El Papa Francisco se sintió molesto y ordenó investigar el costoso bufé (18.000€) al que asistieron 150 políticos, empresarios y periodistas, entre los que estaba el presidente del banco vaticano, Ernst von Freyberg, que se celebró en la azotea de la prefectura vaticana de Asuntos Económicos durante la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II el pasado 27 de abril.
Pues bien, esta azotea está muy alta: aquí no estaba el Espíritu Santo. En todo caso estaría entre los 500.000 personas que aguantaron horas de pie abajo en la plaza de San Pedro, porque al Espíritu divino no le gusta volar alto, sino bajo y con los de abajo. Tampoco le debe gustar nada revolotear sobre este señor, llamado Carlos Aguiar, presidente del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana) que acaba de afirmar, después de visitar a Francisco, que "la Teología de la Liberación está muy anciana, si no es que ya está muerta... porque su base sociológica no cuadraba con la base teológica". La teología de la liberación surgió a partir del Concilio Vaticano II como una clara opción por los oprimidos del mundo, y en particular de América Latina donde tuvo su origen. Fue la respuesta desde el Evangelio más seria y comprometida con los empobrecidos como no se hizo nunca a lo largo de la historia de la Iglesia. Ha tratado no solo de acompañar a los pobres, sino de buscar y denunciar las causas generadoras de su situación, que en demasiados casos llegó a la persecución y muerte de muchos cristianos, unos anónimos y otros bien conocidos, como Oscar Romero en el Salvador, Geradi en Guatemala, los Jesuitas de la Uca, etc. Y si entonces había millones de pobres en Latinoamérica, millones sigue habiendo ahora, con el agravante de que la diferencia entre ricos y pobres es hoy mucho mayor que entonces. ¿Habrá leído este Obispo, La Alegría del Evangelio? Esto es lo que dice el Papa Francisco: "El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero; creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); Con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo". Efectivamente, al Espíritu Santo le gusta volar bajo: Por ejemplo: En las Comunidades de Base de Gijón, personas sencillas y austeras que colaboran a curar de SIDA, alimentando a niños y familias totalmente pobres de un barrio de Ruanda (Africa). En una comunidad de cristianos de un pueblo rural (Canero, de Valdés- Asturias) aportando comida para una Cocina Económica que atiende al día a cientos de personas. En una trabajadora de una empresa de Avilés que además del mes de vacaciones coge 15 días más por su cuenta para irse a un colegio de Africa a dar refuerzo escolar a niños y niñas especialmente necesitados. En el ya anciano Obispo Pedro Casaldáliga que por identificarse en todo con su pueblo y defender a los pobres desde la Teología de la Liberación fue amenazado de muerte e increíblemente reprendido desde el Vaticano. En una pensionista, ya bastante anciana, que dispone de una pensión rural muy exigua, pero que muy poco a poco ahorra unos cuantos euros para los más pobres del basureo de Guatemala, y dice que se siente feliz de poder colaborar. En una maestra, jubilada, que un día y otro también acompaña y ayuda a una Comunidad de Guatemala, arrasada por una gran tormenta, y desde la creación de una asociación los quiere promocionar para que se valgan por si mismos. Como estas hay miles, millones de personas, sobre las que revolotea a ras de tierra el Espíritu de Dios. Son las que pueden, y ya lo están haciendo, cambiar el mundo. "Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad... fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos". (Del Papa Francisco en La alegría del Evangelio). Ahora solo nos queda desear ardientemente que el Espíritu Santo de Dios nos acompañe en asumir el más grande compromiso de luchar por el Reino de Dios, es decir, por la justicia, la fraternidad, la igualdad, el amor, la solidaridad, la vida, la esperanza, la paz, la comunión universal entre personas, pueblos y naciones; y que surjan cada día más personas por todas partes dispuestas a caminar comprometidas en esta dirección.
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¿Fue contrario Jorge Mario Bergoglio años atrás a la Teología de la liberación? Probablemente en más de un punto. ¿Es hoy el Papa Francisco un opositor a esta teología? No da la impresión.
Consta, sí, que los simpatizantes de la Teología de la liberación están exultantes con él. Es cosa de ver las páginas electrónicas. Los sectores católicos liberacionistas se han identificado rápidamente con el nuevo Papa. El nombre de Francisco, la sencillez, los ataques contra la economía liberal, la ya famosa frase: “cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres…”, han sido señales inequívocas de un giro que el progresismo social católico interpreta como un guiño favorable. ¿Qué importancia pudiera tener que el Papa llegue a reconocer valor a esta teología? ¿Y a los movimientos, congregaciones religiosas y comunidades de base que se han inspirado en ella, dándole a la vez suelo para su desarrollo? Juan Pablo II no la condenó, pero le hizo críticas arteras y mantuvo a raya a sus teólogos. El Cardenal Ratzinger, que ejerció este control desde el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el documento Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” (1984), desaprobó el uso acrítico de categorías marxistas: no distinguir entre materialismo histórico y materialismo dialéctico, y la lucha entre clases. Pero no puso en duda la opción por los pobres. Es más, en otro documento titulado Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986) subrayó la raigambre bíblica de los planteamientos teológicos liberacionistas. Por cual no debe extrañar demasiado que el año pasado Ratzinger, convertido en Benedicto XVI, haya nombrado a cargo de aquella Congregación a Gerhard Müller, un obispo alemán que en 2005 había escrito junto a su amigo Gustavo Gutiérrez un libro titulado "Del lado de los pobres. Teología de la liberación". El mismo Ratzinger -se sabía- siempre había sentido simpatía por Gutiérrez, llamado el “padre” de esta teología. El nombramiento de Müller ha sido una señal de un viraje que puede terminar siendo decisivo. No lo será, empero, si los simpatizantes de Gutiérrez, Boff, Segundo, Sobrino, Gebara, Támez, Andrade, Codina, Galilea, Trigo, Muñoz, Ellacuría y los otros muchos teólogos liberacionistas pretenden revitalizar tal cual la teología que motivó el compromiso cristiano de los años sesenta y setenta. Hoy el tema no es la reforma agraria, ni el imperialismo yankee, ni el marxismo, ni la guerrilla del Che o de Camilo Torres, ni los años grises de la dictadura de Pinochet. Debe recordárselo, porque la tendencia a revivir esos tiempos es una tentación inútil y, para colmo de la torpeza, infiel al método de la misma Teología de la liberación. La Teología de la liberación nunca fue condenada. El mismo Juan Pablo II advirtió que ella, en algunos casos, era incluso “necesaria” (Brasil, 1986). Tampoco habría sido fácil hacerlo, pues fue el mismo Magisterio latinoamericano que formuló la opción