En Jesús encontramos a un hombre que articula admirablemente la actividad y el recogimiento, el encuentro y la soledad, la palabra y el silencio.
Los textos nos dicen que solía retirarse "de madrugada, al descampado, a orar". Nos gustaría conocer cómo vivía esos tiempos de silencio y de oración. Con todo, no parece difícil imaginar que para alguien que se sabe uno con el Padre ("El Padre y yo somos uno": Jn 10,30), el silencio no sería sino una experiencia de abismarse en aquella Unidad que todo lo trasciende y, a la vez, todo lo abraza. Más allá de las palabras y de los conceptos, la oración podría ser un permanecer en el Vacío que es Plenitud, aquel Fondo sin fondo de donde todo está brotando en permanencia, sin ningún tipo de separación, y que el propio Jesús llamaba "Abbá" (Padre). Es la oración en la que se produce la admirable paradoja de que cuanto más "desapareces", más te encuentras: cae la forma (el yo), brilla la identidad (la pura Consciencia). Por esa razón, los místicos –Jesús incluido- han sabido que el auténtico conocimiento de sí desemboca en el olvido de sí. Etty Hillesum, aquella joven extraordinaria que fue ejecutada, a los veintinueve años, en el campo de concentración de Auschwitz, lo expresaba con estas palabras: "Descansar dentro de sí. Y así es, seguramente, como mejor se expresa mi estado de ánimo: descanso dentro de mí. Y ese ser yo misma, lo más profundo y rico de mí, mi Descanso, lo llamo Dios". En cualquier caso, la sabiduría nace del silencio. El silencio es el camino de la lucidez y de la sabiduría, el único modo de llegar a la verdad que es inaccesible para el pensamiento racional que no puede salir de la realidad aparente. "Para llegar adonde no sabes –advertía aquel maestro del silencio que fue Juan de la Cruz-, debes venir por donde no sabes". La mente nos mantiene en el mundo de lo objetivable (lo conocido) y nos impide salir de la creencia errónea de la separación. Solo el silencio de la mente (del yo) nos permite sortear esa trampa y abrirnos a la verdad profunda de lo que es. A pesar de los miedos iniciales –consecuencia de habernos vivido alejados de nosotros mismos-, es probable que, a no tardar mucho, el silencio nos enamore: porque tiene capacidad de restaurar y de aquietar. Pero, sobre todo, porque el Silencio es nuestra casa, nuestra identidad última.
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Proliferan en estos días los debates sobre la llamada -impropiamente- indisolubilidad matrimonial. Pero se echa de menos una reflexión antropológica y teológica que asuma con lucidez y serenidad el carácter procesual de la relación de "dos personas uniéndose" en "comunión de vida y amor".
Por eso cuestiono con interrogación, en el título de estas líneas, las metáforas clásicas del yugo y el vínculo, insuficientes para expresar la riqueza y belleza de la imagen definitoria de comunión, que es la que usa el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes, n. 48 al describir el matrimonio como "comunidad de vida y amor". El yugo que unce forzadamente la pareja animal para tirar de la carreta se coloca en un momento. El vínculo que empalma con candado los eslabones de la cadena se cierra en un momento. Los trámites legales que certifican el consentimiento conyugal se firman en un momento. Pero la unión de dos personas en comunión de vida y amor, no es momento, sino proceso; no es efecto instantáneo de una declaración legal, ni de una fusión biológica, ni de un sortilegio mágico, ni siquiera de una bendición religiosa; no es una foto estática y muerta, sino un proceso dinámico y vivo. Se tarda toda una vida en realizarlo, pero a veces no se logra, se interrumpe o se vulnera. Requiere, en unos casos, sanación; en otros, rehacer el camino de la vida. La boda es un momento (aunque la ceremonia dure tres cuartos de hora), pero el matrimonio es un proceso. La indisolubilidad matrimonial (no jurídica, sino antropológica) no es un carácter sellado a fuego como la divisa de un toro de lidia, sino una meta, fin y horizonte del proceso para hacerse una persona en dos personas. "Serán los dos un solo ser" (Gen 2, 24; Mt 19, 4). Es decir, lo serán... si realizan esa unión a lo largo de la vida, pero no lo son ya automática y mágicamente en este instante de decir "sí, quiero". El "sí, quiero" no es una fórmula mágica que produzca automáticamente un vínculo indisoluble. Y el coito completo de una primera noche (que no será necesariamente la primera...) tampoco basta para producir automáticamente lo que los canonistas llaman "consumación del matrimonio". Para la boda, basta media hora. Para la consumación del matrimonio "de manera humana" (¡como dice hasta el mismísimo derecho canónico!, en el canon n. 1061: humano modo), siempre que se consuma, se tarda toda una vida. Una pareja engendradora de familia numerosa puede, al cabo de los años, descubrir que no ha consumado su matrimonio como comunión de vida y amor y puede encontrarse ante el dilema de separarse o