Ahora descubro yo de dónde saca el papa Francisco lo del olor a oveja. Claro, porque Jesús desde el primer momento olió a oveja. Si nació en un pesebre, no andaban lejos las ovejas. Y lo mismo cuando llegan a visitarle los pastores. Por eso, luego le salían también las parábolas del pastor. Es que estar entre las ovejas no es verlas desde lejos, sino tocarlas, abrazarlas… curarlas, llevarlas sobre los hombros. Y eso da, sin duda, olor.
No hay que experimentarlo más que estando junto a personas pobres que huelen muy fuertemente porque no se han cambiado de ropa. No digamos cómo huelen los borrachos. Puede ser que en algunas ocasiones, cuando organizamos una comida con ellos, les damos ropa para que se vistan y huelan bien. Pero al natural despiden un olor muy desagradable. Una de las condiciones que sufren los marginados es carencia de medios, de limpieza en sus casas, en sus ropajes, en sus comidas. Cuesta estar y vivir cerca de los marginados. Porque carecen normalmente de cultura, de medios, de palabras bonitas, de costumbres. Precisamente una labor a realizar junto con ellos es promocionarles en la limpieza y en el estilo de vida. Jesús nació muy cerca de las ovejas y de los pastores, y luego discurrió su vida entre los marginados, pecadores, prostitutas, enfermos… “Todo un aprisco de rebaño”. Sin duda que San José limpió y arregló la cueva para que María y Jesús estuviesen bien. Y esa es nuestra labor: acompañar a los que viven al margen de los lujos, de las buenas viviendas, de los que visten ropas elegantes o por lo menos limpias, para que ellos descubran la alegría y la satisfacción de vivir con comodidad y dignidad. Siempre hay ovejas que se extravían. Es preciso abandonar a las que viven ya bien e ir en busca de las extraviadas, de las que viven al margen, en los riscos, en las montañas, cargarlas sobre nuestros hombros, aunque huelan mal y llevarlas con las demás ovejas para que sepan lo que es vivir con dignidad, con limpieza, con alegría. En el belén ponemos imágenes de ovejitas muy lindas. En la práctica no siempre es así. Hay muchas personas que viven en las orillas de la civilización y es preciso acercarnos a ellas y ofrecerles la posibilidad de venir al rebaño común. Buena felicitación. Empezar a oler a oveja.
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Iniciamos el año con un grito, el de Juan Bautista en el desierto: Preparad el camino al Señor. Un grito es siempre una provocación que reclama atención y pide pasar de la expectación la implicación, de la pasividad al posicionarnos. En este sentido desde este primer versículo, el texto nos recuerda que no podemos contemplar el evangelio nunca desde posturas asépticas o neutrales, sino desde una actitud previa: la del dejarnos afectar. El grito de Juan Bautista es una provocación que nos saca de nuestra zona de confort y nos lleva a preguntarnos cuales son hoy los desiertos donde se hace necesario suscitar condiciones de posibilidad para que la Palabra encarnada de Dios sea reconocida y acogida. Por eso preparar el camino al Señor hoy, en nuestros contextos, pasa por hacernos preguntas incómodas y no quedarnos como comunidades “en lo de siempre” y “con los y las de siempre”.
¿Cómo identificar las necesidades de salvación de las personas que nos rodean en el corazón de nuestros ambientes secularizados y en los que los lenguajes y símbolos religiosos han dejado de significar, pero no por ello exentos de búsqueda de sentido y de anhelo por otro mundo posible? ¿Como universalizar la espiritualidad? Durante siglos espiritualidad y las religiones han ido de la mano como en íntima simbiosis, como si fueran una sola cosa, pero no lo son. La espiritualidad trasciende las religiones y pertenece a toda la humanidad. El grito de Juan Bautista podemos escucharlo también hoy como el de una humanidad herida que reclama espiritualidad más que religiones. En un mundo donde la mayor pandemia sigue siendo el hambre y la injusta distribución de la riqueza se hace más urgente que nunca una espiritualidad de pan y rosas. Pan para tener de qué vivir (justicia, derechos humanos y sociales: trabajo, vivienda, salud pública y universal, etc) y rosas para entender por qué vivir (reconocimiento, belleza, sentido, gratuidad, trascendencia, etc) ¿Cómo suscitar condiciones de posibilidad que nos lleven a descubrir y gustar que el ser humano y la creación toda estamos habitada por un misterio de Amor, Dignidad y Resiliencia, que no puede ser mercantilizado? ¿Qué nuevos lenguajes, gestos, signos, espacios de cuidados, hemos de poner en práctica para ello? ¿Como echarle paciencia, sabiduría y sensibilidad al acompañamiento de los procesos y a identificar en lo más hondo de los clamores de la humanidad y de la tierra y el clamor de Dios mismo en su encarnación? Preparar el camino al Señor desde la Betania de nuestras vidas nos supone como a Juan Bautista encarnar nuestras convicciones y creencias en estilos de vida y relaciones que hagan creíble que la esperanza y el amor existen, se hacen históricos y más que respuestas estereotipadas suscitan preguntas y complicidades. Imaginemos que Dios existe sin estar limitado por el tiempo ni el espacio; que ha querido crear la realidad toda, tal y como la conocemos nosotros, lo sideral y lo infinitesimal, lo cercano y lo lejano, lo humano y dentro de ello lo más maravilloso de lo que somos capaces, que es amar. Que todo lo conocido y lo que aún ni sospechamos de su existencia, es obra suya. Imaginemos que es todopoderoso, infinito, imposible de abarcar para la pequeñez humana.
