Pastoralmente, me toca acompañar a distintos grupos en temas de formación. Entre ellos acompaño a una comunidad de adultos que se preparan para recibir el sacramento de la confirmación. En uno de los encuentros, en el que nos correspondía reflexionar en torno a la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret. A partir de dicho tema, surgió el tema del compromiso de Dios con el ser humano. La pasión y la cruz representan el máximo grado de implicancias que Dios ha querido tener con sus creaturas. En Él reconozco al “Dios de los pies sucios”, al que se mete en el barro de nuestra creaturalidad, el que toma asiento en nuestras fiestas, el que se compadece de nuestro sufrimiento. Y también creo que la Iglesia debe seguir a este Dios descalzo y ensuciarse los pies. En esta reflexión, quisiera volver sobre un tema central de la fe cristiana, a saber, la humanidad de Dios. Ésta es la nota característica de nuestra profesión de fe en Dios, la cual posee implicancias fundamentales en la práctica cotidiana de nuestro cristianismo.
Descalzarse para palpar la realidad En primer lugar, volver sobre la experiencia de Moisés y en la invitación que Dios le hace a “descalzarse”, a tocar la realidad, a tomarle el pulso a la vida: “Le dijo Yahvé: No te acerques aquí: quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada” (Ex 3,5). La costumbre de descalzarse era extendida en el oriente antiguo y significaba una actitud de respeto y reverencia ante el otro que se encuentra frente a mí, y en este caso, en respeto a la tierra que pisa Moisés, la que es “sagrada”. Y lo es porque Dios está allí, como llama de fuego que no se consume. No quiero omitir esta explicación histórica, al contrario, quiero desde ella proponer una lectura espiritual, teológica y pastoral que nos ayude a comprender cómo el descalzarse significa palpar la realidad. Inmediatamente después de que Moisés se descalza, Dios prosigue: “Conozco bien la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores: pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle a una tierra buena” (Ex 3,7-8). Yahvé y Moisés dialogan: esa es la característica del Dios de Israel. No es una idea sin rostro, al contrario, es un Dios que se llama Yahvé (El que siempre es), con rostro concreto, con una tradición y sentido de familia (Dios de Abraham, de Isaac y Jacob), un Dios que habla pero que ante todo “escucha”. Pero Dios no escucha desde un lugar inalcanzable: Dios escuchó abajo, en medio de los esclavos. Dios se “ensució” los pies con el barro que trabajaban sus hijos. Y por ello habla del “conocer”, no como un entendimiento desencarnado, sino que históricamente situado. George Auzou comenta este pasaje diciendo que “Dios desciende. Dios viene a sacar a Israel de entre las manos que lo tienen apresado: tal es el programa de liberación y el tema del mismo Éxodo”1. Hay que bajar para conocer, hay que estar en medio del dolor para saber que es necesario liberar y salvar. Dios está “vuelto” hacia el sufrimiento de Israel, Dios conoce nuestra realidad y también la respeta, se hace parte de nosotros. El Dios de la Biblia es un Dios en camino con su Pueblo2. Y porque está “vuelto” hacia la historia, es que Moisés, su enviado, también debe descalzarse para bajar a Egipto y constituirse en mensajero de Yahvé sacando a Israel de la casa de esclavitud: “Ahora, pues, yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas de Egipto” (Ex 3,10). Auzou recuerda que este versículo posee una importancia decisiva, sobre todo en “Ve”, o en el “Yo te envío”. Esta partícula marca e inaugura una gramática misionera y liberadora, un indicativo de la “salida”, una experiencia de “Pascua”, de moverse en la historia desde Dios en servicio al otro que sufre. Moisés es misionero del Dios que se ha descalzado. La misión ha comenzado por el quitarse las sandalias para reconocer la tierra que grita bajo nuestros pies. La experiencia veterotestamentaria de Moisés puede ser un indicativo interesante para nuestra espiritualidad cristiana. Los creyentes en el Dios que habló a Moisés y que le pidió tocar la realidad, Dios que es el Padre de Jesús, también nos invita a liberarnos de nuestras ataduras – simbolizadas en las sandalias – para desde el palpar, conocer, sentir la realidad asumir el dinamismo misionero de la Pascua. Y esta Pascua tendrá su culmen en el envío del Hijo. En la Encarnación, Dios se ha descalzado Pero no es sólo Moisés el que lo hace: Dios también, y en la Encarnación, se ha descalzado, “no ha codiciado ser Dios” (Cf. Flp 2,6-11), sino que tomó forma de esclavo, sí, de esos que andaban con los pies sucios. Nuestra fe en un Dios humanado, en un descalzo, nos debe hacer comprender cómo el cristianismo debe volver a pensar, día a día, cuántos grados de humanidad posee. Un cristianismo de pies descalzos, a ejemplo de su Señor, es una familia de hermanos que palpa la realidad cultural, y reconoce en ella el paso descalzo de Dios. Pero veamos esto más detenidamente. La Encarnación constituye un proyecto de humanidad. Dios ha querido compartir todo lo nuestro para que nosotros pudiésemos compartir todo lo que es de Él, dijo Ireneo de Lyon. El Concilio de Nicea el 325 confesó que la Encarnación fue por nosotros los hombres y por nuestra salvación. En la Encarnación, Dios no se disfrazó de ser humano, no interpretó un papel sin más. Eso sería docetismo3. Y sucede que hasta el presente, en muchas de nuestras comunidades eclesiales, encontramos una suerte de docetismo pastoral, es decir, aquellos hermanos que no pueden concebir a un Dios tan humano. Es mejor comprender a Dios más Dios que a uno de nuestra raza. Pareciera ser que la humanidad, que es la que abraza el Dios de Jesús, constituye para muchos todavía un escándalo. Y sí, Dios es un escándalo. Roberto Zwetsch, teólogo luterano de Brasil, recuerda cómo “desde el punto de vista de la teología cristiana, Dios actúa en la historia y su proximidad encarnada se revela de modo eminente en la persona de Jesús de Nazaret”4. Dios en Jesús se ha descalzado, a palpado la tierra como Moisés. El Dios de Jesucristo es un Dios desnudo, que nació en la pobreza de Belén, que no tuvo donde reclinar la cabeza, que pidió agua a la samaritana para saciar la sed del elemento material y la sed de Dios de la mujer. Dios ha tocado hasta el fondo nuestra naturaleza humana y por haberse descalzado la ha elevado hasta la comunión plena con Dios (Cf. Dei Verbum 2.4). La Encarnación refleja el compromiso pleno de Dios con el ser humano. Los pies de Dios han quedado sucios en su camino por nuestros senderos, por las orillas del lago, por subir a las montañas de Galilea. Los pies de nuestro Dios están sucios y cansados porque son los pies de un peregrino. El Verbo ha puesto su “tienda” entre las nuestras (Cf. Jn 1,14). No es la casa definitiva, es una morada de campaña, es un espacio de encuentro que se mueve, que es