En diciembre de 2011, con motivo del quinto centenario del Sermón pronunciado por el dominico fray Anton Montesino en Santo Domingo, escribí un artículo aparecido en el diario EL PAIS. Me encuentro ahora en Santo-Domingo-República Dominicana, dando un ciclo de conferencias en el Centro de Teología de Santo Domingo, en el Convento de los Padres Dominicos, donde en su día vivió Montesino. He visitado el majestuoso monumento dedicado al fraile dominico erigido en el Malecón de esta ciudad de Santo Domingo, donde están inscritas las palabras centrales del sermón. En lugar tan emblemático he reescrito el artículo que envío a mis amigas y amigos.
El 21 de diciembre de 1511, el cuarto domingo de Adviento, subía al púlpito del convento de los dominicos en La Española (Santo Domingo) fray Antón Montesino para pronunciar un memorable sermón, que se convertiría en una de las primeras y más radicales denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en un antecedente del pensamiento latinoamericano liberador. Una parte del sermón Ha llegado hasta nosotros gracias a la profética e incisiva pluma de fray Bartolomé de Las Casas, que recoge lo sustancial de la prédica y las reacciones a la misma en el tercer libro de su Historia de las Indias (Tomo II, M. Aguilar Editor, Madrid, s/f, pp. 385-395). El sermón fue preparado por todos los miembros de la comunidad de Santo Domingo, quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de la relevancia de tan decisiva pieza oratoria. Los dominicos lo habían preparado a conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el “crudelísimo y aspérrimo cautiverio” al que los encomenderos españoles sometían a los indios en las minas de oro y otras granjerías, y tras escuchar numerosos testimonios sobre la “tiránica injusticia” y las “execrables crueldades” contra los nativos, tratados como animales “sin compasión ni blandura”, y “sin piedad ni misericordia”, según la descripción de Las Casas. Tras tan concienzudo análisis de la realidad acordaron denunciar desde el púlpito el régimen de la encomienda por considerarlo contrario “a la ley divina, natural y humana”. El Prior de la Comunidad Pedro de Córdoba encargó pronunciar el sermón a fray Antón Montesino, uno de los primeros dominicos en llegar a la isla, afamado predicador, hombre de letras, muy animoso, “aspérrimo en reprender vicios” “muy colérico en sus palabras” y “eficacísimo en sus frutos”. El templo estaba a rebosar. Ocupaban los primeros puestos las principales autoridades coloniales, entre ellas el almirante Diego de Colón, hijo del conquistador. También estaba presente el clérigo Bartolomé de Las Casas, en su calidad de encomendero. Ante un público tan cualificado el predicador no tuvo pelos en la lengua y, recurriendo al género literario interrogativo, todavía más incisivo en la denuncia, habló a los presentes de esta guisa: “Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo”. Terminada la misa, Diego de Colón y los oficiales reales se dirigieron al convento de los dominicos para reprender al predicador por el escándalo sembrado en la ciudad, acusarlo de “deservicio” al Rey y exigirle que se retractase en público el domingo siguiente. Siete días después fray Antón Montesino volvió a subir al púlpito y, lejos de desdecirse, se ratificó en las denuncias y afirmó que los encomenderos no podían salvarse si no dejaban libres a los indios y que irían todos al infierno si persistían en su actitud explotadora. El sermón provocó todavía mayor alboroto que el del domingo anterior, y los oficiales reales enviaron al rey cartas de protesta contra los frailes. Fray Antón Montesino fue enviado a España para dar cuenta y razón de su sermón al rey. Tras muchos impedimentos, logró entrevistarse con el anciano monarca, a quien expuso un largo memorial de los agravios de los conquistadores contra los indios: hacer la guerra a gente pacífica y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre quién les cortaba la cabeza de un tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etc. Aquel sermón no cayó en saco roto. Marcó el comienzo del cristianismo liberador, del reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto a la diversidad cultural y religiosa en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teología de la liberación. Tres años después, Bartolomé de Las Casas renunciaba a su función de encomendero, se convertía en el defensor de los derechos de los indios, en el iniciador de la variante latina de la filosofía europea de la alteridad y de la tolerancia, según Francisco Fernández Buey y en el precursor del diálogo interreligioso e intercultural.
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1.¿En qué se basa la creencia cristiana de la resurrección de Jesús de Nazaret?
Desde los primeros tiempos, los cristianos afirmamos que Jesús es el Mesías y el Señor y que en su resurrección radica la esperanza de nuestra propia resurrección. Esta verdad cobra claridad y consistencia desde los hechos concretos de la tumba vacía y los encuentros con Jesús resucitado. Escribe Lucas que las mujeres “entraron en el sepulcro y no encontraron el Cuerpo del Señor Jesús: no busquéis al que está vivo entre los muertos, ha resucitado. Las mujeres volvieron a anunciar todo esto a los discípulos, pero lo tomaron como un delirio y se negaban a creerles” (Lc 24, 6-12). Entre los judíos existía ciertamente la creencia de la resurrección, pero no bastaba para generar la creencia en la resurrección de Jesús; ella surge a partir de la constatación de dos hechos históricos: la tumba vacía y las apariciones de Jesús a la gente. Por la sola tumba vacía nadie habría hablado de la resurrección de Jesús. A lo más se hubiera llegado a pensar que lo habrían robado y no se supiera dónde estaba escondido. La tumba vacía indicaba algo, estaban los lienzos funerarios, pero no el cuerpo, que se había liberado de ellos. El cuerpo había desaparecido. La tumba nunca fue objeto de veneración por los primeros cristianos, ni hay indicio alguno de que tras unos meses de descomposición del cuerpo, lo hubieran recogido para darla un entierro secundario. A nadie ciertamente se le podía ocurrir que Jesús pudiera resucitar. De la misma manera, si atendemos únicamente a los encuentros con Jesús resucitado, nadie podía deducir de ellos la resurrección, pues se podían interpretar como visiones o sueños sobre la persona fallecida, como ya había ocurrido más de una vez. La novedad está en que los cristianos ven que tumba vacía y encuentros van unidos: el Jesús aparecido era el mismo que como cadáver había sido enterrado en el sepulcro. El cuerpo había desaparecido pero,al mismo tiempo, se había descubierto que su persona estaba completamente viva de nuevo: hablaba, comía y bebía con la gente a que se aparecía. Si la tumba no hubiera aparecido vacía, no hubiera surgido la creencia de la resurrección de Jesús, pues nadie antes que él había resucitado de entre los muertos. Lo relatado como histórico es que a la comprobación de la desaparición del cuerpo (tumba vacía) se unen las apariciones. Las apariciones confirman y complementan la verdad de la tumba vacía. En este, como en los demás caso, los sueños no bastaban para inventar o hacer creer que Jesús había resucitado. Se trata de una persona fallecida, ingresada como cadáver en el sepulcro y también de la transformación que ella sufre apareciéndose con verdadero cuerpo, con propiedades sin precedentes e inimaginables. El Jesús muerto y aparecido son el mismo, hay continuidad, aunque con una transformación innegable. La base, pues de la creencia cristiana en la resurrección de Jesús , la da la circunstancia de esta combinación de la tumba vacía y las apariciones. Todo esto resullta indemostrable desde una perspectiva pitágorica, matemática. Pero con la historia casi nada queda descartado de manera absoluta; después de todo, la historia es en su mayor parte el estudio de lo inusitado y lo irrepetible. Lo confirma el superdocumentado autor N.T. Wright, en su libro (de 1.000 páginas) La resurrección del hijo de Dios: “Los primeros cristianos no se inventaron lo de la tumba ni los ‘encuentros’ o ‘vistas’ de Jesús resucitado con el fin de explicar una fe que ya tenían. Adquirieron esa fe debido a que esos dos fenómenos se dieron y se dieron de manera convergente. Nadie esperaba algo así. Decir otra cosa es dejar de hacer historia y adentrarse en un mundo de fantasía personal, una nueva disonancia cognitiva, en la cual el implacable modernista, desesperadamente preocupado por el hecho de que la cosmovisión posilustrada parezca en peligro inminente de hundimiento, planea estrategias para apuntalarla, pese a todo” ( Ed. Verbo Divino, pg. 859). Qué bien suenan las palabras de Pedro en los Hechos de los Apóstoles: “Vosotros sabéis muy bien el acontecimiento que ocupó a todo el país. Me refiero a Jesús de Nazaret, pasó haciendo el bien y curando porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo , pues hemos comido y bebido con él después que resucitó de la muerte” (Hch, 10, 37-42)”. “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20). 2. La resurrección en el Nuevo Testamento Los evangelios, además de las narraciones pascuales, aportan amplias y variadas indicaciones sobre la resurrección de Jesús. A modo de resumen, podemos afirmar que la entera tradición evangélica sobre las creencias relativas a la vida después de la muerte, conecta con la opinión judía frente a la pagana; y dentro de la opinión judía, con los fariseos (y otros que de acuerdo con ellos estaban) frente a otras opiniones diversas. Encontramos, por otra parte, una evolución y redefinición de la idea de la resurrección, no muy diferente de la que encontramos en San Pablo. “Resurrección” sigue significando el don que Dios, al final, hace de una nueva vida corporal . Aparece el reiterado sentir de que la resurrección, que a los discípulos les resultaba incomprensible durante la vida de Jesús, llegan a entenderla después, al reflexionar sobre la Pascua. Jesús devuelve a la vida a gente que había muerto. Sin embargo , la resurrección no significa una vuelta al mismo tipo de vida de antes, sino un dejar atrás completamente a la muerte. El Nuevo Testamento recoge múltiples voces sobre la resurrección, pero todas ellas parecen cantar en estrecha armonía. Si exceptuamos a Hebreos, todos los libros y tendencias hablan de ella como de un tema central, que cobra sentido en la estructura del pensamiento judío sobre el Dios uno como creador y juez. Un lector imparcial puede recopilar enseguida la novedad de los siguientes aspectos: 1.La resurrección ocupa un interés central en el primitivo cristianismo, no así en el judaísmo. 2.Las especulaciones en torno a la vida después de la muerte, eran muy variadas tanto en el mundo pagano como judío. Este abanico de opiniones no existe prácticamente en el Nuevo Testamento. Sí que se puede apreciar como una ramificación unida del judaísmo farisaico. 3.La naturaleza del cuerpo resucitado no será susceptible de morir ni de corromperse, pues quedará transformado tanto para los que han muerto como para los que aún siguen vivos. Surge, ciertamente, un nuevo modelo de corporalidad difícil de describir, que podemos etiquetarla con el término de “transfísica”. Tal término sugiere la idea de un cuerpo transformado, pero sin pretender describir en detalle qué tipo de cuerpo era el que los primeros cristianos suponían que Jesús poseía ya y que ellos acabarían por poseer. No pretendían explicar el cómo podía ser tal cosa. El hecho realmente demostrable es que los primitivos cristianos imaginaban un cuerpo que seguía siendo sólidamente físico pero significativamente diferente del actual. “Como historiadores podemos tener la dificultad de imaginar tal cosa. Pero, igualmente como historiadores, no debemos retraernos de afirmar que de eso es lo que hablaban los primeros cristianos. No hablaban de una supervivencia incorpórea, “espiritual”. De haber querido hablar de eso, lo hubieran hecho” (N.T. Wright, Idem, pg. 590). 