El día del Corpus celebramos el día de Cáritas. Porque Jesús resucitado es un sol de misericordia y de ternura que ilumina y enciende nuestras calles, nuestros templos y nuestros corazones. Sería bueno que la procesión del Corpus pasara por los hospitales, asilos y cárceles, por los barrios de las periferias, por los sectores marginados. Allí está Jesús más presente y real. Desde allí nos invita a preocuparnos y ocuparnos más por las victimas de nuestra injusta sociedad.
Con palabras del célebre orador y obispo francés Bossuet, el Águila de Meaux; hemos de defender lo que él llamaba "la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia". En su discurso afirmaba: "Jesús vino al mundo para cambiar todo el orden establecido y, por eso, si en el orden actual los ricos tienen todas las ventajas y ocupan los primeros puestos, en el reino de Jesucristo los pobres tienen la preeminencia porque son los primogénitos de la Iglesia. En ella solo se admiten a los ricos más que a condición de servir a los pobres". "En su origen la Iglesia fue construida solo para los pobres y que Jesús no tiene necesidad de los ricos en su santa Iglesia". San Juan Pablo II remachó estas afirmaciones del obispo francés proclamando que "en la fidelidad a los pobres se juega la Iglesia su fidelidad a Cristo" (LE. 8). Lo que significa que una Iglesia que no defiende y que no lucha por la liberación del pobre está siendo infiel a Jesucristo. Nuestras celebraciones eucarísticas pueden estar totalmente viciadas si no nos llevan al amor y a la promoción de los más débiles. El papa Francisco quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Seamos sinceros: hoy en nuestra Iglesia católica los que más cuentan son los ricos. A los pobres se les admite con la condición de que no molesten a los ricos. La distancia entre el Evangelio y el catolicismo actual, en todo lo referente al tema de ricos y pobres no es solo un escándalo (como puede ser la pederastia), sino una visión teológica que puede desfigurar nada menos que la identidad del Dios bíblico, revelado en Jesucristo. Dios es el Dios de los pobres. Conocerle no es especular mucho sino "practicar la justicia" como dijo el profeta Jeremías y Jesús vivió plenamente. Resulta muy triste, por no decir escandaloso, que la gran mayoría de los dirigentes de la Iglesia española, en este tiempo de crisis crónica y creciente, no hayan tenido una voz profética clara, contundente y repetida, ni un gesto solidario y global a favor de las víctimas, que suponga una fuerte sacudida de las conciencias de políticos y ciudadanos, causantes de la ruina de tantas personas. Denuncia que es perfectamente compatible con el respeto y la educación. El catolicismo hispano solo se siente llamado a levantar la voz cuando está por medio el tema sexual. Tema complejo e importante. Pero no podemos dar a entender que la moral se reduce solo a lo sexual, mientras al dinero lo dejamos correr pecaminosamente sin molestarlo. Por eso, la Iglesia que cree de verdad en el Dios de Jesús no puede sentirse cómoda y muda en una situación como ésta. Seamos coherentes, abramos los oídos al clamor de los que sufren (EG 190).
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Dios puede más en el mundo que al interior de la Iglesia por: Marco Antonio Velásquez Uribe6/19/2014 No hay duda que el Papa Francisco encuentra grandes dificultades al interior de la Iglesia para impulsar un programa de reformas que la conduzca al encuentro con un mundo anhelante de Dios. Él como insigne hijo de Iñigo de Loyola sabe que la impronta ignaciana contiene en su sabia elementos decisivos para poner a la Iglesia en la senda del futuro. Por ello se le ve disponiendo “todo su haber y poseer” a un ritmo frenético e infatigable, porque bien sabe que hay poco tiempo para dotar a la Iglesia universal de ese rasgo esencial del cristianismo, aquel que le fuera dado como carisma al fundador de la Compañía de Jesús: “en todo amar y servir, para la mayor gloria de Dios”. Francisco sabe que sin ese sello de espiritualidad servidora la Iglesia corre el grave riesgo de convertirse en un ghetto insignificante, sin repercusión social.
