No puedo comenzar sin una felicitación efusiva por tu calidad balompédica. Quizá seas el mejor futbolista del mundo. Y quien te escribe ha sido un admirador del fútbol por su mezcla de habilidad, inteligencia, velocidad, decisión rápida, compañerismo…
Pero lo decisivo en nuestras vidas humanas no es ser bueno o admirable “en algo”, sino serlo en nuestra condición de personas: un buen futbolista, buen escultor, buen actor…, si no son además buenas personas, estarán siempre por debajo de cualquier hombre verdaderamente bondadoso que no destaque en nada: pues vale mucho más lo que tenemos dentro del corazón que lo que tenemos en la punta de los pies. Esto lo olvida nuestra cultura y, por eso, quiero comenzar por ahí: no voy a hablar de tu calidad futbolística sino de la calidad humana de muchos de vosotros, figuras a las que nuestra sociedad convierte en ídolos y modelos. Con esto no quiero decir que no tú seas buena persona; al revés: si te escribo es porque lo pareces. Pero eso exige que te sientas obligado a mirar en qué contexto vives. España es uno de los países con más injusticia social de la UE, y el segundo tras Rumanía en diferencias entre ricos y pobres. Y bien: tú ganas demasiado. Escandalosamente demasiado. Sólo eso ya es inmoral en sí mismo; y no te lo podemos perdonar, como el que paga lo que sea con tal de tener su droga: porque entonces tu ser “buen futbolista” estaría contribuyendo a que todos fuésemos “malas personas”. Vives en un sistema corrupto y podrido donde impera el dinero, y donde el deporte es un sostén de esa tiranía: evasiones de impuestos, recalificaciones de terrenos en torno a los campos de fútbol, intermediarios que fuerzan a subir contratos, quitar a los clubs sencillos cualquier jugador que despunta, aunque sea sólo para pudrirlo luego en el banquillo… Vosotros no podéis creeros ajenos a eso, por bello que sea el fútbol: porque equivaldrá a ser cómplices de toda esa podredumbre. Hace poco me enternecí viendo la foto de un niño de Bangladesh, sonriente y feliz porque llevaba una camiseta tuya. Pero la sonrisa de aquel niño no llegará mucho más allá de la foto. Antes que una camiseta tuya, ese niño necesita alimentarse bien, buena educación, un mínimo de seguridad sanitaria y no tener que trabajar como esclavo: porque, desgraciadamente, en esta tierra cruel hay otra vida más allá de las fotos. Y además, medio mundo adulto se está quedando tan infantil como aquel renacuajo de la foto de Bangladesh y sonríe feliz no ya por tu camiseta sino por tus goles. Comprenderás ahora que no me estoy dirigiendo sólo a ti, sino a todas las estrellas del fútbol representadas en ti: por bien que juguéis, no podéis vivir al margen de cómo va este mundo espantoso, no podéis convertiros en la droga o la “pastilla azul” que tomaban los ciudadanos en la película “Matrix”, para ver el mundo distinto de como es en realidad, dejando de percibir las injusticias, las crueldades y lágrimas que pueblan esta tierra nuestra. Cuando después de cada gol te santiguas, yo me pregunto si ese santiguarse no resulta más blasfemo que aquel estúpido Padrenuestro de la señora Dolors Miquel: porque lo que tú haces tras cada gol es la señal de un Crucificado que recapitula todos los crucificados de la tierra. Y no parece que tu gesto vaya a servir mucho a esos crucificados. Oí decir que tu compañero Suárez proviene de una de las villas-miseria de Montevideo. Y me pregunto qué pasaría si su asombrosa sensibilidad para el gol, fuese también una sensibilidad igual hacia los que debieron ser sus compañeros de infancia en uno de esos miserables “asentamientos” de la capital uruguaya. Me preguntarás quizá qué tienes que hacer; y te vas a sorprender si te digo que no lo sé. Sólo quisiera que te convenzas de la verdad de lo que te he dicho: pues si todos vosotros estuvierais convencidos de ello, a la larga encontraríais caminos entre todos. Hace poco cuajó en Brasil un movimiento religioso entre futbolistas, que se proponían no ser nunca violentos, no insultar, no responder nunca a agresión con agresión. Creo recordar que Donato era uno de ellos y se le notaba. Y se agradecía. Aunque me temo que fue sólo una ola fugaz y no acabó de redimir al fútbol de la violencia física, lo cito como ejemplo de que si todas las estrellas del fútbol (futbolistas y entrenadores) os unierais en este punto, ya surgirían cosas que hacer en respuesta a tu pregunta. Si no, déjame decirte que todos vosotros contribuís a fortificar esa imagen de nuestra humanidad que diseñó hace tiempo Imanol Zubero: nos vamos pareciendo a aquellas gentes que bailaban despreocupadas y tranquilas sobre la cubierta del Titanic. Supongo que ya sabes cómo terminó la historia... PD. Escribí esta carta antes de tu juicio y la envié a la prensa donde suelo publicar; pero me han dicho que en estos dos meses no me publicarán nada porque quieren recortar páginas. Pero una prueba de lo que te digo en la carta puede ser tu respuesta en el juicio: “yo sólo me dedicaba a jugar al futbol, sin saber lo que firmaba”. No, querido Lionel: ésa podrá ser respuesta de un futbolista, pero no lo es de una persona de talla. Y me niego por eso a decir “todos somos Messi”, sin entender cómo el Barça ha podido montar una campaña así. Porque equivale a decir: “todos somos irresponsables”. Déjame decirte incluso que no me habría molestado si te hubiese caído una temporadita breve de cárcel: pongamos dos meses. Porque allí habrías tenido unas experiencias que te habrían exigido y enriquecido más que diez entrenamientos con Luis Enrique. Y además, habrías podido leer estas palabras de Eduardo Galeano, otro forofo del fútbol, en un libro de hace unos veinte años, titulado: El fútbol a sol y sombra: A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo de fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil. Y es inútil lo que no es rentable.
