El bautismo de Jesús, es un acontecimiento fundamentalmente vocacional. Jesús, ya un hombre adulto, llega ante Juan, para ser bautizado por este profeta a quien seguramente ha estado escuchando atentamente. Probablemente, la predicación de aquel hombre de apariencia excéntrica, había provocado ya "algo", en el mundo interno de Jesús. Quizá aquellas palabras enérgicas que gritaba con fuerza el bautizador, junto al rio Jordán; anunciando la inminente llegada del Mesías y la exigencia de conversión, le habían hecho vibrar, desde lo más hondo de su corazón.
Es muy posible que Jesús anduviera por esos días con un rún rúnen su corazón, conectando con su deseo profundo, y una pregunta estuviera resonando con fuerza en lo más íntimo de Jesús; esa misma pregunta con la que cada quien necesitamos conectar, en algún momento de la vida, y que denota las decisiones más cruciales: ¿Quién soy?... ¿Para qué he nacido?... ¿Qué sentido quiero que tenga mi existencia? Entonces, experimenta la presencia de Dios de un modo claro y contundente. En ese momento, siente confirmado lo que ha estado aprendiendo y estudiando toda su vida, lo que le han enseñado y lo que él mismo ha ido captando acerca de Dios, como un padre amoroso y cercano. Pero es más aún, no solamente experimenta la presencia amorosa de Dios, sino que experimenta, cómo Dios mismo le da la respuesta a su pregunta: "Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto". Para Jesús, lo que vivió en el Jordán, funda su vocación, es decir, desde entonces comprende quién es él para Dios: El Hijo Amado. A partir de esto, configura todo su ser y apuesta plenamente por su proyecto de vida. Quiere vivir siempre siendo Hijo amado, que ama a su Padre y, por lo tanto, que ama lo que su Padre ama. Quiere dejarse apasionar por lo que le apasiona al Padre: La vida de la creación, la vida digna de la humanidad a la que con tanto cariño ha creado. Desde entonces, todo lo que Jesús es y todo lo que hace, lo vive como Hijo del Padre amoroso. De tal modo le cree a su vocación, que se deja apasionar por el amor del Padre Dios, queriendo estar siempre con él y queriendo hacer sólo lo que a su Padre amado, le place. El mayor anhelo de Jesús, su pasión, consiste en que se realice la voluntad del Padre Dios a quien tanto ama: ¡Que el amor de Dios reine de tal manera que la humanidad viva feliz, con justicia y paz, desde este amor divino que infunde vida plena! Cuando cada quien encuentra la respuesta, y la fundamenta no en sí mismo, ni en lo que su ego le dicte, sino en lo que Dios pronuncia, entonces la vida adquiere sentido de tal manera que se convierte en una historia apasionada. No importa que haya crisis que descoloquen, no importa que por momentos las noches o las tormentas nos hagan perder un poco el rumbo, no importa si en el fondo sé quién soy... Si he encontrado mi vocación. Oración de acción de gracias Gracias Padre por nuestra vocación. Gracias por quién soy para ti y por quién puedo ser desde ti. Gracias por llamarnos a ser. Gracias por la respuesta que le da sentido a nuestra existencia. Gracias por llamarnos "hijos" en tu Hijo amado, Jesús. Gracias te damos quienes soñamos apostar la vida a vivir plenamente nuestra vocación. Gracias porque podemos hacer de nuestra vocación, un proyecto de vida. Gracias porque quién soy le da sentido a lo que haga. Gracias a ti, somos, gracias por quienes somos para ti. Gracias por quién eres; Padre Dios. Gracias por Jesús. Gracias, Espíritu Santo, por habitar en el corazón, y por impulsarnos a ser cada vez mejor versión de nosotros mismos.
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Estamos en el primer domingo del "tiempo ordinario", pero no se trata de un cambio radical en la liturgia. Celebramos hoy una de las tres manifestaciones de Jesús que estuvieron durante los primeros siglos integradas en la fiesta de la Epifanía. Las dos lecturas nos preparan para entender el significado del evangelio. Para Marcos, este es el comienzo. El relato es la clave para comprender todo su evangelio. No podemos dudar de la historicidad de hecho. Lo narran los tres sinópticos, y Juan más contundente, lo da por supuesto y hace clara referencia a él cuando hace decir al Bautista: "Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él".
