Comparto esta reflexion
En el año de 1967, la jerarquía del Ecuador, se reunió en la ciudad de Cuenca, proclamo un documento importante llamado Declaración Programática, para la Iglesia en el Ecuador, cuyas resoluciones principales decían: “ La Iglesia quiere ser fiel a lo que Cristo le pide en el Concilio para nuestro tiempo. En esta declaración expone el plan pastoral para aplicar las conclusiones del Concilio Vaticano II. El espíritu de la caridad se basa en la renovación de las funciones de los organismos e instituciones que tiene la Iglesia; los obispos, los presbíteros, los religiosos, los laicos. La Iglesia en el Ecuador mantiene una viva conciencia de dar testimonio de auténtica pobreza, a imitación de Cristo pobre, testimonio que es garantía de la eficacia de su mensaje”. En esos mismos años los Cristianos de Chile, señalaban que la autarquía financiera de los Obispos, esto es, la independencia económica de un estado, se vio cuestionada por los principios de la pobreza que tuvo un sitial importante en el Concilio. El principio de la pobreza sufrió muchos embates, hubo serias críticas a la vida de muchos obispos, clérigos, nuncios de vida rica, capitalista, en medio de un pueblo que sufre hambre y miseria.( Un Cristiano después del Concilio, Santiago de Chile 1970) Ante estas realidades, las fuerzas vivas de la Iglesia, los movimientos apostólicos, la juventud estudiantil católica, los universitarios, en todo el mundo católico, en América Latina, exigían que se cambie de vida, que se tomen posturas radicales frente a la opulencia y el despilfarro y se dé testimonio de pobreza. En Quito, en Diciembre del año de 1968, los sacerdotes de la parroquia de San Roque, señalaron que la nunciatura es un anti testimonio, porque es un palacio de arquitectura feudal, que ocupaba una manzana de propiedad territorial, y el Nuncio estaba servido por una comunidad de religiosas. Los estudiantes de la Universidad Católica, los grupos juveniles de la Arquidiócesis, hicieron una huelga de hambre frente a la nunciatura, exigiendo al Nuncio que se cambie de residencia y practique el evangelio enseñado por Jesús, porque la nunciatura era un escándalo para los pobres. En estas manifestaciones participo el sacerdote Comboniano Camaratta, de nacionalidad Italiana, la jerarquía eclesiástica, la Nunciatura, y la cancillería, lo expulso del país En Agosto del año de 1976, el Nuncio, el Obispo Franciscano Echeverría, Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, pidieron al ministro de Gobierno, la expulsión de los Obispos que participaron en una reunión Latinoamericana que se desarrollaba en la ciudad de Riobamba, junto al Obispo Leonidas Proaño. El 30 de Octubre del año 2010, el Vaticano, a través del Nuncio notifico al Obispo de Sucumbios, Gonzalo López Marañón, que debe abandonar la diócesis y dejar a los heraldos del Evangelio, motivo por el cual se creó la división en la provincia, por lo cual en Mayo de 2011 el Obispo López Marañón tuvo que hacer una huelga de hambre, para que la paz y la unidad vuelvan a la provincia. Estos son los hechos de la vida real, juzguen hermanos, as Pregunto, quien es el nuncio? Respondo, es el representante diplomático del Vaticano, y es acreditado ante un gobierno. Su papel es secular, político La nunciatura es la casa donde vive el Nuncio y tiene sus oficinas para atender las cuestione s administrativas competentes a sus funciones. Entonces porque sobrepasa la autoridad de los Obispos en las diócesis. Desconozco que existen leyes que vienen desde el Vaticano. Porque muchas veces resulta ser más papista que el papa. Creo y creemos, que el Papa Francisco debe tomar en cuenta este tema. Que debe cambiar la concepción y misión de los nuncios, aunque el problema es complejo, mientras el Vaticano sea un estado. y las nunciaturas de la Iglesia Católica, sean pequeños territorios enclavados en las naciones. Pensamos que lo que debe primar es la presencia del representante de Pedro, que anuncia el evangelio con la palabra y el ejemplo. Quito 12 de junio 2013
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He ido a buscar en mi biblioteca un libro de 1977 titulado "Los cristianos". Un libro curioso, de un historiador inglés llamado Bamberg Gascoigne. Al terminar su obra habla con cierto asombro de los "diferentes cristianismos que se han producido en veinte siglos: Cristo Rey para las iglesias imperiales; sufrimiento para la Edad Media; silencio y humildad para los que encontraron este sendero hacia Dios; una incitación a la propuesta radical para los revolucionarios; el Apocalipsis para los apocalípticos...". Ciertamente el cristianismo -y quizá cualquier religión- da para muchas versiones distintas y hasta contradictorias.