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Levantemos la mirada.
Se aceleran los cambios. Las mentalidades evolucionan. Las autoridades son cuestionadas. ¿Quién tiene real capacidad de orientar a los demás? Cuando la Tierra era “plana” y la ciencia no nos prometía descongelarnos en mil años más; cuando las autoridades eclesiásticas cuadraban la pertenencia religiosa con leyes estatales, era más fácil creer en Dios y en su reinado. Hoy triunfa por doquier la libertad. Pero la liberación de toda forma de asociatividad no augura nada bueno, sobre todo cuando comienzan a predominar otras dependencias. Mi opinión es que la humanidad tendrá que recurrir más que nunca a sus mejores tradiciones, recuperarlas de la tendencia al olvido, aprovechar su vigor, sus sueños de paz y sus ritos de fraternidad. Pensemos en los credos monoteístas y las religiones étnicas, en la cultura griega acogida y transformada por el judaísmo y la cultura romana, por la modernidad, etc… Un futuro borrascoso como el que se atisba, será descifrado por quienes tengan sentido histórico. Sería lamentable, sin embargo, volver al pasado de un modo tradicionalista. El tradicionalismo y la tradición son antónimos. Será inútil el lloriqueo tradicionalista por los años dorados del pasado. Lo que cuenta es el presente, y las tradiciones que ayuden a interpretar su sentido. ¿Podrá el cristianismo traspasar su reserva civilizatoria a las siguientes generaciones? ¿Podrá extraer de su tradición orientaciones que anticipen el triunfo de la historia humana que la Iglesia promete? En Occidente se diagnostica una crisis en la trasmisión de la fe. Hay países como Chile en los que está apunto de descolgarse una generación completa de jóvenes. ¿Volverán a necesitar el cristianismo pueblos que comienzan a considerarse post-cristianos? Pienso que sí, porque Cristo, creo, expresa la realidad del ser humano a un nivel irrenunciable. ¿Pero será capaz la Iglesia de transmitir a este Cristo –un Cristo radical- a las nuevas generaciones? ¿Podrán hacerlo las autoridades eclesiásticas, desprestigiadas como están, y el común de los cristianos, laicos faltos de convicción? Dejemos en suspenso lo que a estos respecta, aunque sea a larga lo decisivo. Si el cristiano no comunica a Cristo persona a persona, el resto por sí solo es palabrería. Pero para que eso ocurra, la institución eclesiástica ha de cumplir una función facilitadora. ¿Cuál? ¿Cómo describirla en pocas palabras? En el catolicismo, en particular, corresponde a la jerarquía eclesiástica la indispensable tarea del magisterio, esto es, la de actualizar la tradición (tradere = entregar) para que esta transmita (tradere = entregar) el Evangelio. La transmisión de Cristo no depende solo del esfuerzo evangelizador de la institución eclesiástica pues atañe en primer lugar a los bautizados, dotado cada uno del Espíritu Santo para interpretar a Cristo en sus vidas de un modo original e irrepetible. Si a estos el anuncio oficial de Cristo con el paso de los años se les ha vuelto ininteligible, el magisterio tiene que redoblar los esfuerzos por captar en todos los bautizados el habla actual de Dios. A este efecto, la Biblia, recibida y comunicada por la misma tradición, hace las veces de gramática para reconocer la voz de Dios entre tantas otras voces. Pero aun así la autoridad eclesiástica no puede pretender agotar las nuevas y múltiples interpretaciones de la tradición. Ella solo puede reclamar una interpretación exclusiva del Evangelio para salvaguardar la unidad de la comunidad cuando esta se encuentra en grave peligro. Si no es el caso, debe respetar y auspiciar tantas interpretaciones del mismo cuantos cristianos quieran vivir su fe con radicalidad. Cabe recordar aquí que la primera gran tradición de la Iglesia es el Nuevo Testamento. Ella misma lo escribió. Lo hizo, recuérdese, en al menos cuatro versiones: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No una, cuatro. Cuatro evangelios, más la interpretación genial de san Pablo y los autores de las otras cartas. El porvenir inquieta. Vivimos con enormes incertidumbres. Si la tradición cristiana puede aún servir como acervo de humanidad, tendrá que recortársele las alas al tradicionalismo que como pájaro asustado vuela hacia pasado (no falta quien insista en el latín, el besamanos a los obispos, etc.). Esta tarea le corresponde a la institución eclesiástica. Esta y sobre todo, la de fomentar que los cristianos tengan una experiencia personal e irrepetible de Cristo; del Cristo que, por otra parte, conduce invisiblemente la historia a través de las grandes tradiciones religiosas, culturales y filosóficas, y no solo a través del cristianismo. Cristo en Construcción Vimos al Papa en Auschwitz-Birkenau. Lo vimos encender una lámpara de aceite en memoria de las víctimas y bajar, en silencio y oración, a la celda en la que el sacerdote Maximiliano Kolbe fue encerrado para que murieran de hambre y sed. Después saludó a algunos supervivientes y a cristianos que ayudaron a los perseguidos. No pronunció ningún discurso. Sólo dejó un mensaje en el libro de memorias del campo. Tal vez esperábamos unas palabras de Francisco sobre Dios y el problema del mal, y que intentaría responder, como hizo Benedicto XVI, a la pregunta de dónde estaba Dios en Auschwitz. Pero la visita fue de silencio y oración.
