Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados al cielo pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han abandonado esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. Concebir el más allá como continuación del más acá nos ha metido en un callejón sin salida; y muchos se encuentran muy a gusto en él. Cuando hablamos de Jesús y de María, debemos hacer una distinción. Por ser seres humanos históricos y reales, sí podemos hablar de ellos con propiedad desde la perspectiva terrena. Pero cuando tratamos de expresar lo divino que hay en ellos, nos encontramos con el mismo problema de Dios. No podemos hablar de esa conexión con lo divino si no es por medio de metáforas y signos. Misa vespertina de la vigilia
Para que una verdad sea proclamada dogma por la Iglesia católica es preciso que tenga un fundamento bíblico. En el caso de la Asunción de la Virgen es casi misión imposible, porque ningún texto del Nuevo Testamento cuenta su muerte ni su asunción. Sin embargo, con buena voluntad se encuentra un mensaje muy actual en las lecturas, especialmente en esta época de pandemia. Me limito a las de la misa de la vigilia, que me resultan más sugerentes. El premio merecido de María (Lucas 11,27-28) El dicho popular: «Bendita sea la madre que te parió» tiene en el ambiente de Jesús una formulación más completa: «Bendito sea el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». Nuestro dicho se limita al momento del parto; el que le dirige a Jesús una mujer desconocida tiene en cuenta los meses de gestación y los años de crianza. Es todo el cuerpo de la madre, vientre y pechos, lo que recibe la bendición. Y esta es la relación con la fiesta: el cuerpo y alma de María, tan estrechamente unidos a Jesús, debían ser glorificados, igual que él. Si echamos la vista atrás, la vida de María no fue un camino de rosas. El anciano Simeón le anunció que una espada le traspasaría el alma. Y el primero en clavársela fue su propio hijo, que a los doce años se quedó en Jerusalén sin decirles nada. «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?». «Porque tengo que estar en las cosas de mi Padre». Y eso supondrá para María un sufrimiento continuo desde que comienza la actividad pública de Jesús. Oír que a su hijo lo acusaban de endemoniado, de comilón y borracho, de amigo de ladrones y prostitutas, de blasfemo… para terminar muriendo de la manera más infame. El cuerpo y el alma de María merecían una compensación. Esa glorificación es lo que celebramos hoy. El premio inmerecido de todos nosotros (1 Corintios 15,54-57) El destino de María es válido para todos nosotros, aunque por motivos muy distintos. Pablo alude al primer pecado: la ley de no comer del árbol de la vida provocó el pecado y, como consecuencia, la muerte. Pero de todo ello nos ha liberado Jesucristo, y la última palabra no la tiene la muerte sino la inmortalidad. En esta larga etapa de pandemia, donde la muerte se ha hecho tan cercana y tantos cuerpos han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias de la enfermedad, la fiesta de la asunción nos anima y consuela sabiendo que «esto corruptible se revestirá de incorrupción, y esto mortal de inmoralidad». Un complemento poético (1 Crónicas 15,3-4.15-16; 16,1-2) La misa de una solemnidad debe tener tres lecturas, la primera del Antiguo Testamento. Recordando que en las letanías se invoca a María como Arca de la alianza (Foederis arca), se pensó que el texto más adecuado para esta fiesta era el que describe la entrada del arca de la alianza en Jerusalén (el templo todavía no estaba construido). De la misma forma solemne y alegre entraría María en el cielo. Celebrar hoy a María que es llevada al encuentro definitivo con Dios nos compromete a vivir, como ella, esos otros encuentros transformadores en los que compartimos y cantamos la vida que Dios nos regala.