4.Evidentemente, los cristianos eligieron y subrayaron aquellos textos bíblicos que mejor expresaban lo que le había ocurrido a Jesús y le ocurriría luego a todo su pueblo. 5.El uso metafórico de la idea resurrección tal como aparece en el judaísmo es sustituido por un uso metafórico de “morir y resucitar” concretos (bautismo, santidad de la vida corporal, testimonio cristiano) pero con referentes distintos. Al historiador no deja de plantearle todo esto una cuestión tremenda: ¿Cómo se explica este movimiento nuevo, que aparece de una manera repentina y afirma una única corriente de fe acerca de lo que le ocurre a la gente después de la muerte y es enriquecida de manera constante en una amplia gama de textos? “Los cristianos decían que Jesús ha resucitado de entre los muertos y este acontecimiento es la condición necesaria y suficiente para que ellos fueran un movimiento de “resurrección” y un movimiento de “resurrección transformada” (N.T. Wright, Idem, pg. 591). 3. La resurrección dentro de la cosmovisión paleocristiana Conviene destacar lo que, en la conducta habitual de los primeros cristianos, reflejaba que ellos estaban ya viviendo la resurrección. Lo reflejaban en primer lugar comportándose como si en aspectos importantes estuviesen ya viviendo en la nueva era, realizando en la tierra el reino de Dios; su estilo de vida se inspiraba en el triunfo de Jesús sobre la muerte. Esta era una luz nueva de claridad intensa. El día último de la semana había pasado a ser el primero, es decir, “El día del Señor” simplemente por la resurrección. El cambio del sábado, en cuanto séptimo día por el domingo, se verifica porque los cristianos creen que en ese día ha ocurrido algo especial. El bautismo y la eucaristía se realizaban con referencia a la condición de Jesús como Mesías y Señor, lo cual hace también que la cruz se convierta de signo de degradante opresión imperial en signo del amor de Dios. Jesús muerto y resucitado es el centro de la comunidad cristiana y la comunidad se considera beneficiaria de la resurrección en el presente y en el futuro. Los cristianos son, por tanto, el pueblo de la resurrección, un pueblo nuevo que empezó en la Pascua y que, por el Espíritu, integra a todos en el bautismo y en la fe. Este pueblo es parte de la creación de Dios, restaurada y redimida, aunque un día haya de morir. La derrota del pecado y de la muerte , iniciada por la Pascua, está todavía por concluir, y se llevará a cabo cuando Jesús reaparezca. Ahora estamos entre la era venidera que ha empezado ya y la era presente. “ La resurrección de Jesús y la poderosa obra del Espíritu que los cristianos primitivos veían en ese acontecimiento y en sus propias vidas, reconfiguró la visión del dios único y del mundo, al proporcionar la respuesta a los problemas de Israel y del mundo: queda demostrado que Jesús es el Mesías representante de Israel y que su muerte y resurrección es la realización anticipada de la restauración de Israel y, por tanto, de la restauración del mundo”(N.T, Wright, Idem, pg. 711). Esto significa que los cristianos están comprometidos a vivir y trabajar dentro de la historia y no a vivir en un mundo de fantasía. El futuro prometido daba sentido y validez a la presente vida corpórea. Se toca con esto algo que contradice la posición de quienes han sostenido que con el cristianismo no había sucedido nada especial , dando por supuesto que la resurrección corporal no había ocurrido. No pocos daban como válida e importante -y es lo que había que esperar- la “segunda venida” sin admitir que ella descansaba sobre algo que había sucedido ya. La resurrección corporal es la que daba significado a la segunda venida. Esta visión del mundo generaba una espiritualidad modelada por la resurrección de Jesús, la cual daba un fuerte impulso a un estilo de vida que se difundió rápidamente y que alentaba un claro enfrentamiento con el imperio. La preocupación de los cristianos por este mundo, lejos de disminuir, aumentaba con la creencia de que Jesús había resucitado de entre los muertos y que, con él, había comenzado una nueva era. El Señorío de Jesús sobre la tierra iba a generar un conflicto contra las presiones del Cesar. Si Jesús era el Mesías, él era el verdadero señor del mundo . Los cristianos creían que la “resurrección” había empezado ya y la única persona a la que le había sucedido era el señor a cuyo nombre se doblaba toda rodilla. 4. ¿Qué significa, en definitiva, resucitar? . SIGNIFICA Que Jesús, en la muerte y desde la muerte, entró en el ámbito mismo de la vida divina, realidad primera y última. El Crucificado continúa siendo el mismo, junto a Dios, pero sin la limitación espacio-temporal de la forma terrenal. La muerte y la resurrección no borran la identidad de la persona sino que la conservan de una manera transfigurada, en una dimensión totalmente distinta. Para hacerlo pasar a esta forma de existencia distinta, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. La resurrección queda vinculada a la identidad de la persona, no a los elementos de un cuerpo determinado. Resucitar significa, pues, entrar a través de la muerte en el ámbito mismo de la vida de Dios. Nuestra fe nos asegura que el Dios del comienzo es también el Dios del final, que el Dios , Creador del mundo y del hombre, es también el que consuma a éstos en su plenitud. Resucitar significa que la persona que muere, continúa, y el cuerpo se disuelve pero entra en una dimensión nueva. Hay continuidad y discontinuidad. Resucitar significa apostar, como Jesús, por la vida, por la justicia, por el amor, por la libertad, llegando incluso a soportar en esta lucha el vituperio del fracaso de este mundo, pero seguros de que la inocencia del Justo será reconocida y premiada por Dios. Dios tiene siempre la última palabra, no la iniquidad. Resucitar significa que estamos ya, en una marcha hacia la plenitud de la vida, en lucha contra todo lo que bloquea, merma y mata la vida. El tiempo que se nos da no es para volverse pasivos, indolentes, excépticos, sino para trabajar, ahora, en el minuto a minuto, e ir haciendo que esta tierra sea cada vez más un cielo, el cielo de Dios. La resurrección de Jesús es la meta final, la anticipación de la plenitud que nos aguarda. Y esa plenitud no hay otra forma de hacerla más real y operativa que comprometerse con aquellos que más vida, amor y libertad necesitan: los pobres. La exégesis bíblica, especialmente en el último siglo, ha sido positivamente desafiada por nuevos descubrimientos arqueológicos. Eso no es nada nuevo. La exégesis bíblica es en sí misma una ciencia que ha demostrado capacidad para asumir críticamente los nuevos descubrimientos y desafíos arqueológicos. Es una aberración valorar la arqueología como una ciencia y reducir la interpretación bíblica a una profesión de fe, y así reducir cualquier posible contradicción entre biblia y arqueología como una contradicción entre ciencia y fe. Estas consideraciones solo muestran ignorancia tanto de la arqueología como de la ciencia bíblica. Arqueología y Exégesis bíblica han sido normalmente dos procesos científicos complementarios. No podemos manipular la arqueología como una amenaza a las ciencias bíblicas (ver José M. Vigil en revista “Alternativas”, enero – junio 2016, Nicaragua).
Empecemos con dos casos paradigmáticos (hay muchos mas) para confirmar lo que digo. Se trata de los descubrimientos en Qumran (1948 cerca del Mar muerto) y los descubrimientos en Naghammadi (1945 en el alto Egipto). En ambos lugares se descubrió inmensas bibliotecas de papiros y manuscritos antiguos que estremecieron nuestros conocimientos arqueológicos y bíblicos, pero la ciencia bíblica tuvo la capacidad de descifrar e interpretar estos documentos. Yo estudié un año (1969-1970) en la “Escuela Bíblica de Jerusalén”, donde tuve como maestro al dominico Alan de Vaux, uno de los más notables arqueólogos, especialmente en el estudio del material descubierto en Qumran. Igualmente, con la Escuela Bíblica, tuvimos durante un mes un seminario arqueológico en la actual Turquía, sobre las culturas milenarias y otras contemporáneas al surgimiento del cristianismo. Algo parecido la Escuela Bíblica de Jerusalén nos enseñó a trabajar en Siria y Egipto. Nuevos espacios abiertos por el Concilio Vaticano II El Concilio Vaticano II abrió una puerta en la Iglesia que estaba cerrada por mas de 400 años. La apertura se dio especialmente con la Constitución “Dei Verbum” del 18 de noviembre de 1965. Este documento dio a la ciencia exegética bíblica, especialmente católica, una capacidad hermenéutico que estaba cerrada desde el Concilio de Trento (1545-1563). Este espacio ya abierto se actualizó con un nuevo documento: “Interpretación de la Biblia en la Iglesia”, de la Pontificia Comisión Bíblica del año 2005. Aquí se profundizó en la importancia del método histórico-crítico, los métodos del análisis retórico, narrativo, semiótico y canónico y el recurso de las tradiciones judías de interpretación y de la historia de los efectos del texto. La mayor novedad fue abrir la hermenéutica al uso de las ciencias humanas, de inspiración liberacionista y feminista. Se menciona explícitamente la importancia de la Teología de la Liberación en el movimiento bíblico. Movimiento Bíblico Popular El Movimiento Bíblico Popular nos ha orientado como y desde donde leer e interpretar la Biblia en las Comunidades Eclesiales de Base. El método es partir del libro de la vida y desde ahí leer e interpretar el libro de la Biblia. Cito un texto muy orientador de Carlos Mesters: “¿Por qué la realidad de la vida es tan importante para que la gente pueda entender la Biblia? Es porque la Biblia no es el primer libro que Dios escribió para nosotros, ni el más importante. El primer libro es la naturaleza, creada por la Palabra de Dios; son los hechos, los acontecimientos, la historia, todo lo que existe y sucede en la vida del pueblo; es la realidad que nos envuelve; es la vida que vivimos. Dios quiere comunicarse con nosotros a través del libro de la vida. Por medio de ella Dios nos transmite su mensaje de amor y de justicia. Pero nosotros, hombres y mujeres, con nuestros pecados organizamos el mundo de tal manera y creamos una sociedad tan torcida que ya no es posible darnos cuenta del llamado de Dios encerrado dentro de la vida que vivimos. Por eso Dios escribió un segundo libro: la Biblia. Este segundo libro no vino a sustituir al primero. La Biblia no vino a quitarle su lugar a la vida. ¡Todo lo contrario! La Biblia fue escrita para ayudarnos a entender mejor el sentido de la vida y a percibir más claramente la presencia de la Palabra de Dios dentro de nuestra realidad.” La Biblia no solo nos revela la Palabra de Dios, sino que nos revela Dios se revela. San Agustín (354-430 d.C.) expresa lo mismo: “La Biblia, el segundo libro de Dios, fue escrita para ayudarnos a descifrar el mundo, para devolvernos la “mirada de la fe y de la contemplación”, y para “transformar toda la realidad en una gran revelación de Dios”. El absolutismo de los “paradigmas” José María Vigil (en la revista “Alternativas” ya aludida) nos cita textos del autor Finkelstein de su libro La Biblia desenterrada. Igualmente se citan textos de Thomas Sheehan, del prólogo de un libro de J. Van Hagen titulado Rescuing Religion. Ambas citas escogidas por Vigil (y otras de estos autores y de otros creadores de “paradigmas”), muestran un conocimimiento arqueológico respetable, pero con un gran desconocimiento hermenéutico de las ciencias bíblicas. La Biblia crea géneros literarios propios, como el uso de mitos, tradiciones y leyendas autónomas. Los primeros 11 capítulos del