pascual, que transita y va de salida. Dios en Jesucristo está vuelto radicalmente al ser humano. La humanidad de Dios no es un juego, es una realidad, no es una idea, porque las ideas no se aman (Karl Rahner), es una realidad concreta y paradójica. El mismo Zwetsch así lo recuerda: “la fe cristiana es más realista, no se aferra a ilusiones y camina con este Jesús hasta la cruz, y junto a ella aprende a dejar a Dios ser Dios y al ser humano, ser un ser humano”5. Dios en Jesús fue nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro compañero de ruta. Dios también es tierra, Dios tomó su humanidad en el vientre de una mujer, y se alimentó nueve meses gracias a la comida que María consumía. El Verbo iba gestándose poco a poco. Y ante este Misterio de amor y de humanidad solo queda sobrecogerse, ya que Dios se quiso hacer uno de nosotros, quiso descalzarse y ensuciarse con nuestra tierra. Como dice Nelson Barrientos, jesuita, en su cristología espiritual, la lógica de Dios sigue la sabiduría de los caminantes, de los que van sobre los pies y se ensucian, se comprometen y se implican hasta las últimas consecuencias: “Dios ha descendido hasta lo más bajo para poder manifestar allí su amor incondicional. Frente al orgullo y a la autosuficiencia humana surge como respuesta la pobreza y la humildad de Dios encarnado que se vacía de sí mismo y toma la forma de esclavo para llegar a ser plenamente hombre”6. La donación de Dios supone un descalzarse, y la Iglesia, que es la prolongación histórica de su presencia, no puede sino quitarse las sandalias. Una Iglesia descalza Una Iglesia que se descalza representa una comunidad que acompaña, que es fraterna, misionera, solidaria, eucarística. La Iglesia de pies sucios es la que está en la base de la eclesiología a la que continuamente nos ha invitado el Obispo de Roma, Francisco. Viene a nuestro recuerdo las orientaciones expuestas en Evangelii Gaudium: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor; y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (EG 24). Y más adelante, la invitación: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49). Hemos de ser (identidad y esencia de la Iglesia) una Iglesia accidentada, herida y manchada, una Iglesia descalza y servidora, una Iglesia que tiene en su centro de acción al Dios hecho hombre, y que actúa como Moisés que es enviado a anunciar la liberación a los hijos de Israel esclavos en Egipto. La Iglesia descalza es la que se ensucia los pies, que se compromete y acompaña, en los márgenes. Esto manifestará la autenticidad de la Iglesia, su espíritu de fundación, su carisma y dinamismo evangelizador. Por ello Massimo Faggioli habla de la necesidad de caminar “hacia una Iglesia más marginal; marginal en el sentido de cercanía a los márgenes de nuestro mundo, por acercarse al ejemplo dado por Jesucristo”7. Es la Iglesia que reconoce que los márgenes y las fronteras son movedizas, y que por lo tanto, exigen de los creyentes un discernimiento constante de la misión. La Iglesia, con ello, asumirá profundamente la dimensión escatológica y peregrina que le es connatural (Cf. Lumen Gentium Capítulo VII). La Iglesia ha de caminar descalza palpando la realidad social, política, ecológica, religiosa, económica y cultural. Y debe asumirla porque el mismo Verbo con su Encarnación la asumió y, asumiéndola, se comprometió con ella hasta el punto de ensuciarse los pies, de impregnarse de nuestra naturalidad. Sólo así seremos una Iglesia fiel al modelo del Maestro de Nazaret.
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Ya no se hacen Actos de Fe en las plazas públicas ni se queman brujas y herejes en grandes pilas de leña
“Quien se mueve, no sale en la foto” La amenaza a la vida en la Iglesia se manifiesta como un ensimismamiento que rechaza todo lo que suponga sentir y pensar, querer, recordar y olvidar, crear y creer de forma distinta a la se establece desde los que detentan el poder. Este encerramiento en sí misma paraliza e impide toda creatividad en la Iglesia. La superación y la vida vienen por la salida hacia las periferias.
También el discurso único que se impone tanto en el modo de pensar (obsesión por la ortodoxia) como en el modo de sentir y celebrar (ortopraxis) es otra forma de amenaza a la vida. Es paradigmático ese mono-tono discursivo sobre la moral sexual y reproductiva (celibato, matrimonio, anticonceptivos, homosexualidad) y el freno a la teología crítica y a la misma teología de la liberación, fruto más logrado del Vaticano II. Se trata de un discurso que enmudece las voces proféticas y empobrece la vida eclesial. Por citar otros fenómenos que amenazan la variedad y frescura de la vida en la Iglesia, no se puede disimular fácilmente el alineamiento de gran parte de la jerarquía con gobiernos conservadores, ultraconservadores y hasta dictatoriales; la imagen que proyecta a veces, más preocupada por la conservación de atávicos privilegios que por la defensa de los derechos humanos y de los pobres; la falta de diálogo con la modernidad, la ciencia y las religiones; o su difícil aceptación de la opinión pública y el disenso. Todos estos fenómenos, que vienen directamente de la jerarquía, acaban afectando a la mentalidad del cuerpo social de la Iglesia y hasta a la buena salud de las personas. Es difícil no acordarse, a este propósito, de aquello de que “quien se mueve, no sale en la foto”. Por pensar de otro modo -lo que antes se llamaba herejía-, se te excluye de los centros eclesiales de enseñanza, poder y decisión. Por querer y sentir de otra manera, se te aparta del ritmo normal de la comunidad. ¿Quién puede ignorar a estas alturas, la fría e inmisericorde postura de la jerarquía ante las personas que han dejado el sacerdocio o la vida religiosa, los divorciados y divorciadas que han vuelto a casarse por lo civil, los gays y lesbianas por ejemplo? Por ponerte al lado de los laicos, librepensadores y ateos -lo que llaman “espíritu mundano”o “socialización del descreimiento”-, se te mira con desconfianza, como persona no fiable y anticlerical. Y ¿qué decir de quienes manchan las manos y embarran los pies entre los “descartados”, como los llama el papa Francisco? Me refiero a quienes realizan su vida en “malas compañías” y entre “gentes de mal vivir”: drogadictos y sin techo, migrantes y refugiados, etc. ¿Cuánto tiempo tienen que esperar y qué otros méritos tienen que hacer para llegar a ser reconocidos como hijos e hijas predilectos de la Iglesia? ¡Qué terrible contraste! Resulta que Jesús, a quien la Iglesia dice seguir, fue matado por realizar su vida justamente entre estas personas! Con qué facilidad han olvidado las gentes que están en el poder en la Iglesia aquella ternura del dueño del campo que, antes de arrancar la cizaña, prefirió dejarla crecer junto al trigo. ¡No sea el diablo que, por despiste, se llegue a arrancar el trigo junto con la cizaña (Mt 13, 30)!