Este domingo celebramos la fiesta de la Asunción de María. Lo normal es que acudan a nuestra mente las muchas imágenes que hemos visto de María, mirando a lo alto, con las manos juntas, rodeada de ángeles, sobre nubes que indican cómo es elevada al cielo. Es realmente una fiesta que nos habla del triunfo y la santidad de María, pero que apenas nos dice nada, si nos quedamos en las imágenes, porque nuestra propia experiencia tiene poco que ver con ellas. Pero, como tantas veces, el evangelio de hoy nos saca de estas imágenes que nosotros mismos nos hacemos y nos presenta a María con los pies en la tierra. Viviendo salidas y encuentros que sí pueden parecerse a los nuestros. Vamos a intentar acoger toda la riqueza de este texto, precioso y claro, ayudándonos de dos imágenes que nos presenta: 1. El encuentro de dos mujeres embarazadas Según Lucas, María acaba de recibir la noticia de que ha sido elegida para ser madre del Mesías, del Hijo de Dios, y lo que hace es “ponerse en camino” y añade el texto “con prontitud”, aunque también puede traducirse con diligencia, con empeño, con cuidado… Como una decisión que brota de su nueva condición de madre, de sentir que en sus entrañas crece la nueva vida que viene de Dios. Dios ha salido a su encuentro y ella va al encuentro de Isabel, una mujer también embarazada. Dos embarazos que se nos invita a contemplar a la luz de la fe, porque se realizan en circunstancias que humanamente son imposibles. En el caso de María porque “no conoce varón” y en de Isabel porque es anciana, “ha concebido en la vejez”. Y es que la vida que nace de Dios, nos dice el evangelio, rompe todas las normas, supera nuestros cálculos, nos sorprende irrumpiendo con fuerza allí donde nosotros no vemos posibilidades. Esta experiencia de que para Dios “nada hay imposible”, de que Él sale al encuentro y hace surgir vida en dos mujeres sencillas, como entre tantos pobres y humildes, es una experiencia de las primeras comunidades cristianas, pobres, pequeñas y perseguidas. ¿No puede ser hoy la nuestra? ¿No se sienten nuestras comunidades a veces como Isabel, demasiado mayores y cansadas para algo nuevo, o demasiado solas y llenas de dificultades para ello? Dos mujeres embarazadas, que se encuentran, ¿de qué hablan? Sin duda de sus hijos, de su alegría, del futuro… En este caso nos dice el evangelio que la alegría es desbordante y contagiosa, tan honda que “el niño salta de gozo en sus entrañas” y se llena del Espíritu de Dios. Y desde este Espíritu hablan de un futuro que las transciende, que no es solo el futuro de sus hijos, es el futuro de todo el pueblo, de toda la humanidad. La hondura de gozo y de fe hace que este encuentro adquiera otra dimensión, del encuentro de dos mujeres pasa a ser el encuentro definitivo y permanente de Dios y nuestro mundo, su mundo. 2. Una mujer que se pone a cantar a Dios y al mundo nuevo que Él hace posible Esta es la segunda imagen, María consciente de lo que está viviendo prorrumpe en un cantico que expresa una de las imágenes de Dios más rotundas y esperanzadoras del Nuevo Testamento. Es importante considerar cómo Lucas pone en boca de María este canto que conocemos como el Magníficat. No vamos a entrar en su origen, ni a tratar de desentrañar las imágenes del AT que evoca… Vamos a dejar que nos toque el corazón desde su sencillez y frescura, a la vez que desde su hondura y tremendas afirmaciones. María expresa su conciencia maravillada de la acción de Dios en ella, más allá de su pequeña realidad o precisamente por ella. Descubre que Dios es grande porque actúa en su sierva pobre y sin méritos. Y afirma con contundencia que es a ella, humilde mujer nazarena, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada. No solo a su hijo ni a su Dios. Y esta experiencia de que Dios hace maravillas en ella, es la razón por la que afirma que Dios es misericordioso y que esta misericordia realizada en ella, se extiende, de generación en generación, sobre los que le temen, sobre los que le toman en serio, sobre los que creen en él y le aman. Su experiencia personal, es la que le hace descubrir cómo actúa Dios en el mundo y como está dispuesto a hacer nuevo nuestro futuro, con acciones desestabilizadoras a favor de los pequeños, de los necesitados: “Dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos y ensalza a los humildes. Llena de bienes a los hambrientos y despide vacios a los ricos” Esta es la promesa de Dios para con su pueblo, la promesa que hace cantar de gozo a María. Esta es la promesa que Dios nos hace hoy a nosotros, que hace a nuestra Iglesia y a nuestro mudo. Aclamar y celebrar hoy a María que es llevada al encuentro definitivo con Dios nos compromete a vivir, como ella, esos otros encuentros transformadores en los que compartamos y cantemos la vida que Dios, por su misericordia, derrama en nosotros, en nuestra pobre realidad. ¿Nos animamos a ponernos en camino? ¡Feliz domingo! ¡Feliz día de la Asunción de María! Un viaje profundo al interior de nosotros mismos.
La verdad de la existencia La verdad del misterio de la vida. Un viaje precioso al interior de uno mismo. Estamos habitados, lo más profundo del ser humano es Dios. Dios nos inhabita incluso en situaciones de grave anomalía o de grave pecado Dios es lo más profundo de nosotros mismos, lo más profundo es que estamos habitados. El ser humano es una belleza de Dios y no solamente ha sido Creado, sino que ha sido criado y nos cría cada día. Cada ser humano es un retrato sacado al vivo de Jesús, muerto y resucitado. De ahí deriva su dignidad. La dignidad es que estamos habitados, que vivimos en la superficie, vivimos en la periferia de nosotros mismos y no sabes que lo más importante de tu vida, está dentro de ti y que lo único que tienes que hacer es atreverte a hacer un viaje precioso al interior de ti mismo y ahí descubrir que el ser humano es sagrado, porque es imagen de Dios, retrato de Jesús y nadie puede violar, ni entrar en la conciencia del otro sin su autorización. |
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