Como estricto “contemplativo en la acción”, es un pastor modelado en su estilo por esa Iglesia-Pueblo de Dios, donde le ha cabido conducirla por los caminos de la esperanza, primero en su querido Buenos Aires y ahora desde la silla de Pedro. En esa tarea se ha dejado impregnar por la vida de su Pueblo, donde ha descubierto que el primer servicio de la Iglesia se debe a los pobres y sencillos, a los explotados y a las víctimas de un modelo de sociedad esclavizante de multitudes. Es ahí donde Francisco se estrella con los poderosos, que se constituyen en sus principales adversarios. Y claro, si los ha denunciado en público, dejándolos expuestos en sus vanidades y en sus pomposas ostentaciones. Sus lujosos palacios y sus majares han quedado a la vista de todos, mientras sus ocultas intensiones son reveladas. Como pastores son prestos para condenar y lentos para el perdón y la misericordia, gobiernan con severidad y cargan las espaldas de los débiles con pesos agobiantes, abren las puertas del cielo a sus amigos y las del infierno a sus enemigos, somenten a costa de miedo apagando el Espíritu; con su ejemplo ahuyentan a muchedumbres. En este contexto, difícil es la tarea del insobornable Francisco con tantos trepasy carreristas en su cercanía, también con la de no pocos dispersos en la amplia geografía de las Iglesias locales que, indiferentes a los consejos del papa, pastorean a sus rebaños ajenos a los vientos que soplan en Roma. Para ellos, nada ha cambiado, sólo esperan con certeza y paciencia la llegada de un nuevo cónclave. Bien podría decirse que ya han jurado venganza por tanta ignonimia revelada. Así, es comprensible la indiferencia eclesial al magisterio del papa Francisco, la resistencia para volver al Concilio Vaticano II, la rebeldía para multiplicar entre los pobres y afligidos la “dulce y confortadora alegría del Evangelio”, en resumen, tanto silencio de la Evangelii Gaudium. Ésta es la triste historia de la soledad que acompaña al papa Francisco, cuya voz profética y magisterial es despreciada por muchos de sus colaboradores y acogida con admiración por paganos, gobernantes y líderes religiosos. Sin embargo, esa misma historia ya registra en sus anales que, así como un día el papa Francisco denunció la globalización de la indiferencia desde Lampedusa, en el día de Pentecostés de 2014 el mismo papa tendió un puente de plata para construir la paz mundial, reuniendo en Roma a los líderes políticos y religiosos de los judios, musulmanes y cristianos. En el día del Espíritu Santo, ese gesto de grandeza humana tendrá los frutos de paz deseados en un abrazo inolvidable que, en la sede de Pedro, unió a Simon Peres y Mahmoud Abbas; todo acompañado de la oración silente del patriarca ortodoxo Bartolomé. Es evidente que Dios puede más en el mundo que al interior de la Iglesia. Habitualmente, ya sea en plan coloquial, ya sea en las informaciones en medios de comunicación, se habla de pobres de forma general. Se engloba a hombres y mujeres que sufren escasez de medios para su supervivencia, esto es, para vivir una vida digna que les permita acceder al alimento, a la educación, a la sanidad, a una vivienda confortable, a la justicia que les proteja y a un trabajo digno que les haga crecer como personas.
El lenguaje y la estadística dan sus explicaciones pero en muchas ocasiones no abarcan la inmensa realidad, y algo queda oculto a las Letras y a las Ciencias. De ahí el título de este escrito en el que se mezclan letras y número. Me he dado un paseo por los evangelios, adentrándome en el momento tan conocido de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús, ante una multitud hambrienta y cansada del camino, les dice a sus discípulos: "Dadles vosotros de comer". Es decir, preocuparos por la realidad que tenéis delante que, por muy inmensa que sea frente a vuestra debilidad y falta de recursos, no podéis escabulliros de ella si es que queréis seguir caminando hacia el Reino: esto no es política del mundo, es opción por los pobres, primeros en el corazón de Dios. Así quedaron escritos los datos de los que comieron: "Eran unos cinco mil hombres" (Jn 6,10); (Lc 9,14). "Los que comieron los panes eran cinco mil hombres" (Mc 6, 44). "Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños" (Mt 14,21) La matización del evangelista Mateo me viene bien para adentrarme en un fenómeno que sigue siendo actual: la invisibilidad de la mujer pobre y lo que ello significa a la hora de cuantificar el problema de la pobreza en el mundo. La mujer, en general, es individuo, pero vive en racimo. Casi nunca va sola: lleva a su familia, hijos e hijas, de la mano y en el vientre; lleva a ancianos y ancianas; cuida enfermos, escucha, consuela y suele dejarse tocar por el sufrimiento de los demás. La mujer pobre, desde la dimensión de racimo en la que suele vivir, es "pobre a la tercera potencia", es decir, "pobre al cubo": por ella, por los que dependen de ella y por el deterioro de su espacio vital. He aquí la fórmula: Mujer X hijos y dependientes X deterioro del entorno =Pobre3 Ellas no tienen las llaves del poder para solucionar temas económicos y políticos ni siquiera a nivel local, y en el día a día están pendientes de lo que tienen alrededor y que no puede esperar. Las imágenes de pobreza a las que estamos habituados: guerras, campos de refugiados, zonas marginales en grandes ciudades, movimientos migratorios, crisis económica, destrucción del mercado laboral, pérdida de derechos humanos, etc. Muestran la realidad de