Yo llevo hace tiempo pensando, sin embargo, que en el cristianismo ha habido y hay hoy dos grandes corrientes interpretativas: la que despliega un cristianismo "religioso" y la que aboga por un cristianismo "social" ¿o habría que decir mejor "cultual" o "secular"? Cabe prever las críticas que sin duda suscitará una catalogación semejante: ¿es que puede haber un cristianismo que no sea religioso? Y por el contrario ¿es que puede el cristianismo reducirse a ser una ONG? Puesto que yo me posiciono a favor de la segunda interpretación y en contra de la primera, he de pasar a argumentarlo. No cabe duda de que el movimiento nacido a partir de Jesús es una religión ¿qué otra cosa puede ser? Pero ya se ha explicado suficientemente que Jesús, con su vida y su predicación, desmonta la idea clásica de lo religioso. Una religión trata de habérselas con un Dios a quien nadie ha visto. Por eso hay que buscar intermediarios, gestos, ritos, palabras que le agraden. Cuando Jacob despierta de su sueño, hace lo que haría cualquier hombre religioso: levanta una estela y hace una oblación al Trascendente. Después otros encenderán velas, quemarán incienso, traerán flores, entonarán cantos, ofrecerán sacrificios. Se quiere hacer todo lo que se supone que agrada a Dios, ofrecerle lo mejor que se tiene. Un hijo, en el caso de Abraham; la sangre -que es la vida- en el judaísmo. Pero ¿qué puede agradarle más que los actos de culto? ¿qué puede ofrecerle el ser humano mejor que la adoración, expresada en palabras, símbolos y ritos? Desde el primer día de su predicación Jesús ofrece sin embargo un mensaje secular: ha llegado el Reino de Dios, visible en unos signos bien materiales: anunciar una buena noticia a los pobres, liberar a los cautivos, dar la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos. Entendiendo perfectamente esta orientación, Santiago la resumió del siguiente modo: "La religión pura e intachable a los ojos de Dios es asistir a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no mancharse las manos con este mundo". En esta frase convergen las palabras de los profetas sobre el ayuno que agrada a Dios, el anuncio de los ángeles para no mirar al cielo y la sorprendente noticia de que lo que se hace a alguien pequeño se le hace a Dios mismo. Para asombro de las personas religiosas, Dios no quiere sacrificios sino misericordia. Pero si así son las cosas, la Iglesia ¿es únicamente una ONG dedicada a la beneficencia? Contestar a esta pregunta exige volver al primer anuncio de Jesús: ha llegado el Reino de Dios, está en medio de vosotros. Si esto es así, cada momento, como dice san Pablo, es un momento de salvación. Sin embargo la realidad parece desmentir esas afirmaciones. Para la mayoría, casi todos los momentos son planos cuando no oscuros o dolorosos. Pues no ha de ser así entre nosotros, que tenemos ojos para ver y oídos para oír. "El reino en que creemos existe desde este instante, si yo lo acepto, como un fulgor que me rodea. Es la esperanza una virtud presente, una sonrisa en las lágrimas, una brecha en la angustia", así lo expresaba Mounier, ese gran creyente y gran pensador. Ahora bien: ¿qué es menester para que la realidad se vuelva luminosa? Unos ojos contemplativos y unas manos que actúen. Donde unas palabras ponen consuelo, allí está el Espíritu, cuando un hambriento come, la realidad se transforma. Ya lo expresó muy bien Isaías en el conocido texto: "¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso lo llamas ayuno y día aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo amo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los cepos. Cuando compartas tu pan con el hambriento y albergues a los pobres sin techo; cuando vistas al que veas desnudo y no abandones a tu propia carne. Entonces brotará tu luz como la aurora, tu oscuridad se hará mediodía. Delante de ti avanzará tu justicia, detrás irá la gloria del Señor". Hubo un momento, hace años, en que estas cosas parecían estar muy claras, Y sin embargo, con esos movimientos pendulares de la historia, vuelve el cristianismo "religioso", "cultual". Nos invade una generación de curas fundamentalmente piadosos, el culto vuelve a dominar la actividad de la Iglesia. Vuelve la religión en su sentido más tradicional en detrimento del cristianismo, esa novedad de Jesucristo. Pero entonces ¿qué hay que decir de los actos de culto? ¿no son necesarios? Sí, pero para nosotros, no para Dios; Dios quiere otra cosa. Pero eso merece sin duda un artículo nuevo. Cuando era niña en mi colegio rezábamos en el mes de Marzo una oración que empezaba así: "Oh padre putativo del Verbo encarnado, glorioso San José..." A mí lo de putativo me sonaba por aquel entonces espantoso, aunque en clase de latín nos explicaban que era el participio pasivo del verbo puto, putas, putare, putavi, putatum (pensar) y que aplicado al santo quería decir que, aunque "se pensaba" que era padre de Jesús, en realidad no lo era.
Lo he recordado porque en una de sus primeras homilías el papa Francisco ha llamado "custodio" a san José, animándonos después a ser custodios de la creación y guardianes de los otros ejercitando elcuidado. Tres tareas tres de urgente práctica que podemos aprender contemplando al samaritano de la parábola que ejerció él solito decustodio, guardián y cuidador. Vamos al texto: en el comienzo todo resulta tan sombrío que nos parece estar viendo un telediario de ahora: bandidos, mercados y otros depredadores con palos, políticas de austeridad, garrotes, desahucios, navajas o privatizaciones, van dejando a las víctimas de sus desastres tiradas en las cunetas. Y mientras, las instituciones a las que correspondería vigilar y defender los derechos de los débiles, entretenidas en sus asuntos propios y pasando de largo. "Cada palo que aguante su vela", declaran con chulería altas instancias gubernamentales. Lo mismo entonces que ahora, la tentación es rendirse y poner a la realidad la etiqueta de "irremediablemente catastrófica": nos sentimos incapaces de descubrir en ella posibilidades viables de transformación o de imaginar "otro mundo posible". Nos paraliza saber que solo somos una minúscula piedrecita de tropiezo frente al avance implacable de los tanques de la lógica neoliberal. Sin embargo, la narración no se detiene ahí e introduce inesperadamente un factor de disidencia: "pero un samaritano...". Como cuando en las películas del oeste están ganando "los malos" y aparece de pronto "el bueno" cabalgando en su caballo (mula en este caso). Nada lo hacía prever pero ahí está, con su silueta recortándose en el horizonte y a punto de toparse con el herido. Acodados en la barra del saloon con un vaso de güisqui en la mano, mascullamos por lo bajo: "Yo que tú no lo haría, forastero. No tienes pinta de ser competitivo, ni de contar con testaferros o contratos blindados; careces de apoyos para presentarte a primarias y encima eres portador de la "Marca Samaria" que está por los suelos. ¿Pero tú de qué vas, tío? ¿Quién te ha mandado meterte aguardián o a custodio de otros? ¿No te das cuenta de que, aparte de que eso de cuidar es cosa de mujeres, ese sujeto ni es de los tuyos ni tiene ya remedio y, si te detienes ante él, te expones a echar a perder tus planes, tu tranquilidad, tu tiempo, tu aceite, tu vino y tus denarios?" Pero él, impertérrito. Indignado y conmovido por lo que ve, no se echa para atrás ante tantas señales de muerte: cambia su itinerario, se baja de su montura, se acerca al hombre medio muerto, le toca, le cura, lo levanta del suelo, carga con él, le busca alojamiento y protección y crea una red de cuidado asociando a otros a la tarea. Quizá de noche, sentado junto al fuego, le confiesa al posadero que si hace lo que hace es por culpa de la obstinada lógica de un tal Jesús: "No midas, no calcules, deja que el amor te desapropie. Recorre junto a mí los lugares donde la vida está más amenazada, confía en la fuerza secreta de la compasión y de la obstinada esperanza". "Vete y haz tú lo mismo". Así de contundente es el final de la parábola, pero deja sin embargo abierta una cuestión de máximo interés: ¿se despidió el posadero del samaritano recomendándole:"¡Cuídate!"? ¿Decidió cuidarse el samaritano? Biblistas de todo el mundo lo debaten sin llegar a un acuerdo. Volveremos sobre ello en la próxima columna. [Persona, Empresa y Sociedad] Éste es el título de una escultura que representa a un sin techo, y que solamente cuando te acercas puedes identificar con Jesús, por las señales de la crucifixión que tiene en los pies. Tymothy Schmalz dice que la escultura se la inspiró un sin techo que vio justo antes de Navidad, y que le hizo reaccionar instintivamente diciendo que había visto a Jesús. En Toronto hay unos 5000 sin techo en el área metropolitana. Lo que resulta sintomático es que la escultura ha sido rechazada por varias iglesias católicas y por las catedrales de Toronto y Nueva York, con argumentos como que resultaría demasiado controvertida, vaga o, simplemente, que no sería apropiada. Finalmente ha acabado en la Facultad de Teología de los jesuitas, en Toronto.