El mal es un misterio. Podemos hablar horas y horas sobre el mal, escribir voluminosos tratados sobre el sufrimiento, y preguntarnos quiénes son los culpables de los horrores, pero al final sigue siendo un misterio. El Papa nos acaba de enseñar cuál debe ser nuestra actitud ante ese misterio: el silencio y la oración, para que el dolor de millones de personas cale en nuestros corazones, y nos decidamos a no banalizar nunca el mal. Y la petición de perdón no sólo para unos pocos, sino para toda la humanidad. Francisco rezó en la celda de san Maximiliano Kolbe, que se ofreció a morir en lugar de Franciszek Gajowniczek, condenado con otros nueve hombres como represalia por la fuga de un prisionero. Kolbe le dijo al coronel de las S.S. Karl Fritzsch: «Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos». La sustitución fue aceptada. He aquí el modo de superar el mal: entregar la vida por el bien de los demás. En medio de aquella barbarie de odio y maldad, un hombre entrega su vida por otro hombre. Kolbe nos demuestra que la última palabra, la única palabra importante, no es el mal, sino el amor. Dios estaba en Auschwitz, en el corazón de Kolbe. No falta en nuestros azarosos días quien nos sugiera cerrar los periódicos, ausentarnos de la dura actualidad, alejarnos de los vientos heladores que aún azotan a la humanidad. Puede tentar la propuesta de la distancia circunstancial, mas no del retiro total. Elegimos encarnar aquí y ahora, al tiempo que comienza a ceder una historia de odio y confrontación y por ende de sufrimiento e infelicidad, y se anuncia la nueva era de paz y por lo tanto de creciente bienestar y felicidad. Podemos tomarnos nuestras licencias, nuestro merecido agosto, nuestras ansiadas vacaciones para cargarnos de luz, fuerza y vida imprescindibles, pero aquí y ahora no podemos evadirnos de nuestro compromiso humano.
Estamos en el ayer y en el mañana, en la noche y en el alba, sobre todo estamos en el clarear de lo que ha de ser. Estamos con quienes padecen los azotes de lo que se desploma, estamos con quienes inauguran entre sentidos cantos y sonrisas verdaderas el nuevo escenario liberado y emancipado. Procuraremos el equilibrio para no polarizarnos, ni en la exclusiva aspiración hacia lo Alto con el consiguiente olvido de la suerte de nuestros hermanos, ni en la inmersión total en el barro, de forma que éste nos impida agitar las imprescindibles alas del espíritu. Seguimos al Nazareno. Deseamos mantenernos en ese nexo sagrado, en ese altar fuera de todos los mapas, donde el Cielo y la Tierra se abrazan y contraen eternos esponsales. Deseamos ser intersección de la vertical y la horizontal, cruz de reconstrucción y resurrección, nunca más de muerte y fatalismo. La mirada siempre hacia lo Alto para no olvidar nuestros destino en las estrellas, pero nuestro puntual afán aquí abajo, junto a nuestros congéneres y sus avatares, junto a una humanidad aún sufriente. Nuestro anhelo hacia Arriba para sentir el calor de ese Sol físico y espiritual en la faz invisible del alma, pero nuestras manos y nuestros pies bien enraizados en la tierra, que es por el momento nuestro terreno de actuación y de trabajo. No obviaremos el sufrimiento de nuestros semejantes. No tomaremos el expreso hacia ningún “nirvana” mientras algún remoto titular anuncie una gota de sangre, una lágrima perdida en un rincón del mundo. No podemos dar carta blanca al abuso con nuestro olvido. Tampoco podemos quedarnos clavados en ese dolor. Tenemos que revelar las nuevas y esperanzadoras realidades que van emergiendo, el superior destino, la Clara Luz que en el mañana, no sabemos a qué distancia, nos aguarda. Ponemos la fe y el acento en ese Alba que ya se anuncia, pero nuestra mente está también con nuestros semejantes que aún padecen noche oscura. No les podemos dejar de lado en nuestros discursos y peroratas, sobre todo en nuestras oraciones. Vayamos siempre juntos. Somos uno con los hermanos y hermanas de Turquía, de Siria, Sudán, Pakistán, con los hermanos refugiados...; somos uno en el dolor que irá cediendo, sobre todo en el sano y puro Gozo que está emergiendo. El texto del evangelio de este domingo forma parte de un amplio contexto, que empezaba el domingo pasado con la petición de uno a Jesús: “dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. A partir de ahí, Lc propone una larga conversación con los discípulos que abarca 35 versículos y toca muy diversos temas de difícil armonización. Naturalmente se trata de pensamientos dispersos que el evangelista organiza a su manera para ir aclarando las exigencias de Jesús. Sin duda reflejan la manera de ver la vida de la primera comunidad, como lo demuestra la conciencia de ser un pequeño rebaño.