Génesis, como un ejemplo, son mitos fundantes: ninguna “arqueología” descubrirá realidades históricas en los mitos de la creación, en los mitos de Adán y Eva, Caín y Abel, el arca de Noé o la torre de Babel. Igualmente ninguna arqueología podrá buscar fundamentos arqueológicos a los relatos bíblicos del Exodo, Moisés y la liberación de los esclavos. Son relatos literarios históricos, que no podamos negar o afirmar con bases únicamente arqueológicas. Se construyen “paradigmas arqueológicos” que amenazan a las ciencias exegéticas modernas. Los descubrimientos arqueológicos son muy importantes, y debemos conocerlos y tenerlos como referencia, pero crear “paradigmas arqueológicos” como indispensables para interpretar la Biblia, es un fundamentalismo cientista, que manifiesta mucha ignorancia de la exégesis científica moderna de la Biblia. En algunas propuestas, con base supuestamente arqueológicas, se interpreta el Nuevo Testamento (designado como “Segundo Testamento”) en una versión marcadamente fundamentalista. Esto no tiene ningún valor científico, si no tomamos como referencia el texto original griego y los diferentes géneros literarios. Solo una exégesis científica es la apropiada para hacer una crítica al fundamentalismo, sin necesidad de “esquemas arqueológicos”. Conclusión Es muy posible que los nuevos descubrimientos arqueológicos sean reales, pero pierden relevancia si se sistematizan en paradigmas cerrados y fundamentalistas, y aparecen teóricos y científicos, que no son ni arqueólogos ni biblistas, que utilizan la ciencia con fines personalistas para construir teorías amenazantes, que ignoran el trabajo científico de siglos de investigadores en el campo de la ciencia bíblica y arqueológica. He escrito este artículo para revalorizar el trabajo de la nueva exégesis científica y liberadora de la Biblia, que nace sobre todo en el Tercer Mundo. Igualmente valorizar el movimiento de lectura popular de la Biblia que hacen nuestras Comunidades Eclesiales de Base. Los que han divulgado los nuevos descubrimientos arqueológicos como un “paradigma”, que amenaza y cuestiona el trabajo bíblico liberador han hecho mucho daño y creado mucha confusión. Ya no se trata de un problema “ciencia-fe”, sino de una situación de “opresión-liberación”. Fin Para graficar lo dicho cito mi libro: “Memoria del movimiento histórico de Jesús. Desde sus orígenes (años 30) hasta la crisis del Sacro Imperio Romano Cristiano (siglos IV y V)”. México (Ediciones Dabar) 2010, 400 pp. Tomo solo algunas referencias de la bibliografía, en forma muy reducida (la presentación completa está en mi libro) sobre todo los documentos que muestran el encuentro entre el cristianismo naciente y la realidad del mundo “arqueológico” circundante, reflejada en la literatura extrabíblica. Alcalá, Manuel. El Evangelio copto de Felipe. Alcalá, Manuel. Los Evangelios de Tomás, el Mellizo y María Magdalena. Bernabé, Carmen. María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo. Bonilla, Plutarco. Hechos de Pablo y Tecla. Aportes Bíblicos Crossan, John Dominic. Jesús: vida de un campesino judío. Ehrman, Bart. D. Cristianismos perdidos. Los credos proscritos del Nuevo Testamento. Faria, Jacir de Freitas. As orígens apócrifas do cristianismo. García Bazán, Francisco. El Evangelio de Judas. Edición y comentario. Hoornaert, Eduardo. Los orígenes del cristianismo (una lectura crítica). Horsley, Richard A. Sociology and the Jesus Movement. Horsley, Richard A. Bandits, Prophets and Messiahs. Popular Movements in the Time of Jesus. Jaeger, Werner. Cristianismo primitivo y paideia griega. Lüdemann, Gerd. Heretics. The Other Side of Christianity. Meier, John P. Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Pagels, Elaine. Los Evangelios gnósticos. Pagels, Elaine. Más allá de la fe. El Evangelio secreto de Tomás. Piñero, Antonio. El otro Jesús. Vida de Jesús según los Evangelios apócrifos. Piñero, Antonio. Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi Sachot, Maurice La invención de Cristo. Génesis de una religión. Schüssler-Fiorenza, Elisabeth. En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Theissen, Gerd .Estudios de sociología del cristianismo primitivo. Fin No es mi intención hacer una exposición sobre el papel que la religión cristiana representa en el individuo y en la sociedad y el papel -revolucionario o contrarrevolucionario- que ha venido desempeñando en la historia de nuestra cultura y civilización occidental. No, es mucho más modesto.
Damos por supuesto que hay religiones y religiones, unas más sumisas y aliadas con nel poder; y otra más independientes y proféticas. El cristianismo tiene de lo uno y de lo otro. Pero, mirado en su origen y contenido primordial, es netamente revolucionario. Ciertamente, la religión católica en nuestra España, y en otros países de Europa y del Tercer Mundo, ha experimentado un cambio de 90 grados, con incidencia de mayor o menor grado en unas u otras partes. Me basta con apuntar a un espacio de tiempo reducido, de unos 50-60 años, desde el concilio Vaticano II (1962-65) hasta nuestros días. Sería inmenso, e improcendente, que yo entrara ahora a detallar lo que ese cambio supuso para los diversos campos de la vida privada y pública: en relación con la persona, el interior mismo de la Iglesia católica, la sociedad y la política, la autonomía de la ciencias humanas, etc. Estamos en el llamado Triduo Sacro, hoy Viernes Santo, días muy señalados en tierras de la cristiandad. Y resulta apropiado fijarnos en él para destacar el contraste de una visión tradicional idealista y otra real e intrahistórica posconciliar. Y con ello ayudar a entender y situarse ante una misma realidad valorada de muy distinta manera. Lo cual es bueno para despejar prejuicios y dogmatismos innecesarios. Los Viernes Santos alzamos la vista en muchas ciudades de España para contemplar en las procesiones las imágenes de nuestros Cristos Crucificados . Lo venimos haciendo desde siglos, con gran regularidad, expectación y respeto . Incluso lo no muy adictos a la religión católica, habrán escuchado alguna vez estas palabras de Jesús: “Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños conmigo lo hicisteis”. Jesús se considera presente ahora en cuantos pasan por una vida dura, marginada, despreciada, llámense parados sin prestaciones, desahuciados, obreros sin trabajo, mujeres maltratadas, miles de niños muriendo de hambre, gentes expulsadas de sus tierras, ciudadanos engañados por la bancos y los gobernantes, enfermos desatendidos, encarcelados, niños esclavizados, etc. O sea, que esta gente son para Jesús lo más sagrado, tan sagrado que son una imagen de su vida, hacen sus veces, son sus vicarios, nunca él dijo que los Papas eran su vicarios, sino los pobres. Los pobres son los vicarios de Cristo. Entonces, la pregunta es ésta: ¿Qué pasaría si, junto al Cristo Crucificado, desfilasen por nuestras calles personas o imágenes vivas de estos otros crucificados? ¿Qué pasaría si, junto a él, desfilasen los miles y miles de hermanos matados en estas últimas décadas en Centroamérica, en Africa, en Irak, Livia, Siria, en esas muertes masivas de las hambrunas… Alarguemos la vista y veremos pueblos masacrados, movimientos reprimidos, líderes desaparecidos, gente de pueblo perseguida, torturada, eliminada. Verán las argollas que los poderes del FMI, del BM y de la OMC siguen poniendo para que esos pueblos no levanten cabeza y puedan disponer impunemente de sus materias primas. Estos pueblos, en un mundo donde la riqueza nunca ha sido tanta, ven cómo los poderosos les roban, les ponen condiciones comerciales inicuas, acumulan cada vez más riqueza, sin importarles el hecho de que la distancia de ingresos entre unos y otros crece sin cesar, de modo que si en el año 1820, la diferencia era de 1 a 3, hoy es de 1 a 70. La mitad de África, unos 400 millones, vive con menos de 1 dólar diario y está desnutrida. EE.UU. tiene una deuda externa de más 6 billones de dólares, doble que la de todos los países pobres, pero a él nadie le exige que la devuelva, en tanto que a los pobres se les obliga con un cuchillo en la garganta. Con razón, el Cristo y estos pueblos crucificados son la explicación el uno de los otros. Son el Siervo de Yahvé, del que nos habla la Biblia, “sin figura, sin belleza, sin rostro atrayente”. Son pobres y, además, aplastados y torturados. Y así son como el Siervo “que no parecía hombre ni tenía aspecto humano y producía espanto”. Y mientras sufren en paciencia y resignación, se los alaba; pero si se deciden invocar al Dios que los defiende y libera, entonces son subversivos, terroristas, comunistas. Y no tienen quien los defienda, “son llevados a la muerte, sin justicia”. Con razón escribía el obispo Pedro Casaldáliga: “Es hora de martirio en nuestra América Latina”. ¡Cuántos campesinos, sindicalistas, maestros, catequistas, religiosas y religiosos, líderes populares, obispos engrosan esa procesión de crucificados! Ellos son también el siervo sufriente de Yahvé. “Les han dejado,escribía Ellacuría, como a un Cristo”. Y Monseñor Romero alentaba a los campesinos: “Ustedes son la imagen del divino traspasado”. Estos pueblos crucificados son víctimas, no caídas del cielo, sino producidas por los sucesivos imperios, por el sistema económico dominante y por las multinacionales. Son estos verdugos los que imponen la injusticia, los que la mantienen violentamente si hace falta y hasta con terror. Al Jesús histórico, sabemos lo que le pasó. Si Jesús no hubiera vivido como vivió, si no hubiera defendido los valores que defendió, si no hubiera sido coherente, si se hubiera dejado comprar por la fama, el dinero o el poder no hubiera tenido que afrontar la pasión ni la crucifixión, seguramente hubiera llegado a viejo, hubiera muerto pacíficamente en la cama y no violentamente colgado de una cruz. La causa de Jesús fue, pues, simple : crear con todos una familia nueva, sin exclusión ni discriminación de nadie, en igualdad, viviendo y tratándonos como hermanos y, en todo caso, sabiendo que la grandeza de sus seguidores está en el servir y en ser los últimos en el beneficio. El nos enseñó una nueva imagen de Dios, una nueva manera de relacionarnos con EL, de entender que el culto sin justicia y amor es falso, que la religión nunca puede servir para manipular, engañar, oprimir, discriminar. Jesús nos dice que Dios llega hasta el interior, a lo más íntimo, no le engañan las apariencias. El lo resume todo en el amor: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. La utopía máxima de Jesús es ser buenos como Dios, amar como Dios, dar la vida por las personas que amamos. Se entiende entonces que a los que quieran seguir al Nazareno, no va a faltarles la cruz. Pero no la cruz material elegida por uno mismo para macerarse y agradar a Dios, sino la cruz que los otros le van a poner encima por querer vivir como Jesús. El que quiera vivir como el hijo del hombre, que se prepare: lo impugnarán, no lo comprenderán, lo calumniaran, lo perseguirán y hasta puede que lo maten y “crean que hacen un obsequio a Dios”. Por ahí, le llegará la cruz. Esa cruz abarca y se hace visible hoy en la procesión inmensa de los crucificados que desfilan por las calles de nuestras mentes y corazones, condenados a muerte a sabiendas de ser inocentes, como Jesús. Y habrá entre los expectadores seguramente, quienes se inclinen reverentemente, pero que han hecho de verdugos, y piensen que esa es una muerte si no merecida, irremediable ya que, en última instancia, ha sido querida por Dios. Un Dios, se nos ha repetido, enojado por los pecados de los hombres, que exigía reparación, la cual nadie sino una víctima de valor infinito podía satisfacer, y esa víctima era su propio hijo, su sangre, él único que podía desagraviarle y pagar el precio correspondiente. Una muerte sacrificial, querida