violencia, injusticia y deterioro de su vida, la de sus hijos y la de los débiles que la rodean. Muestran también cómo su entorno se va destruyendo y es cada vez más costoso llevar una vida digna. Y sin embargo, ese pobre3 que es la mujer pobre, sería la puerta de entrada para solucionar muchos de los males de este mundo. Su mirada panorámica no deja fuera al débil. Con un comprometido y solidario punto de apoyo, su empatía y creatividad darían mucho de sí. Como ya ocurre en tantas situaciones de precariedad que, con muy poco, hacen florecer jardines en medio del desierto del olvido y la injusticia. Su capacidad de compasión y de consuelo abarcan un campo tan inmenso que integra a los más débiles. Hay que erradicar la invisibilidad de estas mujeres. Si "comieron cinco mil hombres sin contar mujeres y niños", no dudamos de que a esos cinco mil hay que sumar mujeres Y niños. Jesús siempre era seguido por todos ellos. Y si estaban presentes sabemos que comieron, aunque la historia no los contabilice, porque no tenían presencia jurídica. Preguntémonos hoy cuántos millones de mujeres no cuentan en la vida y la estadística del mundo en la actualidad. Mujeres de todas las latitudes, de todas las creencias y de todas las culturas. Las pobres3 no tienen ni voz ni tiempo para hacerse ver y respetar. Habrá que darles voz y tiempo a través de quienes tenemos tiempo, voz y posibilidades, no para contar nuestro mensaje, sino para hacer presente el suyo. Si ellas se hacen visibles, quienes son su círculo permanente (hijos, ancianos, enfermos, etc.) también lo serán. Si ellas tienen un espacio vital digno, habrá hogares, habrá alimento, habrá interés por la educación y mejor defensa contra la violencia y la injusticia. El beneficio sería para todos en tres dimensiones: para la mujer, para los más débiles a su cargo y para el entorno en el que viven. Pero no sólo. El beneficio sería para el mundo entero, pues el desequilibrio actual es desproporcionado y este barco "Planeta Tierra" se está escorando a causa de la lucha por el poder global, afectando cada vez más a los que son invisibles para los parámetros de ambición que miden la vida de los seres humanos. Llega el tiempo, y ha llegado ya, de hacer creíble lo que Jesús dejó dicho: "Dadles vosotros de comer". No habrá sociedad, religión o cultura que sea creíble si no reconoce en igualdad a todos los seres humanos. No habrá democracias saludables si circunscriben sus logros a la demarcación de sus territorios y se despreocupan del pueblo global que es la humanidad. No habrá culturas con reconocimiento si sobreviven eliminando el patrimonio de las culturas minoritarias. Para terminar, animando a la esperanza, recuerdo a Helder Câmara que vivió en tres dimensiones ayudando a los demás, con la mirada puesta un poco más allá: "¡Si supieran que la verdadera cuarta dimensión es la visión de lo invisible, la perspectiva de la eternidad!". Nuestra mente, a pesar de ser maravillosa es muy limitada, y a veces cuanto más sabemos, también sabemos cada vez mejor lo mucho que nos falta por saber.
Si esto vale para todo, mucho más vale para Dios, porque es el Otro, el Trascendente, que está infinitamente más allá de lo que podamos pensar sobre Él. No obstante, imaginamos con lógica, muchas cosas de Él: viendo la grandeza, la perfección, la belleza, y la inmensidad de la creación, pensamos en la grandeza, la perfección, la belleza y la inmensidad de Dios. Esto son deducciones nuestras. Simplemente proyectamos sobre Él lo que a nosotros nos parece que debe ser. Pero en realidad de Dios sabemos lo que Jesús, nos ha enseñado, no tanto desde las ideas, sino desde su proximidad y cercanía a nuestra realidad humana. ¿Qué nos enseña Jesús? Que Dios es nuestro Padre y que necesitamos ser salvados de infinidad de cosas: las guerras, las injusticias, el hambre, el odio, la violencia, los abusos de unos a otros, la explotación de todo tipo, la emigración, los desplazamientos, las torturas, los autoritarismos del poder, la ambición... Necesitamos ser salvados de la explotación de las personas y de las tierras, realizada por las multinacionales en el tercer mundo; necesitamos ser salvados de los diferentes opios del pueblo: alcohol, drogas, fútbol (cada jugador de la roja recibirá 720.000 € por ganar la final en Brasil donde hay más de 20 millones de personas viviendo en la extrema pobreza). Dios quiere la salvación de todos y de toda la creación ya aquí y ahora en este mundo. Por eso en la única oración que Jesús nos enseñó pedimos que venga a nosotros el Reino de Dios, y no nos falte el pan de cada día, que ¡aún falta a la mayoría de la humanidad! Este mundo aún sigue muy desquiciado, convulso, desajustado, lleno de tensiones, de conflictos. El capitalismo neoliberal que rige el mundo actual es homicida, ecocida e incluso deicida porque no reconoce la impronta de Dios en el hombre ni en la naturaleza: solo reconoce como único dios al dinero. Los adinerados españoles tienen 144.000 millones de € en paraísos fiscales, la mitad de los cuales están en Suiza. Los ganan en España y desde España pero no pagan impuestos por ellos y no les pasa nada. En cambio, Tamara y Ana son el último caso de trabajadoras que pueden acabar en la cárcel con tres años y un día de condena, una embarazada de tres meses, por exigir sus derechos, porque durante una huelga por la negociación del Convenio Colectivo de Instalaciones Deportivas de Galicia las dos trabajadoras fueron acusadas de derramar pintura en una piscina. Así es la escandalosa