"Dichosos vuestros ojos porque ven": en efecto, la dicha se juega en la visión, y va acompañada de luz.
La tristeza, el desánimo, la desesperanza... van siempre de la mano de la confusión y nacen de la ignorancia. Es la ignorancia la que nos hace pensar que somos lo que no somos: nos identifica con cualquier objeto (cuerpo, pensamientos, sentimientos, imagen, circunstancias...) y, en ese mismo instante, pone la semilla del sufrimiento. Por esa razón, la dicha no consiste en lo que podemos tener –todo ello, objetos-, sino en desarrollar nuestra capacidad de ver. ¿Y qué es lo que tenemos que ver? No tiene que ver con pensamientos, con ideas o con creencias: nada de ello es ver. Las mismas creencias pueden, con frecuencia, convertirse en un filtro opaco que nos impiden estar abiertos a la posibilidad "ver". Se trata de ver una única cosa: quiénes somos. Y tenemos una pista: mientras no experimentemos dicha, no hemos visto. La dicha –el gozo, el disfrute- se hace presente a nuestros ojos y a nuestro corazón cuando, dejadas atrás falsas identificaciones, descubrimos nuestra verdadera identidad. Parafraseando la parábola de Jesús, nuestra identidad es esa "tierra buena", verdadera y fecunda, de la que no podrá no brotar el fruto abundante por sí mismo. Nuestro drama se produce cuando nos quedamos enredados en cualesquiera otras "tierras", llenas de piedras o de zarzas y siempre áridas y estériles. Lo que ocurre es que hemos crecido viviendo más en ellas, alejados de aquella otra tierra buena y profunda. Eso ha hecho, entre otras cosas, que nuestra mirada se retrajera y estrechara, hasta resignarnos a lo que veía. Pero como la dicha sigue llamando a nuestra puerta, siempre podemos ponernos en camino para que podamos ver quiénes somos realmente, Aquello que siempre es Gozo.
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La crisis volverá a repetirse porque van a funcionar otra vez los lazos de la codicia
Únicamente conozco a un broker que actúe en Wall Street. Se trata de un antiguo compañero de colegio que ya en la infancia apuntaba maneras. Era abierto, decidido y, a la que te descuidabas, te devolvía un lápiz tras haberle prestado una pluma estilográfica. El otro día me lo encontré por la calle y estuvimos charlando un rato. Estaba contento porque los negocios le iban bien. Le pregunté si se reproducían las condiciones —propicias para él, por cierto— que dieron lugar al colapso financiero de hace algunos años. Me contestó que no sólo se reproducían sino que dentro de no mucho el colapso sería mayor. Los especuladores, empezando por él mismo, campaban a su aire, sin freno, y sus ganancias eran fabulosas. A su alrededor las burbujas fomentadas por la especulación crecían sin cesar, aunque, como es lógico, nadie pensaba acabar atrapado por ellas. Mi antiguo compañero de colegio era feliz: todo volvía a producirse, corregido y aumentado, ante un mundo ciego y sordo, o, lo que era todavía más eficaz, cómplice. En definitiva, de creer sus palabras, la codicia seguía creando fuertes lazos de complicidad entre el engañador y el engañado, parecidos a los de los colegiales que intercambiaban lápices y plumas estilográficas. Claro que él no hablaba de codicia sino de interés y de provecho. Y creo que no le falta razón. No tengo conocimientos suficientes para saber, o profetizar, si se avecina un nuevo colapso, pero sí tengo la sospecha de que no se ha generado un aprendizaje profundo en relación con lo sucedido estos últimos años. No se ha eliminado el huevo de la serpiente, ya que dicha eliminación concernía, además de a la economía y a la política, al espíritu, o, si se teme esa palabra, a la mentalidad. No ha habido catarsis, no se ha hecho limpieza, y las nuevas turbulencias pueden presentarse sin que se hayan construido diques de contención que las detengan. No ha habido catarsis y las nuevas turbulencias económicas pueden presentarse sin que se hayan construido diques de contención que las detengan A este respecto es muy interesante —incluso literariamente— escuchar el relato sobre el fin de la crisis que muchos políticos y financieros están contando. Es en cierto modo simétrico al del inicio de la crisis, e inevitablemente recuerda las narraciones tejidas en torno al absurdo. La crisis estalló inexplicablemente, y bastaría recurrir a las hemerotecas para comprobar la maravillada candidez de los dirigentes políticos y económicos: nadie podía prever nada porque —como los grandes fenómenos diabólicos y divinos, o como el absurdo— todo era imprevisible. Inopinadamente la peste se apoderó de la ciudad. Ahora se declara que la peste ya ha sido vencida, si bien es cierto que dejando tras de sí un reguero de cadáveres. Es magnífico ver a los banqueros proclamar el triunfo sobre la peste, ajenos ellos por completo a la instalación de la epidemia. También es aleccionador comprobar el triunfalismo de Rajoy o Montoro, aunque en sus caras se insinúe todavía un rictus de espanto, como si no estuviesen muy seguros de los augurios, o simplemente tuvieran dificultades a la hora de jugar su nuevo papel en la representación teatral. Sin embargo, con mayor o menor eficacia, la representación funciona. Los espectadores —es decir, los ciudadanos— empiezan a aceptar que la peste se está desvaneciendo, y tienen tantas ganas de que esto suceda que están olvidando ya las causas del contagio que afectó a la comunidad. Si hacemos caso de la lógica expuesta por mi antiguo compañero de colegio, el entero ciclo va a repetirse de nuevo porque otra vez van a funcionar férreamente los lazos de la codicia: los especuladores, como corresponde a su papel en la función, buscarán la complicidad de los ciudadanos para la obtención de unos beneficios que, aunque a la larga sean catastróficos, a corto plazo brillan con luz propia La repetición del ciclo, de producirse, implicaría una ausencia total de aprendizaje con respecto a lo que hemos denominado crisis. Si tuviésemos la voluntad de aprender deberíamos ir, creo, más allá de las explicaciones económicas y políticas para preguntarnos sobre una determinada interpretación de la existencia. Dicho directamente: mientras la vida sea entendida como un objeto de rapiña, de saqueo, cualquier otra consideración se antoja secundaria. Y esta parece ser la ideología dominante en estos primeros lustros del siglo XXI en los que el utilitarismo y el pragmatismo se ven acompañados por una exaltación permanente de la posesión inmediata de las cosas (y de las personas). La existencia está ahí para ser tomada, para ser consumida, y no para llegar a un compromiso con ella. Más importante que el contrato social del que hablaron los ilustrados es el contrato existencial, del que carecemos y que supondría entender la vida como un sutil juego de equilibrios entre deseo y respeto, entre posesión y contención. Cuando en la tragedia griega los poetas luchaban contra la desmesura y el desequilibrio, poniéndolos precisamente en escena, era porque partían de la honda convicción de que el hombre no puede ser libre si está atenazado por la hybris. Como supo ver muy bien Esquilo, no puede haber libertad si las fuerzas dominantes son la desmesura y el desequilibrio. Por importante que sea la urna para la democracia todavía más importante es la capacidad de mediación y de regulación: entre los individuos, entre los poderes, entre el hombre y su entorno. No obstante, el capitalismo que, globalizado, se asienta en el mundo tras la caída del muro de Berlín, hace ahora 25 años, es una auténtica civilización de la hybris y, en consecuencia, si aún son válidas las enseñanzas de Esquilo —y pienso que lo son—, un sistemático antídoto contra la democracia. La perpetua invitación a la codicia y al fast food vital significan un continuo sabotaje al ejercicio de la libertad Más importante que el contrato social es el contrato existencial Por eso es alarmante —no para él, claro— el pronóstico de mi compañero de infancia, el actual broker de Wall Street, cuando supone que las circunstancias van a repetirse porque los hombres están predispuestos a que se repitan. Indicaría que estamos atrapados en esa civilización de la hybris que no contempla otro camino que el del saqueo vital y la posesión inmediata de las cosas. Prisioneros de ese sortilegio, lo normal es que marcháramos de crisis en crisis, de nuevo riquismo en nuevo riquismo, con asombrosas irrupciones de la peste en la ciudad y no menos asombrosas desapariciones de esa misma peste. Eso sí, con visionarios, con augures, con magos, vestidos de ministros o de banqueros, abriendo o cerrando las puertas del porvenir. Y sin posibilidad de aprender. Lo contrario sería aprender. Pero eso entrañaría un nuevo concepto de educación que desborda, con mucho, el marco de las escuelas y las universidades para afectar, directamente, a la mente del hombre. Al comprobar los estragos violentos de la Revolución Francesa, un revolucionario como Friedrich Schiller escribió un breve y valiosísimo libro, Cartas sobre la educación estética de la humanidad. En él se afirmaba que ningún cambio era posible, por espectacular que fuera en su efecto exterior, si no conlleva una modificación de la sensibilidad. Fue, en cierto modo, una profecía con respecto a las revoluciones que estaban por venir, especialmente las que tuvieron lugar en el siglo XX. Aprender sería aprender a desarticular la civilización de la hybris. Educar al hombre en un nuevo contrato existencial, con sus derechos y sus deberes, en que la vida, lejos de ser un objeto de saqueo, fuese un sujeto de armonía. Claro que eso implicaría hacer una verdadera revolución espiritual, algo más delicado que cualquier revolución de otro tipo. La próxima vez que me encuentre con mi antiguo compañero de colegio voy a preguntarle qué opina al respecto. Quizá ría porque no lo entienda; quizá se asuste porque lo entienda demasiado. Vemos al papa Francisco casi a diario. Sus palabras y gestos impactan. Pero más allá de ellos, ¿qué estamos viviendo, como Iglesia, en este tiempo de gracia que nos ha regalado el Señor? Hace pocos días, de visita en Estados Unidos, el teólogo José Antonio Pagola definía la acción de Francisco de esta manera:"Todos los días, con sus gestos, con sus palabras y con su vida entera, nos está arrastrando hacia Jesús y el Evangelio (...) No se queda en recuperar el espíritu y las líneas de fuerza del Vaticano II. Nos dice que hemos de volver a Jesucristo". Pagola describe el ministerio de Francisco como un recorrido, un viaje hacia Jesús. El mismo Papa lo ha explicitado en la entrevista publicada por La Vanguardia de Barcelona: "Para mí, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir al día de hoy.