Es curioso constatar, una vez más, como nos resistimos a cualquier propuesta que desborde los límites de nuestros patrones mentales y perceptivos. Y eso que esta propuesta plantea una cuestión central en los evangelios: la capacidad “ver”, la educación y la transformación de la mirada que tenemos sobre el mundo y sobre nosotros mismos. El evangelio está lleno de textos donde la cuestión central es la capacidad y la disposición de ver a Jesús, precisamente allí donde no estaríamos predispuestos ni a verlo ni a buscarlo. Es también una prueba más de la capacidad que tenemos los humanos de domesticar los símbolos. La cruz es un símbolo integrado en el paisaje, domesticado, sometido. Como se ha dicho, es uno de los logos más exitosos de la historia, y este éxito como logo es la apoteosis de su fracaso. Como lo es que sea noticia que el nuevo Papa no lleve una cruz de oro, cuando la noticia -y quizá el escándalo- debería ser lo contraria. Hay cruces de oro y brillantes, pero a nadie se le ocurriría hacer (o al menos, llevar) una joya que fuera una silla eléctrica o uno cualquiera de los instrumentos de tortura que se usan todavía. Porque ésto es la cruz: un patíbulo torturador. Que la aceptemos tranquilamente como símbolo religioso debe ser porque forma parte de nuestra domesticación, y porque nos remite a prácticas y hechos de siglos atrás, hoy inexistentes, y que, como tales, no nos dicen nada ni tenemos con ellos ningún tipo de cercanía. Como se podría decir perfectamente: Dios nos libre de que nos remitiera al presente. Por eso Jesus The Homeless es controvertido, vago y no apropiado. Y, finalmente, apartado de las iglesias. No porque lo sea en sí mismo, sino porque no estamos dispuestos a que nada ni nadie estorbe los parámetros de nuestro confort mental y -pretendidamente- espiritual. Al leer este hecho regresé a aquella sobrecogedora novela de Ralph Ellison, Invisible Man. Una novela en la que el protagonista comienza explicando que es un hombre invisible, pero no porque le pase algo como a algunos personajes de ficción, o porque sea otro ectoplasma de Hollywood, ni tampoco porque haya tenido algún accidente bioquímico en su epidermis. Es invisible, simplemente, porque la gente se niega a verlo. Y continúa: “la invisibilidad a la que me refiero sucede debido a una peculiar disposición de los ojos de aquellos con quienes entro en contacto. Es cuestión de sus ojos internos, aquellos con los que miran a través de sus ojos físicos hacia la realidad”. Toda sociedad se construye sobre la invisibilización de algunos de los que forman parte de ella. Una cosa es que sepamos que en Toronto (o en Barcelona, o donde sea) haya unos 5000 sin techo, y otra es verlos en concreto. Si algo me ha impactado siempre es oír a los que trabajan con los sin techo cuando me dicen que lo que más les hiere es que la gente por la calle ni los mira. Invisibles. Como la reacción instintiva (?) de girar la cabeza cuando vemos alguno en una esquina o en un cajero. No se trata ahora de hacer literatura a propósito a ellos, que sería otra forma de manipulación. Se trata de recordar que la educación de lo que Ellison denomina los “ojos internos” es un componente clave del crecimiento personal y del cambio social. Es curioso como se califican de “racionales” decisiones cuyo fundamento es que se toman sobre hombres invisibles. Hoy en día, la forma más sofisticada de llevar gente a la invisibilidad es convertirla en cifra. Siempre me ha parecido muy significativo que una de las peticiones de los desahuciados más desatendidas por los políticos sea que vengan a nuestras reuniones: es decir, que nos vean. (Por cierto, petición que podría hacerse extensible a determinados ejecutivos). No nos engañemos: la sociedad de la imagen es a la vez la sociedad de la ceguera y la invisibilidad. Quizás precisamente gracias a la profusión de imágenes. Otra manera de definir qué es una sociedad injusta sería decir que es aquella que condena más y más personas a la invisibilidad. Invisibles para el sistema, pero también invisibles para cada uno de los que no están -estamos- dispuestos de verdad a verlos: no es sólo un reto político, sino también de ciudadanía y, en último término, de humanidad. Y, para los cristianos, conformarse y aceptar este tipo de invisibilidad es, directamente, una blasfemia. Que queda simbolizada por esta decisión de excluir Jesus The Homeless de la iglesia. Quizás por eso sea tan difícil cambiar determinadas relaciones de poder injustas si, simultáneamente, no cambian los ojos internos de cada uno de nosotros. Sobre el tema de la unción de Jesús, Lucas reconstruye un relato un tanto diferente al de los otros evangelistas (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8). Si en los otros, la mujer representa el modelo de discípulo que unge a Jesús, aceptando su muerte en la certeza de su resurrección, Lucas, en cambio, utiliza el relato para mostrar la compasión de Jesús en forma de perdón y de denuncia del fariseísmo religioso.