legislación de este país hecha con frecuencia para los ricos y una justicia que a veces resulta ser "un cachondeo" increíble. Como es el caso de Rafael Blasco, librado de la cárcel con 200.000 €, un defraudador de millones destinados precisamente a la cooperación para el que la Abogacía de la Generalitat valenciana reclamaba 11 años de prisión. Dios tiene también su vida y su persona femenina, que es el Espíritu Santo, "Ruaj", que en hebreo es femenino. Por eso en Dios hablamos de relación familiar interpersonal: Padre, Hijo y "la" Espíritu, que aunque suene a barbarismo no lo es en su significado. Dios no es un ser solitario, sino comunitario: así deben ser las relaciones entre los seres humanos. Por eso en este domingo celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que solo lo será de verdad aquí en la tierra cuando los seres humanos formemos una gran familia. Por eso necesitamos que venga sobre esta humanidad "la" Espíritu de Dios que nos impulse cada vez más a la fraternidad universal para que nadie se sienta solo y abandonado, que muchos sí lo están. La cristiandad es una larga época de la historia donde la cultura asimiló los rasgos de la religiosidad cristiana. Un tiempo donde todo parecía impregnado por las formalidades religiosas: la educación, la salud, la política, la defensa, el arte, la ciencia, las costumbres, todo remitía a Dios, hasta los cementerios. La inmanencia cristiana se expresaba, en última instancia, en la Ley civil, quedando normada y condicionada la convivencia social por la creencia. La fe, como un elemento determinante de la cultura, establecía que muchos pecados fueran también penalizados por la ley. En definitiva, todo ayudaba a la fe, y podría suponerse que con ello era más fácil creer.
Con la ilustración comienzan a minarse las bases de la cristiandad. El paulatino y creciente proceso de secularización resulta determinante para provocar su inevitable muerte. La era postmoderna ha sido testigo de este acontecimiento. Sin embargo, quedan nostalgias de ese tiempo, que se reavivan esporádicamente como estertores de una resistida pérdida. Como vestigio, las estrofas de un hermoso canto religioso revelan esas añoranzas: "A Dios queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar." En el presente, a diferencia de la cristiandad, todo remite a una suerte de ausencia de Dios. Así, la fe se vive, no sólo a la intemperie, sino también en un contexto de adversidad cultural. Las creencias ceden a la espiritualidad; las costumbres a las convicciones; los comportamientos gregarios a los actos personales; la obligación a la libertad; el temor a la Ley a la actuación en conciencia. En resumen, todo remite a un contexto de vuelta a un ambiente de mayor libertad humana. Al respecto, es interesante contemplar con perspectiva histórica la evolución de la vida cristiana. En sus orígenes, a los primeros cristianos les cupo la compleja tarea de vivir sus convicciones con la Ley civil en contra, tanto que la rudeza del imperio romano fue implacable con ellos. Sólo la Ley de Dios, impresa en la conciencia cristiana, guió la vida y la conducta de los primeros seguidores de Jesucristo por algunos siglos. Con el establecimiento de la cristiandad, la sociedad incorporó en la legislación civil los preceptos y obligaciones morales de la Ley de Dios. Con ello, el Dios de los cristianos se impuso a la cultura con la fuerza de la Ley; de manera que la libertad humana quedaba como reprimida por el imperio de lo legal. En el presente, parece configurarse un escenario como el que vivieron las primeras comunidades, con un entorno cultural desfavorable, donde la Ley civil garantiza mayores grados de libertad a los hombres y mujeres. En el Chile de hoy el país se ve tensionado fuertemente por un conjunto de reformas, particularmente ante la posibilidad de legislar en materia de aborto terapéutico para tres condiciones específicas, como son los casos de riesgo de vida de la madre, violación e inviabilidad del feto. Se han encendido los ánimos con reacciones destempladas, donde se impone un leguaje degradante, combativo y acusador. Las voces católicas de múltiples actores contradicen la serenidad del Evangelio. Los espíritus confrontados se dividen peligrosamente entre quienes creen defender los derechos de la madre, contra los que creen defender los derechos del hijo inocente. Como propio de un diálogo de sordos, se mezclan casuísticas y dogmas, recreando una verdadera Torre de Babel. Como en la cristiandad, prima entre los creyentes la intención de imponer el Evangelio a toda la sociedad, algo simplemente imposible en el mundo actual. Desde el ámbito católico se impone una visión unilateral. Mucho clero y una multitud de laicos, incluidas las universidades católicas, silencian su conciencia ante el riesgo de ser gravemente acusados de laxismo moral y de espíritu herético. Queda en evidencia una triste falta de libertad. ¿Qué gobierna la actuación del cristiano en el entorno social? Mientras algunos buscan imponer por la fuerza de la Ley el comportamiento social de las personas, olvidan que para el cristiano no es la Ley civil lo que condiciona la conducta, sino la Ley Moral que Dios escribe en el corazón de sus hijos e hijas. Luego la conducta cristiana queda remitida a la voz de la conciencia, que es ese "lugar sagrado que Dios se reserva en el corazón del hombre y de la mujer para invitarlo a hacer el bien y evitar el mal" (Gaudium et spes 16). Es ahí, en la soledad y sacralidad de la conciencia, donde se