reconciliarse... Los guionistas de telefilmes cuidan mucho el dramatismo de la escena del "Sí, quiero", sobre todo si el guión exige que la novia diga "No" y haga las delicias de cámaras y espectadores, batiendo records de audiencia con su salida apresurada hacia la puerta de la Iglesia. Pero ni el "sí" emocionado es un abracadabra que cree el vínculo, ni una noche juntos en cama produce una unión indisoluble, ni siquiera aunque resulte un embarazo. En el latín de los canonistas, tras un coito completo se llama al matrimonio consummatum, es decir, consumado. El derecho canónico se refiere al "acto conyugal mediante el cual los cónyuges se hacen una sola carne". Pero en el lenguaje bíblico, en hebreo, "carne" no son solo proteínas, tejidos, órganos, genitalidad, etc., sino "cuerpo animado y personal". Bíblicamente y antropológicamente, unión carnal no es sinónimo de coito, sino de unión corpóreo-personal duradera. La unión física de decenas de coitos puede ser compatible con la realidad de que la unión de esas dos personas siga siendo sinfonía incompleta. La unión y consumación personal es un proceso que lleva tiempo y a veces se interrumpe a mitad de camino. Unas veces por causa de una de las partes; otras veces, por causa de las dos partes; otras veces, por circunstancias externas a ambas partes. Si la ruptura es reparable, se buscará recomponer lo vulnerado. Si es irreversible, habrá que buscar sanación para ambas partes y apoyo para rehacer el camino de la vida. Los guionistas de telefilmes destacan en primer plano tres frases socialmente correctas, pero mal interpretadas; también religiosamente correctas, pero que se prestan a confusión. Se trata de las tres palabras siguientes, que corren peligro de convertirse en sortilegios ominosos: 1) Os declaro marido y mujer. 2) Hasta que la muerte os separe. 3) Lo que Dios ha unido no lo separemos los humanos. Repensemos antropológica y teológicamente estas tres frases. 1) "Os declaro marido y mujer". Esta palabra, dicha por un oficiante (civil o religioso) no es un "abracadabra" que produzca mágicamente la unión matrimonial. Debería interpretarse así: "Doy fe (como testigo, en nombre de la sociedad civil o, en su caso, en nombre de la iglesia) de que os habéis prometido mutuamente comprometeros, a partir de ahora, con el proceso de convertiros en marido y mujer, re-eligiendo cada día esta elección mutua que habéis hecho hoy (que eso es, al fin y al cabo, la fidelidad: re-elegir una elección continuamente para convertirla así en algo indisoluble). Diría el oficiante: no os caso yo (ni un juez civil, ni un oficiante religioso), sino que os casáis vosotros; más exactamente, os prometéis ir casándoos día a día a partir de ahora. Hoy es la ceremonia de la boda. A partir de ahora comienza el proceso del matrimonio. 2) "Hasta que la muerte os separe". Podría parafrasearse así: "Hasta que la vida os una, hasta que la realización de esta promesa de hoy a lo largo de una vida hasta la muerte os una por completo, hasta que logréis convertir esta unión en algo indisoluble, construyendo juntos una "comunión de vida y amor" que os acabe de unir por completo. Y si se produce, lamentablemente, otra clase de muerte que la muerte física, por ejemplo, la muerte del amor o la muerte de condiciones que apoyaban la fidelidad a la promesa, y resulta una ruptura irreversible, entonces en ese caso, ojalá tanto vosotros como quienes os acompañamos sepamos y podamos hallar recursos de sanación, reconciliación o reanudación del camino de la vida. 3) "Lo que Dios ha unido no lo separemos los humanos". Esta frase bíblica, dicha en el colofón de la ceremonia de la boda, necesita reformularse así: "Lo que Dios ha bendecido hoy, es decir, esta promesa que se han hecho los esposos, cooperemos a que se cumpla". Cuando a lo largo de la vida se logre esa unión, entonces podrá decirse por primera vez que Dios los ha unido. Porque la manera que tiene Dios de unirlos es mediante el cumplimiento por ellos de la promesa de fidelidad que se han hecho. Y en los casos en que la vulnerablidad humana impida la consumación de esa unión y sea necesario sanar, recomponer, reparar o, en su caso, perdonar o ayudar a rehacer de nuevo el camino de la vida, entonces también estará ahí Dios para acoger, acompañar y apoyar los pasos siguientes. En el caso de una segunda y nueva promesa de unión habrá que decir (mal que les pese a los fundamentalistas religiosos condenadores): "Lo que Dios ha perdonado, sanado o restaurado, que no lo condenen los eclesiásticos"... Reconozco haberme hecho esa pregunta alguna vez presionada por las circunstancias: cuando entré en el noviciado en los años 60 éramos 7.000 en mi Congregación y ahora estamos en 2.000. Resulta inevitable hacer un cálculo elemental con su pregunta correspondiente: si en 50 años somos 5.000 menos y se mantiene la misma tendencia en un futuro próximo: ¿cómo gestionar esta disminución alarmante al menos en países del Norte? ¿seguiremos existiendo dentro de 50 años?
