La mayoría de las canonizaciones se han reservado para aquellas personas que, aunque optaron por el servicio a los pobres, no cuestionaron las causas de la pobreza. Fueron personas obedientes y sumisas, no conflictivas para los poderes establecidos y no denunciaron las violaciones a los Derechos Humanos.
Gracias al papa Francisco se ha reconocido la santidad de los defensores de los derechos humanos. Para monseñor Romero los derechos humanos son derechos divinos porque cada ser humano es imagen viviente de Dios. Decía: “La Iglesia defiende los derechos humanos de todos los ciudadanos con preferencia de los más pobres, débiles y marginados; debe promover el desarrollo de la persona humana y ser la conciencia crítica de la sociedad” (5. 3.1978). “Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano” (16.3.1980). La ONU proclamó el 24 de marzo, fecha de su muerte, “Día Internacional del Derecho a la Verdad sobre las violaciones de los Derechos Humanos y la dignidad de las víctimas”. Se trata de un reconocimiento de la importancia de rendir tributo a quienes han dedicado sus vida a la lucha por promover y proteger los derechos humanos, y a quienes la han perdido en ese empeño, como es el caso de monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos. La labor de Óscar Romero fue reconocida internacionalmente a través de sus mensajes, en los que denunció violaciones de los derechos humanos de la población más vulnerable. Fue un hombre profundamente humanista entregado al servicio de la humanidad sufriente, consagrado a la protección de vida humanas y a la promoción de la dignidad de todo hombre y mujer. Hizo llamamientos constantes al dialogo para evitar la violencia. Salió en defensa de la dignidad de la persona, de los perseguidos, de los pobres y de los bienes que son comunes. Esta proclama de Naciones Unidas tiene para El Salvador y para el mundo un valor histórico indiscutible: el legado de monseñor Romero se ha institucionalizado de manera universal. Jon Sobrino lo ha calificado como una “canonización laica”. La visión y posición de Romero con respecto a los derechos humanos estuvo configurada por tres realidades específicas: una situación de agravio (opresión y represión), su fe cristiana (de la que se nutre su utopía y denuncia), y una práctica inspirada en esa fe (su reacción ante el sufrimiento de las víctimas). Monseñor Romero constató que los derechos de los pobres son estructural e institucionalmente violados a causa de la injusticia social y de la represión. A esa realidad la calificó de un “desorden espantoso”, y consideraba que la Iglesia traicionaría su fidelidad al Evangelio si dejara de ser defensora de los derechos de los pobres. En coherencia con ese amor y esa fidelidad, defendió a las víctimas de la opresión y la represión. Lo hizo de una forma sorprendentemente humanizadora. Y las defendió con misericordia: “Me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente, de saber cómo se atropellan los derechos de nuestro pueblo…”. “Queremos ser la voz de lo que no tienen voz para gritar contra tanto atropello a los derechos humanos”...“Queremos el derecho a una vida digna para toda persona, particularmente de la gente más pobre. No me interesa una seguridad personal de mi vida mientras mire en mi pueblo un sistema económico, social y político que reprime y tiende cada vez más a abrir esas grandes diferencias sociales”. Como vemos, su defensa y lucha por los derechos humanos no era abstracta y ahistórica, era defensa del débil contra el fuerte. Y lo hacía desde su fe en un Dios que se ha revelado como protector y defensor del huérfano, la viuda, el emigrante y el pobre; un Dios que se enfrenta a los gobernantes que se consideran dioses del mundo para exigirles que “hagan justicia al que sufre y al pobre” (Salmo 82). En la proclama de Naciones Unidas se invita a todos los Estados miembros, así como a las entidades de la sociedad civil, a observar de manera apropiada esta celebración del 24 de marzo. Deja claro que esta memoria no se relaciona solo con actos conmemorativos, sino, sobre todo, con la puesta en práctica de las opciones primordiales a las que se consagró el obispo Romero: opción por la verdad, la justicia y la cercanía con el pueblo sufriente, opciones necesarias para transformar la deshumanización que predomina hoy en el mundo. En verdad podemos afirmar que Óscar Romero es el santo de los Derechos Humanos. Romero sigue interpelándonos. ¿Qué diría hoy ante la violencia estructural de un sistema que mata de hambre a millones de personas, obligando a otras a emigrar?, ¿qué diría ante el hacinamiento y muertes de migrantes y refugiados en las fronteras o en el Mediterráneo porque Europa y Estados Unidos les cierra las puertas?, ¿qué diría ante el racismo y la xenofobia de Trump, de Bolsonaro, de Orbán y de los movimientos de ultraderecha que priorizan un nacionalismo inhumano y cruel? Romero es una voz desafiante en un mundo donde los derechos humanos están siendo relegados.
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¿SFCC? ¿Y eso qué es? Una comunidad cristiana de personas consagradas con los tres votos tradicionales traducidos al lenguaje de hoy y de la que forman parte personas de todos los estados de vida, hombres y mujeres, basada en los principios del Concilio Vaticano II.