Cada una con su propio estilo, consecuencia de su lugar social de arraigo, ha dedicado largas décadas de su vida a llevar la buena noticia del evangelio a quienes buscan otra cosa y a los/as perdedores e indignados de este mundo (expresos y drogadictos, migrantes y refugiados, etc.). Su herejía ha consistido en querer transformar la parroquia en comunidad de iguales y en hacer de la liturgia una fiesta de los fieles. Pero estas prácticas no han tenido acogida en las leyes rutinarias de la jerarquía, y ambas experiencias han sido desacreditadas y olvidadas. Y, estando así las cosas, uno se pregunta, ¿qué hacer con el mensaje de Jesús ante las transformaciones socioculturales que la nueva tecnociencia, la secularización y las nuevas religiones están abriendo a diario? ¿Cuál es el lugar de este mensaje subversivo y alternativo en una sociedad cada día manifiestamente más plural y diversa? ¿Es el evangelio solo para los ricos y la sociedad burguesa y bien instalada? ¿No hay una contradicción flagrante entre el modo de realizar Jesús su vida y la praxis de la Iglesia que dice ser su prolongación en el tiempo? En definitiva, la amenaza a la vida en la Iglesia no está en quienes pretenden traducir y encarnar el Evangelio en las nuevas y cambiantes culturas, sino en quienes impiden la libertad sustancial de desarrollar el potencial creativo de la vida humana. Con la que está cayendo, el nuevo misal litúrgico oficializa una nueva polémica que descentra el mensaje central del evangelio en general y de la celebración eucarística en particular. No es un brindis al sol mi expresión “con la que está cayendo”; Pablo VI ya alertó en su encíclica Evangelii Nuntiandi que “la ruptura entre el Evangelio y la cultura, es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo.” Y uno de los soportes para evitarlo es utilizar un lenguaje que llegue al corazón del ser humano actual. Además del ejemplo, claro está.
En pleno acercamiento al mundo protestante en el aniversario de Lutero (Francisco, Kasper…), que refuerza la redención universal y el que Cristo murió por todos, el nuevo misal retrocede a Benedicto XVI con una peligrosa argumentación que es difícil de entender si no es desde la exclusión del amor de Dios a “algunos”. Y descentrando, de paso, los mensajes divinos de la compasión y misericordia universales. Se trata del cambio en las palabras de la consagración: donde actualmente se dice “será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”, pasa a decirse “será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”. En Hechos 18, el Señor dio ánimos a Pablo en el sentido de que su labor no sería en vano porque “muchos” llegarían a conocer a Cristo en la ciudad de Corinto. Aunque él se dirigía a todos, al menos iban a ser muchos los que iban a convertirse. Si el que Jesucristo murió por todos es algo que forma parte de las certezas básicas de nuestra fe, ¿a qué viene detenerse todo un Papa en este matiz, con lo que nos falta de ejemplo vivo en la sociedad de hoy que nos interpela desde una religión clericalista -a pesar de Francisco- capaz de espantar a tantos que buscan? Ya en el año 2006, Ratzinger entonces cardenal prefecto de la Congregación para la Liturgia dirigió una carta a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para que introdujesen esa modificación en la consagración en los misales. Como no todas le hicieron caso, en abril de 2012, investido ya como Benedicto XVI se dirigió con severidad a algunos presidentes de los obispos, incluido el alemán, para urgir la aplicación de lo ya mandado. Y desde marzo de 2017, en pleno pontificado de Francisco, se modifica en nuestro misal. Cristo vino por todos, porque es Amor y todos le necesitamos: hemos nacido para Él. Pero en Marcos y Lucas Jesús afirma que vino por los pecadores, no por los justos; su misión preferentemente se concentró en los enfermos, no en los sanos. Esto aleja que nadie puede quedar excluido del amor y la acción de Dios que llegó hasta las últimas consecuencias del asesinato en un madero. Cuando preguntas por este dislate terminológico, te cuentan que el término “muchos” no se utilizaría aquí en contraste con “todos”, sino frente a “pocos”. Incluso afirman que el concepto “muchos” en algunos casos es un equivalente a “todos”. Entonces, ¿para qué marear el tema y no dejarlo en su sentido de la universalidad del amor de Dios sin fisuras frente a una interpretación sectaria, nada menos que en las palabras de la consagración? Dios invita a todos al Banquete. Lucas refuerza la universalidad de la oferta divina frente a esa idea de “muchos”: un gran señor invita a su gente cercana y como se disculpan y no van, ordena a sus criados que vayan a invitar a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos hasta que la casa se llene de invitados. Una cosa son los llamados y otra los que responden a la llamada. Podemos elucubrar sobre si se salvan todos, casi todos o muchos o pocos. (Es de suponer que si el Padre pone en marcha la historia de la humanidad no es porque acabará siendo una empresa fracasada). Pero poner el acento en “muchos” en lugar de remachar el “todos” me indica muchas cosas, y ninguna es buena. Así no conseguiremos parar la sangría religiosa, solo atraer a bien pocos nuevos cristianos comprometidos de entre las nuevas generaciones cuya mayoría son totalmente indiferentes a nuestra institución eclesial. Y por asimilación mal entendida, al mensaje liberador del evangelio. La vida del sociólogo y teólogo de la liberación belga François Houtart se apagó el pasado 6 de junio en la residencia de la Fundación Pueblo Indio de Quito (Ecuador)-creada por monseñor Leónidas Proaño, “el obispo de los indios”-, donde eligió vivir los últimos siete años, siendo profesor en el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN). Murió a los 92 años, en plena vitalidad intelectual y viajera, y lo hizo sin molestar, sin hacer ruido, con la misma paz con la que había vivido.
