Nos acercamos a la Buena Noticia de este domingo desde tres perspectivas diferentes:
En primer lugar seguimos la recomendación de san Ignacio de Loyola y nos situamos en la escena “como si presentes nos hallásemos”. La imaginación y la empatía nos ayudarán a conectar con el texto. En las últimas excavaciones realizadas junto a la muralla de Jerusalén han encontrado una vasija con un manuscrito. El texto dice así: Esdras, escriba de Jerusalén, a la comunidad cristiana que se reúne los domingos en casa de Leví, para celebrar la cena del Señor: Me habéis pedido que escriba todo lo que recuerdo del día en que quisieron apedrear a una mujer sorprendida en adulterio. Aunque han pasado varios años desde entonces lo recuerdo como si fuera hoy, porque nunca había visto nada parecido. Y tal como recuerdo el episodio os lo narro, con toda fidelidad, para que se mantenga viva la memoria de Jesús. Yo tenía mi mesa de escriba en la explanada del templo. Allí iba la gente a pedirme que le redactara todo tipo de documentos. Sobre todo me pedían el “libelo de repudio”, con ese documento los maridos podían repudiar a sus esposas y romper el contrato matrimonial. Escribí cientos de libelos. A menudo me temblaba la mano al firmarlos, porque pensaba en la situación en la que quedarían las mujeres que no podían volver con sus familias y vagarían por las calles, por motivos tan sucios como que se les había quemado la comida o se habían entretenido con sus amigas hablando en la fuente. Pero era mi trabajo y gracias a él podía llevar cada día unos denarios a casa. La explanada, como cada día, estaba llena de gente que entraba y salía del templo. A menudo formaban corrillos de paisanos que comentaban la situación política de Israel. Cerca de donde yo me sentaba a diario a trabajar se sentaba Jesús a predicar. De repente hubo un alboroto tremendo. Vi que un grupo de hombres avanzaba hacia Jesús en medio de un fuerte griterío. Cuando se iban acercando me di cuenta de que en medio del grupo caminaba a trompicones la mujer que hace unos días había sido sorprendida en adulterio. Los hombres formaron un corro en torno a Jesús y el anciano Cleofás empujó con tanta fuerza a la mujer hacia el centro del corro que ella cayó al suelo; se quedó tirada, sin atreverse a levantar la vista. El grupo gritaba casi al unísono: “Hay que matarla, alejemos el mal de entre nosotros…” Jesús les miró fijamente y les dijo: - ¿Qué trampa queréis tenderme hoy? Ellos se quedaron sorprendidos. Y Elimas, el fariseo más anciano del grupo, tomó la palabra y dijo: - Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras, sólo tenemos que fijar una fecha para apedrearla y queremos cumplir a rajatabla la Ley. Tú, ¿qué dices? Jesús guardó silencio. Jafet, el escriba, se situó en el centro, muy cerca de la mujer y con voz grave nos dijo: - Os recuerdo que la ley de Moisés es muy clara respecto a los adulterios: El Levítico nos advierte que “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo serán castigados con la muerte él y la mujer”[1]. Y el libro del Deuteronomio nos manda que “Si un hombre fuere sorprendido acostado con una mujer casada, serán muertos los dos: el hombre que se ha acostado con la mujer y la mujer. Así harás desaparecer el mal de en medio de Israel” [2] Se hizo un silencio sepulcral, como cuando se lee la Torá en la sinagoga; luego un murmullo de voces repetía al unísono: “Así harás desaparecer el mal de en medio de Israel. Así harás desaparecer el mal…” Entonces Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo. Ninguno entendíamos lo que hacía, pero lo que era evidente es que el ambiente se crispaba por momentos y que ese modo de reaccionar parecía una burla para quienes esperaban impacientes una respuesta. Los escribas y fariseos le habían llamado maestro, le habían pedido su opinión y Jesús jugaba con la arena como los chiquillos cuando juegan con las canicas. Parecía que escribía algo en el suelo. Un buen rato después, cuando la impaciencia y los murmullos iban en aumento, les dijo: - Es evidente que si pretendo liberar de la lapidación a esta mujer podéis lapidarme a mí, por no cumplir la ley. Ellos asintieron con la cabeza. Y continuó diciendo: - Todos conocéis bien la historia de esta mujer. Muchos la habéis deseado y no la habéis conseguido. Todo el que mira a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón[3]. La ley dice que el varón que se sienta más ofendido por la culpa de una mujer debe ser el primero en tirarle una piedra, para que dé comienzo la lapidación. Aquel de vosotros que pueda decirnos hoy públicamente que su corazón está libre de adulterio que le tire la primera piedra. Jesús se colocó en el centro del círculo, junto a la mujer y fue mirando fijamente a cada hombre. Elimas fue el primero en retirarse; todos sabíamos que muchos días, al anochecer acostumbraba a salir de la ciudad buscando las tiendas de pieles en las que las prostitutas ofrecían sus servicios. Pero cuando entraba en el templo a orar lo hacía con tanta elegancia que parecía el mejor de los judíos. A continuación se dio la vuelta su hijo y se marchó con él. Luego se retiró Jafet. Y así, uno tras otro, empezando por los más viejos, fueron deshaciendo el círculo y alejándose por la explanada. Algunos se volvían para mirar a la mujer, cuchicheaban en voz baja y la señalaban con el dedo. Jesús ayudó a la mujer a ponerse de pie y con delicadeza le quitó las lágrimas de las mejillas. Ella le miraba sorprendida, como si no acabara de creerse lo que había ocurrido. - Jesús –le dijo– creí que te matarían a ti también. ¿Por qué te has jugado la vida por defenderme? Es verdad que soy adúltera y que en mi vida… - Calla, mujer, no te culpes –le dijo, poniéndole su mano sobre los labios para que no siguiera hablando– no eres más adúltera que ellos. Tú tienes una historia que te ha empujado al adulterio. Ellos se sienten dueños y señores de los cuerpos de las mujeres. ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Dónde está el hombre con el cometiste el adulterio? Ella miró a su alrededor y vio que no había nadie. Le dijo: - No están, todos se han ido. ¿Qué vas a hacer conmigo? Jesús le dijo: - Yo no te condeno. Anda, vete y en adelante no busques en cisternas agrietadas un agua que no sacia tu sed. Ella temblaba, quizá de miedo y de emoción. Jesús extendió su manto y la cobijó, como si de este modo quedara al abrigo de quienes le lanzaban la ley de Moisés como arma arrojadiza. Juntos se alejaron de este lugar en el que ella había nacido de nuevo. Al día siguiente, cuando Jesús volvió de nuevo a predicar, vi que a sus pies estaba ella, escuchándole absorta. Cuando Jesús acabó de hablar se puso a jugar con algunos niños que se habían acercado. La mujer me miro sonriendo, se llevó la mano al corazón y se vino junto a mi mesa. - ¡Estás desconocida! – le dije- De ayer a hoy tu rostro se ha llenado de vida. - Cuando Jesús me cubrió con su manto sentí la necesidad de seguirle. Sabía que a su lado encontraría el camino del Manantial y no necesitaría saciar mi sed en otras fuentes. Le pedí formar parte de su grupo y él me llevó a la casa donde viven su madre, María Magdalena y otras mujeres que le acompañan y le sostienen con sus bienes. Ellas me han acogido como una hermana más y me han hecho sitio en la casa. El Señor ha ensanchado el espacio de mi tienda. Ayer me traían a rastras, llorando y hoy he venido cantando. Recogí los manuscritos que tenía sobre la mesa. Yo también necesitaba encontrar el Manantial y librarme de las ataduras de un trabajo que me hacía cómplice de la injusticia. Me acerqué a Jesús, pero antes de decirle nada, él me dijo: - Esdras, hace días que te estoy esperando. Ven y sígueme. Desde entonces sigo siendo escriba, pero ahora pongo por escrito las palabras de Jesús y sus hechos, para mantener viva su memoria en las comunidades. Era domingo. Esdras enrolló el pergamino, y salió de su casa para ir a celebrar la cena del Señor en la comunidad y entregarles lo que había escrito. No eran sólo recuerdos, entregaba también su encuentro con Jesús y la narración de su vocación. Así, cada domingo, la comunidad reavivaba su fe con los testimonios de quienes llevaban la Buena Noticia en su corazón. En segundo lugar nos acercamos al texto del Evangelio con el periódico en la mano. Buscamos en los medios de comunicación lo que ocurre hoy, dos mil años después, en situaciones semejantes a la de la adúltera, a pesar de haberse firmado la Declaración Universal de Derechos Humanos” (10 de diciembre de 1948). El 6 de marzo han quemado viva a una mujer india. Su marido y un grupo de hombres del pueblo le han aplicado el “código del honor”, porque ella huyó de su pueblo y de su marido 8 años antes. Al volver a reencontrarse con su familia, pensando que sería perdonada, la golpearon, la rociaron con benzeno y le prendieron fuego. Murió abrasada viva. Se calcula que mueren unas mil mujeres al año en India, porque se les aplica este código. La mayor parte de sus verdugos ni siquiera son acusados. Los hombres se protegen entre ellos para guardar silencio y destruir las pruebas. No se considera un deshonor casar a mujeres, incluso a niñas, con quienes deciden otras personas, aunque ese matrimonio sea repugnante por la diferencia de edad o por otros motivos. Pero las mujeres son condenadas a muerte cuando toman la vida en sus manos y deciden cómo y con quien quieren vivir. O les echan ácido en el rostro, que es otra forma de matarlas lentamente. ¿Qué hubiera pasado si un hombre del grupo de la India se hubiera plantado y hubiera defendido a esa mujer? El texto del evangelio nos presenta la actitud de Jesús frente a la mujer adúltera como algo totalmente revolucionario. Se jugó la vida porque no contribuyó a ejecutar lo que decía la ley de Moisés y esa actitud ante la ley implicaba la muerte. Hizo una apuesta fuerte, clara, valiente. Y nos mostró el camino, ya sea para contribuir a paliar las grandes desigualdades sociales como para trabajar en nuestros contextos concretos y cercanos. En tercer lugar descubrimos las piedras que llevamos en las manos. - «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». ¿Sería esto lo que estaba escribiendo Jesús en el suelo? Esta frase nos confronta hoy, invitándonos a mirarnos las manos para descubrir las “piedras” que estamos dispuestos a lanzar, además de las que guardamos en el zurrón, en reserva. Cada juicio y cada pre-juicio son como piedras que lanzamos (a menudo con mucha puntería) para dañar o destruir la fama de una persona. Cada mentira es como una piedra que herirá a alguien, sin duda. Decimos “frases asesinas” que son como cuchillos que se clavan en el corazón ajeno. Cuando recordamos el daño que nos ha hecho una persona y se lo echamos en cara reiteradamente es como si le tiráramos las piedras que cuidadosamente hemos guardado en el zurrón, durante años, esperando el momento apropiado para lanzar la munición. Quizá hoy el evangelio nos sugiere algo así: No te condeno, pero suelta la piedra que tienes en tu mano; vacía también tu corazón y tu mente de todas esas piedras que guardas, esperando la ocasión para tirarlas. Y que el Amor llene ese espacio vacío que has recuperado y te impulse a trabajar por quienes están al borde del camino, recibiendo pedradas. Además de interrogarnos sobre nuestras propias actitudes personales es preciso mirar atentamente lo que ocurre en nuestras familias, trabajo, comunidades cristianas, etc. ¿Denunciamos con valentía las desigualdades? ¿Hacemos propuestas coherentes de corresponsabilidad e igualdad? ¿Somos referencia a la hora de vivir unas relaciones igualitarias, al estilo de las que propuso y vivió Jesús de Nazaret?