por los pobres, núcleo de la convicción mística y teológica de esta teología. Su actualidad estriba en esta convicción y en su método. Los obispos del continente se aproximaron a la realidad en la clave del “ver, juzgar y actuar”. Ellos popularizaron este procedimiento metodológico. Ellos impulsaron a la Iglesia a reconocer la acción de Dios en la historia presente y a sumarse a ella. Debe reconocerse al Vaticano II la paternidad ulterior de este método. El documento Gaudium et spes quiso comprender los “signos de los tiempos”: “discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales (el Pueblo de Dios) participa juntamente con los contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” (GS 11). Es decir, que en acontecimientos humanos especialmente significativos es posible reconocer la acción de Dios y reflexionar sobre ella. Esto ha exigido a la Iglesia no querer “enseñar” al mundo qué es lo que Dios quiere, sin “aprender” del mundo qué es lo que Dios quiere. En adelante la teología ha podido considerar que el contexto histórico no solo autoriza a interpretar la doctrina tradicional acomodándola, adaptándola, a nuevas circunstancias, sino que el contexto mismo tiene algo que decir sobre Dios y sobre su voluntad. Dios que se reveló en la historia, en la historia continúa revelándose. La Iglesia no vino al mundo con un canasto de doctrina debajo del brazo. Ella fue amasando durante siglos su doctrina, la cual no ha sido sino interpretación de la Escritura como Palabra de un Dios que continúa hablando en el presente y que, porque seguirá haciéndolo en el futuro, obliga a considerar las formulaciones teológicas como provisorias. Así las cosas, la Iglesia hoy debe atender a la historia si quiere ser históricamente relevante. ¿Cómo hacerlo? Ella debe arraigar hondamente en la humanidad sufriente, sufrir con ella, esperar con ella, indagar sus necesidades de liberación y de dignificación. Debe, en suma, sintonizar con el Espíritu de Cristo que clama en los pobres; y por otra parte, debe recurrir al servicio de las ciencias sociales que le permitirán comprender mejor qué está sucediendo con las personas y las sociedades. Sabemos que Francisco Papa es un hombre conectado con el sufrimiento del mundo. Bien quiere la liberación de los diversos oprimidos de este mundo. Será muy importante, además, que tome en serio el aporte de las ciencias modernas. Sin estas, el discernimiento de la viabilidad de la liberación es hoy culturalmente imposible. Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de la homosexualidad. La doctrina de la Iglesia ha podido variar en la medida que el conocimiento de esta realidad humana ha evolucionado. La psicología moderna en algún momento dejó de considerarla una perversión, pues descubrió que ella era una enfermedad. Sucesivamente dejó de considerarla una enfermedad, para afirmar que es una variante de la sexualidad humana. La Iglesia, en este campo, se está sirviendo de la psicología para mejorar su doctrina. Algo parecido hizo con la comprensión de fenómeno del suicidio. Hoy la Iglesia necesita que el Papa Francisco estimule y se sirva de la Teología de la liberación, entendida esta como una apertura reflexiva y crítica al actuar humano contemporáneo, especialmente a aquel de quienes padecen algún tipo de discriminación y exclusión. Si no lo hace, la humanidad continuará llevándole la delantera a la Iglesia en materias en las que la Iglesia ha presumido tener la razón. El mero desarrollo de las ciencias no ha elevado a la humanidad a su cota más alta. A veces la ha hundido en involuciones atroces y aterra pensar en las experimentaciones en curso. Pero la Iglesia solo puede tratar legítimamente de atajar los excesos de la modernidad o encauzarla si reconoce que, para anunciar que Cristo es una Buena Noticia, se hace necesario usar la razón –la ciencia y la técnica- para atinar con una fe en Dios auténticamente humanizadora. A la Teología de la liberación hoy, por una cuestión de método, se le abren nuevas posibilidades de interés. Ella, que se ocupa de la liberación, suele también dar suma importancia a la creatividad que amplía los horizontes de la vida. Los seres humanos combaten la opresión, la injusticia, las nuevas y viejas esclavitudes. Pero también crean y recrean mundos insospechados, innovan en la estética y en la moral. En las innumerables experimentaciones de la humanidad, Dios mismo puede estar dándose a reconocer como el Creador. Dios no se cansa ni se repite. La Teología de la liberación desde hace años valora las distintas culturas, e incluso las diferentes religiones, pues cree, por principio, que Dios acontece incesantemente en el mundo. Su aporte más característico en esta apertura suya a todo lo real, ha consistido en valorar la creatividad de los pobres. Para esta teología los pobres no solo han de ser objeto de caridad y de justicia. Ellos deben ser considerados sujetos que inventan un mundo nuevo con escasos materiales pero con la comprensión vital de un Evangelio que ha sido anunciado a ellos antes que a nadie. El aporte mayor de la Teología de la liberación, y de aquí su futuro, estriba en creer en la creatividad de los pobres. Esto explica que los simpatizantes de la Teología de la liberación aplaudan al Papa Francisco. Ven en él a alguien que apuesta por los pobres. Muhammad Yunus, conocido como el "banquero de los pobres", innovador, visionario de las finanzas, fundador y gerente del Banco de Grameen y de su grupo en crecimiento de empresas sociales, fue honrado con el Premio Nobel de la Paz en el año 2006. Escribe:
"El capitalismo tradicional no puede resolver los problemas como la desigualdad y la pobreza, porque el límite de enfoque de los seres humanos hace que nos veamos como seres unidimensionales sólo preocupados con los beneficios. Pero los seres humanos no son unidimensionales. De hecho, los seres humanos tienen otros impulsos y pasiones, incluidos los espirituales, los sociales, y los altruistas. "Es por esto que creo rotundamente en el potencial de las empresas sociales, donde la visión del empresario se aplica a los problemas más graves de hoy: alimentar a los pobres, albergar a los que no tienen techo, curar a los enfermos y proteger el planeta". Muhammad Yunus encabeza un movimiento que ha levantado a millones de la pobreza. ~¿Cómo llegó hasta aquí? ~¿Cuáles han sido las experiencias más importantes en este camino? ~¿Cuáles son las medidas principales para superar un paradigma irracionalmente resistente al cambio sano? En esta entrevista nos explica cómo fue que creó la microfinanza – ahorros y préstamos sin necesidad de garantía– y otros servicios comerciales para los ciudadanos más pobres, especialmente para las mujeres. Yunus nos explica la manera de que realizó esta visión extraordinaria y exitosa: desde su juventud como hijo de un joyero en Pakistán del Este, hasta llegar a liderar el Banco de Grameen y manejar los cambios sociales en sus años posteriores. Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Son teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en muy pocas ocasiones podemos entenderlo como una entidad personal.
Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos al servicio del cuerpo. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que la vida mantiene organizadas y da unidad a billones de células que vibran con la misma vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa cualquier forma de vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas "venidas" nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte. No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad. El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual, que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: "Jesús es el Señor" Ni decir "Abba", si no es movidos desde Él. Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser. Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Solo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos. Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación "personal"; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios, para que nosotros lleguemos a la misma experiencia. El Espíritu nos hace libres. "No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre". El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: "demonios", pecado, ley, ritos, teologías, intereses, miedos... El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad. A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán¬dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre. Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. "El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor." El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de Pentecos¬tés, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todo el mundo puede comprender; lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, "destruyendo el muro que los separaba, el odio". Durante los primeros siglos fue el Dios-Jesús-Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción. Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad. Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia, tal como se ha interpretado con demasiada frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad para hacer personas dóciles a los caprichos del superior de turno. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad. La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu, sino por una necesidad de la comunidad humana. "Obediencia" fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre". La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser. El camino para salir de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Dios-Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto los superiores como los inferiores, tenemos que abrirnos al Espíritu y dejarnos guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia en nosotros de Dios-Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias pasadas, presentes y pretéritas de los demás. Creernos privilegiados con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu. Meditación-contemplación Dios-Espíritu en nosotros, es la base de toda contemplación. El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia. No es un descubrimiento intelectual, sino existencial. La única realidad es Dios-Espíritu en mí. ................ La experiencia mística es conciencia de unidad. No porque se han sumado mi yo y Dios, sino porque mi yo se ha fundido en el YO. Todos los místicos llegan a la misma conclusión que Jesús: "yo y el Padre somos uno" ...................... No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro. Deja que Él te encuentre a ti y te transforme en Él. Es tan sencillo como beber un vaso de agua. Es tan difícil como alcanzar la luna. Todo depende de la actitud del yo. 1. En el Antiguo Testamento
Al hablar del Espíritu Santo es importante olvidarse de lo que nos han enseñado desde niños. Nosotros acostumbramos verlo como la tercera persona de la Santísima Trinidad, con lo cual lo elevamos al rango más sublime que existe. Pero, después, no sabemos qué hacer con él. Para la inmensa mayoría de los cristianos actuales, el Espíritu Santo cuenta poquísimo. Su mención incluso provoca en ciertas personas una sonrisa extraña, como de algo reservado a monjas muy piadosas o a grupos cristianos algo exóticos. Por eso es preferible partir de lo que podían pensar aquellos judíos a propósito del Espíritu Santo. Y lo primero que debemos decir es que para ellos era una realidad misteriosa. Hay un detalle lingüístico importante. Tanto en hebreo como en griego, las dos lenguas fundamentales de los orígenes del cristianismo, la palabra es la misma para indicar "espíritu" y "viento" (ruaj, pneuma). El viento es una realidad misteriosa, que no se ve, pero cuyos efectos son indiscutibles. Lo mismo ocurre con el espíritu de Dios. Es algo que no se ve, pero cuyos efectos son innegables. Recorriendo el Antiguo Testamento, que es la base para hablar del Espíritu Santo, se advierte que cumple funciones muy distintas en cuatro ámbitos principales: el militar, el profético, el de la sabiduría para gobernar y el de la renovación espiritual del pueblo. El influjo del Espíritu en el ámbito militar lo encontramos sobre todo en el libro de los Jueces. La situación que se describe es siempre la de opresión del pueblo por parte de extranjeros (sirios, madianitas, amonitas o filisteos). En esos momentos hace falta una persona excepcionalmen¬te valiente para enfrentarse a los enemigos. Entonces, el Espíritu del Señor viene sobre personajes como Otniel, Gedeón, Jefté o Sansón, y salvan a su pueblo. El libro de los Hechos no es un relato militar, pero dejará claro el valor que el Espíritu infunde a los apóstoles y a los primeros cristianos para predicar el evangelio. El segundo ámbito de actuación del Espíritu es la profecía. La situación es aquí mucho más compleja. Los primeros profetas mostraban a veces un comportamiento extraño, de tipo extático, que era atribuido al Espíritu de Dios (algo parecido a lo que ocurría entre los griegos con la epilepsia). Hay un relato a propósito de Saúl que resulta fundamental en esta línea. Cuando Samuel unge a Saúl como rey de Israel, le indica una serie de cosas que le ocurrirán, entre ellas la siguiente: "Al llegar al pueblo (Loma de Dios) te toparás con un grupo de profetas que baja del cerro en danza frenética, detrás de una banda de arpas y cítaras, panderos y flautas. Te invadirá el espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre y te mezclarás en su danza" (1 Sm 10,5-6). Efectivamente, Saúl se encuentra con este grupo de profetas y entonces "el espíritu de Dios invadió a Saúl y se puso a danzar entre ellos" (v.10). Aquí advertimos que el espíritu provoca reacciones extrañas, de tipo extático, entre quienes lo poseen. En ciertos ambientes, estas manifestaciones no gustaban, y provocaron un opinión algo negativa sobre el Espíritu, llegándose a equiparar al "hombre del espíritu" con un loco. Quizá por eso, más tarde, la acción del Espíritu en los profetas se vio en la línea de la palabra. El Espíritu de Dios es el que habla a través de los profetas, el que les revela algo misterioso o futuro. Esta idea la tenemos muy bien formulada en 2 Sm 23, un oráculo de David: "El Espíritu del Señor habla por mí, su palabra está en mi lengua" (v.2). O en el famoso texto de Isaías que se aplicará Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren..." (Is 61,1). Esta acción del Espíritu en el profeta no se limita a la palabra, sino que recoge también el elemento anterior de la valentía. De hecho, en ciertas circunstancias hace falta mucho valor para hablar. Así lo reconoce el profeta Miqueas. Cuando todos callan o dicen cosas agradables, él se siente "lleno de valentía, de Espíritu del Señor, de justicia, de fortaleza, para anunciar sus crímenes a Jacob, sus pecados a Israel" (Miq 3,8). El tercer ámbito de acción del Espíritu es el del gobierno, concediendo la sabiduría global que necesita el gobernante. Es un desarrollo de lo que se decía a propósito de los jueces. Ahora no se trata sólo de salvar al pueblo, sino de gobernarlo rectamente. Hablando del rey ideal, un texto del libro de Isaías nos dice que "sobre él se posará el espíritu del Señor, espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de conocimiento y respeto del Señor" (Is 11,2). Pero hay otro pasaje muy importante. Cuando Moisés se queja a Dios en el desierto de que él solo no puede gobernar al pueblo, Dios le dice que elija a setenta y dos ancianos de todas las tribus, y añade: "Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo" (Nm 11,17). Propiamente no se habla del Espíritu de Dios, pero se sobreentiende que el espíritu que tiene Moisés, y del que participarán esos hombres, es el espíritu de Dios. Este pasaje demuestra la convicción de que el Espíritu lo necesita no sólo el rey ideal sino también cualquier persona que ocupa un puesto de responsabilidad en el pueblo. Por último, el Espíritu de Dios adquiere también un papel preponderante para todo el pueblo. Esta idea la encontramos especialmente después del destierro a Babilonia, a partir del siglo VI a.C. El sentimiento que entonces se difunde es que el pueblo ha sido castigado por sus pecados (idea común al mundo asirio-babilónico y a otras culturas). Y la única manera de dejar de ser un pueblo pecador es la transformación interior, simbolizada en un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Como dice Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36,26-27). Esta promesa del espíritu la encontramos también en textos de Isaías: "Voy a derramar mi espíritu sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos" (43,3). Esta promesa supone una "democratización" del don del Espíritu. Hasta ahora estaba reservado a grandes personajes: libertadores militares, reyes, profetas, jueces. Ahora se habla de un don para todo el pueblo. Según un relato del libro de los Números, se trata de una antigua aspiración. Ya Moisés le había dicho a Josué: "Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor" (Nm 11,29). Y esta aspiración es la que recoge el profeta Joel, desarrollándola al máximo: "Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día" (Jl 3,1-2). En este texto, el espíritu de Dios rompe todas las barreras: la del sexo (hijos e hijas), la de la edad (ancianos y jóvenes), la de las clases sociales (siervos y siervas). Es lógico que la promesa de Joel desempeñase un papel importantísimo para los primeros cristianos. 