El bautismo de Jesús es el primer dato que se puede constatar históricamente por fuentes extra bíblicas. Es un relato que ningún cristiano se hubiera atrevido a inventar, porque compromete el altísimo concepto que tuvieron de su maestro. Si no hubieran creído en su importancia, seguramente se les hubiera olvidado. De ahí también la necesidad de dejar claras, en todos los relatos, las diferencias entre Jesús y Juan. El mensaje teológico que se quiere trasmitir con el relato del bautismo de Jesús es de los más importantes de todo el NT. No fue un acto de humildad ni una comedia ante los demás, sino una actitud de total sinceridad en busca de su identidad. Resume la búsqueda que ocupó a Jesús toda su vida. Para aceptar este punto de vista, tenemos que admitir sin paliativos, que fue verdadero hombre. Esto no es tan fácil, a pesar de que un concilio lo definió como dogma de fe. Un hombre al que le hicieron tantas "judiadas" y murió como murió, tiene que obligarnos, por decreto, a aceptar que fue un ser humano. Los humanos no podemos aceptar racionalmente que una realidad sea a la vez, dos cosas contradictorias entre sí. Desde nuestra racionalidad, no podemos pensar en un ser que es a al vez hombre y Dios, porque tenemos una idea equivocada de los que es Dios. Como no podemos pensar en una bola de billar que sea a la vez, blanca y negra. El listo de turno nos puede decir que podemos poner la mitad de pigmento blanco y la mitad negro; pero entonces resultaría una bola gris... Esto es lo que hemos hecho con Jesús. A través de la historia del cristianismo, nos hemos visto "obligados" a pensar a Jesús como hombre, olvidándonos de lo divino o pensarlo como Dios, olvidándonos de lo humano. En una palabra, parece que no podemos hacer cristología sin caer en la herejía. Lo mismo que no podemos hacer teología sin hacernos un ídolo. Tenemos dos salidas: a) repetir las formulaciones, aceptando las cosas porque así nos lo han dicho, pero sin entender ni palabra. b) aparcar la razón y buscar la vivencia para superar la contradicción: Lo divino y lo humano ni se mezclan ni se excluyen. En Jesús está la plenitud de la humanidad y la plenitud de la divinidad. Si aceptamos que Jesús es un ser humano, tendremos que admitir una trayectoria humana como la de cualquier hombre. No fue un extraterrestre, sino que tuvo que desarrollarse hasta alcanzar su plenitud. Desde esta perspectiva, podemos entender lo que sería para Jesús descubrir a Juan Bautista. Hacia cientos de años que no aparecían profetas en Israel; es natural que se sintiera atraído por esta figura y que intentara aprender de él. El hecho de que se bautizara, nos lleva mucho más allá de un encuentro fortuito. Jesús aceptó la predicación de Juan y se comprometió con ella. El contacto con él, le ayudó a descubrir el sentido de su propia existencia. Lo importante no es que narren lo que pasó, sino el cómo nos lo dicen para que descubramos el sentido espiritual del relato. La liturgia de hoy lo pone bien de manifiesto. Las tres lecturas nos hablan del Espíritu. El evangelio, para hablar del Espíritu, tiene que emplear una imagen sensible, como una paloma. No significa que vio una paloma que bajaba sobre él como normalmente se entiende y reflejan pinturas que representan la escena. Oseas 8,1, dice: Como un águila cae el mal sobre la casa de Israel... Quiere decir que el Espíritu cayó sobre Jesús como un ave se lanza "en picado" desde lo alto. En el principio de la Biblia se dice que el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Dios se manifiesta siempre como Espíritu. Ese Espíritu transforma interiormente a Jesús, y le capacita para llevar a cabo la difícil tarea que le esperaba. En el AT se ungía al rey para que el Espíritu lo capacitara para su misión. Por eso se habla aquí de que fue ungido por el Espíritu Santo. Nos están hablando del nuevo nacimiento "del agua y del Espíritu". Lo que Jesús pide más tarde a Nicodemo lo vivió primero él mismo. "Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu". No se puede concebir a Jesús sin el Espíritu... Porque nacer de la carne es menos importante que nacer del Espíritu, lo que estamos celebrando hoy es más importante que lo que acabamos de celebrar en Navidad. No debemos caer en la tentación de pensar en fenómenos aparatosos. La manera de narrar el hecho puede ser una trampa. Ni Espíritu visible, ni voz audible, ni cielo rasgado. Todos estos fenómenos no son más que imágenes para comunicarnos verdades teológicas que nos lleven a la comprensión de Jesús. El Espíritu actúa siempre de la misma manera, silenciosamente, desde dentro, sin ruidos, sin aspavientos, sin violentar la naturaleza porque actúa siempre de acuerdo con ella. "No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha humeante no la apagará". (Isaías) Aunque no tenemos datos suficientes para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación que desbordó lo personal. Se atreve a llamarle "Abba", papá; cosa inusitada en su época y en la nuestra. Hace su voluntad: le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios que es Espíritu. El único objetivo de su misión fue que nosotros llegáramos a esa misma experiencia. Toda esa relación de Jesús con Dios era con un Dios que es Espíritu. En el diálogo con la Samaritana lo dejó claro. Dios es Espíritu y el que quiera adorarlo debe hacerlo en espíritu y en verdad. Tú eres mi Hijo amado. La experiencia de ser amado, es la base del verdadero amor. La comunicación de Jesús con su "Abba" fue a través de su ser profundo. Se comunicaba con Dios como nos podemos comunicar nosotros. Solo a través de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. Lucas dice expresamente: "y mientras oraba..." El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia de hombre. Dios como creador está en la base de todo ser, constituyéndolo en ser. Yo soy yo, porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está dando Él. Mi verdadero ser, es el mismo ser de Dios. Una cosa me diferencia de Dios; mis limitaciones. El cielo rasgado, recuerda unas palabras