E imaginemos que nos ha creado por amor, por pura donación gratuita inoculando en nuestro más profundo ser el ansia de felicidad plena que nos lleve una y otra vez a buscar la plenitud imposible en este mundo. Imaginemos también que lo característico de esa Realidad que llamamos Dios es Amor, fuente y destino en su infinita realidad, inabarcable porque es un misterio ante el cual la razón tiene poco que ofrecer. Ese Dios tan poderoso e imposible de aprehender, inmanente y trascendente, ha sido vislumbrado o simplemente anhelado desde multitud de planos y experiencias religiosas o simplemente espirituales, en una búsqueda poliédrica que acompaña al ser humano a lo largo de la historia y no cesará hasta en el último ser que nazca sobre la Tierra. Pues bien, imaginemos además que un buen día ese Dios quiere hacerse presente, no de manera tan sutil, sino acercándose mucho más para que entendamos mejor la realidad humana y el sentido de la totalidad de la existencia. Entonces, imaginemos que se le ocurre a ese Dios algo absolutamente sorprendente para la manera que los humanos tenemos de entender los dioses que hemos imaginado a través de experiencias, culturas y acontecimientos durante siglos y en todos los lugares del Planeta. Y decide hacerse uno de los nuestros. Sí, totalmente humano excepto en lo único que no puede serlo, en la ausencia de amor, en la maldad. Por tanto, humano en la fragilidad, el miedo y por supuesto el amor desmedido hacia todos los seres humanos creados en libertad por su amor, precisamente. E imaginemos que decide encarnarse en una mujer sencilla de un pueblo mal visto, en un lugar conflictivo y alejado de las seguridades del dinero, el poder y el éxito fácil. Todo el Dios hecho persona, por amor, para acompañarnos en el día a día, desde las cruces diarias de la existencia y así mostrarnos la actitud adecuada mientras transitamos por esta vida como una parte de la Vida a la que estamos llamados a ser plenitud junto a ese Dios Amor, toda la eternidad, algo inalcanzable para nuestra finitud sujeta al tiempo y al espacio. Seguimos imaginando las consecuencias de esa coherencia tan radical: defiende a los castigados por las injusticias, ayuda a los excluidos por ley, muestra un camino que no favorece a los poderosos, es perseguido, calumniado y asesinado con unos de los peores tormentos por respetar la libertad humana y se coherente con su amor. Pero imaginemos que ahí no acaba todo, que lo que divulgó y predicó con su ejemplo, era verdad, que era el Mesías, es decir el enviado de Dios ya anunciado en una pequeña parte del planeta desde hacía miles de años. Y que resucita dejando unos pocos testigos -ellos y ellas- de su presencia resucitada como experiencia transformadora que les cambia tan radicalmente que le siguen hasta el final. Imaginemos también que pasó por este mundo como uno de los nuestros, oh maravilla, nos deja su mensaje redactado en forma de Buena Noticia por una serie de seguidores, no demasiado doctos, que escriben al dictado de su experiencia apoyados en los bastones del ejemplo y la confianza. Y han logrado convertir este Mensaje en un movimiento espectacular, universal. Un mensaje cuya base es el fermento del Amor que todos llevamos dentro al estar hechos a imagen y semejanza de ese Dios. Imaginemos, en fin, que desde entonces, ese Dios permanece con nosotros durante todos los días de nuestra existencia, que nos ama inmensamente y solo quiere que correspondamos a su amor haciendo lo mismo con los demás. Que da igual lo que seamos o lo que sintamos, que todos y todas somos sus predilectos hasta el punto de que nos pide -en presente continuo- que le llamemos Padre y que nos comportemos como hermanos. Que somos su obra y su Espíritu pondrá lo necesario para que el Amor universal llegue a buen puerto para todos. Que hoy no es siempre y que la totalidad de la existencia no está en nuestras manos… ¡gracias a Dios! El tiempo de la Navidad nos invita a imaginarnos lo que hemos perdido en vivencia; y agradecidos, admirar el Misterio que nos ha sido revelado para avivar la experiencia y el compromiso que conlleva encontrando a Dios en la oración y en el hermano necesitado. Amén. El rito del bautismo -conocido en diferentes tradiciones- posee una profunda carga simbólica: introducida en el agua, la persona sale “limpia”, purificada, renovada. Ese gesto evoca, por tanto, un “nuevo nacimiento”.