2. En los evangelios Cuando se comparan las tradiciones de los tres evangelios sinópticos (Mc, Mt, Lc) se advierte cómo progresa la reflexión sobre el papel del Espíritu Santo. La tradición más antigua, la de Marcos, sólo habla de él en seis ocasiones, subrayando dos aspectos: el espíritu como principio dinámico, de acción, y el espíritu como inspirador. En relación con Jesús se acentúa el aspecto dinámico: baja sobre él en el bautismo (1,10), lo impulsa al desierto (1,12) y le da poder para expulsar los demonios (ver 3,29). El aspecto de inspiración se menciona a propósito de David (12,36) y de los discípulos (13,11). Los cristianos, al recibir el espíritu en el bautismo (1,8), se benefician de su fuerza y de su inspiración. Mateo amplía la perspectiva. Lo menciona once veces, casi el doble que Marcos. Aunque muchos temas coinciden (bautismo, desierto, expulsión de demonios, testimonio de los apóstoles), hay dos momentos capitales. Al comienzo mismo, se presenta a Jesús como engendrado por el Espíritu Santo (1,18). Y al final, Jesús ordena bautizar «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (28,19). En este proceso, Lucas significa un gran paso adelante, con sus 17 referencias al Espíritu Santo. La acción del Espíritu no comienza en Jesús. El mismo Juan Bautista estará lleno de Espíri¬tu Santo desde el vientre de su madre (1,15). Isabel se llena del Espíritu Santo al oír el saludo de María (1,41). Zacarías profe¬tiza lleno de Espíritu Santo (1,67). El Espíritu Santo también está sobre Simeón y le asegura que no morirá antes de ver al Mesías (2,25-27). Y la acción del Espíritu sobre Jesús también es más patente. Jesús no sólo va al desierto impulsado por el Espíritu, sino que también marcha a Galilea por acción del mismo Espíritu (4,14). En la sinagoga de Nazaret elige el texto de Isaías que comienza: «El Espíritu del Señor está sobre mí» (4,18). Y cuando vuelven de su misión los 72 discípulos, Jesús se llena de gozo del Espíritu Santo (10,21). Con respecto a los cristianos, el Espíritu no es sólo un don de Jesús que se recibe en el bautismo, sino algo que el Padre concede siempre que practicamos la oración de petición (11,13). 3. En el libro de los Hechos Estos datos del evangelio anuncian la importancia capital que tendrá el Espíritu Santo en los Hechos, donde aparece 51 veces como motor de toda la actividad misionera de la iglesia. Lucas, igual que los otros evangelistas, se enfrenta con un misterio. ¿Cómo es posible que un grupo de personas sin gran formación, miedosas, de horizontes geográficos estrechos, se lanzase a una actividad tan intensa por todo el mundo? ¿Cómo pudieron arrostrar con alegría las mayores dificultades? Un historiador ateo diría: la fuerza del fanatismo. Los evangelis¬tas, lógicamente, no lo interpretan así. Para Mateo, la fuerza la reciben de Jesús, que les promete: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Y esto Lucas lo interpreta en el sentido: «Yo estaré con vosotros a través del Espíritu Santo». Dentro de esta concepción teológica, no tiene nada de extraño que Lucas haya querido subrayar de un modo especial el don del Espíritu. Por eso, no lo cuenta como un acto más de Jesús resuci¬tado (como hará Juan), sino como un acto especialísimo, que requiere incluso un serio período de preparación. A lo largo del libro de los Hechos, las afirmaciones sobre el Espíritu Santo son de lo más variadas. 1. La primera que encontramos es capital. Cuando Jesús se despide de sus discípulos les dice: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (1,8). Por consiguiente, el don especial del Espíritu es la fuerza para ser testigos de Jesús. Hay un relación estricta entre el Espíritu y la actividad misionera. En esta línea se podrían orientar otras muchas afirmaciones del libro de los Hechos. Lleno de Espíritu Santo es como Pedro habla ante el Sanedrín (4,8) y Pablo se enfrenta al mago Elimas (13,9). Y el Espíritu desempeña un papel capital en los momentos principales: habla a Pedro para que acepte a los paganos en la comunidad (10,19-20; 11,12-16); manda elegir a Bernabé y Pablo para una tarea misionera (13,2), y este primer viaje es misión del Espíritu (13,4); durante el segundo viaje, les prohíbe predicar en Asia y dirigirse a Bitinia (16,6-7); fuerza a Pablo a dirigirse a Jerusalén, aunque allí le esperan cárceles y luchas (20,22-23). En síntesis, el Espíritu no es sólo fuerza para ser testigos de Jesús, sino que ilumina y orienta en las principales decisiones. 2. El Espíritu Santo es también el que guía la vida interna de la comunidad. En medio de las persecuciones, anima a predicar el mensaje con valentía (4,31). Cuando tiene lugar el concilio de Jerusalén, esas decisiones tan importantes las toman "el Espíritu Santo y nosotros" (15,28). Cualquier persona con un puesto de responsabilidad ha recibido esa misión del Espíritu Santo (20,28). El Espíritu es que alienta a toda la iglesia (9,31). Y es un don que reciben todos los que se bautizan (2,38), todos los que obedecen a Dios (5,32), aunque sean paganos (15,8). La identificación entre el Espíritu y la comunidad es tan grande que puede decirse que mentir a la comunidad es "mentir al Espíritu Santo" (4,31). 3. Aunque el Espíritu lo tienen todos, es típico de grandes personajes como Esteban (6,5) o Bernabé (11,24). Estos textos son muy interesantes, porque el Espíritu aparece como una cualidad más entre otras. De Esteban se dice que era "hombre dotado de fe y de Espíritu Santo" (6,5). De Bernabé, que era "hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe". En ambos casos, el Espíritu Santo está vinculado con la fe. 4. Esta acción del Espíritu en los apóstoles, en la comunidad y en los personajes importantes es un reflejo de lo que el Espíritu hizo en Jesús. De acuerdo con un discurso de Pedro, "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (10,38). 5. En ciertos casos recoge la idea tradicional de que el Espíritu es el que habló a través de los profetas (Isaías: 28,25) o de David (1,16; 4,25), y el que sigue hablando a través de los profetas actuales, como Agabo (11,28; 21,11). 6. ¿Cómo y cuándo se recibe el Espíritu? Los Hechos recuerdan tres casos distintos: 1) Según Pedro, en su primer discurso, después de recibir el bautismo (2,38). 2) En la mayoría de los casos se recibe por la imposición de manos, bien después del bautismo, como ocurre en Samaria (8,16-17), bien antes del bautismo, como en los casos de Pablo (9,17) y de los discípulos de Éfeso (19,1-7). 3) Pero la familia de Cornelio, un pagano, recibe el Espíritu antes del bautismo y sin imposición de las manos (10,44). Parece que Lucas, con esta variedad de posibilidades, deja claro la libertad absoluta del Espíritu, que no se atiene a reglas de ningún tipo. 7. ¿Quién da el Espíritu? Casi siempre se afirma o se supone que lo da Dios. Sin embargo, en una ocasión encontramos la idea de que es Jesús glorificado quien ha recibido el Espíritu y lo derrama sobre la comunidad (2,33). 8. Finalmente, cuando un grupo recibe el Espíritu por vez primera, es frecuente que este don vaya acompañado de la capacidad de hablar en lenguas extrañas. Se cuenta en el famoso episodio del capítulo segundo, pero el hecho se repite en la familia de Cornelio 10,44-47) y en los discípulos de Éfeso (19,1-7). Después de este largo recorrido, el Espíritu de Dios sigue siendo tan misterioso como al comienzo, tan misterioso como el viento. Pero también queda clara su importancia. Todo el relato del libro de los Hechos es inconcebible sin la actividad del Espíritu Santo. El es el gran motor que impulsa a la iglesia y a los apóstoles en todo momento, el que ilumina y da fuerzas en las más diversas circunstancias. Usando una imagen moderna, es como la energía eléctrica, que da luz y mueve todos los motores. Si falla, nuestra vida queda sumida en el desconcierto. Quizás aquellas primeras comunidades se reunieran "al anochecer del día primero de la semana" (domingo), para recordar la "cena del Señor", o vivir la "fracción del pan". Pero, teniendo eso en cuenta, me parece, no solo legítimo, sino enriquecedor, aproximarnos a una lectura simbólica del texto.
