Viva la libertad y la variedad
Desde que se levantó la polémica sobre el uso, su admisión o su rechazo, hasta llegar a la prohibición administrativa de su uso, la polémica del “burkini” en Francia me ha parecido, en el mejor de los casos, de un ridículo subido. ¿Qué lesión de los valores constitucionales, o de las costumbres morales, o del peligro de un mal contra terceros, o qué otro tipo de criterios podrían esgrimir las autoridades municipales para prohibir esa inocente, ingenua y hasta infantil prenda para el uso de las mujeres en las piscinas públicas, playas , ríos, parques o arenales de la dulce Francia? Desde que me enteré de las primeras trabas administrativas ya me pareció mala cosa, como una medida disparatada. Y cuando algunos municipios franceses de la costa de oro llegaron hasta la prohibición yo pensé que algo andaba muy mal. Y no digamos nada desde el momento en que se publicó la noticia que la policía había obligado a una mujer, no sabemos si musulmana o no, a quitarse esa ropa sobrante, no para la mujer, sino para la policía. Así que acabamos de entender que se estaba fraguando una intervención administrativa de las autoridades que, dejando atrás la ridícula insensatez, podrían acabar en el atropello, y en una flagrantes falta de respeto a los derechos humanos, comenzando por la autonomía de los ciudadanos en su vida privada, y en su intimidad. Por eso se entiende de alguna manera la insólita prisa del Consejo de Estado de Francia, anulando, con decisión inapelable, las prohibiciones municipales contra una simple prenda de vestir. Que una mujer proteja su cuerpo de las miradas, indiscretas o no, limpias o no, claras o turbias, no puede constituir ningún motivo de rechazo, de incomodidad para el resto de la ciudadanía, o mucho menos de peligro para la misma. Solo las mentes tortuosas, obsesionadas o maniáticas pueden pensar que el burkini puede facilitar la ocultación de un mecanismo peligroso o explosivo más que un vestido normal o un chándal, o una prenda respetable del que baja a la playa con cierta elegancia. El mal que habría que desterrar, si tuviéramos medios, y el Estado fuera siempre de fiar, es que se cumpliera la sospecha de que la ciudadana musulmana se viste de esa guisa obligada y vigilada por instancias que de ninguna manera pueden pretender ese poder, o esa autoridad. Sabemos que hay mujeres, y todos conocemos alguna joven musulmana, que viste libremente, y acude a la playa con la libertad que las leyes de nuestra época permiten a varones y hembras. El Estado tiene como uno de sus objetivos, garantizar los derechos y las libertades de todos sus miembros, no de limitarlos. y mucho menos anularlos. Que la autoridad tiene la sospecha, con suficientes indicios, de que una persona viste, de la manera que sea, obligada por alguien, institución, grupo social o religioso, que investigue, y tome las medidas para liberar a esa persona de una injusta y opresiva imposición. Y no que, directamente, quebrantando el más mínimo derecho a la libre circulación y a la libertad de apariencia y vestido, sea molestado en el cumplimento de ese derecho fundamental. Es una pena que alguien actúe motivado por fuertes presiones, o porque, como decimos castizamente, le hayan comido el coco. Todos sabemos el poder de la publicidad, de las enormes campañas de propaganda, del poder de convicción, hasta llegar a implicar a la intimidad de la conciencia, de grupos, sectas, religiones con ministros obsesivos y nada equilibrados ni objetivos. Pero fundamental y decisivo, algo que siempre hay que salvaguardar, es la igualdad de trato, y no tomar medidas coercitivas mirando previamente la matrícula de los grupos a controlar. Todos recordamos, sin necesitar de dar ningún nombre, las tragedias individuales, familiares y hasta sociales que ciertos desvíos religiosos, o exageraciones, o comeduras de coco, han provocado en ciertos ámbitos, y en épocas no tan remotas, y en algunos casos bien actuales, de nuestra población. Así que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
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En las noticias por todos los medios de comunicación tanto a nivel local, nacional, e internacional, ó mundial, quizás, para unos nos ha llegado como momentos de “esperanza”, y para la gran generalidad e incluyendo los que ostentan poderes de AUTORIDAD (SOCIO,.POLÍTICO, ECONÓMICO Y HASTA ECLESIAL) ,y casi si se puede comparar a los terremotos ó tsunamis ,la verdad ha conmocionado hasta los cimientos en que se han edificado éstas estructuras humanas.
Uno de estos sacudones y que han traído desde el momento en que fue puesto al frente de la “administración católica Romana “a nuestro hermano JORGE MARIO BERGOGLIO SIVORI, actual Papa Francisco, nada más ni nada menos que desde el extremo sureño del continente Sudamericano .”Argentina”. Son vientos de Alegría para una Paz verdadera. Desde el mismo momento en que asumió la responsabilidad del Papado, dio signos de un profundo CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD HUMANA, NO SOLO, DE AMÉRICA, SINO DE TODO EL PLANETA –TIERRA..Cabe dar a recordar dentro del mismo Vaticano, causó “sorpresas” el no respetar formalismos ó inventos de las instituciones humanas y de carácter diplomático, y peor estar sujeto a seguir reglas de comportamiento “formal”. Desde aquí, dio lugar a respiros de un futuro de “CAMBIOS”.Y entre los múltiples signos, de esta nueva actitud de cambios, de los cuales todos somos testigos, en la semana que hemos transcurrido ( 7 al 14 de Agosto 2016), Nuestro Hermano Papa Francisco nombró una “comisión” que le ayude a vislumbrar el ENVOLVIMIENTO DEL SEXO FEMENINO BAJO LA DENOMINACIÓN DEL DIACONADO PERMANENTE . Como preámbulo a esta GRAN NOTICIA PARA LA HUMANIDAD ENTERA ,cabe anotar para todos los “CRISTIANOS DE TODA DENOMINACIÓN RELIGIOSA”, recordar la vida de los primeros seguidores al mismo HIJO DEL ALTÍSIMO ( en Vida) en su vida pública ( tres años), ¿ qué personas lo atendían y estaban en contacto permanente con el Maestro? Empezando por su Madre La María y sus amigas La Salomé y otras, luego las hermanas de su amigo Lázaro, María de Magdala y Martha, la suegra de Pedro, y hay una infinidad de amigas a quiénes, me atrevo a preguntar a los entendidos ¿ a cuál de ellas les propuso el SEGUIMIENTO ó promesas de que van tener puestos privilegiados en “EL Reino”? .De que yo me acuerde…?. Y quizás insólita pregunta ¿cuál de ellas lo traicionó la encomienda de que vayan a seguir su estilo de Vida?