El verano es un buen caladero de libros por aquello de tener más tiempo para la lectura y hacerlo en horas en las que sería impensable en el resto del año. Y entre los libros que tengo seleccionados para estos meses, destaco una reedición de especial interés para quienes frecuentan este Punto de encuentro, y acabo de finalizar. Me refiero a la obrita de James D. G. Dunn, Redescubrir a Jesús de Nazaret (Ediciones Sígueme).
Este teólogo nos pone sobre aviso del error que ha supuesto haber contrapuesto “el Jesús histórico” y “el Cristo de la fe” por parte de no pocos especialistas como reacción contra el exceso que supuso el Cristo del dogma cristiano: el Cristo católico apenas era una figura humana, decían. Por tanto -opina Dunn- bastantes optaron por trascender el Cristo de la fe para recuperar al Jesús histórico y “rescatar a Jesús del cristianismo” (Robert Funk) como si en la búsqueda del Jesús histórico, la fe supone un obstáculo que lleva al investigador por el camino equivocado. Hoy tenemos mucho de esto a nuestro alrededor complicando la verdadera dimensión trascendente de todo un Dios que se hace uno de nosotros para convertirse en Buena Noticia. Resultaría un grave error querer reducir el nacimiento del Evangelio a un interés histórico al margen de la fe, pues los evangelios son un producto de la fe. De hecho, para Dunn los apóstoles creyeron en Jesús antes incluso que la experiencia post pascual uniéndose a su misión dejándolo todo y confiándole sus vidas. Cierto es que al principio entendieron a medias el Mensaje, pero su apuesta radical está fuera de duda. Lo que cambia de sus relatos no es lo esencial, sino la adaptación a los diferentes auditorios y situaciones. A juicio de James Dunn, todo no comienza con la experiencia posterior del Resucitado, sino en cada momento del día a día de sus seguidores y seguidoras más cercanos que fueron sorprendiéndose de la manera de entender su Mensaje tan a contracorriente de lo que se predicaba y ordenaba entonces. Esto es histórico y a la vez producto de la fe que acabó siendo el sustrato -oral- de las experiencias escritas que cambiaron sus vidas, reforzadas, claro, con la experiencia de Pentecostés. Por tanto, la imagen de Jesús está marcada profundamente por su Misión en clave de fe. La Tradición pudo comenzar de forma oral antes de poner por escrito las experiencias vividas (Marcos y la fuente Q. Incluso Pablo, el primero que puso por escrito la experiencia cristiana). Lo importante no es conocer si Jesús dijo exactamente esta frase así de literal o no, sino su autoridad y veracidad basada en lo que hizo y dijo, que ha quedado como un referente emblemático. Es decir, lo esencial es la impresión global que ha quedado fijada en los evangelios, sobre todo en los sinópticos, la impronta imborrable que arrastró y sigue arrastrando a tantos al seguimiento radical a Jesús y su Mensaje; su manera frecuente de hablar y actuar como una tendencia clara y radical en el sentido de transformadora y con el amor como epicentro de todo. Más que una realidad histórica por su literalidad, lo es por su mensaje emblemático y veraz. Lo que importa no es la literalidad sino el trasfondo inequívoco de su mensaje en clave de fe. En definitiva, solo la fe de los discípulos nos ha permitido conocer al Jesús histórico, más allá de cuatro referencias romanas superficiales que refuerzan la existencia de Jesús como ser humano que existió en un momento concreto de la historia. Por lo tanto, la verdadera fe en Jesús no es una cuestión solo de ortodoxia reglada sino de ortopraxis hecha vida al calor de su Mensaje desde la fe. Y tan potente es, que ello es lo que da valor y sentido al Jesús histórico. Acabo ya, en el peor de los casos este pequeño libro nos hará reflexionar en oración para conocer mejor a Jesús el Cristo con la ayuda, eso sí, del Espíritu. ¡Que aproveche!
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“Un sacerdote, si no es humano, no sirve de nada: le falta el corazón” por: Rufo González12/21/2021 Otro discurso de Francisco sobre el sacerdocio para célibes y casados
Los célibes están en peores condiciones objetivas para educar en humanidad En la sala Clementina (10.06.2021), recibió al Seminario Regional de las Marcas “Pío XI”. Sigo el texto del Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede del 10 de junio de 2021. Son reflexiones inspiradas en San José, «figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana» (Patris corde, 08.12.2020) y “a la llamada que Dios ha querido dirigirnos”. Todas estas ideas sobre el sacerdocio pueden vivirse en celibato y en matrimonio. Habrá algunas más fáciles para unos que para otros. Pero lo sustancial de la vocación ministerial pueden vivirlo solteros y casados. En ninguna reflexión aparece la necesidad del celibato. Ni el Papa lo destaca en ningún texto. Pide a los formadores que sean “lo que José fue para Jesús… El Hijo de Dios aceptó dejarse amar y guiar por sus padres, María y José… La formación sacerdotal es un proceso evolutivo, que se inicia en la familia, prosigue en la parroquia, se consolida en el seminario y dura toda la vida… Que aprendan más de vuestra vida que de vuestras palabras: la docilidad de vuestra obediencia, la laboriosidad de vuestra dedicación al trabajo, la generosidad hacia los pobres, la paternidad de vuestro afecto vivo y casto (libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida)”. Habría que decir que “Jose fue para Jesús”, en primer lugar, “esposo de María, su madre”. Los formadores casados pueden dar testimonios humanamente más ricos que los célibes. Enseñarían respeto a la mujer, esposa y compañera, “descolonizando la mente” de machismo y clericalismo. Ya lo apuntaba San Pablo: “Conviene que el supervisor (`epíscopos´: obispo) sea… marido de una sola mujer…; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1Tim 3,2.4-5). También los formadores casados enseñan a “seguir el ejemplo de Jesús que se dejó educar dócilmente por José…, a discernir su propia vocación, a escuchar y confiar en María y José, a dialogar con el Padre para comprender