La primera lectura y el evangelio nos hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús). Pero comencemos recordando lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm.
Desarrollo del pasaje Es complicado porque mezcla diversos temas. 1. Objeción de los judíos: ¿Cómo puede este haber bajado del cielo? 2. Respuesta de Jesús: si creyerais en mí, lo entenderíais. - Pero solo cree en mí aquel a quien el Padre atrae. - Mejor dicho: Dios enseña a todos, pero no todos quieren aprender. - Atención: El que Dios enseñe a todos no significa que lo veamos. 3. Jesús y el maná: el pan que da la vida y el pan que no la garantiza. 4. Final sorprendente: el pan es mi carne. Exposición del contenido El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la reacción de los judíos ante esta afirmación. ¿Cómo puede haber bajado del cielo uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y a su madre? Jesús no responde directamente a esta pregunta. Ataca el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios: solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después se añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el que acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del cielo. Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús. La idea de que Dios instruye a todos cabe interpretarla como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que pueden ver. No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús. Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una afirmación más escandalosa aún: «el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». La reacción de los judíos no se hace esperar: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». La solución, el próximo domingo. Tres notas al evangelio 1. El auditorio cambia. Ya no se trata de los galileos que presenciaron el milagro, sino de los judíos. En el cuarto evangelio, los judíos representan generalmente a las autoridades que se oponen a Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su madre») no encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que no estamos ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta fidelidad, sino de una elaboración polémica. 2. El tema de la fe interrumpe lo relativo a Jesús como pan bajado del cielo, pero es fundamental. Solo quien cree en Jesús puede aceptar eso. Lo curioso, en este caso, es cómo se llega a la fe: por acción del Padre, que nos lleva a Jesús. Normalmente pensamos lo contrario: es Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo soy el camino… nadie puede ir al Padre sino por mí». Aquí se advierte, como en todo el evangelio de Juan, la acción recíproca del Padre y de Jesús. 3. Tras este inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su pan. En la primera parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían; su pan da la vida eterna. El pan de Elías (1ª lectura: 1 Reyes 19,4-8). El siglo IX a.C. fue de profunda crisis religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel, muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios, al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés. Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha elegido para este domingo. Tres clases de panes Las lecturas de hoy sugieren una reflexión. Antes de la reforma de Pío X, la comunión no era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la semana; normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de Elías, que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos largo de tiempo. Con la reforma de Pío X, a comienzos del siglo XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. (Recuerdo de joven, en la iglesia de los franciscanos de Cádiz, la gran cantidad de gente que iba a comulgar en un altar lateral mientras en el altar mayor se decía una misa que muy pocos seguían). Es como el maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene repetirlo al siguiente. El evangelio de Juan nos hace caer en la cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la fe y de la acción del Padre. Una anécdota Cuenta san Ignacio de Loyola en su Autobiografía (§ 96) que «estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo». Una experiencia que encaja perfectamente con el evangelio de hoy y nos invita a pedir lo mismo. La vida eterna en la vida diaria (2ª lectura: Efesios 4,30-5,2) Se cuenta en el libro del Éxodo que, en la noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel y las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al castigar a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia. El autor de la carta a los Efesios recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo.
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“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”.
A oídos de los contemporáneos de Jesús, esta expresión debía sonar radical y contundente. Para un judío el “pan del cielo” evocaba, sin duda, la dura experiencia de huida y éxodo del pueblo por el desierto después de haber sido esclavos en Egipto (Ex 16,1ss). En aquellos largos años, como le sucedió también a Elías (1Re 19,4-8), el pueblo fue alimentado por un pan que bajó del cielo y apareció como don para que pudieran recobrar las fuerzas y no morir. En ambas experiencias la situación era similar: la de haber llegado hasta la extenuación, hasta ese pequeño hilo que separa la vida de la muerte. Seguramente sólo quien lo experimenta puede saber lo que, en esas circunstancias, supone un trozo de pan. Un pequeño elemento que devuelve la vida, que repara las fuerzas y sosiega el desánimo, que recupera la esperanza perdida y alimenta la capacidad para seguir caminando. Para Elías supuso la posibilidad de caminar cuarenta días y cuarenta noches… para el pueblo huido de Egipto, cuarenta años. Toda una vida. Pero Jesús dice que su pan es aún mucho más que eso. “Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron”. “El que coma de este pan vivirá para siempre”. Jesús se ofrece como pan de vida eterna, como el alimento que sobrepasa todo lo imaginado y esperado. El pan es signo de vida. Lo es también de mesa compartida, de solidaridad entre quienes lo dividen, de conversación, de comunión, de trabajo, proceso y esfuerzo. El pan se come a diario y aunque todos lo valoramos, lo aprecia mejor quien deja en él su sudor y dedicación. Jesús, al hacerse pan, acoge todo esto en sí y se nos da como alimento que no sólo repara las fuerzas sino que redime y salva. Porque en su pan hallamos mucho más: vida entregada hasta el extremo, amor infinito que humaniza y hermana, que nos acerca a Dios y nos aproxima al otro, que nos ofrece camino y dirección, sentido y alegría. Al saber que los judíos le criticaban por haber dicho esto -como murmuró el pueblo en el desierto contra Moisés y Aarón y contra el mismo Dios (Nm 14,2.28; Ex 16,8)- Jesús les exhorta: “no critiquéis, no murmuréis entre vosotros”. Así como Israel comió el maná y se alimentó mediante la adhesión a la Ley, ahora Jesús convoca a aceptar la nueva revelación de Dios en Él, en su amor entregado, en el cuerpo partido y repartido del Hijo amado. Una interpelación que hoy nos llega a nosotros: “no critiquéis, no desconfiéis, no os alejéis de mi propuesta de vida. Yo me hago pan para daros vida eterna. Acogedme, comedme y sed uno en mí. Haceos vosotros también pan, descended y sed alimento los unos para los otros”. Celebrando un día más la Eucaristía, suplicamos que todo esto se realice en nosotros, haciéndonos eco del bello poema de Pedro Casaldáliga, cmf: Mis manos, esas manos y Tus manos hacemos este Gesto, compartida la mesa y el destino, como hermanos. Las vidas en Tu muerte y en tu vida. Unidos en el pan los muchos granos iremos aprendiendo a ser la unida Ciudad de dios, Ciudad de los humanos. Comiéndote sabremos ser comida. El vino de sus venas nos provoca. El pan que ellos no tienen nos convoca a ser contigo el pan de cada día. Llamados por la luz de Tu memoria, marchamos hacia el Reino haciendo Historia, fraterna y subversiva Eucaristía. Hacer la fiesta más segura es en primer lugar elevar la fiesta. El contexto propicia actitudes. Pretendemos dejar la fiesta donde estaba, dentro de la caja de ensordecedores ruidos, en medio del desenfreno etílico y a la vez que nadie se propase. Se puede intentar, pero no deja de ser una muy arriesgada apuesta. Es llegada la hora de considerar que el fomento por ejemplo de determinadas músicas puede representar el aliento de determinadas pasiones.