Es una comunidad profética, ecuménica, no-canónica... Y la siguiente pregunta "esperada": ¿Está aprobada por la Iglesia? Dan ganas de contestar: primero piensa y luego haz la pregunta pero es mejor decir: la comunidad no busca la aprobación eclesiástica porque no está dentro de los cánones de la iglesia católica sino que buscamos que podamos convivir personas de diferentes iglesias cristianas. Si a continuación dices: ¿conoces Taizè? Mucha gente se queda más tranquila...es verdad, en Taizè conviven hermanos de distintas iglesias cristianas y no buscan "la aprobación" de Roma sino lo que nos unifica: Cristo. Pero son hombres...y en nuestra sociedad, a pesar de lo avanzados que nos creemos hay una obsesión por encajar a las mujeres y sobre todo a las religiosas en moldes claros y que no den lugar a confusiones. A raíz de la convocatoria realizada a nivel nacional para protestar por la invisibilidad de las mujeres en la Iglesia en lo que concierne a los ministerios, la organización y por tanto en las mesas donde se toman las decisiones, es importante demostrar de manera contundente que estamos hartas de "pedir permiso", de que nos corten las alas porque las iniciativas nacen de nosotras y no de ellos. "Nos oponemos a toda forma de autoritarismo que impide el logro de la maduración de la plena personalidad. Nos oponemos específicamente al requisito actual de presentar nuestras constituciones a Roma para su aprobación. Como mujeres cristianas adultas, no necesitamos ni buscamos permiso para intensificar nuestros compromisos bautismales con los ideales del Evangelio y con los principios teológicos que reconocen que el Espíritu Santo habla en y para las personas de ambos sexos y de todos los rangos. Nos oponemos al mandato de la Sagrada Congregación para los Religiosos de poner fin a la experimentación y buscar la aprobación de las constituciones definitivas. Consideramos este mandato y el proceso de aprobación propuesto como una violación de los principios de subsidiaridad y colegialidad enunciados por el Concilio Vaticano II. Para aquellos que comparten estas inquietudes morales, haga un llamado a todas las congregaciones religiosas y a las mujeres religiosas individuales para que: acepten la plena responsabilidad de las regulaciones y principios que rigen nuestras vidas en la comunidad, en la actualidad esto implica la aceptación del estatus no canónico ". Sudden Spring: 6th Stage Sisters, Trends of Change in Catholic Sisterhoods by Lillianna Kopp, SFCC Este escrito no es de hoy; tiene aproximadamente 50 años, y fue escrito for Lillianna Kopp y algunas compañeras que empezaron la comunidad SFCC basándose precisamente en las conclusiones del Concilio Vaticano II sobre la subsidiaridad y la colegialidad. En estos 50 años de andadura Roma ha ofrecido a la comunidad en un par de ocasiones la "canonicidad" a lo que hemos contestado: "No, gracias". El motivo fundamental es la no aceptación de la imposición jerárquica no sólo a las comunidades religiosas femeninas sino a todas las comunidades laicales de cualquier tipo. A pesar de que la Ruáh ha inspirado en todos estos años el nacimiento de comunidades al estilo de las Primeras Comunidades Cristianas, basadas en la igualdad de sus miembros respetando carismas y ministerios, la jerarquía busca "aprobarlas" según sus criterios, más basados en el control que en el evangelio. Se ha acabado el tiempo de la rabia y la frustración: es hora de actuar según nos dicta nuestra conciencia como hijas de Dios, maduras, responsables, con el tiempo de dar estos pasos en nuestras manos, además de protestar. Los cristianos somos como los demás en la hora del dolor y del sufrimiento; quiero decir que no participamos de una raza superior entre los humanos, con asideros a mano para evitar el dolor ya que este es consustancial al ser humano. Quien vive, pasa dolores y sufrimientos y, por más que tratemos de evitarlos, entrarán antes o después en nuestra vida: enfermedades, frustraciones, fracasos, penalidades de todo tipo sabiendo, además, que la muerte es algo insoslayable con lo que ello significa ante las grandes preguntas de la existencia.
Otra cosa es que podamos desarrollar una madurez anclada en nuestra fe, esperanza y amor para sufrir menos ante un dolor concreto. Nuestra experiencia de fe en Cristo resucitado nos relaciona con el dolor de otra manera. De todo esto escribí en el libro El arte de no sufrir. Pero lo que ahora quiero resaltar es otro lado de la cuestión, que tomará mayor relevancia cuando comience la Cuaresma: el “valor” que tiene el dolor y el sufrimiento para un cristiano. Lo cierto es que no todos piensan igual desde la fe cuando nos golpea la adversidad hasta desestabilizarnos a nosotros o a nuestros seres más queridos. No sabemos por qué existe el dolor pero lo cierto es que podemos hacer diferentes cosas con él: machacarnos el ánimo, relativizarlo, superarlo, aceptarlo, rechazarlo y sufrir más... las consultas de psiquiatras y psicólogos están llenas de personas ávidas de pautas para aliviar la carga de sufrimiento que padecemos ¿Qué decir desde la fe? Ha pasado el tiempo en que el dolor debe ser un arma buscada para la purificación o la santificación. Bastante tenemos con los dolores interiores y los que nos llegan cuando menos lo esperamos. Jesús se pasó la vida sanando, curando, liberando, aportando ejemplo y esperanza para que trabajemos nuestro interior puliendo las miserias y defectos y apostando claramente por liberar en lo posible los sufrimientos de los demás. Si queremos mortificarnos para coger músculo espiritual evangélico, muy bien: hagamos el sacrificio de ser más humildes, de soportar mejor a quienes no tienen éxito social y son cargantes; trabarnos la actitud de ayudar a quienes lo están pasando peor, sobre todo dando de nuestro tiempo con el mejor talante. Misericordia quiero, y no sacrificios, es nuestro eslogan que todos deberíamos seguir. Me gustó mucho un