… Este ligero rememorar, lo hago ,con el único y solo fin de ALEGRARME Y DECIR UN GRANDE AMEN AL TODOPODEROSO POR ESTA MUESTRA DE QUE SU SANTO ESPÍRITU HOY MÁS QUE NUNCA SE ESTÁ MANIFESTANDO A LA LUZ DE LAS ENSEÑANZAS PROPORCIONADAS POR SU HIJO EL SEÑOR JESÚS . Quizás esto de que el SEXO FEMENINO ASUMA RESPONSABILIDADES, que el género masculino no supo responder, desgraciadamente en las diferentes épocas de la historia, en vez de que el SEXO MASCULINO haya dado muestras de un alto signo o demostración de “responsabilidad”, lo único que hemos hecho es llevar al borde de la DESCOMPOSICIÓN HUMANA. Creo que les llegó la hora y el momento a Nuestras Hermanas. Cabe anotar que en el CONCILIO VATICANO II, me atrevo a decir, de una manera muy diplomática, se trató de restablecer el “diaconado para hombres casados”, personalmente quizás funcionó, no para cumplir lo que “fue” en la historia de los primeros cristianos (hechos de los apóstoles Cap. 6 : 1 – 7 ) sino para de una manera “demagógica –sofisticada” seguir manteniendo la estructura alienante-domesticadora, hasta esclavizadora ante la humanidad. Digo esto, ya que por mi experiencia en mis cuarenta y cuatro años como un clérigo-sirviente (diácono), simplemente tanto en la Estructura Eclesial de los Estados Unidos de América, lo único para que hemos servido es simplemente “MONAGUILLOS”, y peor, más aún en Sudamérica, ni siquiera se ha dado a conocer de esta realidad que debe tener Los Verdaderos Servidores del Pueblo de Dios .Saber Administrar los bienes de este planeta en todos los órdenes de la sociedad humana. Quizás, en el menor tiempo posible, los encargados de este estudio den no solo al Papa Francisco, sino a toda una población que GIME Y LLORA AL TODOPODEROSO, un alivio y una esperanza de que llegue la VERDADERA PAZ Y FRATERNIDAD HUMANA, DADA Y HASTA EXPLICITADA EN EL MADERO DE LA CRUZ POR EL MISMO HIJO DE DIOS. Después del asesinato del sacerdote francés, el Papa Francisco señaló que no era “guerra de religión”. El degollamiento del padre Jacques Hamel, no es el único caso de animadversión dramática en contra de la religión católica o del cristianismo. Hemos conocido tantos casos parecidos en algunos países africanos como en países musulmanes de Asia y, porque no reconocerlo, en nuestra misma Araucanía también tenemos unos atentados contra la religión cristiana con las quemas de templos. Esto nos llama la atención.
No podemos olvidar las violencias que hubieron en Irlanda del Norte entre católicos y protestantes no hace tanto tiempo ni anteriormente el “Goti mit uns” (Dios con nosotros) de los cinturones de lo oficiales alemanes a la guerra y el cardenal Spelman que bendecía los armamentos norteamericanos en la segunda guerra mundial. No hay que olvidar tampoco las atrocidades de la época de la Inquisición o del tiempo de las cruzadas. Por cierto es necesario que el Papa desarme toda veleidad de venganza que podrían surgir de algunos cristianos vengativos para atrincherarse . Si existe una agresión del estado islámico u otras agrupaciones que se pretenden del Islam por una parte y una guerra de represalias del otro lado, hay que buscar las causas en desequilibrios socio-económicos y en afanes de poder más que en motivos propiamente religiosos. Sin embargo ni el cristianismo ni el islamismo pueden lavarse las manos . Por lo contrario, todos los creyentes deben preguntarse cómo pudieron surgir ayer y hoy día tales demonios de nuestras propias religiosidades. El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre las relaciones de la Iglesia con el Islam reconoce “no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes” en la historia y exhorta a la “mutua comprensión y a la unión para promover la defensa de la justicia, de los bienes morales, de la paz y de la libertad de todos los hombres”. La pregunta difícil de contestar es ¿Cómo puedan surgir tales atrocidades de quienes proclaman la fe en Dios? No basta invocar las debilidades humanas, los vicios de poder, las rivalidades económicas, sociales o culturales, hay que descubrir también que las religiones encubren creencias equivocadas en un dios falso y hasta “perverso”. En la masacre de Niza, un musulmán que vio morir a varios de sus correligionarios desautorizó al chofer criminal, diciendo que ese no podía ser de los que cumplen la “Salat” (oración musulmana). Hay buenos creyentes y falsos creyentes en todas las religiones. Demasiadas veces hemos discutidos sobre palabras dogmáticas y sobre actos religiosos indispensables y hemos olvidado hablar bien de nuestro Dios a sabiendas que seguirá siempre para nosotros el “Otro misterioso”. Al leer el Corán, uno puede hacerse una idea de las diferencias entre nuestras percepciones de Dios con los musulmanes. La grandeza de Allá, su omnipotencia es impresionante. Allá es “único” y el Corán lo repiten 1000 veces como… para purificarnos de toda nuestra santería y nuestra vida pagana. Su mandamiento es de adorar a Dios. El mandamiento nuestro nos habla, más bien, de amarlo por encima de todo. Esta relación personal con Dios (ser hijo) es riqueza de nuestra fe. Para los musulmanes, Allá dictó su voluntad a su profeta Mahoma que hizo escribir el Corán como última advertencia para al mundo entero afín de que cada cual pueda llegar a salvarse del infierno acatando sus preceptos. Los cristianos, tenemos una multitud de testigos que escribieron en la historia los libros de la Biblia para dar a conocer al Dios que, a lo último, se hizo hombre para salvarnos y enseñarnos sus caminos. Cuando el último Concilio habla de Ecumenismo, después de recordar la necesaria “perenne reforma”, recomienda el diálogo interreligioso, reconoce que hay “deficiencias en el modo de exponer la doctrina… y que existe un orden o jerarquía en las verdades de la doctrina…”. Tenemos mucho pan en la mesa si empezamos a dialogar hablando de Dios, de Allá, de Jehovah o de Yahvé… Más allá de nuestras ideas sobre nuestras prácticas particulares nos separan fácilmente. Los musulmanes con sus oraciones arrodillados la faz contra tierra, su ayuno (el ramadán), su aporte de ayuda a los necesitados y a la propagación del Islam, su peregrinación a la Meca… Los cristianos con nuestros sacramentos como el bautismo, la misa del domingo o la cena del Señor y … ¿? El Concilio recomendaba la oración común. Si uno descuenta los “Te Deum” de las fiestas nacionales, no estamos en ninguna parte con esta recomendación de orar juntos. ¿No están culpables los obispos y las pastorales diocesanas? Otra recomendación del Concilio era de colaborar en el campo social con los musulmanes y las otras religiones. En Chile las distintas iglesias colaboraron en el pasado para la defensa de los derechos humanos pero, desde entonces, no se destacaron otras colaboraciones posteriores. El Concilio fue, eso sí, muy prudente para el ecumenismo y definió un control preciso de los obispos en la materia. Esa prudencia, ¿no es la que paraliza la nueva evangelización que necesita mucho más libertad e iniciativas de los hijos de Dios? Durante el siglo XX se instaló la idea que los países en vías de desarrollo debían copiar las recetas de los países más industrializados para lograr una evolución progresiva hacia mejores niveles de vida. La visión del desarrollo era esencialmente económica. Crecimiento y desarrollo eran sinónimos, para muchos economistas.