El piloto a cargo de la nave sabe a dónde ir y lo propone al conjunto del Pueblo de Dios. Como todo viaje tiene una ruta y un cronograma estimado, donde hay momentos plácidos y dificultades, bonanzas y contratiempos. En su segundo año como piloto de la barca de Pedro, Francisco está entrando en el mar de los Sargazos de su propuesta y va a necesitar toda la ayuda de Dios, pero también toda nuestra fuerza y compromiso, para poder superarlo. El mar de los Sargazos es una región del océano Atlántico al este de la península de Florida. Es un sitio particular, donde se combinan ausencia de vientos, corrientes marítimas contrapuestas y abundancia de algas. Durante siglos, por allí pasaron los navíos que iban y venían de Europa y América y era frecuente que algunos de ellos quedaran detenidos o atascados. Si Francisco nos propone un viaje de regreso a Jesucristo, un viaje largo para algunas costumbres y estructuras eclesiales, creo que el Papa está ingresando en una zona donde su proyecto (contra la autorreferencialidad, a favor de una Iglesia en salida y hacia las periferias, con talante misericordioso) corre el riesgo de quedar atrapado en la típica "calma chicha" de aquella región y, si esto sucediese, poner en riesgo la esperanza de este viaje. En el mar de los Sargazos abundan las algas, al punto que pueden detener a un barco en medio de un inmenso océano. En la Iglesia tenemos abundancia de algas, algunas de ellas especialista en detener proyectos de reforma. Algas expertas en normas y que exigen pureza total en los fieles; algas de una tradición mal entendida, conservadora y enceguecida; algas que le tienen miedo al mundo, donde solo ven tragedias y desastres; algas nostálgicas de la Cristiandad, de un tiempo supuestamente idílico donde todo "estaba claro". La barca de Pedro a cargo hoy de Francisco entra en zonas donde estas algas abundan... y la Iglesia puede quedar enredada en ellas. En el mar de los Sargazos hay corrientes opuestas, algunas siguen el sentido de las agujas del reloj y otras van contra ellas. Si no se aprovecha lo mejor de cada una de ellas, un barco puede quedar detenido por equilibrio de fuerzas: ni avanza ni retrocede, no va ni a un lado ni al otro. En la Iglesia hay abundancia de corrientes, una diversidad que también es riqueza cuando se combinan armónicamente. Pero en estos tiempos hay corrientes que pretenden ser las únicas verdaderamente cristianas y se presentan como la única carta de navegación posible hacia el Señor. En este tiempo de Francisco estas corrientes se presentan diciendo: "El Papa tiene que..." Para algunos, tiene que abolir el celibato obligatorio para los sacerdotes; permitir la ordenación de las mujeres; cambiar la forma en que se designan obispos; cerrar el IOR... y tantos otros planteos. Si el Papa no hace muchas de estas cosas, será una decepción. Para otros, el Papa tiene que defender los principios "innegociables" (según ellos), ser un cruzado contra el aborto, defender a la familia y al matrimonio, abroquelarse detrás de los principios tradicionales de la moral. Si no lo hace, estará bordeando la herejía. Cada una de estas corrientes estuvo expectante (y asombrada) por el primer año del papa Bergoglio. En este segundo año y en los posteriores, querrán imponer, con más o menos fuerza y sutilezas, sus cartas marinas. En cualquier caso, la barca de Pedro no volverá a Jesucristo a menos que se haga lo que ellos consideran "auténtico" o "válido". El gran test para superar (o estancarse) en este momento estará dado por los dos Sínodos de Obispos (2014 y 2015) convocados para reflexionar sobre la pastoral de la familia y por el Encuentro Mundial de las Familias de Filadelfia, previsto para septiembre de 2015. El Papa ha asumido la necesidad de profundizar la dimensión sinodial para la animación de la Iglesia y la necesidad de escuchar la voz del Pueblo de Dios (por ello la encuesta enviada a todas las diócesis sobre problemáticas familiares); aprovechó la creación de nuevos cardenales para reunir a aquellos presentes en Roma para preparar el camino hacia los dos Sínodos; insiste en que "hoy la familia tiene necesidad de mucha ayuda pastoral"... Ha generado una metodología y un clima de apertura para debatir estas cuestiones. El pontificado de Francisco está entrando en su mar de los Sargazos, del cual saldrá fortalecido o quedará detenido tras estos tres acontecimientos. Porque a raíz de sus características geográficas y climáticas, el mar de los Sargazos ha sido tomado, metafóricamente, como el sitio donde los barcos se pierden, donde los viajes se frustran, donde los proyectos desaparecen. Para la propuesta de Francisco –sintetizada en su exhortación Evangelii Gaudium- la forma en que surque este mar de los Sargazos es crucial para transformar corazones, prácticas y estructuras o para convertirse en una profunda decepción. Sus palabras, gestos, actitudes y propuestas serán leídos ya no como una "sorpresa" sino a la luz del resultado de este tramo del viaje. El Papa necesita distinguir la vida que brota de muchas algas eclesiales de aquellas que pretenden detener la marcha de la Iglesia hacia Jesucristo, su permanente conversión y reforma. Necesita aprovechar lo mejor de cada sensibilidad, tradición y opciones existentes dentro de la Iglesia. Francisco necesita de oración y de pericia. Bergoglio es un hombre de oración profunda y tiene gran capacidad de gobierno. Pero necesita también encontrar vientos favorables, necesita del viento del Pueblo de Dios para empujar la barca, desenredar algas paralizantes, evitar el choque de corrientes opuestas. En este mar de los Sargazos, los cristianos no podemos ser espectadores, tenemos que acompañar aún más al obispo de Roma. Hacer nuestra (y manifestarlo) su propuesta: poner los ojos en Jesús; ir a lo esencial, las Bienaventuranzas y Mateo 25; ser misericordiosos; descubrir el paso cotidiano de Dios por la vida; anunciar y proclamar el amor de Dios por cada hombre, explicitado en Jesucristo; rezar por el Papa, como siempre nos lo pide y cada vez necesita más. Estamos a las puertas de un momento clave para la Iglesia. El Papa Francisco apuesta por suscitar convencimiento, antes que imponer sus puntos de vista, como lo ha explicitado en el regreso desde Tierra Santa: "El convencimiento es muy importante. Un trabajo de convencimiento, de ayudar... Hay algunas personas que no lo ven claro, pero toda reforma lleva consigo estas cosas". Ayudémoslo a construir una opinión pública eclesial que sirva de viento impulsor para cambios imprescindibles, seamos protagonistas, conformemos un verdadero "sensus fidei" (cf. Evangelii Gaudium 119), estemos junto al sucesor de Pedro y abramos de par en par nuestras puertas al Espíritu Santo para que la Iglesia sea, para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, testimonio vivo de la salvación. “Efectivamente, las figuras relevantes de la Teología de la Liberación (TL) son personas ancianas y, como tal, como la expresión de lo que fue, está muy está anciana, si no es que ya está muerta… Hoy en día no está más el tema de la teología de la liberación, que había sido planteada con una base sociológica que no cuadraba con la base teológica”.