librito en formato de entrevistas que le hicieron a Ángela Volpini y a Teresa Forcades: Una nueva imagen de Dios y del ser humano. En ese fecundo diálogo hay una respuesta de la benedictina que, en mi opinión, arroja mucha luz sobre este tema. Habla de que la teología de la Cruz valora el sufrimiento aceptado por amor porque da fruto. Pero rechaza la tradición que defiende que, cuanto más se sufre, más se ayuda a la redención. Y lo rechaza porque esto impide que se activen los recursos para salir del dolor. Psicológicamente se trata de un mecanismo perverso que ve en el dolor algo bueno en sí mismo. Jesús no quiso el dolor para sí ni para nadie, tampoco lo buscó; y cada vez que se encontraba con él, adoptó una actitud sanadora y liberadora. Cuando llegó su hora de sufrir por coherencia con lo que fue su mensaje, entonces lo transformó en amor. Devolver el bien por mal es un extraordinario sacrificio que nos libera y libera al otro. En definitiva, podemos sufrir mucho por amor pero el objetivo es el amor transformador, no el sufrimiento. Este es el mensaje revolucionario de Cristo, tan contrario a la mal llamada resignación cristiana. No nos engañemos, resulta mucho más sacrificado y cristiano amar a los demás siguiendo la senda de Cristo que fustigarnos con ayunos, privaciones materiales, y otras limitaciones autoimpuestas que nos hacen reconocernos estupendos católicos. Mucho mejor resulta si buscamos, sobre todo, el sacrificio que supone liberar cruces a los demás y trabajar nuestros defectos. Este sufrimiento es el que nos pide Dios por encima de cualquier otro. El domingo pasado, tirarse del alero del templo para ser recogido por los ángeles y manifestar ante la muchedumbre quién era, se nos presentó como una tentación. Pero hoy, una espectacular puesta en escena de luz y sonido, se nos presenta como la cosa más divina del mundo. Desde la razón, es una contradicción, pero en el orden trascendente, una formulación puede ser verdad y la contraria también.
Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato, debe ser muy antiguo, porque Mc, ya lo narra completamente elaborado. Una vez que, descubrieron en la experiencia Pascual, lo que Jesús era, trataron de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo colocaron en la vida terrena de Jesús, justo antes del anuncio de la pasión. Así disimulaban la ceguera que les había impedido descubrir quién era. No podemos pensar en una puesta en escena por parte de Jesús; no es su estilo ni encaja con la manera de presentarse ante sus discípulos. Por lo tanto, debemos entender que no es la crónica de un suceso. Se trata de una teofanía, construida con los elementos y la estructura de las muchas relatadas en el AT. Probablemente es un relato pascual, retrotraído a la época de su vida pública, tiempo después de haberse elaborado. El relato está tejido con los elementos simbólicos, aportados por las numerosas teofanías que se narran en el AT. Nada en él es original; ni siquiera la voz de Dios es capaz de aportar algo nuevo, pues repite exactamente lo que dijo en el bautismo. Se trata de expresar la presencia divina en Jesús, con un lenguaje que todos podían reconocer. Lo importante es lo que quiere comunicar, no los elementos que utiliza para la comunicación. No es verosímil que esta visión se diera durante la vida de Jesús. Si los apóstoles hubieran tenido esta experiencia de lo que era Jesús, no le hubieran negado poco después. Tampoco fue un intento de preparar a los apóstoles para el escándalo de la cruz. Si fue ese el objetivo, el fracaso fue absoluto: “Todos le abandonaron y huyeron”. En la experiencia pascual descubrieron los discípulos lo que era Jesús. Todo lo que descubrieron después de su muerte, estaba ya presente en él cuando andaban por los caminos de Palestina. Los exégetas apuntan a que estamos ante un relato pascual. Si se retrotrae a la vida terrena es con el fin de hacer ver que Jesús fue siempre un ser divino. No podemos seguir pensando en un Jesús que lleva escondido el comodín de la divinidad, para sacarlo en los momentos de dificultad. En la oración del huerto quedó muy claro. Lo que hay de Dios en él está en su humanidad. Lo divino nunca podrá ser percibido por los sentidos. Es hora de que tomemos en serio la encarnación y dejemos de ridiculizar a Dios. La única gloria de Dios es su ser. Nada que venga del exterior puede afectarle ni para bien ni para mal. El aplicar a Dios nuestras perspectivas de grandeza, es sencillamente ridiculizarle. La única gloria del hombre es manifestar que en él está ya ese mismo amor. Manifestar amor hasta la muerte, por amor, es la mayor gloria de Jesús y del hombre. Jesús vivió constantemente transfigurado, pero no se manifestaba externamente con espectaculares síntomas. Su humanidad y su divinidad se expresaba cada vez que se acercaba a un hombre para ayudarle a ser él. La única luz que transforma a Jesús es la del amor y solo cuando manifiesta ese amor ilumina. En lo humano se trasparenta Dios. Los relatos de teofanía que encontramos en el AT, son intentos de trasmitir experiencias personales de seres humanos. Esa vivencia es siempre interior e indecible. La presencia de Dios es el punto de partida. Esa presencia es nuestro verdadero ser. La gloria no es una meta a la que hay que llegar sino el punto de partida para llegar al don total. Tomó consigo a tres: La experiencia interior es siempre personal, no colectiva, por eso los presenta con sus nombres propios. Moisés también subió al Sinaí acompañado por Aarón. El monte: Es el ámbito de lo divino. Si Dios está en el cielo, la montaña será el mejor lugar para que se manifieste. El monte alto es el lugar donde siempre está Dios. Rostro resplandeciente: la gloria de Dios se comunica a aquellos que están cerca de Él. A Moisés, al bajar del monte, después de haber hablado con Dios, tuvieron que taparle el rostro porque su luminosidad hería los ojos. La luz: ha sido siempre