Luego, voces críticas plantearon que el subdesarrollo no era una fase previa al desarrollo sino la consecuencia del colonialismo y el imperialismo; surgen también críticas centradas en lo ambiental desde el club de Roma, la cumbre de Estocolmo. Los distintos informes coinciden que el incremento de la industrialización, la contaminación y el consumo de recursos tenían límites y que traspasarlos nos llevaría a un colapso planetario. Un momento importante en esos tiempos que aparecía como punto de inflexión fue la conferencia de Río en 1992, donde se llegó a acuerdos sobre el necesario equilibrio entre el ambiente y el desarrollo. Pero a pesar de las múltiples cumbres sobre el ambiente y el cambio climático, nada hizo cambiar el rumbo o aminorar la marcha del modelo de desarrollo globalizado. Hoy muy pocos niegan el estado crítico del planeta próximo a una catástrofe ambiental y a la responsabilidad del hombre en general y de los países más desarrollados en particular como causantes de esta crítica situación. Algunos jefes de Estado tuvieron fuertes críticas y Bolivia organizó un encuentro internacional sobre el cambio climático y la responsabilidad del modelo de desarrollo, pero nadie imaginaba que las críticas más duras al sistema iban a provenir del Vaticano y a través de una encíclica papal como la producida por Francisco denominada Laudato Si.
Esta encíclica tiene importancia planetaria desde el punto de vista religioso, ético, social y político. En muchos medios se la ha etiquetado como una encíclica verde que trata del cambio climático, eso es minimizarla, reducirla. Es una encíclica sobre nuestra casa común, como la habitamos y un llamado urgente a modificar un sistema de “superdesarrollo derrochador y consumista”. Presenta un análisis de la situación ambiental en el mundo, hace severas críticas al modelo capitalista consumista, responsabiliza a los poderes económicos y a los países desarrollados de gran parte de los desastres ecológicos, pero vinculando al mismo tiempo el tema central del cuidado del ambiente y de la naturaleza con la defensa de la vida y la dignidad de las personas, la pobreza y la exclusión en el mundo y convoca a mirar la realidad de otra manera.
Fue recibida con elogios por defensores del medio ambiente, científicos, dirigentes sociales líderes religiosos y jefes de Estado, pero con frialdad y rechazo por los sectores más conservadores de la iglesia y por sectores políticos de derecha. Científicos, filósofos, religiosos y militantes sociales han elogiado la encíclica: Edgar Morin, filósofo y sociólogo francés, dijo: “Este mensaje es tal vez el primer acto de un llamado hacia una nueva civilización” Humberto Maturana, biólogo chileno: “…intuimos que tendrá enorme importancia en la expansión de conciencia que requiere la Humanidad para superar la postmodernidad, vemos una continua referencia a la profunda interconectividad entre todas las cosas, en una crítica dura y directa a la mirada fragmentada que acostumbramos a tener y muy especialmente, al poder que hemos asignado al dinero”. Leonardo Boff, teólogo, sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño: “La encíclica es la Carta Magna de la ecología, el aporte principal es el hecho de que el Papa asume un nuevo paradigma ecológico, según el cual todos los seres son interdependientes y están en relación”.
Ha sido publicada en un momento marcado por una encrucijada ambiental, de carácter indudablemente estructural consecuencia de un sistema de producción y consumo principal responsable del cambio climático que nos toca vivir y uno de los grandes retos de la actualidad, con profundas implicaciones sociales y económicas. Por otra parte estamos en un cambio de época donde han cambiado las relaciones de fuerza internacionales, por la emergencia de bloques de poder alternativos transitando a un mundo multipolar, con avances y con dificultades. Un cambio que es resistido por el sistema unipolar centrado en el unilateralismo de EEUU como potencia militar imperialista mundial. Surge naturalmente la comparación con Juan XXIII que al momento de publicar su encíclica Pacem in terris (1963) el mundo parecía estar al borde de una guerra nuclear; hoy la destrucción sin precedentes de los ecosistemas y el cambio climático hacen también que cada día cubren más valor las predicciones catastróficas.
El Papa, cabeza de la comunidad religiosa unificada más grande del mundo, es hoy en día un actor influyente en el proceso de globalización. En contraste con Juan Pablo II, un Papa de un mundo bipolar, claramente identificado con uno de los polos, Francisco aparece como un Papa más vinculado al multilateralismo, apostando a construir un mundo con variedad de jugadores y mayor equilibrio. Las duras críticas del Papa Francisco a la globalización y la desigualdad lo han mostrado como un líder que no teme mezclar la teología y la política. Ahora también está mostrando el poder diplomático del Vaticano, que, gracias a su valoración internacional, le ha posibilitado destrabar conflictos, acercar posiciones y recuperar el histórico prestigio diplomático del Vaticano.
El hecho de que la crítica al sistema económico imperante se ubique en el centro de Laudato si habla a las claras de que el peso específico del texto es más político que teológico o ambiental. La encíclica pone en cuestión la lógica productivista del actual modelo de desarrollo basado en la agricultura industrial, el extractivismo, la mercantilización de la naturaleza, la alianza entre la economía y la tecnología y el mito del crecimiento infinito. Para el Papa Francisco, los desastres ecológicos y el cambio climático no resultan simplemente de comportamientos individuales –aunque ellos tienen su papel– sino de los actuales modelos de producción y de consumo; queda muy claro que para él, los dramáticos problemas ecológicos de nuestra época resultan de los engranajes de la actual economía globalizada, engranajes que constituyen un sistema global, un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso. Esta perversidad ética y social, dice Francisco, no es propia de uno u otro país, sino de un sistema mundial, donde priman la obsesión del crecimiento ilimitado, el consumismo, la tecnocracia, el dominio absoluto de las finanzas, la divinización del mercado, la especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente.