Ahora bien, visto desde la comprensión, el “nuevo nacimiento” no es producido por ninguna causa “externa”: un dios separado, un rito particular, una creencia determinada, una fe o una práctica religiosa… Porque -en una profunda paradoja, tal como han visto siempre las personas sabias- nacemos a lo que ya somos. Lo que tiene de “nuevo”, por tanto, no es el hecho en sí -siempre hemos sido eso que ahora llamamos “nuevo”-, sino la comprensión de lo que realmente somos. El “nuevo nacimiento” se opera gracias a la comprensión experiencial de lo que somos. A quienes se hallan identificados con el estado mental, este planteamiento les parece alucinatorio. Y suelen recurrir a lo que consideran, según ellos, constataciones simples y elementales que no invalidarían por completo. Dicen, por ejemplo: “Me miro al espejo y me reconozco: soy YO”… Con lo que la conclusión que plantean parece tan obvia que no entienden cómo se pueda poner en cuestión: caer en la cuenta de que soy mi “yo” es algo evidente para cualquier persona. Sin embargo, este aparentemente simple razonamiento parece olvidar la facilidad con que nuestros sentidos (y nuestra mente) nos engañan en cosas que parecen absolutamente “evidentes”: ¿durante cuánto tiempo creímos los humanos que la tierra era plana o que el sol giraba en torno a ella? ¿Quién se hubiera atrevido a ponerlo en cuestión? ¿Cuánta gente sigue afirmando que la materia es sólida y no, esencialmente, vacío? ¿Y no ocurre algo parecido en los sueños? Todo lo que soñamos nos parece absolutamente real…, hasta que despertamos. Estos ejemplos nos hacen ver que lo que asumimos como “evidencias”, tal vez no lo sean tanto. Y más tras los descubrimientos neurocientíficos que nos alertan de que no vemos nunca la realidad, sino solo una imagen mental de la misma. ¿Quién te asegura, pues, que lo que ves en el espejo eres realmente tú, sino simplemente tu creencia previa que has absolutizado? Del mismo modo que para ver la “irrealidad” de los sueños necesitamos despertar, también para ver más allá de la apariencia que nos devuelve el espejo acerca de nosotros mismos, necesitamos comprender: una cosa es la apariencia -forma, personalidad, yo…- y otra es la realidad -fondo, identidad…- que la sostiene. En resumen: no soy lo que veo en el espejo. Soy Eso que es consciente del personaje que ve. Esta es la comprensión que nos hace “nacer de nuevo”, es decir, caer en la cuenta de que somos realmente Eso que había quedado oculto u olvidado, el tesoro escondido, del que hablaba el propio Jesús. ¿Me quedo en las apariencias o sé ir más allá de ellas? Comenzamos el “tiempo ordinario”. El bautismo es el primer acontecimiento que los evangelios nos narran de la vida de Jesús. Es además, el más significativo desde su nacimiento hasta su muerte. Lo importante no es el hecho en sí, sino la carga simbólica que el relato encierra. El bautismo y las tentaciones hablan de la profunda transformación que produjo en él una experiencia que se pudo prolongar durante años. Jesús descubrió el sentido de su vida, lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para los demás.
Los cuatro evangelistas resaltan la importancia que tuvo para Jesús el encuentro con Juan el Bautista y el descubrimiento de su misión. A pesar de que es un reconocimiento de cierta dependencia de Jesús con relación a Juan. Ningún relato nos ha llegado de los discípulos de Juan. Todo lo que sabemos de él lo conocemos a través de los escritos cristianos. Si a pesar de que se podía interpretar como una subordinación, lo han narrado todos los evangelistas, quiere decir que tiene grandes posibilidades muy de ser histórico. Celebramos hoy el verdadero nacimiento de Jesús. Él mismo nos dijo que el nacimiento del agua y del Espíritu era lo importante. Si seguimos celebrando con mayor énfasis el nacimiento carnal, es que no hemos entendido el mensaje evangélico. Nuestra religión sigue empeñada en que busquemos a Dios donde no está. Dios no está en lo que podemos percibir por los sentidos. Dios está en lo hondo del ser y allí tenemos que descubrirlo. El bautismo de Jesús tiene un hondo calado porque nos lanza más allá de lo sensible. Lucas no da ninguna importancia al hecho físico. Destaca los símbolos: Cielo abierto, bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están relacionadas con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad, Dios está en los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal de que Dios se acerca a los hombres. Esa venida tiene que ser descrita de una manera sensible para poder ser percibida. Lo importante no es lo que sucedió fuera, sino lo que vivió Jesús dentro de sí mismo. El gran protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres lecturas se hace referencia directa a él. En el NT el Espíritu es entendido a través de Jesús; y a la vez, Jesús es entendido a través del Espíritu. Esto indica hasta qué punto se consideran mutuamente implicados. Comprenderemos esto mejor si damos un repaso a la relación de Jesús con el Espíritu en los evangelios, aunque no en todos los casos “espíritu” significa lo mismo. Marcos: 1,10 Vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él. 1,12 El Espíritu lo impulsó hacia el desierto. Mateo: 3,16 Se abrieron los cielos y vio el Espíritu de Dios que bajaba como paloma. Lucas: 3,22 El Espíritu Santo bajó sobre él en forma corporal como una paloma. 4,1 Jesús salió del Jordán lleno del Espíritu Santo. 4,14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a galilea. 4,18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Juan: 1,32 Yo he visto que el Espíritu que bajaba del cielo y permanecía sobre él. 1,33 Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu, es quien bautiza con E. S. y fuego. 3,5 Nadie puede entrar en el Reino, si no nace del agua y del Espíritu. 