su misión. Aprendió de sus padres la humanidad y la cercanía”. Se necesitan sacerdotes: “capaces de comunicar la bondad del Señor…, expertos en humanidad, dispuestos a compartir las alegrías y las penas de sus hermanos, que se dejen marcar por el grito de los que sufren”. Los célibes están en peores condiciones objetivas para educar en humanidad. Y no digamos si encima se les aparta de la vida real con el celibato obligatorio, vestido singular, prohibición de trabajo civil, vivienda eclesial, conciencia supremacista de elegidos, consagración exaltada por encima del bautismo, títulos cuasi-divinos… Se vuelven extraterrestres, incapaces de entender la voluntad clara del Creador: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18). Su celibato es fuente de clericalismo. El poder clerical, omnímodo en su ámbito, ejerce de recompensa psíquica de la privación celibataria. Ello explica la rigidez típica clerical, sobre todo, en ética sexual. Hay que recibir la humanidad “del Evangelio y del Sagrario”: “buscadla en la vida de los santos y de tantos héroes de la caridad, pensad en el ejemplo genuino de quienes os transmitieron la fe, de vuestros abuelos, de vuestros padres, leed también a los escritores que han sabido escrutar el alma humana, a los grandes humanistas… Un sacerdote, si no es humano, no sirve de nada: le falta el corazón”. De hecho “padres, abuelos y los grandes humanistas” aportan más humanidad por estar casados. El Seminario no debe alejaros de la realidad: “debe acercaros más a Dios y a vuestros hermanos… Ensanchad los límites de vuestro corazón…, extendedlos al mundo entero, apasionaos por lo que `acerca´, `abre´, `hace encontrar´”. Desconfiad de los `espiritualismos gratificantes´: parecen dar consuelo, conducen a la cerrazón y a la rigidez: una de las manifestaciones del clericalismo… La rigidez carece de humanidad”. La realidad es que el Seminario aleja de la realidad. Ensayan una vida sólo de varones. Sin la presencia femenina es difícil madurar humanamente. Las dimensiones de la formación sacerdotal van juntas: “una actúa sobre la otra”. La primera es la dimensión humana: “vuestro mundo interior, vuestros sentimientos y afectividad. No os encerréis en vosotros mismo cuando atraveséis un momento de crisis o de debilidad: es propio de la humanidad hablar de ello… Abríos con toda sinceridad a vuestros formadores, luchando contra toda forma de falsedad interior”. – Dimensión espiritual: “la oración no sea ritualismo -los rígidos acaban en el ritualismo, siempre-… Sea la ocasión de encuentro personal con Dios, de diálogo y confianza con Él…. La liturgia y la oración comunitaria no se conviertan en una celebración de nosotros mismos… Enriqueced vuestra oración de rostros; sentíos ya desde ahora como intercesores por el mundo”. ¡Cuánta “celebración de sí mismos” hay en nuestra liturgia! Vestido lujosos, adornos exagerados, gestos afectados, mitras, pectorales, anillos, distancias del pueblo, palabras huecas… son algunos signos claros de “celebraciones del clero”, de nosotros mismos, de espectáculo lejos de la vida. – El estudio (dimensión intelectual): “adentraros con lucidez y competencia en la complejidad de la cultura y el pensamiento contemporáneos, a no tenerles miedo, a no serles hostiles… Tienes que entenderlo, tienes que dialogar y tienes que anunciar tu fe y anunciar a Jesucristo a este mundo, a este pensamiento”. Esto contradice el miedo a ciertos teólogos, cuyos libros están prohibidos en algunos centros formativos e incluso en algunas universidades eclesiásticas. – La formación pastoral: “os empuje a salir con entusiasmo al encuentro de la gente… Servir al Pueblo de Dios: ocuparse de las heridas de todos, especialmente de los pobres…. Disponibilidad para los demás: esta es la prueba segura del sí a Dios…. Nada de clericalismo… Ser discípulos de Jesús es liberarse de uno mismo y conformarse a sus mismos sentimientos, a Aquel que vino `no a ser servido sino a servir´ (Mc 10, 45). El verdadero pastor “está en el pueblo de Dios, ya sea delante -para mostrar el camino- o en medio, para entenderlo mejor, o detrás, para ayudar a los que se quedan rezagados, y también para dejar que el pueblo, el rebaño, nos indique con el olfato dónde hay nuevos pastos… Eres sacerdote porque tienes el sacerdocio bautismal y esto no podéis negarlo”. Reconocer el “sacerdocio bautismal” es una tarea pendiente en la mayoría del clero, especialmente de los ordenados en los últimos años. Presidir el pueblo, comunidad sacerdotal, supone compartir la responsabilidad, contar con todos, darles la palabra, tomar decisiones conjuntas, dejarse valorar, incluso retirarse del cargo cuando la comunidad nos lo pide razonadamente. Todo esto pueden hacerlo, al menos igual, sacerdotes casados y célibes, varones y mujeres. Dependerá de su valía personal, preparación y del buen espíritu que le anime. “Buscad en vuestras diócesis a los sacerdotes viejos: tienen la sabiduría del buen vino, os enseñarán a resolver los problemas pastorales… Se han cargado tantos problemas de la gente y les han ayudado a vivir más o menos bien, y han ayudado a morir bien a todos… Hablad con estos sacerdotes, que son el tesoro de la Iglesia. Muchos de ellos… a veces están olvidados o en una residencia de ancianos: id a verlos…”. También los sacerdotes casados “tienen la sabiduría del buen vino y enseñan a resolver los problemas pastorales”. El Vaticano II reconoce que en la Iglesia Oriental, hay presbíteros casados “muy meritorios” (`optime meriti´, PO 16). Y en la Occidental también los hay. Por desgracia, olvidados, marginados, dejados a la intemperie, sin contar con ellos para nada. Pero Jesús los reúne, sostiene y anima a ejercer “el ministerio del Espíritu” (2Cor 3,8), anunciando su Evangelio. El lenguaje inclusivo no cuestiona necesariamente ni el sexismo ni la discriminación. Lo que cuestiona es un modo disparatado de la expresión lingüística. Disparatado porque el neolenguaje propuesto, en primer lugar se pretende forzoso, y en segundo lugar hay entre lo propuesto alteraciones lingüísticamente monstruosas.