No, no son afirmaciones estas de sectores lefebvristas, neoconservadores o integristas, ni de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tan propensa a desacreditar las tendencias teológicas que no coinciden con la teología romana. Han sido pronunciadas por monseñor Carlos Aguiar Retes, todopoderoso presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), y difundidas por la Agencia Católica de Información ZENIT. Las ha hecho en un momento tan significativo como el encuentro del CELAM con el papa Francisco, cuando el Vaticano está dando muestras de acercamiento a dicha teología. Ante las críticas recibidas por tamaño desprecio hacia la TL, el propio arzobispo Aguiar ha querido matizarlas en unas declaraciones a Noticelam, pero, a mi juicio, se ha puesto más en evidencia su rechazo hacia dicha teología. Recuerda la existencia de una corriente basada “en el análisis marxista que llevó a una ideologización del mensaje evangélico” y cree necesario re-direccionarla a través del desarrollo de “una teología de la liberación con una base bíblico espiritual”. ¿Qué revelan las primeras afirmaciones tan irrespetuosas en boca de un dignatario tan cualificado como mal encarado de la Iglesia católica, que se arroga la representación de varios cientos de millones de católicos del continente y las segundas declaraciones tan desenfocadas sobre la teología de la liberación: ignorancia, manipulación o, más sencillo todavía, confundir el deseo con la realidad? Fuere una cosa, otra, la tercera o las tres a la vez, me gustaría informar, siquiera someramente, al presidente del CELAM del estado actual de la Teología de la Liberación (TL), que hoy está muy lejos de la ancianidad y mucho más todavía de la muerte. La TL, nacida en América Latina a finales de la década de los sesenta del siglo pasado –apenas ha cumplido 45 años- es una de las corrientes más creativas del pensamiento cristiano nacidas en el Sur, lejos de los centros de poder político, económico y religioso, con señas de identidad y estatuto teológico propios. No es, por tanto, una sucursal de la teología elaborada en el Norte. Todo lo contrario: ha quebrado el norte-centrismo teológico, sea el moderno o el postmoderno, el europeo o el norteamericano. Viene siendo objeto de sospecha desde sus orígenes, y muy especialmente durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto II. Ha recibido acusaciones de lo más gruesas e indemostrables como defender la violencia, ser una sucursal del marxismo, introducir la lucha de clases en la Iglesia, politizar partidistamente el cristianismo… Muchos de sus cultivadores han sido condenados, destituidos de sus cátedras y sus libros sometidos a una férrea censura. La más grave de las condenas -comparable a la del Syllabus del papa Pío IX contra el modernismo-, fue la llevada a cabo por la Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación, de 1984, redactada por el cardenal Ratzinger cuando era presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ratificada por Juan Pablo II. Mas, a pesar de la persecución de que ha sido objeto, la TL no se ha rendido a la ortodoxia vaticana, ni ha renunciado a sus primeras intuiciones ni al principio-liberación, pero tampoco se ha quedado en la foto fija de sus orígenes, ya que no es una teología perenne, inmune a los cambios, ni de la razón pura, sino una teología de la razón práctica, histórica, in fieri, que se reformula y reconstruye en los nuevos procesos de liberación. Lo mismo que la TL en sus orígenes intentó responder a los desafíos sociales, económicos, religiosos, espirituales, culturales del continente latinoamericano, hoy sigue haciéndolo y se elabora a partir de los nuevos sujetos que están emergiendo y protagonizan los cambios estructurales en la sociedad y en las religiones: las mujeres doble o triplemente oprimidas por las dictadura del patriarcado, del capitalismo y del colonialismo en alianza, la Tierra, sometida a la depredación del sistema de desarrollo científico-técnico y económico voraz, el campesinado sin tierra, los pueblos indígenas y las comunidades afroamericanas, humilladas durante siglo de dominación imperial, las colectividades, cada vez más numerosas, excluidas por mor de la globalización neoliberal, las religiones otrora destruidas por el cristianismo imperial, las identidades estigmatizadas y perseguidas. Son todas ellas alteridades negadas que conforman los diferentes rostros de la pobreza y la marginación, a quienes la TL reconoce como sujetos activos, consciente de que se están empoderando y, desde su empoderamiento, contribuyen a la superación del racismo, el sexismo, el clasismo, la homofobia, así lideran la lucha contra los etno-cidios, geno-cidios y bio-cidios causados por el paradigma de desarrollo de la modernidad occidental. De aquí han surgido nuevas tendencias teológicas de la liberación, todas ellas contra-hegemónicas: teología feminista, indígena, afrodescendiente, campesina, ecológica, queer, teología del pluralismo religioso, de la diversidad sexual. Todo un mosaico de teologías y sabidurías que conforman el plural panorama de la TL, que no es una anciana moribunda, sino que sigue viva y activa intentando responder a los nuevos desafíos del continente latinoamericano. Hoy está presente en todo el Sur, pero también en los ámbitos de marginación del Norte y se ha hecho visible en el Foro Social Mundial, donde ha creado su propio espacio religioso alter-globalizador, el Foro Mundial de Teología y Liberación, que cuestiona las creencias crédulas, revoluciona las conciencias de los creyentes y no creyentes y pretende transformar sus prácticas alienantes en emancipatorias desde la convicción de que “Otra teología es posible” ¡y necesaria! en plena sintonía con la consigna de los Foros Sociales “Otra epistemología es posible!” y con las epistemologías del Sur que se están desarrollando en las diferentes disciplinas y saberes. Si monseñor Aguiar Retes quiere enterrar la teología de la liberación, debe saber que lo hará con una realidad viva, y eso es un delito mayor y más grave que el de considerarla anciana o muerta. ¡Qué lejos está el actual presidente del CELAM de los obispos que dijeron adiós al paradigma de la Iglesia conquistadora, colonial y desarrollista de la conquista e iniciaron el paradigma de la Iglesia de la liberación en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín en 1968! Estos pusieron las bases de la Iglesia de los pobres, que el papa Francisco quiere recuperar. Con sus declaraciones, monseñor Retes lo que hace es dinamitar dichas bases. Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III. Sus libros más recientes son: La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso (Tirant lo Blanch, 2010); Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo (Barcelona, 2011); Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012); Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013). En los actos oficiales de la abdicación y la proclamación de los reyes no había ningún dignatario extranjero. Ni falta que hacía: hubo bastantes españoles, pues solo a la recepción del palacio real asistieron 2000, protegidos por 7000 agentes de seguridad. Pero no vimos ningún pobre: no vimos desahuciados, parados, mendigos, vagabundos, inmigrantes... aunque sí algunos obispos: ¿acaso su presencia no indica que la Iglesia Oficial forma parte de un sistema neoliberal que, a todas luces, es contrario al Evangelio? ¿Para cuándo la separación neta y nítida entre la Iglesia y el Estado?
Para Jesús las personas humanas no son todas iguales, porqueellas se hacen desiguales a si mismas: no son lo mismo los de arriba que los de abajo, los opresores que los oprimidos, los ricos que los pobres, los grandes que los pequeños, no son lo mismo los soberbios que los humildes. La opción de Jesús es totalmente contraria a los opresores, a los ricos, a los grandes, a los de arriba, a los soberbios; y por el contrario, es totalmente clara y definida por los oprimidos, por los pobres, por los pequeños, por los de abajo, por los humildes. Desde el poder, desde arriba, desde la opresión, desde la riqueza, desde la soberbia, desde el dominio sobre los demás, es imposible entender el Evangelio e identificarse con Jesucristo. Por eso Jesús, fiel a Dios y al hombre, compartió en todo nuestra condición humana, desde abajo y desde dentro, para anunciar la liberación y la salvación a los pobres, a los que más sufren, muchas veces aplastados por el yugo del hambre, la opresión, la injusticia, el desprecio y la marginación, la impotencia ante la guerra, la emigración, la deportación o la religión alienante, a veces carga dura e insoportable. Jesús fue un laico creyente, que nos enseñó y se comprometió con un mensaje de fraternidad, justicia, igualdad y felicidad para todos. Es por lo que Jesús dice: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Porque si su relación con el Padre fue total, así de total fue también su compromiso con el hombre. En el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidas. El primero se refiere a Dios. El segundo, a la interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero, hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan aspectos esenciales del mensaje de Jesús. Los dos primeras se encuentran también en Lc, pero en el contexto del éxito de los 72 y la intervención del Espíritu que llenó de alegría a Jesús. Aunque no sean palabras del mismo Jesús, se trata de una tradición muy antigua que refleja un conocimiento muy profundo de su persona. En la primera comunidad cristiana todos eran sencillos. ¿Qué hubiera dicho Jesús de la Iglesia después de Constantino?