La noche anterior, había participado junto con Viroj Mendis, delegado del pueblo tamil, en una conferencia sobre el “Genocidio del pueblo tamil (Sri Lanka)” en el IAEN, en la que denunció dicho genocidio llevado a cabo por el gobierno de Sri Lanka. Houtart conocía muy bien el país de Sri Lanka, sobre el que en 1974 escribió el libro La Iglesia y revolución. Religión e ideología en Sri Lanka. Unos días antes de su fallecimiento me había enviado un excelente artículo sobre “La Venezuela de hoy y de mañana”. Houtart deja una huella indeleble en múltiples campos del saber y del quehacer eco-humano: ciencias sociales, sociología de la religión, ciencia política, ecología, teología de la liberación, movimientos sociales, comunidades de base, cristianos por el socialismo, etc. Fue pionero en los estudios de sociología de la religión que cultivó a través de numerosas publicaciones y enseñó durante más de tres décadas en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Allí se formaron varias generaciones de políticos, teólogos, científico sociales, politólogos, economistas y activistas sociales –hombres y mujeres-, que aprendieron, bajo su magisterio, a interpretar críticamente la realidad social y a transformarla luchando contra los mecanismos opresores que operan en ella. Lugar destacado en su extenso discipulado ocupa Camilo Torres, sacerdote, sociólogo, revolucionario colombiano, precursor de la teología de la liberación, muerto en la guerrilla en 1966, a quien François dirigió la tesis de licenciatura sobre las estructuras sociales de la ciudad de Bogotá construidas conforme a la lógica de clases como resultado del sistema económico. Posteriormente los estudios sociológicos de Houtart se centraron en las relaciones entre religión y mercado, que encuentran su mejor y más sistemático desarrollo en la obra Mercado y Religión (2002). Desde principios de los 50 del siglo pasado estuvo vinculado a los países latinoamericanos trabajando con la Juventud Obrera Cristiana (JOC), fundada por el sacerdote belga Joseph Cardijn, y en tareas de enseñanza e investigación. Entre 1958 y 1962 elaboró un riguroso estudio socio-religioso sobre América Latina en 43 volúmenes con un equipo de colaboradores en cada país, en un momento en el que el continente se encontraba en plena transformación demográfica y social y estaba sumido en grandes contradicciones. Dicho estudio, dado a conocer por monseñor Helder Cámara y otros obispos en el Concilio Vaticano II (1962-1965), posibilitó un mejor conocimiento de la realidad latinoamericana entre los obispos de todo el mundo. En el Vaticano II fue asesor de los obispos latinoamericanos y del cardenal Leo Joseph Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, uno de los impulsores de la reforma conciliar, quien le defendió en reiteradas ocasiones ante los intentos de expulsión de la Universidad Católica de Lovaina, de la que era profesor. Intervino en la redacción de la introducción de la Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual, uno de los documentos más importantes del Concilio que supuso un cambio de paradigma en la ubicación de la Iglesia católica en la sociedad. Impulsó encuentros de teólogas y teólogos del Sur, entre los que cabe destacar su participación en las reuniones preparatorias en Bruselas para la creación de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (ASETT), que celebró su primer Encuentro en 1976 en Dar-es-Salam (Tanzania) y reúne a teólogas y teólogos de la liberación de África, América Latina, Asía y de la teología negra estadounidense. Cuarenta años después, la ASETT sigue viva y activa y celebra su próximo Congreso este año en Yogyakarta (Indonesia) en torno a “Visión ecológica y supervivencia planetaria. Ecología, espiritualidad, liberación”. Sus análisis críticos del capitalismo y su interpretación ética de las religiones contribuyeron a dar soporte sociológico y dimensión económico-política a la teología de la liberación, muchos de cuyos cultivadores lo consideran su maestro. La ética es, para él, la teología primera; las ciencias sociales, la palabra primera; la revolución, inherente al cristianismo; la praxis de liberación, concreción del amor cristiano; la utopía, el horizonte histórico y la meta hacia la que caminar. Durante muchos años dirigió la revista internacional especializada en estudios socio-religiosos Social Compass. Con Samir Amin y otros científicos sociales internacionalistas fundó el Centro Tricontinental (CETRI) y su revista Alternatives Sud, espacios de debate en torno a las luchas de los pueblos oprimidos del Sur global y de propuestas de Alternativas. A través de estos medios y en sus numerosos escritos y conferencias por todo el mundo –visitó más de cien países- elaboró un análisis histórico, dialéctico y global del capitalismo, que le llevó a constatar su capacidad destructora de millones de vidas humanas y depredadora inmisericorde de la naturaleza. Houtart era muy consciente de que el capitalismo no puede humanizarse porque es inhumano en su raíz y en sus consecuencias. Tras el análisis crítico del sistema capitalista propuso alternativas, que, a su juicio, ya están surgiendo. Así, por ejemplo: la creación de un nuevo sujeto histórico plural y global; la convergencia de las luchas y las resistencias, es decir, la sinergia de los colectivos ecologistas, campesinos, intelectuales, feministas, trabajadores, indígenas, anticoloniales, antiimperialistas, etc.; pasar de la conciencia colectiva revolucionaria a la acción colectiva revolucionaria; generar esperanzas sólidas y no solo buenas intenciones; poner fin a la hegemonía de llamada “cultura occidental”, que es fruto del desarrollo capitalista, y promover la interculturalidad. Houtart no fue un sociólogo y un teólogo de gabinete, sino que estuvo siempre muy vinculado y articulado con las organizaciones sociales y los movimientos religiosos liberadores. Fue uno de los creadores, teóricos y participantes más activos del Foro Social Mundial (FSM) en todas sus ediciones, de 2001 en Porto Alegre (Brasil) a 2016 en Montréal (Canadá), junto con Chico Whitaker, Boaventura de Sousa Santos y otros, y del Foro Mundial de Alternativas. Participó en varias ocasiones en el Foro Mundial de Teología y Liberación, que surgió en el V FSM en Porto Alegre (2005), y en el Congreso de Teología de la Asociación Española de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, que iniciamos en 1981 y este año celebra la trigésimo séptima edición. Numerosos fueron los encuentros en los que participamos juntos y los momentos de convivencia: Foros Sociales Mundiales, Foro Mundial de Teología y Liberación, Congresos de la Asociación Juan XXIII, Centenario del nacimiento de Leónidas Proaño, y en diferentes lugares del mundo: Porto Alegre (Brasil), Nairobi (Kenia), Belem de Pará (Brasil), Dakar (Senegal), Túnez (Túnez), Bruselas (Bélgica), Madrid (España), Quito (Ecuador), etc. Esos encuentros dieron lugar a una estrecha amistad, sintonía ideológica, magisterio fecundo y complicidad en proyectos de solidaridad. Mi casa fue la suya los últimos años cuando venía a Madrid. En el día a día la convivencia doméstica pude comprobar lo que ya había descubierto en mis encuentros anteriores: su carácter bondadoso, su trato sencillo y entrañable, que le era connatural, su austeridad, ejemplaridad ética, su actitud de escucha permanente. Pude disfrutar de su sabiduría, de la que nunca hacía ostentación. La última vez que pasó por mi casa olvidó una “chompa”, de la que nunca nos hemos desprendido. Tras conocer su muerte hemos comprobado que se encuentra colgada en uno de los armarios de la casa. Junto con sus libros y artículos, que ocupan una estantería completa, nos servirá de recuerdo permanente de su personalidad íntegra, su pensamiento crítico y su amistad sincera. Houtart fue un militante internacionalista y altermundialista comprometido en las luchas revolucionarias por la liberación de los pueblos oprimidos de todos los continentes. Conocida es la afirmación del comediógrafo romano Publio Terencio: “Ser humano soy. Nada humano me es ajeno”. Remendando a Terencio, Houtart bien podría decir: “Revolucionario soy. Ninguna revolución me es ajena”. Durante los últimos años trabajó en la propuesta de un nuevo paradigma eco-humano, vinculado con la cosmovisión indígena del Sumak Kawsay (Buen Vivir): el del Bien Común de la Humanidad, que desarrolla en su libro El camino hacia la utopía y el Bien Común de la Humanidad (2012). A dicha propuesta dedicaré un próximo artículo. Es esta la mejor herencia que nos deja con un encargo que nos compromete: trabajar para hacerlo realidad. ¿Me permiten compartir mi experiencia como presbitera en mis 7 años de ordenada?