de Isaías: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!". El cielo se había cerrado. Hacía siglos que no había aparecido un profeta; ahora se abre. La comunicación entre el cielo y la tierra queda abierta para siempre por medio de este ser humano que se siente identificado con Dios. Marcos nos está trasmitiendo el descubrimiento de la vocación de Jesús y su conciencia de enviado del Padre. Pedro nos ofrece el modelo: pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él. Dios también está contigo, solo falta que tú respondas como respondió él. La más importante tarea de tu vida es desplegar tus posibilidades de ser. Si despliegas solamente tus posibilidades biológicas, habrás desarrollado solo una parte de ti. Eres también Espíritu y si quieres alcanzar tu plenitud, tienes que desplegar el Espíritu. Meditación-contemplación Vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar como una paloma. Está hablando de una experiencia interior, Que se resume en un momento determinado de la vida de Jesús. En ese instante Jesús toma conciencia de lo que es. ................. El Espíritu (Dios) no tiene que venir de ninguna parte. Ya estaba en él desde siempre, Como está en cada uno de nosotros. Descubrir esa presencia es nacer del Espíritu. .................. Ya sabemos el camino. Ese descubrimiento marcará un antes y un después. Lo que nació de la carne, seguirá siendo carne, Pero una vez nacido del Espíritu, la carne no significará nada. La elocuencia del silencio
Acabamos de celebrar la fiesta de la Epifanía, con Jesús niño de menos de dos años, y de repente lo vemos ya adulto, en el momento del bautismo. De los años intermedios, si prescindimos de la visita al templo que cuenta Lucas, no se dice nada. Este silencio resulta muy llamativo. Los evangelistas podían haber contado cosas interesantes de aquellos años: de Nazaret, con sus peculiares casas excavadas en la tierra; de la capital de la región, Séforis, a sólo 5 kms de distancia, atacada por los romanos cuando Jesús era niño, y cuya población terminó vendida como esclavos; de la construcción de la nueva capital de la región, Tiberias, en la orilla del lago de Galilea, empresa que se terminó cuando Jesús tenía poco más de veinte años. Nada de esto se cuenta; a los evangelistas no les interesa escribir la biografía de su protagonista. Para explicar este silencio se aduce habitualmente la humildad de Dios, capaz de pasar desapercibido tanto tiempo, sin llamar la atención, sin prisas por cambiar al mundo, a pesar de todo lo que tiene que decir. Esta interpretación es válida, y deberíamos sacar de ella consecuencias personales que frenasen nuestros deseos de notoriedad. Pero quien viene del Antiguo Testamento percibe también otro motivo. Los grandes personajes que en él aparecen nunca son importantes en sí mismos, sino por lo que contribuyen al progreso de la historia de la salvación. De Abrahán, Moisés, Josué, Isaías, Jeremías, Ezequiel... nos faltan infinidad de datos biográficos. A veces conocemos detalles pequeños sobre su familia o infancia. Pero, en general, su biografía comienza con el momento de la vocación, cuando el personaje queda al servicio de los planes de Dios. En el caso de Jesús se aplica el mismo principio, para subrayar la importancia capital del bautismo como experiencia personal que transforma totalmente su vida. Todo lo anterior, aunque nos sorprenda, carece de interés. Es ahora, en el bautismo, cuando comienza la «buena noticia». El bautismo de Jesús Es uno de los momentos en que más duro se hace el silencio. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice. El relato de Marcos, el más antiguo, cuenta el bautismo con muy pocas palabras. Y ni siquiera se centra en el bautismo, sino en lo que ocurre inmediatamente después de él: «apenas salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.» Marcos destaca dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo. La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad. La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Marcos quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento. En este sentido, es importante advertir que la vida pública de Jesús comienza con el testimonio de la voz del cielo («Tú eres mi hijo amado, mi predilecto») y se cierra con el testimonio del centurión junto a la cruz: «Realmente, este hombre era hijo de Dios» (Marcos 15,39). El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la muerte, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu. Los tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre (2ª lectura) La idea de la salvación a través del sufrimiento la encontramos también en la segunda lectura. Hablando de Jesús, dice: «Es el que vino con agua y sangre: no sólo con agua, sino con agua y sangre». Clara referencia al bautismo y a la muerte. Al mismo tiempo, la lectura ha sido elegida por la referencia al Espíritu, que da testimonio de Jesús. Nuestro bautismo (1ª lectura) El bautismo de Jesús es un momento ideal para reflexionar sobre nuestro bautismo. Al parecer, eso es lo que pretendieron quienes eligieron la primera lectura. Demasiado larga para una misa (la mayoría de la gente no se enterará de nada), se presta sin embargo a una lectura tranquila en privado. Destaco cuatro puntos: 1. Nos ayuda a vernos como personas con hambre y sed, que intentamos saciar con productos caros e inútiles, sin buscar el verdadero alimento. 2. El bautismo nos transmite las antiguas promesas y la alianza establecida por Dios con David. Nosotros somos el pueblo desconocido que corre hacia el Señor. 3. Si no corremos hacia él, debemos convertirnos, cambiar de camino, buscarlo; él es rico en perdón y se dejará encontrar. 4. Y esto, que puede parecer una ilusión imposible, se realizará porque la Palabra de Dios fecundará nuestra vida como la lluvia y la nieve hacen germinar la semilla. Las primeras comunidades quieren marcar las diferencias entre Juan y Jesús. Por ese motivo, ponen en boca del Bautista el contraste entre el "bautismo con agua" y el "bautismo con Espíritu Santo".