encuentran la voluntad humana con Dios, donde se resuelve la actuación personal. Es en ese espacio, dónde sólo Dios tiene cabida, y donde nadie de naturaleza humana tiene derecho a entrar, ni el Papa, ni los cardenales, ni los obispos, ni nadie; porque quien lo haga cae en el grave delito moral de "violar la conciencia ajena". Éste es el principio universal que forma parte del magisterio moral de nuestra Iglesia. Éste es el terreno que indebida y sistemáticamente fue vulnerado en la cristiandad y que con nostalgia se intenta re-imponer en una época en que no cabe sino, el respeto a la conciencia humana. Sí es terreno de la Iglesia ayudar a formar la conciencia cristiana, para que llegado el momento solemne de la acción cristiana, ésta sea una verdadera "actuación en conciencia". Cualquier otra acción persuasiva constituiría un inaceptable intento de "gobernar la conciencia ajena". Luego, los católicos del presente tendremos que aprender a vivir adultamente las convicciones cristianas con heroísmo, en una sociedad más abierta y plural que otorga mayores grados de libertad moral a la actuación humana. Los primeros cristianos, menos instruidos pero más coherentes, aprendieron a vivir sus convicción aun a costa del martirio; un martirio que terminó por doblegar la conciencia de los paganos, no por la imposición sino por la radicalidad de su testimonio. Desde siempre se nos ha hablado del sacerdocio común, como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco. Ese sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de otras culturas del Antiguo Oriente, es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a ser exclusivo de los hoy llamados clérigos.
El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos y sacrificios, ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda su vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados. Hay que volver al origen y retomar el Evangelio, porque nos hemos alejado de él, otorgando el título de sacerdotes, únicamente a una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida sobre él como una categoría superior, con poderes que la elevan sobre el resto de los fieles. Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías: una clerical y otra laical, con desigualdad entre ambas, es introducir algo contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundadas en el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no armonizadas. Así, en LG 10 se dice: "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo". Es el único texto donde se señala que la diferencia es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de Jesús se comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la primitiva Iglesia. Asignar a un "grupo" -los hoy clérigos- una participación singular y específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia esencial, es un invento posterior. EL Vaticano II recalca en mil partes la posesión y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella queda descartada toda desigualdad, discriminación o subordinación. El sacerdocio "jerárquico" no responde al sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en la primitiva Iglesia. Será, a lo más, una de lastareas o servicios que producirá y designará la comunidad sacerdotal, pero nunca en el sentido de transferirle un valor o dimensión nueva que le de plenitud en el obispo y en menor grado en el presbítero. El sacerdocio de Jesús es laical en él y en consecuencia en todos, y creará en las comunidades cuantas funciones, tareas, carismas o servicios (ministerios) sean necesarios. Es bueno cuestionar ciertos procedimientos eclesiásticos, que no encajan ni de lejos con la praxis y enseñanza de Jesús ni tampoco con la manera de ser y obrar de la Iglesia primitiva. El tema de laexcomunión aplicada y comentada estos días a personas cristianas, no hay por donde reconocerlo confrontado con el Evangelio y el vivir de los cristianos del comienzo. Como he dicho, ilustra sobremanera y sugiere modos de obrar distintos el estudio que un buen y reconocido biblista como Xabier Pikaza acaba de hacer: "La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes". Estudio sereno, riguroso, superdocumentado y que ayuda a poner en su lugar el poder abusivo de la clase clerical. En este momento de crisis y de inevitable y creativa renovación según propugna el Papa Francisco, se necesitan estudios así, para entender, aclarar y estimular propuestas que seguramente a muchos van a sorprender. Los caminos, que ahí se abren al futuro y que hay que ensayar y crear son innovadores, fecundos seguramente, si sabemos asumirlos responsablemente. Nada tienen que ver con el capricho, la indisciplina, o la rebeldía instintiva u otros motivos que algunos puedan imaginar. Surgen y hay que crear nuevas soluciones. PAZ y BIEN. Tampoco hoy celebramos una fiesta dedicada a Dios, celebramos que Dios es una fiesta todos los días, que es algo muy distinto. La fiesta es siempre alegría, relación, vida, amor. El creyente es aquel que se ha sentido invitado a esa fiesta y está dispuesto a participar en ella. La Trinidad tiene que liberarnos del Dios Poder y empaparnos del Dios Amor. El Dios todopoderoso es lo contrario del Dios trino. Dios es amor y solo amor. Solamente en la medida que amemos, podremos conocer a Dios.