"Te doy gracias, Padre, porque..." Lo importante no es la acción de gracias en sí sino el motivo. Los radicales contrastes del lenguaje semítico nos despistan. Jesús no puede afirmar que Dios da a algunos lo que niega a otros. Lo que quiere decir es que, el Dios de Jesús no puede ser aceptado más que por la gente sencilla y sin prejuicios. Los engreídos, los soberbios, los sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios. Los "sabios y entendidos" eran los especialistas de la Ley. Su pretendido conocimiento de Dios les daba derecho a sentirse seguros, poseedores de la verdad. No tenían nada que aprender, pero eran los únicos que podían enseñar. Con prepotencia imponían toda clase de normas y preceptos insoportables para la gente normal. ¿Quiénes eran los sencillos? "El "nepios" griego tiene muchos significados, pero todos van en la misma dirección: infantil, niño, menor de edad, incapaz de hablar; y también: tonto, infeliz, ingenuo, débil. En todos descubrimos la ausencia de cálculo, la falta de doblez o segundas intenciones. Para la élite religiosa, los sencillos eran unos malditos, porque no conocían la Ley, y por lo tanto no podían cumplirla. Los sencillos eran los "sin voz", "la gente de la tierra" a quienes los rabinos despreciaban. En tiempo de Jesús, solo los dirigentes podían opinar, los demás tenían la obligación de escuchar. Estas cosas son las experiencias de Dios que Jesús vivió y que les quiere transmitir. No se trata de conocimiento sino de experiencia profunda. "Todo me lo ha entregado mi Padre..." Ese conocimiento de Dios no es fruto del esfuerzo humano, sino puro don; aunque no se niegue a nadie. El error de nuestra teología, fue creer que conocíamos a Jesús porque conocíamos a Dios; si Jesús era Dios, ya sabíamos lo que era Jesús. El texto nos dice que la única manera de conocer a Dios es aproximarnos a Jesús. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. La imagen del yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600 preceptos y 5.000 prescripciones. Para los fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: "El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado". La principal tarea de Jesús es liberar al hombre de las ataduras religiosas; de las que sufrían los judíos de su tiempo y de las que sufren hoy los cristianos. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que oprimen al hombre y le impiden ser Él. No propone una vida sin esfuerzo; eso sería engañar al ser humano que tiene experiencia de lo difícil que es la existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. Si desaparecieran todas las dificultades, no podríamos avanzar hacia ninguna meta. No es el trabajo exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre se convertirá en felicidad porque traerá plenitud y felicidad. Jesús propone un "yugo" pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían, como el peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se lo quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos permiten avanzar en el camino hacia una meta que está más allá de lo que somos como simples animales. Lo que acabamos de leer es, sin duda, evangelio (buena noticia). No hemos hecho mucho caso a este mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó totalmente este evangelio, y se recuperó "el sentido común". Nunca más se ha reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente lo que nos acaba de decir Jesús, que no nos lo hemos creído nunca. ¡Qué sabe Jesús de lo que significa ser cristiano! Sin embargo, Dios no comparte con el hombre los secretos del conocimiento, sino su misma Vida. La revelación no consiste en más conocimiento, sino en más Vida. Si Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el ridículo cuando seguimos siendo guiados por los "sabios y entendidos" que se escuchan más a sí mismos que a Dios? A todos los niveles estamos en manos de expertos. En religión la dependencia es absoluta, hasta el punto de prohibirnos pensar por nuestra cuenta. Recordad la frase del catecismo: "doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder". Jesús no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje. Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda, es la que puede dar sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud, será ligero. Este camino de sencillez no es fácil. Los cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en el intento. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios. Pío IX dijo: "solo hay dos clases de cristianos, los que tienen el derecho de mandar y los que tienen la obligación de obedecer". Hoy ningún jerarca repetiría esas palabras, pero en la práctica, todos actúan desde esa perspectiva. Ahora solo nos queda revisar nuestra religión y ver en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, y así sucesivamente. Los predicadores seguimos imponiendo pesadas fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta, la "Ley" de Dios, no la Vida de Dios. Hace décadas que se está hablando de la crisis de nuestras instituciones. Pero la crisis de la Iglesia no es una crisis doctrinal. Es una crisis de vivencia. La gran carencia de nuestra comunidad hoy es la falta de experiencia interior. Por eso nunca se podrá superar insistiendo en la doctrina, por medio de la condena a los que se atreven a discrepar de la doctrina oficial o con documentos que tratan de zanjar cuestiones discutidas. Lo que hay que enseñar a los cristianos es a vivir la experiencia del Dios de Jesús. Solo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Solo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad necesaria para ser nosotros mismos. Meditación-contemplación Venid a mí todos, dice Jesús. Él conoce a Dios y él nos lo puede revelar. Debemos superar todo prejuicio y aceptar ese Dios como el único que puede liberarnos. ......... Todo dios, que venga de otra parte o que nos hayamos fabricado nosotros, será opresor. Mientras más agobiados nos sintamos, más necesitaremos al Dios de Jesús. ........... Ese Dios de Jesús, sencillo y cercano solo puede ser aceptado desde la sencillez. Dios solo se puede dar como simplicidad. Dios solo cabe en un corazón simple y sencillo. Mateo reúne aquí varios dichos, que parecen expresar actitudes y sentimientos característicos del Maestro de Nazaret. Y en los que, por eso mismo, nos vemos reflejados también nosotros, en cuanto nos abrimos a nuestra verdad más profunda: la gratitud, la no-separación con el Padre o el Fondo de todo lo que es, la cercanía bondadosa hacia quienes lo están pasando mal, la invitación a permanecer en la mansedumbre y la humildad, y el ofrecimiento de un mensaje que es descanso... Me detendré en la primera de esas actitudes.
La gratitud parece brotar a borbotones de las entrañas mismas de Jesús. Aunque no es extraño, si tenemos en cuenta que –junto con la compasión- la gratuidad constituye la columna vertebral de todo su mensaje. Y es imposible experimentar gratuidad sin que surja gratitud. Cuando caes en la cuenta de que todo es Gracia, más allá de las formas que puedan aparecer en la superficie, brota un agradecimiento sin objeto, permanente y profundo. Pero se requiere una condición: experimentarse alineado con la corriente de la Vida, en la que reconocemos nuestra verdadera identidad. El ego no puede ser agradecido, excepto momentáneamente cuando las formas se adecuan a sus deseos. Sin embargo, al reconocernos en la Consciencia –como fondo ecuánime en medio de todo lo que ocurre-, descubrimos que la Gratitud es otro de los nombres de nuestra identidad profunda. Lo que ocurre, en este mundo de las formas, es ambivalente, porque es la tierra de los contrastes. Todo lo manifiesto es un conjunto de polaridades, donde no aparece nada que no venga acompañado de su opuesto. De ahí que pretender aferrarse a uno solo de esos polos, es tan imposible como pretender hacer una moneda que tuviera una sola cara. Por eso, buscar el placer, es llamar al dolor; perseguir la paz es convocar a la inquietud..., y así sucesivamente. Sin embargo, la Consciencia de lo que ocurre abraza a los dos polos de lo que sucede en una Ecuanimidad que no tiene opuesto, porque se halla situada, no en el mundo de las formas, sino en la No-dualidad. Esa ecuanimidad puede convivir con el placer y con el dolor, con la paz y con la inquietud..., a condición de que permanezcamos anclados, no en "lo que sucede" –siempre polar e impermanente-, sino en "la consciencia de lo que sucede" –siempre ecuánime y estable-. Reconocernos en la consciencia equivale a experimentarnos alineados con la Vida, en la certeza de que lo que realmente somos se halla siempre a salvo. La Consciencia es, entre otras cosas, Gratitud. Y la gratitud, en una especie de "círculo virtuoso", favorece que podamos situarnos y permanecer en la consciencia, porque nos dota de un dinamismo sumamente favorecedor, tal como pone de relieve un antiguo cuento, que resumo a lo esencial. En una ocasión, Satanás presentó, en una exposición, todas las herramientas que utilizaba para engañar a los humanos, manteniéndolos en la oscuridad y el sufrimiento. Un viejo ermitaño, que no vivía lejos del lugar, decidió acercarse para conocer de cerca las artimañas del mal. Una vez en la sala, le llamó la atención el hecho de que, mientras en las diversas paredes colgaban multitud de herramientas diabólicas, la pared más extensa estaba dedicada a una sola de ellas, por lo que destacaba exageradamente a simple vista. Intrigado, el ermitaño se acercó más y pudo leer el nombre de semejante arma: "DESALIENTO". Más intrigado todavía, se acercó a Satanás y le preguntó: "¿Tan poderoso es el desaliento?". A lo que el demonio le contestó: "Es mi arma más eficaz: si consigues que una persona se desanime, puedes conducirlas hasta donde desees". A partir de ese momento, el anciano no descansó hasta conseguir algún antídoto frente al desaliento. Y, a fuerza de insistir, pese a la negativa inicial de Satanás, este le contestó: "Solo existe un antídoto para el desaliento: la gratitud. Quien la vive, no se desanimará jamás". Moraleja: si tenemos en cuenta que des-aliento o des-ánimo aluden a la pérdida del "espíritu" (aliento, ánimo) de la persona, comprenderemos por qué produce efectos tan nocivos. Y si advertimos que la gratitud nace de la conexión con la Vida, nos resultará claro que nos aliente en todo momento. De su Argentina natal, el papa Francisco, hace un poco más de un año, se encontró de la noche a la mañana, a la cabeza de un Estado, el Estado del Vaticano, y a la cabeza de una Iglesia, siempre prisionera de una institución eclesial aún profundamente marcada por sus pertenencias imperiales y sus doctrinas.