símbolo de la presencia de la Gloria de Dios. La nube: Símbolo de la presencia protectora de Dios. A los israelitas les acompañaba por el desierto una nube que les protegía del calor del sol. Moisés y Elías: Jesús conectado con el AT. La Ley y los Profetas en diálogo con Jesús. El evangelio es continuación del AT pero superándolo. La voz: la palabra ha sido siempre la expresión de la voluntad de Dios. ¡Escuchadlo! Es la clave del relato. Solo a él, ni siquiera a Moisés y a Elías. El miedo, aparece en todas las teofanías. Ante la presencia de lo divino, el hombre se siente empequeñecido. Miedo incluso de morir por ver a Dios. El relato propone a Jesús como la presencia de Dios entre los hombres, pero de manera muy distinta a como se había hecho presente en el AT. Por eso hay que escucharlo. Su humanidad llevada a plenitud es Palabra definitiva. Escuchar al Hijo no es aceptar un doctrina que él trasmite por su palabra sino transformarse en él y vivir como él vivió, ser capaces de manifestar el amor a través del don total de sí. Ni la plenitud de Jesús ni la de ningún ser humano están en un futuro propiciado por la acción externa de Dios. La plenitud del hombre está en la entrega total. No está la resurrección después de la muerte ni la dicha después del sufrimiento. La Vida y la gloria están allí donde hay amor. La vida de Jesús se presenta como un éxodo, pero el punto de llegada será el Padre, que era el punto de partida al empezar el camino. A los cristianos nos queda aún un paso por dar. No se trata de aceptar el sufrimiento y la prueba como un medio para llegar a “la gloria”. Se trata de ver en la entrega, aunque sea con sufrimiento, la meta de todo ser humano. El amor es lo único que demuestra que somos hijos de Dios. Darse a los demás por una recompensa no tiene nada de cristiano. Jesús nos descubre un Dios que se da totalmente sin pedirnos nada a cambio. No es la esperanza en un premio, sino la confianza de una presencia, lo que me debe animar. La transfiguración nos está diciendo lo que era realmente Jesús y lo que somos realmente cada uno de nosotros. ¡Sal de tu tierra! Abandona tu materialidad y adéntrate por los caminos del Espíritu. Vives exiliado en tierra extraña, que no es el lugar que te pertenece. Meditación Jesús era todo luz porque Dios lo inundaba. Ese es el punto de partida para él y para nosotros. No debemos esperar ninguna transfiguración sino descubrir nuestro ser no desfigurado. No tengo que caminar hacia una meta fantástica que me prometen, sino descubrir ya en mí el más sublime don, Dios mismo. Dentro de poco más de un mes, cuando comience la Semana Santa, nuestras calles verán pasar diversas imágenes de Jesucristo crucificado. La gente las mirará con mayor o menor respeto. Pero nadie dirá: “Era un terrorista y un blasfemo. Hicieron muy bien en matarlo”. Si nuestra imagen de Jesús es positiva a pesar de su destino tan trágico se debe, en gran parte, al evangelio de hoy.
El tema común a las tres lecturas de este domingo es “por la renuncia al triunfo”. En la primera, Abrahán debe renunciar a su patria y a su familia, experiencia muy dura que sólo conocen bien los que han tenido que emigrar. Pero obtendrá una nueva tierra y una familia numerosa como las estrellas del cielo. Incluso todas las familias del mundo se sentirán unidas a él y utilizarán su nombre para bendecirse. En la segunda lectura, Timoteo deberá renunciar a una vida cómoda y tomar parte en el duro trabajo de proclamar el evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que nos consiguió Jesús a través de su muerte. En el evangelio, si recordamos el episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio de la pasión y resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a asegurarse la vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así lo anuncia a los discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este Hombre como rey». Esta manifestación gloriosa de Jesús tendrá lugar seis días más tarde. El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión (vv.2-8), el descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés. La teofanía del Sinaí Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento. La subida a la montaña Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de apartado. Lo evangelistas quieren indicar otra cosa: usan el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la manifestación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos. La visión En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.
Dos hechos cuenta Mt en este momento: La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías. Lo primero coincide con la prohibición de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria. El segundo tema, sobre la vuelta de Elías, lo omite la liturgia. Resumen Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tenemos tres experiencias complementarias: 1) vemos a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) contemplamos a Moisés y Elías; 3) escuchamos la voz del cielo. Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos tenemos la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) la voz del cielo nos dice que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios. Tres ideas que ayudan a superar el escándalo de Jesucristo crucificado. El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta un acontecimiento muy profundo y trascendente de la vida de Jesús en presencia de sus discípulos. El contexto de este pasaje es el último viaje de Jesús a Jerusalén antes de morir. El Maestro lleva consigo a tres discípulos con los que ya había tenido dificultades por su falta de entendimiento de su misión. Pedro se había enfrentado a Jesús y Santiago y Juan se disputaban los primeros puestos en el Reino. Jesús quiere mostrarles que hay un componente divino en este seguimiento y que lo humano egoíco va a quedar absorbido por esa transcendencia que sostiene esta experiencia.
