Tanto en la primera lectura como en el evangelio se constata que un "profeta" hace un milagro, una resurrección, y que por eso la gente hace un acto de fe: "Dios nos ha visitado, el milagro es una prueba".
Dejo de lado la discusión sobre la historicidad y veracidad de los relatos, porque en el mensaje de los mismos hay algo que me preocupa más. Emperezaré por algunas preguntas: ¿Si no hay milagros no hay fe? ¿Nos consta con certeza que el responsable de esa acción sorprendente es Dios? Si Dios puede hacer las cosas bien ¿por qué las hace mal? Todo ello nos va a llevar a dos conclusiones muy importantes para nuestra fe. La primera trata del conocimiento de Jesús. Precisamente en esta semana (el viernes) la Iglesia ha situado una fiesta, más bien reciente: la del Corazón de Jesús. Y precisamente el evangelio de hoy nos proporciona una pista excepcional: "hijo único de su madre viuda" es la expresión de una tragedia superior entonces a lo que sería hoy. La viuda desamparada no tiene nada, ni derechos, ni modo de vivir, ni personalidad jurídica... nada. Es la figura desamparada de la madre la que conmueve a Jesús. Los evangelios están llenos de esa expresión: al ver una desgracia, a Jesús "se le revolvieron las tripas" (que la culta traducción eclesial suele expresar con "se le conmovieron la entrañas"). Es el punto débil del carácter de Jesús, y a la vez su motor más poderoso. No puede resistirse, no puede tolerar la desgracia, mucho menos la injusticia, y eso le mueve a actuar aunque sea quebrantando la Ley. Pero ése es su poder, eso es precisamente lo que nos fascina y lo que nos mueve a seguirle, que su corazón no es solamente veraz, valeroso, firme, sino, sobre todo, capaz de com-padecer, de sentir como propios los problemas de los demás. Y éste es el corazón de su mensaje ¨como a ti mismo". El que sigue a Jesús no hace diferencia entre yo y nosotros, su corazón no se lo permite. Esta manera de situarse ante los demás es consecuencia de la primera verdad, el descubrimiento fundamental de Jesús y de los que le seguimos: "Dios me quiere más que mi madre", es decir, que al descubrir el corazón de Jesús descubrimos el corazón de Dios: Dios tiene corazón de madre, y eso lo cambia todo, incluso pone patas arriba algunos dogmas que nosotros la iglesia hemos manejado con bastante ligereza. Pero la segunda consecuencia de la resurrección del hijo de la viuda es la serie de preguntas que se nos plantean. Y una primera pregunta, que a veces se da, es: puesto que podía hacerlo ¿por qué no curó Jesús a todos los leprosos, a todos los ciegos, por qué no resucitó a todos los muertos? La razón es bien sencilla: los límites de su poder están marcados por su humanidad. Jesús es un médico, un sanador y cura lo que encuentra, lo que se le pone delante. ¿Por qué no nos convencemos de una vez de la verdadera humanidad de ese hombre? Pero la pregunta se levanta hacia Dios. Dios sí puede, ¿por qué no lo hace? ¿Cómo hacemos compatibles los sufrimientos del mundo con la fe en Abba? Y aquí topamos con nuestra propia limitación. La única respuesta que tenemos es la del libro de Job: ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? Es decir, yo no creo en Dios/Abbá porque pueda responder a todas las preguntas. Creo en Abbá porque me fío de Jesús, aunque hay muchas preguntas a las que no puedo responder. De todos modos, los que creen sólo cuando ven milagros, sospecho que no tienen demasiado bien fundada su fe. PROFESIÓN DE FE Yo creo sólo en un Dios: en Abbá, como creía Jesús. Yo creo que el Todopoderoso creador del cielo y de la tierra es como mi madre y puedo fiarme de él. Lo creo porque así lo he visto en Jesús, que se sentía Hijo. Yo creo que Abbá no está lejos sino cerca, al lado, dentro de mí, creo sentir su Aliento como un Brisa suave que me anima y me hace más fácil caminar. Creo que Jesús, más aún que un hombre es Enviado, Mensajero. Creo que sus palabras son Palabras de Abbá Creo que sus acciones son mensajes de Abbá. Creo que puedo llamar a Jesús La Palabra presente entre nosotros. Yo sólo creo en un Dios, que es Padre, Palabra y Viento porque creo en Jesús, el Hijo el hombre lleno del Espíritu de Abbá.
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La compasión constituye, junto con la gratuidad, la columna vertebral del mensaje de Jesús. Y no es sino la otra cara de la sabiduría o de la comprensión. La persona que "ve" es compasiva, así como la práctica compasiva es un camino seguro para la visión.
El texto de hoy traduce el original griego como "lástima" –a gusto del traductor-, pero el sentido sigue siendo el mismo: splagchnizomai significa "conmoverse en las entrañas" ante el dolor y brindar una ayuda eficaz en la medida de las posibilidades. La compasión no es un sentimiento superficial, pasajero o paternalista. Es la capacidad de sentir como el otro siente, poniéndose en su lugar, tratando de ver las cosas como él las ve. Por eso, la compasión significa también la capacidad de poner amor donde hay dolor. Mal que le pese a nuestra curiosidad, resulta imposible saber cuál es el hecho histórico que se halla detrás del texto que comentamos. El evangelio sigue siendo "evangelio" y no "crónica periodística". Tampoco sirve de mucho saber qué fue lo que ocurrió realmente, y cómo la tradición posterior fue "agrandando" y enriqueciendo el relato hasta convertirlo en la catequesis que hoy leemos. Leído como "evangelio", el texto nos habla de realidades radicalmente humanas: el dolor, la muerte, la vida y la "visita" de Dios. Dolor y muerte –junto con el nacimiento y la enfermedad- remiten a la impermanencia de todo. Todo lo que tenemos, el yo incluido, está sometido a la ley de la fugacidad. Todo ello pasará y terminará desapareciendo: todo lo que nace tiene que morir, en las dos caras de nuestra realidad manifiesta. Por eso, en la medida en que estamos apegados a ello, el sufrimiento será inevitable. Es claro que somos seres sintientes y, como tales, experimentamos dolor cuando muere una persona querida o cuando nos ocurre cualquier tipo de pérdida. Es inevitable, y ese dolor forma también parte del lote de nuestra existencia. Pero el dolor se convierte en sufrimiento inútil solo en la medida de nuestro apego. Apego es lo opuesto a libertad. Y supone identificación con el yo. Quien se apega es siempre el yo, porque no puede vivir de otro modo. Dicho con más precisión: el yo es solo una ficción; y es precisamente la sensación de apego la que nos lleva a creer en la existencia autónoma de algo que llamamos "yo". Si el dolor y la muerte nos sitúan en la fugacidad, la vida nos conduce a nuestra verdad más profunda. Porque la vida no es "algo" aparte, que podemos o no tener y, por eso mismo, perder en algún momento. La vida no es "algo" que miramos "desde fuera", como nos hace creer la mente que, por su propia naturaleza, solo puede ver todo como objeto separado. La realidad es que no podemos ser otra cosa, sino Vida. Y eso que somos es lo único que permanece: no morirá jamás porque jamás nació. ¿En qué consiste, entonces, la sabiduría? En comprender (o "ver") que no somos el yo, sino la Vida, sin ningún tipo de límite, frontera ni separación. Al percibir así nuestra verdadera identidad, es cuando caemos en la cuenta de que yo soy, en realidad, todo otro, cualquier "tú" con el que me encuentro, y que todo rostro refleja mi rostro: todos los seres son reflejo de la Vida. Esto es lo que vivió y enseñó Jesús: "Yo soy la Vida" (Jn 11,25), proclamaba. "Yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; yo soy quien la doy por mi propia voluntad. Tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo" (Jn 10,18). Lo que llamamos "Vida" es una de las formas con que podemos nombrar a "Dios". Dios es todo lo que es y que en todo se manifiesta. Del mismo modo que no podemos percibirnos separados de la Vida, tampoco hay ninguna "distancia" con respecto a Dios. Vida o Dios no es sino la Mismidad de todo lo que es, el núcleo que nos constituye, y que nos hace reconocernos en todo lo que aparece ante nosotros. Celebrada la Ascensión, retomamos el tiempo ordinario, pero como los domingos siguientes tenemos las tres grandes fiestas de Pentecostés, Trinidad y Corpus, aún no habíamos retomado los domingos de ese tiempo litúrgico. Se trata del periodo más largo del año, que nos llevará hasta el nuevo año litúrgico con el Adviento.