Los escándalos de todo tipo atravesaban la barrera del secreto para llegar a través las grandes redes de comunicación a todo el mundo. Los delitos financieros y sexuales, entre otros, escandalizaban a una opinión pública, siempre más sorprendida de ver que tales crímenes pudieran existir en una institución que se presenta como caución moral de la humanidad. Jorge Bergoglio salió de la Capilla Sixtina con el nombre de Francisco, recordando a ese hombre a quien Jesús, en una aparición mística, le pidió reconstruir a su Iglesia. Así, haciéndose pobre con los pobres, este Francisco, de la Edad Media, recordó por su forma de vivir y de actuar, a los Príncipes de una Iglesia, hechizada por los honores y las riquezas de este mundo, que el Resucitado les esperaba, despojados de sus grandezas y riquezas, donde están los pobres y desheredados. Al elegir el nombre de Francisco, el nuevo Papa daba el tono y el sentido de su misión tanto como jefe de Estado que como pastor universal de la Iglesia. Emprendió esta tarea con fe, humildad y un gran desprendimiento de todo lo que representa el poder, los honores y el prestigio. Jesús de Nazaret, el Resucitado, es la base de su ser y los Evangelios son la fuente de su enseñanza. Asume sin artificio, su condición de pecador que hace de él un ser frágil y, a la vez, un ser profundamente humano. Su testimonio de vida da a su palabra la credibilidad de un pastor al servicio de los Evangelios y de los humildes de la tierra. En una entrevista que dio a un colega jesuita, él mismo se describió como alguien astuto, que sabe maniobrar, pero también como alguien ingenuo y, más que todo, pecador. Es probable que cada una de estas características haya sido al origen de la selección de sus colaboradores más cercanos, pues al mirar el perfil de algunos de ellos no se ve mucho como ellos cuadran con el gran objetivo de la reconstrucción de la Iglesia. De hecho, a primera vista, reconocemos que el perfil de las personas escogidas no esta a la altura de las grandes transformaciones que necesita la Iglesia para volver a ser Iglesia de todos los cristianos y cristianas. Un gran número de aquellos que han sido llamados para aconsejar al papa tanto para la reforma de la Curia Romana que para las transformaciones del Instituto de las obras pontificales (Banco del Vaticano) provienen sea del Opus Dei o de otros organismos de orientaciones similares. De afuera, uno puede pensar que el papa piensa reconstruir la Iglesia de Cristo con los mismos que mantuvieron a la Iglesia como fue y es ahora. Hacer con lo viejo algo de nuevo. Es claro que por el momento no hay verdaderas caras nuevas que emergen a nivel de la Curia Romana. No se notan figuras proféticas que marquen por sus vidas y compromisos la vía a seguir para que renazca esta Iglesia sostenida por el Espíritu de Jesús y los Evangelios. La gran mayoría de estos nombramientos inspiran mas la continuidad que la transformación. Nos quedamos todavía lejos del camino de la verdadera conversión. Me permito señalar, entre otros personajes, al Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga de Honduras, nombrado coordinador del G-8, este panel de ocho cardenales para asesorar al Papa en la reforma de la Curia Romana. Él es el cardenal que apoyó el golpe de Estado en Honduras, en 2009, echando del poder, con la fuerza de las armas, al Presidente legítimamente electo, Manuel Zelaya. Él es un amigo cercano del Opus Dei y de Washington que mantiene todavía políticas intervencionistas en América Latina. Un nombramiento que esta lejos de dar una esperanza al Continente de América Latina donde la mayoría de la población es católica y del cual emergen pueblos y gobiernos cada vez más independientes, económicamente y políticamente. Algo parecido ocurre con el nombramiento de Pietro Parolin como Secretario del Estado del Vaticano. Ha sido Nuncio Apostólico en Venezuela de 2008 a 2013. Cercano al Opus Dei, Parolin no es por naturaleza uno que puede abrir una brecha importante en las intervenciones de las cúpulas episcopales y del Estado del Vaticano en América Latina y en el mundo. Conocemos particularmente el intervencionismo de la cúpula episcopal venezolana contra la Revolución Bolivariana y el papel desempeñado por ella en los intentos de golpes de Estado contra Chávez y ahora contra Maduro. Sin dar una vuelta a todos los nombramientos, me permito añadir la confirmación delCardenal Marc Ouellet, nombrado por su predecesor a la cabeza de la Secretaría de Estado para los obispos. Sabemos que la selección de los obispos es fundamental para garantizar la continuidad de las orientaciones ideológicas y doctrinales de la institución eclesial o cambiarlas. Ya sabemos que la mayoría de los obispos en servicio fueron escogidos bajo el reinado de Papa Juan Paul II y Benedicto XVI. Ellos, en general, responden al formato de una Iglesia conforme con las visiones de estos dos papas que han hecho la guerra a los teólogos de la Liberación y que han cubierto con su silencio, los escándalos que roían a la Iglesia por dentro. El hecho de mantener al cardenal Marc Ouellet a la cabeza de la Secretaría de Estado para la selección y el nombramiento de los obispos, indica que el papa Francisco acepta implícitamente que estos nombramientos se realicen dentro de un mismo formato. A pesar del hecho de dar unas consignas para que los futuros obispos sean con olor de oveja, la tendencia ya tomada va seguir igual. No se hace algo nuevo con lo viejo. El Papa se encuentra prácticamente solo en su entorno inmediato para promover y reflejar a una Iglesia abierta hacia las periferias, concientizando a todos los cristianos y cristianas que “somos Iglesia”. Esta Iglesia no se resumen a una institución, tampoco a una jerarquía, sino a una comunidad de bautizados comprometidos y viviendo de la fe y del Espíritu de Jesús. Así, por un lado tenemos el compromiso personal del papa Francisco, los gestos que hace, las palabras que predica, los millones de personas que se reconocen en él. Por otro lado están los que siguen igual en sus compromisos tradicionales dentro la institucionalidad de una Iglesia jerárquica, preocupada ante todo de doctrina y de derecho canónico. Los colaboradores que son los obispos y cardenales dejan al Papa Francisco con sus homilías en Santa Marta y su forma de vida personal sin poner la mano en el timón de los profundos cambios que él reclama. No es sorprendente que se encuentre sólo dentro de la Institución y, a veces, que sea el blanco de críticas acerbas. Si el papa Francisco puede ser al mismo tiempo astuto e ingenuo, hay que reconocer que la frontera entre ambos es muy cercana. A lo mejor lo que pensamos ingenuo puede ser astuto o al revés, el astuto puede ser ingenuo. En un porvenir cercano sabremos de lo que se trata realmente. He aquí unas preguntas en cuanto al apoyo que recibe el papa Francisco de los obispos y cardenales. ¿Qué importancia los obispos y cardenales han dado a su Exhortación apostólica Evangelii Gaudium? Que hicieron los obispos de América latina, de Estados Unidos, de Canadá, de Europa para dar a conocer el contenido de esta exhortación apostólica? ¿Cuántos han difundido en su diócesis las enseñanzas de esta exhortación apostólica? ¿Cuántos de estos mismos obispos y cardenales se activaron para movilizar a sus comunidades cristianas en favor de la paz, cuando el Papa hizo un solemne llamado de oración para la paz en Siria? Me acuerdo que en mi diócesis tuve que movilizarme para saber a donde se realizaba este encuentro. En la misa previa a la oración por la paz, el cura no menciono una sola vez que había que rezar con el papa por la paz. Tampoco en las intenciones de rezo se menciono una sola para el pueblo sirio. Yo pedí leer lo que el papa había dicho esa misma noche en el Vaticano. Me contestaron que eso no había sido previsto en el programa. ¿Qué importancia que estos obispos dieron al cuestionamiento del Papa sobre la familia?