6,63 El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada. Hay que recordar que estamos hablando de la experiencia de Jesús como ser humano, no de la segunda o de la tercera persona de la Trinidad. Lo que de verdad nos debe importar a nosotros es el descubrimiento de la relación de Dios para con él, como ser humano, y la respuesta que el hombre Jesús dio a esa toma de conciencia. Lo singular de esa relación es la respuesta de Jesús a esa presencia de Dios-Espíritu en él. El bautismo no es la prueba de la divinidad de Jesús, sino la prueba de una verdadera humanidad. En el discurso de Juan en la última cena, Jesús hace referencia al Espíritu que les enviará, pero también les dice que no les dejará huérfanos. Esas dos expresiones hacen referencia a la misma realidad. También dice que el Padre y él vendrán y harán morada en aquel que le ama. Jesús se siente identificado con Dios, que es Espíritu. No tenemos datos para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, pero los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación mucho más que personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa inusitada en aquella época y aún en la nuestra. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios. El único objetivo de su predicación fue que también nosotros lleguemos a esa misma experiencia. La comunicación de Jesús con su "Abba", no fue a través de los sentidos ni a través de un órgano portentoso. Se comunicaba con Dios como nos podemos comunicar cualquiera de nosotros. Tenemos que descartar cualquier privilegio en este sentido. A través de la oración, de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. En este caso, Lucas dice que esa manifestación de Dios en Jesús se produjo “mientras oraba”. El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia de criatura. Dios como creador está en la base de todo ser creado, constituyéndolo en ser. Yo soy yo porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está comunicando Dios; es el mismo ser de Dios en mí. Solo una cosa me diferencia de Dios: mis limitaciones. Esas sí son mías y hacen que yo no sea Dios, ni criatura alguna pueda identificarse absolutamente con Dios. Lo importante para nosotros es intentar descubrir lo que pasó en el interior de Jesús y ver hasta qué punto podemos nosotros aproximarnos a esa misma experiencia. La experiencia de Dios que tuvo Jesús no fue un chispazo que sucedió en un instante. Más bien tenemos que pensar en una toma de conciencia progresiva que le fue acercando a lo que después intentó transmitir a los discípulos. Los evangelios no dejan lugar a duda sobre la dificultad que tuvieron los primeros seguidores de Jesús para entender esto. Eran todos judíos y la religiosidad judía estaba basada en la Ley y el templo, es decir, en una relación puramente externa con Dios. Para nosotros esto es muy importante. Una toma de conciencia de nuestro verdadero ser no puede producirse de la noche a la mañana. ¿Cómo interpretaron los primeros cristianos, todos judíos, este relato? Dios, desde el cielo, manda su Espíritu sobre Jesús. Para ellos Hijo de Dios y ungido era lo mismo. Hijo de Dios era el rey, una vez ungido; el sumo sacerdote, también ungido; el pueblo elegido por Dios. Lo más contrario a la religión judía era la idea de otro Dios o un Hijo de Dios. ¿Cómo debemos interpretar nosotros esa interpretación? Hoy tenemos conocimientos suficientes para recuperar el sentido de los textos y salir de una mitología que nos ha despistado durante siglos. Jesús es hijo de Dios porque salió al Padre, imitó en todo al Padre, le hizo presente en todo lo que hacía. Pero entonces también yo puedo ser hijo como lo fue Jesús. Sabían de signos, de señales en el cielo estrellado. Leían. Estudiaban. Buscaban. Esperaban. Se les llama magos, sabios. Pero algo concluyó aquella noche al reconocer una estrella concreta que les puso en marcha en la dirección que les señalaba.
Quizás llegaron a Jerusalén pensando que el pueblo estaría de fiesta y preguntaron inocentemente: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Es que vimos una estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo; con la naturalidad de quienes dan por hecho que allí les darían datos del nacimiento del Mesías que el pueblo de Israel esperaba desde la antigüedad. “El rey Herodes, al oírlo, se sobresaltó y con él toda Jerusalén”. ¡Es normal el sobresalto! Unos extranjeros preguntando por algo que, por mucho que supieran y esperaran algún día, no podría ser anunciado de esa manera. “Así que convocó a los sumos sacerdotes y escribas del pueblo y les preguntó dónde debía nacer el Cristo”. Ellos le respondieron: ‘En Belén de Judá, porque así lo dejó escrito el profeta’. Por si no le quedaba claro a Herodes siguieron: “Y tú, Belén de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel”. Herodes conocía, sin duda, las palabras del profeta, habría sido instruido desde su juventud en la Ley, pero era rey, tenía poder y debió de ser costoso pensar en las repercusiones que podría tener para él la llegada del Mesías. Implicaría una pérdida de poder y toda la parafernalia que rodea a los poderes desde que el mundo es mundo. “Llamó aparte a los magos y, gracias a sus datos, pudo precisar el tiempo de la aparición de la estrella. Después les envió a Belén con este encargo: ‘Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando lo encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarlo”. Aquí empieza la manipulación del poderoso intentando hacerse con toda la información para ejecutar un plan que ayudara a preservar su status. Más de lo mismo a lo largo de la historia de la humanidad y siempre generando víctimas inocentes. No fue muy original el villano Herodes. Todo un clásico. “Ellos, confiados, se pusieron en camino. La estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño”. Siempre aparecen signos en la historia de quien busca, si es que es una búsqueda sincera. Si parte de dentro de quien se ha de poner en camino. Hay signos pero no siempre los vemos. Sucede a veces que, aun viéndolos los rechazamos porque la prepotencia no deja espacio y ni valora nada que no pueda ser tocado, medido y pesado. Así los signos se difuminan, se esfuman… y los buscadores se mueven perdidos por bosques desconocidos. “Al ver la estrella, se llenaron de una inmensa alegría”. La estrella como signo, y su confiada certeza les llevó hasta la meta deseada: “Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre. Entonces se postraron y lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.” Símbolos para honrar a quien esperaban y encontraron. Sigue el relato (Mt 2, 16*): “Avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino”. Parece que también hacían caso a los sueños. Con sensatez y sin más explicaciones “regresaron a su país por otro camino”. Como decimos ahora, ningunearon al sobresaltado y manipulador rey Herodes, que “al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y mandó matar a todos los niños de Belén y de su comarca, menores de dos años”. Orgía de muerte contra inocentes. En nuestro tiempo lo llaman “daños colaterales”. Epifanía es manifestación. Sí, Dios se manifiesta. Luego habrá que abrir el corazón de a esa manifestación que viene en forma de signos, certezas y sueños. ¿Una estrella? Sí, porqué no. ¿Una intuición? Sí, porque “la intuición sin miedo es fecunda y creativa” esto me dijo en una ocasión un sabio monje. Para mí, a estas alturas de vida, unos pequeños personajes me provocan de continuo; me hacen estar especialmente atenta a lo que dicen casi sin ser conscientes de lo que están diciendo. Me despiertan de la dormidera, la rutina, el aburrimiento de los adultos resabiados (¡pobres!) que queremos darles lecciones y acabamos domesticándoles. Son los niños y niñas pequeños que tengo alrededor. Ellos no miran signos, ni sueños… no lo necesitan. Ellos son epifanía de la Epifanía que celebramos el 6 de enero, son la certeza de que Dios se manifiesta en cada uno de nosotros, pero ellos aún lo llevan a flor de piel. Translucen. Estemos atentos a nuestros pequeños maestros, cuidémoslos. Queda bien claro en la escritura lo que dijo, el que nació en Belén de Judá, cuando se puso a contarlo. El autor del primer evangelio (el de Mateo), que probablemente reside en Antioquía de Siria, lleva años viviendo una experiencia muy especial: aunque Jesús fue judío, la mayoría de los judíos no lo aceptan como Mesías, mientras que cada vez es mayor el número de paganos que se incorporan a la comunidad cristiana. Algunos podrían interpretar este extraño hecho de forma puramente humana: los paganos que se convierten son personas piadosas, vinculadas a la sinagoga judía, pero no se animan a dar el paso definitivo de la circuncisión; los cristianos, en cambio, no les exigen circuncidarse para incorporarse a la iglesia.
Mateo prefiere interpretar este hecho como una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un relato que no debemos interpretar históricamente, sino como el primer cuento de Navidad. Un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales. La estrella Los antiguos estaban convencidos de que el nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III: “Se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo. Yo mismo he podido leer en el Tratado de los Cometas, del estoico Queremón, que han aparecido a veces en vísperas de algún acontecimiento favorable; de lo que nos proporciona numerosos ejemplos” (Contra Celso I, 58ss). Sin necesidad de recurrir a lo que pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición del Mesías. El bueno: los magos De acuerdo con lo anterior, nadie en Israel se habría extrañado de que una estrella anunciase el nacimiento del Mesías. La originalidad de Mt radica en que la estrella que anuncia el nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá. Pero la gente normal no se pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho de astronomía. ¿Quién podrá distinguirla? Unos astrónomos de la época, los magos de oriente. La palabra “mago” se aplicaba en el siglo I a personajes muy distintos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes sobrenaturales, a propagandistas de religiones nuevas y a charlatanes. En nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior, como luego veremos. El malo: Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas La narración, muy sencilla, es una auténtica joya literaria. El arranque, para un lector judío, resulta dramático. “Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes”. Cuando Mt escribe su evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le llevó incluso a asesinar a sus hijos y a su esposa Mariamme. Si se entera del nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo mata. Un cortocircuito providencial Y se va a enterar de la manera más inesperada, no por delación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habilidad narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estrellas. Omite su descubrimiento y su largo viaje. La estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén. Nada más llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. Una bomba para Herodes. El contraste Y así nace la escena central, importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y la consulta a sacerdotes y escribas. La respuesta es inmediata: “En Belén, porque así lo anunció el profeta Miqueas”. Herodes informa a los magos y éstos parten. Pero van solos. Esto es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autoridades políticas y religiosas judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús. Conocen la Biblia, saben las respuestas a todos los problemas divinos, pero carecen de fe. Mientras los magos han realizado un largo e incómodo viaje, ellos son incapaces de dar un paseo de nueve kilómetros. El Mesías es rechazado desde el principio por su propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá años más tarde. Los magos no se extrañan ni desaniman. Emprenden el camino, y la reaparición de la estrella los llena de alegría. Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad (incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa de Herodes. Los Reyes magos no son los padres, somos nosotros A alguno quizá le resulte una interpretación muy racionalista del episodio y puede sentirse como el niño que se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten. Nosotros somos los herederos de esos paganos convertidos. Y debemos preguntarnos hasta qué punto nos parecemos a ellos. No se trata de hacer un largo viaje de miles de kilómetros, ni de llevar regalos costosos. A Jesús lo tenemos muy cerca: en la iglesia, en el prójimo, en nosotros mismos. ¿Tenemos el mismo interés de los Magos en presentarnos ante él y adorarlo? Si buscamos en nuestro interior, encontraremos algo que ofrecerle. La mitificación de la estrella La estrella ha atraído siempre la atención, y sigue ocupando un puesto capital en nuestros nacimientos. Mt, al principio, la presenta de forma muy sencilla, cuando los magos afirman: “hemos visto salir su estrella”. Sin embargo, ya en el siglo II, el Protoevangelio de Santiagola aumenta de tamaño y de capacidad lumínica: “Hemos visto la estrella de un resplandor tan vivo en medio de todos los astros que eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos invisibles”. Y el Libro armenio de la infancia dice que acompañó a los magos durante los nueve meses del viaje. En tiempos modernos incluso se ha intentado explicarla por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno, ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la infancia? ¿Y cómo va a pararse una estrella encima de una cuna? Para Dios «nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites. El número y nombre de los magos En el Libro armenio de la infancia (de finales del siglo IV) se dice: “Al punto, un ángel del Señor se fue apresuradamente al país de los persas a avisar a los reyes magos para que fueran a adorar al niño recién nacido. Y éstos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el momento en que la Virgen daba a luz... Y los reyes magos eran tres hermanos: el primero Melkon (Melchor), que reinó sobre los persas; el segundo, Baltasar, que reinó sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tuvo en posesión los países de los árabes”. Para Mt, el dato esencial es que no son judíos, sino extranjeros. Según Justino proceden de Arabia. Luego se impone Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce. El contraste entre la primera lectura y el evangelio La liturgia parece ver en el relato de los magos el cumplimiento de lo anunciado en el libro de Isaías (Is 60,1-6). Sin embargo, la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos, los judíos desterrados, la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él. Es una de las fiestas más antiguas, anterior a la Navidad. “Epifanía” significa en griego manifestación. Parece ser que en su primer significado hacía referencia a la primera luz que aparecía en Oriente y anunciaba el nuevo día. Hasta hace bien poco se conmemoraban este día tres ‘manifestaciones’ de Jesús: la adoración de los magos, la boda de Caná y el bautismo. Hoy celebramos en occidente la adoración de los magos, más conectada con la Navidad y como símbolo de la llamada de todos los pueblos a la salvación ofrecida por Dios en Jesús. En oriente se sigue celebrando hoy la Navidad.
El relato que hoy leemos del evangelio de Mateo, no hay la más mínima posibilidad de que sea histórico. Esto no nos debe preocupar en absoluto, porque lo que se intenta con esa “historia” es dar un mensaje teológico. Dios se está manifestando siempre. El que lo descubre tiene que convertirlo en imágenes para poder comunicarlo a los que no lo han descubierto. Si nos quedamos en los signos, no descubriremos la realidad. Dios se manifiesta siempre pero lo descubrimos solo en circunstancias muy concretas. El concebir la acción de Dios como venida de fuera y haciendo o deshaciendo algo en el mundo material, sigue jugándonos muy malas pasadas. Muchas veces he intentado explicar cómo es la actuación de Dios, pero acepto que es muy difícil de comprender, mientras sigamos creyendo en un Dios todopoderoso, apto para hacer o deshacer cualquier entuerto. Pensemos, por ejemplo, en el comienzo de la mayoría de las oraciones de la liturgia: “Dios todopoderoso y eterno… para terminar pidiendo algo.” Debemos superar la idea de Dios creador como hacedor de algo que deja ahí fuera. Dios no puede desentenderse de la criatura, como hacemos nosotros al ‘crear’ algo. Lo que llamamos creación es manifestación de Dios, que está ahí sosteniendo en el ser a su criatura. Imaginad que la creación es la figura que se refleja en el espejo. Si quitamos del medio la realidad reflejada, el espejo no podría reflejar ninguna imagen. Dios crea porque es amor y en la creación manifiesta su capacidad de unir. Al crear Dios solo puede buscar el bien de las criaturas, no puede esperar nada de ellas para Él. La creación no falla nunca. Siempre está manifestando a su creador. En el Génesis se repite una y otra vez, que lo que iba haciendo Dios era “bueno”. Cuando llega a la creación del hombre, dice: era todo “muy bueno”. La idea de un Dios que tiene que estar haciendo chapuzas con la creación es mezquina. La idea de una salvación como reparación de una creación que le salió