Medicina preventiva también en la cuestión de los abusos. Nuestro mundo ha de ser elevado y es así como la mujer recuperará su lugar sagrado. En poco tiempo he participado en dos inolvidables veladas, noches entrañable tratando de impedir que el sueño cerrara los párpados. Expongo los ejemplos con la sola finalidad de reforzar el argumento. Recientemente estuve en Zaragoza en una “velación”, en una ceremonia espiritual de origen mexica que duró hasta el amanecer. Todavía sigo cantando esas melodías, todavía intentando que esa noche no se desvanezca en el recuerdo. Bellas alabanzas, alarde floral, luminaria que embellecía todo el espacio cargado de sagrado copal… Hasta la mirada despistada se convertía en aquel espacio en irreverente. Hasta los ojos que no fueran puro arrobamiento, desentonaban. Una mujer no podía estar más segura y tranquila que en ese lugar y eso que era sábado y estaba casi todo oscuro y eso que eran las cuatro de la madrugada. ¿Habría un lugar de la tierra donde esas mujeres que llovían pétalos, que alimentaban la llama, que portaban el agua, que cantaban con el alma y las conchas de armadillo se sintieran más libres de todo temor...? No lo creo. En Estella venimos de celebrar un festival de “mantrams” en el contexto del Foro Espiritual. Entre otros estupendos artistas, las mujeres de “Bhakti Sounds” ataviadas con su coloridos “sharis”, con sus voces angelicales nos sumergieron en un arrobamiento en el que nos hubiéramos anclado de por vida entera. ¿Habría una esfera más sublime a la que nos podían elevar? Allí no es que no cupiera un acto extralimitado, allí no podía entrar siquiera el más mínimo e impuro pensamiento. Tal era la atmósfera de otro mundo y por lo tanto el blindaje ante cualquier salida de tono. Era también sábado, era también oscuro, eran también las cuatro de la madrugada… No pretendemos condenar una cultura, sino llamar a la reconsideración de su fomento por lo menos por parte de las instituciones. Esto no es un cuento de buenos y malos, de ángeles y de demonios. Esto es sólo un ejercicio de rigor que pretende demostrar mediante ejemplos qué ambiente procura cada música y qué emociones y por lo tanto actitudes alientan. Es decir, no sólo perseguir las consecuencias, sino intentar remontar al mundo de las causas. Algo tendrá que ver la fiesta desentonada, desencajada con las consecuencias desentonadas, desencajadas. No podemos cambiar el mundo a petachos. Eludiendo actitudes inquisitoriales contraproducentes, con actitudes prudentes, respetuosas y didácticas quizás habrá que empezar a cuestionar las fiestas catárticas y alocadas, si queremos que la mujer recupere el lugar que se merece, su lugar excelso y siempre, siempre escrupulosamente respetado. La fiesta será más segura cuando ésta haga aflorar la naturaleza más elevada de nosotros/as mismos/as. Hay un rock que va acompañado de música y melodía, que invita al cuerpo a la danza creativa, al amable, libre e imparable movimiento y hay un rock que se acerca al puro ruido de metal. No alentamos un ejercicio de demonización, sino de análisis. Pocas voces relacionan el rock duro con el desatarse de nuestros más bajos instintos y sin embargo es un estudio necesario. La prevención de la violencia bien podría contemplar estas investigaciones. Es preciso explorar el daño que eventualmente pueden causar esas músicas, las regiones del más bajo astral en las que nos sumergen. Es preciso observar que con la música estamos modelando nuestro mundo, nuestras costumbres, nuestra fiesta. Será por lo tanto preciso empezar a elevar la música y con ella las celebraciones que la acompañan… La realidad emocional engendra la física. La ciencia comienza ya a avalar que el mundo astral está estrechamente vinculado con nuestras actuaciones. Cuantos más decibelios, cuanto más se aproxima la música al ruido, cuanto más estrepitosa señal alcanza nuestros oídos, más abajo nos proyectará seguramente en la astralidad. En ese estado el humano es más fácil que se convierta en títere de rastreras y desbocadas emociones. Alumbrar nueva sociedad es alumbrar nueva fiesta, bella, armónica, creativa, donde nuestras hijas, nuestras sobrinas, nietas… canten y bailen en plena seguridad, en el pleno convencimiento de que allí todo eleva, de que en medio de la luz y la sana y amigable atmósfera, no puede penetrar la más mínima oscuridad. “Así como toda planta crece de una semilla y deviene, al fin, en un roble. Así un hombre se convierte en lo que ha nacido para ser. Debería llegar allí, pero la mayoría queda atascada”, dijo el psicoanalista suizo Carl Jung en 1957. Así me sentía yo hace un año cuando partí a Chile para hacer el Curso de Otoño que dictaron el biólogo y epistemólogo Humberto Maturana y su colega Ximena Dávila: atascada. ¿Quién no se ha sentido alguna vez identificado con esta sensación? En un proyecto, un vínculo, la resolución de algún asunto importante, en la búsqueda de la vocación o el tránsito de algún duelo. El atasco puede ocurrir por ausencia de movimiento, pero la mayoría de las veces suele ser un esfuerzo aparentemente estéril. Se intenta traspasar puertas, cambiar de postura, ir de un lado a otro, pero sin éxito. Es un movimiento interior que resulta extenuante.
De las conversaciones que surgieron en el curso, hubo una que me resonó especialmente, y fue en el momento en que hablábamos de la necesidad que tienen las empresas de innovar, de cambiar, y de la dificultad que existe para alcanzar las transformaciones deseadas. Maturana puso en jaque al auditorio y explicó que lo que ocurría era que estábamos errando en la pregunta. Si de innovar se trataba, la pregunta importante no era “¿Qué tengo que cambiar?” sino “¿Qué quiero conservar?”. Solo una vez que definiéramos aquello, dijo, se activaría la posibilidad de que todo cambiara en torno a lo que se conservaba. En un momento determinado del curso, Maturana nos propuso que cada uno pensara en su propia vida y respondiera a la pregunta “¿Qué quiero conservar?”. Tamaña tarea... Podría asegurar que es infinitamente más fácil hacer un listado de las cosas que queremos cambiar de nosotros que de las que queremos conservar. Aun después de varios minutos de reflexión, yo apenas pude escribir una sola cosa: la libertad para ser capaz de vivir la vida que Dios pensó para mí, incluso a riesgo de que no coincidiera con la que yo tenía planeada. Fue una sola cosa, pero para mí fue sagrada. Un año más tarde, pude ver que vivir sostenidamente esa libertad me llevó a que mi vida cambiara de una manera que nunca habría imaginado ni podría haber previsto. Bajé 34 kilos, solté mi trabajo en una corporación para empezar a hacerlo en una fundación y me mudé de Córdoba a Buenos Aires. La paradoja es que todos estos cambios externos me reforzaron la intuición de que el tesoro nunca está en la copa, sino que se esconde en las raíces. Según Maturana, una de las claves para respondernos qué queremos conservar es preguntarnos antes “¿Dónde me duele la vida?”. Cuando pienso en las transformaciones que experimenté después de aquel curso, creo que no es menor el hecho de que el otoño pasado la vida me doliera en varios frentes. Venía de haber perdido de manera inesperada a personas muy queridas y aún estaba digiriendo la reciente separación de mis padres. Sentía que mi vida, tal cual la concebía, se derrumbaba sin que yo pudiera hacer nada para detener ese proceso. Fue un tsunami interior que podía ser tan devastador como fundante. Logré tomar dimensión del proceso de fondo de los cambios posteriores al derrumbe con las palabras del filósofo e historiador de las religiones Mircea Eliade: “En la extensión homogénea e infinita, donde no hay posibilidad de hallar demarcación alguna, en la que no se puede efectuar ninguna orientación, la hierofanía [algo sagrado que se nos muestra] revela un ‘punto fijo’ absoluto, ‘un centro’ (…) Para vivir en el mundo hay que fundarlo, y ningún mundo puede nacer en el ‘caos’ de la homogeneidad y de la relatividad del espacio profano”. En ese momento no fui consciente, pero al responder a la pregunta de Maturana lo que hice fue fundar mi mundo en un lugar más grande que mi ombligo. La vida se había encargado de echar por tierra mi omnipotencia, la de pensar que podía y debía controlarlo todo. Caídos mis sostenes conocidos, me pregunté: “¿Qué es eso que no se cae aun cuando todo lo demás se derrumba?”. La respuesta nunca llega desde la razón, sino que aparece mientras andamos. La búsqueda de lo Sagrado, aun cuando sentía no haberlo encontrado, era en sí misma una respuesta; me daba un orden, una orientación. Intentar vivir coherentemente con el valor sagrado que de manera consciente decidí conservar me llevó a la creación de un nuevo cosmos que mi alma añoraba en aparente silencio. Un mundo que, parada desde mi ego, no había logrado construir, por mucho que hubiera intentado. Para eso tuve que, irremediablemente, emprender un camino que implicó sacrificio. La palabra sacrificio proviene del latín sacrum facere, que significa ‘hacer sagradas las cosas, honrarlas, entregarlas’. En el sacrificio sincero hay algo que ofrendo, que acepto “perder”, pero esa renuncia no es sufriente en tanto tengo conciencia de que me conduce a un bien más grande y valioso que le da sentido. Para que esto ocurra, tengo que reconocer que ese Bien, esa Presencia que me trasciende, existe. El alma nos habla a través del cuerpo. Cuando fui capaz de registrar que mis 34 kilos de sobrepeso me estaban haciendo mal, ya no quise ser flaca. Quise ser libre. Aun de mí misma. Y eso me liberó de una carga más grande. Entendí que la verdadera libertad es autodeterminación hacia el Bien. Vivir esa libertad implicó renuncias y sacrificio, pero descubrí que mientras más nos entregamos en pos de un Bien que nos trasciende, más nos abrimos a posibilidades de transformación que nos llevan a la plenitud. Muchas veces reflexioné sobre la propuesta de la modernidad de vivir en un mundo desacralizado y racional como una suerte de evolución. Pero hoy no me quedan dudas. Mis aprendizajes del último año me mostraron que vale la pena emprender la aventura de fundar nuestra vida en una presencia sagrada que nos trascienda. Porque como ya dijo Jung: “No puedo definir para ustedes qué es Dios, ni siquiera puedo decirles que Dios es; lo que puedo decir es que toda mi obra ha probado científicamente que el patrón de Dios existe en cada hombre; y que este patrón tiene a su disposición las mayores energías transformadoras de las que la humanidad es capaz”. No me gusta comprar en una tienda que ponga sus productos en rebajas. Me está indicando que lo que ahora vale, luego valdrá menos. Si valen, valen ahora y más tarde. Las rebajas indican que se sienten agobiados y es preciso rebajar las ganancias para poder sobrevivir.