El primero haría referencia a un rito simbólico, en el que se expresaría la voluntad de la persona –sumergida y emergida del agua- de "nacer de nuevo", limpia y renovada. El segundo tiene un color de gratuidad y expresa la comunicación de la misma vida divina por parte del Espíritu. Aquel simbolizaría el anhelo de la persona y su afán de renovación; este otorgaría la Vida en plenitud. Más allá de los contrastes que la mente establece, sobre todo en ambientes de polémica donde se ponen en cuestión los intereses del ego, la realidad es que todos somos, a la vez, anhelo y plenitud. O mejor, somos plenitud que percibimos como anhelo. El anhelo no es un mero deseo. Se trata del dinamismo profundo que, reconocido o no, nos sostiene en todo momento y nos impulsa hacia adelante: es el dinamismo de la Vida que, en último término, constituye nuestra identidad. Al percibirlo y secundarlo, nos situamos ya en la dirección adecuada. Pero la trampa consistiría en reducirnos a él y proyectar, en un futuro imaginado, la plenitud que constituye su objeto. La verdad es que somos ya plenitud, que se expresa en una forma concreta. Al acallar la mente y poner atención, experimentamos que somos Vida, sin comienzo ni final, habitada de un dinamismo no diferente de ella misma, por el se despliega en infinidad de formas. La actitud sabia consiste, por tanto, en percibir el anhelo –aunque incluso en un primer momento aparezca superficialmente bajo forma de ansiedad- como llamada a nuestra fuente, invitación a "volver a casa", reconocernos como Vida en plenitud. Juan Carlos Savater lo expresa con estas palabras: "Anterior a la idea de ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza". Empezaba hablando de diferencias y contrastes. También eso tiene su lugar en el mundo de lo relativo (el mundo de las formas). Sin embargo, en el plano profundo, el cielo siempre ha estado "rasgado", la "paloma" creadora siempre ha estado aleteando y en lo profundo de nuestro corazón siempre ha habido una voz que nos recordaba: "Tú eres mi hijo/a amado/a". ¿Qué tal si serenamos los espíritus, hacemos silencio, respiramos la paz que parece tan esquiva, nos alejamos de los ruidos del consumo, de los escaparates, de las comidas de empresa, incluso las familiares?
¿Qué tal si osamos abrir de par en par una puerta grande al niño que llevamos dentro, si perdemos los papeles e imaginamos la Navidad de otra manera? ¿Qué tal si juntos emprendemos un viaje mágico al corazón de la Utopía, al centro de la Misericordia, a la explanada del Amor, a la Locura de un Dios que busca meterse en nuestras vidas, en nuestros caminos, para decirnos lo mucho que nos quiere? ¿Qué tal si por unos minutos nos permitimos el lujo de sentirnos habitados por la Entrañable Ternura que se hizo carne, biografía, historia, caudal compasivo de proximidad, de entrega, de servicio? ¿Qué tal si reconocemos La Inmensa Luz que tanto bien puede hacernos, que puede trasformar nuestras tristezas en gozo, nuestros miedos en valentía, nuestras mentiras en verdad, nuestra desorientación en discernimiento lúcido, nuestros senderos en calzadas más humanas, más justas, más sensatas? ¿Qué tal si esta Navidad celebramos la verdadera Navidad, si damos la cara como El Niño que nació en Belén, por los pobres, los olvidados, los que no tienen comida, ni techo, los que sistemáticamente son ignorados por un Occidente que rinde pleitesía al mercado y deja fuera de la mesa, de la fiesta, al verdadero protagonista? ¿Qué tal si al mismísimo Dios le damos un alegrón, una sorpresa y levantamos nuestros corazones, nuestras esperanzas, nuestras alegrías, hacemos que el veinticinco de diciembre se prolongue indefinidamente a lo largo del año, y derribamos de paso todas las fronteras, derruimos los muros visibles e invisibles? ¿Qué tal si estos deseos presuntamente inalcanzables pasasen de la letra a la realidad, si juntos inaugurásemos la nueva era que El Pequeño comenzó humilde en un pesebre? ¿Qué tal si completáis los puntos suspensivos...? Todos los años se repiten cosas parecidas en esta época del año. El tiempo navideño, desde el día 22 de Diciembre hasta el día 6 de enero, es el más cargado de tradiciones y rituales en buena parte de nuestro mundo.