Como sabéis, este año no toca leer el evangelio de Lucas. Este evangelio es el que más se preocupa de la vida cotidiana de Jesús: para Lucas, Jesús predica más con lo que hace que con lo que dice. Refleja como ningún otro la reacción de Jesús ante el sufrimiento de la gente, sobre todo de los pobres y marginados; por eso se le suele llamar el evangelio de la misericordia. El contexto general del evangelio que leemos, es la norma de lo que solía hacer Jesús. Acompañado de sus discípulos, recorre los caminos de Galilea, llevando a todas partes la palabra de Dios y la ayuda a la gente que se siente abandonada. En Lucas se aprecia mejor esta manera de actuar, porque acompaña siempre los relatos con todo lujo de detalles, que nos permiten adentrarnos en el ambiente en que se producían los "milagros". En el relato que leemos hoy, la gente que acompañaba a Jesús y la que acompañaba a la viuda se aúnan para dar gloria a Dios. En el evangelio de hoy se nos narra un episodio espectacular, la resurrección del hijo único de una viuda. Es muy difícil precisar en este texto qué es lo que pasó realmente. Sorprende que un acontecimiento como la resurrección de un muerto se narre en un evangelio y se ignore en otros. La única resurrección que se encuentra en los tres sinópticos es la de la hija de Jairo. Y en los tres se pone en boca de Jesús esta frase: "la niña no está muerte, está dormida". También nos tiene que hacer pensar el paralelismo que existe entre este texto y la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por el profeta Elías, que hemos leído en la primera lectura. Con frecuencia se toma el AT como modelo para explicar a Jesús. De grandes profetas del AT se narraban resurrecciones. Es muy fácil que la tradición intentara con estos relatos potenciar la idea de que Jesús era un gran profeta, que no podía ser menos que lo más grandes del AT. De hecho el relato termina dando gloria a Dios porque ha visitado a su pueblo con el envío de un gran profeta. En todo caso lo que quieren resaltar no es el milagro en sentido estricto, sino el poder de Jesús de dar vida trascendente, significada en esa vida fisiológica recuperada. Desde que existen los periodistas y los sucesos se narran según lo que pasó realmente, no se ha vuelto a hablar de resurrección. Aunque es verdad que se ha constatado la vuelta a la vida de personas que se habían dado por muertas. El principal argumento para superar esta trampa no es que Dios tenga o no tenga poder para hacer tal cosa, sino que es absurdo obligar a Dios a entrar en nuestra dinámica y quedarnos tan contentos porque Él cambia de criterio y vuelve a hacer el mundo tal como nos gustaría a nosotros. Para valorar este relato debemos tener en cuenta el ambiente en que se narra. Las mujeres no contaban en aquella época. Una viuda no tenía la más mínima posibilidad de desenvolverse ni social ni económicamente. La única salvación de una viuda era el hijo, por eso se resalta que era único, es decir la única esperanza de la viuda. La muerte del hijo de una viuda se consideraba un durísimo castigo de Dios. En el relato, Jesús quiere dejar claro que en ningún caso la actitud de Dios es la de castigar a nadie, y menos a una pobre viuda. Con frecuencia encontramos en los evangelios una profunda crítica de un mesianismo milagrero. Sin duda fue uno de los mayores peligros de interpretar equivocadamente a Jesús. En el capítulo 6 del evangelio de Juan, después de la multiplicación de los panes les dice a los que le buscaban para proclamarle rey: "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". Esa tentación es todavía muy fuerte entre nosotros. No hay más que examinar nuestras oraciones litúrgicas o echar un vistazo por Lourdes o Fátima para comprenderlo. Intentamos a toda costa fabricarnos un Dios todopoderoso que acto seguido, ponemos a nuestro servicio. Él accederá a todo lo que le pidamos con tal de que nos comportemos como él quiere. Es la misma dinámica que tenían los hombres del Paleolítico. Aplacar a Dios, tenerle contento porque de esa manera no empleará su omnipoten¬cia contra nosotros, sino contra otros. Podemos descubrir un simbolismo profundo entre la muchedumbre que acompaña a la viuda identificados con la muerte y sin solución para esa situación extrema y Jesús y el gentío que le acompaña, que vienen transformados por la vida que él mismo les comunica. La muerte y la vida se encuentran pero la vida es más fuerte que la muerte y termina por envolverles a todos. Todos proclaman la gloria de Dios que les ha llevado a la vida. Hay un dato en el relato muy interesante. Nadie le pide a Jesús que haga algo por la viuda. Es él el que se siente movido por la compasión (le dio lástima). Este hecho nos hace comprender la calidad humana de Jesús que a su vez, es reflejo de lo que sería Dios si pudiera actuar como nosotros. La compasión es, para mí, la manera más certera de hablar de una verdadera humanidad. Se ha dicho muchas veces que el mensaje cristiano se resume en el amor. Creo que mucho más acertada sería la palabra compasión para hablar de la misma realidad. No es preciso tener la capacidad de resucitar a un muerto par ser testigos de la vida y llevar vida a todas partes. Todos tenemos la obligación de llevar alegría y optimismo a donde vayamos. No son las carencias naturales (dolor, enfermedad, muerte) lo que nos impide ser felices. Es la actitud ante ellas lo que nos impide descubrir las inmensas posibilidades que todos tenemos a pesar de esas limitaciones. Solo si despliego esas posibilidades en mí, estaré preparado para ayudar a los demás a descubrir las suyas, a pesar de sus limitaciones. La gran tentación es exigirle a Dios que nos saque de nuestras limitaciones. Muchas veces nos ha metido por este callejón sin salida la misma religión. Nuestras limitaciones no son accidentes. No es que a Dios le saliera mal la creación y ahora tiene que andar con parches. Ni el mismo Dios podía hacer una creación sin limitaciones. Por eso es ridículo creer en un Dios que podría sacarnos de esas situaciones que consideramos insufribles, y que no lo hace porque está encantado viéndonos sufrir. Lo que nos falta no puede anular todo lo que tenemos. Meditación-contemplación La muerte no es nada, las limitaciones son ausencia de ser. Lo real es lo que soy y puedo desplegar. Si dejo de pensar en mis carencias, me asombraré de la riqueza que tengo al alcance de la mano. ................ También en el orden espiritual es verdad lo dicho. Empeñarnos en no tener fallos es frustrante, porque fallos los tendremos hasta la hora de morir. Fíjate más en todo el bien que puedes hacer cada día. ................ Tampoco te dediques a mirar con lupa los fallos de los demás. Todos son mucho más que esos fallos que puedes detectar en ellos. Hacerles ver lo bueno que hay en ellos, puede animarles mucho más a ser mejores. La Iglesia católica persiste en negar la libertad de matrimonio para sus ministros; la abstinencia sexual fue impuesta en 1123 y los papas pío IV y Gregorio XIII tuvieron hijos ilegítimos. Hoy abundan concubinatos y pedofilia, así como las corrientes que piden flexibilizar la regla.