Encuentro que es una invitación al consumo, porque ya que está tan barato, voy a comprar… Y ¿si estuviesen prohibidas? Significaría que los productos están ofrecidos a su auténtico valor. Así jugamos, todos, un poco al engaño. Y lógicamente, debo esperar a que se rebajen los precios de aquello que antes costaba más. Las rebajas me recuerdan a los partidos políticos que prometen unas cosas y luego rebajan aquello y “se hace lo que se puede”. Veo que este sistema no educa, pues ya sé que lo que me dicen y me prometen, luego se va a quedar reducido a la mitad. Se da carta de normalidad a no pensar bien lo que ofrezco antes de ponerlo en el escaparate del programa político. Cierto que es precisa la comprensión y atender a las circunstancias, pero sin dejar nunca de pensar y valorar las cosas por lo que son y valen realmente. ¿Educa este sistema económico? Porque actualmente lo que interesa es que funcione el negocio… La educación es de otro ministerio. También hay rebajas en nuestro cristianismo. Por ejemplo, la pobreza o las bienaventuranzas que Jesús plantea a todo seguidor suyo, las hemos reducido y aplicado solamente a los miembros de vida consagrada. Y Jesús lo que dice es para todo seguidor suyo: “Si quieres seguirme, deja lo que tienes, dáselo a los pobres y luego, ven y sígueme”. Y detrás de las rebajas religiosas, hemos reducido el evangelio a religiosidad. Detrás de las rebajas religiosas está el ansia de número, de multitudes, de búsqueda de un Dios protector y tapagujeros. Con las rebajas del evangelio, nos quedamos en fórmulas, en ritos, pero no llegamos a construir el reinado de Dios. Y eso es lo que quiere y nos plantea Jesús. Aunque seamos pocos, que tengamos la vitalidad de la mostaza. En época de rebajas, busquemos los productos auténticos, aunque cueste, como el seguimiento de Jesús. No queremos sucedáneos, aunque eso traiga multitudes. «Teología de la prosperidad»: tal es el nombre más conocido y descriptivo de una corriente teológica neopentecostal evangélica. El núcleo de esta «teología» es la convicción de que Dios quiere que sus fieles tengan una vida próspera, es decir, que sean económicamente ricos, físicamente sanos e individualmente felices. Este tipo de cristianismo coloca el bienestar del creyente en el centro de la oración y transforma a su Creador en aquel que hace realidad sus pensamientos y deseos.
El peligro de esta forma de antropocentrismo religioso, que pone en el centro al hombre y su bienestar, es el de transformar a Dios en un poder a nuestro servicio, a la Iglesia en un supermercado de la fe, y la religión en un fenómeno utilitarista y eminentemente sensacionalista y pragmático. Como veremos más adelante, esta imagen de prosperidad y bienestar hace referencia al denominado american dream, al «sueño estadounidense». No se identifica con él, sino con una interpretación reductiva suya. En sí, este «sueño» es la visión de una tierra y de una sociedad entendidas como un lugar de oportunidades abiertas. Históricamente fue la motivación que impulsó a lo largo de los siglos a muchos emigrantes económicos a dejar su propia tierra y a ir a los Estados Unidos para conseguir un lugar en el que su trabajo produjese resultados inalcanzables en su «viejo mundo». La «teología de la prosperidad» parte de esta visión, pero la traduce mecánicamente en términos religiosos como si la opulencia y el bienestar fuesen el verdadero signo de la predilección divina a «conquistar» mágicamente con la fe. Esta «teología» fue difundida en todo el mundo durante décadas —gracias a gigantescas campañas mediáticas— por movimientos y ministros evangélicos, especialmente los neocarismáticos. El objetivo de nuestra reflexión es ilustrar y valorar este fenómeno, que quiere ser también una tentativa de justificación teológica del neoliberalismo económico. Al final verificaremos cómo el papa Francisco ha intervenido varias veces para indicar los peligros de esta teología que, como se ha dicho, «oscurece el evangelio de Cristo».[1] La difusión en el mundo El «evangelio de la prosperidad» (prosperity gospel) ha ido difundiéndose no solamente en los Estados Unidos, donde nació, sino también en África, especialmente en Nigeria, Kenia, Uganda y Sudáfrica. En Kampala hay un gran estado cubierto, la Miracle Center Cathedral, cuya construcción costó siete millones de dólares. Es la obra del pastor Robert Kayanja, que desarrolló también un vasto movimiento muy presente en los medios de comunicación de masas. Pero el «evangelio de la prosperidad» ha tenido también un notable impacto en Asia, sobre todo en India y Corea del Sur. En este último país hubo en los años ochenta un fuerte movimiento autóctono vinculado a esta corriente teológica, promovido por el pastor Paul Yonggi Cho. Este predicó una «teología de la cuarta dimensión», según la cual los creyentes, mediante el desarrollo de visiones y sueños, iban a poder llegar a controlar la realidad, obteniendo casi todo tipo de prosperidad inmanente.[2] Se observa también un arraigo en la República Popular China gracias a las «Iglesias de Wenzhou». Wenzhou es un gran puerto oriental en la provincia de Zhejiang, en cuya zona han ido apareciendo grandes cruces rojas en cada vez más edificios. Tales cruces suelen indicar la presencia de una «Iglesia de Wenzhou», una comunidad creada por varios empresarios locales y vinculada al movimiento de la «teología de la prosperidad».[3] En América Latina la difusión y la propagación de esta teología se dio de manera exponencial, y ello desde 1980, aunque también pueden encontrarse raíces de este proceso entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Este fenómeno religioso se traduce desde el punto de vista mediático en el uso de la televisión por parte de figuras muy carismáticas de algunos pastores, que lanzan un mensaje simple y directo montado en torno a un espectáculo de música y de testimonios y a una lectura fundamentalista y pragmática de la Biblia. Si consideramos América Central, Guatemala y Costa Rica se han convertido probablemente en los dos bastiones principales de esta corriente religiosa. En Guatemala ha sido determinante la presencia del líder carismático Carlos Enrique Luna Arango, llamado «Cash Luna». Costa Rica es la sede del canal evangélico de televisión satelital TBN-Enlace. En América del Sur la difusión más significativa se dio en Colombia, Chile y Argentina, pero no cabe duda de que Brasil merece una consideración especial, porque posee una dinámica propia y un movimiento pentecostal autóctono como la «Iglesia Universal del Reino de Dios». Este grupo, denominado también «Deja de sufrir», tiene ramificaciones en toda América Latina, pero ha conservado un idioma intermedio entre el español y el portugués, que determina un tipo de comunicación peculiar y minuciosamente estudiado. Basta analizar el anuncio de la «Iglesia Universal» brasileña para encontrar en ella un fuerte mensaje de prosperidad y bienestar ligado a la frecuentación personal de sus templos con el fin de recibir múltiples beneficios. Este «evangelio» es objeto de anuncio propagandístico a través de una presencia masiva en los grandes medios de comunicación y está apoyado por su fuerte incidencia en la vida política. Los orígenes del movimiento y el «sueño estadounidense» Si buscamos los orígenes de estas corrientes teológicas las encontramos en los Estados Unidos, donde la mayoría de los investigadores de la fenomenología religiosa estadounidense las hacen remontarse al pastor neoyorkino Essek William Kenyon (1867-1948). Kenyon sostenía que a través del poder de la fe pueden modificarse las realidades materiales concretas. Pero la conclusión directa de esta convicción es que la fe puede llevar a la riqueza, a la salud y al bienestar, mientras que la falta de fe lleva a la pobreza, a la enfermedad y a la desdicha. En realidad, los orígenes de la «teología de la prosperidad» son complejos, pero aquí presentamos las raíces más significativas, remitiendo, para una profundización, a libros y ensayos especializados. Por ejemplo, la teóloga Kate Ward escribió sobre la influencia de Adam Smith, en especial de su «teoría de los sentimientos morales».