mal, es consecuencia de un maniqueísmo mal disimulado. Cada ser humano puede no ser consciente de lo que es y vivir como lo que no es, pero seguirá siendo manifestación de Dios y como tal único y perfecto. Podemos seguir diciendo, que Dios actúa puntualmente en la historia, que se sigue manifestando en los acontecimientos, pero conscientes de que es una manera impropia de hablar. Con ello queremos indicar que el hombre, en un momento determinado, se da cuenta de la acción de Dios, y para él es como si en ese momento Dios hiciera algo. Como Dios está en toda criatura y en todos los acontecimientos, está ahí en todo momento. La manifestación de Dios es siempre la misma para todos, pero solo algunos, en circunstancias concretas, llegan a descubrir su teofanía. La presencia de Dios nunca puede ser apodíctica, nunca se puede demostrar, porque no tiene consecuencias que se puedan percibir por los sentidos y por lo tanto no se puede obligar a nadie a admitir esa presencia. Es indemostrable. Tener esto claro equivaldría a desmontar todo el andamiaje de las acciones espectaculares como demostración de la presencia del poder de Dios. No digamos nada cuando ese poder se quiere poner al servicio de los “buenos”, e incluso, en contra de los “malos”. Pascal decía: “Toda religión que no confiese un Dios escondido, es falsa”. Dios es el Dios que se revela siempre y el que siempre está escondido. La experiencia de los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el ausente. S. Juan de la Cruz lo dejó claro: "A donde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eras ido." Y el místico sufí persa Rumi dice: "Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu faz escondida”. El relato de los Magos no hace referencia a personas sino a personajes. Ni eran reyes, ni eran magos, ni eran tres. Eran sabios que escudriñaban el cielo para entender la tierra. Porque estaban buscando, encontraron. Fijaros que lo descubren los que estaban lejos, pero no se enteraron de nada lo que estaban más cerca del niño. Para descubrir la Presencia lo único definitivo es la actitud. Al descubrir algo sorprendente, se pusieron en camino. No sabían hacia donde encaminarse, pero arriesgaron. Otro mensaje importantísimo para los primeros cristianos, casi todos judíos, es que todos los seres humanos están llamados a la salvación. Para nosotros hoy esto es una verdad obvia, pero a ellos les costó Dios y ayuda salir de la conciencia de pueblo elegido. Pablo lo propone como un misterio que no había sido revelado en otro tiempo: “También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa”. Lo definitivo no es pertenecer a un pueblo sino estar en búsqueda. Preguntan por un Rey de los judíos, clara contraposición al rey Herodes. La ciudad se sobresaltó con él, es decir identificada con el rey en su tiranía. Es Herodes el que lo identifica con el Mesías. Los sacerdotes y escribas “sabían” donde tenía que nacer, pero no experimentan ninguna reacción ante acontecimiento tan significativo. Una vez más se demuestra que el conocimiento puramente teórico no sirve de nada. En aquellas culturas, el signo de la presencia extraordinaria de Dios en una vida humana era la estrella. Se creía que el nacimiento de toda persona estaba precedido por la aparición de su estrella. El relato nos dice que la estrella de Jesús, solo la pudo ver el que está mirando al cielo. Solo los que esperan algo están en condiciones de aceptar esa novedad. Los magos insatisfechos siguen escudriñando el cielo y por eso pueden detectar la gran novedad de Jesús. En Jerusalén nadie la descubre. Los dones que le ofrecen son símbolo de lo que significa aquel niño para los primeros cristianos después de haber interpretado su vida y su mensaje. El oro, el incienso y la mirra son símbolos místicos de lo que el niño va a ser: el oro era el símbolo de la realeza. El incienso se utilizaba en todos los cultos que solo se tributan a Dios; la mirra se utilizaba para desparasitar el cuerpo y para embalsamarlo, como hombre. (Definimos arquetipo como prototipo ideal que sirve como ejemplo o pauta para reproducirlo).
Hoy, primer día del año 2022. Empieza un año en nuestro calendario: para la fe, es una continuidad, para el planeta es una millonésima de segundo en el conjunto de los billones de años del Universo. Y aquí estamos, muy puestos en decidir quién es quién en el conjunto de nuestro planeta: Quién toma las decisiones de quién vive y quién se extingue… también en la comunidad cristiana, nuestras decisiones pueden decidir quién se conecta con el Dios Vivo o quién sigue apoyando una religiosidad moribunda. Y la liturgia de hoy nos viene enmarcada en una gran Bendición o decir-bien, de todo, y ello nos recuerda el deseo y cariño de una madre, lo que necesitamos ser para gestar la nueva humanidad. Empieza así: …El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti, y te conceda la paz. (Números 6, 22-27) El tiempo actual no es muy distinto del de los orígenes del Cristianismo, por su complejidad socio-política y también religiosa. El Evangelio de Lucas nos cuenta al principio de su relato que un anuncio al sacerdote del templo, Zacarías, no acogido, le deja mudo, porque interrumpe la comunicación con Dios al no fiarse de su Palabra, él, el que rezaba en nombre de todo el pueblo. Entiendo la mudez también como el que hablando no dice nada, homilías repetitivas… ausencia de profetismo también en los responsables del templo de hoy. La mudez de Zacarías, contrasta con la fe de su anciana esposa, que se atreve a creer contra toda lógica, y concibe y da a luz a un profeta, el cual, aprendió de su madre a serlo, anunciando con su vida que venía otro a quien él sólo preparaba el camino. Esta fue la experiencia de Isabel, que recibe la visita inesperada de Miriam de Nazaret que también está gestando la vida que viene del Espíritu- Ruah. Ellas toman otra ruta, y fecundadas por el Espíritu del Dios vivo, caminan y corren y se abrazan y danzan y denuncian la injusticia, anunciando un tiempo nuevo. Isabel acoge el anuncio, y también la joven Miriam, quién a diferencia de Zacarías –el cual pide garantías– pregunta con inteligencia y apertura, cómo será aquello, y en ese diálogo –primera escuela de oración cristiana– la mujer de tú a tú con Dios, es la que propicia la presencia humana del Abba: Jesús. Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer… como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre. Así que ya no eres siervo sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios (Gal 4,4-7) Los signos son para que entendamos por dónde anda Abba. Y nos hablan de una cueva, lugar que solemos esconder, tal vez lo identificamos con nuestra sombra, sin saber que ahí está la luz. Y nos hablan de unos astrólogos que siguiendo las estrellas se encuentran con Su estrella. Y nos dicen por dónde ir para encontrarla y por donde no ir. Está claro, el único camino es el que evitamos. Evitamos bajar a nuestra cueva, evitamos la intemperie por donde andan los pastores, los que también se dejan acompañar por las estrellas. ¡Qué poco nos gusta la noche! y sin embargo, es en el único espacio donde se pueden contemplar y disfrutar de las estrellas. Sólo que haya una luz artificial, ya brillan menos, y como consecuencia, nos cuesta discernir por dónde seguir. Y nos dice Lucas, que la señal es encontrar a un niño envuelto en pañales…maravillosa descripción de la humanidad de Dios. Y a una chica: María que conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior (Lc 2,19). Y yo sugiero que esta es una señal para nuestro mundo vacío de espiritualidad, cansado de una religión casi muda, o a veces, preferentemente muda. La señal es que al inicio del cristianismo, está UNA MUJER QUE MEDITA. Ella nos lo dice todo. Este es el arquetipo que hemos obviado y que mientras no lo atendamos y cultivemos, no veremos las estrellas, ni niños en las fronteras, ni mujeres consagrando la vida. Tampoco la madre de Jesús es digna del sacerdocio, por ser mujer (???) Ella consagra su vida a educar al que nos dará la siguiente clave, la que llena la meditación silenciosa de Vida y futuro: Al principio ya existía la Palabra, y la palabra era Dios. Ella contenía vida y la vida era la luz para la humanidad: esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado… a los que la aceptan los hace capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su persona… (Jn 1, 1ss) María encuentra en el silencio reflexivo el consuelo, el camino y la fuerza para gestar la Palabra, como nosotros, cuando oramos desde el silencio, escuchando la Palabra que, como en ella, toma la forma del Cristo. María nos abre el camino, hoy, primer día de un año, que se nos regala, y que es un gran interrogante, para que lo vivamos en plenitud, como hijas de Dios. Que el Señor nos bendiga y proteja. Que nos ilumine y se fije en nosotrxs para que merezcamos ser llamadxs hijxs de Dios. La meditación es la llave que abre la puerta a la cueva y que nos conduce a la Fuente. Es en ese silencio donde nos unimos con todas las personas de bien, de todas las religiones y espiritualidades, que han descubierto ahí la vida. Es la gran herramienta que puede enderezar el eje de nuestra vida y el del Planeta. Y, como siempre, todo empieza con una mujer. Feliz Año todas las mujeres, que como María de Nazaret bendecís, consagráis, predicáis, acompañáis la Vida. ¡Feliz y bien-empezado 2022! El himno-prólogo del cuarto evangelio constituye un canto a lo realmente real, que es nombrado con el término Logos (luego traducido como Verbum en latín y Palabra en castellano, con lo que, en cierto sentido, perdió la fuerza de su significado original).
Se trata de un texto que intenta armonizar “mapas” diferentes para hacerlos “confluir” en la creencia en Jesús como “Hijo único” de Dios. Tal intento hace que, por momentos, el texto resulte confuso: si bien afirma que el “Logos” es distinto de Dios, añade, sin embargo, que es Dios. No resulta difícil entender que la fe cristiana leyera el texto en clave trinitaria. Sin embargo, es posible una lectura previa, no teísta, en la que Logos sería el término para referirse a lo realmente real, Aquello que está más allá de todo nombre. En este sentido, sería un término equiparable a estos otros: Tao, Ser, Consciencia, Vida, Totalidad… Y todos ellos apuntan -no pueden hacer más- a Aquello que es la fuente y el “núcleo” último de todo lo real, Lo que es, Plenitud de vida, de luz y de amor. El evangelio y la creencia cristiana atribuyen esta plenitud a Jesús, en lo que consistió la más grave herejía para el judaísmo: atribuir a un hombre naturaleza divina. Para el estricto monoteísmo judío resultaba algo aberrante. De manera similar, el cristianismo considera herética la afirmación según la cual, lo que su creencia afirma sobre la persona de Jesús es válido para todos los seres humanos. Por decirlo de modo más preciso: en todos nosotros se cumple lo que este prólogo afirma de Jesús. Como en él, nuestra identidad última es el Logos, Plenitud de vida, de luz y de amor. No decimos que nuestro “yo” sea todo eso -el yo es solo una “forma” temporal en la que se está experimentando el Logos-, sino que, más allá de la personalidad particular, nuestra identidad es una con todo lo que es. Solo nos queda caer en la cuenta y vivirnos desde ella. Con lo cual, se hace manifiesta de modo inmediato una primera “moraleja”: siendo plenitud, ¿cómo nos vivimos habitualmente perdidos en la confusión y el sufrimiento que nacen de su “olvido”? ¿Qué es para mí lo realmente real? |
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