¿Qué esfuerzo hicieron para difundir lo más ampliamente posible ese cuestionamiento y que medios tomaron para que sea respetada la integralidad de las respuestas dadas por los cristianos? En ciertas diócesis, la versión final de la consulta quedaba entre las manos del episcopado sin que los fieles tengan ejemplaros del mismo. Todo eso indica que si algunas diócesis se hacen el deber de responder a las peticiones del Papa y a sus exhortaciones, otras siguen duras de oídos. Se limitan a algunos cambios cosméticos en las actitudes y comportamientos, pero nada de radical o de profundo. Siguen comportándose como si la Institución a la cual responden sus funciones fuera por en si misma esta Iglesia que sabe y decide de todo. No quieren entender, como lo ha afirmado repetidamente el papa Francisco, que la Iglesia es la de todos y de todas. Somos Iglesia. Sus pastores son los que llevan olor de oveja, despojados de todo ceremonial, vueltos hacia los pobres para servir y acompañar humildemente a hombres y mujeres de nuestro tiempo. Si el papa Francisco no recibe todo el apoyo deseado de los obispos y cardenales, sin embargo lo tiene ampliamente de parte de los católicos y de muchos otros. La llama que lleva en él va más allá de los muros institucionales y doctrinales y alcanza a cientos de millones de personas en todo el mundo. Son aquellos que levantan sus voces para proclamar que “Somos Iglesia” y a los cuales se asocia el papa Francisco. Como en una vasija de barro, el papa Francisco lleva la llama capaz de encender desde su interior a la humanidad entera. Ella es conciencia, la que da vida a una nueva humanidad. Creo en este hombre que vive y dice lo que es verdadero. Es tiempo para que los obispos den la palabra a todos los creyentes y que haya plataformas de discusión, libres de todo control institucional. En este momento la estructura jerárquica con sus principales actores conserva el control total sobre los foros que pueden existir. Ya llego la hora en que todos los personajes de la jerarquía realicen que no tienen el monopolio de la Iglesia en que el Espíritu distribuye sus dones como bueno lo entiende sin pedir el permiso a nadie. El “Somos Iglesia" debe imponerse y convertirse en la exclamación de alegría de todas las personas de buena voluntad. Un viaje en helicóptero que cambió la historia
El 28 de febrero de 2013, Benedicto XVI abandonaba el Vaticano en helicóptero para dirigirse a Castelgandolfo. Comenzaba así en la Iglesia católica el tiempo llamado Sede vacante que concluyó el 13 de marzo de 2013 con la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco. Pero este viaje de Benedicto XVI a Castelgandolfo no solo cerraba su pontificado, ni significaba solo un relevo en el Vaticano, sino que iba a suponer un profundo cambio eclesial. Para comprender esta afirmación nos hemos de remontar al tiempo de Juan XXIII y a la convocatoria del concilio Vaticano II en 1959. El Vaticano II (1962-1965) significó el “réquiem del Constantinismo”, es decir la superación del estilo de Iglesia de Cristiandad vigente desde el siglo IV y que se reforzó y consolidó en tiempo de Gregorio VII: una Iglesia convertida en una gran institución clerical, centralizada desde Roma, cerrada al mundo, única áncora de salvación, una especie de gran pirámide monárquica y vertical, triunfalista y dominadora. El Vaticano II ofrece otra imagen de Iglesia, Pueblo de Dios, que camina con toda la humanidad hacia el Reino de Dios, que respeta la libertad religiosa y reconoce que el Espíritu del Señor guía no solo a la Iglesia católica sino a todas las Iglesias cristianas y a todas las religiones y a todos pueblos hacia la salvación. De ahí nació el talante misericordioso, esperanzador y dialogante del Vaticano II, frente al dogmatismo intransigente e inquisitorial de la Iglesia Cristiandad. Fue un verdadero Pentecostés, como Juan XXIII había deseado y pedido. Pero este concilio inaugurado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI pronto suscitó sospechas, reacciones contrarias y miedos. Se criticaron los abusos y exageraciones cometidos en nombre del concilio, se temía una pérdida de la identidad eclesial, preocupaba que se pudiese llegar a una ruptura y división eclesial, se añoraba la vieja y tradicional Iglesia de Cristiandad, la Iglesia de las catedrales y de las Sumas teológicas… Esto explica que los últimos años del pontificado de Pablo VI (algunos creen que ya desde la publicación de la encíclica Humanae vitae sobre “la píldora” en 1968) y sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se realizara una lectura y una hermenéutica del Vaticano II más en continuidad con la tradición anterior que con la novedad y aggiornamento que había impulsado el buen Papa Juan. Desde entonces el impulso conciliar se diluyó y se frenó en todas sus direcciones (liturgia, ecumenismo, colegialidad episcopal, autonomía de las Iglesias locales, responsabilidad laical, profetismo de la vida religiosa, nuevos signos de los tiempos, nuevas teologías, inculturación…) y se pasó de la primavera conciliar al invierno eclesial. Sin duda Juan Pablo II tuvo un gran dinamismo geopolítico y quería reformar la Iglesia e implantar el concilio, pero manteniendo inalterada la doctrina y la estructura eclesial existente. No es casual que el Papa polaco formase parte del grupo minoritario del Vaticano II que disentía de muchas de las propuestas conciliares y defendía la llamada “línea cracoviense”. Ratzinger por su parte, respaldó teológicamente el pontificado de Juan Pablo II y una vez elegido pontífice como Benedicto XVI buscó sin duda una renovación eclesial pero desde una filosofía y una teología tan ortodoxas y racionales que cerraban el camino a una real innovación en la Iglesia. Sería falso deducir de lo anterior que el Vaticano II no produjo frutos positivos, aun en medio del invierno eclesial. Como sería falso creer que en época de Cristiandad no hubo grandes elementos de vida y santidad. El Espíritu no deja de vivificar siempre la Iglesia y suscita continuamente movimientos de reforma y de vuelta al evangelio: nunca en la Iglesia han faltado santos y santas, profetas y místicos, reformadores y renovadores. Pero no se puede ocultar que las consecuencias eclesiales de la postura neoconservadora del posconcilio han sido funestas. Benedicto XVI, comentando el episodio evangélico de la tempestad calmada, confesaba: “También hoy la barca de la Iglesia con el viento contrario de la historia, navega por el océano agitado del tiempo. Se tiene con frecuencia la impresión de que está para hundirse. Pero el Señor está presente” . En realidad no era solo el viento adverso de la historia el que zarandeaba la barca eclesial, sino la misma estructura de la barca, muy pesada y con muchas hendiduras. Si a esto se añaden los abusos sexuales del clero y los escándalos económicos de la Banca Vaticana, se comprenderá el descrédito a que había llegado la Iglesia y el éxodo creciente de fieles que abandonaron la Iglesia. No es extraño que Benedicto XVI con gran humildad, realismo y valentía renunciase y afirmase: “Ya no tengo más fuerzas”. Los gestos simbólicos del Papa Francisco El nuevo Papa Francisco, antes de pronunciar discursos y de escribir encíclicas ha ido realizado una serie de gestos simbólicos de gran carga significativa que han sido fácilmente captados por todo el mundo y han sido ampliamente difundidos por los MCS. Estos gestos han ido cambiando el ambiente eclesial dominante, han acercado la Iglesia al mundo de hoy y han suscitado la esperanza de una nueva primavera eclesial: se proclama simplemente Obispo de Roma, asume el nombre de Francisco el poverello de Asís que quería reparar la Iglesia, pide oraciones por él al pueblo, besa a un niño discapacitado y abraza a un hombre con la cara totalmente deformada, el jueves santo lava los pies a una joven musulmana de una prisión, come en Asís con niños con síndrome de Down, va a la isla de Lampedusa en su primer viaje fuera de Roma, y lanza una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, convoca una jornada mundial de oración de ayuno para la paz en Siria interpelado fuertemente por los rostros de los niños muertos por armas químicas, usa sus zapatos viejos en vez de los zapatos rojos de su antecesor, no vive en los Palacios Apostólicos Vaticanos sino en la residencia de Santa Marta, viaja por Roma en un sencillo y pequeño coche utilitario para no escandalizar a la gente de los barrios periféricos populares, contesta a las preguntas de un periodista no creyente, invita a Santa Marta a rabinos de Argentina, regala unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibe a Gustavo Gutiérrez el padre de la teología de la liberación, lleva un ramo de flores a la tumba del P. Pedro Arrupe, invita para su cumpleaños a cuatro mendigos, visita favelas en Río y hogares de migrantes africanos en Roma……Estas “florecillas del Papa Francisco”, como las “florecillas de Juan XXIII”, han sido fácilmente entendidas por el pueblo. Los expertos en semiótica resaltan el valor significativo de los gestos simbólicos, que van más allá de las palabras pues los símbolos siempre dan qué pensar. Esto es cierto, pero al margen de esta explicación semiótica, hay otra razón más profunda que explica este cambio de receptividad