¡Gracias! Con su permiso les voy contando. Cuando fui ordenada, mis amistades cercanas, me cuestionaron, de pies a cabeza: “Para que te has hecho cura?, ¿para ser iguales a los curas? “Vestidas, iguales?”, “Celebrando igual que ellos?”. “Necesitamos curas, sí, pero diferentes de ellos”. “Muy fácil, ser cura, solo buscan el poder, y que les rindan pleitecia”, “Todo muy cómodo, solo esperan que al templo les llegue la gente”. “¿A ustedes, por qué las rechaza la Iglesia? Mis respuestas: Me he hecho cura, para dar a conocer el Evangelio, rompiendo los muros y distancia entre el altar y lo fieles, siguiendo el ejemplo de las pioneras del Evangelio: Maria, la madre de Jesús, que sale corriendo, llevándolo en su vientre, a compartirlo con su prima, pasando por terrenos peligrosos y Maria de Magdala, que tambien tiene prisa de llevar el anuncio, según le entregó Jesús, para llevarlo a sus amigos en Galilea. Aunque los muchachos no le creyeron mucho. Parece, que eso mismo sucede, hoy. No les parece? El alba que uso es una manta Guajira. Me coloco mis adornos y aretes y hasta un poco de perfume. No tenemos templos. Vamos donde nos llamen, pidan un servicio, busquen y apoyen. Voy a pie, en bus, en el Metro. o en el Transmilenio (Bogotá) . No tengo guardaespaldas. Las bendiciones y gracias sacramentales, gratis las recibimos de Dios, gratis, las compartimos. La Iglesia, no nos rechaza. La Iglesia son ustedes, somos todos/as. No, nos hemos salido de la Iglesia. Nadie, me puede borrar, arrebatar, o quitar, mi Bautismo. En la Jerarquía Eclesiástica, hay una norma escrita por los hombres, es el Canon 1024, que dice: “solo pueden ser ordenados, hombres bautizados”. Es una Ley, bastante extraña. Estamos pidiendo sea abolida, y para ello esperamos contar con la ayuda de ustedes. El asunto es más de la Cultura y la Sociedad, que religioso, por eso les atañe a todos ustedes, con más razón. Creo, el Evangelio tiene rostro femenino. Hay otro Canon bien interesante y no tan negativo, pero, no se aplica,el 1026 dice: “Es necesario que quien va a ordenarse goce de la debida libertad; está terminantemente prohibido obligar a alguien, de cualquier modo y por cualquier motivo, a recibir las órdenes, así como apartar de su recepción a uno que es canónicamente idóneo”. Hasta aqui mis hermanxs. Otro día continuamos… En el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidas. El primero se refiere a Dios. El segundo, a la interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero, hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan aspectos esenciales del mensaje de Jesús. Los dos primeras se encuentran también en Lc, pero en el contexto des éxito de los 72 y la intervención del Espíritu que llenó de alegría a Jesús. En la primera comunidad cristiana todos eran personas sencillas, que no podían gloriarse de nada y buscaban ser acogidas y guiadas. ¿Qué hubiera dicho Jesús de la Iglesia después de Constantino?
“Te doy gracias, Padre, porque…” Lo importante no es la acción de gracias en sí sino el motivo. Jesús no puede afirmar que Dios da a algunos lo que niega a otros. Lo que quiere decir es que, el Dios de Jesús no puede ser aceptado más que por la gente sencilla y sin prejuicios. Los engreídos, los soberbios, los sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios. Los “sabios y entendidos” eran los especialistas de la Ley. Su pretendido conocimiento de Dios les daba derecho a sentirse seguros, poseedores de la verdad. No tenían nada que aprender. Pero eran los únicos que podían enseñar. ¿Quiénes eran los sencillos? “El “nepios” griego tiene muchos significados, pero todos van en la misma dirección: infantil, niño, menor de edad, incapaz de hablar; y también: tonto, infeliz, ingenuo, débil. En todos descubrimos la ausencia de cálculo, la falta de doblez o segundas intenciones. Para la élite religiosa, los sencillos eran unos malditos, porque no conocían la Ley, y por lo tanto no podían cumplirla. Los sencillos eran los “sin voz”, “la gente de la tierra” a quienes los rabinos despreciaban. Estas cosas son las experiencias de Dios que Jesús vivió y que les quiere transmitir. No se trata de conocimiento sino de experiencia profunda. “Todo me lo ha entregado mi Padre…” Ese conocimiento de Dios no es fruto del esfuerzo humano, sino puro don; aunque no se niegue a nadie. El error de nuestra teología, fue creer que conocíamos a Jesús porque conocíamos a Dios; si Jesús era Dios, ya sabíamos lo que era Jesús. El texto nos dice que la única manera de conocer a Dios es aproximarnos a Jesús. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. La imagen de yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600 preceptos y 5.000 prescripciones. Para los fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. La principal tarea de Jesús es liberar al hombre de las ataduras religiosas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que oprimen al hombre y le impiden ser Él. No propone una vida sin esfuerzo; Sería engañar al ser humano que tiene experiencia de las dificultades de la existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. No es el trabajo exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre se convertirá en felicidad porque traerá plenitud y felicidad. Jesús propone un “yugo” pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían, como el peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se lo quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos permiten avanzar hacia la meta. Lo que acabamos de leer es evangelio (buena noticia). No hemos hecho caso a este mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó totalmente este evangelio, y se recuperó “el sentido común”. Nunca más se ha reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente lo que nos acaba de decir Jesús, que nunca nos lo hemos creído. Dios no comparte con el hombre el conocimiento, sino su misma Vida. Los que no creen en la evolución pueden disfrutar de una buena salud. Si Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el ridículo cuando seguimos siendo guiados por los “sabios y entendidos” que se escuchan más a sí mismos que a Dios? A todos los niveles estamos en manos de expertos. En religión la dependencia es absoluta, hasta el punto de prohibirnos pensar por nuestra cuenta. Recordad la frase del catecismo: “doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder”. Jesús no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje. Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda, es la que puede dar sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud, será ligero. Este camino de sencillez no es fácil. Los cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en el intento. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios. Pío IX dijo: “solo hay dos clases de cristianos, los que tienen el derecho de mandar y los que tienen la obligación de obedecer”. Hoy ningún jerarca repetiría esas palabras, pero en la práctica, todos actúan desde esa perspectiva. Descubramos en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, etc. Los predicadores seguimos imponiendo pesados fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta la “Ley”, no la Vida. La gran carencia de nuestra comunidad hoy es la falta de experiencia interior. Por eso nunca se podrá superar insistiendo en la doctrina, por medio de la condena a los que se atreven a discrepar de la doctrina oficial o con documentos que tratan de zanjar cuestiones discutibles. Lo que hay que enseñar a los cristianos es a vivir la experiencia del Dios de Jesús. Solo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Solo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad para ser nosotros mismos. Meditación Venid a mí todos, dice Jesús. Él conoce a Dios y él nos lo puede revelar. Debemos superar todo prejuicio y aceptar ese Dios como el único que puede liberarnos. Todo dios, que venga de otra parte o que nos hayamos fabricado nosotros, será opresor. Mientras más agobiados nos sintamos, más necesitaremos al Dios de Jesús. Algunos obispos y cardenales descontentos con el Papa Francisco dicen de él, con cierto desprecio, que “no es un teólogo”. Les convendría saber lo que piensa Jesús de quienes presumen de teólogos y de sabios.