Los fariseos –de entonces y de ahora- creen tener muy clara la línea divisoria entre "buenos" y "malos, "justos" y "pecadores", sin advertir que se trata únicamente de etiquetas mentales completamente relativas. De un modo similar a como el ego discrimina todo lo que ocurre en "positivo" o "negativo", el fariseísmo religioso establece fronteras tajantes entre el "bien" y el "mal". Lo que busca con ello –quizás inadvertida o inconscientemente- no es otra cosa que afianzar su propia imagen idealizada, al colocarse en el bando de los "justos", y asegurar su propio modo –conservador- de ver las cosas. De esa manera, consigue dos propósitos vitales para el ego: afirmar su superioridad y sentirse seguro en el sistema establecido. Sin embargo, tal actitud incurre en un doble engaño. Por un lado, olvida que la línea divisoria entre el bien y el mal no se halla fuera, sino que pasa por el corazón de cada uno de nosotros. En todos nosotros conviven el "bien" y el "mal", la luz y la sombra. No es casual que sea justamente el fariseo el que desconozca su propia sombra –tal como pone de relieve otra sabia y bella parábola de Jesús-, lo que le impide bajar a su casa "reconciliado" (Lc 18,9-14): una parábola que el maestro de Nazaret dirige a quienes "presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás". El segundo engaño es aún de mayor hondura, al pretender que "bien" y "mal" se corresponda a lo que nuestra mente piensa sobre ello, en un relativismo que parece pasar inadvertido justamente a quienes se jactan de poseer la verdad y denuncian posturas relativistas en los demás. Las etiquetas sobre lo "bueno" y lo "malo" –tal como queda patente en el relato que estamos comentando- son absolutamente relativas, porque dependen de condicionamientos de todo tipo (sociales, culturales, religiosos...). De ahí que lo que es "bueno" en una cultura sea visto como "malo" en otra. Para el fariseo, la mujer que se acerca a Jesús es "pecadora", y el propio Jesús le parece un falso profeta porque no hace "lo que se supone" que debería hacer. Jesús, por el contrario, va más allá de etiquetas y convenciones y supera el relativismo de las nociones culturales y religiosas, al ver y vivir todo desde el amor. Ahora bien, la actitud de Jesús solo es posible cuando tomamos distancia del ego –y de sus etiquetas- y nos situamos como cauce o canal limpio, a través del cual brotará la actitud y la acción adecuada, que quizás nos sorprenda incluso a nosotros mismos. Actitud y acción que nacen de la Sabiduría o Consciencia que trasciende todos nuestros prejuicios. Este relato lo narran los cuatro evangelistas, aunque con detalles muy diferentes. Es un relato clave en los evangelios, porque nos demuestra con un hecho concreto, la actitud de Jesús para con los pecadores; pero también la actitud de aquellos fariseos cumplidores, que no eran capaces de ver más allá de sus narices o mejor, más allá de lo que manda la Ley. Los fariseos identificaban al pecador con su pecado. Jesús ve el valor de la persona humana más allá de sus fallos, que puedan hacernos pensar que esa persona es despreciable.
Hoy no se necesita mayores exégesis, porque el mensaje está muy claro. La clave está en analizar con cuidado los personajes que manifiestan sus actitudes a través del relato. La pecadora, Jesús, el fariseo y en los otros evangelistas, los apóstoles (Judas), que desde la superficialidad y raquitismo, desde la que solemos operar la mayoría de los mortales, no se enteran de nada y hablan, de despilfarro y de los pobres. Pero no debemos olvidar, que el verdadero protagonista es Dios o mejor las ideas sobre Dios. Es muy interesante descubrir que este relato y otros parecidos, no concuerdan con la idea que los cristianos hemos mantenido sobre los fariseos. No debían ser tan enemigos de Jesús, cuando le invitaban a comer, gesto que solo se tenía con las personas distinguidas y de cierto rango. Aunque no estuvieran de acuerdo con muchas de sus enseñanzas, su oposición no debió ser tan tajante desde el principio. "Evangelio" significa en griego, buena noticia. Pues la mejor de todas las noticias que podía recibir cualquier ser humano es la que vamos a comentar hoy: Dios es perdón, porque Dios es amor. Tal vez sea el aspecto más original de todo el mensaje de Jesús. La experiencia de Dios que llegó a tener él, es la raíz de todo su mensaje. Esa experiencia le llevó a hablar de Dios como Abba (padre y madre). Si no comprendemos y aceptamos este mensaje, todo lo demás carece de coherencia y nos llevará a un callejón sin salida. Los judíos no fueron capaces de encajar el tema del perdón tal como lo predicaba Jesús. Claro que creían en el perdón de Dios, pero lo interpretaban a la manera del perdón humano. Después de dos mil años, seguimos sin aceptar el perdón que predicó Jesús. Seguimos escandalizándonos de que Dios ame a los malos. Aceptamos que Dios perdone a los buenos, pero eso de que ame al pecador antes de que se arrepienta, es algo que supera todo lo que pudiéramos aceptar de un Dios "justo". ¿Que ventajas tendríamos, entonces los que nos portamos bien, aunque alguna vez fallemos? Es ésta una actitud muy sutil que pone de manifiesto hasta qué punto aceptamos con sordina el mensaje del evangelio. Nos distanciamos del evangelio cuando planteamos nuestras relaciones con Dios como si fuera un ser humano. Es más, nos atrevemos a decirle que tome ejemplo de nosotros (perdónanos como nosotros perdonamos). Dios no tiene actos. En Dios los verbos no se conjugan porque no está afectado por tiempos ni modos. Dios todo lo que hace, lo es. Todo lo que posee, es esencial en Él. Pensar que Dios cambia de postura con relación a un pecador porque hace penitencia es descabellado, si lo entendemos literalmente. Es solo