eclesial y mundial: estos gestos simbólicos de Francisco tienen un profundo sabor evangélico, huelen a evangelio, a Jesús de Nazaret. Por esto, no solo sus gestos sino sus mismas palabras son acogidas ahora de una forma nueva. Lo que Francisco dice y hace no es otra cosa que traducir el evangelio al mundo de hoy: está más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales, afirma que más que centrarse obsesivamente en problemas morales hay que anunciar la gran alegría de la salvación que viene de Jesús, sueña que la Iglesia sea una Iglesia pobre y de los pobres. Poco a poco ha ido añadiendo a los gestos simbólicos mensajes de gran contenido pastoral desde sus homilías cotidianas en la capilla de Santa Marta hasta la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, Sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual. Si Juan Pablo II y Benedicto XVI eran profesores de universidad, Francisco es ante todo pastor, como Juan XXIII. Ha cambiado totalmente el clima pastoral, hay un aire nuevo venido esta vez del Sur, “del fin del mundo”, del mundo de los pobres. Los gestos y palabras de Francisco no son fruto de una improvisación sino consecuencia de su trabajo pastoral en Buenos Aires, de su contacto con el pueblo, con las villas miserias, con los curas “villeros”. Ha cambiado también el clima eclesial, hay alegría y entusiasmo entre los fieles, hay expectativa y sorpresa en los ambientes sociales y políticos que le han nombrado el hombre del año, 2013 ha sido el año del Papa Francisco. Un sondeo de opinión
Muchos católicos creen que Pedro fue el primer papa que tuvo la Iglesia, y que el papado fue creado por el mismo Jesús el día que le dijo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). El Evangelio de Mateo es el único que cuenta esa escena. Dice que cierto día en que Jesús estaba de viaje cerca de la ciudad de Cesarea de Filipo, al norte del país, les preguntó a sus discípulos qué opinaba la gente sobre él. Ellos le contestaron que todos estaban fascinados, y que lo comparaban con los grandes personajes de la historia de Israel: con Juan el Bautista, con Jeremías, y hasta con el glorioso Elías. Jesús había entrado, sin duda, en la galería de los grandes héroes. Pero Jesús volvió a interrogarlos: "¿Y ustedes quién dicen que soy yo?". Simón entonces contestó: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Al oír esta respuesta, Jesús lo felicitó diciendo: "Feliz de ti, Simón, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Y añadió: "Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,13-19). Este episodio es uno de los más discutidos por la exégesis bíblica, y desde hace siglos los estudiosos se preguntan qué significado tiene. Según la interpretación tradicional, aquí Jesús habría creado el papado, y habría puesto a Pedro al frente de la Iglesia. Sin embargo, serios argumentos impiden hoy seguir defendiendo esta interpretación. Nadie fue a preguntarle En primer lugar, si Jesús en verdad nombró a Pedro como jefe de la Iglesia, ¿cómo es que Mateo fue el único que se enteró, mientras los demás evangelistas ignoraron completamente un hecho tan trascendente? En segundo lugar, si Jesús invistió a Pedro con semejante autoridad delante de todo el grupo, ¿por qué después encontramos a los discípulos discutiendo por los primeros puestos (Mt 18,1; 20,20-28)? ¿Y por qué Jesús, al verlos rivalizar así, no les recordó que ese lugar ya estaba asignado a Pedro, que era el nuevo jefe y guía de la Iglesia? En tercer lugar, al morir Jesús y fundarse la primera comunidad cristiana, no vemos a Pedro actuar como se esperaría de un papa. Por ejemplo, cuando hubo que nombrar al sucesor de Judas, no es Pedro quien lo elige sino que es toda la asamblea la que ora, decide y lo acepta (Hch 1,23-26). Cuando hay que mandar predicadores para evangelizar Samaria, Pedro es enviado por los demás apóstoles como si fuera un misionero más, sometido a los otros (Hch 8,14). Cuando Pedro bautizó al centurión Cornelio, la comunidad entera se lo reprochó, y tuvo que presentarse en Jerusalén para dar explicaciones (Hch 11,1-18). Y cuando en Antioquía se discutió si los paganos debían o no circuncidarse, a nadie se le ocurrió consultarle a Pedro; se reunió un concilio, donde todos hablaron, y donde la opinión de Pedro fue una más, pero la decisión fue tomada por los apóstoles y presbíteros (Hch 15). Imposible adivinar Finalmente, resulta difícil aceptar que Jesús le haya dicho a Pedro que sobre él iba a fundar la Iglesia, porque tanto la palabra "Iglesia" como el concepto de Iglesia aparecieron muchos años después, según se deduce del Nuevo Testamento. Aquí, de las 114 veces que figura el término, nunca lo encontramos expresado durante la vida de Jesús (fuera de un par de escenas tardías, narradas sólo por Mateo: 16,18; 18,17). Evidentemente el concepto de Iglesia surgió después de Jesús, cuando la comunidad cristiana ya se había organizado con sus autoridades, su jerarquía y su estructura propia. Esto lo vemos muy bien en los escritos de san Lucas. En su primer libro (el Evange-lio), que narra cuando Jesús todavía vivía, el evangelista nunca emplea la palabra "Iglesia" para referirse a la comunidad. Utiliza otros términos como "grupo", "seguidores", "discípulos". Pero en su segundo libro (Los Hechos), cuando Jesús ya ha muerto y los cristianos se han organizado en Jerusalén, entonces sí comienza a hablar de "Iglesia". Es decir que el concepto de "Iglesia" como la reunión de las comunidades cristianas, al frente de la cual debía estar Pedro como papa, no existía en tiempos de Jesús, de modo que éste no pudo haberle encargado al apóstol que fuera su piedra fundamental. Tampoco Jesús podía haber imaginado que, luego de su muerte, sus seguidores iban a organizar la Iglesia con la presencia de sacerdotes y obispos, al frente de los cuales estaría la figura de un papa. Debates en la ciudad ¿Por qué entonces Mateo relata la escena en la que Jesús le encarga a Pedro ponerse al frente de la Iglesia universal y conducirla? Para resolver este enigma, debemos tener presente que Mateo compuso su Evangelio para los cristianos de Antioquía, la capital de Siria, donde él vivía. Y precisamente en Antioquía, unos años antes se había producido un grave incidente. Alrededor del año 48 se enfrentaron allí dos ideologías o posturas teológicas: la de Pablo y la de Santiago. Desde su "conversión", san Pablo había comprendido que los cristianos ya no estaban sometidos a la ley de Moisés. Se hallaban libres de las prescripciones judías, y no tenían por qué practicar la circuncisión, ni las normas dietéticas, ni el descanso del sábado. Pablo afirmaba que la muerte y resurrección de Cristo los habían liberado de todos esos ritos, y que bastaba con creer en él y seguir sus enseñanzas para ser un buen cristiano. Muchos creyentes aceptaban esa postura, porque ayudaba a los paganos a convertirse al cristianismo y les simplificaba su práctica religiosa. Pero un día llegaron a Antioquía, donde vivía Pablo, unos misioneros procedentes de Jerusalén. Venían de parte de Santiago, el hermano de Jesús y máximo dirigente de la comunidad cristiana de Jerusalén. Estos misioneros tenían una posición más cerrada y conservadora con respeto a la ley de Moisés. Sostenían que los cristianos sí debían cumplir con los preceptos judíos, además de observar el Evangelio, porque si no, se corría el peligro de romper con la tradición ancestral del pueblo de Israel. La calma del equilibrio Ambas tendencias no tardaron en enfrentarse en Antioquía. La discusión, relatada en la carta de Pablo a los gálatas (Gal 2), fue sumamente encrespada. La postura de Pablo ofendía a los cristianos que venían del judaísmo; y la de Santiago, a los cristianos que venían del paganismo. Hubo acusaciones mutuas y descalificaciones, las partes se agraviaron mutuamente, y la comunidad terminó herida y dividida. En medio del altercado surgió la figura de Pedro que en aquel momento también se hallaba de paso en Antioquía. Éste, si bien al principio se adhirió a la postura de Santiago, sabemos que más tarde dio marcha atrás y asumió una actitud más equilibrada, aportando así la luz que hacía falta para resolver el conflicto. Por un lado, rechazó la posición extrema de Pablo, que eliminaba todas las leyes judías de la comunidad cristiana. Pero por otro también descartó la línea radical de Santiago, que pretendía imponer a todos las normas del Antiguo Testamento, lo cual desalentaba la conversión de los paganos. Asumió, pues, una postura más equilibrada entre las dos visiones, y propuso una solución intermedia: aceptó que algunas normas de