Dice el texto que se transfiguró delante de ellos. Transfigurarse, en griego, es metamorfosis, es el cambio de una forma a otra. En el lenguaje bíblico del Nuevo Testamento es el cambio que se operó en Jesús mientras estaba en el monte orando. El transformarse en otra figura es un tema que se encuentra en las antiguas religiones. Así en la mitología griega se decía que los dioses se cambiaban en forma de hombres, y en las religiones mistéricas los hombres se cambiaban en dioses. Sin embargo, el hecho aquí narrado, es totalmente distinto, no sólo por los datos de la narración sino también por el significado que después podremos ver. El asunto es que los discípulos están ante un misterio incomprensible y no terminan de atravesar el umbral que accede a la nueva visión de Dios y de ser humano. En el Monte recuerdan a dos figuras de la tradición judía: Elías y Moisés como sus referentes. Elías les revela que la Divinidad es una presencia única como fuego que no se consume y que se comunica como susurro interior en lo profundo de lo humano, algo inagotable. Moisés, en otro orden, revela que la Divinidad actúa en la historia como acción liberadora de toda opresión. Ahora bien, Jesús pretende superar estos referentes y revela que no es un profeta elegido para enseñar cómo es Dios, sino que Él mismo revela la dimensión divina a la que toda la humanidad está llamada a visibilizar. Dios es una nueva Luz que envuelve la realidad humana en la figura de Jesús, es luz y es palabra dirigida ahora a los discípulos para comunicarles que es el Hijo Amado. Ya vimos en el Bautismo que esa voz iba dirigida sólo a Jesús, pero la revelación sigue avanzando y esa Voz ahora les habla a los discípulos. Es Jesús, en toda su unidad con lo humano y divino, la nueva Palabra y Luz que actuará en la historia, pero hay que “ESCUCHARLE”. Esta es la diferencia con la mitología y otras religiones: Dios se hace humano sin retorno, sin distancia, sin magia, sin rivalidad y lo humano es capacitado para entrever a Dios. Pedro quiere quedarse allí, quiere seguir enganchado a dos situaciones: por un lado, a todo lo que representa la tradición y, por otro, quiere convivir con la novedad de Jesús. La fe a medias, la fe de lo de siempre y haciendo un apaño con lo nuevo (hay que echar el vino nuevo en odres nuevos) la fe que evade de la realidad y no se deja transfigurar. Pero la voz de Dios interviene para dar plena autoridad al Hijo. Desaparecen Elías y Moisés de la escena porque ha concluido el tiempo de la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento, Jesús es el faro revelador de un Dios encarnado en la humanidad. La reacción de los discípulos es de miedo. Cuando somos conscientes de esta Trascendencia que nos habita, se desmoronan los esquemas en los que se ha fundado una fe creída y poco o nada vivida. Levantaos y no tengáis miedo, les dice y nos dice Jesús. El miedo no se afronta desde el suelo sino haciendo pie en ese Ser que somos y que vive en permanente transfiguración: pero hay que bajar a la realidad y afrontar la vida desde esa luz para permitir que vaya transfigurando nuestra esencia. Complejo mensaje el de hoy que coincide con el 8 de marzo, un día todavía doloroso para las mujeres que clamamos no sólo la igualdad de derechos sino algo más esencial: el reconocimiento de nuestra dignidad. Desgraciadamente todavía necesitamos la transfiguración de la sociedad, de las mentes e ideologías masculinizadas, de una Iglesia patriarcal en todos sus ámbitos; necesitamos transfigurar nuestra cultura para que las mujeres y lo femenino no sea ese “otro” que complementa a nada ni a nadie; que sea un ser independiente, libre y en relación simétrica con la realidad masculina. Mi solidaridad con todas las mujeres víctimas de la violencia machista, mujeres que sufren el sometimiento a quienes deciden por ellas, tantas veces sutil y justificado por ambas partes; y mi comunión con todas las mujeres y varones que creemos en esta “transfiguración” tan necesaria del género humano desde un compromiso real. Me da igual: abrir los ojos que escuchar. Una situación muy dura en la humanidad: coronavirus, guerras, refugiados, manifestaciones, muchas y muy fuertes, descontento…. Me produce dolor y tristeza, necesito buscar alguna estrella que brille en medio de esta noche tan obscura, y no encuentro muchas estrellas, ni la luna. Percibo pequeñas luciérnagas que tenuemente marcan y denuncian su presencia.