Que el texto utilice a veces, el lenguaje escatológico nos puede despistar un poco. También el que nos hable de talegos o tesoros en el cielo que nadie puede robar, o que Dios llegará como un ladrón en la noche, nos puede confundir. Este leguaje mítico a nosotros hoy no nos sirve de nada. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está llamando siempre pero desde dentro. No pretende entrar en nosotros sino salir a nuestra conciencia y manifestarse en nuestras relaciones con los demás. Debemos superar la idea de un Dios que actúa desde fuera. El domingo pasado se nos pedía no poner la confianza en las riquezas. Hoy, además, se nos dice en quién hay que poner la confianza para que sea auténtica. No en un dios todopoderoso externo, sino en el hombre creado a su imagen y que tiene al mismo Dios como fundamento. No es pues, cuestión de actos de fe, sino afianzamiento en una actitud que debe atravesar toda nuestra vida. Confiadamente, tenemos que poner en marcha todos los recursos de nuestro ser, conscientes de que Dios actúa solo a través de sus criaturas, y que solo a través de cada una de ellas la creación evoluciona. Ayúdate y Dios te ayudará. Se trata de estar siempre en actitud de búsqueda. Más que en vela, yo diría que hay que estar despiertos. No porque puede llegar el juicio cuando menos lo esperemos, sino porque la toma de conciencia de la realidad que somos exige una atención a lo que está más allá de los sentidos y no es nada fácil de descubrir. El tesoro está escondido, y hay que “trabajar” para descubrirlo. No se trata de confiar en lo que nosotros podemos alcanzar, sino en que Dios ya nos lo ha dado todo. Ha sido Dios el primero que ha confiado en nosotros en el momento en que ha decidido darse él mismo sin limitación ni restricción alguna. Lo único que espera es que nosotros mismos descubramos ese don y vivamos de él. Si de verdad hemos descubierto el tesoro que es Dios, no hay lugar para el temor. A las instituciones y a las personas que las dirigen no les interesa para nada la idea de un Dios que da plena autonomía al ser humano, porque no admite intermediarios ni manipulaciones. Para ellos es mucho más útil la idea de un dios que premia y castiga, porque en nombre de ese dios pueden controlar a las personas. La mejor manera de conseguir sometimiento es el miedo. Eso lo sabe muy bien cualquier autoridad. El miedo paraliza a la persona, que inmediatamente tiene necesidad de alguien que le ofrece su ayuda, para poder conseguir con gran esfuerzo, aquello que ya poseían plenamente antes de tener miedo. Cuentan que una madre empezó a meter miedo de la oscuridad a su hijo pequeño. El objetivo era que no llegara nunca tarde a casa. Con el tiempo, el niño fue incapaz de andar solo en la noche. Eso le impedía una serie de actividades que hacía muy difícil desarrollar su vida. Entonces la madre, fabricó un amuleto y dijo al niño: esto te protegerá de la oscuridad. El niño convencido, empezó a caminar en la noche sin ningún problema, confiando en el amuleto que llevaba colgado del cuello. ¡Sin comentario! Para descubrir el sentido de esa confianza, tenemos que descubrir los errores que hemos desarrollado sobre lo que Dios es. No se trata de un ser externo en el que debo confiar, sino en mi propio ser en lo que tiene de fundamento que me proporciona todas las posibilidades desde dentro de mí mismo. Esto es lo que significa: “vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. El dios araña que necesita chupar la sangre al ser humano para salvar su trascendencia, no es el Dios de Jesús. El dios del que depende caprichosamente mi fututo, no es el Dios de Jesús. El dios que me colmará de favores cuando yo haya cumplido la Ley, no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús es don total, incondicional y permanente. Esto es lo que nos tiene que llevar a la más absoluta confianza. La fe consiste en fiarse de ese Dios. El Padre ha tenido a bien confiaros el Reino. Este es el punto de partida. No tengáis miedo, estad preparados, etc., depende de esta verdad. Si el Reino es el tesoro encontrado, nada ni nadie puede apartarme de él. Todo lo que no sea esa realidad absoluta, que ya poseo, se convierte en calderilla. Nuestra tarea será descubrir el tesoro, todo lo demás vendrá espontáneamente. El Reino es el mismo Dios escondido en lo más hondo de mi ser. Él es la mayor riqueza para todo ser humano. Todos los demás valores que puedo encontrar en mi vida, deben estar subordinados al valor supremo que es el Reino. “Dar el reino”, aplicado a Dios, no tiene el mismo sentido que puede tener en nosotros el verbo dar. Dios no tiene nada que dar. Dios se da el mismo, pero a nosotros se nos da antes de que nosotros seamos. De ese modo Dios se convierte en el sustrato y fundamento de mi ser. Sin Él, yo no sería nada. Ese don descubierto y vivido es la raíz de todas mis posibilidades de ser. Todo lo que puedo llegar a ser más allá de mi pura biología, es consecuencia de esa presencia de Dios en mí que me capacita para llegar a ser lo que Él mismo es. Esa fe-confianza, falta de miedo, no es para un futuroen el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora echo de menos. Esta es la gran trampa que utilizan los intermediarios. A ver si me entendéis bien: Dios no tiene futuro. Es un continuo presente. Ese presente es el que tengo que descubrir y en él lo encontraré todo. No se trata de esperar a que Dios me dé tal o cual cosa dentro de unos meses o unos años. El colmo del desatino es esperar que me dé, después de la muerte, lo que no quiso darme aquí. La idea que tenemos de una vida futura, desnaturaliza la vida presente hasta dejarla reducida a una incómoda sala de espera. La preocupación por un más allá, nos impide vivir en plenitud el más acá. La vida presente tiene pleno sentido por sí misma. Lo que proyectamos para el futuro, está ya aquí y ahora a nuestro alcance. Aquí y ahora, puedo vivir la eternidad, puesto que puedo conectar con lo que hay de Dios en mí. Aquí y ahora puedo alcanzar mi plenitud, porque teniendo a Dios lo tengo todo al alcance de la mano. La esperanza cristiana no se basa en lo que Dios me dará, sino en que sea capaz de descubrir lo que Dios me está dando. Para que llegue a mí lo que espero, Dios no tiene que hacer nada, ya lo está haciendo. Yo soy el que tiene mucho que hacer, pero en el sentido de tomar conciencia y vivir la verdadera realidad que hay en mí. Por eso hay que estar despiertos. Por eso no podemos pasar la vida dormidos. Por eso tenemos que vivir el momento presente, porque cualquier momento es el