[4] La autora muestra en este sentido cómo para Smith la compasión no tiene que ver con los pobres, sino con la admiración hacia aquellos que han tenido una historia exitosa. Estas doctrinas se han asociado con el positive thinking, el «pensamiento positivo», y se han alimentado también en una medida importante de él. El positive thinking es expresión del denominado american way of life («modo de vida estadounidense»). En tal sentido, se relacionan con la «posición excepcional» que Alexis de Tocqueville, en su célebre obra La democracia en América (1831), atribuyó a los estadounidenses. Según este autor, en virtud de dicha excepcionalidad «se ha de creer que ningún pueblo democrático llegará a encontrarse nunca en una posición semejante». Tocqueville llega a afirmar que ese modo de vida plasma también la religión de los estadounidenses. A veces son las mismas autoridades estadounidenses las que certifican esta conexión.[5] En su reciente discurso sobre el estado de la Unión, pronunciado el 30 de enero de 2018, el presidente Donald Trump afirmó, para describir la identidad del país: «Juntos estamos redescubriendo “la manera estadounidense de vivir”», y prosiguió: «En los Estados Unidos sabemos que la fe y la familia, no el Gobierno y la burocracia, son el centro de la vida estadounidense. El lema es: “En Dios confiamos” (In God we trust). Y celebramos nuestras convicciones, a nuestra policía, a nuestros militares y veteranos como héroes que merecen nuestro total y constante apoyo». Así pues, en unas pocas frases aparecen ya Dios, el ejército y el sueño estadounidense.[6] Las «megaiglesias» del «evangelio diferente» Un impulso fundamental a estas ideas de «prosperidad evangélica» se dio con el denominado «movimiento de la fe», que tuvo como principal mentor al pastor y autoproclamado «profeta» Kenneth Hagin (1917-2003). Una de las características de Hagin eran visiones recurrentes que lo llevaban a dar una interpretación singular de algunos textos muy conocidos de la Biblia. Tal es el caso, por ejemplo, de Mc 11,23-24: «En verdad os digo que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis». Estos dos versículos son para Hagin pilares de la «teología de la prosperidad». Según afirma, la fe milagrosa, para traducirse en obras, debe ser sin incertidumbres, especialmente en las cosas imposibles: debe declarar específicamente el milagro y creer que se lo obtendrá de la manera imaginada. Hagin enfatizó también otro aspecto: que el milagro deseado se considere como ya sucedido. Es decir, se debe desplazar su realización del futuro al pasado. Tanto Kenyon como Hagin comprendieron que la comunicación de masas era un instrumento fundamental para la rápida difusión de sus enseñanzas. El primero se sirvió de su show personal «Kenyon’s Church of the Air» [«La Iglesia del aire de Kenyon»], y el segundo, del programa «Faith Seminar of the Air» [«El seminario de fe del aire»]. Hay algunos predicadores que pueden citarse como continuadores de las teologías de Kenyon y Hagin y de su estrategia de comunicación. El primero de ellos es Kenneth Copeland —que fue «ungido» por el mismo Hagin como sucesor suyo—, con su programa televisivo «Believer’s Voice of Victory» [«La voz de victoria del creyente»], que ha difundido en gran parte del mundo estas doctrinas. Del mismo modo, Norman Vincent Peale (1889-1993), pastor de la Marble Collegiate Church de Nueva York, alcanzó popularidad con sus libros con títulos elocuentes en su significado: El poder del pensamiento positivo; Cambia tus pensamientos y cambiará todo; Guía para una vida apacible. Peale fue un predicador exitoso, y llegó a mezclar marketing y predicación. En los Estados Unidos millones de personas frecuentan asiduamente «megaiglesias» que difunden estas teologías de la prosperidad. Los predicadores, profetas y apóstoles enrolados en esta rama extrema del neopentecostalismo han ocupado espacios cada vez más importantes en los medios de comunicación de masas, han publicado una enorme cantidad de libros que se han convertido rápidamente en superventas y han pronunciado conferencias que muy a menudo llegan a millones de personas a través de todos los medios disponibles de Internet y de las redes sociales. Nombres como Oral Roberts, Pat Robertson, Benny Hinn, Robert Tilton, Joel Osteen, Joyce Meyer y otros han acrecentado su popularidad y riqueza profundizando, enfatizando y extremando este evangelio. Joyce Meyer afirma que su programa televisivo «Enjoying everyday life» [«Gozar de la vida de cada día»] llega a dos terceras partes del mundo a través de la radio y la televisión y ha sido traducido a 38 idiomas.[7] Lo que resulta absolutamente claro es que el poder económico, mediático y político de estos grupos —a los que hemos definido genéricamente como «evangélicos del sueño estadounidense»— los hace mucho más visibles que el resto de las Iglesias evangélicas, también que las de la línea pentecostal clásica. Además, su crecimiento es exponencial y directamente proporcional a los beneficios económicos, físicos y espirituales que prometen a sus seguidores: bendiciones todas que están muy lejos de las enseñanzas de una vida de conversión propia de los movimientos evangélicos tradicionales. Si bien surgieron y pasaron después por diversas denominaciones, estos movimientos han recibido no pocas críticas también de los grupos de aquellas Iglesias carismáticas que han mantenido su religiosidad evangélica basada en los milagros, las profecías y los signos. Muchos sectores evangélicos tanto tradicionales como más recientes (bautistas, metodistas, presbiterianos…) han criticado duramente esos movimientos, llegando a denominar lo que proclaman como «un evangelio diferente».[8] El bienestar económico y la salud Como ya hemos anticipado, los pilares del «evangelio de la prosperidad» son sustancialmente dos: el bienestar económico y la salud. Esta acentuación es fruto de una exégesis literal de algunos textos bíblicos utilizados dentro de una hermenéutica reduccionista. Al Espíritu Santo se lo reduce a un poder al servicio del bienestar individual. Jesucristo ha abandonado su papel de Señor para transformarse en un deudor de cada una de sus palabras. El Padre ha sido reducido «a una especie de botones cósmico [cosmic bellhop] que se ocupa de las necesidades y de los deseos de sus criaturas».[9] En los predicadores de este evangelio, la «palabra de fe» que pronuncian pasa a ocupar el lugar que tradicionalmente ocupa en el movimiento evangélico por la Biblia como norma de fe y de conducta, llegando a elevársela a la potencia y al efecto de la palabra apostólica del «ungido». Hablar en nombre de Dios de manera directa, concreta y específica da a la «palabra positiva» un sentido creativo considerado capaz de hacer que las cosas sucedan si los que asisten no la obstaculizan con su falta de fe. Al mismo tiempo, enseñan que, tratándose de una «confesión de fe», los seguidores, con sus palabras, son responsables de lo que les sucede, trátese de la bendición o de la maldición económica, física, generacional o espiritual. Un refrán que muchos pastores repiten reza: «Hay un milagro en tu boca» («There is a miracle in your mouth»). El proceso milagroso es el siguiente: visualizar detalladamente lo que se quiere, declararlo expresamente con la boca, reclamárselo a Dios con fe y autoridad y considerarlo ya recibido. Por último, el «reclamar» las promesas de Dios extraídas de los textos bíblicos o de la palabra profética del pastor coloca al creyente en una posición dominante respecto de un Dios prisionero de su misma palabra tal como esa palabra es percibida y creída por el fiel. El tema de la salud ocupa un papel preponderante en la «teología de la prosperidad». En estas doctrinas es la propia mente la que debe concentrarse en las supuestas leyes bíblicas que después producen la potencia deseada a través de la lengua. Se presupone, por ejemplo, que un enfermo, sin recurrir al médico, puede curarse con solo concentrarse y pronunciar en presente o en pasado frases bíblicas u oraciones inspiradas en la Escritura. Una de las frases utilizadas de manera instrumental es: «Por las llagas de Cristo ya estoy sanado». A su juicio, estas palabras causan de manera inmediata el «desbloqueo» de la bendición divina, que en ese mismo momento operará la curación. Evidentemente, sucesos luctuosos o desastres, también naturales, o tragedias, como las de los migrantes u otras similares, no ofrecen