El lenguaje y el habla evolucionan, y en estos tiempos muy rápidamente. Pero una cosa es evolucionar, algo que atiende a un proceso natural ligado al uso y a la costumbre en el habla y la escritura, y otra cosa tratar de introducir en ambas, además casi súbitamente, un tumor. Hace cincuenta o sesenta años, la Real Academia de la Lengua Española, para evitar el extranjerismo “coñac”, ni corta ni perezosa, en su lugar y para denominar a la bebida espirituosa elaborada en la Región francesa de Cognac, introdujo en el Diccionario la palabra “jeriñac”. El fracaso fue estrepitoso. Jamás nadie la usó, desde luego no la usó en la escritura, a menos que fuese para ridiculizarla y ridiculizar el trance. La reforma del idioma castellano que pretende eliminar el lenguaje inclusivo es bestial. Se parece mucho a la Reforma luterana respecto a la religión del Vaticano. Pero es que, independientemente de los gravísimos reparos lingüísticos que son de una envergadura colosal que ni vale la pena analizar; independientemente de haber puesto en marcha desde las instituciones, una persona, un plan de reforma masiva del castellano que no puede responder más que a un personalismo insoportable; independientemente de que no hay noticia de que esas gentes reformistas del idioma hayan contrastado semejante y descabellado propósito con sus homólogos ideológicos franceses e italianos, por ejemplo, que hablan un idioma de la misma raíz latina y con los mismos géneros gramaticales, etc; independientemente de que concentrar tanta energía política en una iniciativa espantosa, sin pies ni cabeza, que si intenta desfigurar el habla y la escritura, también ha terminado relegándolos a un segundo plano, ensombreciendo los objetivos principales políticos y sociológicos de un partido político que ha perdido mucha fuerza pese a que era, y es, el único representante de la izquierda verdadera… Independientemente de esos cuatro aspectos del asunto, digo, el impacto que esa estupidez gigantesca, propia sólo de ególatras, ha causado en el electorado es brutal. Un electorado tachonado de ciudadanía entre 60 y más años que, si están hartos de franquismo y esperanzados en vivir una República, es también a buen seguro refractaria a las “modernidades”, a las excentricidades, a las extravagancias sin sentido. Un electorado al que esa ridícula y subitánea pretensión ha tenido que impresionarle desdeñosamente; impresión que, a su vez, debió contribuir también en las pasadas elecciones generales al derrumbamiento estrepitoso en escaños, del partido al que pertenece una idiota… Anochecía y desde diferentes partes del mundo y de España nos íbamos asomando y pedíamos «ser admitidas». Aquí no se pregunta por el género, ni la orientación política, sexual… sólo se admite al que quiere oler a evangelio con todas las debilidades humanas.
Carmen iba admitiendo a todas, con ese placer que produce decir sí a las personas que buscan, que sufren, que gozan porque van descubriendo la Vida y desean celebrarla en comunidad. Hay personas que lo online les parece frío, yo no puedo más que agradecer ese medio que nos acerca e interconecta. A raíz del blog Espiritualidad Integradora Cristiana y de los retiros y cursos que ofrecemos, se está formando una comunidad internacional de laicas, laicos y religiosas, de diferentes grupos y comunidades y partidos, que conectamos instantáneamente porque lo que nos une es el viejo evangelio que se hace Buena Noticia cuando se vive y se comparte. Yo me siento en la obligación, esta mañanita, de orar con todas y todos, desde la pantalla, para contaros lo que la comunidad dijo anoche sobre el evangelio de hoy. Entiendo que ésta es la tarea de la persona que coordina la celebración, y que no hace el de turno, con sus «ideas» repetidas y oxidadas tantas veces. Y silenciamos a la comunidad donde está el Espíritu. Así no. Entonces ¿cómo? Estas personas habíamos realizado la semana anterior un curso sobre la Eucaristía, inspirado en el capítulo 6º de Juan, que viene precedido por el 5º. El impacto en algunas personas ha sido importante al ir descubriendo la inmensa profundidad de cada palabra, cada gesto, cada interpretación actualizada por la exégesis y la oración. Además de esto todas habíamos preparado el Evangelio de hoy. Y así, después de un saludo sentido y saboreado, fuimos compartiendo en igualdad la palabra hecha carne. Tan hecha carne que la madre de Montse de Catalunya también se asomó, y con la carita propia de las mayores que están en otro registro nos saludó con una sonrisa que nos conectó con tantxs mayores medio aislados por enfermedades mentales que forman parte de nuestro paisaje diario en nuestros hogares. También ella necesitaba «ser admitida». El evangelio del pasado domingo, viene precedido por la comparación del Reino con una semillita de mostaza. Pero los oyentes y discípulos no han entendido la parábola porque no se esperaban que Jesús hablase de disposiciones interiores, sino de acción exterior. Jesús va enseñando cómo el Reino excluye la ambición de triunfo personal y de esplendor social. Los discípulos, con la ideología del judaísmo en sus venas, no lo entienden porque no han hecho suyo el secreto del Reino. Y ahí empieza nuestro texto de hoy: «se lo llevaron…aunque otras barcas estaban con él…». Los discípulos secuestran a Jesús para que no se salga de la ideología de su religión y mentalidad política. Las otras barcas, representan a las personas diferentes. Esta es la tormenta. Es la lucha por aferrarnos a lo que creemos. Podemos engañarnos porque es novedoso, pero es a esta actitud farisaica a la que Jesús grita «silencio, estate callado». Y la tormenta interior cesa, cuando la voz de Jesús, sus categorías, dejan espacio entre nuestros murmullos y deseos de triunfar. Y Jesús reprocha a los discípulos su miedo, que nace de su falta de adhesión a él, a sus categorías, tan distintas incluso de las de su religión. Y los discípulos sienten miedo del poder de Jesús, porque cuestiona el suyo. No es la pantalla lo que enfría las relaciones humanas, el compartir profundo, son otras cosas, otros miedos que frenan que se comparta desde dentro para seguir siendo aceptados o tal vez seguir adelante con lo que yo pienso… Anoche de nuevo se me hizo claro: no es el evangelio lo que está envejecido, somos nosotros con nuestros miedos quienes mantenemos un sistema no sólo eclesial, sino también personal muchas veces a «nuestra medida». Jesús abre camino, cruza fronteras, rompe vallas pero choca con una enorme y fuerte muralla: la mía. Si le dejo entrar, veremos en el capítulo siguiente, cómo todo cambiará: el país pagano es esa parte de mí que no se abre al Reino, esa cuenta en el paraíso fiscal, que me garantiza la supervivencia en caso de que todo se hunda. Me refiero a justificaciones interiores, no tanto al dinero. Esos paréntesis en el seguimiento que nos regalamos como homenaje a nuestro esfuerzo, y resulta que Jesús devuelve la paz a todo aquello que es violencia, porque construir murallas de defensa no hace sino crear tensión interior y en las familias y en las comunidades… Al llegar a la otra orilla Jesús y su cuadrilla se encuentran con otros personajes, entre ellos una piara de cerdos. «La piara» es el poder del dinero. Es el antireino. El dinero, poder, es el rostro del opresor que tiene que someter para ganar. Y podemos someter con la calumnia o con otros poderes, pero la dulce paz que nace del que se deja zarandear para ser liberado, no tiene precio. En «la otra orilla» hay peligros desconocidos, hay situaciones nuevas, pero la naturaleza nos indica que cuando las raíces están sanas hay un enorme sistema de «enganche» interno: es la comunidad que ora y vive el evangelio. Anoche una persona decía que estaba siendo calumniada y cuestionada por su comunidad religiosa porque pensaba diferente. El precio de esa libertad la hace feliz a pesar del dolor y la decepción. El evangelio no es fácil, pero es el camino que soluciona todo. Así, compartiendo despacito, como sacerdotes y profetas, anoche, 12 mujeres decíamos que sí a un estilo de vida que nos da la vida y que comunica vida. Nada más concluir el concilio Vaticano II hubo intensas discusiones sobre el papado. Muchas de ellas tuvieron eco en las páginas de la revista «Concilium» a lo largo de la década de 1960. De esos debates quedó la convicción de que es necesario conocer mejor la historia del papado, para evitar los anacronismos (proyectar al pasado las situaciones presentes) y las afirmaciones desprovistas de base histórica que permean el discurso acerca del gobierno central de la Iglesia católica. Ante un tema que toca puntos neurálgicos del sistema católico y de la sensibilidad católica, me parece importante anotar aquí algunos puntos básicos que suelen hacerse presentes cuando se habla sobre el papado.