En Navidad, el sol alcanza su punto más bajo y la noche es más larga que nunca, pero justo en ese punto más oscuro, ocurre la transformación. La luz vuelve a desplegarse y vence a la oscuridad. El nivel histórico, el nivel mitológico y el nivel psicológico están ligados entre sí. La historia nos la suministran los redactores de los evangelios, que proyectaron sobre sus narraciones toda la impresión personal que el profeta de Galilea les produjo. Pero no se trata sólo de recordar algo que ocurrió, cosa que se olvida a menudo, sino de entender lo que subyace bajo estos símbolos. Así, entramos en el nivel mitológico, en el que hay pautas arquetípicas que son comunes a la humanidad desde hace siglos. Los mitos expresan algo oculto en la psique humana y sólo ellos lo articulan, porque el mito nos habla del desarrollo de lo eterno en el tiempo. Este tiempo, en realidad, es una invitación a nacer de nuevo. Navidad significa nacimiento, acaba un año y empieza otro… Este nacimiento sólo es posible cuando nos alejamos de la exterioridad y retornamos a lo más íntimo de nosotros. Al lugar más oscuro y más secreto, allí donde está lo débil y a veces lo más roto. Sin embargo, mientras el individuo está ocupado en la realización de su ego, no ha llegado el tiempo de conocer la luz interior. Los cimientos han de ser sacudidos y sólo entonces la mirada se hace más profunda y puede ir más allá de las cosas. Y entramos en el nivel psicológico, la Navidad siempre nos remite a la familia y a la infancia. Somos herederos de un cuerpo y de una historia emocional que nuestros padres nos han trasmitido. Durante todo el proceso de la vida atravesamos conflictos y dolores que son inherentes al hecho de madurar. Los hijos idealizan a los padres y éstos a los hijos y todo ese asunto narcisista debe disolverse para llegar al verdadero amor. Las heridas narcisistas duelen, nos decepcionan muchas cosas, es más, las heridas íntimas son las principales responsables de que haya hombres y mujeres moralmente hundidos. Unos se protegen con la crispación, otros se ocultan bajo una máscara opaca. Algunos están paralizados y otros, como dice una canción, se vuelven malos. No hay nadie sin cicatrices y marcas de la vida. La posibilidad de nacer de nuevo ocurre exactamente en ese lugar de las heridas, allí está la puerta para encontrarse con el yo más auténtico. En medio de nuestra debilidad podemos dejar que el amor actúe y nazca en nosotros. No olvidemos que, pese a lo imposible, el dios cristiano es el dios de la debilidad y de la esperanza. Hace algunos días respondí a un email que me ha dejado pensando... Había en él un planteo -con el que acuerdo- que indicaba que quizás uno de los mayores problemas que tenemos hoy en la Iglesia y en el mundo es que, en algún momento, hemos separado todo demasiado... el deber del ser, lo profano de lo sagrado, lo humano de lo divino, lo interior de lo exterior, lo femenino de lo masculino, el espíritu de la carne, lo privado de lo público... Creo que esto nos ha hecho mucho daño como humanidad, porque separar algo que en su dimensión más profunda es parte de una sola cosa no termina siendo más que un desgarro... Y ese desgarro no es gratuito ni se cura con remedios o masajes sino que nos pasa factura alejándonos de los encuentros que dan sentido a nuestra vida. Ni más, ni menos.
Ocurre que, desde hace tiempo, tengo la sensación de somos muchos los que, en el apuro de llegar a fin de año, no nos hemos dado cuenta que, en la carrera, el cuerpo ha dejado kilómetros atrás el Espíritu... ¿A que me refiero con que el cuerpo va más rápido que el Espíritu? A que postergamos decisiones que sabemos nos harían bien pero no nos hacemos el tiempo de concretarlas; alimentamos relaciones que calman momentáneamente la soledad pero ya hemos comprobado siempre nos dejan con sed de amor; desoímos señales del cuerpo que con migrañas, contracturas, gripes mal curadas y afonías nos indica que estamos transitando a mayor velocidad de la que es necesario o posible; posponemos el encuentro con los que queremos y cumplimos en vez con una lista de compromisos, relativizamos algunos de nuestros valores en pos de continuar en la comodidad de un presente al que nos trajo no la libertad sino la inercia; evitamos el dolor de encontrarnos con los que sufren y nos necesitan porque nos recuerdan nuestras propias heridas sin curar –sean de la calle, de la casa o el trabajo-. Cada uno podrá completar su lista. Y es que no es fácil! Les aseguro que lo sé mejor que nadie... A veces vivimos una vida que, para seguirle el ritmo, pareciera que nos obliga a vivir desencarnados, no presentes del todo, ignorando lo que la percepción y el Espíritu nos indican sutilmente respecto a nuestras prioridades, nuestra vocación, nuestras necesidades y posibilidades. Pero, ante esta humanidad que se parte, nos sorprende otro año más la proximidad de la Navidad y un misterio que es siempre nuevo: el de un Dios que se encarna. Es cierto que a fin de año uno llega cansado, aún así, nos urge recordar que rendirnos ante ese cansancio nos encierra... y