una manera de decir que el pecador, en un momento determinado, se da cuenta de lo que Dios es para él, y que sus pecados no le han apartado un ápice de ese Dios que es amor. "Tus pecados están perdonados". El mismo evangelio presupone una mala interpretación de la frase cuando se pone en duda la potestad de Jesús para perdonar pecados. No queremos ver la realidad. Jesús no dice: 'Yo te perdono', porque con el conocimiento que tiene de Dios, sabe muy bien, que ni él ni Dios tiene nada que perdonar. La actitud de Dios es siempre la misma, no puede cambiar. Eternamente será amor. Lo que dijo Jesús, lo puede decir cualquiera a cualquiera. Por parte de Dios, tus pecadosestán siempre perdonados. La pelota está siempre en tu tejado. Tú eres el que debes cambiar tu actitud vital para que descubras ese perdón y pueda significar algo esencial para cambiar tu vida. El descubrir que Dios sigue amándote, a pesar de tus fallos, tiene que llevarte a una confianza absoluta y total en Él. Eso confianza es el fundamento de todo futuro verdaderamente humano. Sin esa confianza, el futuro se oscurece definitivamente. Este es el mensaje de Jesús. Esto es lo que Jesús quiso decirnos de Dios. Otra cosa es que nosotros lo hayamos aceptado realmente. ¿En qué lugar queda la confesión, tal como se ha entendido durante siglos? Es un problema que tenemos que resolver, pero nunca a costa del mensaje evangélico. La confesión se ha utilizado muchas veces como instrumento de control sobre la gente. Esto es lo que tenemos que superar. Recordemos aquel cuento oriental: Un vendedor de agua tenía su puesto muy cerca de una fuente, el éxito de su negocio consistía en que los transeúntes no descubrieran que la fuente estaba a unos metros de distancia, detrás de unos arbustos... La conclusión es clara: no os dejéis engañar, no aceptéis agua envasada y tasada. Id a la fuente. Lo que acabamos de decir, no sólo no hace inútil la confesión, sino que le otorga su verdadera dimensión humana. Para mí, la confesión es el más maravilloso invento de nuestros dos mil años de cristianismo. El mayor bien que yo mismo he hecho nunca a una persona ha sido en la confesión. Dios no necesita la confesión, pero nosotros sí. Esto debemos tenerlo muy claro a la hora de utilizar el sacramento de una manera provechosa. La confesión es un signo que debe llevarme al descubrimiento de una realidad, el amor que es Dios. Es un proceso de iluminación que cambia la manera de verme. Basta tomar conciencia de que alguien me ama para que todo cambie a mi alrededor La mujer del evangelio mostraba un agradecimiento tan grande, porque era consciente de que el perdón que había recibido era signo de un gran amor. El amor es una realidad tan profundamente humana que nadie, que se sienta querido de verdad, puede seguir indiferente. Es más, solo si uno se siente amado, podrá descubrir su capacidad de amar. El automatismo a la hora de celebrar los sacramentos no tiene sentido. La confesión no es un quitamanchas. La confesión es un proceso que me debe llevar de una conciencia de pecado a una conciencia de superación de esos fallos. De una desesperanza a una total confianza, en lo que yo soy, y en lo que es Dios. Esta es la verdadera fe-confianza. El objetivo primero de la confesión debe ser el descubrir el amor incondicional de Dios. Una vez que nos sentimos amados, surgirá en nosotros el deseo de corresponder, amando. No podremos entender el tema del perdón si no tenemos claro el concepto de pecado. Pecado no es el incumplimiento de una ley. Una acción o una omisión, no son pecado porque esté mandada o prohibida. Al contrario, está mandado o prohibido porque es pecado. Esta sutileza no es fácil de captar, pero es imprescindible para aclararse. Si no descubro la razón de mal en lo que hago o dejo de hacer, nunca estaré motivado para la acción o la omisión. El pecado siempre es fruto de una falta de conocimiento. Si yo estoy convencido de que algo es malo para mí, nunca podría la voluntad apetecerlo. Cuando la voluntad quiere algo, es porque la razón se lo presenta como bueno. Por eso la superación del fallo no se consigue por voluntarismo, sino por un conocimiento más profundo. "Tu fe te ha salvado". No es lo que ha hecho y dicho Jesús lo que salva. Es el cambio de actitud de la mujer, reconociendo y confesando su pecado, y descubriendo que por parte de Dios está superado, lo que le ha traído la salvación. En realidad se trata de una toma de conciencia de lo que Dios es, a pesar de lo que somos nosotros. Es reconocer que Dios, que me conoce mejor que yo mismo, me acepta como soy. Aquí "fe", como casi siempre en la Biblia, significa confianza. La confianza salva siempre, porque no tiene en cuanta la calidad ni la cantidad de los fallos sino la calidad de la confianza que tengamos en Dios. Meditación-contemplación "Tus pecados están perdonados". El mayor obstáculo para una experiencia mística, es el creer que mis fallos me alejan de Dios. Este sentimiento es fruto de un desconocimiento del hombre y de Dios. ...................... Si no somos capaces de aceptarnos tal como somos. Nuestra relación con Dios estará falseada y no puede llevarnos a buen puerto. Descubrir que Dios nos acepta como somos, es un gran avance para que nos aceptemos también nosotros. ...................... Si consigo ir más allá de mis fallos, descubriré mi ser luminoso e intachable. Descubriré que esa parte de mi ser no depende de mi sino de Dios. Es por tanto, amable, digno de ser amado, por Dios y por mí. El relato se inscribe en la larga serie de «comidas de Jesús» que se reseñan en los evangelios, especialmente en Lucas. Parece que Jesús tiene fama, es considerado «profeta», y un fariseo importante quiere honrarle - y honrarse - invitándole a comer.