Francisco propone, ante todo, un nuevo modelo de desarrollo, basado en la sobriedad y la solidaridad. Propone desacelerar el ritmo de producción y de consumo actual, lo que puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Plantea que es imposible seguir en la vía del crecimiento de las economías industriales, argumentando que la destructividad del modelo capitalista de desarrollo y de consumo hace preciso un cambio radical de las técnicas y de las finalidades de la producción y, por lo tanto, del modo de vida. Afirma explícitamente que la solución a nuestros problemas globales requiere una nueva forma de pensar, un cambio de los valores antropocéntricos (centrados en el hombre) hacia los valores ecocéntricos (centrados en la tierra). Es una visión del mundo que reconoce el valor inherente de la vida no humana, donde todo el mundo y todas las cosas están interconectadas. Este principio de interconexión es la base de la cosmovisión de los pueblos originarios y propone prestar atención a su sabiduría. Sobre la economía, dice que es imprescindible incorporar dentro de nuestra historia humana la economía ecológica. Una economía que, a través de su visión sistémica y transdisciplinaria, evalúa los costos y beneficios considerando los intereses del conjunto social y trasciende la perspectiva del paradigma económico actual. Plantea que los pobres y marginados deben ser el centro de nuestra preocupación y finalmente dice que el reto moral es intergeneracional ¿Cómo podría nuestra generación condenar a nuestros hijos y sus hijos a vivir en un mundo cada vez más invivible? Se puede estar de acuerdo o no con las propuestas de Francisco, pero ante la orfandad de propuestas sobre alternativas al modelo de desarrollo y la falta de críticas a las diferentes propuestas que surgieron en la última década con gobiernos populares en Latinoamérica y que hoy sufren un retroceso, la encíclica aporta la posibilidad de abrir ese debate pendiente sobre otro mundo diferente, posible. Desde el punto de vista convencional, se cree que la experiencia está compuesta por dos elementos esenciales: un sujeto –el cuerpo mente– y un objeto –las cosas, los demás y el mundo–. Por este motivo, podríamos llamar a esta visión de la experiencia Dualidad Convencional, en la cual está implícita la relación sujeto-objeto.
En la Dualidad Convencional, se cree que el cuerpo-mente (el sujeto de la experiencia) conecta con las cosas, los demás y el mundo –los objetos de la experiencia– mediante un acto de conocer, sentir o percibir. De ese modo, se considera que el cuerpo-mente es consciente, y que “las cosas, los demás y el mundo” son aquello de lo cual “yo” –el cuerpo mente– soy consciente. Esta creencia es la asunción fundamental en la cual está basada nuestra cultura mundial y es encumbrada en nuestro lenguaje con frases como “yo conozco esto y lo otro”, “yo te quiero”, “yo veo el árbol”. En todos los casos, hay un sujeto, “yo”, que conoce, siente o percibe un objeto –“tú” o “ello” –. De hecho, esta creencia está tan integrada en nuestra cultura que la mayoría de la gente no lo considera en absoluto una creencia, sino que lo asume ciegamente como una verdad absoluta. Como un primer paso hacia la comprensión de la verdadera naturaleza de la experiencia, las enseñanzas no duales señalan que no es el “yo”, el cuerpo-mente, el que es consciente de las cosas, de los demás y del mundo, sino que es el “Yo-Consciencia” el que es consciente del cuerpo y de la mente, así como de las cosas, de los demás y del mundo. De este modo, el cuerpo y la mente son entendidos como objetos de la experiencia, no como el sujeto. En este caso, se entiende que el sujeto o el conocedor de la experiencia no está hecho de nada objetivo, como pudiera ser un pensamiento, una imagen, un sentimiento, una sensación o una percepción; está simplemente presente y consciente, y por lo tanto nos referimos a él como “Consciencia”. Al no tener ninguna característica objetiva, se dice que el sujeto de la experiencia -pura Consciencia- está inherentemente vacío: vacío de pensamientos, imágenes, sentimientos, sensaciones y percepciones; transparente, sin color, sin forma, imperceptible y, en última instancia, inconcebible; sin embargo, si queremos poder hablar o escribir sobre la naturaleza última de la experiencia, no nos queda más remedio que hacer una concesión y concebirlo provisionalmente. El proceso mediante el cual descubrimos que no es el “yo” como cuerpo-mente el que es consciente de las cosas, de los demás y del mundo, sino que es el “Yo” como Consciencia el que es consciente del cuerpo y la mente, así como de las cosas, los demás y el mundo, es denominado en ocasiones neti-neti: “no soy esto, no soy aquello”. No soy mis pensamientos; soy consciente de mis pensamientos. No soy mis sentimientos; soy consciente de mis sentimientos. No soy mis sensaciones corporales; soy consciente de mis sensaciones corporales. No soy mis percepciones –visiones, sonidos, sabores, texturas y olores-; soy consciente de mis percepciones. Así, el neti-neti es un procedimiento de discriminación o exclusión, mediante el cual vamos de la creencia de que soy “algo” –una mezcla de un cuerpo y una mente- a la comprensión de que soy “nada” (ninguna cosa)- ningún pensamiento, imagen, sentimiento, sensación o percepción. De este modo, la culminación del camino del neti-neti –el Camino de la Exclusión– es conocer nuestro Yo como pura Consciencia. Sin embargo, este proceso aún no nos dice nada sobre cuál es la naturaleza de la Consciencia, más allá de que está simplemente presente y consciente. Y en ese sentido, no es esto lo que se ha entendido tradicionalmente por despertar o iluminación. El despertar o iluminación no es tan solo la revelación de la presencia de la Consciencia –aunque este sea el primer paso- sino la revelación de su naturaleza ________________________ Para poder avanzar desde el entendimiento de que la Consciencia está presente y es consciente a la comprensión de su verdadera naturaleza, es necesaria, en la mayoría de los casos, una cierta exploración. Sin embargo, ¿quién o qué podría explorar o conocer la Consciencia? Únicamente ella es consciente y, por lo tanto, es tan solo ella la que puede saber algo sobre sí misma. Por este motivo explorar la Consciencia significa ser consciente de la Consciencia. No obstante, para ser consciente de sí misma, la Consciencia no necesita conocer nada nuevo; simplemente siendo ella misma, la Consciencia ya es siempre, de un modo natural y sin esfuerzo, consciente de sí misma, de igual modo que el sol, de forma simple y natural, se ilumina a sí mismo simplemente siendo él mismo. Por lo tanto, investigar verdaderamente nuestra naturaleza esencial, aunque casi siempre se inicia razonando, reflexionando y cuestionando, es, en última