• El papa Francisco heredó una Iglesia plagada de problemas y la necesidad de dar un cierre definitivo al enorme escándalo de abuso de niños por parte de sacerdotes, una brasa que ardió en las manos de su antecesor, Benedicto XVI. El 5 de abril, antes de que se cumpliera un mes de su elección y consciente de la importancia que tiene el combate al abuso sexual para “la Iglesia y su credibilidad”, Francisco se reunió con el jefe doctrinal de la Santa Sede, el arzobispo Gerhard Muller y le pidió mano dura tanto para evitar el flagelo que alcanzó a miles de parroquias en todo el mundo como para “asegurar que ahora sus perpetradores sean castigados”. La necesidad del castigo ejemplar innova sobre una práctica histórica de la Iglesia católica que prefirió siempre mantener a rajatabla la rigidez de la doctrina —a sabiendas de que el hombre, por su debilidad, terminará probablemente por quebrantarla— para ejercer luego la dadivosa comprensión del transgresor concediéndole el beneficio de la confesión y el perdón. El telón de fondo de todos estos escándalos es la polémica sobre el voto de celibato, que se pregunta si las pasiones irrefrenables no son la obvia contracara de una prohibición que va contra la naturaleza de los hombres. Si bien los especialistas en sexualidad afirman que la pedofilia es una perversión que no está vinculada con la abstinencia sexual al punto de que puede ejercerse en simultáneo con una vida heterosexual “normal”, a lo largo de los últimos 50 años han proliferado en toda Europa los movimientos de sacerdotes que piden “flexibilizar” el celibato para que sea una opción y no una obligación en el camino religioso. Para justificarlo esgrimen el dato no menor y “curiosamente” desconocido de que la Iglesia católica no fue monolítica en torno al tema del celibato a lo largo de la historia. No existe en el Nuevo Testamento ninguna ley que imponga el celibato a los curas. Por el contrario, una carta que San Pablo envió a su discípulo Timoteo dice: “Los sacerdotes deberán ser hombres casados una sola vez, que sepan gobernar en su casa. Porque si no son capaces de gobernar en su hogar ¿cómo van a poder gobernar la Iglesia?”. Aunque ya desde el Antiguo Testamento algunos hombres, como Elías y Jeremías, prefirieron ser célibes, y aunque en los tiempos de Jesús los rabinos hablaban de casarse con la Torah, lo que quería decir dedicar toda la vida al estudio de la Palabra, hasta la llegada de Cristo y después San Pablo, el único estado de vida conocido era el matrimonio. Los rabinos (maestros) enseñaban que el hombre era sólo medio hombre si no se casaba a los 20 años. San Pablo eligió su celibato desde antes de convertirse en cristiano y lo recomendó para aquellos dedicados a servir a Dios en este mundo. Sin embargo, como se dirigía a una audiencia general aconsejó, como Jesús, seguir la vocación dada por Dios, ya sea el celibato o el matrimonio: “Cada uno se desenvuelva en la condición en que lo puso el Señor, tal como lo encontró el llamado de Dios. Así lo ordeno yo en todas las Iglesias”. Las primeras interdicciones se remontan a principios del siglo IV, pero fueron esporádicas. Según Le controle des naissances (El control de nacimientos), de André Dumas, recién a partir del siglo V la ley empezó a prohibir a los sacerdotes que fueran casados, pero esta prohibición solo alcanzaba a los obispos, no al clero. La prueba de que la restricción no era terminante fue el Concilio de Rímini, realizado en julio del año 359, al que asistieron 300 obispos casados, una cifra considerable dados los pocos obispos que había por entonces en el mundo latino. Y no solamente los sacerdotes tenían esposas. Hay pruebas contundentes de que los canónigos y el clero bajo tenían concubinas, algo criticado en muchos concilios. Se sabe por ejemplo que en el año 1000, por exigencia de los concilios de Maguncia y Augsburgo —realizados dos siglos antes—, el obispo de Brema tuvo que expulsar de la ciudad a las concubinas. Y también se sabe —según cuenta el historiador católico Daniel Rops— que al Concilio de Constanza se desplazaron 700 prostitutas para atender a los obispos y al clero. Recién en el siglo XI las interdicciones se generalizaron como regla, pero no eran para todos: estaban dirigidas en lo fundamental a impedir un segundo casamiento por parte de los ministros viudos. Cuando el primer Concilio de Letrán exigió en 1123, la obligación del celibato, ésta sólo rigió para el mundo latino: en el Oriente cristiano se había declarado que hombres casados podían ser ordenados sacerdotes, y así rige hasta el día de hoy. Si bien en 1139 el Concilio de Letrán II impuso la obligatoriedad del celibato para todos los miembros de la Iglesia, hasta el siglo XIII se conocen casos de sacerdotes casados formal y públicamente. Recién en el Concilio de Trento (1545-1563) se sancionó solemnemente y de forma definitiva el celibato clerical: a partir de allí la castidad y la virginidad son considerados superiores al matrimonio. ¿Qué hizo que se cambiara el criterio y que de la objeción inicial, referida a un segundo casamiento luego de la viudez, se pasara a la certeza de una incompatibilidad fundamental entre los estados conyugal y sacerdotal? Hay acuerdo en que el arrepentimiento de San Agustín fue determinante, al dictaminar —luego de una vida dedicada a los vicios— que el sacerdote debe ser casto y moverse únicamente en terrenos espirituales porque la construcción del reino de Dios es una tarea tan titánica que necesita una dedicación full time y todas las energías. Para él no había dudas de que se trata de un voto consciente y voluntario que debe hacer todo aquel que quiera abrazar la carrera religiosa como prueba de entrega y modo de selección de las mejores almas. Así fue como la Iglesia católica, en la lucha por la castidad, prefirió sostener a rajatabla su dogma, aun sabiendo que podía ser trasgredido. La imposibilidad de cumplir el voto a rajatabla era un secreto a voces. Tres siglos antes de ese concilio donde se impuso el celibato, durante el Concilio de Aiz-la-Chapelle, se había admitido abiertamente que en los conventos se realizaban abortos e infanticidios para encubrir la actividad de los clérigos, y el obispo Ulrico, reivindicando el sentido común, argumentó a favor de permitir que los obispos se casaran como la única forma de purificar la Iglesia de los peores excesos. Ni siquiera en las altas cumbres vaticanas era fácil cumplir el voto. En 1045 el papa Bonifacio IX se dispensó a sí mismo del celibato y renunció al papado para poder casarse. Varios papas tuvieron hijos ilegítimos en los siglos XIII y XIV —Inocencio VIII, Alejandro VI y Pablo III. E incluso después de la sanción solemne del celibato en el Concilio de Trento, los papas Pío IV y Gregorio XIII tuvieron hijos ilegítimos. ¿Por qué ante las evidencias siguió imponiéndose el voto de castidad en el seno de la Iglesia católica? En su libro Los bienes terrenales del hombre, el sociólogo estadunidense Leo Huberman da razones muy pragmáticas: “La Iglesia era el mayor terrateniente de la época feudal. Los aristócratas, preocupados por la clase de vida que habían llevado, querían asegurarse de que al morir irían a la diestra de Dios, por ello donaban tierras a la Iglesia; quienes sabían que la Iglesia cuidaba a enfermos y pobres hacían lo mismo, mientras algunos nobles y reyes crearon la costumbre de ceder parte de las tierras conquistadas en las guerras a la Iglesia. De ésta y otras maneras la Iglesia acrecentó sus posesiones a lo largo de varios siglos hasta que llegó a ser dueña de la mitad de toda la tierra en Europa occidental. Según relata Huberman, en tiempos en que se impuso el voto del celibato, los curas o abades vivían del diezmo (la gente aportaba a la Iglesia el 10 por ciento de su salario) y el poder político y económico de la Iglesia se hubiera desbaratado si cada sacerdote hubiera tenido que mantener seis o siete descendientes y repartir entre ellos sus tierras. A partir del siglo XVIII las leyes eclesiásticas iniciaron una