Durante la comida se produce el molesto incidente: se ha colado en la casa una mujer de mala fama. El fariseo se siente violento, sin duda se aparta inconscientemente para no contaminarse con la pecadora, y juzga que Jesús, como profeta, debería hacer lo mismo. La reacción de Jesús, defendiendo a la mujer y prefiriéndola, tuvo que causar enorme escándalo. Pero está en perfecta consonancia con sus actuaciones anteriores: tocar leprosos, tocar al muerto, tratar con pecadores... como el médico, que se acerca y toca para curar. Una antigua tradición identifica a esta mujer con María Magdalena, sin mayor motivo ni fundamento en los evangelios. Lucas reseña dos comidas de Jesús en casa de fariseos: ésta y la de 11, 37. Y las dos acaban mal. Ésta por un contraste de personas: justos / pecadores. La siguiente, por una cuestión de purificaciones legales. En los dos casos, se subraya una profunda diferencia entre Jesús y los fariseos, y se produce una ruptura real, que irá enconándose hasta la muerte de Jesús. El tema va de santos y de pecadores. El fariseo es tenido -y se tiene a sí mismo- por santo, porque cumple escrupulosamente todo precepto, por mínimo que sea. Esta escrupulosa santidad es tan delicada que no puede arriesgarse a rozarse con los demás, con la gente: le harían perder su frágil pureza. La mujer es «pecadora pública». Nuestra tradición ha querido ver en ella una prostituta, aunque el término podría referirse a cualquier otro tipo de «pecado». El santo se retira horrorizado, como apartándose de la tentación, y piensa que el profeta tiene que hacer lo mismo. Es una constante de los fariseos y legistas de Galilea: sin duda, el pueblo de Galilea no es ningún modelo de cumplimiento de los centenares de preceptos legales que consumen la atención moral de los fariseos y los escribas. Y éstos esperan del profeta que les ayude en su misión de adoctrinamiento del pueblo. Pero Jesús se identifica con el pueblo y no con ellos. En esta ocasión va más lejos: se identifica con la mujer contra el varón y con la pecadora contra el santo. Lo que equivale a una descalificación mutua. El fariseo piensa, en perfecta lógica, que Jesús no es un profeta. Jesús piensa que el fariseo no es un santo. El fariseo es un santo tan débil que tiene que huir para conservarse. Jesús es un santo tan poderoso que puede acercase a curar. Pero interesa más aún la justificación que el mismo Jesús ofrece. Aparece la palabra clave, amar, y la explicación de la radical diferencia entre el fariseo y Jesús, entre la Antigua Ley y la Buena Noticia. Es necesario relacionar este mensaje con la expresión de Marcos 12, 33 en boca del escriba: «Amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los sacrificios y holocaustos». Éste es precisamente el problema del fariseo, y ésta es la fuerza y la revelación de Jesús. Y éste será el reproche de Jesús a los fariseos y legistas: cumplís al pie de la letra todos los preceptillos y habéis olvidado lo fundamental de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad, es decir, los resultados del amor, sin el cual ni siquiera tendrían valor la justicia, la misericordia y la fidelidad. Jesús ofrece un tipo de relación con Dios y con los demás que va más allá de la Ley y de sus cumplimientos. Precisamente porque conoce y revela la esencia de Dios. La subversión del concepto de Dios nos sigue produciendo el mismo escándalo que produjo Jesús al fariseo. No podemos desprendernos del concepto de Dios ante todo justo. Y Jesús va a tener que dar la vida para cambiar ese concepto por el de Dios sobre todo médico y, más aún, enamorado. Precisamente por eso, Jesús atrae de forma tan llamativa a los pecadores, a la gente corriente e incluso a la gente de mal vivir. La gente corriente no se siente «santa» sino al revés, se siente «manchada» por la vida misma, lejana a lo sagrado. Entre ellos, algunos se ven arrastrados a situaciones aún peores. Y todo eso, en la mentalidad más tradicional de todas las religiones, significa apartamiento de Dios, «indignidad». Para Jesús no es así. Dios está más cerca cuanto más se le necesita. Jesús mismo era así, la gente normal se sentía estimada, la gente con problemas veía en él una solución. Y es que Jesús sabe mucho de la esencia del pecado: enfermedad, esclavitud. Sabe que el ser humano necesita curación y liberación. Y sabe que las religiones se edifican sobre esquemas de poder para beneficio de poderosos, de presuntos sabios y presuntos santos, con olímpico olvido de las necesidades de las personas. Más aún, las religiones, incluso el cristianismo, ha sido muchas veces "machacadoras de pecadores", no un alivio, un consuelo, una curación, sino una expulsión, una condena, incluso a muerte. Pero son las personas, todas las personas, las que son Hijos, objeto del amor de su Padre. Y cuanto más necesitadas, más preocupado está el Padre. La mujer es preferida al fariseo porque funciona en parámetros de amor, mientras que el fariseo no lo hace. La escena es sorprendentemente paralela al episodio de la mujer adúltera, en Juan 8. Los fariseos y escribas se mueven en parámetros de cumplimiento de Ley, por los que la mujer deberá ser lapidada. Jesús no quiere más que salvarla, para lo cual eludirá la ley, arriesgará su prestigio y aun su vida. Finalmente, es reveladora la interpretación que el mismo Jesús hace de la escena y los personajes, contraponiendo la actuación de la mujer con la del fariseo. El resumen es: esta pecadora ha creído en mí, y tú, tan santo, no. Por eso, ésta puede ir en paz, recibe perdón y conoce a Dios, y tú no. PARA NUESTRA ORACIÓN Propongo un ejercicio de identificación con los personajes. Ante todo, identificándonos con el fariseo, hurguemos en nuestro espíritu. Es bastante posible que encontremos en el fondo de él un fariseo emboscado. Alguien estrictamente ortodoxo en su fe, que se siente justo ante Dios, cumplidor de las normas morales, de los preceptos de culto, y que por tanto da muchas gracias a Dios por todo eso (pero se siente superior a otros, aunque no lo confiese...) Si somos así, hay que leer la parábola del fariseo y el publicano, combinada con la de los talentos. No somos mejores, simplemente, hemos recibido mucho más... ¿para qué? ¿qué se espera de nosotros? Si nos identificamos con la mujer, las cosas cambian... a mejor. Si somos conscientes de nuestros pecados, de la enorme diferencia entre lo que hemos recibido y lo que respondemos, entre lo que se espera de nosotros y lo que realmente respondemos... podemos abrumarnos. Pero entonces la parábola nos entrega, radiante y tranquilizadora, la Buena Noticia: por más pecador que seas, tu Padre te quiere igual, o más quizá, porque le necesitas más. Y aquí llegamos a uno de los núcleos esenciales de la Buena Noticia: el mensaje de Jesús es el que más tranquiliza y el que más compromete a la vez. Si la parábola de los talentos nos produce enorme inquietud, la del hijo pródigo nos devuelve la esperanza. Si la del hijo pródigo nos tranquiliza demasiado, la de los talentos nos recuerdo lo mucho que se espera de nosotros. Con todo lo cual recordamos una lección esencial. No se puede sacar consecuencias de un solo texto (y menos si está descontextuado) del evangelio. El mensaje de Jesús está en el evangelio entero, y es leyéndolo así como recibimos la Buena Noticia entera. Según nuestra sabiduría popular, “en España sólo dimite Benedicto XVI que ni es español ni está imputado”. El pobre Hamlet lo habría tenido mucho más fácil aquí. Porque, aunque en España algo huela a podrido más que en Dinamarca, aquí no hay dilemas de esos de ser o no ser, sino que las cosas son más simples: “no dimitir, that’s the question”. Para nuestros políticos es el mandamiento más importante: como el 6º del Decálogo bíblico.