narrativas convincentes que sirvan para mantener a los fieles vinculados al «evangelio de la prosperidad». Este ese el motivo por el cual, en estos casos, se nota una falta total de empatía y de solidaridad por parte de los adherentes. No hay compasión por las personas que no son prósperas, porque, claramente, ellas no han seguido las «reglas» y, por tanto, viven en el fracaso y, consiguientemente, no son amadas por Dios. Un Dios de «alianzas» y de «semillas» Una de las características de estos movimientos es el énfasis que ponen en la «alianza» sellada por Dios con su pueblo, sus testamentos de la Biblia. Y principalmente se ha tratado de alianzas con sus patriarcas. Es así como el texto de la alianza con Abrahán ocupa un lugar central, en el sentido de la prosperidad que promete. La lógica de este concepto del «Dios de las alianzas» es que, del mismo modo como los cristianos son hijos espirituales de Abrahán, son también herederos de los derechos materiales, de las bendiciones financieras y de las ocupaciones territoriales terrenas. Más que de una alianza bíblica parecería que se trata de un «contrato». Kenneth Copeland escribió en su libro The Laws of Prosperity [Las leyes de la prosperidad] que, habiendo Dios establecido la alianza y estando entre los legados de esa alianza la prosperidad, el creyente debe tomar consciencia de que, hoy, la prosperidad le pertenece por derecho.[10] En estas teologías la pertenencia filial de los cristianos en cuanto hijos de Dios se reinterpreta como la de los «hijos del rey»: una filiación que da a quienes la reconocen y proclaman derechos y privilegios monárquicos, principalmente materiales. Harold Hill, en su libro How to be a Winnner [Cómo ser un ganador], escribió: «Los hijos del rey tienen derecho a recibir un tratamiento especial porque gozan de una relación especial viva, de primera mano, con su Padre celestial, que ha hecho todas las cosas y sigue siendo su Señor».[11] Otro concepto central de esta teología, íntimamente relacionado con el anterior, es el principio de «siembra» o de «semilla». El texto clásico de referencia es Gál 6,7: «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará». Pero también Mc 10,29-30: «Jesús dijo: “En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y, en la edad futura, la vida eterna» La prosperidad material, física y espiritual halla uno de sus textos preferidos en el vers. 2 de la Tercera Carta de Juan: «Querido, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y que tengas buena salud».[12] En el Antiguo Testamento, el texto de referencia es Dt 28,1-14. Los pasajes son interpretados de manera totalmente funcionalista. Por ejemplo, en el libro God’s Will is Prosperity [La voluntad de Dios es la prosperidad], la predicadora Gloria Copeland escribió, en referencia a donaciones para los ministerios como el suyo: «Das un dólar por amor al evangelio, y ya te tocan 100; das 10 dólares, y a cambio recibirás 1000 de regalo; das 1000 dólares, y a cambio recibes 100 000. Si donas un avión, recibirás cien veces el valor de ese avión. Regala un automóvil y obtendrás tantos automóviles que ya no tendrás necesidad de ellos durante toda la vida. Dicho brevemente, ¡Marcos 10,30 es un buen negocio!».[13] En definitiva, el principio espiritual de la siembra y la cosecha, a la luz de una interpretación evangélica completamente extrapolada de su contexto, es que dar es ante todo un hecho economicista que se mide en términos de retorno de la inversión. Se olvida, por tanto, lo que se lee inmediatamente después de Gál 6,7: «El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna» (vers. 8). El pragmatismo y la soberbia del éxito El «evangelio» descrito se asimila fácilmente en las sociedades actuales, en las que la legitimidad de lo sobrenatural exige alguna verificación experimental. El pragmatismo del éxito exige propuestas simples de fe. La urgencia de una vida próspera y sin sufrimientos se adecúa a una religiosidad a medida del cliente, y el kairós del Dios de la historia se adecúa al krónos frenético de la vida actual. En definitiva, aquí se habla de un dios concebido a imagen y semejanza de la gente y de su realidad, y no según el modelo bíblico. En algunas sociedades en las que se ha establecido una coincidencia entre la meritocracia y el nivel socioeconómico sin tener en cuenta las enormes diferencias de oportunidades, este «evangelio», con su acento en la fe como «mérito» para ascender en la escala social, resulta injusto y radicalmente antievangélico. En general, el hecho de que haya riqueza o beneficios materiales cae, una vez más, bajo la exclusiva responsabilidad del creyente, y, en consecuencia, bajo ella cae también su pobreza o falta de bienes. La victoria material coloca al creyente en una posición de soberbia a causa de la potencia de su «fe». Por el contrario, la pobreza lo carga con una culpa doblemente insoportable: por una parte, considera que su fe no alcanza a mover las manos providentes de Dios; y, por la otra, su situación de miseria es una imposición divina, un castigo inexorable aceptado con sumisión. ¿Una teología del «sueño estadounidense?» Esta teología es claramente funcional a los conceptos filosófico-político-económicos de un modelo de corte neoliberal. Una de las conclusiones de algunos exponentes de esta teología es de naturaleza geopolítica y económica, ligada a los países de origen de la «teología de la prosperidad». Ella conduce a la conclusión de que los Estados Unidos han crecido bajo la bendición del Dios providente del movimiento evangélico. En cambio, según esta teología, los habitantes del territorio que va del Río Grande hacia el Sur están hundidos en la pobreza justamente porque la Iglesia tiene una visión diferente, opuesta, que «exalta» la pobreza. También es posible verificar el nexo entre estas posiciones y las tentaciones integristas y fundamentalistas con connotaciones políticas.[14] Verdaderamente, uno de los graves problemas que trae consigo la «teología de la prosperidad» es su perverso efecto en la gente pobre. En efecto, no solamente exacerba el individualismo y anula el sentimiento de solidaridad, sino que impulsa a las personas a tener una actitud milagrera, para la cual la prosperidad solo puede procurarse por la fe, y no por el compromiso social y político. Por tanto, el peligro consiste en que los pobres que se sienten fascinados por este pseudoevangelio queden atados en un vacío sociopolítico que permite a otras fuerzas plasmar fácilmente su mundo, haciéndolos así inofensivos e indefensos. El «evangelio de la prosperidad» no es nunca un factor de cambio real, cambio que, por el contrario, es fundamental en la visión propia de la Doctrina Social de la Iglesia. Si Max Weber hablaba de la relación entre protestantismo y capitalismo en el contexto de la austeridad evangélica, los teólogos de la prosperidad propagan la idea de que la riqueza está en relación proporcional con la fe personal. Carente de sentido social y enmarcada dentro de una experiencia de beneficio personal, esta concepción hace de forma consciente o inconsciente una relectura extremada de las teologías calvinistas de la predestinación. De algún modo, la soteriología se ancla en lo temporal y lo terreno y se vacía de la visión escatológica tradicional. Por eso, también en el ámbito protestante, los numerosos fieles que se atienen a la teología tradicional ven con desconfianza y, más aún, con fuertes críticas el avance de estas teologías, a las que no pocos asocian la «Nueva Era» y expresiones del misticismo mágico. «La salvación no es una teología de la prosperidad» Ya desde el comienzo de su pontificado Francisco ha tenido presente el «evangelio diferente» de la teología de la prosperidad», y, para criticarlo, ha aplicado la clásica Doctrina Social de la Iglesia. Varias veces lo ha recordado para poner en evidencia sus peligros. La primera vez fue en Brasil, el 28 de julio de 2013. Dirigiéndose a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano, señaló con el dedo el «funcionalismo» eclesial, que constituye «una suerte de “teología de la prosperidad” en lo organizativo de la pastoral». Esta termina entusiasmándose por la eficacia, el éxito, el resultado constatable y las estadísticas favorables. La Iglesia tiende así a asumir «modalidades empresariales» que