instancia, simplemente permanecer conscientemente como nuestro Ser esencial de pura Consciencia. En este proceso, la mente queda privada de su objeto y, al no tener nada en lo que enfocarse o a lo que aferrarse, retorna de una forma natural, espontánea y sin esfuerzo a su fuente de pura Consciencia, permaneciendo como tal de manera consciente. Es en este permanecer como nuestra naturaleza esencial de pura Consciencia donde el recuerdo de nuestra naturaleza ilimitada y eternamente presente comienza a surgir el recuerdo de nuestro eterno e infinito Ser. Por supuesto, no es un recuerdo de “algo”. Sin embargo, el término recuerdo es apropiado porque este conocimiento de nuestro propio Ser –su conocimiento de sí mismo como esencialmente es- siempre ha estado con nosotros y, por lo tanto, no es algo nuevo que se conozca. Tan solo estuvo aparentemente perdido, velado, pasado por alto u olvidado. Este recuerdo de nuestra naturaleza ilimitada y eternamente presente es designado de formas variadas en las distintas tradiciones espirituales: despertar, iluminación, satori, liberación, nirvana, resurrección, moksha, bodhi, rigpa, kenhso, etc. En todas estas denominaciones se hace referencia a la misma experiencia: el abandono de la identificación con todo lo que previamente considerábamos que era inherente y esencial en nuestro Yo. En la tradición zen se refieren a ello como La Gran Muerte y en la religión cristiana se representa mediante la crucifixión y la resurrección –la disolución de los límites que el pensamiento ha sobreimpuesto en nuestro Yo y la revelación de su naturaleza eterna e ilimitada-. Este despertar a nuestra naturaleza esencial de Consciencia ilimitada y eternamente presente puede tener o no un efecto drástico e inmediato en el cuerpo y en la mente. De hecho, en muchos casos, este reconocimiento puede darse de un modo tan silencioso y sosegado que incluso puede que a la mente le pase desapercibido. En cierta ocasión escuché una historia en la que un estudiante de un reconocido maestro zen le preguntaba: “¿Por qué nunca hablas de tu experiencia de iluminación?”. En este punto la esposa del maestro zen se levanta en el fondo de la sala y dice a voces: “¡Porque nunca la ha tenido!”. Otros cuentan que el simple reconocimiento de su Ser esencial los dejó tan desorientados que, por ejemplo, ¡se pasaron los dos años siguientes sentados en un banco del parque acostumbrándose a él! En cualquier caso, el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza es tan solo una etapa intermedia: la verdadera naturaleza de nuestro Yo –pura Consciencia- ha sido reconocida como el sujeto eterno e infinito de toda experiencia, pero los objetos del cuerpo, la mente y el mundo aún han de ser incorporados en esta nueva comprensión. En esta etapa, se ha comprendido que nuestra verdadera naturaleza es la Consciencia trascendente; la presencia testigo de la Consciencia en el trasfondo de toda experiencia; el espacio eternamente presente e ilimitado en el que aparecen los objetos temporales y limitados del cuerpo, la mente y el mundo, y mediante el cual son conocidos; el vacío en el que surge la totalidad de la experiencia. Sin embargo, desde este punto de vista, la experiencia aún consiste en un sujeto –si bien se trata de un sujeto iluminado- y un objeto. El sujeto –la Consciencia eterna e infinita- se equipara en ocasiones a un espacio abierto y vacío como el cielo, en el que los objetos de la experiencia –pensamientos, imágenes, sentimientos, sensaciones corporales y percepciones- aparecen y desaparecen como las nubes. En ese sentido, la Consciencia aún es un (algo), aunque sea un (algo) transparente y vacío. Todavía estamos en el terreno de la dualidad –que podríamos denominar Dualidad Iluminada- en la que un sujeto eterno e infinito parece conocer objetos temporales y finitos. Es en este contexto en el que la palabra Consciencia se usa en este libro: Las cenizas del amor. __________________________ Para que la paz y la felicidad que son inherentes al conocimiento de nuestro propio Ser –su conocimiento de sí mismo- puedan ser plenamente sentidas y vividas en todos los aspectos de la vida, nuestra comprensión iluminada ha de incorporarse en todos los ámbitos de la experiencia, es decir, en el modo en que pensamos, sentimos, actuamos, percibimos y nos relacionamos. Por lo tanto, hay una segunda etapa –el Camino de la Inclusión o Camino Tántrico- en la que el modo en que pensamos, sentimos, actuamos y nos relacionamos se readapta gradualmente a nuestra nueva comprensión. En este Camino de la Inclusión –o, como es denominado en la tradición zen, El Gran Renacimiento y en la tradición cristiana, la transfiguración- descubrimos que nuestra naturaleza esencial de pura Consciencia no está tan solo presente como testigo de toda experiencia, sino que además constituye la mismísima sustancia o realidad de la experiencia. Como tal, no es tan solo el trasfondo de la experiencia, sino también lo que está presente en primer plano; no es tan solo trascendente, sino que también es inmanente. En esta comprensión, la dualidad, es decir, la distinción entre el sujeto –la pura Consciencia- y los objetos del cuerpo, la mente y el mundo, se ha colapsado. De hecho, ni siquiera puede decirse que se haya colapsado, dado que para empezar nunca estuvo ahí realmente. Más bien, se ha visto con claridad que la dualidad es y siempre ha sido completamente inexistente: en realidad, no hay ningún yo –ya sea temporal y limitado o eternamente presente e ilimitado- que conozca, ni tampoco ningún objeto, ser o mundo limitado que sea conocido. Lo único que hay es puro Conocer –una totalidad íntima, continua, indivisible, eternamente presente e ilimitada-. Es en este sentido en el que los términos Conocer o la luz del puro Conocer se usan en Las cenizas del amor; para describir ese sentir y conocer que toda distinción entre un sujeto aparente y un objeto, ser o mundo aparente se ha disuelto, al contrario que los términos Consciencia o pura Consciencia, en los que aún están presentes un sujeto aparente y un objeto. Y, del mismo modo que utilizamos como metáfora para la relación de la Consciencia con la experiencia el cielo abierto y vacío, en el que los objetos del cuerpo, la mente y el mundo flotan como nubes, para el puro Conocer, en el que no hay sujeto ni objeto, emplearemos la metáfora de la pantalla y la imagen o película. Sin embargo, la pantalla en esta metáfora es una pantalla consciente; está viendo o conociendo las imágenes que en ella aparecen, y es, simultáneamente, la sustancia de la que están hechas. De este modo, las conoce como sí misma, no como objetos o como otros. En este caso, no existe un objeto con existencia real independiente en la pantalla que podamos llamar (una imagen). No hay dos cosas –Advaita significa (adual, no