"Al anochecer": cuando todo se vuelve oscuro en nuestra vida. Quizás porque se ha removido algo emocional, que tiene que ver con necesidades muy antiguas –aunque sean inconscientes- o con miedos a los que somos particularmente sensibles. Por lo que sea, todo parece, de pronto, nublarse. Como si nuestras anteriores certezas o seguridades hubieran también desaparecido. Sin embargo, es "el día primero de la semana", es decir, el día de la creación, cuanto todo se hace nuevo. No es extraño que ambas sensaciones contradictorias convivan: hay oscuridad y confusión, pero existe, de fondo, una certeza inamovible que, aunque sea quedamente, nos va diciendo: "todo está bien", "yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). Con todo, incluso a pesar de la certeza de fondo, no es raro que la oscuridad y el malestar emocional nos lleven a mantener "las puertas cerradas". En realidad, la "cerrazón" de las personas, así como su aparente dureza, no es sino un signo de vulnerabilidad. De manera que podría establecerse la siguiente ecuación: a mayor dureza manifiesta, mayor vulnerabilidad escondida. El miedo es siempre mal consejero, porque fácilmente deforma nuestra visión de la realidad. Sin apenas darnos cuenta, constituye un filtro que nos impide ver las cosas tal como son. Hasta el punto de que, como dice una frase atribuida a Martin Heidegger, "hemos olvidado cómo aparecería el mundo a los ojos de una persona que no hubiera conocido el miedo". Con todo, aunque necesitemos ayuda, también podemos tomar distancia de nuestros propios miedos. No para reprimirlos ni negarlos –lo cual siempre resulta contraproducente-, sino para, aceptándolos y aun abrazándolos, no reducirnos a ellos. Acallar la mente, observar los miedos sin dejarnos identificar con ellos, nos permite escuchar otra "voz" más profunda, aquella que nos asegura: "Paz contigo"; tu identidad más profunda es, y siempre será, Paz. En realidad, "Jesús" es otro nombre de nuestra verdadera identidad. Desde la perspectiva no-dual, todos somos no-dos, el único "Yo Soy". Y la voz que escuchamos en esos niveles más profundos siempre viene de él, del único Fondo de lo Real, que las religiones han nombrado como Dios (y que, en el cristianismo, en particular, se ha nombrado como "Jesucristo"). Por eso, basta escuchar esa "voz" que nace de nuestro Fondo común y compartido para que notemos cómo nuestra vida se empieza a transformar. Y de pronto experimentamos como que el "aliento" vuelve a nosotros. Un aliento –nuestro mismo y compartido Espíritu- que disipa la oscuridad y nos capacita para convivir con nuestros miedos. Es probable que sigamos percibiendo el "doble nivel": el de nuestro yo particular –con sus necesidades y sus miedos- y el de nuestra verdadera identidad o "Yo Soy", pero habremos descubierto que no se sitúan en pie de igualdad. Y que, al anclarnos en el "Yo Soy", en el Espíritu que somos –la Consciencia ilimitada-, todo empieza a ser percibido de modo diferente. La visión cambia radicalmente cuando, en lugar de mirar nuestra vida desde la perspectiva del yo atemorizado –no existe ningún yo que no se halle bajo el temor-, lo hacemos desde el Espíritu que somos, donde nos sabemos siempre a salvo. Y ese Espíritu es, entre otras cosas, "perdón". Porque sabe que todo el mal que hacemos y nos hacemos es fruto únicamente de la ignorancia. Y sabe además que lo que llamamos "yo" es solo una ficción. Por tanto, no hay nadie herido, nada que perdonar ni alguien que deba ser perdonado. Lo que ocurre es que esto nunca lo podremos ver mientras nos mantengamos en la mente, identificados con el yo. Esta visión únicamente es perceptible desde nuestra verdadera identidad; desde la "mirada" amplia que ha trascendido la miope visión egoica; desde el Espíritu que somos. Uno de los importantes beneficios que nos ha acercado la crisis es el de invitarnos a un mayor ejercicio del compartir. Sí, cada día un poco más con los blancos, con los de color, con los amarillos, con los árabes... La tan mentada crisis nos empuja a mirar menos por nuestros privilegios y a pensar más en el beneficio ajeno, también en el de los que vienen de fuera buscando poder cubrir sus más elementales necesidades.