Una vez enfrentado la pregunta, ya de por sí dura de formular en alto, y después de reflexionar sobre ella con más gente, lo que voy a decir no tiene nada de teórico y lo comparto por si puede ayudar a quienes estén en situaciones parecidas o aún más graves. Una escena bíblica me sirve de punto de partida: el rey Ezequías cayó enfermo, el profeta Isaías fue a visitarle y le espetó en un alarde de delicadeza pastoral: "-Haz testamento porque te vas a morir". Ezequías entonces se volvió de cara a la pared y se puso a rezar y a llorar (Is 38,1-8). La postura de cara a la pared es elocuente y puede presentar modalidades varias: A) Negación de lo que está pasando por miedo a afrontar la situación. B) Lanzamiento atolondrado a la captura de vocaciones C) Importación de jóvenes de los Mares del Sur para que cuiden de nosotros y sostengan nuestras instituciones. D) Desafección y distancia de los asuntos congregacionales con un amargo: "sálvese quien pueda". ¿Y cuál sería la reacción sensata? Pues la del valor de agarrar un espejo, mirarnos en él y preguntarnos: "Espejito, espejito ¿nos estará pasando algo de esto?" Y, una vez contemplada con lucidez y cordura la situación, prepararse para la visita de Doña Nostalgia, Doña Pérdida y Don Desconsuelo, que llegarán con su banda sonora de lamentos, ayes y lágrimas. Dejarles pasar, saludarles educadamente y permitir que se expresen con libertad, pero no prolongar demasiado su visita. (Ojo, en cambio, con abrir la puerta a Don Quéhemoshechomal y a Doña Culpabilidad, pareja altamente tóxica que incordia mucho, no aporta nada bueno y es resistente al desalojo). Una vez concluido ese duelo sanante, proceder a despojar la disminución de las etiquetas de drama o de catástrofe: mirarla sencillamente como una consecuencia de la contingencia y la finitud que nos alcanzan, tanto en lo personal como en lo institucional: la promesa de estabilidad solo la tiene la Iglesia. Por eso, si después de un tiempo X una de sus instituciones deja de existir, no se desploman los cimientos del universo: ya de por sí ha sido un regalo que a lo largo de una serie de años un grupo de hombres o mujeres hayan vivido contentos su carisma, trabajando por el Reino de Dios y sirviendo a los demás lo mejor que han podido. En cualquier caso, lo que toca es ser templados para cuidar y gestionar creativamente el presente y sabios para enfrentar animosamente el futuro, conjugando a la vez el prever y el confiar, el ser realistas y a la vez soñadores, en versión adaptada de lo de las serpientes y las palomas. Pero a este tipo de reacción solo llegamos si nos decidimos a "subir de piso", que es lo que hizo Ezequías al ponerse a rezar, y lo que hizo también la primera comunidad cuando, desvalida después de la marcha de Jesús, esperó en "la habitación de arriba" (He 1,13) a que llegara el Espíritu. Es Él (Ella, más bien...) quien hace posible que "pensemos como Dios y no al modo humano" (Mc 8,33) y afianza en nosotros convicciones a las que nunca llegaríamos solos: que no son de por sí más evangélicos los tiempos de crecer que los de disminuir; que los tiempos de poda son costosos pero pueden ser fecundos; que nada de lo entregado se pierde; que ni el prestigio ni el número son verdaderos amigos, mientras que la pobreza y la pequeñez sí lo son. Estamos en buenas Manos y podemos seguir amando y sirviendo sin plazos ni cálculos, y eso nos basta para vivir con alegría y agradecimiento. Al final de la escena, Isaías, por orden del Señor, volvió a visitar a Ezequías, le aplicó un emplasto de higos y él se curó y siguió viviendo. Nuestras historias, cuando Dios está por medio, pueden dar giros sorprendentes. Seguimos en el primer capítulo de Mc. Después de un enunciado general, que resume su habitual manera de actuar, (fue predicando por las sinagogas y expulsando demonios), nos narra la curación de un leproso. Sigue Mc más atento a los hechos que a las palabras. El leproso no tiene nombre. Tampoco se habla de tiempo y lugar determinados. Se advierte una falta total de lógica narrativa. Apenas ha pasado un día de la predicación de Jesús y ya le conocen hasta los leprosos que vivían en total aislamiento.
La primera lectura es suficientemente expresiva. La lepra era el motivo más radical de marginación. Lo que se entendía por lepra en la antigüedad, no coincide con lo que es hoy esa enfermedad concreta. Más bien se llamaba lepra a toda enfermedad de la piel que se presentara con un aspecto más o menos repugnante. Tanto la lepra como las normas sobre la enfermedad, no son originales del judaísmo; se encuentran en otras culturas y religiones más antiguas. Esas normas nos parecen hoy inhumanas, pero hay que tener en cuenta la necesidad de defenderse de una enfermedad que podía causar estragos en una población. Se trataba de salvaguardar la vida de la comunidad, ante una enfermedad contagiosa y mortal. Sin la garantía de que era Dios el que lo mandaba, no hubiera tenido ningún efecto la prohibición. Por eso todas las normas se presentaban como recibidas de Dios, aunque fueran simplemente profilácticas. En una de las losas donde se encontró escrito el Código de Hammurabi, lo primero que aparece es la figura del rey recibiendo de Dios el escrito. Se acercó, suplicándole de rodillas: Si quieres puedes limpiarme. Esta actitud indica a la vez valentía, porque se atreve a trasgredir la Ley, pero también temor a ser rechazado, precisamente por eso. Se puede descubrir una complicidad entre el leproso y Jesús. Los dos van más allá de la Ley. Uno por necesidad imperiosa, el otro por convicción profunda. Sintiendo lástima. La insistencia en el amor de Jesús, tiene su paralelo en Buda en la compasión. La devaluación del significado de la palabra "amor" nos obliga a buscar un concepto más adecuado para expresar esa realidad. En el NT, 'compasivo' se dice solo de Dios y de Jesús. La acción de Dios manifestada a través de los sentimientos humanos.La compasión era ya una de las cualidades de Dios en el AT. Jesús la hace suya en toda su trayectoria humana. Es una demostración de que para llegar a lo divino no hay que destruir lo humano. La compasión es la forma más humana de manifestar el amor. Cuando uno siente como suyo el sufrimiento del otro es cuando, de verdad, se le ha hecho próximo. Le tocó. El significado del verbo griego aptw, no es en primer lugar tocar, sino sujetar, atar, enlazar. Este significado nos acerca más a la manera de actuar de Jesús. Quiere decir que no solo le tocó un instante, sino que mantuvo esa postura durante un tiempo. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir de la lepra, podemos comprender el profundo significado del gesto, suficiente, por sí mismo, para hacer patente la actitud vital de Jesús. No solo demuestra que está por encima de la Ley cuando se trata del bien de un hombre sino que asume el riesgo de contraer la lepra y hacerse él también impuro. Quiero... La simplicidad del diálogo esconde una riqueza de significados: Confianza total del leproso, y respuesta que no defrauda. No le pide que le cure, sino que le limpie. Por tres veces se repite el verbo kadarizw limpiar, verbo que significa también, liberar. Nos está lanzando a un significado mucho más profundo del que podía tener a primera vista una curación. No solo desaparece la enfermedad, sino que le restituye en su plena condición humana: Le devuelve su condición social, y su integración religiosa. Vuelve a sentir la amistad de Dios, que era el valor supremo para todo buen judío. Lo echó fuera... y cuando salió... La segunda parte del relato es de una gran importancia. Se supone que estaban en un lugar fuera del pueblo, sin embargo el texto griego dice literalmente: lo expulsó fuera, y del leproso dice: cuando salió. Una vez más nos está empujando a una comprensión espiritual. Jesús no quiere que continúe junto a él y lo despide inmediatamente; eso sí, con el encargo de no contarlo y de presentarse ante el sacerdote. Una vez más, manifiesta Mc el peligro de que las acciones de Jesús en favor del marginado, fueran mal interpretadas. ¡Qué curioso! Jesús acaba de saltarse la Ley a la torera, pero exige al leproso que cumpla lo mandado por Moisés. Hay que estar muy atento para descubrir el significad. Jesús no está nunca contra la Ley, sino contra las injusticias y tropelías que se cometían en nombre de la Ley. Él mismo tuvo que defenderse de malentendidos, aclarando: "no he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud". Jesús solo se salta la Ley cuando le impide estar a favor del hombre. La obligación de presentarse al sacerdote para que certifique la curación, era el único modo que tenía el leproso de recuperar su estatus religioso y social. El evangelio nos dice que las consecuencias de la proclamación de hecho, fueron nefastas para Jesús. Si había tocado a un leproso, él mismo se había convertido en apestado. Y no podía ya entrar abiertamente en ningún pueblo. Las consecuencias de la divulgación del hecho, podían también ser nefastas para el leproso. Era el sacerdote el único que podía declarar puro al contagiado. Los sacerdotes podían ponerle dificultades si tenían conocimiento de cómo se había producido la curación. La lepra producía exclusión porque la sociedad era incapaz de protegerse de ella por otros medios. Hoy la sociedad sigue creando marginación por la misma razón, no encuentra los cauces adecuados para superar los peligros que algunas conductas sociales suponen para los instalados en el bienestar. No somos todavía capaces de hacer frente a esos peligros con actitudes verdaderamente humanas. A veces se toman medidas para aliviar la situación de los marginados, pero a la vez, teniendo mucho cuidado de no cambiar la situación que la genera, porque eso supondría perder nuestros privilegios. Jesús se pone al servicio del hombre. Lo que tenemos que hacer es servir a los demás como hace Jesús. Dios no tiene nada que ver con la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley, sea humana o divina. Jesús se salta a la torera la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley, que el acercamiento al marginado. No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu, que es mucho más dañina que la del cuerpo. Es un contrasentido que, en nombre de Dios, nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús, es sobre todo buena noticia. El Dios de Jesús es Padre porque es Amor. De Él, nadie se tiene que sentir apartado. La experiencia de ser aceptado por Dios, es el primer paso para no excluir a los demás. Pero si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones para excluir en su nombre. Es lo que hoy seguimos haciendo. Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se contagia, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor la libertad la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Este paso tendríamos que dar si de verdad somos cristianos. Seguimos justificando demasiados casos de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad y permitirles volver a sentirse seres humanos! Meditación-contemplación Si quieres, puedes limpiarme. Quiero, queda limpio. Es imposible decir más en menos palabras. La actitud de cada uno no hubiera servido de nada por separado. El efecto liberador surge por la reciprocidad. ..................... Todos estamos con frecuencia en la situación del leproso y de Jesús. Como impuros necesitamos una mano que nos limpie. Como seres humanos con entrañas, podemos compadecernos de los que esperan nuestra ayuda. ........................ En nuevo nombre del amor podría ser hoy compasión. Todos los que encontramos en nuestro caminar esperan que sepamos hacer nuestras sus "pasiones". Si fuésemos capaces de compadecernos, vendría el Reino. Tras curar a la suegra de Pedro y a otros muchos enfermos, Marcos cuenta el primer gran milagro de Jesús: la curación de un leproso. El texto sólo se comprende a fondo teniendo en cuenta los casos parecidos, y muy distintos, de Moisés y Eliseo.