definitivo, porque en un momento, puedo dar el paso a la experiencia cumbre. Ese sería el momento definitivo de mi vida. Demostramos falta de confianza y exceso de miedos, cuando buscamos a toda costa seguridades, sea en el más acá, sea para el más allá. El miedo nos impide vivir el presente y nos atenaza para esperar el futuro. En realidad solo vivimos cuando perdemos el miedo. Debemos caminar aunque no tengamos controlado ni el camino ni la meta. Nietzsche dijo: “Nunca ha llegado el hombre más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Mientras más se acerca a la plenitud un ser humano, más vasto es el horizonte de plenitud que se le abre. Esto que en sí mismo es un don increíble, a veces lleva a la desesperanza, porque la vida humana es siempre un comienzo, un volver a empezar. meditación-contemplación “No temas, porque Dios te ha dado el Reino”. Si no has descubierto esto, toda religión será inútil para ti. El único objetivo de toda religión debía ser llevarte al interior, donde te encontrarás con el mismo Dios como centro de tu ser. ......................... Una vez descubierto el tesoro, sabrás que todo lo demás es arena. No te costará ningún esfuerzo poner en él tu corazón y apartarlo de todo lo que no es auténtico, por muy atrayente y reluciente que aparezca. ...................... Antes de descubrirlo, la confianza es imprescindible. Nadie tira por la borda las seguridades, si no encuentra la total seguridad. Muchas veces te han dicho que tienes que vender todo lo que tienes. Pero la realidad es muy tozuda. Nadie da todo por nada. En este mes de vacaciones (al menos en Europa), cuando se repiten los consejos de seguridad y vigilancia, también la liturgia nos invita a vigilar, aunque en cuestiones muy distintas.
A merced de lo que decida el sacerdote El sacerdote puede elegir este domingo entre una lectura breve y otra larga. Dos motivos aconsejan decidirse por la breve: 1) el calor de agosto en Europa y el frío en América; 2) la lectura larga mezcla tres temas, dos de ellos muy distintos, y puede volver un poco locos al predicador y a los predicados. Me limitaré, por tanto, a la breve, con algunas indicaciones finales sobre la larga. Tres señores muy distintos Si se lee el evangelio de forma rápida parece hablar de los mismos personajes: unos criados y su señor. Sin embargo, teniendo en cuenta que los discursos de Jesús los escriben los evangelistas uniendo frases sueltas pronunciadas por él en distintos momentos, cuando se lee el texto con atención encontramos tres señores. 1. Un señor que vuelve de una boda; los criados tienen que esperarlo y abrirle la puerta. 2. Un señor que llega, no se sabe de dónde; encuentra a los criados esperándole y, lleno de alegría, se pone a servirles. 3. Un señor que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón, y lo espera en vela. Lo que une estas tres imágenes tan distintas es la idea de la espera: los criados esperan a su señor (casos 1 y 2), el señor espera al ladrón (caso 3). Y todo esto sirve para transmitir la enseñanza más importante: también nosotros debemos estar vigilantes, esperando la llegada del Hijo del Hombre. El problema psicológico del texto Hablar de vigilancia y de esperar la venida del Hijo del Hombre mientras la gente se abanica o piensa en lo que va a hacer cuando termine la misa supone un desafío para el sacerdote. ¿Interesa realmente todo eso? En caso de que interese, ¿se puede pedir una actitud continua de vigilancia, con la cintura ceñida y la lámpara encendida, como dice el evangelio? Sería muy bueno que la gente se plantease estas preguntas y respondiese: “No me interesa nada, no pienso nunca en la vuelta de Jesús, y si me dicen que no se trata de que vaya a volver pronto, sino de que puedo morirme en cualquier momento y encontrarme con Él, prefiero no amargarme con la idea de la muerte”. Esta respuesta sincera tendría una ventaja: obliga a pensar en lo que representa realmente Jesús en nuestra vida. ¿Alguien a quien queremos mucho, pero que no tenemos prisa ninguna por ver, y cuanto más se retrase el encuentro, mejor? Amistad curiosa, pero muy frecuente entre los cristianos. Vigilar no significa vivir angustiados A pesar de lo anterior, la mayoría de la gente vive a diario el mensaje del evangelio de hoy. Está con el cinturón ceñido y la lámpara encendida. Porque la vigilancia se traduce en el cumplimiento adecuado de sus obligaciones. Así queda claro en la continuación del evangelio (la que puede omitirse). En ella, Pedro le pregunta a Jesús si esa parábola del señor y los criados la ha contado por ellos o por todos. Y Jesús le responde con una nueva parábola. Pero ahora no habla solo de un señor y sus criados sino que introduce en medio la figura de un administrador que está al frente de la servidumbre (es clara la referencia a Pedro y a los responsables de la comunidad cristiana). Este administrador puede adoptar dos posturas: cumplir bien su obligación con los subordinados, o aprovechar la ausencia del señor para maltratar a los criados y criadas y darse la buena vida. Queda claro que vigilar no consiste en vivir angustiados pensando en la hora de la muerte sino en cumplir bien la tarea que Dios ha encomendado a cada uno. La primera lectura La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría 18, 6-9, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio. Primer punto de contacto: vigilancia esperando la salvación. El libro de la Sabiduría piensa en la noche de la liberación de Egipto El evangelio, en la salvación que traerá la segunda venida de Jesús. En ambos casos se subraya la actitud vigilante de israelitas y cristianos. Segundo punto de contacto Al salir de Egipto, los israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían solidarios en los peligros y en los bienes. En el evangelio, Jesús anima a los cristianos a ir más lejos: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo. (Este punto de contacto sólo se advierte leyendo el comienzo de la lectura larga). No es inusual en estos días pasear por la calle o ir en el autobús con gente que cruzan con su móvil la realidad y de repente, ¡zas!, ¡un pokémon! A mí me pasó el otro día viajando en tren. Resulta que iba tan tranquila leyendo un artículo sin saber que a mi lado tenía un pokémon. Me llevé un buen susto cuando aquellos dos chicos que tenía en los asientos de enfrente apuntaron con su móvil a la butaca de mi lado, que yo ingenuamente veía vacía, y cazaron a Rubí Omega. Y es que según ellos hay que estar muy alerta porque en el momento y en el lugar más inesperado aparece uno.