Ahora toca compartir los servicios públicos. Ahora hay un Mohamed que grita la enfermera antes que tu nombre con "ocho apellidos vascos", ahora hay un hombre de color con más músculo que aspira llevar la misma carretilla, ahora hay un chino que se ha apalancado en su casa el método de inglés de la biblioteca, ahora las aulas se llenan de niños de todas partes del mundo... Somos puestos a prueba para jamás olvidar que la vida es principalmente eso, servir y compartir; que nuestra época en particular nos ofrece un gimnasio intensivo en esa indispensable práctica. Lo de pujar por nuestros propios y exclusivos intereses es transitar en balde por aquí, olvidar el sentido maravilloso, altruista y liberador de nuestra permanencia en la tierra. ¿Pero quién no oye siquiera un tímido eco de protesta en su interior en situaciones de esa índole? Mientras que el alma se regocija, el ego, la personalidad se rebota cuando toca repartir. Somos doble naturaleza. Sólo cada quien sabe cuál de ellas alimentar: a la que abre las puertas y los brazos, o a la que blinda la entrada, amuralla el territorio y enfría el corazón. A veces nos sorprendemos a nosotros mismos con queja silente. Seguramente ese descontento nunca alcanzará los labios; esa actitud egoísta, xenófoba no llegará a exteriorizarse, pero permanece ahí latente. Sepamos reconocer a la Marine Le Pen que también se remueve por dentro, que rabia en la hora del dar, que se queja de que hoy toca menos a repartir. Sepamos reconocer a nuestro alter ego poco solidario, que sin levantar aún la voz, se lamenta del avance de las posiciones de "quienes han llegado a última hora desde fuera" y aspiran poder disfrutar igualmente de nuestro bienestar. ¿Quién no ha errado sin techo en alguna vida? Todos hemos atravesado vallas y fronteras peligrosas; hemos debido dejar con pena un hogar y llamar, con tímidos nudillos y más de un complejo, a la puerta de una nueva patria. Todos hubiéramos querido vernos acogidos. Lo habremos de recordar para no alentar a la extrema derecha que también hace ostensivas sus reivindicaciones en los asfaltos de adentro. La derecha xenófoba triunfa o progresa en Europa, porque también toma posiciones por una geografía más íntima. El crecimiento de la insolidaridad no lo hemos de observar únicamente en los gráficos de los escrutinios, también en esa porción, más o menos grande, de la "tarta" de nuestros propios pensamientos. Es triste el avance en las últimas elecciones europeas de quienes quieren blindar absolutamente las fronteras a los desheredados, pero ¿qué linde no cerraríamos con doble vuelta si discretamente nos cedieran la llave? En Francia, cuna de libertades, el Frente Nacional se ha manifestado como la primera fuerza política. Sirva la alarma social suscitada, para propiciar también la reflexión profunda. La ultraderecha que avanza en Europa no sólo lleva por nombre "Front National", "Amanecer Dorado", UKIP, Partido Nacional demócrata..., también nuestros propios nombres cuando no tratamos con la debida amabilidad al hermano que vino de fuera ya en cayuco, ya en auto-stop, ya en coche con "vaca" desbordada. La dura derecha se manifiesta a través de nosotros cuando no tratamos de igual manera al compañero que lleva aún un "adiós" atragantado, o que se dejó literalmente la piel en una alambrada, o que perdió un amigo en unas aguas sin socorro, en un "Mare Nostrum" que a la postre resultó no ser de ellos... Hay un Frente Nacional que quiere igualmente extender su dominio y monopolio por dentro. Vigilancia también con la personalidad extremadamente individualista que quiere tomar nuestro parlamento y consejo de gobierno. No clamemos contra Le Pen, construyamos eso sí una tierra ancha y generosa, un hogar planetario de todos y para todos. Compartamos granero y privilegio. La vieja Europa no puede blindarse. Hasta donde le den las bisagras, será preferible que abra su corazón y sus fronteras; hasta donde pueda, será preciso que acoja tanto sufrimiento regado por el Sur de nuestro propio mundo. CREO sinceramente que si la Iglesia jerárquica quiere afrontar el tema del celibato, en vistas a un replanteamiento de la Institución deberá sin duda comenzar por escuchar la voz de las mujeres”, asegura María José Arana, religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, doctora en Teología y diplomada en Sociología por la Universidad de Deusto. María José ha sido párroco de la Parroquia de vizcaina de Aranzazu y presidenta del Fórum Ecuménico de Mujeres Cristianas de Europa. Entre sus numerosos trabajos e investigaciones figura Mujeres Sacerdotes ¿por qué no? Reflexiones históricas, teológicas y ecuménicas.
María José Arana considera que, una vez más, la cuestión de las mujeres en la Iglesia queda relegada. “La deuda que la Iglesia jerárquica tiene con ellas viene de mucho más lejos, es más urgente y sangrante y sin embargo ahí sigue”, apunta con voz crítica. Porque ni el asunto del diaconado femenino ni el del presbiterado es dogma de fe. “Es más, hay huellas en la práctica de la Iglesia antigua que nos hablan de la presencia de diaconisas y presbíteras. Y sobre todo, la cuestión de la mujer ha evolucionado enormemente en la sociedad civil y la Iglesia se ha quedado a la zaga”, asegura con conocimiento esta profesora en la Facultad de Teología de Gasteiz y en el Instituto de Teología y Pastoral de Bilbao. ¿Y LA VOZ DE LAS TEÓLOGAS? Esta teóloga, perteneciente también a otros grupos de mujeres cristianas como el Foro de Estudios sobre la Mujer, se pregunta “por qué la Iglesia jerárquica no acude al trabajo que muchas mujeres teólogas hemos realizado ya sobre el tema: por qué no escuchan a tantas mujeres vocacionadas; por qué no ven la aportación positiva que su presencia supondría en la Institución sacerdotal que sin embargo se empobrece clamorosamente por su falta”. Una opinión compartida por el exjesuita José Luis Erdozain, alma materde la revista Eliza Herria Eliza 2000 quien considera inadmisible que en pleno siglo XXI, en una Institución como la Iglesia católica lo de la paridad brille por su ausencia. “La mujer está excluida totalmente de la jerarquía eclesiástica; es un anacronismo casi medieval que en este siglo se siga negándole a las mujeres que puedan ser presbíteras, obispas”. Para Erdozain, el tema del celibato no es problema principal, sino “la igualdad hombre-mujer en el seno de la institución católica. Esto supondría un cambio profundo de concepción de Iglesia. Hay muchísimas mujeres y religiosas, las de convento y las de la calle, que tienen una gran vocación de servicio y carisma y una enorme capacidad de reconciliación, características claves para el sacerdocio: Las mujeres pueden tener la misma vocación sacerdotal que los hombres”, asevera. En el debate sobre la ordenación de las mujeres suelen aportarse diversos aspectos -argumentos bíblicos, teológicos, derechos humanos…-, “sin embargo existe uno que casi no se tiene en cuenta y que me parece fundamental: la misma vocación sacerdotal”, añade Arana. Pablo VI negó rotundamente que las mujeres pudieran tener auténtica vocación sacerdotal: “Por muy noble y comprensible que sea, no constituye todavía una vocación”. Y sin embargo -añade Arana- hay hoy, y hubo en el pasado, mujeres que afirmaron sentir en lo más hondo de su ser la llamada del sacerdocio “y muchas de ellas vivieron esta negativa con profundo dolor e impotencia: Santa Catalina de Siena, Santa Teresita y otras muchas”. Todas ellas sintieron el sufrimiento de esta imposibilidad y lo “sublimaron” en una vivencia de sacrificio similar al pensamiento de Pablo VI… “¡Un dolor! Hoy en día son ya algunos cientos las que se ordenan al margen de lo que diga Roma, aunque son excomulgadas. La vocación sacerdotal tiene un contenido antropológico y teológico. Es una autentica llamada. Por eso, muchas mujeres se sienten recortadasen algo muy íntimo. Quieren ser sacerdotes y no pueden”, exclama con dolor. Escribo esto habida cuenta el peligro gubernativo que se cierne sobre los insultadores de las redes sociales… a menos que el insultador sea simpatizante del partido del gobierno.