dos)-; no hay por un lado la pantalla y por otro la imagen; únicamente existe la pantalla. Es la pantalla la que, vibrando y creando modulaciones de sí misma, aparece como la imagen, pero nunca se convierte en nada diferente a sí misma. De igual modo, el puro Conocer, vibrando dentro de sí mismo, toma la forma del pensar, sentir, percibir, ver, oír, tocar, gustar y oler, y así, parece convertirse en una mente, un cuerpo y un mundo, pero en realidad nunca se transforma en nada que no sea él mismo. Por lo tanto, desde el punto de vista del puro Conocer, no hay (objetos). Tan solo hay objetos e individuos desde el punto de vista ilusorio de uno de los personajes de la película. El nombre común que le damos a la ausencia de distinción entre un sujeto que conoce y un objeto, ser o mundo, que es conocido, es amor o belleza. El amor es la experiencia de que no hay otros; la belleza es la experiencia de que no hay objetos. De hecho, no hay palabra que pueda ser legítimamente utilizada para describir la realidad de la experiencia, que permanece innombrable, por siempre más allá del alcance del pensamiento, y que, sin embargo, es total y absolutamente íntima. Es por este motivo por el que, cuando se intenta expresar esta Realidad, ¡es posible tanto no emplear ninguna palabra como utilizar muchísimas! ______________________________ El Camino de la Exclusión –no soy esto, no soy aquello- nos lleva de la creencia (soy algo) a la comprensión (soy nada). El Camino de la Inclusión –soy esto, soy aquello- nos lleva de la comprensión (soy nada) a sentir y comprender que (soy todo). El Camino de la Exclusión está basado en la discriminación; en él hacemos una distinción entre lo que es esencial en nuestro Yo y lo que no lo es. El Camino de la Inclusión está basado en el amor; en él se ve que todas esas distinciones no tienen existencia real, y descubrimos nuestra intimidad innata con todos los aparentes objetos y seres. Este Camino del Amor lleva a lo que podría denominarse Iluminación Encarnada, en la que la comprensión de la verdadera naturaleza de Consciencia eternamente presente e ilimitada va impregnando gradualmente todas las facetas de la vida, penetrando y saturando el cuerpo, la mente y el mundo con su luz. Es un proceso que nunca termina. Tomamos el Camino de la Exclusión para ir de la Dualidad Convencional a la Dualidad Iluminada; tomamos el Camino de la Inclusión o Tántrico, el Camino del Amor o la Belleza, para ir de la Dualidad Iluminada a la Iluminación Encarnada. Estas tres etapas –Dualidad Convencional, Dualidad Iluminada e Iluminación Encarnada- se encuentran en todas las grandes tradiciones espirituales y religiosas; en el cristianismo son la crucifixión, la resurrección y la transformación; en el budismo, el samsara, después el nirvana y por último el samsara y el nirvana como equivalentes: primero la forma, luego el vacío, y por último la forma es vacío y el vacío es forma. Tal y como lo expresó Ramana Maharshi: “El mundo no es real; tan solo Brahman es real; Brahman es el mundo”. En primer lugar, descubrimos que toda experiencia aparece en y es conocida por el espacio abierto y vacío de la Consciencia. Después, descubrimos que la Consciencia no es tan solo el contenedor y el conocedor, sino la mismísima sustancia o realidad de toda experiencia. A medida que la distinción entre la Consciencia y los aparentes objetos del cuerpo, la mente y el mundo se colapsa o, dicho con más precisión, a medida que se percibe que esa distinción es completamente inexistente, se comprende que todo lo que siempre hemos conocido, todo con lo que alguna vez nos hemos relacionado, es únicamente el Conocer de la experiencia. De hecho, no es tan siquiera el Conocer de (la experiencia), porque nunca encontramos una experiencia independiente del Conocer de dicha experiencia. Tan solo conocemos el Conocer. Sin embargo, el (nosotros) o el (yo) que conoce ese Conocer no está separado ni es distinto de él; el Conocer no es conocido más que por sí mismo. Todo lo que en todo momento se conoce es Conocer, y es el Conocer el que se conoce a sí mismo. Lo único que existe es la luz del puro Conocer. Me he asustado a leer la noticia del cura degollado en Normandia en una iglesia. En tiempos atrás también han llegado noticias de algún otro cura matado en su casa. Instintivamente me viene la idea de asegurarme y asegurar mi casa.
Me recuerda que un día, al irme a la cama, me di cuenta de que en la puerta del dormitorio de mi habitación había colocado un cerrojito para cerrar. A los días, el buen Tavo, me explicó que lo había puesto -con un corazón inmenso- pensando que alguien me pudiera hacer algo malo, para evitarlo. Y ese miedo nos acecha a todos; llaves, candados, cerrojos, trancas. Un negocio que no para, es el de las alarmas y similares. Es cierto que siempre hay peligro. Y que hemos pasado de tener las puertas abiertas a cerrarlas con mil cerrojos por miedo. Es una realidad: hay atracos, robos,.. pero cuanto más psicosis vivamos, más lo fomentamos. Pienso que hay un remedio. La solución es no tener cosas de valor especial. Por mucho que se lleven de mi casa, voy a poder seguir viviendo muy bien. Porque ¡con tan poco se puede vivir! Más miedo me da lo que me puedan quitar los negocios, los impuestos, las tasas… Si abrimos las puertas, puede ser un camino para abrir el corazón y entendernos. Y un cura degollado, es muy doloroso pero entre tantos millones muriendo de hambre, nos crea conciencia de odio a superar. Puede ser por razones políticas. Quizás religiosas. Igual podemos dialogar, crear ambiente de acogida, amistad. Más que cerrojos y llaves, se trata de abrir la puerta de la comprensión. Ante un peligro, se puede dar la postura de la defensa, la protección, el ataque. Jesús nos da una actitud más radical: amad a los que os odian y haced el bien a los que os perjudican. Ya sé que es muy sencillo decirlo y muy radical el hacerlo, pero la postura clara es cargar la máquina de vapor del mundo con amor, comprensión, cariño, perdón, ayuda. Un reto tremendo que nos puede llevar a purificar nuestra fe en Jesús. Veo un signo de esperanza cuando los musulmanes participan este domingo en las eucaristías cristianas. Mis dos mejores amigos son dos musulmanes pakistaníes que vivieron tres años en mi casa. Me llaman “padre” y me lo demuestran. Me decía un joven que vivía en mi casa, con un historial curioso: “sería tonto si te hiciese algo malo cuando me acoges, ¿A dónde voy a ir?” Es un tema delicado. Pero me gustaría que el miedo no superase al corazón y la acogida. Como colofón a la larga instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí mismo de una manera un tanto enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases enigmáticas que no es fácil colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.