El contexto del evangelio En los tres domingos anteriores (11-13) hemos leído unos fragmentos del discurso de Jesús a los apóstoles cuando los envía de misión (Mt 10). No se cuenta la vuelta de los discípulos ni el resultado de su actividad. En los capítulos siguientes (Mt 11-12) se cuentan episodios muy distintos que ayudan a definir la figura de Jesús y describen las distintas reacciones que provoca su persona y su actividad. ¿Es realmente el Mesías esperado? Juan Bautista duda, y envía a sus discípulos a preguntar si tienen que esperar a otro. Los de Corozaín y Betsaida no se dejan afectar por su predicación, se niegan a convertirse. Los fariseos lo acusan de infringir la ley y el sábado, deciden matarlo y dicen que está endemoniado. Sin embargo, en medio de todos estos que desconfían, se desinteresan o se oponen a Jesús, hay un grupo que lo acepta por dos motivos muy distintos: por revelación de Dios, y porque, desde un punto de vista religioso, se sienten agobiados, cargados, y encuentran alivio en Jesús y su mensaje. Al final, este grupo aparecerá como la familia de Jesús, sus hermanos, sus hermanas y su madre. Sabios y sencillos En el pasaje de hoy, Jesús ve que la gente se divide ante él, y las cataloga en dos grupos. El de los "sabios y entendidos", que tienen una sabiduría humana, y por eso se escandalizan de Jesús o lo rechazan. Y el de la "gente sencilla", sin prejuicios, a la que Dios puede revelarle algo nuevo porque no creen saberlo todo. Esta gente acepta que Jesús es el Mesías aunque no imponga la religión a sangre y fuego; acepta que es el enviado de Dios aunque coma, beba y trate con gente de mala fama; se deja interpelar por su palabra y enmienda su conducta. Esto, como la futura confesión de Pedro, es un don de Dios. La capacidad de ver lo bueno, lo positivo, lo que construye. Los sabios y entendidos se quedan en disquisiciones, matices, análisis, y terminan sin aceptar a Jesús. Para estas personas sencillas, la gran ventaja es que, a través de Jesús, van a conocer a Dios. Él se lo revelará, porque es el único que puede hacerlo. Pero esta revelación del Padre no es algo abstracto, teórico. Es un respiro para los rendidos y abrumados por el yugo de las leyes y normas que les imponen las autoridades religiosas. Estos versículos contienen un dinamismo muy curioso: el Padre revela al Hijo, el Hijo revela al Padre, pero el gran beneficiado es el hombre que acoge esa revelación; se ve libre de una imagen legalista, dura, agobiante, de Dios y de la religión. Su piedad, al hacerse más divina, se hace más humana. Un rey sencillo, pero de inmenso poder La primera lectura, que parece un poco traída por los pelos, es sin embargo muy interesante. Habla del rey futuro, esperado, en una época en la que no hay rey en Judá y la monarquía parece un sueño. En la segunda parte del poemita se dicen de ese rey cosas maravillosas. Se le atribuyen acciones que textos proféticos anteriores atribuían al mismo Dios: destruir los ejércitos de Israel y dictar la paz a las naciones. Es una forma de decir que será un rey excepcional, cuasi divino. Pero la primera parte subraya que, al mismo tiempo, será un rey manso, humilde, montado en un borrico, como los antiguos patriarcas, no como Alejandro Magno en su caballo Bucéfalo. (Muchos autores piensan que el profeta se inspiró en el paso de Alejandro por Palestina, camino de Egipto, para ofrecer una imagen muy distinta del monarca que esperaba.) Sabemos bien que para Jesús la oración es esencial. En muchos momentos se aleja para orar en soledad, buscando tiempos explícitos de encuentro con su Abba (cf. Mt 14,13.23; 17,1; 26.36ss…). En otros nos invita a rezar (cf. 18,19-20; 24,20…); y hasta nos enseña cómo hacerlo (cf. 6,5ss; 9,38…).
Pero hoy es diferente, porque tras la breve y conocida expresión, “en aquel tiempo”, nos vemos sumergidos inmediatamente en la propia oración de Jesús. Y, como sucede cuando alguien nos introduce en un momento íntimo, podemos sentir cierto reparo prudente, pero al mismo tiempo agradecido hacia quien nos abre su vida en un instante tan privado. Jesús se dirige directamente al Padre y lo hace dándole gracias y nombrándolo como el Señor de cielo y tierra. Las gracias se las da “porque ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las ha revelado a la gente sencilla”. Ante esta expresión nos surgen algunas preguntas: ¿qué son “estas cosas”?, ¿quiénes son los “sabios y entendidos”?, ¿a quiénes se refiere Jesús con “gente sencilla”? Situar el texto en su contexto nos ayudará a comprenderlo mejor. Durante los primeros capítulos del evangelio Mateo se ha preocupado por dar a conocer las enseñanzas y acciones de Jesús. A partir del capítulo 11 (en el que se encuentra nuestro relato), el evangelista modifica la dirección de su mirada y pone la atención en la actitud que cada persona o cada grupo muestra ante Jesús. Así, Juan Bautista todavía duda y envía a sus mensajeros para preguntarle directamente (11,2-15); algunas personas no son capaces de atravesar las apariencias y le juzgan severamente (11,16-19) y las ciudades en las que ha realizado la mayoría de sus milagros no se convierten (11,20-24). Los “sabios y entendidos” tampoco comprenden (11,25). En Mateo estos sabios y entendidos son, seguramente, los especialistas en la Ley, esos fariseos que le recriminan (12,2), que buscan cómo acabar con él (12,14), que lo relacionan con Belcebú, el príncipe de los demonios (12,24) y que le piden signos (12,38) sin acoger los que ya ha realizado. Aquellos que creían saberlo todo de Dios se muestran ciegos, incapaces de descubrirle en Jesús, atados como están por sus falsas imágenes de un dios que ha cargado al pueblo de preceptos y observancias. Un dios tan diferente del Dios de Jesús, el Dios que ama y que libera, que nos descarga de nuestros pesos y los toma consigo, que nos quiere felices. Es la gente sencilla la que acoge “estas cosas”, es decir, la revelación de Dios en Jesús, su Buena Noticia. La gente sencilla es quien se sitúa “desarmada” ante Dios, quien es capaz de dejarse coger por él hasta el fondo, quien cree y confía, quien se abre a su Amor sin cuestionarlo y así se deja transformar radicalmente por él. En la Iglesia hoy es también la gente sencilla la que sigue cuestionándonos y enseñándonos. ¡Qué cuidado hemos de poner para no cargarnos ni cargar a nadie con unos fardos pesados frutos de razonamientos intelectuales y no de la verdadera experiencia de encuentro con Jesús! Quienes tenemos la gran suerte de acompañar a otros en su camino de vida y fe somos testigos del peso que muchas personas siguen cargando. Pienso en jóvenes que se perciben bajo grandes fardos cuando no saben qué hacer con lo que sienten frente a las normas religiosas que han aprendido; o cuando se enfrentan a su identidad sexual sin saber cómo entender lo que les sucede a la luz de lo que se les ha dicho en nombre de Dios. Pienso en parejas que no se sienten incluidas dentro de la gran familia eclesial o en quienes se saben rechazados por cómo piensan. Para todos ellos son especialmente estas palabras y para nosotros la gran pregunta: ¿Cómo estamos viviendo, qué hacemos y qué decimos para que todos puedan encontrarse y tener verdadera experiencia del Dios que nos libera y consuela? ¿Es realmente nuestra vida cauce para esta Buena Noticia? Al comienzo del tiempo de verano, en el que todos buscamos cómo descansar más y mejor, cómo apaciguar nuestro estrés y descargar nuestras preocupaciones, un evangelio así es el mejor regalo que se nos podría hacer. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. No puede haber mejor promesa para quienes vivimos en una sociedad en la que la inmediatez y el individualismo ejercen un poder inaudito. También en nosotros, quienes somos creyentes y pensamos que tenemos una escala de valores diferente, encontramos sus huellas. “Venid” nos dice Jesús. ¡Aquí estamos! ¿Qué persona no siente que esta Palabra es para ella? ¿Quién no tiene algún cansancio o agobio que desea descargar? Pero, fijémonos en los otros imperativos: “cargad” y “aprended”. ¡Vaya! ¡En vacaciones y más trabajo! Movimiento, carga y aprendizaje… desde luego Jesús es el maestro de los contrastes. Y el Maestro de Sabiduría. Porque sus palabras nos llevan, una vez más, a lo esencial. Lo que hoy necesitamos no es el mero descanso del trabajo; no es desconectar de la rutina; ni viajar ni consumir más… Lo que el ser humano sigue necesitando, hoy y siempre, es encontrar el Sentido, ordenar la vida hacia Dios. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Aprended de quien es dócil a la voluntad del Padre, de quien está abierto a su Palabra y a su encuentro, del misericordioso, del pronto al perdón… Aprended de quien se deja modelar por las manos del Padre haciendo de su Proyecto el sentido de su existencia. “Cargad con mi yugo… porque es llevadero y mi carga ligera”. El seguimiento de Jesús, lo sabemos, es exigente y radical. Conlleva la entrega total de la vida. Pero, por eso mismo, es absolutamente liberador y reconstituyente. Escuchamos estas palabras: “cargad con mi yugo” y nos imaginamos escenas de esclavitud y sufrimiento. ¡Todo lo contrario! El seguimiento de Jesús alienta nuestra alegría y nuestra libertad, nos libera de todo lo que es relativo y que tantas veces se convierte en nuestra vida en una carga que no nos deja vivir en plenitud. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Si para todos es un don, cómo resonará esta promesa en los oídos de quienes, por sus circunstancias personales o sociales, se encuentran envueltos en conflictos y dificultades, angustiados por sobrevivir y luchar para que otras/os sobrevivan. A todos ellos, a los pueblos de Venezuela, México, Siria, Irak, Afganistán, la zona del Gran Sahel y la región del Chad, Congo, Somalia…, a tantas hermanas y hermanos que cruzan desiertos o mares huyendo…, a quienes sufren enfermedad, discriminación o violencia, a todos tenemos presentes en nuestra oración. Que al rezar con esta Palabra que hoy se nos regala no los olvidemos. Hace unos meses, a raíz de la publicación de su libro "La primera piedra", Krzysztof Charamsa, sacerdote, ex-oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afirmaba que el 50% del clero del Vaticano son homosexuales.
Una afirmación bastante mediática. ¿Posible? Dice el mismo: "Es una intuición que sale de mi experiencia, de mi conocimiento de este ambiente". Sin duda, este hombre ha estado en una atalaya, que le ha permitido observar de cerca muchos comportamientos humanos, por eso su cifra puede aproximarse a la realidad o no, ya que puede ser también intencionada. Otra cosa es que, ciertamente, se trate de un club bastante numeroso. Esto es una sospecha ya tradicional. No obstante, la discusión no es sobre el porcentaje, sino sobre el sufrimiento, que muchas de esas personas soportan, libremente, cada día al no poder vivir su sexualidad, de acuerdo con los principios establecido por la Santa Madre Iglesia. Porque ese es su pensamiento, pero no sus sentimientos, ni sus acciones. Viven en una esquizofrenia absoluta, que tiene un coste psicológico terrible. Y, además todo eso lo viven en el centro neurálgico de la Iglesia: el Vaticano. Aunque ni ayer, ni hoy le han faltado escándalos de esta índole...Estos hombres asumen el remordimiento con total lucidez, por eso es más sangrante. Aunque sarna con gusto, dicen que no pica. Todos ellos son absolutamente conscientes de arrastrar una doble vida. Una, aparentemente de santidad y, sin duda de un buen hacer profesional; y la otra, de oscuridad y vergüenza. Por eso el problema no es la homosexualidad, sino cómo se vive o, mejor dicho, se malvive la realización personal, y más en concreto la sexual. Y esto por su formación moral, sacerdotal o religiosa, a la que no quieren, ni pueden renunciar. Pero, los más fríos e inteligentes ante lo inevitable de la llamada de la naturaleza, sin duda se inventarán racionalizaciones para poder aguantar el tirón vital. La famosa salida del armario les condena a dar un giro total en sus vidas. Para la mayoría, seguramente, esto es algo ya casi imposible e impensable. No aceptarían pasar, de la gloria pequeña o grande, al ostracismo y la marginación. Prefieren sobrevivir de esa manera, a golpe de confesionario. Eso decía hace unas semanas un cura italiano, que lo pillaron frecuentando prostíbulos, que después se confesaba... Un desprestigio para el sacramento de la reconciliación. Todo esto supone un montón de sufrimiento y de hipocresía. Apariencias, guardar las formas, silencios, sobornos. Todo un mundo, cercano a lo divino, pero "humano, demasiado humano". La "casta meretriz" del Santo Padre Justino. Y, todo esto salpicado, como decía el Papa Francisco, recientemente, de corrupción. El dinero para tantas cosas raras... Deprimente. Triste. Otro problema es que muchos de estos señores, a pesar de vivir como viven, en sus pronunciamientos públicos ante las cuestiones de "sexto y nono" mantienen las posiciones más fosilizadas y conservadoras, sin un ápice de mirarse a sí mismos. Resulta increíble, pero cierto. Por un lado está ese mundo escondido, que malviven como pueden; y, por otro sus manifestaciones públicas. Se consideran la quintaesencia de la moral. Al final el quid de la cuestión estriba, no tanto en la vivencia de la opción sexual por parte de cada uno, sino en la forma de vivirla y las consecuencias que eso tiene para ellos personalmente y para la Iglesia. Y, sobre todo que no salga a la luz pública, sino se mantenga en la oscuridad. Pero: ¿Quien mueve ficha y qué ficha hay que mover...? De ahí la existencia de "homofobia", que denuncia Charamsa. Es la condena por haber abandonado el club, saliendo del armario y pegando un portazo. Si, al menos lo hubiera hecho "mutis y por el foro", es decir, calladito y sin ruido. Estos señores no toleran la personalización pública del asunto. Mientras sea genérico, es decir se hable de porcentajes o de "lobbies", se sienten a salvo y sin problemas. Los nombres y apellidos es lo peligroso, aunque se sepan, pero no se pronuncian en plaza pública. Siempre "soto voce"... Fulanito, menganito... La imagen de una Iglesia muy dañada, justamente por aquellos temas, que ella ha defendido desde siempre, como muy importantes, sobre todo en relación con el sacramento de la reconciliación, hace que se resienta notablemente su credibilidad. Estas miserias humanas de la doble vida, no desde el punto de vista moral -allá cada uno ante su conciencia-, sin duda, comprometen la fe de mucha gente sencilla, que no entienden estos comportamientos, a escondidas, en hombres de Dios, maduros y adultos. Pero quién le pone el cascabel al gato... Por otro lado, sin duda hay muchos hombres y mujeres que trabajan dentro de los muros de San Pedro y que llevan una vida intachable e impecable. y, gracias a ellos, la factoría funciona y produce, no sin estridencias. Es conocida la expresión del gran místico alemán Eckhart “Dios, es decir, la naturaleza” (Deus sive natura); pues bien, me pregunto si podríamos decir “Dios, es decir, la Conciencia”. Veamos cómo.