Se nos dice que es el dogma más importante de nuestra fe católica, y sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos no pueden comprender lo que quiere decir. La Trinidad nos enseña que sólo vivimos, si convivimos. Nuestra vida debería ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad. Pero para llegar al Dios de Jesús, tenemos que superar el falso dios. Sí, el falso dios en quien todos hemos creído y en gran medida, seguimos creyendo los cristianos: • El dios interesado por su gloria, incluso cuando hace algo para sacarnos de la miseria. • El dios todopoderoso que si no elimina el mal es porque no le da la gana. • El dios que salva a uno de una enfermedad o peligro si alguien reza por él, pero que deja hundido en la miseria al que no tiene valedor alguno. • El dios ofendido que exige la muerte de su hijo para poder perdonar al ser humano. • El dios que premia a los que hacen lo que él quiere, pero condena a los que no. • El dios celoso de la moral sexual, pero que no le preocupa mucho la injusticia. • El dios que nos exige amar al enemigo pero que a los suyos los manda al infierno. Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar trazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba. La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra experiencia cristiana. Una profunda vivencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación del misterio Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar errores en las formulaciones formales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús o mejor, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora decididamente en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de demostrar la existencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver. No debemos pensar en tres entidades haciendo y deshaciendo, separada cada una de las otras dos. Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el Dios UNO. Es urgente tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas relacionándose con nosotros, estamos hablando de Dios. En teología, se llama "apropiación", (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a las tres personas. Ni el Padre solo crea ni el Hijo solo salva ni el Espíritu Santo santifica por su cuenta; Todo es "obra" de Dios. Nada de lo que podemos pensar o decir sobre Dios es adecuado a su ser. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios son incorrectos. Todo lo que sabemos racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Con frecuencia, los ateos están más cerca del verdadero Dios que los creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en todos los ídolos. Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: "Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate". Las primeras líneas del "Tao" rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de "ama", "perdonó", "salvará", nos equivocamos, porque en Dios los verbos no se conjugan; no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene "acciones". Dios todo lo que hace los es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano y en Dios el AMOR, es algo muy distinto. Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Este experimentar que Dios es amor, sería lo esencial de nuestro acercamiento a Él. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaronágape. Nuestro amor es una cualidad, que podemos tener o no tener. En Dios es su esencia, es decir, no puede no tenerlo, porque dejaría de ser. Vivir la experiencia de Dios Trino, sería convivir. Estamos hechos para el encuentro y la comunicación. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de mi ser. Acercarse a Dios es descubrir la Trinidad. La experiencia del Dios cristiano nos empujaría a ser como Él, Padre, Hijo y Espíritu a la vez. En cada uno de nosotros se tiene que estar reflejando siempre la Trinidad. Debemos empezar por descubrir a Dios en nosotros, como parte de nuestro ser. Pero no se agota ahí. Descubrimos a Dios con nosotros en los demás. Pero no se agota ahí. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios. Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva para los que se dicen creyentes y los que se proclaman ateos es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera nuestro teísmo interesado. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateismo. El Dios revelado por Jesús, es amor. Pero ¡ojo! No es un ser que ama sino el amor mismo. En Dios el amor no es una cualidad como en nosotros, sino su esencia. Si dejara de amar un solo instante a un solo ser, dejaría de existir. Esto es la esencia del evangelio. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios. Confianza absoluta y total porque, aunque quisiera, no puede fallarnos. En esa confianza consiste la fe. Porque Dios ES amor, está incapacitado para condenar. Sólo puede salvar. No confiar en esa salvación de Dios, es estar ya condenado. Meditación-contemplación Dios es amor, pero ese amor no responde a nuestra idea del amor. Dios es: El que ama, el amado y el amor. Los tres a la vez. Este modo de hablar es incomprensible para nosotros. La mente solo entiende un sujeto que ama, un objeto amado y el amor mismo. .......................... La creación no es más que la manifestación de ese Dios. En toda criatura queda reflejada su manera de ser. En todo ser creado está el amante, el amado y el amor. El hombre tiene la capacidad de entrar intuitivamente en esa dinámica. ................. No puede haber meta más alta, que dejarse arrastrar por ese torbellino. Es Vida en el sentido más profundo de lo que podemos entender. Vida que me lleva más allá de mí mismo y colmaría mi ser. Vida que colmaría mi ansia de felicidad. El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.
Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios. La única definición bíblica de Dios La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero. Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando: «Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Ex 34,6-7). Así es como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del AT: «Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso, paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15). «El Señor es compasivo y clemente, paciente y misericordioso; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente cariño por sus hijos, siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14). «El Señor es clemente y compasivo, paciente y misericordioso; El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9). «Sé que eres un dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso, que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2). El evangelio insiste en este tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata sólo de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan grande que nos entrega a su propio hijo para que nos salvemos y obtengamos la vida eterna. La segunda lectura ha sido elegida porque menciona juntos (cosa no demasiado frecuente) a Jesucristo, Dios Padre y al Espíritu Santo. En esas palabras se inspira uno de los posibles saludos iniciales de la misa. Nuestra respuesta: amor con amor se paga Aunque lo esencial de la fiesta y de las lecturas es inculcarnos la confianza en el amor de Dios, también se sugiere de pasada la respuesta que merece de nuestra parte. En la primera lectura, Dios se convierte para Moisés en modelo de amor al pueblo: las etapas del desierto han sido momentos de incomprensión mutua, de críticas acervas, de relación a punto de romperse. Ahora, las palabras de Dios mueven a Moisés a interesarse por el pueblo y a demostrarle el mismo amor que Dios le tiene. En la carta de Pablo a los corintios, Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario, siempre alegres. El evangelio anima a agradecer a Dios Padre la entrega de su Hijo y a aceptarlo con fe. Es característico del lenguaje religioso que únicamente tenga sentido para quienes comparten esa religión. Porque se trata de un "idioma particular", que utiliza las claves propias del mismo.
Por eso, cuando se toma en su literalidad, solo será captado por aquellas personas que comparten ese mismo credo y, además, se hallan situadas en el mismo nivel de consciencia en que el texto fue escrito. Eso es lo que puede ocurrirnos en la lectura de este texto. Da por supuesta la existencia de Dios, como un ser separado, y quiere mostrarlo como amor hacia la humanidad. Y la "prueba" de ese amor es que entrega a su propio Hijo. Mientras lo lee una persona cristiana que se halla en un nivel de consciencia mítico y en una perspectiva dual (mental, teísta), el texto no ofrece dificultad, porque está escrito precisamente en esas mismas claves. Para un cristiano que se encuentra en ese estadio, se trata sencillamente de la adhesión mental a una creencia: Dios ha enviado a su Hijo, para salvarnos, y eso constituye la mayorprueba de su amor por nosotros. Sin embargo, en cuanto se modifica la perspectiva del lector –porque ha superado el estadio mítico o empieza a moverse en una perspectiva no dual-, las dificultades surgen inmediatamente. Porque se han modificado las "claves" de lectura y, con ellas, las imágenes empleadas. Si, por otro lado, se acerca al texto una persona no religiosa, no podrá entrar en sintonía con él, ya que su propio "idioma particular" constituirá un obstáculo prácticamente insalvable. Con todo ello, parece que será necesario un doble cuidado en su "traducción": por un lado, habrá que utilizar un lenguaje "universal", en el que todos puedan reconocerse; por otro, habrá que trascender la literalidad y desentrañar el contenido que se percibe desde la perspectiva no-dual. Si el término "Dios" hace referencia al Misterio de lo que es, su "Hijo" es, sencillamente, todo lo que percibimos. La tradición cristiana lo ha personalizado en Jesús de Nazaret. Pero, desde la no-dualidad, Jesús es sencillamente expresión de lo que somos todos. Hablar de un Dios personal que "entrega" a su Hijo para salvarnos, y que eso se presente como prueba de amor hacia nosotros, se parece demasiado a una proyección de nuestros modos humanos de hacer. Sin embargo, la intuición es acertada: el Misterio de lo que es, se nos está "entregando" permanentemente en el despliegue de todo