La lepra en el antiguo Israel: diagnóstico y curación "La lepra, en el sentido moderno, no fue definida hasta el año 1872 por el médico noruego A. Hansen. En tiempos antiguos se aplicaba la palabra "lepra" a otras enfermedades, por ejemplo a enfermedades psicógenas de la piel" (J. Jeremias, Teologia del AT, 115, nota 36). En Levítico 13 se tratan las diversas enfermedades de la piel: inflamaciones, erupciones, manchas, afección cutánea, úlcera, quemaduras, afecciones en la cabeza o la barba (sarna), leucodermia, alopecia. Se examinan los diversos casos, viendo si la persona es pura o impura (caso curable o incurable). "El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro! ¡Impuro! Mientras le dura la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento" (Lv 13,45-46). Si el enfermo llega a curarse de su enfermedad, tiene lugar el siguiente rito: Se presenta ante el sacerdote, éste lo examina fuera del campamento y comprueba si realmente se ha curado. Después el sacerdote manda traer dos aves puras, vivas, ramas de cedro, púrpura escarlata e hisopo. "El sacerdote mandará degollar una de las aves en una vasija de loza sobre agua corriente. Después tomará el ave viva, las ramas de cedro, la púrpura escarlata y el hisopo, y los mojará, también el ave viva, en la sangre del ave degollada sobre agua corriente. Salpicará siete veces al que se está purificando de la afección, y lo declarará puro. El ave viva la soltará después en el campo. El purificando lavará sus vestidos, se afeitará completamente, se bañara y quedará puro. Después de esto podrá entrar en el campamento. Pero durante siete días se quedará fuera de su tienda. El séptimo día se rapará la cabeza, se afeitará la barba, las cejas, todo el pelo, lavará sus vestidos, se bañará y quedará puro. El octavo día tomará dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite [sigue el ritual del día octavo y último] (Lv 14,1-32, distinguiendo ricos y pobres). Dos casos de lepra: impotencia de Moisés, poder sin compasión de Eliseo El milagro de curar a un leproso sólo se cuenta en el AT de Moisés (Números 12,10ss) y de Eliseo (2 Reyes 5). Es interesante recordar estos relatos para compararlos con el de Marcos. María y Aarón murmuran de Moisés, no se sabe exactamente por qué motivo. En cualquier hipótesis, Dios castiga a María (no a Aarón, cosa que indigna a las feministas, con razón). "Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve". Aarón se da cuenta e intercede por ella ante Moisés. Pero Moisés no puede curarla. Sólo puede pedirle a Dios: "Por favor, cúrala". El Señor accede, con la condición de que permanezca siete días fuera del campamento (Números 12). El caso de Eliseo es más entretenido y dramático (2 Reyes 5). Naamán, un alto dignatario sirio, contrae la lepra, y una esclava israelita le aconseja que vaya a visitar al profeta Eliseo. Naamán realiza el viaje, esperando que Eliseo salga a su encuentro, toque la parte enferma y lo cure. Pero Eliseo no se molesta en salir a saludarlo. Le envía un criado con la orden de lavarse siete veces en el Jordán. Naamán se indigna, pero sus criados lo convence: obedece al profeta y se cura. A diferencia de Moisés, Eliseo puede curar, aunque sea con una receta mágica, pero no siente la menor compasión por el enfermo. Jesús: poder y compasión El relato de Marcos consta de seis elementos: petición del leproso; reacción de Jesús; resultado; advertencia; reacción del curado; consecuencias. Petición del leproso. Tres detalles son importantes en la actitud del leproso: 1) no se atiene a la ley que le prohíbe acercarse a otras personas; 2) se arrodilla ante Jesús, en señal de profundo respeto; 3) confía plenamente en su poder; todo depende de que quiera, no de que pueda. Reacción de Jesús. Podía haber respondido a la petición del leproso con las simples palabras: "Quiero, queda limpio". Con ello, a diferencia de Moisés y de Eliseo, habría demostrado su poder: no necesita pedir la intervención de Dios, ni recurrir a remedios cuasi-mágicos. Sin embargo, antes de demostrar su poder muestra su compasión. Marcos habla de lo que siente ("lástima") y de lo que hace ("extendió la mano y lo tocó"). Es lo que esperaba el sirio Naamán que hiciera Eliseo: tocar su parte enferma. Advertencia. Aparentemente, Jesús da dos órdenes al recién curado: 1) que no se lo diga a nadie; 2) que se presente al sacerdote. La segunda es clara, ya que el sacerdote era el que daba el "certificado de pureza" para poder vivir de nuevo en la ciudad. Sin embargo, la primera orden (no decirlo a nadie), resulta extraña, porque Jesús no pretende pasar desapercibido. Es probable que las dos órdenes estén relacionadas entre sí, formando una sola: "no te entretengas en decírselo a nadie, sino ve al sacerdote..." Las palabras finales parecen tener un tinte polémico: "para que les conste". Se pasa del singular (el sacerdote) al plural (les conste), como si Jesús pensase en todos sus adversarios que no lo aceptan. Reacción del curado. No hace caso a ninguna de las dos órdenes de Jesús. Ni se calla ni acude al sacerdote. Según la traducción litúrgica, "empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones". Una traducción más literal sería: "empezó a predicar mucho y a divulgar la palabra". Como si el leproso curado, en vez de atenerse a lo mandado por Moisés prefiriese convertirse en un misionero cristiano. Consecuencias. Jesús no puede entrar abiertamente en ningún pueblo. Debe permanecer en descampado, y aun así acuden a él. ¿Por qué esta reacción suya? Sabiendo lo que cuenta Marcos más tarde, la respuesta sería: para no verse agobiado por la multitud de gente que acude a él. Una lectura simbólica: el leproso es cada uno de nosotros Los relatos evangélicos tienen siempre una gran carga simbólica. Quieren que nos identifiquemos con la situación que narran. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo, mucho o poco, de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarnos a admitirlo, escondiendo la cabeza bajo tierra, como el avestruz. O podemos reconocerlo, y acudir humildemente a Jesús, con la certeza de que "si quieres puedes limpiarme". Él tiene el poder y la compasión necesarios para cambiar nuestra vida. Quien padecía de "lepra" sufría, además, la condena religiosa –según la doctrina oficial, no podía tener ningún acceso a Dios- y la más estricta marginación social.