el ensimismamiento rara vez produce algo bueno. De hecho, lo que hace es quitarnos el entusiasmo. Y ¿qué hacemos entonces? Trascender las circunstancias y salir al encuentro, ¿qué otra cosa sino eso es la Navidad? El amor de Dios no se quedó esperando, lamentándose por las puertas que no se abrieron sino que se hizo carne, vino a buscarnos y continua saliendo a nuestro encuentro... no allá arriba en el cielo sino en los prójimos en donde se sigue encarnando, en los proyectos en los que sigue co-creando con nosotros. Esta acá con nosotros, solo que la voz de su Espíritu no aturde como las alarmas de nuestros calendarios ni las exigencias con las que nos atormentamos, sino que es mucho más sutil, como viento que sopla y, aunque no sabemos de dónde viene ni adónde va, en el dial correcto podemos escucharlo... Quizás el descanso no tenga tanto que ver con dormir más horas como con acomodar el corazón en el pesebre, que no es el hotel de 5 estrellas que tantas veces anhelamos previo a las vacaciones sino el lugar que, sencillo, nos recibe para darnos el calor que necesitamos para dar a luz una vida nueva. Quizás la Navidad sea un buen momento para, una vez más, aminorar la marcha y dejar que el Espíritu nos alcance y nos colme de sentido. Quizás Navidad es tiempo de volver a regalarnos experimentar que nuestro Dios ya se ha encarnado y, desde ese pesebre que partió la historia en dos, sigue esperando que también nosotros encarnemos el Espíritu desde el que nacerá nuestra mejor historia. Vale la pena intentarlo. El misterio de la encarnación no es cosa de niños sino algo muy serio. Tan serio que en él nos va la Vida. Retomamos la idea central de la Navidad: La palabra se hizo carne, se hizo vida, se hizo luz. La encarnación es la verdad fundamental del cristianismo, pero no siempre la hemos entendido bien. Estamos sin duda ante la página más sublime de toda la literatura universal que yo conozco. Se trata de un himno cristológico anterior a la redacción del evangelio, fruto de la experiencia de una comunidad eminentemente mística. Es una condensación de todo el evangelio. Es prólogo pero podía ser epílogo.
Me parece una osadía atreverme a comentar este texto. Ni tengo la preparación filosófica y teológica suficiente ni la experiencia mística requerida para hincarle el diente. El único consuelo es saber que lo que yo digo no es palabra de Dios, sino solamente un apunte provisional que pueda ayudar a alguno a encontrar la dirección de su propia búsqueda. Querer expresar una experiencia mística con palabras es sencillamente imposible, por eso se recurre a un lenguaje simbólico, que violenta el sentido normal de las palabras. El primer versículo nos dice ya tres cosas sobre Dios y el Logos: Que el Logos está en el origen (En el principio ya existía la Palabra). Que los dos estaban volcados el uno sobre el otro. (La Palabra estaba junto a Dios). Que aunque distintos uno y otro eran lo mismo (La Palabra era Dios). No se trata de conceptos trinitarios posniceanos. Al comenzar con la misma palabra que el Génesis, nos está diciendo que la encarnación no es el comienzo de algo nuevo, sino la culminación de la creación. El Logos no comenzó, porque es el origen de todo. Luego se hace carne (comienza a ser en el tiempo) para terminar la creación del hombre. Arch no significa principio de tiempo sino origen, fundamento. La traducción de Logos por Palabra, no creo que sea la más adecuada, porque se pierde la originalidad del concepto que quiere trasmitir el texto. La palabra Logos ya existía, pero el concepto al que quiere aludir, es nuevo. Esta palabra se encuentra por primera vez en Heráclito. s. VI a C (precisamente en Éfeso, donde parece que se escribió este evangelio) y significaba la realidad permanente dentro del devenir de la realidad material (panta rei). La utilizan los estoicos, Platón, y Filón de Alejandría que la emplea 1.200 veces; los evangelios sólo 330. En NT tiene un amplísimo significado; desde palabra engañosa hasta el sentido cristológico único del prólogo que estamos comentando. Repito que aquí el concepto es original; no deducible de las distintas tradiciones. No se repite más, ni siquiera en Juan. El concepto es incomprensible sin la experiencia pascual. Sin una profunda experiencia mística no se puede acceder al significado que se quiere expresar. Podríamos decir que es el Proyecto eterno que en un momento determinado se ejecuta. Dios crea por medio de su palabra. También nos puede ayudar a comprender lo que quiere decir, la idea de Sabiduría preexistente de los libros sapienciales. Es muy interesante la expresión: "junto a Dios" (pros ton qeon)= vuelto hacia, volcado sobre. Expresa proximidad pero también distinción. Está en íntima unión, por relación, pero no se confunde con Dios. Se deja un margen para el misterio. Este dato no siempre lo hemos tenido en cuenta... En griego (Kai qeos en o Logos) y en latín (et Deus erat Verbum), no se dice sólo que la Palabra era Dios, sino también que Dios era la palabra. qeos está aquí sin artículo. Podíamos traducir: lo que era Dios, lo