1. Pedro en Roma El obispo Eusebio de Cesarea, teórico de la política universalista del emperador Constantino, en el siglo IV, redactó para las principales ciudades del imperio romano listas de la sucesión de obispos, en el intento de adaptar el sistema cristiano al modelo sacerdotal romano. Lo hizo de una forma bastante aleatoria. Así, escribe, por ejemplo, que Clemente fue ‘el tercer obispo de Roma’, después de Lino y Anacleto. Conocemos a Clemente romano por sus cartas, pero nada sabemos acerca de Lino y de Anacleto. Nadie sabe de dónde sacó Eusebio esos nombres, trescientos años después de los acontecimientos. Para dar consistencia a su tesis de que Pedro es el primer papa, Eusebio escribe, en el segundo libro (14,6) de su ‘Historia eclesiástica’, que el apóstol Pedro viajó a Roma al comienzo del reinado de Claudio, o sea, alrededor del año 44. ¿Qué dicen los escritos de Nuevo Testamento sobre eso? En Hechos de los apóstoles (12,17) se dice que Pedro, en el año 43, salió de Jerusalén y ‘fue a otro lugar’, sin especificar cuál. Los mismos Hechos relatan que Pedro está en Jerusalén en el año 49, con ocasión de la visita de Pablo. Nada se dice sobre la actuación del apóstol entre los años 43 y 49. Lo más probable es que haya viajado a Samaria como exorcista, pues los Hechos relatan su disputa con otro exorcista, de nombre Simón el Mago, que actuaba en aquella región. En fin, las fechas propuestas por Eusebio no se combinan con lo que los Hechos de los apóstoles nos narran. Los historiadores hoy concuerdan en decir que Eusebio es un historiador sospechoso, pues está involucrado en un proyecto que tiene como finalidad articular la política imperial en su relación con el cristianismo, y contar el movimiento cristiano ajustándolo a un modelo dinástico de tipo romano. Eusebio proyecta la imagen de la Iglesia del siglo IV hacia el pasado. Por ejemplo, proyecta la repartición territorial de las áreas de influencia (diócesis) –repartición que forma parte de la administración romana– a los primeros tiempos del cristianismo, sin ninguna base historiográfica. En los capítulos 4 a 7 de su Historia Eclesiástica, elabora listas de obispos monárquicos que se remontan hasta los apóstoles. En todo ello aparece la intención de asimilar las estructuras cristianas a la organización imperial de la época. Concluyendo, podemos decir que no hay base histórica para la afirmación de que Pedro haya estado en Roma, y con eso cae uno de los principales fundamentos del discurso oficial sobre el papado. 2. ‘Tu eres Pedro’ Hoy, las palabras ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’ figuran, con enormes letras, en el interior de la cúpula de la basílica de San Pedro, en Roma. Hay que recordar que se trata de un versículo aislado del evangelio de Mateo. Sin embargo, el sentido del versículo sólo aparece cuando es leído en el contexto, o sea, dentro de la secuencia de cuatro versículos: Mt 16,16-19. El historiador ortodoxo Meyendorff[1] muestra cómo esos versículos han sido entendidos en los siglos anteriores a Constantino y a la alianza entre las jerarquías cristianas y las autoridades del imperio romano. Se trata, según el historiador, de un elogio de Jesús dirigido a Pedro. Cuando éste afirma que Jesús no es un profeta entre otros, sino el ungido de Dios, Pedro muestra que Jesús no sigue la tradicional manera de actuar de los profetas del Antiguo Testamento, que amenazaban e intimidaban a las personas hablando de la ira de Dios por causa de los pecados y de la necesidad de penitencia. Pedro entiende que Jesús, que no amenaza ni condena, sino que apunta hacia el Reino de Dios, la gracia, la misericordia, el perdón, es diferente. Debe ser el ungido de Dios tan esperado, piensa él. Y Jesús elogia a Pedro por expresar de forma tan feliz la novedad que él mismo viene a traer. Es como si quisiese decir: “tú captas mi intención, tú eres la piedra sobre la cual pretendo construir mi Iglesia, si todos entendiesen lo que tú dices aquí, mi Iglesia estaría bien fuerte”. Eusebio de Cesarea y los demás teólogos comprometidos con la ideología imperial romana no leen el versículo 18 en su contexto, sino que lo aíslan de los demás versículos (16-19) y con ello dan un significado diferente a las palabras de Mateo. Hoy Eusebio ha de ser severamente criticado (así como los que lo siguen en la exégesis de Mt 16,18), pues la exégesis actual es taxativa en afirmar que no se puede aislar un texto de su conjunto literario y transformarlo en un oráculo. Para quien lee los evangelios contextualmente queda claro que no dan pie para imaginar que Jesús haya planeado una dinastía apostólica de carácter corporativo, basada en sucesión de poderes. 3. La religión del pueblo (y de los papas) Más y más me convenzo de que el camino cierto, para analizar el papado, consiste en prestar atención a la religión del pueblo. La palabra ‘papa’ (pope) pertenece al griego popular del siglo III y es un término derivado de la palabra griega ‘pater’ (padre). Expresa el cariño que los cristianos tenían hacia determinados obispos o sacerdotes. El término penetró en el vocabulario cristiano, tanto de la Iglesia ortodoxa como de la católica. En el interior de Rusia, hasta hoy, el pastor de la comunidad es llamado ‘pope’. La historia cuenta que el primer obispo en ser llamado ‘papa’ fue Cipriano, obispo de Cartago entre 248 y 258, y que el término ‘papa’ sólo apareció tardíamente en Roma: el primer obispo de aquella ciudad en recibir oficialmente ese nombre (según la documentación disponible) fue Juan I, en