Los humanos siempre tratamos de echar lejos aquello que tememos; los leprosos eran expulsados de la sociedad, vivían en grupos apartados, con la prohibición estricta de acercarse a las personas sanas. Igualmente, caía en la impureza quien se acercaba a ellos y se atrevía a tocarlos. Por eso, la reacción de Jesús es insólita. Cualquier judío –mucho más, el más piadoso- se hubiera echado atrás. Jesús, por el contrario, se conmueve y, a pesar de quebrantar la Ley e incurrir en impureza legal, lo toca. En el relato, la figura del leproso –no tiene nombre- aparece como el prototipo de toda marginación y representa a todos los marginados de Galilea. Si esto es así, la narración nos hace ver a Jesús frente a los excluidos de su pueblo, que se sienten indignos y humillados ("de rodillas"). Ante esa situación, Jesús experimenta compasión que hace brotar en él una respuesta amorosa que, naciendo de sus entrañas y venciendo las normas rituales, se transforma en una palabra eficaz que devuelve a la vida al hombre enfermo y marginado. Entre líneas, el autor del evangelio nos dice más: la Ley no expresa la voluntad de Dios. La Ley amenazaba con la impureza a quien osara tocar a un leproso; los hechos demuestran que ocurre más bien lo contrario: el contacto lo deja limpio y purificado. Jesús despide al hombre con un doble encargo: presentarse al sacerdote –que era quien, según la legislación mosaica, debía otorgarle el acta de curación que le permitía la integración a la vida social- y no decirle a nadie lo que había ocurrido. Esta segunda exigencia, imposible de cumplir, se entiende en el contexto del llamado "secreto mesiánico" del evangelio de Marcos: con ese artificio literario, el evangelista intentaría mantener el "suspense" acerca del mesianismo de Jesús cuyo significado se revelaría, finalmente, en la cruz. En cierto sentido, podría decirse que toda la sabiduría y, más ampliamente, el modo de situarnos en la vida se resume y cifra en una sola actitud: la compasión, hacia uno mismo y hacia los demás. La compasión constituye el núcleo de todas las grandes tradiciones de sabiduría, así como el corazón de la llamada "regla de oro": "Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti". Y en ella puede resumirse toda la sabiduría porque, como reconoce el Popol-Vuh, o Libro del Consejo, de los mayas, "cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca". Las cosas que ocurren en nuestra historia, de ayer o de hoy ocurren en un contexto. Contexto que las permite comprensibles, al menos en parte ('comprensible' no quiere decir 'justificable', se trata de entender por qué algo ocurre). Ciertamente sabemos que se podría haber actuado de otra manera, y por 'a' o por 'z' las cosas no hubieran sido iguales, sin que podamos saber con precisión cómo habrían resultado. Es lo que se suele llamar "contrafáctico".
La atrocidad ocurrida en Francia con el semanario Charli Hebdo me hace pensar, quizás de un modo no muy "políticamente correcto", pero al menos escribo para pensar, y quizás ayudar a hacerlo. Repudio visceralmente la actitud de superioridad de muchos sectores del "Primer mundo" frente a los del Tercero. Actitud de desprecio, discriminación en muchos casos, verdaderamente criminal. Los casos que podrían ponerse se cuentan por miles, desde la experimentación de fármacos con "tercermundistas" hasta los deseos de que el ébola acabe con los inmigrantes, la comparación de personas de piel negra con monos (en el fútbol y la política) hasta la prueba de nuevas armas con poblaciones indefensas... Y podríamos seguir. Pero lo cierto es que me resulta repugnante, y en el podio de estos "discriminadores" lamentablemente es frecuente ver franceses. (Me niego a decir 'Francia', porque sería discriminatorio también esto, no es lo mismo el Abbé Pierre que Jean Marie Le Pen, por cierto). Repudio la campaña antimusulmana que se palpa en el mundo entero, especialmente a partir del 11 de septiembre. La actitud de ver en todo turbante un enemigo y un terrorista no ha de ser muy grato para cualquier musulmán. No soy experto en el Islam pero entiendo claramente que es una religión de paz y constructora de la paz. ¿Que hay violentos en su seno? ¡Seguramente! Los cristianos (católicos o protestantes) no podemos arrojar la primera piedra en esto. Y es sano mirar primero la viga en nuestro ojo antes que referirnos a la paja en ojo ajeno. Y me pregunto cómo nacerá una generación que experimenta desde pequeño, desde la escuela, que el mundo entero parece mirarlo como enemigo, como peligroso, como terrorista. Cuando vi, hace tiempo, las caricaturas críticas al profeta Mahoma en Charli Hebdó reconozco que me molestaron. Me parecieron una falta de respeto. Y me preguntaba cómo reaccionaría yo ante caricaturas semejantes críticas o burlonas sobre Jesús. Y reconozco que me molestarían. Y que me gustaría sentarme con su autor a charlar y preguntarle por qué dice eso; porque son ofensivas, y provocan dolor en mucha, mucha gente. Y – lamentablemente – no todos los dolidos quisieran sentarse a charlar y preguntar. Porque en todo grupo nunca falta algún energúmeno que mata al de la camiseta de futbol contraria, que quema una bandera del país adversario, o que es capaz de entrar a matar a mansalva en una redacción. Cuando escuché que los – aparentemente - autores del crimen en Charlie Hebdó dijeron que no eran criminales como los que matan mujeres y niños en Irak y Afganistán, debo reconocer que me pareció parcialmente cierto. Y agregaría también muertes con la tierra devastada después de la invasión, las enfermedades y el hambre. Los terroristas musulmanes no tienen el monopolio ni del terrorismo ni de la muerte. Y esto – y más – me hizo pensar: ¿cómo romper la espiral de la violencia? Porque la respuesta violenta no hace sino llamar a más violencia. No olvido a las víctimas del supermercado kosher. Criminalmente asesinadas (por el terrorista o los rescatistas, no me queda claro). Y leer las declaraciones de Le Pen o de Netanyahu me hace creer que esto no hace sino alimentar nuevas y más crueles acciones, presentes y futuras. Tampoco es con burlas, por más 'culto' a la libertad de expresión que reconozcamos, valoremos y proclamemos. En lo personal, entiendo que la libertad de expresión no es "derecho a ofender", a lastimar, a agredir. Ya que nada sano nace de ello. Desde una perspectiva individualista se dirá que es el que escribe (o dibuja) quien debe establecer su propio criterio de 'hasta dónde', pero no estoy totalmente de acuerdo con eso. Porque quien se cree superior y entiende que un "negro es igual a un mono", o que un musulmán es igual a un terrorista, difícilmente podrá tener un criterio equilibrado para saber cuándo algo que diga (o dibuje) sea ofensivo. Hay periódicos que tienen una suerte de 'comité de ética'; a lo mejor las Facultades de Periodismo podrían publicar una especie de "criterios" o elementos mínimos. Pienso, a modo de ejemplo, que así como – en Europa, por ejemplo – se respeta los diferentes partidos e ideologías pero uno no puede presentar un partido "Nazi" (y celebro que no se pueda), no todo se puede en nombre de la libertad. Hoy todos (o casi todos) nos dolemos con lo ocurrido en Francia, como ayer en las Torres Gemelas, y ayer y hoy en Afganistán e Irak. Y creemos que sólo la paz, la paz verdadera que nace de la justicia y la equidad, de la verdad y del respeto mutuo, del encuentro y la celebración de la diversidad nos permitirá reírnos juntos, no de otros, celebrar juntos, y no las victorias sino los encuentros. Con todo mi corazón repudio lo ocurrido en Francia, sin ningún atisbo de duda. Pero reafirmo mi convicción de que la paz viene del encuentro, y no de la lógica triunfo-derrota. Y espero que todos, "empezando por casa" pongan cimientos verdaderos y firmes en la búsqueda de la paz. Sólo el Amor de Dios no tiene límites.