progresiva rigurosidad interna. El Código de Derecho Canónico de 1917 estableció penas para los delitos cometidos por religiosos: por concubinato se les suspendía a divinis (canon 2359-1), y por corromper menores de 16 años, adulterio, estupro, sodomía o zoofilia, se les suspendía y declaraba infames (canon 2359-2). Cuando en la década de 1970, y ventilando numerosas situaciones internas, el papa Paulo VI (1963 a 1978) optó por conceder autorizaciones a quienes desearan contraer matrimonio, cerca de cuatro mil 800 sacerdotes dejaron la Iglesia a través de esa dispensa. Estos permisos fueron negados en forma sistemática a partir del pontificado de Juan Pablo II, quien prefirió el método tradicional de alentar al cumplimiento del voto y actuar sobre las consecuencias. Los primeros casos de abuso sexual en el seno de la Iglesia denunciados de forma pública se presentaron en la década del noventa en Estados Unidos y en Irlanda. El informe John Jay encontró acusaciones contra cuatro mil 392 sacerdotes estadunidenses en el lapso de 50 años, lo que representaba el 4 por ciento del clero de ese país. Se trataba de víctimas menores de edad, numerosos niños impúberes y en su mayoría varones y el escándalo produjo la apertura de nuevas causas públicas en otros países de Occidente. La abrumadora cantidad de casos de pedofilia obligó a la Iglesia católica a endurecer las penas que ella misma había suavizado en 1983 cuando a través del Código de Derecho Canónico condenó el concubinato con la pena de suspensión simple, y dejó librado al término genérico de “penas justas” el castigo por todos los demás delitos sexuales. Artículo recibido de la página web: “Quo vadis”. Omitieron el nombre del periódico. Se podría pensar que se trata del Excelsior, de México? Nota. Héctor Torres dividió el artículo en varios párrafos, porque en la versión recibida venía casi todo el escrito en un solo bloque. Además, colocó frases en rojo. Felipe Berríos, el jesuita que causa polémica en Chile, hoy vive en la República Democrática del Congo.
“La Iglesia ha caído en un lenguaje de secretismo, de verdades a medias y la gente se ha acostumbrado a estar leyendo entre líneas”. Con esta frase, el sacerdote jesuita chileno Felipe Berríos abrió una entrevista que TVN, el canal público chileno, emitió la semana pasada, desatando un problema “diplomático” entre la jerarquía eclesiástica, su orden y otras congregaciones del país. Durante media hora, Berríos se dedicó a hacer una crítica no sólo a la Iglesia, sino también a la sociedad chilena, cuya elite -dijo- vive preocupada “de unos ritos sin contenido, que viven llenos de miedo y buscando una salvación, que Dios se las da gratuita, pero ellos quieren comprarla con buenas acciones”. Sus palabras también encendieron las redes sociales, que todavía siguen hablando de la entrevista. Parte por las palabras de Berríos y parte también por la airada reacción de la cúpula eclesial. Felipe Berríos no es un aparecido en la opinión pública chilena. Dueño de una labia que siempre es bien recibida en los medios, entre sus amigos se cuentan desde empresarios hasta mujeres de los barrios marginales, pasando por políticos, artistas y rostros de televisión. Su carisma no deja a nadie indiferente cada vez que se para frente a la cámara o escribe en algún diario. En África Las palabras de Berríos La Iglesia “La Iglesia ha caído en un lenguaje de secretismo, de verdades a medias y la gente se ha acostumbrado a estar leyendo entre líneas”. Los jóvenes “Les hemos mostrado un dios tan rasca, tan insípido, un dios que es más bien una moralina, que los chiquillos más bien prescinden de Dios”. “Los metemos en un tubo, los hacemos que se aseguren, que planifiquen su vida. Están pensando en tres años más y no viven el presente, los llenamos de miedo, están la mayoría de ellos endeudados. Entonces les hemos limado las garras. Son jóvenes sin ser jóvenes y eso es muy frustrante”. Los pobres “(La Iglesia) también discrimina. La prueba de la blancura es que tiene que ser una iglesia, como lo ha dicho el papa Francisco, de los pobres, y no está siendo una iglesia de los pobres. Los pobres son visita o motivo de caridad”. La elite “Ciertos grupos dentro de la iglesia han hecho un daño tremendo a la elite chilena. (Hacen) que se preocupen de unos ritos sin contenido, que vivan llenos de miedo y buscando una salvación, que dios se las da gratuita”. Los obispos “Se escogieron voceros del Vaticano. Obispos que no pensaban por sí mismos. Son gente muy buena, que no ha hecho nada malo, pero tampoco nada bueno”. Fue uno de los creadores de “Un techo para Chile”, la iniciativa de conseguir aportes privados para construir viviendas básicas y terminar con la marginalidad. Hoy se replica en 19 países de América Latina y El Caribe como “Un techo para mi país”. También fue columnista de El Mercurio, el diario más tradicional del país, donde en enero de 2009 publicó un polémico artículo criticando a los alumnos de las universidades privadas ubicadas en los barrios acomodados de Santiago, diciendo que se llenaban de conocimientos académicos sin conocer la realidad del otro lado de la ciudad. Ese mismo año su vida dio un vuelco fundamental: fue destinado a África, como parte de un grupo de jesuitas que se encarga de los refugiados en la República Democrática del Congo. Cambió políticos y famosos por los más pobres y hoy vive con lo básico, con limitada electricidad, sin teléfono y con limitado acceso a internet, razón por la cual se disculpó de no poder conversar con BBC Mundo. Sólo una salida a Ruanda por sus trámites de visa le permitó conceder la ahora polémica entrevista al popular programa “El Informante” de TVN. “Exageración” “Una completa exageración, una cosa completamente fuera de la realidad en general de lo que ocurre en la Iglesia”, señaló el primer obispo en reaccionar, Juan Ignacio González, en Radio Cooperativa. El vocero de la Conferencia Episcopal de Chile, Jaime Coiro, dijo sobre Berríos: “Habla desde la vereda del frente”, y el presidente de dicha institución y arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, le mandaba su bendición con lo que fue interpretado como una ironía. “Que le vaya bien en África”, se leía en La Tercera. Consultado por BBC Mundo, Jaime Coiro aclara la postura de la Conferencia Episcopal. “Para los obispos hay un grueso de los contenidos que formula el padre Felipe que son plenamente coincidentes con sus lineamentos”, como la crítica social al lucro, a la inequidad y al desencanto de los jóvenes. “Hay ciertas miradas autocríticas bastante compartidas”, asegura Coiro. Si la Iglesia está abierta a la autocrítica, ¿por qué entonces localizan a Berríos, sacerdote y parte de ella, “en la vereda del frente”? “Hay desazón, incomodidad, es este modo de hacerlo, como si él estuviera en la vereda del frente. Somos Iglesia y en la misma familia eclesial es posible decirnos estas cosas”, asegura Coiro. No todos están de acuerdo. Presiones de arriba Catedral de Santiago de Chile Las palabras de Berríos hicieron reaccionar al Arzobispado de Santiago y a la Conferencia Episcopal. El miércoles 29 de mayo el provincial de la Compañía de Jesús en Chile, Eugenio Valenzuela, enviaba una carta a los directores de El Mercurio y La Tercera apoyando los dichos de Berríos. “Su inserción con los más pobres en África hace creíble su profética llamada de atención y nos urge a luchar contra las escandalosas desigualdades de nuestro país”, se leía en las ediciones del día siguiente. Sin embargo, el mismo miércoles en la noche Valenzuela mandó un mensaje a Ezzati disculpándose por los dichos de Berríos. “Lamento mucho las declaraciones de Felipe. Encuentro que sus generalizaciones son injustas, nada aportan a la vida de la Iglesia y nuestra tarea evangelizadora. Le pido perdón”, decía el mensaje publicado en La Tercera tres días después. Tres sacerdotes chilenos consultados por BBC Mundo, que están en constante relación con la jerarquía, prefirieron no aparecer en este reportaje, argumentando