el siglo VI. Entre nosotros no se ha concedido la debida atención a la religión popular en la construcción del cristianismo. Es un dato implícito a toda la historia de la Iglesia, pero que pasa ampliamente desapercibido y sin comentario. Ello proviene, en parte, del hecho de que, hasta hace poco tiempo, la historiografía cristiana estaba principalmente basada en el estudio de fuentes escritas. Ahora bien, esas fuentes prácticamente nunca abordan la religión del pueblo. Por lo demás, es la regla general: los intelectuales no acostumbran a mostrar interés por lo que ocurre en medio del pueblo común y anónimo. La ‘plebe’ no consigue la atención de filósofos como Platón, Aristóteles, Cicerón o Séneca, ni de intelectuales prominentes como Galeno, Plotino o Marco Aurelio. Ni siquiera autores cristianos como Justino, Ireneo, Tertuliano, Cipriano, Clemente de Alejandría u Orígenes, describen lo que ocurre entre cristianos comunes. En definitiva, ellos también pertenecen a la élite letrada. Hoy existen ciencias que nos revelan la vida vivida de aquellos tiempos, más allá de los escritos, como la arqueología y la “iconografía”, o sea, el estudio del arte cristiano. El estudio del arte cristiano en el transcurso del siglo IV muestra que prácticamente todo lo que se cuenta sobre Pedro proviene de la religión popular. En la época de la construcción de las primeras basílicas cristianas (segunda parte del siglo IV), fueron invitados artistas que trabajaban con mosaicos para cubrir las paredes de escenas relativas a los evangelios y a la vida de la Iglesia. Así, aparecieron las más variadas imágenes de Pedro: crucificado cabeza abajo, con las llaves en la mano, pescador, asegurando en la mano derecha la maqueta de alguna nueva Iglesia, con vestidos sacerdotales romanos (alba, estola, manípulo…), con la tiara persa o la mitra mesopotámica (de la liturgia del dios Mitra) en la cabeza, con su barco (que nunca se hunde), su red (que pesca hombres), su sello, su cátedra (la Santa ‘Sede’). Pero la imagen que aparece con más frecuencia es la de la tumba de Pedro, al lado de la tumba de Paulo. Efectivamente, el papa es antes de nada visto como el guardián de las tumbas de Pedro y Paulo. Una tradición romana muy antigua cuenta que Pedro fue martirizado en el monte Vaticano y que Pablo lo fue ‘fuera de los muros’ de la ciudad. Desde muy pronto se registran ‘romerías’ a las tumbas de los apóstoles-mártires, Pedro y Pablo[2]. Sin documentación que probase la veracidad de la presencia de Pedro y Pablo en Roma, las historias sobre ambos proliferan en Roma. Ya en el siglo II, ir a Roma significa ir a visitar las tumbas sagradas, como se comprueba en los escritos de Justino e Ignacio de Antioquía. El papa Pío XII todavía trató de reavivar la tradición de estas romerías por medio del ‘año santo’ de 1950, que fue un éxito, y más tarde, en 1956, mandó ejecutar excavaciones en un cementerio antiguo descubierto en 1956 bajo un garaje en construcción en el Vaticano. En ese cementerio eran enterradas personas pobres, esclavos y libertos, hasta en los siglos IV y V. El papa esperó encontrar ahí señales de la tumba de Pedro, pero las obras fueron suspensas por falta de evidencias[3]. Todo ello indica que la institución cristiana, tal como funciona concretamente, puede ser considerada una creación de la religión popular. Para los obispos, no es tan fácil aceptar eso, pero no hay cómo escapar de la evidencia. Todos sabemos que el pueblo sostiene financieramente a la jerarquía (de una u otra forma) y que él es quien confiere prestigio y honorabilidad a obispos y papas. En definitiva, ¿qué sería del papa si ya nadie saliese de casa para ir a verlo y aclamarlo? Interesante observar que los propios papas tienen su ‘religiosidad’. Hasta ahora, ningún papa se ha atrevido a adoptar el nombre de Pedro. Sólo tardíamente, en el siglo VI, un papa adoptó el nombre de Juan, y sólo en el siglo VIII apareció el primer Pablo. Hay muchos detalles interesantes en ese sentido, que no menciono aquí por falta de espacio, pero que el lector puede investigar en google. 4. La lucha por la hegemonía A partir del siglo III se desencadenó entre los obispos de las cuatro principales metrópolis del imperio romano (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Roma) una dura lucha por el poder. Fue particularmente dramática en la parte oriental del imperio, donde se hablaba griego. Los obispos en litigio fueron llamados ‘patriarcas’, un término que acopla el ‘pater’ griego con el poder político (‘archè’, en griego, significa ‘poder’). El ‘patriarca’ es al mismo tempo ‘padre’ y ‘líder político’. Al principio Roma participaba poco en esta disputa, por quedar lejos de los grandes centros de poder de la época, y por usar una lengua menos universal (sólo usada en la administración y en el ejército del sistema imperial romano), el latín. Por su parte, Jerusalén, ciudad ‘matriz’ del movimiento cristiano, quedó fuera de la escena, por ser una ciudad de poca importancia política. En el año 330 Constantinopla se autoproclama la ‘segunda Roma’, un título aceptado por los obispos en el año 381, con ocasión del concilio de Constantinopla. De entonces en adelante, el poder divino (ejercido por Pedro) actúa en la ‘nueva Roma’, o sea, en Constantinopla. Fortalecidos por ese consenso, los patriarcas de Constantinopla se implican cada vez más en asuntos internos de las demás Iglesias, un proceso que culmina en Calcedonia (451), cuando Constantinopla nombra obispos para Antioquía y Alejandría. La idea de la transferencia del ‘poder de Pedro’ todavía tiene acogida favorable en el siglo XVI; cuando el patriarca Jeremías II Tranos, de Constantinopla, viaja a Rusia (1589), impresionado por el vigor del cristianismo en aquel país, y hace de Moscú una ‘tercera Roma’. Enseguida, la ciudad se convierte en un centro de peregrinación. Así como los francos y germanos peregrinan a Roma, los eslavos y rusos peregrinan hacia Moscú. La identificación entre el imperio romano, su memoria, sus símbolos, sus ritos, sus vestimentas y ceremonias, y los imperios bizantino, carolingio, ruso y católico es algo que salta a la vista del historiador. Efectivamente, ‘el mundo gira, pero la cruz permanece’[4]. 