Sólo los sueños de los seres humanos no tienen límites aunque terminen en un ataúd. En Estados Unidos, donde dicen que "the sky is the limit", parecía imposible que un negro llegara a ser presidente del país. Barack Obama, contra todo pronóstico y con el poder de la palabra, su mejor y más afilada arma, franqueó el muro, el de la raza, y, el límite eliminado, otros muchos pueden seguir soñando. En el siglo XXI aún les queda otro límite que superar. Los americanos, a pesar de ser cada día menos blancos y menos religiosos, no conciben que un ateo sea un día el inquilino de la Casa Blanca. La religión, la no religión, el ateísmo profesado públicamente sigue siendo un límite para aspirar a la presidencia del país. No he leído todavía la novela de Michel Houellebeck, SUMISIÓN, en la que el escritor imagina lo inimaginable, Francia, la del perfume laico, la escuela laica, el estado laico... gobernada por un presidente de la República musulmán. Utopía, ficción, sueño sin límites, ¿realidad en 2084? Francia, la hija mayor de la Iglesia Católica, se ha emancipado y ha renunciado a su herencia religiosa. La única religión que ahora crece y se multiplica en Francia es el Islam. Cinco millones de musulmanes son sus huéspedes y éstos sí procrean como conejos y éstos sí que están vacunados contra la laicidad y el ateismo. Ser musulmán, vayan o no vayan a la mezquita, es una adicción incurable por más que lean a Verlaine, Gide o Paul Claudel. Los negros americanos, guiados por sus predicadores, Martin Luther King es su icono y su predicador soñador, han alcanzado, a medias, la Tierra Prometida. Los musulmanes, guiados por sus imanes, buscan algo mejor que la Tierra Prometida, sueñan sin límites, conquistar el mundo. Charlie Hebdo, "la revista irresponsable", lleva años convirtiendo las religiones y sus fundadores en un carnaval eterno, irreverente y sin límites. Son los profesionales de la sátira de lo divino y de lo humano. Y ahora después de París ensangrentado, todos se preguntan: ¿Censura con límites o sin límites? !Y pensar que a mí, opinador ingenuo y veraz, mi obispo, mis colegas, los curas, o quien sea, me han censurado y eliminado de un periódico de una ciudad diminuta, rancia y llena de una ancianidad severa y conservadora! Cada tribu y cada gremio defiende su territorio y sus privilegios, censura a los intrusos y los declara persona non grata. Los cristianos, perseguidores unas veces y otras muchas perseguidos, nos cabreamos y nos sentimos avergonzados, pero no nos tiramos a la calle con sables o fusiles cada vez que algún pervertido, en un ataque de locura, pinta a Jesucristo bebiendo una jarra de orines o el cine o la literatura lo convierten en el amante lascivo de María Magdalena o en un marica en brazos del "discípulo amado" o en un terrorista que ebrio, de fiebre mesiánica, se dedica a escribir pintadas en las murallas: "Romans go home" o incendiando el Templo de Jerusalén con toda la mafia sacerdotal en él encerrada. Años lleva en Broadway el musical The Book of Mormon, sátira amable de los mormones, y nadie se ha acercado al teatro con una granada o un fusil en la mano. El cristianismo vive horas tan bajas que ya no molesta a casi nadie. Sólo el Papa Francisco genera noticias sin límites. Si Dios no existe, decía Voltaire, hay que inventarlo para poder meterse con él. Los franceses para afirmar su laicidad y su secularismo necesitaban encontrar sus molinos de viento, un enemigo exterior, una amenaza nueva, religiosa y fanática y Charlie Hebdo la ha encontrado en el Islam guerrero y militante. La teoría del 'melting pot' no ha funcionado en Europa. Francia le ha declarado la guerra prohibiendo el velo en las aulas y el uso del 'niqab' y en algunos ayuntamientos a la hora de la comida, en la escuela, el menú reza: cerdo o nada, para los fieles y los infieles. ¿Hay que echarle todas las culpas al Islam de lo que sucedió en las oficinas del Charlie Hebdo? Yo no creo que los hermanos Kouachi estuvieran ebrios de Islam. No creo que fueran solamente los dibujos del Profeta Mahoma los que desataran su locura. ¿No estarían más bien hartos de vivir inmersos en una sociedad que los ignora y margina? El Islam es el traje con el que se disfrazaron para enmascarar su frustración y su odio, traje con el que quisieron justificar su inmolación. Ni Europa ni Francia son la Tierra Prometida de los que viajan descalzos y sin pasaporte, es una versión más light del infierno que dejaron atrás. Libertad de expresión sí, siempre y sin límites, y, por favor, sin puñetazos. Ya no es preciso recurrir al diccionario para saber que es la globalización, basta con leer, por ejemplo, la etiqueta de casi cualquier producto manufacturado. Yo ya tenía una ligera idea de lo que era, pero la lectura de la etiqueta de unos guantes de piel que me regalaron por Navidad me lo terminó de aclarar: “Piel de cordero, origen: Etiopía. Fabricado en China. Importado de Hungría por el Corte Inglés S.A”. ¿Qué les parece? ¿Son o no mis guantes globales?