No se trata de un fuego destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se trata del fuego que purifica y da vida. El AT está plagado de imágenes en este sentido y ahí se apoya Jesús para transmitir la idea de renovación. Jesús viene a traer fuego, pero no contó con la capacidad que tenemos nosotros de abrir cortafuegos y usar extintores. Nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar nuestro yo. El bautismo (ser sumergido por las aguas) era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser. Una vez más nos encontramos con una tajante contradicción. ¿Cómo podremos armonizar estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras: "La paz os doy, mi paz os dejo?" A veces, la mejor manera de comunicar una idea difícil, es la paradoja, que obliga a salir de los caminos trillados. La primera lectura nos habla de la guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de otra guerra, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Vamos a intentar salir de toda esta maraña de guerras y paces, examinando distinta realidades a las que llamamos guerra y paz. Ni todas las guerras son malas, ni toda paz puede ser bendecida sin más. 1.- Tenemos en primer lugar la paz romana, que se consigue con violencia. La paz que conseguían los romanos cuando conquistaban un país. Ponían allí sus tropas, y nadie se movía, había paz. Es una paz que nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a escala doméstica. Por ejemplo la paz que existe en muchos matrimonios, porque uno de los miembros está anulado, y ya no tiene posibilidad de rechistar. 2.- Existe otra clase de paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de fuerzas o de intereses. Es una paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente. 3.- La paz que equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado! Es una trampa. Es una paz que todos de alguna manera buscamos; incluso vamos a la religión o a Dios en busca de esta paz. Que no nos compliquen la vida, que se solucionen los problemas. Es una paz que anula la vida, porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de vivir, estamos ya muertos. 4.- La paz que Jesús propone es la armonía interna; es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser, cuando todo su ser está de acuerdo con las exigencias de su ser profundo. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de toda paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente como fundamento de nuestro ser. Tenemos paralelamente cuatro clases de guerra que debemos analizar con cuidado: 1.- La guerra que se hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más frecuente y más dañina. 2.- La guerra que hace el que está sometido, para salir de su situación. Es una guerra que se ha llamado "justa". A primera vista, parece lo más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la trampa de la misma violencia contra la que se lucha. Todo ser humano tiene la obligación de luchar por su libertad, pero si lo hace utilizando los mismos medios que el opresor, no tiene nada de cristiano. La Iglesia ha bendecido a través de la historia cañones y bombardas. Y sin embargo, no cualquier clase de guerra es evangélica. En el evangelio se dice. Todo el evangelio es un canto a la no-violencia. Esta vivencia surge cuando el sometido supera la opresión sin entrar en su misma dinámica. 3.- La guerra que se hace a otro por ser auténtico, porque su manera de ser denuncia nuestra maldad. Es la guerra que le hicieron a Jeremías por ser fiel a sí mismo por no querer halagarles el oído a aquellos jefes, que por su mal comportamiento estaban llevando a su pueblo al desastre. Esta guerra no hay que temerla. Esto no es fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán que en nuestras convicciones y lo que determina que obremos de una o de otra manera, es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no molestar a los demás para que no se vuelvan contra nosotros, antes o después caeremos en la trampa y dejaremos de ser auténticos. 4.- La guerra de la que habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos existen fuerzas y tendencias que le obligan a estar en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar un objetivo humano. El objetivo del ser humano es el amor. Pero el amor cristiano es una posibilidad que no está en el ADN. Los instintos, los apetitos, las pasiones están ordenadas a la supervivencia y bienestar del ser biológico, no están orientadas a la plenitud específicamente humana. Al decir esto, la mayoría de los mortales caemos en al trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Todos los logros de la evolución son buenos. Solo el ser humano es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos. Para conseguir el objetivo de su existencia, el ser humano tiene que esforzarse para desarrollar lo verdadero de su ser. Con todos estos datos, cada uno podrá descubrir, qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar, qué guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es a veces muy sutil. El falso yo que creemos ser nos puede jugar una mala pasada porque puede hacernos creer que estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si no tomamos conciencia de la diferencia, la guerra está perdida. Jesús se presenta no solo como objeto de conflicto, sino como la misma causa del conflicto. La actitud de Jesús no es la causa de la división, sino la aceptación o no de esa actitud vital que él exige a los que le escuchan. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da el mundo. En resumen podíamos decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de ser humano que tienen que imitar los que le siguen. Debemos afrontar el bautismo como una inmersión en aguas abismales que son el signo de lucha y sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá la verdadera paz. Las tensiones e incluso las rupturas violentas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarle. Meditación-contemplación Una acertada guerra, me conducirá a la verdadera paz. Miles de años de experiencia humana, nos dicen que no es fácil acertar. Jesús nos da unas orientaciones valiosísimas. Con esas claves podemos intentar la travesía sin miedo. ....................... No son las fuerzas externas las que me impiden alcanzar la armonía. La primera y más importante guerra la tengo que librar dentro de mí. Sólo cuando dentro haya conseguido la paz, estaré preparado para ganar otras batallas. ........................ No te quedes en la superficialidad del ego. Baja más al fondo de ti mismo y descubrirás la armonía. Tu verdadero ser es paz, es armonía y es felicidad. Vete más allá de tu falso ser. No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios, sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental que tenemos sobre María, se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica que hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy importantes para nosotros, pero no debemos mezclarlas.