por Dios, por la que quedaríamos redimidos de nuestros pecados. ¡Horrible, indecente, absolutamente intolerable! Esta imagen es la de un ídolo deificado, cruel, vengativo, sádico que necesitaba de esta muerte como espiación, rescate y salvación! No, Jesús no fue a la muerte por voluntad de Dios, su Padre, para recabar ante él el perdón, el rescate y la salvación nuestra. Esa imagen de Dios, -la alimentada por una teología del sacrificio- es horrísona, indigna, reprobable. Dios no está sediento de sangre ni necesita de sacrificios, ofrendas ni devociones de nadie. Y suena a sacrilegio atribuirle la muerte de su propio hijo. La flecha histórica y sapiencial apuntan a los verdaderos asesinos del Justo y del Profeta por excelencia: el sanedrín y el imperio romano. Ambos, ante un hombre libre y cabal, de enseñanza original, pactaron quitarle la vida, pues de seguir con su proyecto ellos quedaban deslegitimados y anulados. ¿Cómo se pudo imputar a Dios la muerte de su propio hijo? ¿ Y cómo se puede seguir actuando como si este sacrificio se siguiera reproduciendo cuantas veces se celebra la Misa? Jesús anunció “haber sido enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, y para poner en libertad a los oprimidos”. Y eso, ante los poderes dominantes de su sociedad, tenía un precio: la muerte. Y es el precio de todos los crucificados de la historia, cobrado por los que sirven al dios del dinero, adoradores ciegos de su egoísmo, avaricia y soberbia. Pero Dios les demostró que la última palabra la tiene El y no ellos, que Jesús de Nazaret, dado por ellos como fracasado y exterminado, resucitó, apareció y siguió vivo e hizo patente la nihilidad de sus enemigos. Acabaron, cayeron en el olvido, nadie los honra y El sigue perenne en la fe y en la vida de millones y millones de toda la tierra. Al Jesús histórico, se le reconoció no sólo por su libertad y coherencia sino por su proyecto, en el cual declaraba cosas como estas: . Hay que amar, incluso al enemigo. . Hay que perdonar y ser misericordioso. . Hay que ser limpios de corazón. . Hay que ser sinceros, ecuánimes, veraces. . No se debe tolerar la exclusión, discriminación o humillación de nadie. . Hay que aborrecer la hipocresía, el orgullo y la dureza de corazón. . No hay que apetecer el poder de mandar sino el servicio. . Hay que trocar la avaricia por la generosidad y el compartir. . Hay que detestar el dinero conseguido a base de oprimir y explotar a los demás. . No se pueden establecer líneas divisorias entre el amor a los hombres y el amor a Dios pues ambos son una misma cosa. . No se puede oponer el bien de Dios al bien de los hombres, pues para Dios la gran pasión es la felicidad . No se puede contraponer el acá al allá, la muerte a la resurrección, pues si Dios es el principio de todo lo creado, es también su fín. Entendámoslo bien: una cosa es el sistema de vida de los escribas y fariseos (de entonces y de ahora), del sistema religioso oficial del Templo (de entonces y de ahora) y otra el estilo de vida de Jesús. Volvamos de nuevo la vista a los templos cristianos con sus ritos, inciensos, cantos, plegarias y procesiones, ¿a quién están recordando? ¿Qué están celebrando? ¿La muerte de Jesús? ¿Su muerte física? ¿Nada más? ¿ Y eso una y otra vez, un año y otro año, un siglo y otro siglo? ¿No será que hemos convertido en momia sagrada la liturgia católica? La pasión y muerte de Jesús son referencia paradigmática. Pero su muerte no ha acabado, sigue reviviéndose en el Cuerpo de la Iglesia y de la Humanidad. Y sigue produciéndose en el altar del poder económico y del poder religioso. Hoy son otros los Faraones, los Pilatos y los Sumos Sacerdotes… ¿Dónde están los profetas y liberadores que, como él, tratan de rescatar el significado de su Pascua, hoy pascua cristiana? ¿Cuántas son las desviaciones y corrupciones que hay que destapar y corregir? ¿Quiénes son los tiranos y verdugos? ¿Quiénes los que sufren pasión y quiénes los crucificados? ¿Cuánto de esto está presente y se celebra en las liturgias de nuestros templos. Aunque el evangelio de hoy ya no hable de apariciones, no nos apartamos del tema pascual, pues afirma expresamente: “Yo he venido para que tengan Vida y la tengan abundante”. Éste es el verdadero tema de Pascua. Lo que Jn pone en boca de Jesús nos está diciendo lo que de él pensaban los cristianos de finales del siglo I en la comunidad donde se escribe el evangelio, no lo que pudo decir él cuando vivía en Galilea. Esto que vivió una comunidad cristiana, es para nosotros más interesante que las mismas palabras que pudo decir Jesús, porque nos habla de una vivencia provocada por Jesús Vivo.
El relato nos habla de la puerta y del pastor. En el fondo es la misma metáfora, porque la única puerta de aquellos apriscos, era el pastor. El rebaño eran las 5 ó 10 ovejas o cabras, que eran la base de la economía familiar. Por la noche, después de haber llevado a pastar cada uno las suyas, se reunían todas en un aprisco, que consistía en una cerca de piedra con una entrada muy estrecha para que tuvieran que pasar las ovejas de una en una y así poder controlarlas, tanto a la entrada como a la salida. Esa entrada no tenía puerta, sino que un guarda, allí colocado, hacía de puerta y las cuidaba durante la noche. Por la mañana cada pastor iba a sacar las suyas para llevarlas a pastar. Esto se hacía por medio de un silbido o de una voz que las ovejas conocían muy bien. Incluso tenían su propio nombre como nuestros perros hoy. Cuando oían la voz, las ovejas que se identificaban con ella, salían. Con estos datos se entiende perfectamente el relato. Jesús se identifica con ese pastor/dueño que cuida las ovejas como algo personal, pero no porque de ellas depende su familia, sino porque le interesan las ovejas por sí mismas. El texto habla de comparación (paroimian). Utilizamos una comparación cuándo queremos explicar lo que es una cosa a través de otra que conocemos mejor. No se trata de una identificación sino de una aproximación. Ni Jesús es un pastor ni nosotros borregos. Jesús nos lleva a los pastos después de haberse alimentado él en los mismos. Y ya sabemos que su alimento fue hacer la voluntad de su Padre. El relato empieza por una referencia a esos dirigentes de todos los tiempos, que debían ser pastores, pero que en ved de cuidar de las ovejas, se pastorean a sí mismos y utilizan las ovejas en beneficio propio. Las ovejas atienden a su voz porque la conocen. Una frase con profundas resonancias bíblicas. Oír la voz del Señor es conocer lo que nos pide, pero sobre todo obedecerle. Las llama por su nombre, porque cada una tiene nombre propio. Las que escuchan su voz, salen de la institución opresora y quedan en libertad. Jesús no viene a sustituir una institución por otra. No las saca de un corral para meterlas en otro. No son los miembros de la comunidad los que deben estar al servicio de la institución. Es la institución y la autoridad la que debe estar al servicio de cada uno. En un mismo aprisco había ovejas de muchos dueños, por eso dice que saca todas las suyas. Porque son suyas, conocen su voz y le siguen. El texto quiere dejar bien claro que las ovejas no podían salir por sí mismas del estado de opresión, porque para ellas no había alternativa. Es Jesús el que les ofrece libertad y capacidad para decidir por sí mismas. Los dirigentes judíos son “extraños”, que no buscan la vida de las ovejas. Ellos las llevan a la muerte. Jesús les da vida. La diferencia no puede ser más radical. Él camina delante y las ovejas le siguen. Esto tiene más miga de lo que parece. Jesús recorrió de punta a cabo una trayectoria humana. Esa experiencia nos sirve a nosotros de guía para recorrer el mismo camino. Para nosotros, esto es difícil de aceptar, porque tenemos una idea de Jesús-Dios que pasó por la vida humana de manera ficticia y con el comodín de la divinidad en la chistera. Ese Jesús no tendría ni idea de lo que significa ser hombre, y por lo tanto no puede servirnos de modelo a seguir. Yo soy la puerta. No se refiere al elemento que gira para cerrar o abrir, sino al hueco por donde se accede a un recinto. El pastor que las cuidaba era la única puerta. Por eso dice que es la puerta de las ovejas, no del redil. Todos los que han venido antes, son ladrones y bandidos, no han dado libertad/vida a las ovejas. Son tres los productos interesantes de las ovejas: leche, lana y carne. Los pastores buscan ese interés. A ninguno le interesan las ovejas”. A las ovejas tampoco pueden interesarles esos pastores. Entrar por la puerta que es Jesús, es lo mismo que "acercarse a él", "darle nuestra adhesión"; esto lleva consigo asemejarse a él, es decir, ir como él a la búsqueda del bien del hombre. Él da la vida definitiva, y el que posee esa Vida, quedará a salvo de la explotación. Él es la alternativa al orden injusto. En Jesús, el hombre puede alcanzar la verdadera salvación. "Podrá entrar y salir", es decir, tendrá libertad de movimiento. "Encontrará pastos", dice lo mismo que “no pasará hambre, no pasará sed”. Así se identifica el pasto con el pan de vida que es él mismo. La Ley sustituida por el amor. Yo he venido para que tengan Vida y les rebose. El ladrón (dirigentes), no sólo roba, despoja a la gente del pueblo de lo que es suyo, sino que sacrifica a las ovejas, es decir, les quita la vida. La misión de Jesús es exactamente la contraria: les da Vida y las restituye en su verdadero ser. Los jerarcas les arruinan la vida biológica. Jesús les da la verdadera Vida y con ella la biológica cobra pleno sentido. Jesús no busca su provecho ni el de Dios. Su único interés está en que cada oveja alcance su propia plenitud. Es muy importante el versículo siguiente, que no hemos leído, para entender el significado del párrafo. “El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas”.El griego dice: "el modelo de pastor" (ho poimên ho kalos). La expresión denota excelencia (el vino en 2,10). Sería el pastor por excelencia. "kalos" significa: bello, ideal, modelo de perfección, único en su género. No se trata solo de resaltar el carácter de bondad y de dulzura. En griego hay una palabra (agathos), que significa “bueno”; pero no es la que aquí se emplea. Jesús es para aquella comunidad y para nosotros hoy, el único pastor. Se entrega él mismo" (tên psykhên autou tithesin") = entrega su vida. En griego hay tres palabras para designar vida: zoê, bios y psukhê; pero no significan lo mismo. El evangelio dice psykhên = vida psicológica, no biológica. Se trata de poner a disposición de los demás todo lo que uno es como ser humano, mientras vive, no muriendo por ellos. La característica del pastor-modelo es que pone su vida al servicio de las ovejas para que vivan, sin limitación alguna. Al hacer esto, pone en evidencia la clase de Vida que posee y manifiesta la posibilidad de que todos los que le siguen tengan acceso a esa misma Vida. Meditación Tener Vida es el objetivo de Jesús y debe ser también el mío. Ningún otro objetivo puede ser suficiente para mí. La VIDA ya está en mí, pero tengo que alimentarla y vivirla. Se trata de la misma Vida de Dios. “Yo vivo por el Padre”. …………………… Si no despliego esa Vida, mi humanidad quedará frustrada; mis posibilidades de SER humano quedarán disminuidas; mi conocimiento, reducido a simple ciencia; mi felicidad, incompleta, porque será simple hedonismo. Estos cuatro títulos resumen lo que afirman de Jesús las lecturas del próximo domingo: que es Señor y Mesías lo dice Pedro en el libro de los Hechos (1ª lectura); como modelo a la hora de soportar el sufrimiento lo propone la Primera carta de Pedro (2ª lectura); puerta del aprisco es la imagen que se aplica a sí mismo Jesús en el evangelio de Juan. En resumen, las lecturas nos proponen una catequesis sobre Jesús, lo que significó para los primeros cristianos y lo que debe seguir significando para nosotros.