que la cúpula eclesial está ejerciendo “mucha presión” para que los sacerdotes no se expresen críticamente en los medios. Dos coincidieron en que creen que en la disculpa jesuita hubo “presiones de arriba”. BBC Mundo intentó conversar con el arzobispo Ezzati, pero la entrevista fue rechazada por su jefa de prensa, argumentando que no quiere referirse más al tema. Existe consenso entre religiosos y fieles de la rama más liberal de la Iglesia chilena en que “autocrítica” y “vereda del frente” son para la cúpula la misma cosa. “Ojo crítico” El estudiante católico Rafael Zanetta, quien el año pasado denunció a un sacerdote ante la autoridad eclesiástica por abuso de poder, dice haber vivido en carne propia el “secretismo” del cual habla Berríos. Su caso es bastante conocido en Chile. Él también criticó a la Iglesia desde dentro, pero sólo se topó con portazos. Según Zanetta, de 25 años, Berríos habló con “ojo crítico, agudo y sincero” sobre la falta de transparencia y verdad que golpea a la Iglesia chilena. Zanetta pertenecía a un grupo del lado conservador de la polarizada Iglesia chilena. Era acólito de “El Bosque”, una parroquia del barrio acomodado, frecuentada por fieles para los cuales curas como Berríos eran una aberración. Mujer sostiene rosario El 67% de los chilenos se declara católico, según datos del censo de 2012. La misma parroquia que estuvo en el centro de la noticia luego de que su líder histórico, el sacerdote Fernando Karadima, fuera acusado de manipulación y abuso sexual. El joven presentó una denuncia ante el arzobispado de Santiago por abuso de poder en contra de Juan Esteban Morales, la mano derecha de Karadima. Sin embargo, alega que no encontró acogida en la cúpula eclesial. Desde que ingresó la denuncia nunca más recibió una comunicación formal desde el arzobispado. Y asegura que cuando finalmente el investigador del caso le comunicó que los antecedentes eran suficientes para demostrar la culpabilidad de Morales en el abuso de poder, según cuenta Zanetta, la cúpula eclesial no le entregó el fallo y posteriormente negó la culpabilidad de Morales. “Yo que soy un denunciante, o sea, parte activa del proceso, no tengo claro qué pasó. El investigador de todo este caso dijo una cosa y el obispo, a puertas cerradas y sin preguntarle a nadie, hizo otra”, le dice Zanetta a BBC Mundo. BBC Mundo solicitó acceso a dicho fallo, pero la respuesta entregada por la oficina de Comunicaciones del Arzobispado de Santiago fue que el fallo no es público. Sólo se le entrega al denunciado, y, efectivamente el denunciante no recibe una copia. En opinión de Zanetta, más allá de lo que permite o no el derecho canónico, la falta de transparencia de la Iglesia liderada por Ezzati y mencionada por Berríos “con ojo crítico, agudo y sincero” es un problema grave. “Es como que (Ezzati) no fuera consciente del daño que está haciendo, como que no le tomara el peso, como que para él fuera administrar un fundo”, asegura el joven. A pesar de eso, no se ha ido. Aunque se lo cuestionó todo y ahora se siente “50% católico” por culpa de “una Iglesia que se llama a si misma a ser portadora de la verdad, pero que cuenta la verdad a medias tintas”, asegura Zanetta. En el Evangelio de Jesús tenemos el programa social más importante que ha conocido hasta ahora la historia de la humanidad. Abarca todas las dimensiones fundamentales del hombre: el amor, la justicia, la fraternidad, la unidad, la igualdad, la salud, la alimentación, la felicidad, la vida, la amistad, la paz, la esperanza, el bienestar personal y social, etc.
El Evangelio nos relata varias decenas de hechos extraordinarios que realiza Jesús para restablecer la salud de las personas, a la que Jesús daba una importancia fundamental, ya que de ella depende el bienestar o sufrimiento de las mismas. Jesús curaba a toda clase de personas: niños, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos, incluso hasta el punto de devolverles la vida: hija de Jairo, hijo de la viuda de Naín, o Lázaro. Hoy hay muchas enfermedades y sufrimientos perfectamente evitables y prevenibles. Estando en Guatemala en 2011, vimos con dolor y hasta desesperación a miles y miles de hombres, incluso familias enteras y por tanto también niños, trabajando en la zafra de la caña de azúcar para obtener azúcar o biodiesel. Una enfermedad mortal, llamada ERC (enfermedad renal crónica) deteriora irreversiblemente el riñón acabando prematuramente con la vida de estos trabajadores, extenuados además por el calor, la sed, y el trabajo a destajo, explotados por las multinacionales, que les pagan una miseria, y no por el tiempo trabajado, sino por la cantidad de caña cortada. De ahí que trabajen de sol a sol con temperaturas entre 35 y 40 grados. Este problema afecta a los siete países de Centroamérica, donde este cultivo va en aumento. Una fábrica en Nicaragua produce más de 18 millones de litros de etanol al año. En el primer mundo lo utilizamos porque contamina mucho menos que el petróleo. No queremos respirar aire contaminado, pero detrás quedan muchos miles de vidas prematuramente perdidas para producirlo. El valor de esta producción en los siete países citados alcanzaba en 2009 la cifra de 1.294.485.000 $. Las multinacionales se hacen con el derecho a la tierra, que queda en manos de grandes monopolios, apoyados incluso por paramilitares y sicarios, desplazando a un campesinado empobrecido y sin tierra, que queda obligado a trabajar como peones de las empresas a las cuales se la tuvieron que vender. Estos días pasados hemos tenido noticia de lo que pasa en la India con las fábricas de confección que se derrumban o incendian con varios cientos de muertos, donde también empresas españolas elaboran prendas que nosotros vestimos, dando ganancias cuantiosísimas a sus dueños... Hay innumerables casos de trabajo injusto e indigno en muchos más países, como el que acabamos de relatar. La salud es un derecho fundamental del ser humano. Detrás de ese azúcar que echamos en la taza de café, hay mucho dolor, sufrimiento y muerte. Pues también el café es cosechado en condiciones muchas veces cruelmente inhumanas. En la zona de la costa occidental de Guatemala, conocí a un terrateniente cafetalero que tenía tres latifundios de más de 1000 hectáreas cada uno y al lado de su casa un helipuerto para uso particular. Los dos mil trabajadores de una sola finca, dormían en "galeras", sobre la pura tierra y encendían hogueras por la noche para ahuyentar el frío y posibles animales. Cuando un obrero enfermaba de tuberculosis por trabajar mojado, estar mal alimentado y dormir a la intemperie, se negaba a llevarlo al hospital: "si muere que se muera, hay muchos más que desean trabajar aquí". Esta terrible frase se la oí yo mismo. ¡Qué diferencia tan grande con Jesucristo! Conclusión: Usemos menos el coche, andemos más que es más sano, endulcemos con miel de las maravillosas abejas infinitamente más sano que el azúcar, compremos el café en tiendas de comercio justo, desechemos los alimentos transgénicos de Monsanto, la Bayer y otras multinacionales, que negocian con nuestra salud. Hagamos objeción de conciencia a los gastos militares y a la carrera de las armas, que se fabrican en el Norte pero matan en el Sur, y asesinan a los más pobres. Hoy estamos en una etapa de la historia en que es posible acabar con el hambre en el mundo si termina la voracidad infinita de los depredadores del hombre y la tierra, que solo quieren dinero y más dinero a costa de los demás. Al final son tan pobres, tan pobres que solo tienen dinero: no tienen justicia, ni sentimientos, ni amor, ni fraternidad, ni solidaridad, ni misericordia, ni bondad, ni amistad, ni comprensión, ni humanidad... Ese no puede ser el camino para ser feliz. El 3 de junio de 1963 fallecía el papa Juan XXIII. Le lloraron creyentes de todas las religiones: católicos, protestantes, ortodoxos, judíos, musulmanes, budistas, y no creyentes de las diferentes ideologías: comunistas, socialistas, liberales, líderes políticos y gente del pueblo.