5. Durante siglos, Roma busca el poder El patriarca de Roma, que al principio no ocupa un papel destacado en la lucha por la hegemonía sobre toda la cristiandad, no deja de hacer valer su poder en la parte occidental del imperio, desde muy pronto. Ya en el siglo III el ya citado obispo Cipriano, de Cartago, reacciona con energía ante las pretensiones hegemónicas del obispo de Roma, y repite que entre los obispos ha de reinar una ‘completa igualdad de funciones y de poder’. Pero la historia avanza inexorablemente. Con tenacidad, los sucesivos patriarcas de Roma consiguen ampliar su ascendencia sobre las demás Iglesias de Occidente. Es una larga historia, de la cual apunto aquí apenas algunos momentos más decisivos[5]. Pienso que es importante recorrer las sucesivas etapas, pues de ese modo resulta más fácil comprender que el papado es una construcción histórica condicionada por el tiempo y por el espacio, como todo lo que el ser humano hace. Y todo lo que el ser humano construye puede ser de-construido, remodelado u substituido por algo que sea más adecuado a las exigencias del momento. – Hasta el final del siglo III el papado no interviene en las decisiones tomadas por las reuniones de los obispos. Ellos son libres y soberanos. Pero ya se anuncian problemas en el horizonte. – La misma actitud perdura en la primera parte del siglo IV. Los obispos locales mantienen su independencia ante Roma, aunque siempre manifiesten respeto para con el patriarca de Roma. Así, en las reuniones episcopales de Arles (314), Nicea (325) y Sárdico (342). Cuando se produce alguna cuestión especial, el obispo de Roma es notificado, nada más. Los patriarcas Silvestre y Liberio no interfieren en las decisiones tomadas en las reuniones de obispos (concilios). – Las cosas comienza a cambiar en la segunda parte del siglo IV. Los patriarcas romanos Damasio (366-384) y Sirico (384-399) se muestran muy desinhibidos y atribuyen a Pedro (y sus sucesores) títulos de la nomenclatura religiosa romana, como ‘sumo pontífice’, ‘príncipe (de los apóstoles)’, ‘vicario (de Cristo)’. Obispos como Basilio y Ambrosio no aprueban las maniobras romanas, pero aun así, los patriarcas romanos avanzan en busca de control sobre los obispos. – Con Inocencio I, al inicio del siglo V, avanza el proceso de la romanización de la Iglesia cristiana en Occidente. Inocencio interviene sistemáticamente en los asuntos de Iglesias locales de Francia, España e Iliria (región balcánica), exige informes, se reserva la última decisión… A las reuniones episcopales de Cartago y Mileve (sobre el pelagianismo), él manda decir que un problema sólo puede resolverse pasando por Roma. Celestino I sigue el mismo camino y resuelve soberanamente el caso de Nestorio (de Alejandría), y envía como delegado a Cirilo de Alejandría al concilio de Éfeso (431). Una vez más, los obispos y los teólogos reaccionan. Incluso Agustín no está de acuerdo, aunque se diga que él sea autor de la frase ‘Roma hablada, causa acabada’[6]. Agustín mantiene la idea tradicional: la autoridad romana ha de respetar la soberanía de los concilios episcopales. El primado del obispo de Roma es solamente honorario. – Pero el proceso de la centralización romana continúa. León I intensifica la mística petrina, y principalmente la mitología en torno a la imagen de Pedro. Tiene la osadía de afirmar que su autoridad (la ‘plenitud del poder’[7]), proviene directamente de Cristo. El ‘vicario de Cristo’ es el ‘príncipe de los apóstoles’; no es el ‘primero entre los iguales[8]’ (como decía Eusebio), ni una autoridad ‘honoraria’ (como decía Agustín). En los concilios realizados en España, Italia del Norte y de África del Norte, León actúa como jefe absoluto e interviene hasta en detalles mínimos. Incluso en Oriente se atreve a interferir. En la controversia monofisita, desprecia la intervención del patriarca de Alejandría y manda sus propios legados, transmite órdenes a los padres conciliares reunidos en Calcedonia y declara nulas las decisiones que no le agradan. Esa postura autoritaria impresiona mucho a los contemporáneos, que conservan cuidadosamente su correspondencia, que pasa a constituir la base de la teoría papal vigente hasta nuestros días. – La victoria definitiva del papado llega con Gregorio Magno, que crea en Lerins, en la actual Francia, una escuela de ‘aristócratas episcopales’ para establecer la organización eclesiástica en el sur de Galia. Intelectual de renombre, Gregorio inicia los tiempos gloriosos de Roma. Su figura puede ser colocada a la altura de otros exponentes da ‘aristocracia episcopal’, como Ambrosio, protagonista da supremacía de la Iglesia sobre el Estado; o Agustín, al mismo tempo ‘padre de la inquisición’ y genial teólogo; o Juan Crisóstomo, orador de renombre, o también Cirilo de Alejandría, fundador de la tradición teológica griega. – El camino queda abierto. Después de la exitosa alianza con el emergente poder germánico en Occidente (Carlomagno, año 800), los papas romanos elevan cada vez más el tono de su voz y, con ello, sus relaciones con los patriarcas orientales (principalmente con el patriarca de Constantinopla) se hacen cada vez más tensas. El cisma de 1054 viene a cerrar una evolución de siglos. Se rompe la unidad del cuerpo cristiano y dos caminos se separan: el ortodoxo y el católico. 