No quedarnos en el próximo domingo, mirar hasta el 7º Cabe el peligro de vivir la liturgia de las próximas semanas sin advertir el mensaje global que intentan transmitirnos las lecturas dominicales: pretenden prepararnos a las dos grandes fiestas de la Ascensión y Pentecostés, y lo hacen tratando tres temas a partir de tres escritos del Nuevo Testamento. 1. La iglesia (1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles). Se describe el aumento de la comunidad (4º domingo), la institución de los diáconos (5º), el don del Espíritu en Samaria (6º), y cómo la comunidad se prepara para Pentecostés (7º). Adviértase la enorme importancia del Espíritu en estas lecturas. 2. Vivir cristianamente en un mundo hostil (2ª lectura, de la Primera carta de Pedro). Los primeros cristianos sufrieron persecuciones de todo tipo, como las que padecen algunas comunidades actuales. La primera carta de Pedro nos recuerda el ejemplo de Jesús, que debemos imitar (4º); la propia dignidad, a pesar de lo que digan de nosotros (5º); la actitud que debemos adoptar ante las calumnias (6º), y los ultrajes (7º). 3. Jesús (evangelio: Juan). Los pasajes elegidos constituyen una gran catequesis sobre la persona de Jesús: es el pastor y la puerta (4º); camino, verdad y vida (5º); el que vive junto al Padre y con nosotros (6º); el que ora e intercede por nosotros (7º). Jesús, puerta del aprisco El autor del cuarto evangelio disfruta tendiendo trampas al lector. Al principio, todo parece muy sencillo. Un redil, con su cerca y su guarda. Se aproxima uno que no entra por la puerta ni habla con el guarda, sino que salta la valla: es un ladrón. En cambio, el pastor llega al rebaño, habla con el guarda, le abre la puerta, llama a las ovejas, ellas lo siguen y las saca a pastar. Lo entienden hasta los niños. Sin embargo, inmediatamente después añade el evangelista: “ellos no entendieron de qué les hablaba”. Muchos lectores actuales pensarán: “son tontos, está clarísimo, habla de Jesús como buen pastor”. Y se equivocan. Eso es verdad a partir del versículo 11, donde Jesús dice expresamente: “Yo soy el buen pastor”. Pero en el texto que se lee hoy, el inmediatamente anterior (Juan 10,1-10), Jesús se aplica una imagen muy distinta: no se presenta como el buen pastor sino como la puerta por la que deben entrar todos los pastores (“yo soy la puerta del redil”). Con ese radicalismo típico del cuarto evangelio, se afirma que todos los personajes anteriores a Jesús, al no entrar por él, que es la puerta, no eran en realidad pastores, sino ladrones y bandidos, que sólo pretenden “robar y matar y hacer estrago”. Resuenan en estas duras palabras un eco de lo que denunciaba el profeta Ezequiel en los pastores (los reyes) de Israel: en vez de apacentar a las ovejas (al pueblo) se apacienta a sí mismos, se comen su enjundia, se visten con su lana, no curan las enfermas, no vendan las heridas, no recogen las descarriadas ni buscan las perdidas; por culpa de esos malos pastores que no cumplían con su deber, Israel terminó en el destierro (Ez 34). La consecuencia lógica sería presentar a Jesús como buen pastor que da la vida por sus ovejas. Pero eso vendrá más adelante, no se lee hoy. En lo que sigue, Jesús se presenta como la puerta por la que el rebaño puede salir para tener buenos pastos y vida abundante. En este momento cabría esperar una referencia a la obligación de los pastores, los responsables de la comunidad cristiana, a entrar y salir por la puerta del rebaño: Jesús. Todo contacto que no se establezca a través de él es propio de bandidos y está condenado al fracaso (“las ovejas no les hicieron caso”). Aunque el texto no formula de manera expresa esta obligación, se deduce de él fácilmente. En realidad, esta parte del discurso termina dirigiéndose no a los pastores sino al rebaño, recordándole que “quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Ya que es frecuente echar la culpa a los pastores de los males de la iglesia, al rebaño le conviene recordar que siempre dispone de una puerta por la que salvarse y tener vida abundante. Cristianos perseguidos La segunda lectura recuerda a los cristianos perseguidos y condenados injustamente que ese mismo fue el destino de Jesús, y que lo aceptó sin devolver insultos ni amenazas. En ese contexto lo presenta como modelo con unas palabras espléndidas: “Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas”. Al final de esta lectura encontramos la imagen de Jesús como buen pastor (“Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”). Como he indicado, no es lo esencial del evangelio. ¿Quién no ha sentido, en algún momento de su vida, la experiencia de morir? ¿Quién no ha sufrido el dolor físico, casi somático, de una separación indeseada, de una palabra mal dicha, de un proyecto que se trunca, de un no sentirse comprendido o aceptado?
Cada uno de nosotros lleva grabadas infinitas pequeñas muertes en su geografía íntima. A veces tan pequeñas que no dejan cicatriz visible, pero aun así muy grandes. Lo suficiente como para que nos permitan reconocer esas mismas señales de dolor en otros cuerpos y rostros: las bolsas bajo los ojos de la señora que coge el autobús a las seis de la mañana, el ceño fruncido del funcionario que apenas musita un buenos días, el temblor en la voz de quien recuerda aquel amor del pasado, la inseguridad de la adolescente que se compara con sus amigas, la frustración del que no tiene trabajo, o de quien se busca cada mañana en el espejo y no se encuentra. No hace falta tener grandes problemas para sentirnos morir un poco (¿cuántas veces habremos alzado al cielo de otros ojos nuestra plegaria sentida y sincera, como diciendo calladamente: “¿por qué me has abandonado?”). Sí, cada uno de nosotr@s es un testimonio encarnado de resistencia, de resiliencia (ahora que tanto se emplea esta palabra), de aprender a respirar hondo y reencontrar el ánimo, “el ánima”, ese soplo vital que nos mantiene vivos. Porque estamos hech@s para resucitar. La nuestra es una bella historia de resurrección, un milagro de fortaleza en la fragilidad que nos impulsa una y otra vez a despertar del letargo, a ponernos en pie, afianzarnos sobre la tierra, dejar atrás nuestras fosas y encierros, y seguir caminando con la cabeza erguida y el pecho descubierto. Para volver a la vida, sí, pero no a la de ayer. Resucitar es recrearnos entrañablemente: asomarnos a aquello que nos duele y acariciarlo como quien unge el cuerpo o los pies de la persona amada. Acoger, aceptar, amar, conmovernos desde las entrañas. Y atrevernos a salir, sin pudor, expuestas las heridas en señal de victoria, más conscientes de nosotros mismos, renacidos y aún dispuestos a hacerlo todo nuevo. La anastasis es ese dinamismo interno que TODOS y TODAS experimentamos al sentirnos liberados de nuestros miedos e infiernos. De nada sirve admirar este milagro de la Pascua cristiana, este rito de paso o transición, si después no lo reconocemos en nuestra vida cotidiana. Y de poco sirve, además, esta experiencia de sanación personal si no transforma nuestro modo de contemplar a los demás y convivir con ellos. Quien ya pasó por una situación parecida comprende a quien ahora está sufriendo, sabe escuchar (porque también un día necesitó esa acogida), sabe acariciar con palabras y con gestos, domina el lenguaje de la ternura, y sabe conceder espacio, tiempo y dignidad a quienes se encuentran librando esa dura batalla. Porque un día fue también la suya; porque es la de todos. Cada uno de nosotros está llamado a ser testimonio de resurrección para quienes no alcanzan a ver (y aguardan anhelantes) el estallido del alba. En silencio, nos decimos: “Yo pasé por ese trance que tú atraviesas hoy y salí fortalecido. Sé de tu dolor y me conmueve. Y en cuanto quiera que venga a partir de ahora, no estarás solo/a. Seguimos adelante. Estoy contigo”. Ayudarnos a morir, ayudarnos a vivir: he aquí el milagro que se entreteje cuando dos o más personas se reconocen desde la com-pasión y el amor. La radicalidad de este sentir común, de esta comunión que se llena de sentido por lo sentido, nos moviliza e interpela a adoptar una nueva manera más sensible, empática y receptiva de estar en el mundo. Renacidos una y otra vez de tantas pequeñas crisis, albergamos en nosotros un espíritu de sabiduría y fortaleza que nos impulsa a ser portadores de paz, “resucitadores” de otros. Luego están esas otras muertes: las que nos arrancan de nuestro lado y para siempre a las personas que amamos y que nos aman, y dejan henchido de ausencia el espacio que antes ocupaba su figura. Hermoso y triste vacío habitado. Quien más, quien menos, sabe a qué me refiero. Hace algo más de dos años perdí a mi mejor amigo y no ha pasado un solo día en que no lo haya recordado. Como la Magdalena, también yo fui al sepulcro para visitar y honrar el último lugar en la tierra donde reposó el cuerpo de mi amigo. Sabía que no lo encontraría allí, que aquel nombre sobre esa lápida fría poco o nada podría decirme del hombre que yo había conocido. Fui, no obstante, porque más allá del vértigo que produce el abismo, somos materia en busca de un abrazo. Y, como hemos hecho tantos, lloré junto a su tumba la tristeza de no volver a verlo. Enterramos a nuestros muertos pensando que con ellos muere también una parte de nosotros mismos, una determinada manera de pronunciar nuestro nombre, retazos de una historia hecha recuerdos. Transcurre el tiempo (tres días, tres meses, tres años) y, en un determinado momento, incomprensiblemente, ciertos lugares parecen reavivar en nosotros aquella presencia tan amada. Resuenan en lo profundo sus palabras, como el eco de una musiquilla que creíamos olvidada. Comenzamos a revivir instantes y destellos de experiencias compartidas. Y descubrimos con sorpresa que los consejos y enseñanzas de las personas que amamos todavía nos acompañan, nos conforman e iluminan el camino. Así debieron sentirlo los discípulos de Jesús (mi espíritu permanece con vosotros), siendo en realidad una experiencia al alcance de todos. Y cuando esto ocurre, nace en los labios (rebosa del corazón) la sonrisa cómplice y serena de quien, al fin, comprende todo. Y sabe (porque lo ha experimentado) que el milagro de la Vida que se entrega sin medida consiste en un irse dando poco a poco, en un quedarse en los demás cada vez con mayor hondura, en un dejar los corazones sembrados con la belleza de los encuentros. También era esto, resucitar: un reavivar muy dentro esa mirada que alguien (Alguien) nos regaló un día, haciendo que ya nada volviera a ser lo mismo. Un abrirse a la certeza de un Amor partido y repartido, capaz de inaugurar otra forma de comunión y de presencia. Y un alegrarse sin medida y un agradecer el poder transformador de ese Amor. Agradecer siempre. Porque, al cabo, ¿quién no ha tenido alguna vez esta experiencia de resurrección? Nuestro mundo es cada vez más un mundo de excluidos al lado de un mundo de satisfechos. Los dos mundos se alejan cada vez más y se ignoran. Por otra parte, el mundo de los excluidos, a pesar de ser mayoritario, queda escondido. En un mundo que se dice mundo de la comunicación, los excluidos están fuera de la comunicación. No navegan por internet.