El gran mufti de Tiro (Líbano) elogió la personalidad de Giuseppe Roncalli ante una multitud de musulmanes y cristianos portando en la mano la encíclica Pacem in terris como reconocimiento por su contribución a la paz en el mundo. La noche anterior a su muerte, el gran Rabino de Roma y numerosos judíos se reunieron con los católicos en la Plaza de San Pedro para rezar por el papa. El gesto tenía su justificación. Juan XXIII había adoptado hacia los judíos una actitud bien diferente a la de Pío XII. Sustituyó la oración por los "pérfidos judíos" del Viernes Santo por otra más respetuosa y ecuménica. En la audiencia a un grupo de judíos de Estados Unidos los saludó como José a sus hermanos cuando llegaron a Egipto: "Soy José, vuestro hermano". Los pérfidos se tornaron hermanos. ¿Juan XXIII, un papa de transición? Eso fue lo que mucha gente pensó cuando fue elegido el 28 de octubre de 1958 a punto de cumplir 77 años. Los hechos, empero, desmintieron pronto las primeras impresiones, como puso de manifiesto Time el 17 de noviembre: "Si alguien esperaba que Roncalli iba a ser un mero papa de transición, hasta la llegada del siguiente, esta imagen se deshizo a los pocos minutos de su elección... Se hizo cargo pisando fuerte como el amo de casa, abriendo ventanas y cambiando muebles...". Bastaron cuatro años y medio de pontificado para llevar a cabo una verdadera revolución en la Iglesia romana que se convirtió realmente en universal y ecuménica. La tarea no le resultó fácil. Tuvo que vencer no pocas resistencias dentro de la Curia vaticana, con la que nunca tuvo buenas relaciones, pero tampoco hipotecas que pagar, y hubo de neutralizar a relevantes figuras de la misma, como el cardenal Ottaviani, que estaba al frente del Santo Oficio. Pero contó también con el apoyo de un sector importante del episcopado, de movimientos cristianos laicos y de cualificados teólogos modernos, algunos de los cuales habían sido condenados por Pío XII y él los llamó para que le asesoraran y le ayudaran a fundamentar el cambio que quería llevar a cabo. La alianza con estos sectores permitió llevar a buen puerto el aggiornamento. Entre las muchas innovaciones que introdujo destacan dos por su eficacia y trascendencia para el futuro de la Iglesia: el Concilio Vaticano II y la encíclica Pacen in terris. El Vaticano II no fue una simple ocurrencia o fruto de la improvisación del anciano Roncalli. Era una idea muy meditada. Su secretario personal Loris Capovilla recuerda que Juan XXIII le refirió la "necesidad de un Concilio" dos días después de ser elegido papa: "Habrá un concilio", le anunció. La celebración de "un Concilio ecuménico para la Iglesia universal" fue el principal objetivo de Roncalli, que hizo público el 25 de enero de 1959. Pero, ¿un concilio, por qué y para qué? La respuesta no estuvo clara desde el principio. Fue perfilándose durante su preparación y, de manera especial, a lo largo de las cuatro sesiones del mismo conforme a las inquietudes y sensibilidades de los obispos y de los asesores teológicos. En la mente del papa estaba cambiar la forma personalista y autoritaria de gobierno por otra más colegiada y participativa. La reunión de todos los obispos del mundo constituía la mejor oportunidad para analizar los problemas más importantes de la Iglesia, responder a los desafíos que le planteaba la nueva era que se estaba viviendo y poner en marcha una transformación profunda en una doble dirección: la reforma interna de la institución eclesiástica, anclada en el modelo católico-romano medieval, y la re-ubicación en la cultura moderna, a la que había condenado sin haberla escuchado. Objetivo prioritario del papa era la construcción de la Iglesia de los pobres, pero en el aula conciliar no tuvo el eco que él hubiera deseado. Lo que no se quería era que el Vaticano II fuera en un apéndice del Vaticano I. El resultado fue un cambio de paradigma en todos los campos: reforma litúrgica, nueva imagen de Iglesia como comunidad de creyentes, colegialidad episcopal, reconocimiento del pluralismo teológico, diálogo cultural, intra-eclesial, inter-eclesial e inter-religioso, libertad religiosa, solidaridad con las esperanzas y las angustias de los pobres y de cuantos sufren, etc. La encíclica Pacen in terris, publicada mes y medio antes de su muerte, supuso un cambio de paradigma en la Doctrina Social de la Iglesia al reconocer los derechos humanos como inalienables de la persona. Constata la presencia de las mujeres en la vida pública y la toma de conciencia de su dignidad, considera legítima su protesta cuando son reducidas a mero instrumento u objeto inanimado, y defiende sus derechos tanto en la esfera doméstica como en la vida pública. Un paso gigantesco y una buena herencia que sus sucesores no asumieron. ¿Lo hará Francisco? Hace unos días organizaron una Campaña de Donación de Sangre cerca de mi casa. Aprovechando la ocasión, me informé también de cómo obtener la Tarjeta de Donante de Órganos, pues llevaba tiempo queriendo solicitarla pese a haber transmitido ya este deseo expreso a mi familia y amigos.