Seguro que en ningún otro idioma distinto del español-castellano existe un manual tan abundante y variado de insultos; sobre todo de insultos trasnochados que ya nada significan por la evolución de las costumbres salvo para el vademécum de la jurisprudencia de la injuria. Quizá haya tantos, porque en España hay una propensión muy acusada a denigrar y al insulto directo como impacto. Pero no por indignación, pues ésta llega mucho después, justo con la llegada de la democracia aunque en este país sea un simulacro. Porque para indignarse hay que sentir la dignidad. Y dignidad, no la íntima que como la libertad puede sentirse en una mazmorra, sino la pública, no se ha experimentado en España prácticamente hasta ayer: tan atrofiada estaba por la opresión y el despotismo de los regímenes que sucesivamente han ido asolando desde siempre a este país. En efecto. Los españoles no han tenido sentido de su “dignidad” pública hasta que, tras la dictadura franquista, han visto reconocidos “oficialmente” sus libertades formales y sus derechos: sus derechos civiles, sus derechos sociales, sus derechos laborales, su derecho a discrepar y a elegir… que ahora síntomas de una involución palmaria hacen peligrar. Hasta entonces guardaban celosa y exclusivamente su dignidad para los círculos familiares y sociales de corto recorrido. Frente al poder y los poderosos nadie tenía derecho a invocar dignidad, sencillamente porque la dignidad era patente exclusiva de los que nutrían el poder, de la nobleza, de la curia, de los altos funcionarios y de los miembros de la Iglesia. Fuera de ellos nadie tenía derecho a alegarla y menos a reivindicar dignidad personal. “Indignación” e “indignados” entran, pues, en escena ayer. El español medio se ha ido sintiendo digno en el ágora tras siglos o milenios de ignorancia y de castración civil. Los “indignados” nos representan ahora. Ellos son los que antes que nadie han sido conscientes de que la dignidad dificultosamente conquistada está siendo recortada o arrebatada por el poder absoluto; por quienes detentándolo tratan a la ciudadanía con la misma altanería y prepotencia de que hicieron gala sus predecesores a lo largo de la historia. Dicho todo lo cual y puesto que hemos tomado conciencia de nuestra dignidad y de nuestras “dignidades públicas”, es hora de ir abandonando el insulto directo y el insulto fácil que denigran y rebajan al que los profiere y no a quienes van dirigidos. Y puesto que las intenciones despóticas del poder político, bancario y económico actual son flagrantes, parece llegado el momento de revisar también tácticas y estrategia para vencer, o al menos debilitar, con astucia a los déspotas que nutren las instituciones y los círculos mediáticos. A ellos ya no les hacen mella los insultos gruesos. A nosotros tampoco. A nosotros lo que nos ofende gravemente es que nos tomen por imbéciles… Y a propósito del insulto, una puntualización. Hemos de avanzar también en esto. Hemos de abandonar el insulto que chirría, el insulto tópico, el insulto que ya nada significa pero puede ser objeto de persecución porque lo siguen reconociendo la jurisprudencia y las mentes pequeñas. Me refiero al insulto burdamente “clásico”. Pues ya no tiene sentido vocear o tildar a otro “hijo” de quien vende por un tiempo su cuerpo, pues la verdadera gravedad está en la prostitución de la conciencia y de los principios éticos por codicia, por ambición, por soberbia o por lo que sea. La ramera tiene más escrúpulos que tantos que se prostituyen moralmente tratando de disimularlo, en el sector privado y a lo largo y ancho de todas las instituciones. Vocear o tildar a otro de víctima de infidelidad también carece de sentido; si acaso, lo tendrá para el juez conservador, pues ya no existe el adulterio o no es delito y las relaciones sexuales son libres. Llamar ladrón a otro que se ha apropiado de lo público empieza a ser infantil, pues para buena parte de la población y a juzgar por la reelección redundante en las urnas de tantos como existen en la política, en la banca y en la empresa, parece a veces ser motivo de orgullo para los depravados aunque sólo sea por la impunidad de la que gozan… El daño que buscamos y sus efectos los hacen la perífrasis, el rodeo, la ironía, el sarcasmo o el retruécano como formas de desahogo que además no pueden ser perseguidos ni condenados fácilmente. En las redes sociales, en los twitters, en los facebook, en los whatsapps, en los sms y en el correo caben numerosos y breves apuntes que pueden producir más mella que el insulto estereotipado y la amenaza, perseguidos si no parten de los turiferarios del poder. Lo prueba que lo que más nos ofende es que esa chusma de prácticas vergonzosas desprecie nuestra inteligencia, calculándola por la suya roma y escasa. Este sentimiento, el de la dignidad, es nuevo, o al menos lo es masivamente. Hay que actuar pues en consecuencia. Hay que abandonar lo que se pretende ofensas, pero son primarias, necias por inútiles y peligrosas por lo que pueden acarrear. Minar la moral de esa legión de soberbios y de mal nacidos con la inteligencia y la imaginación que, excepto precisamente en el poder instituido, son desbordantes en este país es la consigna… A propósito de la excomunión de dos creyentes de a pié, líderes cofundadores del Movimiento Internacional “Somos Iglesia” (1995). Y de la excomunión permanente lanzada contra las mujeres obispas y sacerdotisas. Así no haya nueva declaratoria eclesiástica de excomunión, por el sólo hecho de haber recibido la ordenación, quedan excomulgadas, según el Derecho Canónico.
Pero las herejías y las “herejías” han permitido y permitirán profundizar la fe y ser más fieles al mensaje de Jesús de Nazaret. Inicio esta columna con las palabras herejes y “herejes” porque no todas las excomuniones tuvieron razón. La historia ha mostrado en diferentes casos que la autoridad eclesiástica se equivocó, tuvo que reconocer su error y reivindicar post mortem a la víctima. Jesus de Nazaret fue un hereje Jesús de Nazaret fue un hereje para las autoridades religiosas de su tiempo. Quisieron acallar su palabra libre y sus gestos proféticos. Las autoridades del Templo y los doctores de la Ley, lo consideraron hereje. Y como hereje murió. Pero además de haber sido un hereje, la persona de Jesús y su mensaje han sido y serán objeto de controversia por el significado que han tenido y tienen para una parte de la humanidad (menos del 35% de la población del Planeta es cristiana), es decir, seguirá habiendo herejías y “herejías”. Unas y otras ya no se pueden evitar a punta de excomuniones. Al contrario, se deben expresar y manifestar de manera libre, dentro de las iglesias y en la relación del mensaje cristiano con las demás religiones y culturas del mundo. Jesús fue objeto de controversia desde sus días terrenales y seguirá siendo objeto de controversia hasta cuando exista la comunidad de creyentes. La excomunión no tiene hoy el mismo significado A pesar de lo que puedan afirmar las autoridades eclesiásticas, por el cambio de paradigmas, en el mundo y dentro de las iglesias, la excomunión ya no tiene hoy el mismo significado, efecto y peso que ayer, por varias razones: 1. Porque se ha ganado el derecho a la libertad de conciencia, a la conciencia liberada, a la libertad de pensamiento, a la libertad de expresión oral o escrita, inclusive para las y los creyentes. 