Ahora bien, ¿es bueno o es malo ser globales? Pues depende para qué y para quién. Para los cazadores de beneficio, por ejemplo, la globalización significa una gran oportunidad para forrarse. Las comunicaciones ya son tan eficaces que cualquier rincón del mundo es susceptible de ser elegido para fabricar un producto; lo que interesa es encontrar quien lo haga más rápido y más barato. Lo de menos son las condiciones laborales, el respeto de los derechos más elementales o si los sueldos son dignos o indignos. No deja de ser un sarcasmo que, justo cuando habíamos conseguido unos derechos laborales más o menos decentes, hayan descubierto la globalización como la panacea para aumentar el beneficio y dejarnos aquí, a este lado del mundo, sin empleo. Eso sí, ahora están dispuestos a devolvernos ese mismo empleo que se llevaron a cambio de la misma o mayor precarización que consiguen ahí fuera, en el inframundo. Sin duda, una jugada perfecta. Cuando el trabajo es un bien escaso, siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo más barato. “Es fácil prometer la luna e incluso el sol. No es lo mismo dar doctrina en un plató de televisión que defender los intereses de España en un Consejo Europeo. A los problemas difíciles no se le hace frente con planteamientos mesiánicos. Algunos confunden la política con el sermón de la montaña”. La frase no pertenece a ningún político descreído, sea ateo, agnóstico o indiferente religioso, y menos aún a una persona anticristiana. La pronunció con tono solemne y subrayando bien las palabras en el discurso de clausura de la Convención Política del PP celebrada el 25 de enero del presente año Mariano Rajoy, que no es precisamente una persona alejada de la religión, sino un político católico, apostólico, romano y devoto de Santiago, que no oculta en público sus creencias.
Todo lo contrario. Durante casi veinte años ha jurado su cargo con la mirada fija en el Crucifijo y con la mano en la Biblia en la toma de posesión de los numerosos cargos gubernamentales que ha ocupado: ministro de Administraciones Públicas, de Educación y Cultura, de Interior, de la Presidencia, vicepresidente y presidente del Gobierno. Hizo la citada afirmación en un momento en el que la corrupción está instalada en la cúpula del Partido Popular y le afecta a él directamente; con numerosos ex dirigentes de su partido en prisión e imputados judicialmente; con un espectacular incremento del paro durante su mandato presidencial, que alcanza al 25% de la población activa y más del 50% de los jóvenes desempleados; más de un millón y medio de familia donde todos los miembros están sin trabajo; un elevado número de desahucios de familias que viven en la indigencia, por parte de los bancos que nadan en la abundancia y de instituciones públicas cuya función es garantizar las necesidades básicas de todos los ciudadanos; un alarmante crecimiento de la desigualdad; una contrarreforma laboral que coloca a los trabajadores en un estado crónico de desamparo y deja sin efecto la negociación colectiva; la desatención médica a los enfermos de hepatitis C; la negativa de la hospitalidad a los inmigrantes ahogados en el mar y lesionados en las vallas con cuchillas, con la complicidad a veces de las propias Fuerzas de Seguridad del Estado Con esta situación de fondo Rajoy ha expresado su distanciamiento del Sermón de la Montaña. Tal actitud contrasta con la de otro líder político no cristiano, sino hinduista, Mahatma Gandhi (1969-1948), que consideraba el Sermón de la Montaña un excelente programa para resolver los problemas de la humanidad. Preguntado por Lord Irwin, virrey británico de la India, cómo podrían resolverse los problemas existentes entre la India y Gran Bretaña, Gandhi le respondió, con el capítulo 5 del Evangelio de Mateo: “Cuando su país y el mío sigan las enseñanzas expuestas por Cristo en el Sermón de la Montaña se habrán solventado los problemas no solo de nuestros dos países, sino los de todo el mundo”. Los valores que propone el Sermón de la Montaña son: opción por los empobrecidos y marginados; trabajo por la paz como tarea y objetivo a través de la no-violencia activa; lucha por la justicia en un clima de injusticia estructural; perdón y reconciliación frente al recurso a la venganza de la vieja ley del talión “ojo por ojo y diente por diente”; com-pasión solidaria con las víctimas frente a la insensibilidad hacia el sufrimiento humano; actitud humilde frente a la humillación y a la arrogancia; autenticidad de vida frente a la doblez y el cinismo; compartir frente a competir; austeridad frente a acumulación; fe auténtica frente a idolatría. Son valores trascienden el cristianismo, han entrado a formar parte de la herencia ética de la humanidad y deben convertirse en imperativos categóricos de la ética pública y de la moral privada. Pero no se cotizan en las operaciones bursátiles de la economía neoliberal. Ahora se entenderá por qué Gandhi, sin ser cristiano, era un admirador de Jesús de Nazaret y un fiel seguidor del Sermón de la Montaña, y Rajoy, siendo cristiano, no quiere gobernar conforme a los valores de dicho Sermón: se encuentra más a gusto con los principios de la religión neoliberal del Mercado que con la narrativa alternativa de la ética liberadora de Jesús de Nazaret. Así se explica cómo ha podido jurar tantas veces sus cargos políticos ante el Crucificado de Nazaret y con la mano en la Biblia y negarse a seguir las orientaciones morales del memorable Sermón, que es patrimonio de la humanidad. |
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