De repente la monotonía de ir al trabajo se ha transformado en una búsqueda sorpresiva, un juego. La realidad no es la que vemos, se ha desdoblado y está llena de seres invisibles que habitan a nuestro lado. Solo hay que bajarse la aplicación para verlos. No sé si los inventores de esta franquicia son conocedores del mensaje de Jesús de Nazaret, pero el evangelio de este domingo les iría de perlas. Es más, salvando la distancia, y no solo de siglos, a su favor habría que decir que han sabido inventar una aplicación para conseguir eso a lo que hoy nos insta el evangelio: vivir preparados y mantenerse alerta porque no sabemos cuándo puede aparecer, en nuestro caso, el Hijo del Hombre. Probablemente las primeras comunidades cristianas pensaron que tras la Resurrección, la venida de Jesús iba a ser inminente. Sin embargo el tiempo pasó y, al ver que no sucedía nada y que incluso el mundo seguía igual, se fueron poco a poco desinflando. Es entonces cuando los evangelistas idearon esta "aplicación" para mantenerles alerta y despertarles del letargo de pensar que la realidad se circunscribe a lo que vemos y que no hay más dimensiones de la misma. La necrosis de la esperanza consiste precisamente en considerar que nuestro mundo no es capaz de generar un futuro diferente y que, por eso, no pasa nada. Creer es tener tensado el corazón hacia ese horizonte de sentido real y posible, aunque por ahora no se vea o sea para algunos invisible. Y nada mejor que el presente para tensar las cuerdas que hacen vibrar la esperanza: el futuro está en los fundamentos, se halla aquí y ahora, no es un futuro pospuesto ni postergable, fecunda nuestro vivir cotidiano. Y es, precisamente, aquí donde la franquicia japonesa y el Evangelio ofrecen soluciones distintas. Hace varios domingos la liturgia proponía dos textos emblemáticos —el de la encina de Mambré (Gn 18,1-15) y el del Samaritano (Lc 10,29-37)— que, puestos como trasfondo del de hoy (Lc 12,35-40) genera una "aplicación" muy potente y atractiva. De hecho, Abraham da hospitalidad a tres forasteros sin saber que está acogiendo al mismo Dios y aquel buen samaritano se hace prójimo de un hombre herido del que otros han dado un rodeo. Se trata de una categoría muy bíblica, el forastero, el vulnerable, el pagano, aquel del que menos te los esperas es portador de tu propia salvación. Es más, Dios se identifica con ellos: ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber, forastero y te acogimos, desnudo y te vestimos? (...) cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis (Mt 25,31-46) La apelación a permanecer ceñidos y en alerta porque el Hijo del Hombre puede llegar en cualquier momento resulta muy motivadora. Pues no sabemos si nuestra salvación vendrá en patera, la encontraremos acurrucada en un banco del parque y cubierta de cartones mugrientos que improvisan una cama. Tal vez esté en unos ojos que se cruzan al salir de la iglesia mientras con una mano abren la puerta y con la otra mendigan generosidad. Quizás para encontrarnos haya tenido que cruzar varias fronteras, andar miles kilómetros con la casa a cuestas, saltar toda la serie de obstáculos que le hemos puesto: vallas de más de diez metros, protocolos eternos, visados y un largo etc. Y es que como canta Pedro Sosa: «A ver si Europa se entera que no hay quien ponga barreras al sueño de la Esperanza. Que el alma se aferra a un sueño y el sueño mueve las barcas». Esperemos que al volver Dios nos encuentre así, ceñidos como él con una toalla. Entonces nos preparará una mesa (Lc 12,37) y volveremos a escuchar aquellas sorprendentes palabras: venid benditos de mi Padre (Mt 25,34). La primera creencia errónea: la creencia sobre “mí”
¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí– condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás. Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”. Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí. Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quién soy y accedo a mí (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo– “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí. ¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye. En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres. Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?). Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto. Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera– del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada. Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello. Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es. Descubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad. Junto a Octavio Salazar Benítez, de la Universidad de Córdoba, Juan José Tamayo codirige el curso de verano de la UNIA Feminismo, género y cultura. El reconocido teólogo -profesor en la Carlos III de Madrid, donde dirige la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría- defiende la Teología de la Liberación y ofrece un enfoque crítico sobre la jerarquía de la Iglesia católica.