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El hombre del siglo XX, que erróneamente se imagina a sí mismo como erguido en la cima de un desarrollo civilizado (dado que confunde tecnología con civilización), no se da cuenta de que en realidad ha alcanzado un punto crítico de desorganización moral y espiritual. Es un salvaje que no va armado con un garrote o una lanza, sino con el más sofisticado arsenal de máquinas diabólicas, a las que cada día, cada semana, se añade un nuevo invento de destrucción”Thomas Merton (*)
Si el texto no citara el siglo en que fue escrito, creo que estaríamos pensando que el autor acaba de dejar el ordenador después de escribir sobre el momento presente de nuestro mundo “siglo XXI”. Thomas Merton fue un hombre de su tiempo que habló, escribió y denunció la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la guerra de Vietnam y toda forma de violencia. Cuando escribió esto no hacía ni treinta años que había finalizado la II Guerra Mundial y llegó al mundo en Francia un año después del comienzo la I Guerra Mundial. Desde ese punto crítico de desorganización moral y espiritual que detecta en los hombres de su tiempo, sumado al engreimiento de sentirse como seres que han alcanzado un nivel de civilización espectacular e incuestionable, le saltan las alarmas viendo en realidad el “personaje” que es el hombre del siglo XX. Si Merton ya estaba preocupado en su tiempo por el desajuste, no sé qué diría con el desmadre, o desenfreno, o exceso desmesurado del mercado tecnológico en este tiempo que vivimos. Bajemos de la cima al orgulloso y soberbio hijo del hombre del siglo XX y reflexionemos juntos a ver si conseguimos quitar nudos a la madeja del espejismo que confunde tecnología con civilización: 1)“Tecnología” no es sinónimo de “Civilización”. 2) La Tecnología sí forma parte de la Civilización puesto que es conocimiento científico. 3) La Civilización parece haber sido expulsada en la carrera sin límite de la Tecnología. 4) La exitosa carrera de la Tecnología no está sincronizada con el conjunto de costumbres, conocimientos y artes de la Civilización. 5) El divorcio entre Tecnología y Civilización es altamente peligroso, afecta a la paz mundial, al equilibrio ecológico, a los derechos humanos, a la fabricación de armamento, a los paraísos fiscales, etc. 6) Civilización es sociedad, instituciones, leyes, recursos, cultura, valores, ideologías, costumbres, creencias y también tecnología 7) El peligro acecha cuando Tecnología y Mercado son pareja de hecho, y de “des-hecho” pues se rigen por “el todo vale” y eso deja mucho residuo. No habrá desarrollo civilizado si la Tecnología, hija pródiga de la Civilización, anda por ahí en brazos del Mercado sin darse cuenta de que en realidad ha alcanzado un punto crítico de desorganización moral y espiritual, que dice Merton; y de sentido común, que añado yo. (*) Thomas Merton, nació en Francia en 1915, y falleció en Bankok en1968, monje trapense (en USA), poeta y pensador, considerado como uno de los escritores sobre espiritualidad más influyentes del siglo XX. Conocedor del budismo zen, implicado en el acercamiento entre la espiritualidad cristiana occidental y la oriental. Del libro: “Amar y vivir – El testamento espiritual de Merton” (Ed. ONIRO, 2012) Pág. 83 “No traten de vendernos ‘lobos por corderos'”
Lo siento pero ¡NO! La vida no es un negocio. Por eso, me parece indigno que una entidad bancaria que pretende presentar a la sociedad su nuevo plan estratégico de negocio “basado en la sencillez y la transparencia” lo haga a través de una premisa mercantilista, que tergiversa la realidad y las relaciones humanas. Detrás de su eslogan: “En la vida ya pagas demasiadas comisiones” trata de vendernos su negocio que te va a librar de esas “pequeñas comisiones que pagas en el día a día a toda la gente que te rodea” como son –según sugiere la entidad– “Olvidar su aniversario; No visitarla en un mes; Viajó a la final del mundial; Le cubrió una semana de vacaciones; Le rayó el coche; Se perdió la función de colegio…” Pero ¿qué tienen que ver todas esas situaciones interpersonales con las comisiones bancarias (= cantidades que las entidades de crédito le cobran a usted en compensación por sus servicios)? ¿Qué valores está transmitiéndonos? ¿Acaso plantea mirar la vida como un negocio dónde todo tiene un precio? ¿Enarbola como criterios que rijan nuestro día a día la lucha de poder, el sálvese quien pueda o tantos otros intereses egoístas…? ¿Promueve mirar a nuestros semejantes como simples competidores desde una perspectiva materialista, como ya planteó Hobbes con su célebre “El hombre es un lobo para el hombre“? Si es así… ¡no cuenten conmigo! pues yo sigo creyendo en las personas y su dignidad irremplazable; en el amor que se hace entrega, en el perdón que no lleva cuentas del mal, en la capacidad de aprender de los errores, en la solidaridad, en la empatía, en la honradez, en la verdad, en la gratuidad… No, no pretendo que los bancos sean entidades caritativas, porque esa no es su finalidad (aunque no estaría de más que en ellos hubiera una inflación de humanidad). Más bien, me gustaría que en su gestión diaria y publicidad no traten de vendernos “lobos por corderos” y sean más honestos, pues otro planteamiento es posible. En definitiva, no me resisto a alzar la voz respecto a esta manipulación descarada de las relaciones personales y sociales. Ojalá, seamos capaces de contemplar dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí. Hay muchas cosas en nuestra vida cotidiana que sacan a la luz esas distorsiones de la realidad y ponen –consciente o inconscientemente– sobre la mesa, esos factores profundos que hay detrás. Es tarea de todos que asumamos con responsabilidad y compromiso la construcción de un futuro mejor y éste empieza por leer la realidad a través de una mirada más crítica, para identificar lo que de verdad es sencillez y transparencia. 1. Las experiencias dolorosas tocan a todos los seres humanos, nadie puede sustraerse de ellas. Lo que cambia es cómo nos enfrentamos a ellas.