La vida en el mundo de los excluidos es una lucha de cada día por la sobrevivencia: un mundo de privaciones, violencias, robos, asesinatos. Niñas maltratadas expulsadas del hogar, que viven en la calle, condenadas a practicar el sexo o a vender drogas para sobrevivir. Mujeres violentadas por hombres drogados, jóvenes sin trabajo, sin estudio, sin horizontes y sin futuro, vagando por las calles sin saber qué hacer. Luchas por la dignidad, siempre recomenzadas y siempre frustradas. En fin, aquella realidad que conocemos todos los días. Y Dios, ¿dónde está? ¿Qué hace? ¿Sabe lo que está pasando? ¿Cómo explicar el silencio de Dios? Cuando los escándalos son espectaculares, cuando tanto sufrimiento aflige a personas indefensas, inocentes, ya humilladas la vida entera, ¿dónde está la paternidad de Dios? Ciertas personas, y no son pocas, se rebelan contra Dios, acusándolo o negándole la existencia. No pueden comprender que si Dios existe, Él pueda aguantar la visión de tantas injusticias. El problema no es nuevo. Es de todos los tiempos. Ya proporcionó el tema del libro de Job, uno de los momentos culminantes de la literatura universal, porque plantea la cuestión de Dios. Es fácil hacer comentarios sobre los atributos divinos en la tranquilidad de las cátedras de filosofía o en la paz de los conventos. Todos estos comentarios son superficiales porque no tocan la realidad. No enfrentan el verdadero problema: el problema de Job. Tal problema no tiene respuesta. La respuesta sería el silencio de Job. Sin embargo, se habla de Dios como Padre. Por eso querríamos cambiar la pregunta. En lugar de preguntar “¿Cómo hablar de Dios Padre?”, la pregunta más adecuada es “¿Quién puede hablar de Dios Padre en este mundo en el cual estamos?” ¿Quién puede hablar con autenticidad sin merecer la acusación de ser un inconsciente o un cínico? Muchos discursos religiosos y piadosos son cínicos porque no visualizan a las personas a las cuales se dirigen: ni están conscientes de su situación privilegiada, ni aceptan reconocer los sufrimientos del interlocutor. ¿Quién tiene el derecho de hablar de Dios Padre en el mundo de los excluidos? Solamente quien comparta la vida de ellos, las pruebas de ellos, la angustia de ellos. Por esto es imposible, ilícito, inaceptable hablar de Dios Padre desde una situación de poder. El poderoso no puede hablar de Dios Padre sin ser cínico. El dictador no puede hablar de Dios Padre sin cinismo, cinismo que experimentamos en América Latina en el tiempo de las dictaduras militares o por parte de dictadores asesinos que hablan de Dios, invocan a Dios y se legitimaban en el nombre de Dios. El rico no puede hablar de la paternidad de Dios a los pobres. El vencedor no puede hablar de Dios Padre al vencido. Los excluidos son los vencidos de la vida. ¿Por qué será que la inmensa mayoría de nuestros textos litúrgicos, escritos entre el siglo IV y el siglo XVI, no dirigen la oración al Padre sino al “Señor todo-poderoso”? Dicen así: “Dios todo poderoso y eterno.” Se trata de una desobediencia formal a la orden de Jesús, que mandó rezar invocando a Dios con el nombre de Padre. Jesús enseñó así: decid “Padre Nuestro”. Es verdad que la Iglesia conservó la fórmula del “Padre nuestro”. Era imposible borrar esta página del Evangelio. Sin embargo, fuera de esta fórmula, casi siempre dice “Dios eterno y todopoderoso.” ¿No fue acaso porque el clero sentía que era imposible hablar al Padre desde la posición de privilegio, riqueza y poder que ocupaba? La liturgia de la cristiandad fue expresión de la inmensa riqueza del clero y de los religiosos. ¿Cómo hablar del Padre en el esplendor de las catedrales y las iglesias de las abadías de ese tiempo? ¿Cómo hablar del Padre estando revestido de ornamentos litúrgicos de precio altísimo, manipulando objetos litúrgicos de oro y plata, en un ambiente de imágenes cubiertas de piedras preciosas y perlas? Todo era signo de poder, riqueza, fuerza, dominación. Todo esto era atribuido a Dios, pero no dejaba de estar reservado a una clase privilegiada. En este contexto la fórmula que se impone es “Dios eterno y todopoderoso”. No había lugar para el Padre. Instintivamente los autores de los textos litúrgicos sintieron la imposibilidad. Cuando las liturgias celebraban las conquistas, las victorias en las batallas, la destrucción de pueblos considerados enemigos de Dios, ¿cómo hablar del Padre? En las misas que celebraban la destrucción de los indios, la represión de las revueltas de esclavos, ¿se puede hablar del Padre? ¿Se puede agradecer al Padre por el exterminio de los indios, la expulsión de los judíos, la destrucción traicionera del reino musulmán de Granada? Sólo se podía invocar al “Señor Dios eterno y todopoderoso” de quien se pensaba que había manifestado el poder de su brazo. Este título de Padre tenía que ser reprimido. La Iglesia tenía que legitimar la conquista y la dominación, no podía invocar el amor del Padre, sino sólo la ira del Dios eterno y todopoderoso ofendido por la incredulidad de los pueblos paganos. Los católicos fueron instruidos por la liturgia, por la forma de hablar de los padres. No es de extrañar que pocos dirigen su oración al Padre. En la vida diaria invocan al “Señor eterno y omnipotente.” Dado que este Dios es muy distante, prefieren invocar al Sagrado Corazón de Jesús o a Nuestra Señora adornada con todos sus atributos. Las devociones populares fueron el substituto de Dios Padre. Los propios documentos del magisterio usan poco el nombre de “Padre”. Este nombre de Dios está prácticamente ausente de los textos conciliares durante toda la Edad Media, en Trento e incluso en los textos del Vaticano I. Así, por ejemplo, la Constitución Dei Filius del Vaticano I conoce solamente al Dios Todopoderoso. No conoce al Padre. Dios está siempre asociado con los atributos del poder: fuerza, autoridad. Dios castiga: así se manifiesta su poder. Dios rebaja la arrogancia de los que no se le someten. El Vaticano II inauguró una nueva fase de la historia al adoptar el lenguaje de la Trinidad. A pesar de ello, muchas veces, todavía usa las fórmulas tradicionales en lugar de hablar del Padre. Si la Iglesia se define por el poder y se sitúa en el poder, lo normal es que Dios sea visto también como poder. Partiendo de tal teología se explica por qué en Occidente durante al menos 15 siglos, la Iglesia ha practicado como base fundamental de su actuar la pastoral del miedo. Para mantener a todas las personas bautizadas en el redil, en la obediencia y en la sumisión, la Iglesia inculcó el miedo. Para reprimir las herejías o las sospechas de herejías o las posibilidades de herejías, la Iglesia inspiró el miedo. Para obligar a los fieles a practicar la moral oficial católica la Iglesia inculcó el miedo. Para conseguir la sumisión a los sacramentos, la observancia de la misa dominical, de la confesión y la comunión anual, la Iglesia predicó el miedo. El gran argumento de los predicadores fue el miedo: miedo al pecado, miedo al castigo, ya en este mundo y sobre todo en el infierno. La pastoral del miedo prevaleció hasta vísperas del Vaticano II y aún se mantiene en determinados Institutos particularmente cerrados, en que la fidelidad de los miembros se consigue por el miedo, sobre todo en instituciones femeninas ya que las mujeres fueron dos veces víctimas de la pastoral del miedo: primero como mujeres y después como posibles pecadoras. Dentro de la pastoral del miedo no había lugar para el Padre. ¿Cómo el Inquisidor, podía referirse al Padre cuando torturaba a los sospechosos de herejía para que confesaran su crimen? De alguna manera el laico era siempre tratado como un hereje potencial. Había que vigilar siempre y nunca relajar la vigilancia. Se hablaba del Dios de justicia, celoso de su autoridad, que no toleraba que su honra quedase ofendida. La herejía era la mayor ofensa, un crimen de lesa majestad. Se invocaba al Dios eterno y todo-poderoso. Por lo tanto, la historia enseña que la Iglesia no logra hablar del Padre cuando se encuentra en una situación de poder. Desde el poder ella invoca al Dios eterno y todopoderoso. Éste afirma su justicia de tal modo que el pecador se siente aplastado y debe pedir piedad, compasión, perdón. Entonces, ¿quién puede hablar del Padre? En primer lugar, Jesús. En el Antiguo Testamento nadie se atreve a tratar a Dios de Padre: ni los profetas, ni los reyes, ni los sacerdotes ni los sabios. A veces hacen una leve comparación, pero la oración que Jesús aprendió cuando era niño no era oración dirigida al Padre. La invocación al Padre es creación de El. Creó este modo de hablar a Dios y trató de trasmitirlo a los discípulos. Hasta ahora no lo consiguió, salvo en casos excepcionales. No se desanima. Puede ser que al inicio del tercer milenio los cristianos se conviertan y comiencen a adoptar el modo de orar que Jesús quiso enseñar. Nunca es demasiado tarde, incluso después de 2000 años. Jesús puede porque es pobre, débil, vulnerable. Jesús no muestra los atributos de poder que eran comunes en su tiempo. Jesús compartía la vida sufrida de los pobres de su tiempo, los campesinos. Conoció el hambre, la sed, la falta de casa, las humillaciones de los grandes, el sentimiento de impotencia ante las injusticias. Los milagros no le quitan el sentimiento de su propia debilidad, porque son actos del Padre, que interviene solamente en ciertas circunstancias. Jesús conoció los problemas de Job. Los conoció en su vecindad y por eso sintió solidaridad con los excluidos de su país. Él podía hablar de los lirios del campo y de los pajarillos a un pueblo que tantas veces pasaba necesidad. Podía hablar porque él mismo compartía las mismas necesidades. Su discurso del Padre podía sorprender, pero no escandalizar, salvo a los ricos. Tenía credibilidad porque estaba en medio de los pobres como uno de ellos. Cuando expresa su fe en el Padre, a pesar de todo lo que se ve, a pesar de tantos sufrimientos, es escuchado por los pobres porque saben que esta fe corresponde a una vivencia profunda. Además, él manifiesta señales de compasión por los dolores de su pueblo. Pone a disposición de ellos todo lo que puede. Su propio comportamiento confiere credibilidad a su discurso. En la cruz Jesús fue hasta el extremo de la solidaridad con los oprimidos y los excluidos. Allí fue excluido por las autoridades de su pueblo y por el miedo del pueblo. Para todas las generaciones posteriores, la cruz fue, todavía es y será la señal de la credibilidad. Jesús puede hablar del Padre porque habla desde la cruz. Habla a pesar del sentimiento de abandono que experimenta hasta el fondo del alma. Si puede invocar al Padre en este extremo, todos los pobres lo pueden también. Jesús estaba en la noche total. Por eso los seres humanos que también viven en la noche total pueden identificarse con su llamado al Padre y con su fondo de confianza. ¡Confían en que la noche oscura no sea la última palabra y que el Padre se