-¿Cree que el feminismo está devaluado? -El fenómeno del feminismo es ondular. El momento cumbre fue en los 80 y 90 y ahora estamos en una etapa de baja marea porque se están introduciendo planteamientos que perjudican al feminismo que son los “pos” y “neos”. Estamos en una etapa de posfeminismo en la que se considera que todas las luchas y reivindicaciones que ha llevado el feminismo en estas últimas décadas han desembocado en la consecución de los logros y objetivos que se buscaban. Y luego están el famoso posmachismo, el neofeminismo, el neomachismo… Todos los “pos” y todos los “neos” son peor que la marca originaria y, en este sentido, hay que volver a los orígenes del feminismopara reivindicar una serie de reclamaciones en el cambio de la sociedad igualitaria, la educación paritaria y la política de género que tristemente aún no se han conseguido. Por otra parte, influye el problema de la filosofía, que es una disciplina que contribuye a formar ciudadanos y ciudadanas críticas, personas que hacen análisis de la realidad, que piensan, reflexionan, se comprometen cívicamente y quieren contribuir a la mejora de la sociedad. -La filosofía está siendo reducida en los estudios de Bachillerato. -Pero además de la pérdida de la filosofía en ese momento tan importante de la educación, el modelo o tipo de filosofía que se enseña es patriarcal, androcéntrica y homófoba. De entrada lo es porque se excluye a las mujeres como pensadoras, se considera que el pensamiento y la racionalidad corresponden al varón y se cree que el verdadero sujeto filosófico es el hombre. La famosa afirmación de Descartes “pienso, luego existo” no es aplicable en la historia de la filosofía a las mujeres, sino sólo y exclusivamente a los hombres: pienso como varón. De esta forma, las mujeres han sido relegadas al campo de los sentimientos, de los afectos, de la intuición, de las sensaciones, y el hombre se ha erigido en sujeto único y exclusivo del pensar y el razonar. Claro, todo esto se transmite en la escasa filosofía que se imparte hoy a los alumnos y alumnas, de forma que del campo filosófico son excluidas las mujeres porque, además, se considera que los clásicos, tanto de la antigüedad griega como de la modernidad, han seguido defendiendo que el sujeto de la razón, por naturaleza, es el varón. Por eso me parece tan importante la afirmación que hizo Mary Wollstonecraft, la primera feminista filósofa, que dijo “no quiero que los hombres dominen sobre las mujeres, sino que las mujeres dominen sobre sí mismas y sean verdaderos sujetos”. -Los datos relativos a las últimas investigaciones sobre maltrato en los noviazgos entre adolescentes y jóvenes constatan que el avance ha sido nimio y que queda mucho por hacer. ¿Cómo se aborda este asunto? -Primero, como usted plantea, desde el análisis de la realidad. ¿Qué es lo que está pasando en el campo, por ejemplo, de la educación y de las relaciones entre chicos y chicas? Yo creo que esa involución en el campo de la igualdad entre jóvenes mujeres y hombres es porque hemos bajado la guardia en la lucha feminista por la igualdad, se ha producido un espejismo y hemos creído que esa conquista ya se había logrado y que, por tanto, en la educación no había que trabajar el tema de la igualdad o la discriminación por razones de género. Pensábamos que con la construcción jurídica y la generalización de la universalidad de todos los derechos se había logrado hacer realidad. Pero, en el fondo, hemos sido muy ingenuos pensando en unos logros que no se han conseguido. Estas olas de involución son mucho más radicales que la involución originaria porque además hay una especie de defensa: el feminismo es la única revolución no violenta que se ha producido en la historia y, sin embargo, tanto el neomachismo como el patriarcado histórico han respondido con violencia contra las mujeres ante sus reivindicaciones. Y el grado de violencia extremo es el asesinato de mujeres, pero hay formas de violencia encubiertas o más manifiestas que se expresan a través de las redes sociales o violaciones que se graban. -Las mujeres y la religión son los mayores enemigos de la mujer. ¿Qué opina de esta afirmación? -Sobre la religión estoy totalmente de acuerdo. Las religiones siempre se han llevado muy mal con las mujeres y las han tratado como subalternas. Ahora mismo son los últimos y más influyentes bastiones legitimadores del patriarcado y por eso suelo hablar de tres tipos de patriarcado: el de la coacción, que es el patriarcado duro en el que las mujeres son inferiores y deben tener un proceso de socialización que diferencie perfectamente sus roles de los de los hombres; el blando, que es el patriarcado de consentimiento en el que, aunque se reconoce la igualdad en la teoría, en la práctica se mantiene la discriminación; y el extremoduro, por usar el nombre del grupo de música. Este último patriarcado es aquel que siguen ejerciendo las religiones, que no reconocen a las mujeres como sujeto. Son la encarnación del mal, son tentadoras y, al mismo tiempo, no son sujeto religioso. Por ejemplo, en el catolicismo son excluidas del ámbito de lo sagrado, son reducidas a tareas auxiliares y no tienen tareas morales. Aunque también es verdad que dentro de las religiones se está produciendo ya una especie de rebelión de mujeres que quieren seguir dentro de sus comunidades religiosas pero que se niegan a aceptar las orientaciones patriarcales de las jerarquías y quieren caminar por sí mismas. -Y, ¿en cuanto a la otra afirmación? -Con la otra no estoy de acuerdo. Ese es precisamente el argumento que se utiliza en el imaginario social para enfrentar a las mujeres e impedir que se realice un pacto o alianza entre ellas para luchar contra las estructuras de dominación. Hay que desmontar ese tópico y hay que construir el sujeto mujeres como nosotras, unidas para luchar contra un neoliberalismo sexual que utiliza a las mujeres como mercancía y las considera como algo con lo que se puede mercadear y negociar, una especie de objetos de compraventa. -¿Cómo contribuye la cultura a crear otras subjetividades? -Hay alternativas que fomentan la igualdad y están apareciendo manifestaciones de subjetividades alternativas no hegemónicas en el terreno de la literatura. El lunes, por ejemplo, la profesora Laura Freixas expuso en el curso ejemplos de escritoras que dan protagonismo a las mujeres y establecen en sus textos una relación más simétrica entre hombres y mujeres. En el campo de las artes plásticas ayer tuvimos una conferencia sobre la recuperación del tejido, una práctica tradicional de mujeres, como forma de visibilizar otro tipo de relaciones entre mujeres y de reconocimiento de las mismas. Nos interesa proponer alternativas de reconocimiento, que es lo contrario a desconocimiento; y de visibilización, que es lo contrario a invisibilización. Hoy tendremos una conferencia sobre educar para la igualdad. Otra filosofía inclusiva es posible, otra literatura, otro cine que incorpore a las mujeres en relaciones igualitarias. Se suele asociar la noche obscura del alma, con estados depresivos connaturales del que los sufre.