Si examinamos los argumentos de quienes se mantienen tan firmes en ese mandamiento, podremos medir, no su altura moral (que no debemos juzgar nosotros), pero sí su capacidad lógica. Eso nos permitirá deducir que: o son tontos (si se creen ese argumento) o mienten (si la cabeza les funciona como para percibir que el argumento no vale). Por ejemplo (y con palabras del último de quienes, hasta hoy, decidieron no dimitir): “quieren amedrentarme y no me voy a amedrentar”. Es uno de esos argumentos tan caros a los políticos, que consisten en decir una gran verdad, pero de la cual no se siguen las conclusiones que ellos sacan. Porque, señor mío: puedo conceder que han ido a por Ud. y que quieren echarle (sea para que Ud. no suceda a Rajoy o para evitar una línea más abierta en su partido, que en eso no entro). Pero ¿de qué se extraña? Ud. debería saber que la cultura “del pelotazo”, que implantaron los políticos, es hermana siamesa de la cultura de la pedrada. ¿Cómo pues no irán a apedrearle ahora? Quieren amedrentarle. Concedido. Pero la obligación de dimitir no brota de las aviesas intenciones de los acusadores, por bajas que sean, sino de la verdad de las pruebas aducidas. Si éstas son ciertas, no se volverán falsas por la mala intención de quien las esgrime. Decían los romanos que “la mujer de César no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. En comparación con aquello, quizá nuestros políticos sean muy honrados, pero no se preocupan nada por parecerlo. Por lo que, en cuanto a civilización política, parece que aún no hemos llegado a la época de César. Debemos estar en Numa Pompilio o en Tarquinio el Soberbio… Por tanto, querido amigo, el único argumento válido sería mostrar que las fotos que sirven para inculparlo no son verdaderas. Si lo son, entonces debería argumentar a partir de lo que las fotos reflejan y no de las intenciones de quienes las exhiben. Hace poco, se publicaron otras fotos “inconvenientes” de un obispo argentino en la playa con una mujer. El obispo pudo aducir no sólo que aquella relación había terminado un año antes, sino que el difusor de las fotos era el alcalde de su ciudad, con quien había tenido varios choques por razones sociales y de defensa de Cáritas. Pero, a pesar de eso, dimitió: porque las fotos eran auténticas y no se volvían falsas por la mala intención del alcalde. Así que por una vez, al menos, los obispos dieron ejemplo a los políticos. ¿Qué podemos hacer? Bueno sería que esa “ley de semiopacidad” que prepara el gobierno (y que ellos llaman ley de transparencia, siguiendo la norma de cambiar el nombre de las cosas en vez de cambiar a éstas), precise legalmente que, la mera aparición de una acusación no impone ya obligación legal de dimitir (aunque si las pruebas son claras, como las fotografías, sigue vigente en mi opinión la obligación moral); pero que si un juez ve indicios como para imputar, entonces la dimisión sea obligatoria para cualquier político. Aclarando que se obliga a renunciar a todos los cargos políticos; no sólo a aquellos más ornamentales o menos rentables… Pero eso no basta. Deberíamos aplicarnos del refrán: “los pueblos tienen los políticos que se merecen”. Miremos si no a Italia: cuando a un señor puesto infinidad de veces en evidencia descarada, se le sigue votando, resultan hipócritas los lamentos posteriores. Es conocida la defensa que hizo Roosevelt de Anastasio Somoza: “será un hijo de tal, pero es nuestro hijo de tal”. Los ciudadanos, al votar, argüimos igual: será un sinvergüenza pero es nuestro sinvergüenza. Tal modo de razonar brota de un fundamentalismo religioso respecto de los partidos a los que sacralizamos convirtiéndolos en iglesias, siendo nuestro partido “la única iglesia verdadera”. Por eso buscamos a veces esta falsa escapatoria: “sí, ya sé que está mal pero el otro es peor”. Pues lo lógico no es que sigas votando al malo, sino que no votes ni al uno ni al otro. Y si crees que no hay más alternativas, entonces vota en blanco. También sugiero que quienes deseen canonizar algún papa o algún fundador, le hagan novenas pidiendo que dimita un político español. Si la dimisión se produjera, entones habría milagro seguro y sacábamos dos santos de un tiro: el invocado y el político. Y si no, si siguen sin dimitir, comencemos nosotros por dimitir de ellos. Al menos servirá para no ser cómplices de aquello mismo de que les acusamos. Toca hacer la declaración de la renta. Más dura que nunca este año, cuando los tipos impositivos han subido y a los ciudadanos comunes apenas nos queda nada para desgravar. Hacienda somos todos. Eso llevan contándonos mucho tiempo. Hubo una época en que me lo creí a pies juntillas, e incluso protagonicé una vieja campaña publicitaria con ese eslogan. Ahora sé –sabemos– que Hacienda sólo somos unos pocos.