2. Hay quienes convierten el dolor en sufrimiento, en cambio hay quienes lo convierten en una experiencia de aprendizaje que les servirá para vivir mejor. 3. La infelicidad es producida porque a un suceso doloroso le agregas pensamientos equivocados; si pudieras desprenderte de esos pensamientos, el sufrimiento desaparecería. 4. El dolor existe, es real. El sufrimiento, en cambio, es obra de tus pensamientos. Si sufres es que estas dormido, porque el sufrimiento es producto de tu sueño. 5. No es la vida lo difícil, eres tú quien la vuelve difícil. 6. El sufrimiento es un deseo no cumplido, es un desear que las cosas ocurran como tú quieres que ocurran, o que las personas se comporten como tú quisieras, y al no ser así, el deseo choca con la realidad y de esta fricción surge el sufrimiento. 7. La paz se alcanza cuando abandonamos esa actitud de apego por las cosas, por las personas. En esa actitud se tiene que ser constante y se tiene que tener paciencia. No hay formula instantánea para la paz. Es necesario buscarlo con tranquilidad. 8. La mayoría de nosotros vivimos con tensiones y molestias; si esto te sucede, cierra los ojos y recorre lentamente tu cuerpo sintiendo cada una de sus partes, respira suavemente. Esto te relajará. 9. En ocasiones no perseguimos cosas materiales, pero estamos preocupados por nuestra salud. Si vivimos apegados a nuestra salud, también esta puede ser causa de sufrimiento. 10. Cada persona enfrenta de manera diferente un problema de salud. Hay quienes se aferran a la vida y sufren; hay quienes ven el proceso de enfermar como una experiencia de aprendizaje y no sufren. 11. Cuando alguien no cumple lo que prometió, cuando alguien te rechaza, cuando alguien te abandona, esa persona no te está lastimando, no te está hiriendo. Son tus pensamientos los que te lastiman. La única razón de tu sufrimiento son tus ideas acerca de cómo deberían comportarse las personas en relación a ti. 12. No sufres por lo que otros hacen, sino por la expectativa de que ellos se comporten según tus deseos, creyendo que tus ideas son las más correctas. Si ellos violan tus expectativas, son tus expectativas las que te hieren. 13. Disminuye tus expectativas sobre las personas y tendrás tres resultados: · Quedarás en paz. · Las personas seguirán comportándose como son y esto no te acarreará el más mínimo sufrimiento. · Tendrás más energía para hacer lo que quieras pues no estarás gastando tu tiempo esperando que los otros vivan de acuerdo a los planes que tú trazaste. 14. Solemos reaccionar ante las imágenes que reflejan los otros de nosotros mismos. Vemos en el otro lo que deseamos (lo idealizamos) o ponemos en él nuestro miedo (lo rechazamos) y así nos impedimos conocer al otro en su realidad. 15. Las ofensas y los juicios de los demás sobre ti hablan más de la forma de pensar de ellos que de ti. No le des a otra persona el poder de perturbarte, el poder de decidir si vas a estar triste o alegre. 16. Para vencer esto, es necesario desintoxicarte: llama a las cosas por su nombre, piensa de quién necesitas aprobación, observa cómo frente a esa persona pierdes la libertad, piensa en quién necesitas para atenuar el dolor de tu soledad, observa cómo frente a ella no puedes decidir, pierdes la libertad. Ahora busca la soledad, mantente lejos de las multitudes; al principio será doloroso, pero después el amor renacerá. 17. Tú mantienes muchas cosas para sentirte seguro, buscas prestigio, reconocimiento o aceptación porque te sientes inseguro, pero cuando lo dejas, descansas y paradójicamente entonces sí sientes seguridad. 18. El dolor y la felicidad son como la oscuridad y la luz. La oscuridad no existe; es solo un periodo en el que se percibe menos la luz. Libérate de rótulos, deseos, ideas y podrás percibir la felicidad. 19. Entiende el origen de tu sufrimiento y tendrás la cura; si no lo entiendes, no dejarás el sufrimiento. 20. No sientas vergüenza por nada que hayas hecho en el pasado. 21. Piensa en todo esto, piensa en lo que tienes y lo que no tienes; de ahí vendrán las fuerzas para enfrentar los conflictos. 22. No es todo lo que tenemos, sino lo que disfrutamos lo que nos hace felices. Solo podemos disfrutar cuando no tenemos miedo a las pérdidas. Y nos volvemos libres cuando tomamos conciencia de todo aquello que no nos puede ser quitado o robado ni por los otros, ni por nosotros mismos. 23. Si deseamos ser felices lo podemos lograr ahora, pero si deseamos ser más felices que antes, o que otros, eso no lo podemos lograr porque eso es un apego, porque las felicidades no se pueden comparar. 24. El sufrimiento que padeces es el equivalente a tu resistencia a la realidad. El resistirte hace que choques con la realidad; revisa tus planteamientos para que se ajusten a la realidad. Si lo comprendes, crecerás: en caso contrario sufrirás sin remedio. 25. No te apegues a la liberación, porque esta no es aprensible. Solo tienes que ver las cosas como son. Las cosas serán cuando deban ser, por mucha prisa que te des. La realidad no es algo que se pueda forzar ni comprar. Se trata de ver la realidad tal como es. Lo cierto es que ya estás en ella, siempre has estado, pera la buscas como el pez que iba como loco buscando el océano. 26. La felicidad siempre está ahí pero a veces no somos capaces de observar el tesoro en el que estamos parados. Mi marido y mis hijos duermen. Mientras queda un poco de aceite en el candil voy a escribir lo que ha ocurrido hoy, para que mis hijos se lo cuenten a los suyos y así sucesivamente, de generación en generación.