Pero cabe también pensar que ese “silencio” de Dios y esas terribles dudas, como las que sufrió Teresita de Lisieux, se asocian a un abrupto afloramiento torrencial de la “sombra” junguiana hacia la conciencia, sombra normalmente reprimida en el subconsciente, por el “yo” racional y egoico. Dice Jung, que el proceso de “individuación”, supone una unificación de la mente, pasando del Yo racional, que es el que lleva el control de la persona, al Sí-mismo, Self, que es la mente conjunta. Para ello se produce un debilitamiento de las barreras represoras del inconsciente, con lo que afloran de repente, todos los demonios internos, todas las tendencias antiéticas antisociales, e incluso delictivas, que guardamos, desde arquetipos y tendencias filocriminales heredadas filogenéticamente, hasta las parafilias y fobias que se nos han ido produciendo futo de experiencias negativas de nuestra biografía personal. Este doloroso afloramiento de la sombra, a la conciencia, debería servir para su sanación, al igual que en la psicoterapia, se propone que el conocimiento consciente de muchos recuerdos enterrados, sirve para su desactivación. Quizás este fenómeno tan doloroso y desagradable, en personas espirituales, sea interpretado como un abandono de Dios. Y también se suele hablar de grandes ataques del “demonio”, con grandes tentaciones de nuestras flaquezas. El caso del Padre Pío, es un ejemplo, de cómo ese fenómeno lo personaliza en la figura de un lobo peligroso que le acecha y amenaza con devorarlo. Esta concepción moderna de la psicología humana, ha sido a veces intuida genialmente por hombres del pasado con una gran capacidad de penetración psicológica. Macario, uno de los maestros de la oración oriental (la Filocalia), dice: “Abstenerse del mal no es la perfección; la perfección es entrar en un espíritu humillado y dar muerte a la serpiente que anida y ejerce la muerte debajo mismo del espíritu, más profundo que los pensamientos, en los trasteros y los depósitos del alma. Porque el corazón es un abismo…”. Milagrosamente, está prefigurando el subconsciente de la mente humana, (debajo mismo del espíritu, en los trasteros y los depósitos del alma), donde anida la “sombra” junguiana, (la serpiente que ejerce la muerte). El “dar muerte a la serpiente”, se puede intentar frontalmente, mediante una fuerte actividad ascética, debilitando la voluntad y la vitalidad humana, y debilitando con ello nuestros demonios internos. Esa ha sido la estrategia tradicional. Pero en los tiempos modernos, la nueva psicoterapia tiene otros métodos más sutiles y eficaces, aunque no tampoco fáciles. Son todos los caminos de la metamorfosis personal, el psicoanálisis freudiano, la “individuación” de Jung, la autorealización de Maslow, y todas las escuelas terapéuticas de mejora y perfeccionamiento personal. En resumen consiste en comprendernos y “perdonarnos”, y con ello comprenderemos y perdonaremos a los demás. La psicóloga Ellen Luke dice: «… es la irrupción del perdón, en su sentido más profundo – universal y particular, impersonal y personal –, lo único que produce el “dejar partir”, la libertad definitiva del espíritu”. “Y eso es así porque, en el momento de esa realización, se ha ido para siempre la falsa culpabilidad, ya sea la que se ve en uno mismo o en los demás, y se acepta la verdadera culpabilidad que llevamos cada uno de nosotros, la del rechazo a ver, a ser consciente”. “De esta forma, podemos observarnos a nosotros mismos y al mundo con los ojos abiertos, y sufrir el dolor y la alegría del conflicto divino que es la condición humana, el sentido de la encarnación.» “Yo me siento con frecuencia cansado y sin fe ni valor, pero creo que estos estados no deben combatirse propiamente, sino que es preciso abandonarse a ellos, llorar alguna vez, o ensimismarse sin pensar en nada, y luego se advierte que entretanto el alma ha seguido viviendo… y ha avanzado”. Hermann Hesse. |
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