lo que se manifiesta. Por eso, en cualquier persona, en cualquier objeto, en toda circunstancia, podemos apreciar su "rostro". Y, más allá de las "peripecias" existenciales que nuestra mente toma por "reales", ese Misterio es amor desbordante. Porque el amor no tiene que ver con lo emocional ni, mucho menos, con los apegos característicos del yo apropiador. Amor es la consciencia clara de no-separación de nada. Por eso, es la primera constatación: no existe nada separado de nada; todo se halla admirablemente interrelacionado, es decir, todo es amor. Más allá de lo que ocurra, más allá de cómo se sientan los yoes, todo constituye una única red, de la que nunca podremos separarnos. Quizás sea este hecho el que ha llevado a las religiones a proclamar que el "primer mandamiento" había de ser el de "amar a Dios sobre todas las cosas". Con el cambio de perspectiva, lo que pudo parecernos una exigencia de un Dios celoso, lo percibimos como una declaración de sabiduría: amar a Dios sobre todas las cosas significa reconocer la unidad de todo, y vivir en coherencia con ello. Quien percibe esto, ya está "salvado". Quien no lo percibe –añade el texto- "ya está condenado". Pero no porque no tenga una adhesión mental a la persona de Jesús –como entendía la lectura mítica, que condenaba a quienes no profesaran, mentalmente, la "fe verdadera"-, sino porque permanece en la confusión de creer que somos como islotes separados, y que el pequeño yo o ego constituye nuestra identidad última. Creer en el "Hijo único de Dios" es abrir nuestro corazón y nuestra mirada a reconocer que todo es Uno: todos –todo- somos el Hijo único de Dios, la expresión que toma el Misterio en tantas formas cambiantes. "Una regla de vida y un regalo para la Iglesia". Así define el Papa el celibato. Un bien, un enorme bien, pero siempre que no sea impuesto. La Iglesia siempre ha considerado el celibato como un carisma. Pero a los sacerdotes latinos se les impone obligatoriamente como condición sine qua non para poder ejercer su ministerio. Y, cuando un carisma se impone, se vacía de significación.
Por eso, muchos en la Iglesia (incluidos prestigiosos jerarcas, como el fallecido cardenal Martini) consideran que el celibato obligatorio es una rémora para la evangelización y para la autenticidad del clero, asÍ como un contrasigno y un freno a los derechos humanos. Y, vox populi, vox Dei, el 75% de los fieles católicos es partidario de que pase a ser opcional. Tanto en África como en Latinoamérica se puede constatar a simple vista la abolición práctica del celibato. Un carisma que no encaja en sus culturas, donde la paternidad es un don. Muchos curas tienen mujer e hijos. Y sus obispos lo saben perfectamente. La propia Iglesia católica admite en su seno a decenas de curas anglicanos casados que se pasan al catolicismo y siguen ejerciendo el ministerio sacerdotal. Con evidente agravio comparativo para las decenas de miles de curas católicos que, por haberse casado, fueron obligados a abandonar el ministerio y reducidos al estado laical. Y, hasta tachados de "traidores". Los curas católicos de rito oriental también pueden casarse. Antes, su presencia se circunscribía a los países del Este, pero ahora ya proliferan en España, a donde se desplazan siguiendo a sus fieles rumanos, búlgaros o ucranianos. Doble rasero. Doble vara de medir e ingente desperdicio de recursos, para una institución que ya no puede cumplir con su obligación primordial: celebrar la eucaristía para sus fieles. Los curas casados católicos son más de 100.000 en todo el mundo y unos 6.000 sólo en España. A pesar de que, según la doctrina católica, siguen siendo sacerdotes eternamente, porque el sacramento del orden imprime carácter, una vez que se casan, no pueden volver a ejercer como tales. Sin razones teológicas de peso para apuntalar su obligatoriedad, el celibato sólo se justificaría por imperativo económico. Porque, como sostiene el sociólogo Lewis Coser, la Iglesia es una "institución voraz", que tiene que alimentarse de sus miembros y monopolizar su fidelidad para poder subsistir. Con el celibato opcional, el sacerdote perdería poder sacral, dejaría de situarse por encima del laicado y le costaría menos ponerse a su servicio en igualdad de condiciones. Al mismo tiempo, compartiría la misma vida familiar de la mayoría de sus fieles y sufriría sus mismas penas y compartiría sus mismas alegrías.El cura como uno más, como un servidor de la comunidad. |
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