Contemplar así el propio cuerpo es una sensación hermosa y extraña: mirar con ternura su extrema fragilidad, sentirlo efímero y vulnerable, y a la vez tan perfecto en su manera de ser y reaccionar, tan colmado de vida que es capaz de volcarse y desbordarse para bien de los demás. Somos efímeros, sí, apenas instantes... pero instantes de eternidad: un parpadeo como de estrella que se encarna en mitad del cosmos; milagro palpable de infinitamente piel que se erige sobre el polvo y el barro; fruto de una tierra que nos entrega al mundo y nos recoge después, amorosa, tras haber sacado jugo a lo que hemos sido. Terminé de donar aquel día y fui a tomar un tentempié para continuar la jornada sin perder las fuerzas (¡cuán débiles somos! y sin embargo de esta conciencia brota la fuerza que nos lleva a tejer lazos de solidaridad capaces de sostener el mundo). Con un zumo en una mano y un poco de pan en la otra, pude repensar de otro modo el símbolo de la Eucaristía. "Tomad: este es mi cuerpo, esta es mi sangre". Qué manera tan simple y perfecta de vivir en nuestra realidad cotidiana ese gesto de infinita entrega: donar sangre, donar nuestro cuerpo cuando ya no nos sirva... "Tomar" conciencia de lo que un día recibimos, "tomarnos" en serio y por eso mismo dejarnos suavemente en manos de otros –y del Otro– para que "tomen" de nosotros ánimo y vida. Es un gesto valiente que se reviste a la vez de una gran sutileza; sobre todo un símbolo de amor hasta el extremo al alcance de todos. Como el famoso grano de trigo que cuando muere da nueva vida, se trata de una opción firme y subversiva por hacer de la propia vida una donación fecunda: amar con todo el corazón. Amar con nuestro corazón de carne sin importar ya quién lo reciba: cuerpo y sangre que se entregan, pan y vino para otros (acaso "el mejor" que podemos ofrecer es aquél que llega cuando parece que todo ha terminado). Sencilla Eucaristía, acción de gracias: pues la gratitud por lo mucho recibido nos conmueve desde dentro y nos mueve a la acción, a compartir-nos con otros desde la serena alegría. Somos un tesoro demasiado bello para guardarlo. Somos comunión para aquellos que – dice Dolores Aleixandre – "tienen hambre de vivir, de ser amados, escuchados, comprendidos, sanados". Repartirse "sin reservarse nada, sin guardarse nada, entregando tiempo, afecto, interés, amistad". Mística de lo cotidiano que recuerda que el milagro también sucede en nosotros, a través de nosotros: cuando el cuerpo ya no es "mío" sino nuestro, y la sangre "derramada en favor vuestro" genera un torrente vivificador que trasciende la pequeña muestra que dejamos en el Centro de Donaciones. Porque el mundo sigue necesitando personas que cada día se propongan hacer de sus vidas un Canto a la Vida: "Tomad mi cuerpo, tomad mi sangre". Donar, ser don. Desear la unión que se fragua en la amorosa entrega. Sed de encuentro, vida derramada: entrañable ofrenda. En palabras del poeta palestino Mahmoud Darwish, ... quedará después de nosotros abundante vino en las jarras y un poco de tierra es suficiente para que nos encontremos y la paz arraigue. La celebración tradicional de la Fiesta del Corpus se ha centrado en la "Presencia real de Cristo en el pan y en el vino", llevando, como punto máximo de la celebración, a la adoración del Santísimo Sacramento, su exposición pública, la procesión en la custodia...
Estas manifestaciones han oscurecido notablemente el centro del mensaje, desplazando la celebración de la Eucaristía hacia una adoración del dios oculto, misteriosamente presente en el pan (el vino ha sido completamente desplazado en la fiesta tradicional). En nuestro comentario vamos a prescindir de este sentido tradicional, para centrarnos en lo que los mismos textos sugieren, y en una reflexión preferente sobre la eucaristía. El pasaje de Lucas se incluye en un contexto cuyo tema general es la pregunta fundamental: "¿Quién soy Yo?". En los versos inmediatamente anteriores se dice: "Unos decían que era Juan resucitado de la muerte; otros, que era Elías aparecido; otros, que había surgido un profeta de los antiguos". Herodes comentaba: 'A Juan, yo le hice degollar, ¿quién será éste de quien oigo tales cosas?'" Jesús sigue predicando a la gente y muestra, en este signo, quién es Él. El párrafo siguiente contiene la pregunta de Jesús a los discípulos, "¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?", y la profesión de Pedro, "Tú eres el Mesías de Dios". Inmediatamente después, Jesús predice su muerte y resurrección, y, dando sentido a todo, el relato de la Transfiguración, que manifiesta a Jesús como "el que ha de venir", el que anunciaron los profetas (Elías y Moisés), el Hijo. La multiplicación de los panes y los peces tiene por tanto el sentido de anunciar en un signo evidente la presencia del Reino en Plenitud. Como El Señor dio de comer a su pueblo en el desierto (el maná, las codornices), como los profetas antiguos multiplicaron la harina y el aceite (Elías, Eliseo), Jesús se presenta como alimento abundante, como plenitud. Este texto, complejo y discutido, nos lleva a algunas consideraciones para entenderlo mejor. 1. La multiplicación de los panes es el único milagro que se narra en los cuatro evangelios. 2. Mateo y Marcos hablan de dos multiplicaciones de panes y peces. Todos los autores van estando de acuerdo en que se trata de dos relatos del mismo hecho. 3. Parece que Juan maneja fuentes propias, parecidas a los sinópticos, pero diferentes. 4. Como en todas las narraciones de "milagros", nuestro sentir actual se resiste. El milagro nos produce más resistencia que fe. Sin embargo, todos los estudios serios coinciden en reconocer que ésta no es una narración fingida por las primeras comunidades como vehículo de una catequesis, sino que tiene una raíz histórica indudable. En un lugar deshabitado, Jesús dio de comer a mucha gente con unos pocos panes y peces. 5. Los evangelistas presentan este suceso como un "hecho mesiánico", en varios sentidos. En paralelo con los relatos de otros milagros, como manifestación de la "presencia del Reino": ya está aquí la promesa. En este sentido parece haber sido entendido el signo por los presentes, hasta el punto de querer hacer Rey a Jesús. Esto provoca la huida de Jesús, la posterior controversia en Cafarnaúm, la promesa del Pan de Vida, y el abandono de la gente desilusionada por este nuevo Mesías no político, que termina en la frase de Jesús a los discípulos "¿También vosotros os queréis ir?" En paralelo claro con otros relatos bíblicos tales como el maná en el desierto, los panes de Eliseo, y bastantes otros, claramente aludidos por los narradores para "interpretar el signo" como abundancia, alimento de Dios en el desierto. 6. El sentido final de estos textos lo da el evangelio de Juan, que lo incluye en la gran catequesis del capítulo sexto acerca del pan de vida. Se ha interpretado este texto como una catequesis eucarística, pero debe entenderse más correctamente. Como indicábamos en la fiesta del Jueves Santo, la interpretación habitual se fija en que "este pan es Jesús", pero el sentido original es más sencillo y más fuerte: "Jesús es pan". "Este pan es Jesús" conduce a una filosofía de la presencia de Cristo en las especies sacramentales, que lleva finalmente a la adoración. "Jesús es pan" lleva a una definición básica de Jesús, entregado hasta dar la vida para ser alimento de muchos. Esto lleva a identificarse con Él y hacer de nuestra vida una entrega como la suya. El pasaje sirve para negar el mesianismo tradicional. Los signos que usa Jesús son importantes fijándonos sobre todo en los que no usa: Jesús se está manifestando como el Enviado de Dios; pero no usa como signo el legado poderoso, los atributos regios, los resplandores, las armas, los tronos, los vestidos: usa como signo el pan. Todas las religiones, Antiguo Testamento incluido, están dispuestas a reconocer a Dios en un templo suntuoso, en unos ornamentos espectaculares, en vasos sagrados de oro... Jesús no: se reconoce a Dios en el pan, en el vino. Granos y espigas machacados para alimentar. Apenas podemos darnos cuenta, con nuestras mentes embotadas de tanta religión filosófica, de la trascendencia de ese cambio. ••••••• Los ojos son un maravilloso instrumento, un prodigio de técnica asombroso... pero no son más que eso. Nos permiten captar la superficie de las cosas, la materia. Los ojos de Jesús eran capaces de leer las cosas hasta el fondo. Los ojos de Jesús le permitían ver a su Padre en todas las cosas, en la semilla, en el pastor, en la levadura, en los administradores, en la sal... en todo. Los ojos de Jesús entendían el mensaje de las cosas, leían La Palabra en todo lo que veían. Jesús, desde pequeño, admiraba el milagro del pan y del vino. Sabía su historia: o los minúsculos granos de trigo tirados en tierra, desaparecidos, muertos o la sorpresa del pequeño brote verde, tan tímido o el prodigio de la espiga, esbelta y frágil, que va amarilleando al sol o la abundancia contenida, apretada, de las docenas de pequeños granos, hijo renacidos del viejo grano muerto y enterrado o el