era la Palabra. Para los judíos, Dios era el totalmente trascendente; no podía haber otro. Para los helenistas, el peligro era el politeísmo. Por eso nos dice que ni es una “mónada” ni son dos seres. Por medio de la Palabra se hizo todo. En el AT Dios crea siempre por su Palabra. No se trata de un sonido que emite Dios. Otra vez tenemos que ir más allá del concepto primero. Nos está diciendo que el Logos es origen de todo. Con una redundancia, intenta llevarnos más allá de la misma palabra. Al margen de Dios y del Logos, no existe nada. No se trata sólo de lo que existe en el tiempo, sino de todo lo que existe en absoluto. En la Palabra había Vida, y la Vida era la luz de los hombres. No llegamos a la Vida a través de la luz, sino al revés. Jesús no es un Maestro que nos trae salvación con su enseñanza, sino Vida que nos lleva a la comprensión total. Para nuestra vida espiritual, este concepto es clave. Vivir es anterior a comprender. Sin vivir no se puede comprender. Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Esta insistencia tiene que hacernos reflexionar. En Juan se percibe esa lucha incesante entre la luz y la tiniebla. Era una idea que flotaba en el ambiente de la época. En un escrito de Qunrám se dice: Que la luz no sea vencida por las tinieblas. Ni siquiera los suyos fueron capaces de descubrirla. Tenemos aquí el primer reproche al pueblo judío que no fue capaz de ver en Jesús la Vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. Pero a cuantos la recibieron… Vemos que lo anterior era una exageración. Unos no la recibieron pero otros sí la recibieron. Se habla aquí de creer en sentido bíblico. No se trata de la aceptación de verdades sino de la aceptación de su persona. Sería: a los que confían en lo que significa Jesús, les da poder para ser hijos de Dios. Tenemos aquí la buena noticia. El que cree es engendrado como hijo de Dios. En Juan se advierte una diferencia clara en el concepto de hijo cuando se dice de Jesús y cuando se dice de otros. Para designar a Jesús dice uios y tekna para designar a otros, se emplea aquí y en Jn 11,52. Es muy importante aclarar, en lo posible, este concepto. En AT se usa la expresión “hijo de Dios” para referirse a los ángeles, al rey y al pueblo. Estos conceptos no sirven ni para aplicarlos a Jesús ni a los demás hombres. Nos dan una pista para poder comprender lo que quiere decir Juan. En el AT, el término hijo, se empleaba con sentido mesiánico. Se decía del enviado a cumplir una tarea de salvación en nombre del Padre. Esta idea unida a la de la Sabiduría pudo dar origen al concepto de “Hijo”, ser preexistente vuelto al Padre. Para los semitas "ser hijo" es, sobre todo, reproducir lo que es el padre, imitar, salir al padre, obedecer. En 5,19 “Un hijo no puede hacer nada que no vea hacer al padre”. Se descubre que Jesús es Hijo porque actúa como Dios, no porque conozcamos su naturaleza. De ahí que todo el que se adhiere a Jesús y actúa como él, se hace hijo. En contra de lo que se ha intentado tantas veces, no podemos llegar por razonamiento al conocimiento de Jesús como hijo de Dios. Es ridículo pensar que Jesús es hijo de Dios como yo soy hijo de mi padre. Esto aclararía también el versículo siguiente. Lo importante no es nacer de la carne y de la sangre, sino de Dios. Es decir, actuar como Dios. Y la Palabra si hizo carne. Meta de toda lo anterior. Se trata de una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. No se identifica Palabra y Jesús. Se deja una margen para el misterio. Para la antropología semita hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu, son aspectos de una sola realidad, el hombre. Se hizo hombre-carne; limitado pero susceptible de Espíritu. Se hizo carne, sin dejar de ser Logos, sin dejar de estar volcado sobre Dios. Y habitó entre nosotros. “eskenosen" significa plantar una tienda para vivir en ella. Hace referencia a la presencia de Dios entre el pueblo (tienda del encuentro). También de la Sabiduría se dice: “Habita en Jacob, pon tu tienda en Israel”. Siendo uno de nosotros, levantando su tienda en nuestro propio campamento, hizo presente y visible a Dios. Meditación-contemplación En la Palabra había Vida y la Vida era la luz de los hombres. La Vida es lo primero. Sin ella no podremos entender nada de la Palabra. La Vida esta presente en cada uno de nosotros. .................... Descubrir esa Vida es el comienzo de todo proceso espiritual. No serán los conocimientos y los conceptos, los que nos llevarán a la vivencia. Es la realidad de Dios vivida, la que nos dará la Sabiduría. .................... Entra dentro de ti. En lo más hondo de ti mismo, encontrarás al Dios Vida. Si crees que lo puedes descubrir en otra parte, estás buscando un ídolo, y a lo peor, lo encuentras. En estos días en que la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús, la liturgia propone reiteradamente la lectura de este "Prólogo" del cuarto evangelio. Como si, frente al riesgo de quedarnos en las figuras del nacimiento, quisiera invitar a que miremos más allá, hasta ver a Jesús "en el seno del Padre".