Hace meses que nuestro hijo pequeño se fue de casa. A las madres no se nos escapa nada y yo me di cuenta de que estaba inquieto. De vez en cuando nos hablaba de las ganas que tenía de disfrutar de la vida, de saborear lo prohibido en la ciudad y experimentar esos placeres de los que hablaban los mercaderes que venían a la aldea. A pesar de la educación que le habíamos dado, nuestro hijo envidiaba a los pecadores y quería salir corriendo tras ellos. Una noche noté que mi hijo daba vueltas y más vueltas en la estera, sin poder dormir. En cuanto amaneció nos dijo a mi marido y a mí que se iba de casa y que le diéramos su parte de la herencia porque no pensaba volver nunca más por aquí. Mi marido se quedó en silencio, cerró los ojos y se puso a desgranar lentamente alguna frase de las Escrituras: “Que tu corazón no envidie a los pecadores, sino que tema siempre a Yahvé, porque así tendrás un porvenir y tu esperanza no se verá frustrada”. “Escucha, hijo mío, sé sabio y dirige tu corazón por el camino recto”. “El que observa una conducta íntegra se salvará, pero el que sigue caminos tortuosos caerá en uno de ellos”. “El que cultiva su campo se hartará de pan, pero el que va detrás de quimeras se hartará de miseria…” Intuimos su lucha interior. Al irse podíamos perderlo para siempre…, pero teníamos la esperanza de que cuando tuviera en sus manos todo lo que deseaba, quisiera volver de nuevo a su hogar. Mi marido le dio una bolsa con el dinero de la herencia, y le pidió que se quitara la túnica y el anillo. Ni le regañó ni le dijo nada, le dirigió una mirada que expresaba el amor infinito que le tenía y el dolor que le causaba su decisión. Yo le metí en el zurrón unos panes, unos peces y unos pocos dátiles y le abracé con fuerza. El chico bajó la vista, avergonzado, y se alejó rápidamente por el camino que conduce a la ciudad. Durante meses no supimos nada de él; algunos vecinos comentaban en la plaza que le habían visto gastar el dinero en fiestas y en mujeres, otros nos decían que estaba delgado y sucio, porque cuidaba cerdos en una hacienda lejana. Incluso nos dijeron que estaba pensando en volver a casa, pero no sabíamos si era cierto o sólo eran habladurías de la gente chismosa. Yo salía cada día por la aldea con algún pretexto: tender la ropa, acercarme a la fuente o visitar a una vecina que estaba viuda y enferma. Pero mis ojos buscaban ávidamente, en la lejanía, la silueta de mi hijo. Sólo tú, Adonai, mi Señor, sabes las lágrimas que he derramado y las veces que te he suplicado que lo cuidaras, “porque tú sanas a quien tiene el corazón roto y vendas sus heridas”. Y hoy ha llegado la salvación a nuestra casa, ¡hoy ha ocurrido el milagro! Salí de casa, como cada mañana, y miré hacia el camino que conduce a la ciudad. A lo lejos vi la silueta de mi hijo, con su andar cansino, como si llevara sobre sus hombros una carga que no podía soportar. Traía la ropa hecha jirones y venía descalzo. Al verle, entré corriendo en casa y le dije a mi marido: - ¡Nuestro hijo vuelve al hogar! ¡Estaba perdido y lo hemos encontrado, estaba muerto y ahora vive! Él salió corriendo de casa, con los brazos abiertos, al encuentro del hijo. Mientras tanto yo busqué su túnica en el baúl, entre los cobertores. Quería ponérsela para que los vecinos no le vieran con la ropa raída. Y, sobre todo, quería que cuando sintiera sobre su cuerpo la ropa limpia, con olor a lavanda, recordara el día en que mi marido y yo, al ponerle por primera vez esa túnica sobre sus hombros y el anillo en el dedo, le dijimos: - Hijo, todo lo nuestro es tuyo. El chico se tiró a nuestros pies pidiéndonos perdón. Nos decía que había pecado contra el cielo y contra nosotros y que le tratáramos como a uno de los jornaleros. Nosotros no le hicimos caso, le cubrimos con la túnica. Le calzamos unas sandalias nuevas y le pusimos el anillo. Le abrazamos con fuerza; nuestros brazos recuperaron en ese abrazo el vigor de la juventud, porque nuestras entrañas se habían conmovido con su vuelta. Organizamos una fiesta e invitamos a los vecinos. Pero nuestra alegría no fue completa. Cuando nuestro hijo mayor volvió del campo y vio cómo estábamos celebrando la vuelta de su hermano no quería entrar en casa. Mi marido salió a su encuentro e intentó abrazarle, pero él rehuyó. - Hijo –le decía- alégrate con nosotros, porque tu hermano estaba perdido y lo hemos encontrado. Pero él nos increpó con malos modales y nos dijo: - ¡No os entiendo! Yo nunca os he desobedecido. Desde pequeño os sirvo como el mejor de vuestros criados. ¿Cómo me lo habéis pagado? Nunca me habéis regalado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. Siguió hablando un buen rato hasta que mi maridó le interrumpió y le dijo: - ¡No eres nuestro siervo, eres nuestro hijo! Algún día descubrirás la diferencia. ¡Vive como hijo! Yo le abracé y le dije al oído: “No seas necio”. Es la frase que le he repetido muchas veces, desde que era pequeño, cada vez que se ponía cabezota y no entraba en razón. Se dio media vuelta y se marchó de nuevo al campo. Mi marido dijo: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, por eso no tememos”. Y los dos entramos de nuevo en casa para seguir celebrando la fiesta, con el corazón lleno de esperanza. La liturgia propone este relato, con la intención de que nos identifiquemos con el hijo menor. Pretende que tomemos conciencia de nuestros pecados y nos convirtamos. Es una propuesta falsa, porque la parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseosque murmuraban de Jesús porque acogía a los pecadores. Se trata de un relato ancestral presente en todas las culturas. Es un producto del subconsciente colectivo que expresa realidades escondidas de nuestro ser. Es un prodigio de conocimiento psicológico y un alarde de experiencia religiosa. Los tres personajes representan distintos aspectos de nosotros mismos.