son aberrantes y alejan del misterio de la fe. Hablando de nuevo a obispos, pero esta vez en Corea, en agosto de 2014, Francisco citó a Pablo (1 Cor 11,17) y a Santiago (2,17), que reprochan a las Iglesias que viven de manera tal que los pobres no se sienten en ellas en su propia casa. «Esta es una tentación de la prosperidad», comentó. Y prosiguió: «Estén atentos, porque su Iglesia es una Iglesia en prosperidad, es una gran Iglesia misionera, es una Iglesia grande. Que el diablo no siembre esta cizaña, esta tentación de quitar a los pobres de la estructura profética de la Iglesia, y les convierta en una Iglesia acomodada para acomodados, una Iglesia del bienestar… no digo hasta llegar a la “teología de la prosperidad”, no, sino de la mediocridad». Las referencias a la «teología de la prosperidad» pueden reconocerse también en las homilías de Francisco en Santa Marta. El 5 de febrero de 2015 el papa dijo con claridad que «la salvación no es una teología de la prosperidad», sino que «es un don, el mismo don que Jesús había recibido para darlo». Y el poder del evangelio es el de «expulsar los espíritus impuros para liberar, para curar». En efecto, Jesús «no da el poder de maniobrar o de hacer grandes empresas». El mismo pensamiento repitió Francisco, siempre en Santa Marta, el 19 de mayo de 2016. Algunos, dijo, creen «en la llamada “teología de la prosperidad”, es decir, Dios te hace ver que eres justo y te da muchas riquezas». Pero «es una equivocación». Por eso, también el salmista dice: «No apegues el corazón a las riquezas». Para hacerse comprender mejor, el papa recordó el episodio evangélico del «joven rico al que Jesús amó, porque era justo»: él «era bueno, pero estaba apegado a las riquezas, y esas riquezas, al final, se convirtieron para él en cadenas que le quitaron la libertad de seguir a Jesús». La visión de la fe propuesta por la «teología de la prosperidad» está en clara contradicción con la concepción de una humanidad marcada por el pecado y con la expectativa de una salvación escatológica, ligada a Jesucristo como Salvador y no al éxito de las propias obras. Por tanto, encarna una forma peculiar de pelagianismo, en contra de la cual Francisco ha advertido a menudo. En efecto, en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate escribió que hay cristianos empeñados en seguir el camino «de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor». Esta se manifiesta en muchas actitudes aparentemente diferentes entre sí, entre ellas «el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial» (n. 57). La «teología de la prosperidad expresa también otra gran herejía de nuestro tiempo, a saber, el «gnosticismo»: en efecto, afirma que con los poderes de la mente es posible plasmar la realidad. Esto es particularmente evidente, por ejemplo, en el trabajo y en la gran influencia de Mary Baker Eddy (1821-1910) en la Iglesia y en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Como escribe Francisco en Gaudete et exsultate, el gnosticismo quiere por su propia naturaleza domesticar el misterio de Dios y de su gracia. «Usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales. Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro». Una fe utilizada para manipular mentalmente, psíquicamente la realidad «pretende dominar la trascendencia de Dios». (n. 41). El «evangelio de la prosperidad» está muy lejos de la invitación de san Pablo que leemos en el párrafo de 2 Cor 8,9-15: «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (vers. 9). Y también está muy lejos de la profecía positiva y luminosa del «sueño estadounidense» que fue inspiración para muchos. Así es: la «teología de la prosperidad» está lejos del «sueño misionero» de los pioneros norteamericanos, y más aún del mensaje de predicadores como Martin Luther King y del contenido social, inclusivo y revolucionario de su memorable discurso «Tengo un sueño». Antonio Spadaro S.I La Civiltà Cattolica Iberoamericana [1] Cf. D. W. Jones – R. Woodbridge, Health, Wealth & Happiness: Has the Prosperity Gospel Overshadowed the Gospel of Christ?, Grand Rapids, Kregel, 2010. [2] Cho fue condenado por apropiación ilícita de alrededor de 15 millones de euros de las cajas de la Iglesia, utilizados para intentar recuperar las pérdidas bursátiles de su familia. [3] Cf. K. Attanasi – A. Yong, Constructing China’s Jerusalem: Christians, Power, and Place in Contemporary Wenzhou, Stanford, Stanford University Press, 2011. Cf. también T. Meynard – M. Chambon, «Vie per l’aggiornamento della Chiesa cattolica cinese», en Civ. Catt. 2018 I 271-280; P. Wu, «Reasons Why Prosperity Theology Floods in China», en http://chinachristiandaily.com/news/category/2016-11-03/reasons-why-prosperity-theology-floods-in-china_3103. [4] K. Ward, «“Mere Poverty Excites Little Compassion”: Adam Smith, Moral Judgment and the Poor», en The Heythrop Journal, marzo de 2015, accesible en https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/heyj.12260. Cf. Íd, «Porters to Heaven Wealth, the Poor, and Moral Agency in Augustine», en Journal of Religious Ethics, abril de 2014, accessible en https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/jore.12054. En este último artículo la autora afirma también que las raíces de lo que hoy llamamos «evangelio de la prosperidad» son antiguas y que este ya era conocido en tiempos de Agustín, que se oponía a esa visión. [5] Cf. Lexington, «Why Evangelicals love Donald Trump. The secret lies in the prosperity Gospel», en The Economist, 18 de mayo de 2017; Delano R. Franklin – Andrew J. Park, «Experts Discuss Role of “Prosperity Gospel” in Trump’s Success», en The Harvard Crimson, 24 de octubre de 2017; P. Feuerherd, «Does the “Prosperity Gospel” Explain Trump?», en Jstor Daily, 1 de mayo de 2017. [6] El 18 de febrero de 2018, en el habitual National Prayer Breakfast, Trump, asociando su país a los sueños estadounidenses de libertad, heroísmo y valentía, definió los Estados Unidos como «a light unto all nations» («una luz para todas las naciones»). «Mientras abramos los ojos a la gracia de Dios —y abramos nuestros corazones al amor de Dios—, los Estados Unidos serán por siempre la tierra de los hombres libres, la casa de los valientes y una luz para todas las naciones». Esta cita está tomada de una profecía bíblica sobre el papel restaurador y mesiánico de Israel, el pueblo elegido y la nación grande y próspera que habían soñado los patriarcas: «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49,6). [7] Recordemos también que la ceremonia de inauguración del mandato presidencial de Donald Trump incluía oraciones de predicadores del «evangelio de la prosperidad» como Paula White, una de las personas que operan como sus consejeros espirituales. En octubre de 2015 White organizó en la Torre Trump un encuentro de telepredicadores vinculados a la «teología de la prosperidad» en la que se oró por el actual presidente con imposición de las manos sobre él. El vídeo puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=EQ18exdhR6I. [8] Cf. D. R. McConnell, A Different Gospel: Biblical and Historical Insights Into the Word of Faith Movement, Peabody, Hendrickson, 1988. [9] J. Goff, «The Faith that Claims», en Christianity Today, n. 34, febrero de 1990, 21. [10] Cf. K. Copeland, The Laws of Prosperity, Tulsa, Harrison House, 1974. [11] H. Hill, How to be a Winner, Alachua, Bridge Logos, 1976. [12] Cf. R. Tilton, God’s Miracle Plan for Man, Tulsa, Robert Tilton Ministries, 1987. [13] G. Copeland, God’s Will is Prosperity, Tulsa, Harrison House, 1978. [14] Cf. A. Spadaro – M. Figueroa, Fundamentalismo evangélico e integrismo católico. Un ecumenismo sorprendente, en La Civiltà Cattolica Iberoamericana I (2017) n. 7, 7-15. Seguimos en el c. 6 del evangelio de Jn, pero hemos pasado por alto el relato de la travesía del lago y la aparición de Jesús andando sobre el agua. La lectura de hoy afronta directamente la discusión con los judíos. En el v. 59, se dice que el encuentro tuvo lugar en la sinagoga de Cafarnaúm, pero no tiene importancia. En todo caso, se plantea una discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va acentuando la distancia a medida que Jesús va aquilatando el discurso. El proceso será: Entusiasmo, duda, desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono.