2. Porque muchas cuestiones teológicas son vistas desde varios ángulos, comenzado por la interpretación de los textos bíblicos. La historia de la iglesia y de la teología muestran hoy que ha habido un uso amañado, consciente o incosciente, de los textos bíblicos. Ejemplos grandes: la teología sobre las mujeres, la teología sobre el sacerdocio, la teología sobre el Romano Pontífice, la teología sobre la sexualidad… 3. Porque hoy se ve con más claridad que los dogmas han tenido una historia y que la formulación de éstos han tenido un contexto cultural propio y específico. No tiene justificación quedarnos apegados a este contexto porque la historia avanza, es dinámica. No podemos dar razón de nuestra adhesión a Jesús de Nazaret con esquemas culturales, razones y argumentos de ayer. 4. Hay creyentes que se preguntan si la excomunión excluye de la Iglesia-Comunidad, de la Iglesia-Pueblo de Dios, de la Comunión de hermanos y de hermanas, o solamente de la comunión con la autoridad eclesiástica. Aquí no se trata solamente de un juego de palabras. No todos los dogmas y doctrinas tienen el mismo peso teológico. 5. En siglos y años anteriores hubo un miedo y terror cuando se aplicaba la excomunión, porque este castigo, en la vieja teología, no sólo ponía en la picota a las personas excomulgadas, sino que se les negaba el acceso a los sacramentos y llevaba implícita la posible condenación, en caso de muerte sin abjurar de la llamada herejía. En ese orden de ideas, las personas excomulgadas que son objeto de esta nota, han rechazado la excomunión, no la aceptan y la ponen en tela de juicio. Laicos-laicas y excomuniones Hasta hace unos 15 años pareciera que no ha habido creyentes de a pié, investigados por la Inquisición, es decir, por la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe (CDF), y menos aún excomulgados, por razones teológicas, doctrinales y de opinión, salvo los ya mencionados: las mujeres obispas y sacerdotisas, hecho ya bien conocido y la de las dos personas que han motivado esta columna. “Este es el final de un largo enfrentamiento entre el movimiento «Wir sind Kirche» («Somos Iglesia») y el Vaticano. Según la información del diario Tiroler Tageszeitung, los austriacos Martha Heizer, responsable en Austria del movimiento, y su esposo, Gert Heizer, han sido excomulgados por atentar la celebración de la eucaristía, uno de los «graviora delicta» que deben ser juzgados por la CDF con un procedimiento especial. El diario alemán Die Welt asegura que la información ha sido confirmada en «círculos católicos»”. (Graviora delicta = Delitos muy graves). Han sido pocos los momentos de la historia de la Iglesia, en que las y los creyentes de a pié han sido llevados ante los tribunales de la Inquisición y a sus llamas de muerte. La razón: los laicos y las laicas NO han contado históricamente como protagonistas en la formación de doctrina y de opinión en la Iglesia, precisamente porque se les ha dejado en el analfabetismo bíblico y teológico. Se les ha mantenido en “la fe del carbonero”. Y cuando se atreven a cuestionar o dudar, se les ha dicho y todavía se les dice: “Doctores tiene la Madre Iglesia que sabrán responder”. Conclusión: “Cállense”. Bajo el muy largo pontificado de Juan Pablo II-Benedicto XVI, fueron investigados por la Doctrina de la Fe, cerca de 300 teólogos y teólogas, sacerdotes y religiosas. El año pasado envié por INFO-DOC-UTOPÍAS una extensiva lista. ¿Algún laico o laica? Creo no equivocarme al afirmar que no hay cristianos de a pié, en ese listado. ¿Por qué se excomulga a las dos personas mencionadas? Cuando se excomulga a una persona, la autoridad eclesiástica invoca, por lo menos, cuatro cuestiones: 1. Que se ha colocado por fuera de doctrina de la Iglesia. 2. Que ha roto la comunión eclesial. 3. Que ha desobedecido al magisterio. 4. Que se ha convertido en un escándalo y mal ejemplo para el Pueblo de Dios. Y no sé si todavía se le diga que pone en peligro su salvación eterna. Es decir, se le amenaza con el fuego del infierno, ya que hoy sería absolutamente criminal utilizar las llamas de la leña, que sí utilizó la Inquisición por siglos. Para algo y para mucho nos han servido los Derechos Humanos, ayer apenas condenados por los papas. Y a propósito, el sábado 24 de mayo, un noticiero de televisión informaba que El Estado de la Ciudad del Vaticano NO ha firmado la Convención contra la tortura, de la ONU. Volviendo al caso que nos ocupa, pareciera que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal alemán Gerhard Müller, busca: 1. Castigar en primer lugar al Movimiento “Somos Iglesia”, movimiento compuesto ante todo por laicas y laicos, nacido en Austria en 1995. Este es el cuasi único movimiento, con extensión internacional (hay capítulos en diferentes países y continentes), “capaz” de decir palabras libres frente al Vaticano y a los obispos. Este se explica por el muy novedoso hecho muy propio de los países de lengua alemana, donde un alto número de varones y mujeres han hecho estudios de teología, biblia, historia de la Iglesia, historia de los dogmas, historia de la liturgia, de la catequesis y otras disciplinas, a nivel universitario (licenciaturas, maestrías y doctorados), como cualquier sacerdote u obispo. 2. Limitar si no negar, el papel teológico-intelectual del laicado, cuando precisamente en otros países va creciendo la cantidad de laicas y de laicos teológicamente preparados, en capacidad de emitir planteamientos y analizar, críticamente, temas y cuestiones. 3. Frenar la investigación teológica, bíblica, histórica…, de laicos y de laicas, que no vaya en total concordancia con el llamado Magisterio. En una de sus columnas recientes, Leonardo Boff recordaba que el concepto de Magisterio que se nos ha impuesto, como última y única palabra, es muy nuevo. Y monopolizador de la teología. Ese concepto, tal como es aplicado desde las congregaciones de El Vaticano, busca frenar la diversidad y la investigación teológica, las hipótesis de investigación, la libertad de expresión de las hijas y de los hijos de Dios, la libertad de publicación… Hoy, desde la comunidad teológica, analítica y crítica, se reconoce y se impulsa la investigación sobre la historia de los dogmas, a la luz de las nuevas disciplinas. Los dogmas no cayeron del cielo. Tienen una historia, un contexto cultural, lingüístico, teológico, filosófico, exegético… No podemos seguir repitiendo los dogmas de manera mecánica. Más de una sorpresa han tenido los historiadores en esta materia. Como sorpresas se han tenido en estudios bíblicos. Y sorpresas se han brillado en otros temas de la historia de la Iglesia, de la historia comparada de las religiones y de la historia comparada de las culturas. Hoy, todo se mueve. Pero en las cúpulas vaticanas y en las cúpulas eclesiásticas de las iglesias nacionales, salvo excepción, las cosas poco o nada se mueven. Pero sí se mueven hacia el éxodo, miles de católicos que se sienten sofocados en estrechos límites conceptuales. De ahí la crisis que atravesamos. Los temas de la discordia La información que sigue ha sido tomada del artículo de P. José María Iraburu, de La Vie/InfoCatólica. “Martha Heizer, a sus 67 años, es conocida por sus manifiestos a favor de la ordenación de las mujeres y la «renovación de la iglesia por los laicos». El obispo de Innsbruck, monseñor Manfred Scheuer, «emitió personalmente el decreto a la pareja el miércoles 21 de mayo por la noche», declaró Martha Heizer a radio ORF Tirol. Los dos implicados rechazaron inmediatamente la condena. «No lo aceptamos porque cuestionamos íntegramente todo el proceso», dijo Heizer. ¿La razón de las dos excomuniones? Atentar la celebración de Misas sin sacerdote en la residencia de la pareja. Desde hace varios años, Martha Heizer admite que ella y su marido dan la bienvenida en su casa a estas fiestas, en las que algunos fieles participan con regularidad. Son simulaciones de misas que constituyen «graviora delicta» (delitos graves) según el Derecho canónico. Con esta decisión, el obispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se mantiene fiel a su posición anterior: en 2009, el prelado alemán, entonces Obispo de la diócesis de Ratisbona, había suspendido a Pablo Winckler, director de la «Wir sind Kirche» en Alemania… |
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