La comprensión de esta parábola ha sido para mí una verdadera iluminación. He visto reflejada en ella de manera sublime todo lo que debemos aprender sobre el falso yo y nuestro verdadero ser. Pero también, la necesidad de interpretar la parábola, no desde la perspectiva de un Dios externo a nosotros sino desde la perspectiva de un Dios que se revela dentro de nosotros mismos. Yo mismo tengo que ser el Padre que tiene que perdonar, acoger e integrar todo lo que hay en mí de imperfecto y engañoso. Ser verdadero hijo no es vivir sometido al padre o alejado de él, sino imitarle hasta identificarse en él. El padre es nuestro verdadero ser, nuestra naturaleza esencial, lo divino que hay en nosotros. Es la realidad que tenemos que descubrir en lo hondo de nuestro ser y de la que tanto hemos hablado últimamente. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo que hay de Dios en nosotros, formando parte de nosotros mismos. Esa verdadera realidad que somos está siempre esperando abrazar todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que espera fundir todo el hielo que hay en nosotros. Esa realidad fundante, nunca lucha contra nada sino que lo intenta abarcar todo e integrarlo en ella misma. El hijo menor simboliza nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no descubramos lo que realmente somos. Es la ola que se siente capaz de vivir sin el océano, porque lo considera una cárcel. Quiere seguir siendo "yo". Opone resistencia a todo lo que no es ella y cree que lo que no es ella la puede aniquilar. De ahí, tarde o temprano, surge la inseguridad. Tiene que retornar a su verdadero ser, porque lo que alcanza por ese camino nunca podrá satisfacerle. El hijo mayor representa también nuestro “ego”, pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no se ha identificado todavía con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el Padre), pero sigue aún apegado a su naturaleza egocéntrica. De ahí que permanezca en la dualidad que le parte por medio. Sigue creyendo que la individualidad es imprescindible y no puede aceptar el verdadero ser de los demás, porque no se ha identificado con su verdadero ser. El “yo” y el “ser verdadero” aún siguen separados. El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo tendrá que descubrir en su interiory en los demás (el hermano). El aparente buen comportamiento está motivado por el miedoa perder al Padre. No es ninguna virtud sino una manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de divino en él, el Padre. Todos tenemos que dejar de ser “hermano menor”, y “hermano mayor”, para convertirnos finalmente en “Padre”. La insistencia maniquea de nuestra religión en el pecado, nos ha hecho interpretar la parábola de una manera unilateral. Es un error llamar a este relato la parábola del “hijo pródigo”. No va dirigida a los pecadores para que se arrepientan, sino a los fariseos para que cambien su idea de Dios. Se trata de defender la postura de Jesús para con los publicanos y pecadores, que manifiesta lo que es Dios para todos nosotros, seamos “buenos” o “malos”. En la manera de actuar con los dos hijos, el Padre de la parábola hace presente a Dios; de la misma manera que Jesús al acoger a los pecadores está haciendo presente a Dios. Hemos considerado la parábola como dirigida a los “hijos pródigos”. Da por supuesto que todos tenemos mucho de hijo menor, que es el malo. La verdad es que el mayor no sale mejor parado que el menor y debía de ser objeto de una atención más cuidada. Es relativamente fácil sentirse hijo pródigo. Es fácil tomar conciencia de haber dilapidado un capital que se nos ha entregado sin haberlo merecido. Es fácil tomar conciencia de que hemos renunciado al padre y a la casa, hemos deseado que estuviera muerto para heredar, hemos renegado del entorno en que se había desarrollado nuestra existencia. Todo para potenciar nuestro egoísmo, para satisfacer nuestro hedonismo a costa de lo que se nos había entregado con amor. El fallo del hijo menor y la desesperada situación a la que ha llegado, facilita la toma de conciencia de que ha ido por el camino equivocado. Es difícil que descubramos en nosotros al hermano mayor, y sin embargo, todos tenemos más rasgos de éste que del menor. Con frecuencia, no entendemos el perdón del Padre para con los pródigos, nos irrita que otra persona que se han portado mal, sean tan queridas como nosotros. No percibimos que rechazar al hermano es rechazar al Padre. No solo no nos sentimos identificados con el Padre, sino que intentamos, por todos los medios, que el Padre se identifique con nosotros; cosa que no le pasa por la cabeza al hermano menor. Desde esa perspectiva tampoco descubrimos que tenemos que regresar al Padre. Por eso la parábola deja en un suspense inquietante la respuesta del hermano mayor. No nos dice si el hijo hace caso al padre y se incorpora a la fiesta. Esto nos tiene que hacer pensar. El padre espera a uno con paciencia durante mucho tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro. El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional. Ese amor debía ser el motivo de alegría para uno y para otro. El llegar a ser Padre, no supone el ignorar nuestra condición de hermano menor y mayor, hay que aceptarlo, hay que saber convivir con lo que aún hay en nosotros de imperfecto. Debemos intentar superarlo, pero mientras ese momento llega, hay que aceptarlo y sobrellevarlo desplegando el amor incondicional del Padre. Tanto el hermano menor como el hermano mayor que hay en cada uno de nosotros, debe ser objeto del mismo amor. La parábola no exige de nosotros una perfección absoluta, sino que nos demos cuenta de que nos queda un largo camino por recorrer. Lo que pretende es ponernos en el camino de la verdadera conversión: la superación de todo egoísmo e individualismo. El descubrimiento de que somos el hermano menor y a la vez, el hermano mayor, nos tiene que hacer ver el objetivo de la parábola, que es el Padre. Todos estamos llamados a dejar de ser hermanos e identificarnos con el Padre como Jesús. (Aquí podemos descubrir un profundo significado de la frase de Jesús: “Yo y el Padre somos Uno”). Nuestra maduración personal tiene que encaminarse a reproducir la figura del Padre. "Sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso". El relato nos tiene que hacer ver, que siempre habrá en nuestra vida, etapas que hay que superar por imperfectas. Permanecer alejados de nuestro verdadero ser es alejarse de Dios y caminar en dirección opuesta a nuestra plenitud. Pero vivir junto a Dios sin conocerlo, es hacer de Él un ídolo y alejarse también de la meta. Lo malo de esta opción