revelará en la luz del día! Gustavo Gutiérrez escribió un pequeño comentario del libro de Job aplicado a la situación de los pueblos latinoamericanos. Job perdió todo y no entiende por qué. No acepta reconocer que la culpa sea de él y que su miseria sea el castigo de sus pecados. Tampoco se rebela contra Dios. No habla mal de Dios. Está sin poder pensar nada. Pero la fe permanece. Él aguarda el día de la justicia. Está en la hora de las tinieblas y aguarda la vuelta del día. Desde la conquista, los indígenas están en la noche oscura. No entienden qué pasó, por qué perdieron todo lo que tenían. Los conquistadores los acusan de ser ellos mismos culpables de su miseria. Les denuncian vicios, los rechazan en la exclusión total. Ahora, hoy en día, no son sólo los indios quienes están en la noche oscura, sino todos los pobres, dos tercios de la población latinoamericana. Llegó la hora de las tinieblas. En el presente momento no hay ningún signo visible de esperanza para los pobres. Todas las leyes, las disposiciones del Estado, las políticas económicas hacen que cada año los pobres queden más distantes de los privilegiados. Jamás se vota una ley para favorecer a los pobres. A los pobres se les explica que deben sacrificarse por el bien de la nación. Sin embargo, ni los bancos ni las grandes empresas jamás deben sacrificarse y los ejecutivos ganan más cada año, aumentan la porción de riqueza que sacan de las manos de los trabajadores. Sin embargo, como Job, los pueblos continúan creyendo en el Padre. Continúan esperando un cambio, una liberación. No hablan mal de Dios. No blasfeman. Esperan contra toda esperanza. ¿Quién puede hablarles del Padre? ¿Quién puede hablar de su fe sin cinismo? Sólo aquellos que se hacen semejantes, participan de la misma condición de los excluidos y los que se compadecen. Jesús se deja conmover por los sufrimientos del pueblo pobre. Cura enfermos, levanta paralíticos. Quien lucha al lado de los pobres, quien los ayuda a sobrevivir o mejor, cuando es posible, a levantarse de su miseria, puede hablar del Padre porque el pueblo habla. Pueden compartir también la fe y la esperanza de los excluidos. Quién participa de los sufrimientos, puede también participar de su fe y de su esperanza. No todos los pobres mantienen la fe en el Padre. Entre ellos hay personas que no aguantan más y han perdido toda esperanza. Viven sin esperanza. Dejan de pensar en el futuro y toman la vida como un fardo que deben cargar sin que tenga sentido. Se han vuelto también cínicos. Hay jóvenes que buscan refugio en la violencia como única manera de afirmar su existencia en un mundo que los excluye. Otros caen en la bebida, en las drogas para dejar de ver, dejar de oír y dejar de pensar. No esperan nada más de la vida. Sienten como estos adolescentes que dicen: sé que no voy a vivir y me voy a matar. Entonces, parece que infringir todas las normas es la última manera de protestar contra la vida. Para ellos no existe ningún Padre: así como no hubo padre en la tierra, no hay Padre en el cielo. También es cierto que otros luchan para salvar su propia dignidad y la dignidad de sus hermanos, pero no aceptan al Padre de los cielos, ¿Por qué? El Vaticano II dio las respuestas. Sólo conocieron la religión de los dominadores, el Dios de los grandes y de los fuertes, el Dios que legitima todas las opresiones. Rechazan este Dios y no conocen otro. Desconfían de antemano de cualquier mensaje religioso. En realidad ellos son movidos por el Padre cuyo nombre rechazan. No tienen nombre para designar al Dios Padre que siguen, porque todos los nombres del vocabulario ya han sido contaminados. La gran mayoría, sin embargo, sigue confiando en el Padre a pesar de todo. Saben hacer la distinción entre el Padre y los que se dicen sus representantes en la tierra. Y porque ellos hablan del Padre también nosotros podemos hablar. De modo más discreto, porque bien sabemos que no somos los creyentes más firmes, que nuestra fe no fue probada como la fe de ellos. No para enseñar, sino para apoyar. Cuando el Padre permanece silencioso y permite tantas injusticias, tantas opresiones, tanta arrogancia de los vencedores, tanta miseria material y moral, nuestro discurso necesita ser muy discreto, sin énfasis, al contrario de los discursos de los supuestos amigos de Job. Más que palabras hablan los gestos de solidaridad. Estos gestos son signos del Padre y les recuerdan la presencia invisible. Los discursos de propaganda son indecentes. Ciertas producciones suscitan sospechas, por ejemplo, los discursos de propaganda de la Iglesia Universal (del Reino de Dios). Aquí se manifiesta cómo se puede manipular la fe de los simples, sustituir la esperanza por ilusiones y explotar financieramente el desconcierto de personas aplastadas por los fracasos de la vida. Sus discursos son indecentes porque no respetan la dignidad humana de los que sufren. No todos tienen derecho de hablar del Padre. Algunos usurpan un derecho que no les corresponde. También ante esta explotación del sentimiento religioso, el Padre permanece silencioso. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando apareció todo el horror del Holocausto, surgió una pregunta: ¿se puede hablar todavía de Dios después del Holocausto? Si Dios es Padre, ¿cómo pudo asistir impasible a tal monstruosidad? ¿Qué valor podemos atribuir a la paternidad de Dios en tal situación? No sólo el silencio Dios. También existe el silencio de las religiones, el silencio de la Iglesia católica de modo particular. Quién se quedó callado en esta circunstancia, ¿con qué derecho puede todavía hablar de Dios? Después de haber mostrado tal ausencia de fe, tanto miedo, ¿qué valor puede tener todavía su testimonio? ¿Dónde estaba el Padre durante el Holocausto? Hay una sola respuesta que no es cínica: Dios estaba en las cámaras de gas, muriendo con los millones quemados por los gases venenosos. Ahora si Dios estaba allí, ¿cómo explicar que las personas religiosas del mundo no lo hayan reconocido? Ellas que tanto hablan de Dios, ¿cómo aceptar que no lo reconozcan en su manifestación terrestre? ¿Qué valor puede tener una religión que esconde a Dios en lugar de mostrarlo? Estas fueron las preguntas. Claro está que nunca recibieron ni recibirán respuestas plenamente satisfactorias. Dijeron: se puede hablar de Dios después de Auschwitz, porque en Auschwitz también se invocó a Dios. Muchos judíos siguieron como Job, creyendo en Dios; mantuvieron su fe inquebrantable a pesar del silencio. Muchos entregaron su vida con confianza más allá de toda esperanza. Escuchando la voz de los millones de sacrificados, aceptando su testimonio, podemos acompañar, repetir lo que dijeron en una situación extrema que nunca conoceremos. Pero nunca más podremos hablar de Dios como antes. Sobre todo sabiendo que durante siglos los cristianos alimentaron la animosidad, el miedo, la rabia, el odio hacia los judíos, lo que sin duda preparó el Holocausto. Los cristianos no se sintieron solidarios cuando vinieron a prender a los judíos por ser judíos y nada más. Por eso hablaremos de Dios con la conciencia de nuestra propia incredulidad, por no haber hablado cuando debíamos: hablando de Dios con la conciencia de quien traicionó. Aquí en Brasil, podríamos decir: no tenemos nada que ver con el Holocausto. No estábamos allí. La mayoría dirá, ni siquiera existíamos en aquel tiempo. Es verdad. Sin embargo, el Holocausto es una señal, un revelador. El Holocausto muestra los extremos a los que la humanidad es capaz de llegar. Así, una vez despertados por esta señal, podemos ver mejor otras realidades que también existen y mucho más cerca de nosotros. Hoy mismo los gobiernos de tantas naciones, manipulados por los grandes poderes económicos, mantienen a miles de millones de seres humanos en una situación de exclusión que en este final del siglo XX llega a situaciones extremas. El mundo no quiere ver. Mira de lejos, en la televisión de vez en cuando. Ve sin ver, ve con una emoción rápida y rápidamente olvidada porque se trata sólo de un elemento menor dentro de la abundancia de imágenes ofrecidas por los medios de comunicación. Dejar a los miserables en su miseria no causa un choque tan fuerte como el Holocausto, pero la realidad objetiva no es tan diferente. ¿Cómo hablar de Dios Padre cuando su Hijo es crucificado todos los días a nuestro lado? El Holocausto creó una nueva conciencia, al menos, en una minoría de la humanidad: la conciencia de que también los pueblos cristianos pueden matar a Dios crucificando a su Hijo, que también los cristianos colaboran con el silencio, la cobardía. Otrora, la conciencia cristiana aceptó la esclavitud. El Papa León XIII condenó la esclavitud solamente cuando el último país católico había decretado la abolición. De ninguna manera la jerarquía de la Iglesia quiso adelantarse. La conciencia moral despertó más empujada por el ejemplo de los gobiernos que por el evangelio. No adelanta multiplicar ejemplos de hechos semejantes. Por esto, comenzó a manifestarse una nueva conciencia: comenzó pero sólo comenzó. Hay todavía signos contrarios. En la actualidad estamos asistiendo a una avalancha de religión burguesa. Religión burguesa es la religión al servicio del bienestar individual: bienestar físico y bienestar psicológico. En Brasil nunca se habló tanto de Dios, nunca hubo tanta profusión de símbolos religiosos, ni siquiera en la era barroca. El Nordeste es campeón de la religiosidad ¿será para hacer que se olvide totalmente la realidad objetiva? Para la religión burguesa, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están al servicio de la satisfacción. Constituyen efluvios de fuerzas favorables. Dios es aquel que calma, tranquiliza, desculpabiliza, infunde sentimientos bonitos, aleja el miedo, la tristeza, llena el corazón de amor, felicidad, reconciliación con todo y con todos. Gracias a este Dios, los hombres y las mujeres se sienten felices, lejos de los problemas de la vida, gozando, respirando alegría. Esta religión es siempre alegre y condena todos los sentimientos tristes. La religión burguesa pretende establecer un ambiente de simpatía universal, aleja la conciencia de conflictos: proclama la abolición de todos los conflictos: todos bañados en un baño de felicidad. Para este fin, la religión ofrece terapias, cultos, oraciones, ejercicios corporales o mentales. Ofrece buenas palabras seductoras, gestos de amor, símbolos de paz y reconciliación. Como Padre y Madre Dios acepta todo, perdona todo y se manifiesta en la prosperidad. Jesús es un amigo siempre comprensivo, siempre disponible, que nunca se queja, nunca reclama, el amigo siempre servicial que nunca pide nada. Se le puede pedir todo, él nunca exige retribución. El Espíritu Santo es esta fuerza, esta ambientación que llena los corazones de alegría La religión burguesa no contempla a los pobres. La pobreza es un espectáculo deprimente. Es mejor no pensar en ella para no caer