6. Roma en el auge del poder Ahí comienza la historia de la Iglesia Católica Apostólica Romana propiamente dicha. Es una historia de siglos de éxito. Y ese éxito proviene principalmente de la diplomacia, o sea, del ‘arte de la Corte’ que Roma aprendió con Constantinopla. A lo largo de siglos, prácticamente todos los gobiernos de Europa occidental aprenden en Roma o por Roma ese arte. La diplomacia es un arte nada edificante, pero muy eficiente. Un arte que incluye hipocresía, apariencia, habilidad en saber lidiar con el pueblo, impunidad, sigilo, lenguaje codificado (inaccesible a los fieles), palabras piadosas (y engañosas), crueldad encubierta de caridad, acumulación financiera (indulgencias, amenaza del infierno, del miedo, etc.). La imponente ‘Historia criminal del cristianismo’, en 10 volúmenes, que el historiador K. Deschner acaba de concluir, describe con detalle ese arte eminentemente papal. Es principalmente por medio del arte de la diplomacia como a lo largo de la Edad Media el papado cosecha éxitos fenomenales. Sin armas, Roma se enfrenta a los mayores poderes de Occidente y sale victoriosa (Canossa 1077). Como resultado, la Iglesia es afectada, al decir del historiador Toynbee, por la ‘embriaguez de la victoria’. El papa pierde el contacto con la realidad del mundo y pasa a vivir en un universo irreal, repleto de palabras sobrenaturales (que nadie entiende). 7. Roma al lado de los más fuertes Con la llegada de la modernidad, el papado pierde paulatinamente espacio público. En el siglo XIX, principalmente durante el largo pontificado de Pío IX, la antigua estrategia de oponerse a los ‘poderes de este mundo’ ya no funciona. Ya no comporta más victorias, sólo registra derrotas. Entonces, el papa León XIII decide cambiar de estrategia, e inicia una política de apoyo a los más fuertes, estrategia que funcionará durante todo el siglo XX. Benedicto XV sale de la primera guerra mundial al lado de los vencedores; Pío XI apoya Mussolini, Hitler y Franco, mientras Pío XII practica la política del silencio ante los crímenes contra la humanidad, perpetrados durante la segunda guerra mundial a costa de incontables vidas humanas. Tras una breve interrupción con Juan XXIII, la política de apoyo silencioso a los ganadores (y de palabras genéricas de consuelo a los perdedores) continúa, hasta nuestros días. 8. El papado, un problema Por todo eso, se puede decir hoy que el papado no es una solución: es un problema. Pues el papa no es sólo un líder religioso, sino también un jefe de Estado. Cada vez aparece más claro cómo el papado es una excrecencia del episcopado. Ese episcopado registra, a lo largo de los siglos, páginas luminosas. Aquí, en América Latina hemos tenido, en los últimos tiempos, además de obispos mártires, como Romero y Angelelli, una generación de obispos excepcionales, entre los años 1960 y 1990. Es verdad que el Concilio Vaticano II avanzó la idea de la colegialidad episcopal, con la intención de fortalecer el poder de los obispos y limitar el poder del papa, pero no ha producido avances considerables, por lo menos hasta hoy. Aun así, hay que recordar que el catolicismo es mayor que el papa, y que la importancia de los valores vehiculados por el catolicismo es mayor que su actual sistema de gobierno. Todo se resume en la siguiente pregunta: ¿‘puede la Iglesia católica subsistir sin papa?’ Es como preguntar ‘puede Francia subsistir sin rey, o Inglaterra sin reina, o Rusia sin zar, o Irán sin ayatolá?’. La propia historia da la respuesta. Francia no desapareció con la destitución del rey Luis XVI, e Irán ciertamente no se acabará con el fin del reinado de los ayatolás. El surgimiento del protestantismo en el siglo XVI demostró que el cristianismo puede subsistir sin papa. Se producirán ciertamente resiliencias y nostalgias, tentativas de vuelta al pasado, pero las instituciones no acostumbran a desaparecer con los cambios de gobierno. En general, el movimiento de la historia en dirección a una mayor participación popular es irreversible (según parece). Tarde o temprano, la Iglesia Católica tendrá que afrontar la cuestión de la superación del papado por un sistema de gobierno central más adecuada a los tiempos que vivimos. [1] Meyendorff, The Primacy of Peter. Essays on Ecclesiology the Early Church and, Crestwood (NY), St. Vladimir‘s Seminary Press, 1992. [2] Las romerías ‘ad limina apostolorum’. [3] Vease: Revue d’ Histoire Écclésiastique, Louvain, 1976, 109-111, con comentario del libro de Väänänen sobre el asunto. [4] Stat crux dum volvitur mundus. [5] Veja Wojtowytsch, M., Papsstum und Konzile von den Anfängen bis zu Leo I (440-461). Studien zur Enstehung der Überordnung des Papstes über Konzile, Stuttgart, A Hiersemann Verlag, 1981. [6] Roma locuta, causa finita. [7] Plenitudo potestatis. [8] Primus inter pares. Esa es la tesis clásica de Cipriano. En 1984, el obispo místico, profeta y poeta, Pere Casaldáliga, en el contexto de su conflictiva diócesis amazónica de Sao Félix de Araguaia, escribió: “El Espíritu/ ha decidido/ administrar/ el octavo sacramento: /la voz del Pueblo”.