es que seguiremos creyendo que caminamos en la verdadera dirección, lo que hace mucho más difícil que podamos rectificar. Esta es la causa de la ineficacia de nuestras conversiones. Meditación-contemplación Yo y el Padre somos UNO. Es la mejor expresión de lo que fue Jesús. Tú también eres UNO con Dios, pero todavía no te has enterado. Si lo descubres, esa frase saldrá de lo más hondo de tu ser. ............................. Descubre lo que hay en ti de hermano menor: Me dejo llevar por el hedonismo individualista. Busco lo más fácil, lo más cómodo, lo que me pide el cuerpo... Mi objetivo es satisfacer las exigencias de mi falso “yo”. ............................... Descubre lo que hay de hermano mayor: Busco la cercanía de Dios, pero fabrico un Dios a mi medida. Un Dios que me quiera, porque soy mejor que los demás Y me debe ese amor que le exijo. .......................... No busques modelos fuera, todos son falsos. El único modelo debe ser Él, que no está “en los cielos”, sino en lo más hondo de tu ser, esperando ser descubierto, vivido y manifestado. La Palabra tiene que ocupar un lugar central en la vida de la comunidad cristiana como fuente directa de nuestra conversión personal y transformación evangélica. Según un estudio de opinión, el porcentaje de familias españolas que tienen una Biblia en casa apenas llega al 50%, pero el dato preocupante es que apenas un 2% la utilizan para una lectura asidua. La Palabra vino al mundo, y los suyos no la recibieron…
La primera reflexión para este tiempo que llega de Cuaresma es que no somos lo suficientemente conscientes de, hasta qué punto, estamos abducidos por la cultura del consumismo y laminados por su consecuencia más letal: la crisis espiritual junto a la indiferencia hacia todo lo solidario y lo que suene a religioso. El ser humano está en una nube de soberbia por los logros increíbles que la ciencia le otorga cada vez con mayor tendencia al consumo y la comodidad. Por tanto, cualquier mensaje de salvación y conversión, al menos en esta cultura hedonista, tiene muchas papeletas de no tener respuesta. Nos decía el cardenal Martini: “Una espiritualidad cristiana no basada en la Escritura, difícilmente podrá sobrevivir en un mundo complejo, difícil fragmentado y desorientado como el moderno”. Curiosamente, en otras latitudes como la India, América latina o el Extremo Oriente crece el interés de la Palabra bíblica, atraídos por su mensaje de amor, fraternidad y liberación gestado en el rabioso día a día aunque se trate de un Reino que no es de este mundo. La lectura de la Biblia apunta directamente a cada persona y a cada comunidad eclesial para entender los signos de los tiempos: qué nos dice Dios a cada uno, aquí y ahora, para escucharle y orientar la vida desde la voluntad del Padre. No se trata de una lectura plana de la Palabra, rutinaria e individualista, como hemos socializado en muchas de nuestras celebraciones eucarísticas. Se trata, de acceder al texto sagrado desde la vida y para vida, desde la escucha. Una lectura y relectura del texto elegido, una sencilla meditación en escucha activa para discernir qué me dice Dios. Con esta actitud propiciamos el descanso en Dios y nos fortalecemos en Él sacando conclusiones en forma de compromiso práctico para nuestra vida entre hermanos. Por tanto, la Palabra nos lleva a la acción como bellamente lo resumió la madre Teresa de Calcuta mostrando un sencillo y profundo camino de conversión liberadora de manera admirable: “El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz”. Necesitamos con urgencia, la Iglesia toda, especialmente la de los países más ricos y poderosos, proclamar la Palabra con nuestras obras. Primero, recuperando su lectura y escucha; segundo, llenos del Espíritu, dando ejemplo con nuestras obras. A la vista de nuestro entorno, quizá lo veamos imposible, pero no lo es para Dios. Depende de nuestra voluntad de conversión. Y la Cuaresma ya nos interpela. La mente, uno de los logros más exquisitos de la evolución, ha hecho posible la autoconsciencia y nos ha procurado un impresionante desarrollo científico y técnico. Sin embargo, se ha mostrado incapaz de liberarnos del sufrimiento. Algo falla…
Lo que falla no es otra cosa que la absolutización de lo que es solo una herramienta, un órgano de conocimiento, en definitiva y por más valioso que sea, un “objeto” dentro de lo que somos. Al absolutizarla, confundimos nuestra identidad con una “idea” de la misma y nos reducimos a un concepto (el “yo”), a partir del supuesto incuestionado de que somos lo que nuestra mente nos dice. Este es el sueño de la inconsciencia, de la confusión y del sufrimiento. Pero quien sueña toma su sueño como real; únicamente cuando despierta, se percata de la naturaleza onírica del mismo. Para favorecer el despertar, quizás haya que empezar por una primera constatación: mente no es sinónimo de consciencia; mente es algo que tenemos; consciencia es lo que somos. Las tradiciones de sabiduría o espirituales han definido precisamente el “despertar” como la capacidad de separar la consciencia de los pensamientos. Todos los contenidos mentales son objetos dentro de la consciencia que somos. Y la ley puede formularse de este modo: tú no eres nada de lo que puedas observar, sino Eso que observa. O de otro modo: no eres el “yo” que puedes pensar, sino el “Testigo” que lo percibe. Y de una manera más concreta: no eres tus pensamientos, recuerdos, proyectos, sensaciones, sentimientos, emociones…, sino la Consciencia en la que todo eso aparece y desaparece, como las olas nacen y mueren dentro del océano. A partir de esa experiencia, venimos a descubrir que el ego no era sino un error de percepción; solo existe cuando pienso en él, y solo sufro cuando me reduzco a él. Nos hallamos en una especie de sueño, creyendo ser lo que no somos, y olvidados de quienes realmente somos. Mientras dure esa alienación, nos sentiremos divididos, extraños a nosotros mismos. Y nuestras relaciones no serán otra cosa que luchas de egos, más o menos crispados. Cuando, tras el silencio de la mente, despertamos, todo queda modificado. l 14 de enero de 2016, la iglesia del Gesù en Roma acogió, en un conmovedor clima de oración y de escucha, los testimonios vitales de numerosos refugiados. Se vivió así, desde la solidaridad y la cercanía, la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Reproducimos aquí la intervención improvisada del P. Adolfo Nicolás, Superior general de la Compañía de Jesús, durante su encuentro con los inmigrantes, refugiados y voluntarios del Centro Astalli, institución del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).