De ese modo, nos introduce en una paradoja admirable: "A Dios nadie lo ha visto jamás" y, sin embargo, se le ve en ese bebé. En esa paradoja, se encierra el Misterio de lo Real: lo invisible y lo visible no son sino las dos caras de la única Realidad, que es no-dual. Ni nuestros sentidos ni nuestros órganos neurobiológicos pueden acceder a lo invisible; sin embargo, se hace manifiesto en todo lo que percibimos. Tal como afirma algún físico moderno, en el corazón de la materia se esconde la consciencia. Algo similar se tendría que afirmar desde la mejor teología cristiana: no hay nada donde no se vea a Dios. En una ocasión, una maestra de infantil pidió a los niños y niñas que dibujaran lo que quisieran. Cada cual se puso a la tarea, mientras la maestra iba recorriendo la sala y observando lo que hacían. Al llegar a una niña, le preguntó: — Y tú, Sara, ¿qué estás dibujando? — Yo dibujo a Dios, señorita, respondió la niña. — Pero, Sara, si nadie sabe cómo es Dios... — Espere un poquito, señorita, que en cuanto termine mi dibujo, lo sabrán. En su candidez, la niña tenía razón: fuera lo que fuera que dibujara, se "vería" a Dios en ello. Sin embargo –de nuevo la paradoja-, cuando pretendemos saber quién es Dios a través de nuestra mente –cuando creemos tenerlo en nuestros conceptos-, caemos en el engaño y la idolatría. Como dijera Joseph Ratzinger (el que fuera Papa Benedicto XVI), en 1969, "todo intento de aprehender a Dios en conceptos humanos lleva al absurdo. En rigor, solo podemos hablar de Él cuando renunciamos a comprender y lo dejamos tranquilo". No se puede pensar a Dios; solo se le puede ver, en la consciencia de que Dios y nosotros somos no-dos. Todos estamos ya "en el seno del Padre". Por eso, una de las mayores trampas religiosas consiste en pensar a Dios como un Ente separado. Frente a eso, el "misterio de la encarnación" –la celebración de la Navidad- viene a recordarnos que no hay ni puede haber nada separado de Dios. La religión de Israel imponía muchos ritos y obligaciones a sus fieles, nada menos que 613, que José y María quisieron cumplir con absoluta fidelidad y sinceridad, pero que no pocas eran absurdas y sin sentido, como que el parto y la menstruación de la mujer eran algo impuro y por eso tenían que purificarse. Hoy sabemos que son algo totalmente normal y natural, propio de la naturaleza que Dios ha creado. Era la forma de entender entonces la fidelidad a Dios.
José y María eran buena gente y querían cumplir fielmente todo lo mandado, pero muchas veces las religiones mandan a sus fieles hacer y cumplir cosas que no tiene sentido e incluso son irracionales. Esto produce resistencia y rechazo de la religión en ambientes que piensan un poco, lo que los aleja de Dios, de la fe y de la Iglesia. Y lo peor es que venga detrás el alejamiento de Jesucristo y el compromiso con su mensaje, y esto sí es grave, porque es de suma importancia para el bien de la humanidad. El mensaje de Jesús no es ninguna religión. El mensaje de Jesús es amor, fraternidad, justicia, igualdad, solidaridad, vida, dignidad, paz, esperanza, sentido profundo de la existencia; compromiso con lo débil, lo pobre, lo marginado, lo mal tratado, lo despreciado... En esa religión tan leguleya de Israel fue educado Jesús, pero enseguida se dio cuenta de que la fidelidad a Dios iba por otro camino, que era la fidelidad al hombre. Por eso Jesús se desvió de tanta letra y precepto legal de la religión judía, para presentar una forma totalmente nueva de relación con Dios a través de la relación con el ser humano, presentando la justicia, la misericordia y la lealtad como lo más importante (Mateo 23,23). Esta opción nueva de entender la relación con Dios y con el hombre le llevó a enfrentarse con los fariseos, leguleyos y ritualistas, que llegaron a ver en él a un enemigo declarado porque rompía con los ritos, las costumbres y rutinas judías, que imponían grandes cargas a la gente en vez de facilitarle vivir con dignidad. Desde la lectura del Evangelio resulta admirable comprobar cómo Jesús rompió con todo aquello que se consideraba sagrado o intocable, pero que lejos de liberar oprimía, y por eso presenta una forma completamente nueva de entender la relación con Dios, que es rescatar, liberar, sanar, salvar, facilitar la vida de la gente y de cada persona, hasta el punto que para Jesús solo es verdadera relación con Dios la que pasa a través de la relación con el hombre: el bien que se hace a este es camino de vida, y el mal que se le hace es camino de muerte. |
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