Somos muchos los que esperábamos del papa más decidido a favor de los viri probati, que casados, pudieran acompañar a las comunidades cristianas, pero el problema sigue y no se ve postura de tomar decisión. ¿Hay algo de luz? ¿Existe alguna chispa de esperanza? Como el rey Acáz pregunto a los profetas de hoy. Y la respuesta es la misma: “un Niño nos va a nacer y de ahí viene la salvación”. Veo la película ADÚ, y me entusiasmo. Un niño tan valiente, tan decidido. Sí, es película, pero en la realidad se sigue dando. Son tantas personas débiles, niños, ancianos, empobrecidos. Y de ahí va a venir la salvación. Parece un contrasentido. Pero tantos débiles, sufrientes, empobrecidos, son los que traen las respuestas a los problemas, porque, además, el Padre Dios, está ahí actuando. Igual, muchos millonarios pierden sus riquezas, pero la fuerza de la debilidad, del amor, abre nuevos caminos y viene la salvación. Aunque para ello sea necesario el que exista de por medio una bicicleta vieja y estropeada. Coraje, decisión, valentía. Fue en la cumbre sobre el clima donde oímos la valentía y el coraje de Greta Thunberg que conquista la cumbre del clima de Madrid casi sin decir una palabra. Surgen constantemente profetas, líderes, mensajeros que marcan otra alternativa a la sociedad. Y en este sentido me sorprende. Hay una persona capaz de decir lo que siente y vive con total valentía y honestidad. Está creando otro ambiente en el mundo. Es el papa Francisco, porque además va en el camino de sembrar esperanzas y poner los medios: Un palacio para los pobres, vive en la sencillez absoluta, tiene libertad de palabra, ¿qué más se puede hacer? Es una denuncia demasiado fuerte: un niño contra todas las leyes internacionales, que consigue llegar a un país donde poder vivir mejor. Gracias por no haber buscado los premios del festival. Así hace más denuncia y tiene mayor fuerza su planteamiento. Con muchas personas como Adú, que las hay, el mundo tiene arreglo. Otro mundo. En la víspera de las convocatorias de la Revuelta de las mujeres en la Iglesia… Hasta que la dignidad se haga costumbre, en numerosos lugares del estado español, he tenido un sueño…
Soñé que estaba en una mezquita y que cuando iba a acceder al espacio separado que se nos designa a las mujeres en ella, una mujer mayor con hijab, nos animaba a levantarnos y a colocarnos en la parte central, mientras los hombres nos abrían amablemente el paso. Otra mujer, joven y negra, con la cabeza descubierta cogía el micrófono y animaba a hombres y mujeres a no consentir ningún tipo de discriminación ni violencia contra mujeres y niñas, y lo hacía en nombre de Allah y Muhammad, su profeta, quien por su trato y relación con las mujeres había siempre reivindicado su dignidad e integridad. Su discurso continuaba argumentando que un buen musulmán o una buena musulmana no podían ser indiferentes ni naturalizar, y mucho menos provocar, el sufrimiento y la violencia contra mujeres y niñas, ni en el interior de los hogares y las instituciones religiosas, ni en los espacios sociales o públicos. Pero mi sueño no terminó aquí, sino que fue poblándose de nuevas imágenes que me iban impregnando de una sensación de alegría y perplejidad. El segundo escenario era una iglesia de mi barrio en la que los sacerdotes aparecían sentados entre las gentes, sin más distinción que una estela morada con unas letras escritas en blanco en las que se podía leer: en nombre de Jesús ni una muerta más. En el templo reinaba un gran silencio que se rompió cuando desde el púlpito unas voces de mujeres, con distintos acentos, empezaron a proclamar la homilía comentando los textos del crimen de Guibea (Ju 19, 1-29), el Evangelio de la hija de Jairo y la hemorroisa (Mt 9, 18-29), conectando las lecturas con las más de 900 mujeres asesinadas en España en la última década, el feminicidio de Ciudad Juárez, las violaciones de mujeres en la India, el negocio multimillonario de la trata de mujeres en el mundo y los informes presentados al Vaticano recientemente sobre sobre los abusos y la explotación de las religiosas al interior de la iglesia. Las mujeres predicaban con convicción y fuerza, pero lo que más me llamaba la atención en mi sueño no eran ellas, sino la escucha interesada y convencida de la mayoría de los hombres que asentían con entusiasmo a sus palabras. La homilía terminaba urgiendo a los poderes públicos, a las iglesias y a todas las autoridades religiosas a no consentir prácticas ni lenguajes violentos ni discriminatorios hacia las mujeres y a implantar en los proyectos pastorales de todos los centros religiosos un programa específico para erradicar la violencia de género y la discriminación. Hasta que la igualdad se haga costumbre El tercer y último escenario de mi sueño era la plaza de la catedral de Madrid, donde el papa Francisco, en visita sorpresa, rompiendo todo protocolo, había convocado a una rabina, una imán, una mujer sacerdote, una monja budista y una líder feminista para hacer un declaración conjunta universal de todas las religiones contra la violencia machista, la discriminación y los feminicidios. Cuando la líder feminista iba a coger el micrófono el despertador me hizo volver a la realidad. Los sueños son eso sueños, pero tienen también el valor de anticipar deseos e imaginarlos y hacer de brújulas para el camino. Quizás esto sea lo que esté en el trasfondo de mi sueño de anoche: iniciativas como la de los obispos estadounidenses When I Call for Help: A Pastoral Response to Domestic Violencia Against Women, condenando la violencia de género la discriminación de las mujeres y el uso de la religión y la Biblia como forma de legitimación de las mismas. . En el contexto de la revuelta de las mujeres en la Iglesia el próximo 1 de marzo frente a las catedrales de nuestras ciudades las mujeres cristianas tenemos sueños inaplazables que exigen una urgente reforma estructural de la iglesia, de modo que las mujeres estemos presentes, con voz y voto, en los lugares donde se toman las decisiones y ninguna mujer por el hecho de serlo sea excluida de ningún ministerio ni objeto de explotación o violencia. Del mismo modo que muchas mujeres del mundo hoy estamos convencidas que el cambiodel sistema será feminista o no será, los cambios en la iglesia para ser creíbles han de incluir los sueños impostergables de las mujeres, las eternas ignoradas e instrumentalizadas por los intereses patriarcales de la institución, que olvida que la gloria de Dios es que las mujeres vivamos y lo hagamos con plenitud y en abundancia. Por eso Estamos y estaremos en revuelta …Hasta que la igualdad se haga costumbre. Cuando Rut (Rut 1,16…) le dice a Noemí “A donde tú vayas yo iré, donde quiera que vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” no sabe en qué situación pone su vida. La confianza, lealtad y abandono de esta joven viuda en su suegra, es escalofriante.