Sin duda, tendríamos que estar agradecidos a los migrantes que llegan a Italia y a Europa por un motivo: nos ayudan a descubrir el mundo. He vivido en Japón durante más de treinta años y he trabajado cuatro años en un centro para inmigrantes. La mayoría de ellos no disponía de papeles en regla, así que puedo hablar por experiencia propia. Y, precisamente desde la luz de lo que he vivido, lo confirmo: las migraciones son una verdadera fuente de beneficios para el país. Lo han sido siempre, por encima de las dificultades y las incomprensiones. La comunicación entre las diversas civilizaciones se alcanza, de hecho, a través de los refugiados y de los migrantes; así es como se ha formado el mundo que conocemos. No ha sido solo el hecho de sumar una cultura a otra: se ha producido una verdadera transformación. Eso es lo que nos enseña la Historia. También las religiones: el cristianismo, el islam y el judaísmo se han difundido por el mundo gracias a los migrantes que abandonaron su país y se desplazaron de un sitio a otro. Por eso les debemos estar agradecidos, porque nos han “dado” el mundo. Sin ellos estaríamos encerrados dentro de nuestra propia cultura, conviviendo con nuestros prejuicios y con nuestras limitaciones. Un país siempre corre el riesgo de encerrarse en horizontes muy estrechos, muy pequeños. Pero gracias a ellos, nuestro corazón puede abrirse y también nuestro propio país puede abrirse a dinámicas nuevas. Conocer y ser conscientes de los problemas comunes y cotidianos, caer en la cuenta de nuestra interdependencia, nos une en la tarea de llegar a ser hombres y mujeres. Son los migrantes los que han levantado un país como Estados Unidos en el que se ha desarrollado la democracia. Esto no es fruto del azar, se debe a ese melting pot que se ha producido, un crisol de culturas y de personas que ha dado origen a un país así. Hay otros muchos casos en el mundo: Argentina, por ejemplo, y muchos otros. Así pues, los migrantes podrían ayudarnos a abrir el corazón, a ser más grandes que nosotros mismos. Y eso es un don extraordinario. Por tanto, no son solo huéspedes, son gente que puede alentar la vida civil, ofrecer una aportación notable a la cultura y a sus profundos cambios. Precisamente gracias a ellos continúa enraizándose el humanismo. Tendríamos que ser conscientes de eso. Un obispo japonés, comentando el versículo del Evangelio “yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), decía que la enseñanza de Jesús se puede aplicar también a otras religiones. Yo mismo, como Superior general de los jesuitas, tengo que viajar con frecuencia por el mundo y constato que este obispo tenía razón. Asia en particular muy bien podría considerarse como “el camino”. En Asia el empeño constante es buscar el camino, el “cómo”: cómo hacer yoga, cómo concentrarse, cómo meditar. El yoga, el zen, las religiones, el judo ─que suele traducirse como “el camino del débil”, porque se sirve de la fuerza del otro─ son todos considerados como caminos. Sin entrar en comparaciones, habría que considerar que Europa y los Estados Unidos andan preocupados especialmente por “la verdad”; mientras que América Latina y África están preocupados por “la vida”; los valores relacionados con la vida son muy importantes. Por ello tenemos necesidad de todos, porque todos tienen una sabiduría y una contribución que hacer a la humanidad. Ha llegado el momento en que debemos pensar en la humanidad como un todo y no como un conjunto de diversos países, separados unos de otros por sus tradiciones, sus culturas y sus prejuicios. Tendríamos que pensar en una humanidad que necesita a Dios, que necesita un modo de profundidad que solo puede venir de la unión de todos. Así que tendríamos que estar agradecidos por esta contribución de los migrantes y refugiados a esa humanidad integral. Ellos nos hacen caer en la cuenta de que la humanidad no está formada solo por una parte, sino que se forma con la contribución de todos. Además, ellos son, al propio tiempo, la parte más débil y más fuerte de la humanidad. La más débil porque han experimentado el miedo, la violencia, la soledad y los prejuicios de los otros; todo esto forma parte de su experiencia, bien lo sabemos. Pero nos muestran también la parte más fuerte de la humanidad: nos hacen comprender cómo superar el miedo, con el coraje de afrontar los riesgos que no todos estaríamos dispuestos a afrontar. En sus esperanzas de futuro, han aprendido a no dejarse paralizar por las dificultades. Han sabido superar la soledad mediante la solidaridad, ayudando a los otros y han demostrado así que la humanidad es débil, pero puede ser fuerte. Nos han enseñado incluso que hay valores y realidades más profundas que las que habíamos perdido. Esto es habitual cuando se viven situaciones extremas. Me acuerdo a este respecto de la experiencia de un hermano mío que vive en Estados Unidos. Mientras ardía una casa vecina, temió que el fuego llegase a su propia vivienda. Y me confesó que, mientras era presa del miedo, aprendió a distinguir lo que era importante de lo que no lo era. No corrió a poner a salvo el dinero, sino que agarró un fajo de fotografías que representaban sus raíces y su vida. En ese momento entendió que lo más importante es lo que guardaba dentro de sí mismo y no lo de fuera, ni siquiera la propia casa. Todo eso lo experimentan también los refugiados: han visto el peligro de cara y lo han afrontado. Pensemos al menos por un momento: si no tuviésemos ya una casa, una familia, una lengua… si tuviésemos solo la vida y ésta incluso amenazada, ¿qué haríamos? ¿qué pensaríamos? ¿qué o a quiénes amaríamos? Celebramos este año el Año de la Misericordia, un concepto central en muchas religiones. En el cristianismo, en el islam, en el judaísmo y en todas las grandes religiones, la misericordia es un concepto muy importante. Sin ella no se puede vivir y los migrantes y refugiados nos muestran precisamente uno de sus rostros. Cuando alguien lo tiene todo, puede ser misericordioso sin miedo, pero cuando una persona no tiene nada y, aún así, se muestra misericordioso con otra, está dando mucho más y el rostro de la misericordia se vuelve en este caso todavía más real. De este modo, podríamos aprender de los migrantes y refugiados a ser misericordiosos con los otros. Aprendamos de ellos a ser humanos a pesar de todo. Aprendamos de ellos a tener como horizonte el mundo y no nuestra pequeña y estrecha cultura. Aprendamos de ellos a ser personas del mundo. Tantas y tantas cuaresmas en nuestro haber vividas como una obligación inexplicada e incomprendida: no comer carne o, simplemente, no comer, mortificación, sacrificio, privación. Visto así, no era una perspectiva que nos exaltase ni el cuerpo ni el alma. Y dejemos de lado aquellas indulgencias que, mediante pago, permitían aligerar esa carga impuesta al fiel. Y, sin embargo, el mensaje de la cuaresma es muy profundo y, por favor, no seamos críticos con una Iglesia, hija de su historia, que, en su momento, no ha sabido trasmitirlo en toda su pureza y su belleza interior. Pero ha intentado, e intenta, transmitirlo. La cuaresma es la preparación a vivir los misterios esenciales de la Pascua, la Pasión y la Resurrección. Es esa preparación interior, que se puede manifestar exteriormente de maneras muy diversas., pero eso no es lo esencial.
La cuaresma es, en la vida de cada día, ir, humildemente, tratando de vivir esos misterios de la pasión y de la resurrección : ¿qué acontecimiento, pequeño, puede cada uno transformar yendo un poquito más allá de sí mismo, muriendo un poco al ego y resucitar en ese mundo pascual del DON, de la sana relación consigo mismo y con el otro, sin nada esperar a cambio? Nada de hazañas, sino esa misericordia cotidiana en lo más ordinario de la vida. Si con Él morimos, viviremos con Él. |
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