El diálogo es un montaje que permite a Jn poner en boca de Jesús lo que aquella comunidad consideraba las claves del seguimiento. No contesta a la pregunta: ¿cómo y cuándo has llegado aquí?, sino a las verdaderas intenciones de la gente, llevando el diálogo a su terreno. Lo que de verdad tiene importancia es el compromiso de entrega, al que quiere llevarlos. Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La “señal” era una invitación a compartir, pero ellos vieron solo en ella la satisfacción del apetito. Vaciado el signo de contenido, esa búsqueda de Jesús no es correcta, solo pretenden seguridades. Jesús va directamente al grano y desenmascara su intención. No le buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan porque les haya abierto las puertas de un futuro más humano. Esas palabras que Jn pone en boca de Jesús, critican la religión de todos los tiempos. Todas las religiones terminan manipulando a Dios para ponerlo a su servicio. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. Esta propuesta de trabajar por la Vida es el resumen de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose llevar por lo sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo. Es un camino de lucha, de superación, de purificación, de regeneración, de muerte y nuevo nacimiento (bautismo). Ese alimento que perdura, lo da Dios gratuitamente. Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida humana. Sin alimento no se puede recorrer camino alguno. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida que es la que nos salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo único ni último de nuestra vida. Los judíos muestran un cierto interés por enterarse, pero como se demostrará más tarde, es puramente superficial. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas. Son incapaces de imaginar que Dios pueda dar algo por nada. Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de nosotros parecería el verdadero camino para llegar, pero ese interés es solo aparente. En realidad no nos interesa demasiado lo que Dios quiere. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros esperamos de Dios. Para garantizar unas seguridades, nos hemos fabricado un Dios a nuestra medida. De todas formas Jesús les dice lo que Dios espera de ellos: que le presten su adhesión. La discusión entre fe y obras queda superada de una manera drástica: confiar en Jesús es la obra primera y más importante que Dios espera. Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales sino a enseñarnos el camino de la verdadera Vida. Lo que tengo que “hacer”, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que lleguemos a nuestra plenitud, y el “mapa de ruta” está en nuestro interior, no fuera. A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Mostramos nuestra ceguera cuando estamos preocupados por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamental: confiar. Creer no es aceptar una serie de verdades teóricas y quedar tan tranquilos. En la Biblia creer es tener confianza en... Esto es lo que pide Jesús a sus oyentes. Tergiversamos esa confianza cuando la convertimos en esperanza de que Dios cumpla nuestros deseos. Confiar es aceptar la voluntad de Dios, no venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro ser. La clave está en saber pasar de un pan a otro pan. ¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? La exigencia de una señal es la demostración de que no creen. Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios. El maná estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente; está en cada uno y se manifiesta en lo cotidiano como amor desinteresado, como preocupación por el otro. No os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos siempre pan de ese. Reacción aparentemente sincera, pero equivocada. Le llaman Señor; creen en sus palabras; esperan que satisfaga sus anhelos; pero no le dan su adhesión; buscan una salvación que les llegue de fuera sin que ellos tengan que hacer nada. Yo soy el pan de Vida. En todos los discursos que encontramos en este evangelio se hace referencia a la Vida. Se trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia que es lo único que nos llevará a descubrir de qué se está hablando. “Yo soy” en Jn es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús. El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mi no pasará nunca sed. ¿Qué significa, “ir a él, creer en él?” Aquí radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo tengo yo. Lo que Jesús quiere proponer es que los seres humanos descubran que se puede vivir desde una perspectiva diferente; que alcanzar la plenitud humana significa descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez descubierto ese don total (Vida), respondamos como respondió Jesús. Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica racional. Nos está diciendo que el pan que da Vida no es el pan que se come, sino el pan que se da. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte, se convertirá en Vida. Jesús no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Solo dándote, superarás el egoísmo y alcanzarás plenitud. “Yo soy” es la clave de la comprensión de Jesús en el evangelio de Jn. Lo que pongamos después del ‘yo soy’ no tiene importancia. Aquí añade “pan de Vida”, que quiere decir VIDA. Quien se identifique con él será también Vida y la podrá dar a los demás. Meditación ‘Comida’ es una gran metáfora aplicada a la Vida espiritual. La Vida espiritual también necesita de alimento. Jn presenta a Jesús como el alimento que da Vida. Para que alimente, tengo que asimilarlo. Como Jesús, tenemos que descubrir la Vida y dejar que nos atraviese desde lo hondo del ser. ¿Cuántos miles de veces has comulgado desde que hiciste la Primera Comunión? ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas consciente de su importancia? Hablando de otro tema: ¿qué piensas de la otra vida? ¿Eres de los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una desgracia sin remedio? ¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el gran héroe mesopotámico, a realizar un peligroso viaje para conseguir la planta de la inmortalidad, o piensas que es una tarea absurda e imposible? A menudo preferimos no hacernos estas preguntas. Es más cómodo esconder la cabeza, como el avestruz. Pero el autor del cuarto evangelio (san Juan o quien sea) disfruta amargándonos la vida.
El debate sobre el pan de vida El próximo domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces. El inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión dramática. Por ello, considero importante ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos. Los interlocutores del debate Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los galileosque se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce. Los tres puntos principales del debate Los debates y discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas. 1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme». 2. Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54). 3. Los dos temas anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69). Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna. El desarrollo del debate y sus consecuencias En el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21). La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al mundo». La segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré es mi carne». La tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir la vida eterna. Con lo anterior termina del debate, sin que se diga como reaccionan los judíos. Pero sí se añade la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce. Notas al debate 1. Aunque las ideas puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que el que viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales. 2. Jesús recurre a la ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios. 3. El debate no reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten. 4. Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo. 1ª lectura (Ex 16, 2-4.12-15) Ya que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del libro de los Números, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná». Sin embargo, la versión que terminó imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo, sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado volando y nadie las echaría de menos. Evangelio (Jn 6, 24-35) La introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca. Empieza entonces el largo debate. La sección de hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús. Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente? La solución el domingo próximo. No puedo evitar pensar y dar espacio dentro de mí al hecho tan sencillo y tantas veces obviado de que hay “otra orilla”, otra perspectiva, otra mirada.