De María real, con garantías de historicidad no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los once o doce primeros años de su vida. El padre en la sociedad judía del aquel tiempo, se desentendía totalmente de los niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres; hasta entonces se consideraban un estorbo. De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender, existirán los mitos. En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divinidad. Hay aspectos de Dios, que solo a través de las categorías femeninas podemos expresar. Claro que llamar a Dios Padre o Madre son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados en una de las categorías masculinas o femeninas. El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad. La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado, se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar privilegios que la sociedad le estaba arrebatando. Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra muy distinta la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús, ni María, ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubieran entendido nada de esa definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad. La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en el misterio de toda vida humana. A todos nos preocupa cuál será la meta de nuestra existencia. Se trata de la aplicación a María de toda una filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones piadosas. En la más clásica filosofía occidental encontramos tres conceptos que se han calificado como trascendentales: “unum”, “verum”, “bonum” (unidad, verdad y bondad). Pero la más simple lógica nos dice que, si esos conceptos se pueden aplicar a todos los seres, no hay lugar para sus contrarios: multiplicidad, falsedad y maldad. Esta contundente conclusión nos lleva a desestimar estas cualidades contrarias y negativas, como realidades realmente existentes. Este aparente callejón sin salida nos obliga a considerar estas tres últimas realidades como apariencias sin consistencia verdadera. Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar hasta descubrir la hondura de todo ser: la unidad, la verdad y la bondad. Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad. Esa REALIDAD está en el origen de todos y está escondida en todo. En el momento que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una, verdadera y buena. Es decir que la meta de todo ser se identificará con el origen de toda realidad. La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad hacia la que tiende, es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir) dice también la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también Dios. Lo que queremos expresar en la celebración de una fiesta de la Asunción de María, es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa. El dogma es un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total, es decir, que alcanzó su plenitud. Esa plenitud solo puede consistir en una identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Todas las apariencias han sido superadas. Esa meta es la misma para todos. En lenguaje bíblico, “cielos” significa el ámbito de lo divino, por tanto María está ya en “los cielos”. Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados de la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. Concebir el más allá, como si fuera continuación del más acá, nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se encuentran muy a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos descartar es que sea prolongación de la vida de aquí. Meditación-contemplación El Magníficat es un excelente cántico de alabanza, resumen de las aspiraciones de todo un pueblo, que confía plenamente en Dios y en la salvación que había prometido a los antepasados. …………………… Este poema pone en boca de María estos sentimientos y nos invita a desarrollarlos interiormente, teniendo en cuenta que las obras de Dios nunca se manifiestan en fenómenos espectaculares. …………………… La obra la desplegó Dios en María. Fue posible porque fue capaz de decir “Fiat”. La seguirá desplegando en cada uno de nosotros, en la medida en que sepamos estar, como ella, disponibles. Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús nos sorprende hablando de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.
Presupuesto para entender este evangelio es la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro, el Reinado de Dios. Lucas va a introducir algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino(pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos. La misión: prender fuego He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo, El destino: la muerte Tengo que pasar por un bautismo. También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida. La misión: dividir ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”. Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Sin embargo, para no tener que hacerlo, decide a enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra. Jesús dice todo lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia. La unión de las tres frases ¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte. ¿Tiene sentido todo esto para nosotros? Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios. * * * Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, y es especialmente actual en estos días de Olimpiada: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo. Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando. Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo. Lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4 Hermanos: Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. En estos momentos en los que las noticias nos bombardean con múltiples informaciones sobre rupturas, faltas de acuerdo y divisiones; sobre fronteras y diferencias, impacta leer el evangelio de este XX Domingo del Tiempo Ordinario. “¡No!” podemos pensar… lo que justamente necesitamos es lo contrario, ¿cómo va a venir Jesús a crear más división? ¿Cómo va a prender fuego en un mundo tan necesitado de paz y encuentro?
Este texto evangélico requiere, pues, una lectura más sosegada y profunda. ¿Qué puede significar? ¿Cómo puede iluminar hoy nuestra vida? La imagen del fuego aparece en numerosas ocasiones a lo largo de toda la Biblia. En algunas ocasiones es símbolo de castigo y destrucción (Gn 19,24); otras veces es imagen de purificación (Is 1,25; Zac 13,9). El mismo Lucas nos ha dicho que Juan bautizaba con agua, pero que Jesús bautizaría con fuego (Lc 3,16), como símbolo de una nueva vida en el Espíritu. A lo largo de la historia, muchas mujeres y varones de Dios, han utilizado también el fuego como símbolo. Teresa de Jesús expresa su experiencia mística utilizando este término: “Viale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. […] Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.» (Libro de la Vida, cap. XXIX). Santos como Ignacio de Loyola o Antonio Mª Claret son considerados “hombres de fuego”. Este último animaba a cada uno de sus hijos a ser “un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor”(Autobiografía, 494) y Joaquina de Vedruna, mujer apasionada por Jesús y su causa, decía a sus hijas: “Si sois fieles a la gracia, el mismo Señor os iluminará, porque en la intimidad de la oración, os manifestará su gran amor. Y si tenéis deseos de corresponderle, suplicaréis sin cesar que os encienda en el fuego de su mismo amor” (Epistolario, 98). Todos ellos entendieron y utilizaron el simbolismo del fuego para explicar metafóricamente la pasión irrefrenable que nace del amor de Dios. Todos ellos, siguiendo los pasos de Jesús, dedicaron su vida a propagar ese “fuego” que ardía en su corazón, que motivaba sus acciones y que les hacía desear que cada ser humano quedara contagiado por el mismo ardor. Ese fuego, que arde en el corazón de Jesús y en todos los que le han seguido y le siguen con radicalidad, es la pasión por Dios y por su Reino. Es por tanto, la pasión por vivir como Jesús, compadeciéndose ante quienes han caído por el camino; ofreciendo ternura a quienes necesitan una palabra de ánimo; abriendo las puertas a quienes huyen de un peligro mortal; alargando los brazos para abrazar todas las necesidades y avivando la conciencia de que, al llamar a Dios “Abbá”, “Padre”, quedamos comprometidos a vivir como verdaderos hermanos. Ese fuego es la llama del Espíritu, de la Ruah Santa, que aviva los corazones de todas las personas que se abren a su Presencia y se dejan transformar por ella. Nos puede sorprender las palabras de Jesús: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”. Pero el mismo Lucas, en el capítulo 2, ya había anunciado que Jesús sería fuente de división, “señal de contradicción” (Lc 2,34); y vemos, en muchos de los relatos vocacionales, en los que Jesús invita a su seguimiento, que hacerlo lleva intrínseco romper con la familia y el entorno (5,1-11; 18,18-30), algo extremadamente convulso en la cultura mediterránea del siglo I, en la que el “grupo familiar” y el “yo” no eran dos entidades separadas, sino dos aspectos de la misma condición[1]. Jesús invita a crear un nuevo grupo familiar, una nueva familia humana en torno a su Padre, y eso conlleva dificultades indiscutibles, propias de toda salida de nuestro círculo de confort, de lo conocido, de lo acostumbrado. En el fondo es lo que ya sabemos… si leer el Evangelio no nos deja inquietos tendríamos que preguntarnos qué lectura estamos haciendo del mismo. Acojamos, por tanto, la invitación a dejarnos quemar por el fuego de Jesús, aquel que puede transformar nuestras propias vidas y nuestro mundo. ¿Qué fuego arde en tu corazón? ¿Qué pasión te embarga? ¿El encuentro con Jesús hace arder tu corazón, como les pasó a los discípulos de Emaús (Lc 24,32)? ¿Hacia dónde te moviliza? |
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