molino implacable, que parece matar sin piedad a los granos indefensos o la harina, la flor de harina tan pura que podía presentarse como ofrenda al Señor o y el milagro del pan. Jesús niño veía a su madre amasar, poner en la masa un pellizco de la del día anterior, dejar que reposara. Jesús niño llevaría la masa ya fermentada al horno común - ¿esperaría un poco o se iría a jugar, o a echarle una mano a José...? – y volvería a casa cantando, con la hogaza abrazada para sentir su calor, embriagado de su aroma, reprimiendo las ganas de darle un pellizco en el camino, cuesta arriba, de su casa empotrada en la roca. El milagro del pan, nacido de la muerte del grano de trigo. Nacido para morir y dar vida. Partir el pan y repartirlo al empezar la comida... Esto lo haría José, bendiciendo al Señor por el don tan precioso. Y Jesús, con su trozo de pan en la mano, pensaba sin duda en el grano desaparecido meses antes en la tierra, multiplicado por la fuerza sagrada de su propia alma vegetal, por el poder y la sabiduría del Padre de los Cielos, que ahora, con el primer mordisco, iba a desaparecer para siempre y transformarse en su propio cuerpo. En Nazaret había viñedos. Cuidar las cepas, podarlas, quitarles los parásitos... esperar al otoño, que la vendimia es la última de las recolecciones. Y la fiesta. La vendimia ha sido siempre en todas partes tiempo de fiesta. Arrancar los racimos, como mutilando a las vides generosas, acarrearlos al lagar. Los ojos de Jesús se llenaron muchas veces de la imagen de los granos oscuros pisoteados, sangrantes, aplastados por los pies de todos, los suyos propios también sin duda, y de su sangre oscura derramada, embriagadora. Y echar un trago para quitar la sed, para entonarse un poco, brindar con los amigos para estrechar la amistad, para celebrar mejor la fiesta... Jesús asistía a bodas, como todo el mundo. Y no hay boda sin fiesta, y no hay fiesta sin vino. La copa pasaba de mano en mano, en gesto de comunión en la alegría. Cuando los ojos de Jesús se asomaban al borde de la copa, adelantando a sus labios, veía en el rojo espejo del vino la historia de aquella sangre de los granos de uva, arrancados a su madre la vid, que dentro de nada se juntarían a su propia sangre para hacerla caliente y generosa, encendida y festiva como el vino mismo. Jesús se comprendió en el pan, se comprendió en el vino. Sembrarse, madurar escondido y en silencio, sumergirse hasta el fondo de la madre tierra y de sus hijos los hombres, las mujeres, los niños, los enfermos... que son tierra fecunda, masa blanda, jugo lleno de vida quizá por fermentar. Ser para otros alimento y alegría. Desaparecer en los otros, fundido en lo más íntimo del ser ajeno, alentando, dando calor y fuerza desde dentro. No sabemos cuándo ni cómo supo Jesús que para eso estaba en el mundo: para sembrarse, para morir en el invierno bajo tierra, para ser pisado y estrujado hasta que no quedase de él más que un pellejo sin nada que exprimir. Y unas horas antes de morir, en la cena que él sabía que iba a ser la última, Jesús se vio a sí mismo, encima de la mesa, en forma de pan, en forma de vino. Y lo dijo: "mi cuerpo entregado es pan, mi sangre derramada es vino" . Era ya de noche, hablaron mucho rato. Jesús se puso al fin de pie y les dijo: "Levantaos, vámonos de aquí" . Y él sabía que iba al molino, al lagar, a ser machacado y estrujado para ser pan y vino de muchos. Y las palabras para el futuro: "haced esto en mi recuerdo". "Esto" es compartir el pan y el vino en torno a la mesa, comulgar con Jesús y con todos los que comulgan con Jesús, formar un solo pan, un solo vino para alimento del mundo. Los seguidores de Jesús hemos heredado su respeto por el pan. Nuestros abuelos nunca cortaban una hogaza sin haber hecho sobre ella, con el mismo cuchillo, la señal de la cruz. Y una vez al año, hoy, CORPUS CHRISTI, nos quedamos sobrecogidos en la contemplación del pan y del vino, y volvemos a ver en ellos el cuerpo molido y la sangre estrujada de Jesús, como Él mismo se vio, sobre la última mesa, en su última cena con sus amigos. Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correctoy dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo, me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje del evangelio, que lo hemos convertido en algo totalmente ineficaz para una verdadera vida espiritual.
En una tribu primitiva, el más espabilado descubrió un día la manera de hacer fuego. El inventor quiso hacer partícipes a otras tribus de las enormes ventajas que la manipulación del fuego podía reportar. Cogió los bártulos y se fue a la tribu más cercana. Reunió a la comunidad y les explicó la manera de hacer fuego y como se podía utilizar para mejorar la calidad de vida. La gente se quedó admirada al ver aparecer el fuego. Les dejó los instrumentos de hacer fuego y se volvió a su tribu. Unos años después, volvió a la aldea. Cuando lo vieron llegar, todos mostraban su alegría y le condujeron a una pequeña colina apartada del poblado. Allí habían construído un hermoso monumento, donde habían colocado los instrumentos de hacer fuego. Toda la tribu se reunía allí, para adorar aquellos instrumentos tan maravillosos. Pero... ni rastro de fuego en toda la aldea. Su vida seguía exactamente igual que antes. Ninguna ventaja habían extraído del fuego. Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: "vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer los mismo". Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración, que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres. Hemos convertido la eucaristía en un rito puramente cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, que demuestra la falta absoluta de convicción y compromiso. La eucaristía era para las primeras comunidades el acto más subversivo que nos podamos imaginar. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba. Eran conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido durante su vida y se comprometían a vivir como él vivió. El mayor problema de este sacramento hoy, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente la esencia de la eucaristía, que es precisamente su aspecto sacramental. Con la palabreja "transustanciación" no decimos nada, porque la "sustancia" aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada. El signo.- Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, es a base de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. En la eucaristía manejamos dos signos. El Pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. El signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido y re-partido, es decir en la disponibilidad en la que se encuentra para poder ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia última que fuera aniquilado por los oficiales de su religión. La sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida misma. Con esta perspectiva, está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial. Se trata de una connotación secundaria que no añade nada al verdadero significado del signo. La realidad significada.- Se trata de una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios en él. En el don total de sí mismo descubrimos a Dios que es Don absoluto y eterno. El primero y principal objetivo al celebrar este sacramento, es tomar conciencia de la realidad divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo (gracia) automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, no es más que un autoengaño. En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: don total, amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrados, estoy completando el signo. Lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús, y a ser y hacer yo lo mismo. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando "como a Jesús", sino cuando me dejo comer, como hizo él. El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del "ego" y tomar conciencia de que todo lo que es, está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el "yo", aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y para siempre. La comunión no tiene ningún valor si la desligamos de signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar. Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir despreciando o ignorando al prójimo, es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo. Meditación-contemplación La Única Realidad es el Amor (Agape) que es Dios y está siempre en ti. Los signos son solo medios para llegar a la realidad significada; Pero son indispensables para nosotros los humanos. Lo esencial es descubrir esa Realidad y vivirla. ........................ Si descubro que ese AMOR me identifica con Él, mi verdadero ser ya no soy yo sino Él. Mi actuar no será ya mío, sino el de Él. Solo por ese camino entraré en la dinámica del amor. .................. En cada eucaristía que celebre, debo sentir dentro de mí, lo que se significa en el rito. Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención de ser como Jesús, pan que se deja comer. ............... |
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