Esa otra orilla puede ser la que ven los emigrantes desde la suya, esperanzados mirando a Europa, o América, o Australia. La mirada es la misma. La he visto en los tres continentes y no cambia. Es una mirada de miedo y de esperanza en un futuro incierto, pero futuro al fin y al cabo. Posiblemente lo que no vislumbran desde sus tierras explotadas por nuestros intereses: queremos sus cosas pero no a ellos. ¿Es eso lo que nos dice el texto de hoy, que nos pasa con Jesús? Queremos su ayuda, queremos que apruebe nuestras agendas y dedicaciones… pero su persona nos viene grande, tal vez. Les reprocha a sus discípulos que quieren pan pero no se quieren adherir a su persona. Necesitamos ir a la otra orilla de nosotr@s mism@s, la que no solemos visitar. Buen destino vacacional. Descubrir nuestro tesoro escondido: la cantidad de cualidades y talentos que manejamos a medio gas, o simplemente no usamos. Entiendo que es una experiencia de amor y fe en nuestra persona la que activa nuestra creatividad. Jesús nos pide como trabajo que nos adhiramos a su persona. Para ello hay que rescatar al emigrante en nosotros perdido en alta mar. Tanto ir detrás de “ayudar”, tal vez nos encontramos “perdidos en alta mar”, esperando rescate. Para muchas y muchos de nosotros sentimos que llegamos a la otra orilla, al fin, cuando descubrimos una experiencia personal y comunitaria de fe en la persona de Jesús, que nos resucita por dentro. Que nos inyecta vida nueva y alegría profunda. (vv.28-29 “¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Respondió Jesús: Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado”.) Necesitamos llegar a la otra orilla, la de Jesús, pasar un tiempo de vacaciones en ese lugar. Convivir con los que van llegando con sus pateras, con lo que son, a un lugar donde hay pan, porque partir el pan significa un modo de vivir en sororidad y fraternidad. Necesitamos refugio para aprender a ser refugio en lo material y en lo más hondo. Últimamente son personas cristianas, no católicas, las que me han hecho sentir parte de la comunidad cristiana, me han ofrecido su refugio sororal. Su orilla es más liberadora, ellas no tienen tantos prejuicios, ni tantos complejos. Ayer una de ellas me mandaba la homilía que acababa de hacer en su iglesia, no porque el cura esté de vacaciones sino porque un grupo de seglares y religiosos se turnan en la predicación. Así se comparten diferentes recetas de preparar el mismo pan. Así Jesús se hace pan para todas y todos, según la necesidad de cada uno. Y se enriquecen compartiendo sus diferentes panes o modos de vivir. Qué bonita es la otra orilla si nos adherimos a la persona de Jesús. Cruzar nuestro lago con él es una experiencia clave para compartir su pan. Crear un estilo de vida que dé sentido al cristianismo envejecido, y todo empieza, como siempre, compartiendo pan. El de Jesús. El texto habla de movimiento, de cruzar a otras perspectivas, de una acción que se convierta en pan compartido. Pero sobre todo nos dice claramente que es la adhesión a su persona lo único que sacia nuestras hambres. Agosto, mes de vacaciones por excelencia en nuestro hemisferio, puede ser un tiempo de cruzar a orillas desconocidas. Para algunos será viajar físicamente a otras culturas, pero siempre, siempre, cruzar a otra orilla es acoger lo que se nos ofrece con gratitud. Cuando los discípulos y seguidores le buscan donde siempre, en el lugar familiar donde habían comido el pan (versículo 23), Jesús se había ido a la otra orilla. ¿Qué significa, para cada uno, la otra orilla? Desde luego no hay respuesta stándard, es muy personal, tanto como adherirse a su persona. Invitación personal y comunitaria, de relación amistosa profunda. De encontrar en él nuestro refugio y fuerza en su pan, para seguir la vida con más brío. A mí también me habla lo de la otra orilla, de cruzar a nado, los y las que podremos estos días, disfrutando de la naturaleza, del mar, el río…y en cada brazada abrazar, respetar, descansar para seguir siguiendo, acogiendo y creando comunidad de iguales, de refugiados. Y ojalá no seamos todos igualitos en estos grupos, que lo ecuménico entre, es más, lo interreligioso… que los de la otra orilla vean que nos dejamos acoger y agasajar con sus bondades. Es una gran riqueza no ir de turista sino como peregrino a orillas de nuestros hermanos. Y los que tenéis que trabajar, o seguir en cama por enfermedad, os deseo que podáis encontrar la orilla que os dé consuelo y descanso profundo, igual que los que os acompañan y cuidan. Compartir ese pan del dolor es de lo que más une, como sabemos. ¿Por qué es tan desconocida como criticada, la Teología de la Liberación? por: Luís Ángel Aguilar8/2/2018 Es cierto que la Teología de la Liberación (TL) nunca fue del agrado de muchos papas, ni por supuesto de los movimientos neocons, incluidos el OPUS DEI, los guerrilleros de Cristo Rey, Comunión y Liberación, Kikos, …
Pero, ¿por qué tanta gente habla por boca de ganso sin conocer casi nada de una Teología que plantea que “la liberación de los oprimidos es el lugar obligado y privilegiado en la vida cristiana"? Para quienes quieran saber un poco más del tema, juzgar por sí mismos o “desfacer” algunos entuertos, voy a tratar de resumir en ésta pequeña entrada 1. ¿Qué es la TL? 2. ¿Cuáles son sus antecedentes? 3. ¿Tuvieron algo que ver personajes como Ellacuría, Freire o Romero? 4. Y tener un pequeño reconocimiento a dos personajes más revolucionarios como fueron el padre colombiano Camilo Torres o el sacerdote asturiano Gaspar García Laviana, mucho más desconocido y a quien reconoceremos próximamente desde Redes Cristianas en su Asturias natal. Y todo ello en menos de 400 palabras. La Teología de la Liberación es una corriente teológica que comenzó en Latinoamérica (LA) después del Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín (Colombia, 1968). Sus ideólogos más destacados fueron el sacerdote peruano, Gustavo Gutiérrez Merino y el teólogo brasileño Leonardo Boff. La TL intenta responder a la cuestión que los Cristian@s de AL se plantean de ¿Cómo ser cristianos en un continente oprimido? O lo que es lo mismo ¿Cómo conseguir que nuestra Fe no sea alienante sino liberadora? Dos de los máximos exponentes de esta teología liberadora como fueron el jesuita Ignacio Ellacuría o el arzobispo de El Salvador, Monseñor Romero, fueron asesinados a sangre fría, así como numerosos curas, catequistas y agentes de pastoral que asumían y practicaban sus presupuestos en diversos países de AL. Los antecedentes más importantes de ésta TL se encuentran en Brasil, donde a partir de 1957 comenzó en la Iglesia Católica (ICAR) un movimiento de Comunidades de Base (CEB) que para 1964 ya era digno de ser reflejado en el “Primer Plan de Pastoral Nacional 1965-1970). También en Brasil, un maestro del nordeste llamado Paulo Freire, desarrolló un nuevo método de Alfabetización a través de la “Concienciación”. Los movimientos de estudiantes y de trabajadores de Acción Católica se fueron comprometiendo con la TL, así como numerosos intelectuales. Algunos cristianos empezaron a utilizar algunos conceptos marxistas para analizar la sociedad. El misionero presbiteriano Richard Shaull planteó la cuestión de si la Revolución tendría un significado teológico. Y algunos jóvenes protestantes comenzaron a discutir estos temas con sacerdotes dominicos e intelectuales católicos. Otra de las ideas más desconocidas que también pusieron las bases para el comienzo de la TL fue la vida y obra revolucionaria del sacerdote colombianos Camilo Torres Restrepo(1929-1966) quien tomó las armas como última opción y luchó en desde el Ejército de Liberación Nacional (ELN) contra el ejército regular convirtiéndose en un verdadero ejemplo para curas y católicos que posteriormente tratarían de continuar su obra, no sólo en Colombia sino en toda AL. También el sacerdote asturiano Gaspar García Laviana, influenciado por el espíritu de la TL, tomó las armas, al entender que un cambio político pacífico, no sería suficiente para paliar las terribles necesidades que él veía en la Nicaragua de Somoza. Como otros muchos, el Padre Gª Laviana entregó su vida por la liberación de los pueblos oprimidos, conciencia ésta, adquirida y alcanzada por la Teología de la Liberación. |
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