¿Por qué será que la fuerza, casi magnética de estas palabras que emergen de las entrañas de Rut, nos enganchan e incluyen en este círculo potente -de pérdida y amor incondicional-? La Noemí que sufre en silencio, cargada de pérdidas y nostalgias, resetea su “gps” interior y es guiada a Belén, su lugar de origen: Belén: “casa del pan”. Hace mucho había marchado de allí, joven, del brazo de su esposo. Ambos llenos de vitalidad y futuro, buscando un lugar para formar una familia con dignidad, sin pasar necesidad. Como esa pareja del este de Europa, con dos hijos en su país, que ayer me encontré pidiendo ayuda en la calle. También ellos desean regresar a su tierra, dejar de dormir en cajeros, ducharse, calzar zapatos y no pantuflas en la lluvia y sentir el olor a hogar. Su pérdida de esperanza en una Europa saturada que los mira como a delincuentes hace que deseen regresar a su pobreza donde está su tesoro, sus hijos. Sí, no exagero, mientras hablaba con ellos y me intentaba situar para ver cómo ayudarles, pasa el típico español cuya imagen no gusta: estirado, prepotente, con un perro que, alimentarle un día, cuesta más que alimentar a toda una familia en otros países, y desde la distancia el hombre del perro, me grita “señora, no se deje tocar”, indignada y confusa le pregunté ¿por qué? y sin detenerse me dice, “por si luego le falta algo”. Cuando me volví, vi la cara de dolor y humillación en mi joven y atractiva pareja: rubios, guapos, si hubieran ido duchados, descansados y alimentados, podrían parecer más pijos que el del galgo. Pero iban andrajosos, y esto da miedo. Dejé que aquel ego bien vestido con su perro elegante marchara y seguí con mi, ya más cercana, pareja. Zapatos, calcetines, dinero para el autobús a su tierra… poquito pero básico para su subsistencia un día más, con esperanza. Y a mi querido señor del galgo, le cuento que no me faltó nada, me dejé tocar por dentro y me sentí hermana, tanto que me sentí culpable de todo lo que me sobra y feliz de saber que nada me pertenece. Entiendo a Rut y a Noemí, ellas como ellos, mi pareja del este, necesitan encontrar de nuevo sus raíces, y tal vez labrar su pedazo de tierra y dejar de soñar en occidente porque aquí… ¡hay mucho galgo! Estábamos orando en el retiro de fin de semana con este texto de Rut y Noemí, y pude sentir en el grupo de unas 30 personas, mujeres y hombres, mayoría jóvenes, que había muchas Ruts y Noemís entre nosotras y nosotros. Unas personas mostraban cansancio, sequedad interior, otras ilusión y miedo a la vez por sentir la energía de un amor que nos invade y toca y mueve nuestros cimientos. Pienso que es más fácil dejarnos tocar por el pobre de recursos materiales que por los que están tan desertizados por dentro que casi no pueden llegar a la fuente, o prefieren creer que es un espejismo. A veces mirar nuestro vacío es más cómodo que hacer el camino a la fuente; al vacío lo controlamos más y es una opción, el camino a la fuente es una sorpresa, y no siempre nos gusta no saber qué viene después de la curva. Estas dos mujeres nos hablan de empoderamiento mutuo. Nos hablan de lealtad y de sinergia. Hacen el proceso de despatriarcalizarse, y juntas, apoyadas en el Dios que nos sostiene, emprenden su camino sin más brújula que la del Dios de Noemí. ¿Cómo es el Dios de Noemí que tanto atrae a la joven Rut? ¿Cómo ha logrado Noemí esa seguridad en sí misma? Es una presencia que actúa en su interior, que se intuye en los sentidos. Es la sutil energía que realiza la transformación de nuestro ADN interior. ¿Cómo se da ese cambio, esa transformación? Cuando nos despatriarcalizamos también nosotras, como ellas, y pasamos de un Dios mediado (por instituciones, personas más importantes que nosotros…) a un Dios que habla directamente al corazón. Es el Dios que me pone en contacto con mi tierra y me invita a ser parte activa en el proceso, co-creando con la Ruah un mundo nuevo, alternativo y ya sembrado y brotando. Ese Dios es el tuyo y el mío. El que nos sostiene y habita. El que crea comunidad y comunión. Es el Dios que conduce a Belén, a la casa del pan, en forma de cariño, de comunidad, de sentido, de presencia, de desconcierto y riesgo, de saber que hay alguien con quien hacer el camino. Cuando el sábado por la noche, en nuestro retiro, otras cuatro personas se comprometían en comunidad a hacer el camino, con otras seis en España, yo me sentí, con el resto, un poco Noemí: lo único que tenemos es ese Dios que nos habita y una fuerza interior imparable que nos mueve como a peonzas por la geografía, porque en cada lugar hay alguien ¡está Rut! y hay que acompañarla en su proceso de descubrir esa fuerza de Noemí dentro de ella. Y, ya estamos preparando la Pascua, esta vez viene precedida, con el tiempo primaveral, de algún aleluya ya, sí, después de muchas pérdidas… aparecen brotes de vida, Belén está cerca. Y al grupo, lo que les impactó, fue el espíritu de Rut en los que se comprometían, porque al final, no son las palabras, sino los hechos los que tocan. Amor incondicional, porque no pone condiciones, porque no pone cánones, porque es abierto, creativo, inclusivo, profético, empoderador, liberador. Amor porque es energía creadora que sigue evolucionando desde dentro de nosotros y desde el cosmos hacia nosotros. La belleza y el dolor que nos envuelve nos formatean e impulsan a ser Rut, que se fía incondicionalmente de la luz que descubre en Noemí, pedazo de Ruah en nosotras. Una madre del brazo es privilegiada forma de revivir sin premura la ciudad, (San Sebastián) de exprimir hondos recuerdos, de explorar gratas novedades. El andamiaje exterior y los grandes toldos que esconden nuestra catedral no restaban un ápice de su original belleza interior. El soleado domingo se preocupó de encender para la hora todas las alargadas cristaleras. El órgano gigante añadía la restante solemnidad. San Martín no dolía. El caos de la gran arteria urbana abierta en canal quedaba lejos.