Reconocemos que Dios es “indecible”, pero la Humanidad le ha atribuido muchos nombres, y la misma Biblia ha empleado varios. Algunos, invocando a Wittgenstein, dicen que entonces sería mejor no decir nada sobre él; pero no hablar de una persona lleva al olvido y a prescindir de ella. Además el joven enamorado escribe el nombre de la amada en todos los árboles del barrio, y el poeta, que no acaba de acertar con la palabra, no renuncia a reelaborar el poema. Jesús concentró su experiencia de Dios con el término “Padre”, especialmente en el padrenuestro y en la parábola del hijo pródigo. Ciertamente la imagen de Dios como Padre es la más entrañable y significativa para un cristiano pero hoy, por los sentimientos que expresa, muchos la corrigen y la traducen como padre-madre. Otro término empleado por Jesús para referirse a Dios fue el de “Espíritu”; el que él recibió y el que comunicó a sus discípulos. Creo que presentar a Dios como Espíritu es más apropiado con nuestra cultura actual, porque la imagen de Dios como Padre nos sugiere una dualidad, incluso una distancia: “que estás en los cielos”. La imagen de Dios como Espíritu me parece preferible porque no implica dos individualidades -Dios y nosotros- sino una energía que nos constituye a todos los hombres (y a la naturaleza de Eckhart). Nosotros no somos algo separable de Dios, porque él constituye el fundamento de nuestro ser. Sin él no existiríamos. Pensamos en Dios y el mundo como dos seres, pero no se trata de dos seres en sentido unívoco, sino de dos entidades en sentido muy, muy, muy distinto; (sentido análogo según santo Tomás de Aquino). Dios no es una entidad individual, es una entidad relacional; personal, pero no individual o separada de todo lo demás. El lenguaje conceptual sobre Dios nunca es adecuado, porque no es unívoco. Al afirmar algo sobre Dios, tenemos siempre que añadir “pero no es así”. El lenguaje sobre Dios tiene que contentarse con ser simbólico ¿Podríamos decir, en términos de la física cuántica, que Dios sería como la onda y nosotros como el corpúsculo? La experiencia de los místicos, sufí, cristiana y universal, tiende a la identificación del hombre con Dios, “la ola es el mar” (Willigis Jäger). Nuestros místicos, ¡en tiempos de Inquisición!, hablaron de “matrimonio espiritual”, pero según la misma Escritura “serán dos en una sola carne”. La conciencia como experiencia de Dios Se atribuye al reconocido teólogo jesuita Karl Rahner la predicción de que “el cristiano del siglo XXI sería místico o no sería”, que la fe sería experiencia de Dios o se perdería. Yo, cristiano del siglo XXI, no me atrevo a decir que haya tenido alguna experiencia de Dios; sin embargo creo que puedo afirmar -todos, más o menos, podemos afirmar- que hemos tenido alguna experiencia de algo trascendente. He tenido experiencia de la injusticia de que muchos sufren hambre, enfermedades, humillaciones, muerte, o torturas, por la ambición y la soberbia de unos pocos; y he sentido un deber, superior a mis intereses personales (¿imperativo categórico?), de hacer algo por restablecer la justicia y la dignidad de esas personas. Todas las religiones, igual que los que se declaran ateos, sintetizan su experiencia ética en la “Regla de oro”: “trata a los demás como deseas que te traten a ti”. La conciencia ética es un signo de la presencia del Espíritu, de la presencia de la energía de Dios (dýnamis tou Theou). Esta idea quizás nos choque porque cambia el esquema en blanco y negro que tenemos sobre gracia santificante y pecado. Sin embargo este esquema de presencia de Dios más o menos intensa, más o menos manifiesta, parece más acorde con la alabanza de Jesús a aquel letrado, “no estás lejos del “Reino de Dios” (Mc 12,34); y más acorde con el ambiguo diálogo sobre el camello y el ojo de la aguja y sobre quiénes se salvan (Mc 10,23-27); y claramente más acorde con la parábola del juicio final: “porque tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25,31-46). Según Lucas, los primeros diáconos fueron elegidos entre “hombres llenos de Espíritu y de sabiduría” (Hch 6,3) y entre ellos estaba Esteban “hombre lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hch 6,5); tanto la fe como la sabiduría eran las cualidades en las que se manifestaba el Espíritu. Igualmente en nosotros, la conciencia de la justicia o injusticia es la señal en que se manifiesta la presencia del Espíritu. Dios, el Espíritu, está presente en mí y se manifiesta como conciencia. Esta conciencia es algo que está en mí, en ti, y en todos; en Caín y en Teresa de Calcuta; en Confucio y en la Revolución francesa; algo que nos penetra y que nos desborda; algo individual pero común a todos, y cuya superioridad respetuosamente nos obliga. La experiencia ética es la única experiencia de Dios que yo puedo alegar. Sé que esta experiencia ha sido posible porque en determinados momentos se han activado ciertos circuitos neuronales; sin esta activación no habría sentido ni la injusticia ni mi obligación, pero no creo que estos circuitos neuronales puedan obligar a nadie a renunciar a sus intereses en beneficio de otros. Creo que el amor, la justicia, la dignidad humana, son algo más que procesos físico-químícos. “La poesía es más que la tinta con que está escrita”. Si la conciencia ética es un signo de la presencia de Dios, tendría sentido decir que uno de los nombres de Dios podría ser la Conciencia. Juan no duda en afirmar que Dios es amor. ¿Sería erróneo afirmar, en lenguaje simbólico, que Dios es la Conciencia universal? Es verdad que, como siempre, habría que añadir “pero tampoco es así”, o como reconocía el concilio Lateranense IV “lo que hemos dicho aquí sobre Dios tiene más de erróneo que de acertado”. Los muchos nombres de Dios son destellos de su realidad inabarcable y, al mismo tiempo, expresiones de nuestras ansias por contemplarlas. Algunos pensarán que he manipulado conceptos y metáforas para “salirme con la mía”. Puede ser, pero “la mía” es que tengo amigos que se declaran ateos o agnósticos y que me han enseñado mucho. Esos ateos son éticamente honrados (que no es poco) y han asumido un claro compromiso social, y creo que es justo reconocer: “Ernesto (nombre ficticio), que se proclama ateo, es un hombre lleno de Dios y de conciencia ética”. |
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