en depresión. A los pobres se les dice que Dios es un Padre que les dará riqueza y prosperidad si son religiosos, bien educados, trabajadores y pacientes. Para ellos hay historias que narran la maravillosa ascensión social de personas pobres. Los libros de Paulo Coelho mostraron cómo poderes benéficos están siempre actuando: pueden confiar en que nada va a pasar. ¡No tengan miedo! Las religiones nuevas como la Nueva Era anuncian que ya viene la era de Acuario y todos los problemas van a desaparecer, no por la acción de los hombres, sino por una feliz configuración de algunas estrellas. La religión burguesa suprime el mal simplemente negándolo. Para los que tienen, no es tan difícil mantener la ilusión. Para los que no tienen, ¿cuánto tiempo durará la ilusión? Quién más habla de Dios Padre es quien tiene menos derecho de hablar de él. La burguesía moderna era incrédula. Era racionalista y consideraba la religión una vivencia pre-racional. La nueva burguesía se tornó más radicalmente capitalista. No se preocupa por la razón y sí por el dinero. Descubrió que la religión tiene valor comercial. Se puede vender religión y ganar dinero y mucho dinero con la religión. Hoy en día, el ateísmo no rinde más. Pero la religión rinde. Ofrece mercaderías apreciadas en el mercado: el Padre es una buena mercadería destinada a rendir mucho. Este Padre es como un Santa Claus, lleno de bondad, indulgente, tierno, que no pone ningún reparo al egoísmo, al individualismo. Por el contrario, excita el deseo de gozar, fomenta el consumismo religioso. El Padre se reviste de atributos de los padres permisivos, inventados por la civilización norteamericana que los esparció por el mundo entero, comenzando por las burguesías. La religión burguesa promete a los pobres el acceso a la satisfacción de los deseos y les muestra las puertas abiertas del consumismo. En la práctica, este despertar alimenta las loterías, el juego del bicho, todos los concursos. Los pobres saben muy bien que por el trabajo nunca se salió de la pobreza. Solamente por el juego. O por el robo, por las drogas, por la ilegalidad. La religión burguesa que alimenta el deseo de consumismo lleva a estos recursos en la sociedad paralela. Los milagros del Padre hacen que la gente gane en la lotería. La lotería no basta por sí sola: la lotería con mucha oración, mucha fe, mucha confianza ofrece mucho más esperanza. La religión del Padre refuerza el juego, porque se piensa que el Padre interviene en los juegos para hacer triunfar a sus favoritos. Quién tiene mucha confianza gana. Entonces es bueno no olvidarse de agradecer, pensando en la próxima vez. Hay pobres que se dejan engañar. He aquí la frivolidad de los discursos religiosos privilegiados por la burguesía. Recordemos: ¿dónde está el Padre en la actualidad? ¿Qué significa su silencio? ¿Cuál es el registro decente, auténtico, para hablar de Él? La respuesta es: hablar del Padre como Jesús, con Jesús, en el mismo lugar, en la misma situación. El lugar donde vivo sólo me habla de vida, de vida nueva. Rebaños de ovejas rodeadas por sus crías que juegan y corren todo el día; vacas y terneras juntas… ahora maman, luego van probando la hierba poco a poco, al igual que los potros junto a las yeguas…
Qué decir de las campas salpicadas de multitudes de flores silvestres que, aunque sencillas y frágiles, colorean el paisaje haciéndolo idílico. Los árboles son de especial mención porque a lo largo del año han pasado por todas las etapas de muerte de las hojas, del desnudo de sus ramas, el inicio de los primeros brotes y hasta hace pocas semanas del esplendor de sus flores, anunciando los frutos por doquier, cada cual con sus formas y colores. Incluso las montañas altas y rocosas que parecen haber estado ahí siempre, sufren su lento cambio y un movimiento no perceptible pero real. Están tan vivas como nosotros. Todo me habla del resurgir de la vida una vez más como cada año. Y nosotros, ¿por qué no resurgimos con la nueva vida? ¿Cómo nos levantamos de nuestros “inviernos y nuestras muertes”? Llamados también a vivir y vivir rebosando vida, ¿por qué nos arrastramos? La única manera de vivir plenamente es vivir conscientemente. ¡Qué regalo tan grande poder saborear el comienzo de cada nuevo día como una posibilidad de vivir en libertad! La libertad que nos da el saber a quién seguimos y quién es nuestro pastor. Para recibirla y poseerla hacemos real nuestra adhesión a Él. Por su parte se acerca, nos llama por nuestro nombre, y nos va sacando poco a poco. Cuando aprendemos a distinguir su voz ya conocemos a quien nos va delante y difícilmente erraremos el camino. Un camino que no es lineal ni cíclico sino espiral. Supone primero de todo bajar las defensas, hacer silencio para que vaya desapareciendo el “yo” egoísta y prepotente que se cuela de la manera más sutil, incluso en la oración diaria, y dejar que la Palabra transforme mi vida: mi manera de pensar, mis sentimientos y mi forma de actuar. No es un escuchar superficial; el evangelio tiene poco de novedad cuando se lee deprisa para sacar conclusiones moralizantes. Es dejar que su persona cale dentro como la lluvia fina, poco a poco hasta que me empape los huesos. Escuchar a Jesús y también a la comunidad cristiana con la que vamos discerniendo la liberación propia y la de los demás. Liberación al estilo del evangelio basada en el amor que lo da todo, hasta la propia vida. Nos tocan tiempos duros, ¿y cuáles no lo han sido? Ante tanto dolor e injusticia, ante tanto atentar contra la dignidad de todo, contra la vida, no me puedo esconder con el pretexto de que ¿qué puedo hacer yo? Nadie, solo nuestra propia conciencia, puede dar una respuesta satisfactoria. Tú tienes vida que rebosa. Un año más ante el resurgir de la vida se me presenta el reto: ¿quieres vivir de verdad, plenamente? He recibido el correo electrónico de un buen amigo que desde uno de los márgenes o periferias del mundo (viene de la República Centroafricana) y lo he leído con rapidez primero, y poco a poco después. Cada letra ha sido tecleada a la carrera, sin saber muy bien si podría enviarlo o no.
Me retiro, en silencio, para que la palabra de mi amigo pueda sonar en muchos corazones, al menos para acercarnos a su vida y los que parecen ser invisibles, como tantos otros, en el mapa del mundo, en la responsabilidad de las naciones y en los corazones de quienes todo esto nos pilla lejos, o ya no tan lejos aunque no lo queramos ver. Escribe mi amigo (*1): “He leído tu mail con retraso porque he estado fuera de cobertura durante toda la Semana Santa y unos días más. El domingo de Ramos estuve en la Catedral de Bangassou y el martes tuvimos la misa crismal con una parte de mis curas. El miércoles ya te digo que me fui a una zona de alto riesgo, con muchos rebeldes armados rondando y la gente muy asustada. Fui a pasar la Semana Santa con ellos para pacificar el ambiente y que los rebeldes nos dejaran recomenzar la escuela, que no dispararan para no amedrentar a los niños y normalizar la vida de la misión y del pueblo. A la siguiente no pude pasar porque la pista estaba muy peligrosa y todos me decían de no tentar al diablo que nadie había pasado en varias semanas. Muchos musulmanes han muerto en estas semanas, asesinados por gente violenta. El Jueves Santo quise lavar los pies a un musulmán, un poco como para lavar esa sangre inocente derramada. Me he traído un niño de 10 años a quien le han matado a la familia. Lo tengo donde las monjas hasta que encontremos restos de su clan itinerante que andará huyendo por la selva. El Viernes Santo me fui a una comunidad en plena selva. Había un grupo de viudas a las que les habían matado a los maridos delante de ellas unos días antes, amarradas las manos con una cuerda a la espalda, les volaron la cabeza simplemente por no tener dinero que dar a estos paramilitares sin escrúpulos. Ellas habían huido cinco kilómetros hasta llegar a donde yo estaba y no paraban de llorar. Pero es que desde la primera lectura de ese Viernes Santo empezó a llover y diluvió hasta el final de la oración de la Pasión. Yo no podía abrir boca porque el ruido de la lluvia sobre las planchas de zinc me lo impedía. Dios amordazó nuestras bocas llorando a cántaros desde el cielo contra la barbarie que esos criminales habían cometido en ese pueblo de 50 habitantes. El Sábado Santo estuve negociando con otros rebeldes menos armados, que dan caza a los primeros, para que dejaran a las Franciscanas y a los dos curas de recomenzar la escuela. Aceptaron. Mañana iré a otra zona de la diócesis donde otro grupo de rebeldes han ocupado la escuela y violan a las mujeres del pueblo a su antojo. Me quedaré allí hasta el domingo, no sé si podré enviarte este mail mañana antes de irme. He pedido a la fuerza de la ONU, la Minusca, que me acompañe, pero me dicen que no han recibido órdenes de sus mandos. La ONU no encuentra países con soldados disponibles que quieran venir a Centroáfrica. Vivo todo esto desde la serenidad sabiendo que Dios llora en las guerras y nos acompaña con su presencia invisible. La semana que viene tendremos una peregrinación de tres días que termina con una ordenación sacerdotal. Viviremos otra vez en zona de alto riesgo pero abrigados bajo el manto de la Virgen María. Acabo de leer tu libro "Misión Compartida (*2) entre negociaciones con rebeldes. Me ha gustado mucho cómo escribes. No me acordaba del "Pacto de las catacumbas" y me parece un gesto profético de Helder Cámara y los suyos. Usas expresiones que yo uso también como "reciclar la violencia" o "dar o darse" (…) Echo de menos que no hables de los curas de parroquia. Los míos viven como columnas de bronce en zonas muy complicadas. Hay uno que llevo sin verlo dos meses y sigue allí con su pueblo en unión de desasosiegos e incertidumbres, de matanzas y esperanzas. En fin un trinomio muy interesante laicos, monjes y pobres. Mis pobres son míseros y zarandeados por la vida, son familias enteras al borde de la exterminación y me impresiona siempre cómo nunca pierden la esperanza. La lucha del vivir día a día, a contracorriente pero sin perder la esperanza... Mil abrazos y feliz tiempo de Pascua. Unidos en la oración. Yo me aíslo en una colina y rezo. Hago como la rana, que pasa desde la agitación de la superficie a la tranquilidad de la profundidad con solo dar un salto y allí carga las pilas para poder volver a la superficie, a su bregar cotidiano, aunque sea en zona de alto riesgo, en la boca del lobo y corriendo sobre el filo de una cuchilla. Hasta la próxima, Juanjo Aguirre” ¿Cómo puedes leer, rezar, recoger, acompañar, negociar, reclamar, recordar, mandar recuerdos, abrazos en medio de todo ese sufrimiento y violencia? Sí, ya sé, como la rana y sin perder la esperanza. Que tus palabras llenas de profunda experiencia ayuden a transformar corazones por este lado del mundo. Gracias y hasta la próxima, siempre. |
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