La reforma de la arquitectura exterior bien pudiera ir acompañada de los imprescindibles cambios por dentro. La piedra no puede envejecer si acoge un siempre renovado Espíritu. Podemos invertir muchos millones en nuevas fachadas sin lograr frenar anquilosamiento. No alcanzo a comprender por qué el Papa Francisco no da luz verde al sacerdocio de las mujeres, ni siquiera en la remota selva. “Querida Amazonía”, pese a su amable encabezamiento, no deja de ser una exhortación apostólica lastrada de cierta frustración. El “mayor protagonismo de la mujer” ya no puede ser menos que el de una igualdad de derechos felizmente consagrados, por lo menos de palabra, en el resto de los ámbitos sociales. ¿Pueden seguir separados el amor a la Amazonía y el amor a la mujer? Ese amor pasa por la devolución de la presidencia que le corresponde, ya en los altares de la selva tropical, ya en los del asfalto. El Espíritu, manifestado de forma clara y seguramente preferencial en el rostro, tierna y amorosamente, encendido de una mujer, es capaz de renovar lo aparentemente caduco. Pero, a veces, sólo a veces, más que a reivindicar, somos invitados a revivir. En ocasiones la fuerza incontestable de un recuerdo vívido, sincero y puro, puede echar el lazo al escurridizo futuro. ¿Quién dudaría que esa mujer que ayudaba en la misa mayor reencarnaba a su manera al Sumo Oficiante de aquella última y más sagrada Cena? Fue el pasado domingo en la misa de las doce, en el templo más importante de la ciudad. Detrás de la más bendita Forma brillaba la sonrisa más amable. La contenida sonrisa no desbordaba los márgenes de la obligada ortodoxia en tan significativo templo. Los apuraba. Esa sonrisa fraterna, solar podría ser el adjetivo que más se le acercara, se encendía radiante en el preciso instante que anunciaba al cuerpo de Cristo. La palabra emanaba de un alma consciente del instante único. ¿Habría una mujer más feliz en el mundo que esta asistente compartiendo el pan de la sagrada comunión, la fe en el Jesús de la Iglesia ancha, del amor que no conoce límites? Esa entrañable sonrisa, ese singular gozo al repartir el “cuerpo” del Nazareno, esa invitación a revivir una profunda comunión, a participar en una hermandad universal, no merece ninguna puerta cerrada. Es el “password” indiscutible a los más elevados y privativos altares. La ayudante jamás pedirá nada, jamás reclamará lo que le corresponde por sobrados y evidentes motivos. Ella no relevará al ya anciano y sacrificado sacerdote que debía gozar de una bien ganada jubilación. Por eso escribimos nosotros. Ella nos perdone. A ella le basta aguardar a que el domingo suenen de nuevo las imponentes campanadas en la torre del Buen Pastor. Entonces se preparará para asir la más sagrada copa, debajo de la más elevada cúpula y ejercer, siquiera por unos muy contados segundos, el más sublime oficio, compartir "Su Cuerpo". Con nuestros más finos hilos y esmerados bordados les hemos de preparar atavío de ceremonia. Esa Sonrisa lo merece. Seguramente nuestros ojos de carne no verán a la mujer presidir el altar. Surgirán otros altares y la Iglesia inevitablemente irá perdiendo esas Sonrisas. Querida Amazonía de América y del mundo entero, porque todos respiramos el aire que tu generoso follaje nos regala. En tu floresta sin par, en tu infinito templo sin adoquines, ellas retornen a su sagrado centro. Ellas dieron con las bellas flores y las sublimes esencias; ellas conocen los secretos de la Vida, sostienen la belleza y el mañana. A uno y otro lado del océano no menos infinito, ellas presidan también nuestros altares de verde junco, de madura madera, de inmortal piedra. En el momento supremo, ellas eleven a los cielos esa Forma que jamás caduca. |
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