Moisés debían ser observadas por los cristianos (como decía Santiago), pero eliminó el rito de la circuncisión y otras normas judaizantes (como proponía Pablo). De esta manera, la iglesia de Antioquía quedó marcada por la posición petrina de pensamiento, y Pedro se convirtió en el referente teológico por excelencia de los cristianos antioquenos. Los extranjeros primero Sin embargo los ecos de aquella áspera disputa no se acallaron del todo, y de vez en cuando aparecía en la comunidad algún representante de uno u otro bando, intentando imponer de nuevo su punto de vista extremista, ya superado por la Iglesia local. O llegaban noticias de otras iglesias, organizadas según esas otras posturas. Por eso, cuando alrededor del año 80 un cristiano de Antioquía (al que nosotros llamamos Mateo) decidió escribir su Evangelio, se propuso enseñar en él la teología moderada que había aprendido en la catequesis de su comunidad. Así se explica el enorme esfuerzo que encontramos en el Evangelio de Mateo por re-flejar las ideas intermedias de Pedro, procurando a la vez evitar el "santiaguismo" (que pretendía imponer las prácticas judías) y el "paulinismo" (que intentaba rechazar toda práctica judía). Por ejemplo, nos dice por un lado que Jesús no vino a suprimir la Ley de Moisés sino que vino a cumplirla (Mt 5,17-19); enseña que el descanso del sábado sigue teniendo valor (Mt 24,20); subraya la importancia de costumbres judías como el ayuno (Mt 6,16-18); aprueba la función de los sacerdotes del Templo de Jerusalén (Mt 8,4; 17,27); y elogia el comportamiento de los fariseos como ejemplar (Mt 5,20). Pero como contrapartida muestra una gran apertura hacia los paganos. Dice que cuando nació Jesús, los primeros en visitarlo fueron unos extranjeros (Mt 2,1); que Jesús se instaló a predicar en Galilea para que los gentiles pudieran escucharlo (Mt 4,12-16); que un centurión romano demostró tener más fe que cualquier otro israelita (Mt 8,10); que al morir Jesús, unos militares foráneos lo reconocieron como Hijo de Dios (Mt 27,54); que el Evangelio no debía reservarse sólo para los judíos (Mt 24,14; 26,13); y que durante su ascensión al cielo, Jesús ordenó evangelizar a todas las naciones del mundo (Mt 28,19). Remitirse a apariciones En este contexto podemos entender mejor por qué Mateo incluyó el episodio de Simón Pedro en su Evangelio. En primer lugar, cuando nos cuenta que, luego de su confesión de fe, Jesús felicita a Pedro y lo declara piedra fundamental de la Iglesia, no es posible que Mateo estuviera pensando en la Iglesia universal, ni en la creación del papado, ni en el Vaticano. Más bien pensaba en la Iglesia de Antioquía, ya que sólo a ella dirige su mensaje, por ser la destinataria de su Evangelio; y por ende, sólo a ella le pide que tenga a Pedro como piedra fundamental. Y en segundo lugar, cuando dice que Pedro es la roca sobre la que se asentará su Iglesia, no se refiere a la persona de Pedro, como si él físicamente hubiera tenido que gobernarla. Se refiere a las ideas teológicas de Pedro, a la fe de Pedro. Lo que quiere decirnos es que el enfoque y las enseñanzas petrinas constituyen la manera correcta de organizar una Iglesia; por eso la comunidad de Antioquía debe seguir esa doctrina, independientemente de lo que hagan las demás comunidades. Mateo sabía que, después del incidente del año 48, otras comunidades cristianas se habían organizado de manera diferente, siguiendo las directivas de otros apóstoles. Unas (como las de Grecia y Asia Menor) se regían por las indicaciones de Pablo, el cual gozaba de gran prestigio por haber recibido una revelación directa de Jesús resucitado (Gal 1,11-17); posiblemente los "paulinos" de la época de Mateo se basaban en ella para justificar su modelo de comunidad. Otras iglesias (como las de Jerusalén y Judea) se ajustaban a las instrucciones de Santiago, el cual también había recibido una revelación de Jesús resucitado que lo avalaba (1 Cor 15,7). Fundada en un pensamiento Pues bien, Mateo, mediante la escena de Cesarea de Filipo, intenta decirnos que Pedro también recibió una revelación divina para organizar la Iglesia. Pero la suya era anterior a la de cualquier otro apóstol, porque mientras los demás la recibieron después de resucitar Jesús, Pedro la recibió durante la vida de Jesús. Su encargo era, pues, cronológicamente anterior y más genuino que las revelaciones invocadas por Pablo o por Santiago. De este modo, Mateo puede justificar la teología y la estructura que había en su Iglesia, diciendo que estaba fundada sobre el pensamiento de Pedro. Por ello conservaba la garantía de la voluntad histórica de Jesús. Algo que no podían afirmar, por cierto, las demás comunidades cristianas. La escena de Cesarea de Filipo no pretendía, pues, decirnos que Jesús colocó a Pedro como jefe de la Iglesia universal, como hoy interpretan muchos. Mateo escribía para la Iglesia de Antioquía, y su Evangelio era obligatorio sólo para ella. Tampoco quiso decirnos que, muerto Pedro, se debía elegir un sucesor para que continuara gobernando toda la Iglesia. Mateo no podía haberse imaginado que un día las comunidades cristianas se unirían bajo el gobierno monárquico mundial de una sola persona, considerada la heredera de la potestad de Pedro. La realidad posterior A partir del siglo II, los obispos de Roma empezaron a atribuirse una autoridad espe-cial por encima de los demás obispos. Y este hecho no se debió al Evangelio de Mateo, sino a factores sociológicos: Roma era la capital del imperio, tenía una comunidad cristiana numerosa y significativa, se había convertido en un centro importante de la ortodoxia, contaba con fundadores apostólicos, y allí se hallaban las tumbas de Pedro y de Pablo. Así, el primer obispo de Roma que gobernó la Iglesia con cierta autoridad suprema fue Aniceto (155-166). Luego, el primero que invocó la frase mateana de la roca para justificar su poder fue el papa Esteban (254-257). El primero en llevar el título de "papa" (= padre) en Occidente fue Siricio (384-399). Y el primero en imitar al emperador en su poder absoluto y autoritario, interpretando de manera jurídica el texto evangélico de Mateo, y portando el título imperial de Sumo Pontífice, fue León I (440-461). Había nacido el papado. No es correcto pues decir, como a veces se afirma, que Jesús puso a Pedro al frente de la Iglesia como primer papa. Y tampoco es correcto decir que, desde entonces, Pedro tuvo sucesores de manera ininterrumpida. Como vimos, el papado es una institución tardía, surgida a fines del siglo II, creada sobre la base de factores circunstanciales, e implantada de modo permanente en la época del emperador Constantino (siglo IV). Surgió, pues, como resultado de un proceso histórico, no de la voluntad histórica de Jesús. Sueños de realidad Podemos, sin duda, afirmar que el papado ha sido fundamental para la vida de la Iglesia. Incluso debemos reconocer que, a lo largo de sus casi dos mil años de historia, prestó un valioso servicio religioso, social y cultural, sobre todo a Occidente. Otra cosa es preguntarse si hoy la Iglesia debería seguir teniendo al frente un papa tal como lo tenemos actualmente, o si ha llegado la hora de hacer cambios en la forma de gobernar la Iglesia. Si algún día la Iglesia quisiera prescindir de los papas, y organizarse de otra manera, podría hacerlo sin ser infiel a la voluntad de Jesús, porque no fue él quien los puso al frente de la Iglesia, ni forman parte del mensaje del Nuevo Testamento, ni del credo, ni de la esencia del cristianismo. En 1997, el teólogo español José Ignacio González Faus le escribió una carta al papa Juan Pablo II, pidiéndole que renunciara al cargo de Jefe de Estado del Vaticano. Le decía: "Aunque tu Estado es ridículo, el título te condiciona e impone infinitas exigencias, de relación y de protocolo, que desvirtúan tu manera evangélica de comportarte. ¿Te imaginas a Jesús de Nazaret viajando por Palestina como Jefe de Estado, y hablando de la paternidad de Dios?" La carta nunca fue contestada. Pero es cierto que, tras una historia a la vez gloriosa y sombría, la Iglesia debería replantearse hoy el sentido y la misión del papado. Ha llegado la hora en que el Sumo Pontífice vuelva a ser un humilde servidor de la comunidad, libre de poderes, carente de privilegios, hermano mayor entre los demás hermanos, lazo de unidad entre las iglesias, mensajero de paz, defensor de los pobres, protector de los excluidos, testimonio de sencillez, y ejemplo de diálogo. Sólo así será en verdad la "piedra" sobre la que Jesús podrá edificar una nueva Iglesia. |
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