Los que tenemos la desdicha de cobrar todo en A o de ser tan honrados que no queremos engañar al fisco, convencidos de que el fisco –qué palabra tan fea, por cierto– son todos nuestros conciudadanos. Ahora sé –sabemos– que la inmensa mayoría de los que realmente ganan mucho se las apañan para pagar muy poco, o incluso nada. Algunos, de manera ilegal, pero otros muchos, con el propio aval de unas leyes empeñadas en favorecer a las grandes fortunas y empobrecernos a los trabajadores. Y sé también que si esas leyes cambiaran y si los inspectores se dedicaran a perseguir a los grandes defraudadores y no a la gente común, como parecen estar haciendo, buena parte de la crisis de este país se resolvería. Pero si este año, por primera vez en mi vida, no me sentiré orgullosa de mi patriotismo al hacer la declaración y pagar lo que me toque sino que la haré con una buena dosis de indignación, no será tanto por eso como por el destino que van a dar a mi dinero. He decidido que no quiero seguir contribuyendo a los sueldos de cargos públicos que no se los merecen. De miembros de partidos o de sindicatos ineptos, cuando no claramente sinvergüenzas. O de todos esos asesores que, con suerte, recortan y pegan informes que encuentran en internet. Me niego a que sigan pagando a mi costa jamón de jabugo y vinos carísimos para las comilonas de los unos y los otros, cochazos de lujo y billetes de clase business, dietas y noches de hotel de diputados que viven en la ciudad en la que se reúne su Parlamento, televisiones públicas a mayor gloria de los gobernantes de turno, armas mortíferas, o todos esos gastos inconfesables que algunos hacen con las tarjetas bancarias que sostenemos ustedes y yo. Y, hablando de bancos, rechazo seguir contribuyendo a las pensiones multimillonarias de todos esos ejecutivos que han llevado al borde de la ruina a cajas de ahorro y empresas públicas o semipúblicas. Quiero, en cambio –o, mejor dicho, exijo– que mis impuestos sirvan para pagar sueldos de maestros y personal sanitario, mejoras en escuelas y hospitales, ayudas a los discapacitados, pensiones de jubilados, medicinas para los enfermos, subsidios dignos para los parados, viviendas sociales, becas para estudiantes necesitados, y también laboratorios para investigación científica, repoblación de bosques, conservación de patrimonio, y películas y teatro y ópera y música y talleres de artes plásticas y exposiciones y bibliotecas. Quiero que la parte de mi dinero que comparto con los demás sirva para crear una sociedad más justa y más igualitaria y más feliz, y no para seguir manteniendo a esa caterva de privilegiados indiferentes a la suerte de los ciudadanos a los que representan. Lástima que todo esto no sea más que una ingenuidad. En el Evangelio de Jesús tenemos el programa social más importante que ha conocido hasta ahora la historia de la humanidad. Abarca todas las dimensiones fundamentales del hombre: el amor, la justicia, la fraternidad, la unidad, la igualdad, la salud, la alimentación, la felicidad, la vida, la amistad, la paz, la esperanza, el bienestar personal y social, etc.
El Evangelio nos relata varias decenas de hechos extraordinarios que realiza Jesús para restablecer la salud de las personas, a la que Jesús daba una importancia fundamental, ya que de ella depende el bienestar o sufrimiento de las mismas. Jesús curaba a toda clase de personas: niños, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos, incluso hasta el punto de devolverles la vida: hija de Jairo, hijo de la viuda de Naín, o Lázaro. Hoy hay muchas enfermedades y sufrimientos perfectamente evitables y prevenibles. Estando en Guatemala en 2011, vimos con dolor y hasta desesperación a miles y miles de hombres, incluso familias enteras y por tanto también niños, trabajando en la zafra de la caña de azúcar para obtener azúcar o biodiesel. Una enfermedad mortal, llamada ERC (enfermedad renal crónica) deteriora irreversiblemente el riñón acabando prematuramente con la vida de estos trabajadores, extenuados además por el calor, la sed, y el trabajo a destajo, explotados por las multinacionales, que les pagan una miseria, y no por el tiempo trabajado, sino por la cantidad de caña cortada. De ahí que trabajen de sol a sol con temperaturas entre 35 y 40 grados. Este problema afecta a los siete países de Centroamérica, donde este cultivo va en aumento. Una fábrica en Nicaragua produce más de 18 millones de litros de etanol al año. En el primer mundo lo utilizamos porque contamina mucho menos que el petróleo. No queremos respirar aire contaminado, pero detrás quedan muchos miles de vidas prematuramente perdidas para producirlo. El valor de esta producción en los siete países citados alcanzaba en 2009 la cifra de 1.294.485.000 $. Las multinacionales se hacen con el derecho a la tierra, que queda en manos de grandes monopolios, apoyados incluso por paramilitares y sicarios, desplazando a un campesinado empobrecido y sin tierra, que queda obligado a trabajar como peones de las empresas a las cuales se la tuvieron que vender. Estos días pasados hemos tenido noticia de lo que pasa en la India con las fábricas de confección que se derrumban o incendian con varios cientos de muertos, donde también empresas españolas elaboran prendas que nosotros vestimos, dando ganancias cuantiosísimas a sus dueños... Hay innumerables casos de trabajo injusto e indigno en muchos más países, como el que acabamos de relatar. La salud es un derecho fundamental del ser humano. Detrás de ese azúcar que echamos en la taza de café, hay mucho dolor, sufrimiento y muerte. Pues también el café es cosechado en condiciones muchas veces cruelmente inhumanas. En la zona de la costa occidental de Guatemala, conocí a un terrateniente cafetalero que tenía tres latifundios de más de 1000 hectáreas cada uno y al lado de su casa un helipuerto para uso particular. Los dos mil trabajadores de una sola finca, dormían en "galeras", sobre la pura tierra y encendían hogueras por la noche para ahuyentar el frío y posibles animales. Cuando un obrero enfermaba de tuberculosis por trabajar mojado, estar mal alimentado y dormir a la intemperie, se negaba a llevarlo al hospital: "si muere que se muera, hay muchos más que desean trabajar aquí". Esta terrible frase se la oí yo mismo. ¡Qué diferencia tan grande con Jesucristo! Conclusión: Usemos menos el coche, andemos más que es más sano, endulcemos con miel de las maravillosas abejas infinitamente más sano que el azúcar, compremos el café en tiendas de comercio justo, desechemos los alimentos transgénicos de Monsanto, la Bayer y otras multinacionales, que negocian con nuestra salud. Hagamos objeción de conciencia a los gastos militares y a la carrera de las armas, que se fabrican en el Norte pero matan en el Sur, y asesinan a los más pobres. Hoy estamos en una etapa de la historia en que es posible acabar con el hambre en el mundo si termina la voracidad infinita de los depredadores del hombre y la tierra, que solo quieren dinero y más dinero a costa de los demás. Al final son tan pobres, tan pobres que solo tienen dinero: no tienen justicia, ni sentimientos, ni amor, ni fraternidad, ni solidaridad, ni misericordia, ni bondad, ni amistad, ni comprensión, ni humanidad... Ese no puede ser el camino para ser feliz. |
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