Esta afirmación que pudo escandalizar a los cristianos que entendían de forma meramente aritmética la definición de Trento sobre el número septenario de los sacramentos, es plenamente ortodoxa y evangélica. En los sacramentos hay un encuentro en fe con el Señor y según la parábola del juicio final del evangelio de Mateo 25,31-46, el Señor está presente en los pobres que pasan hambre y sed, en los forasteros y desnudos, en los enfermos y encarcelados, que constituyen el corazón del Pueblo, el ochlos bíblico. Al atardecer de la vida seremos examinados del amor, la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, pues es lo que hizo Jesús durante toda su vida. En 2016, el teólogo cristiano estadounidense Paul Knitter, en el contexto del diálogo interreligioso, confiesa que el budismo le ha ayudado a continuar siendo cristiano y agradece haber descubierto en el budismo un octavo sacramento: el sacramento del silencio. En un mundo lleno de barullo, rumores, palabras y propaganda mediática que nos ensordece y distorsiona, necesitamos hacer silencio para poder escuchar la voz interior y abrirnos al Misterio. Este silencio forma parte de la tradición apofática, monástica y mística de la Iglesia cristiana. ¿Estamos ante dos posturas contradictorias? ¿Ha quedado superada la afirmación de Casaldáliga, tributaria de un contexto de lucha contra las dictaduras latinoamericanas y de diálogo con el marxismo, en plena euforia de la teología de la liberación, cuando ahora ya ha caído el muro de Berlín y tanto las izquierdas políticas como el llamado socialismo del siglo XXI están en crisis? ¿Hay que pasar de Marx a Buda? ¿Hay que abandonar los evangelios sinópticos narrativos para pasar al evangelio más místico de Juan? ¿Hay que sustituir a Casaldáliga por Knitter? Las dos afirmaciones del octavo sacramento, lejos de ser contradictorias o disyuntivas, se complementan y se integran. Sin una atmósfera de silencio profundo y de apertura a la trascendencia del Misterio, el pobre y la praxis de la justicia pueden convertirse en engaño, una ideologización del pueblo, riesgo de análisis cerrados de la realidad, una sutil afirmación del ego, falsa utopía revolucionaria de un cambio de estructures sin conversión personal, que puede quemar en vano generosas ilusiones juveniles. Pero también podemos pensar que un silencio oceánico y cósmico, abierto al Todo, si no aterriza en una apertura a los débiles, si no escucha de la voz de los pobres, si se cierra a la historia, la justicia y solidaridad, puede ser ambiguo, egoísta, narcisista y umbilical, convertirse en una nebulosa esotérica y líquida, deja de ser sacramento. El silencio auténtico ha de abrirse hoy a las víctimas de un sistema económico asesino y destructor de la casa común, a las víctimas de la pandemia, a las víctimas de la violencia, a los refugiados que mueren en el cementerio del Mediterráneo, a las víctimas de machismo y de los abusos sexuales, etc. El silencio orante de Moisés frente la zarza ardiente, culminó en la liberación de su pueblo esclavizado por el faraón egipcio. La contemplación de Thomas Merton en el monasterio trapense de Kentucy le convirtió en un comprometido pacifista contra la guerra de Vietnam y en un defensor del diálogo interreligioso. Jesús de Nazaret que pasaba largo tiempo en el silencio de la oración ante el Misterio del Padre, es el mismo que predica el Reino, sana enfermos, perdona pecados, da de comer al pueblo, llama discípulos, entrega su vida hasta la muerte por el pueblo y derrama su Espíritu. La mejor tradición humana y espiritual de la humanidad ha integrado estas dos dimensiones irrenunciables: Gandhi, Tagore, Mandela, Luther King, Romero, Roncalli, Hildegarda, Eckhart, Madeleine Debrêl, Dag Hammarskjöld, Madre Teresa, Foucauld, Elie Wiesel, Ahmad Al-Tayyeb, Dorothy Stang, etc. El pueblo pobre y el silencio solo podrán ser un octavo sacramento si son expresión del Espíritu de Jesús que nos convoca al Reino, nos abre al misterio silencioso del Padre y nos llama a entregar la vida por los demás, como hizo Jesús de Nazaret. Todos somos hermanos en el silencio orante y en el compromiso cotidiano por la justicia y la casa común. No hay “dos octavos sacramentos”, solo uno: escuchar en silencio la voz del Espíritu, sobre todo a través del clamor del pueblo. 1. En los primeros tiempos
Pensando en la celebración de hoy: “Corpus Christi”, quería remontarme a los primeros tiempos de la Iglesia y mirar cómo celebraban estos primeros cristianos, cómo hacían. Y hay varias cosas que me llaman mucho la atención y que quería, de alguna manera, resumirlas para que prestemos nosotros el oído a ver cómo era. 2. Sin templos Lo primero de todo: No tenían templos. No existían los templos. Esto recién aparece con Constantino en el siglo IV. Así que se reunían en casas de familia. Allí hacían la Eucaristía. Primer punto importante. Por ahí a nosotros nos parece que son esenciales los templos. Esencial es otra cosa. 3. Sin Imágenes Segundo tema: Los romanos, que perseguían a los cristianos, porque estos eran como una especie de “nueva secta” que estaba surgiendo y parecía peligrosa. Los buscaban allí donde estaban reunidos y se encontraban con que no había allí ninguna cosa que les llamara la atención de un culto, no había imágenes. Encontraban un poco de pan, un poco de vino, que hacían algunas oraciones, leían algunas cosas, nada más. No había imágenes que adorar. Entonces...? Cuál fue la acusación que le hacen los romanos a los cristianos? Son Ateos! No adoran ninguna imagen, no hay nada ahí donde se reúnen ellos. 4. San Justino Y una tercera cosa que también me llama la atención, es una carta que escribe uno de los primeros mártires de la Iglesia, que se llamó San Justino. Dice en su carta, comentandole a un romano, qué hacían los cristianos cuando se reunían. Entonces detalla las partes de la celebración, cómo iban haciendo. Si uno la lee hoy dice, “esto es una misa!”. Igual, igual. Leían las lecturas, hacían las oraciones, etc. Hay un pequeño cambio nomás, muy significativo, que a nosotros hoy nos va a decir bastante. Lo que cambia es que el saludo de paz no se daba antes de la comunión, sino antes de las ofrendas. Antes de hacer las ofrendas, se hacía el saludo de paz. Porque la Palabra dice eso. Que “si tienes algo contra un hermano, antes de llevar las ofrendas, hay que reconciliarse con el hermano”. Entonces eso se hacía al principio. Nosotros lo pusimos después de la consagración. Así que ese sería el único cambio, lo demás es igual. 5. Celebrar su Presencia Entonces, cuál es el sentido importante y clave de esta celebración nuestra. Jesús nos dice: “Hagan esto en memoria mía”. “Yo estaré con ustedes siempre”. Nosotros celebramos su presencia. Y esa presencia, se transforma, para nosotros pan y vino, comida y bebida para alimentarnos. Entonces aquí no hay imágenes. Aquí no hay otra cosa que ésta realidad. 6. No hay mesa Es más, nosotros hoy ponemos la mesa del altar, e incluso en las pinturas que se representa la última cena se ve una mesa; no había mesa!. No comían en mesas en estos tiempos. Si volvemos al Evangelio de hoy, dice clarito: “una pieza grande, arreglada con almohadones”. Se recostaban en los almohadones y allí celebraban. No había mesa. Nosotros hoy ponemos la mesa del altar porque, en realidad, a nosotros nos representa más la comida, una mesa; pero esto es más nuestro. Así que ni mesa había. 7. Su Presencia nos alimenta Estamos ante un tema muy clave, muy central en la Fe nuestra: La Presencia de Jesús en medio de los discípulos. Y esa es la clave de la Eucaristía. Insisto, no es el templo, no es la mesa, no es ninguna imagen, sino la Presencia viva del Maestro. Esto es lo que estaba en las celebraciones originales de los discípulos. Y por eso nosotros repetimos, semana a semana, en muchos lugares día a día, la celebración donde Él está en medio nuestro. “Hagan esto en memoria mía”. 8. Eucaristía y nosotros Y nosotros venimos haciendo esto desde hace mucho tiempo de nuestra vida, algunos un poquito más tarde, se suman, otros abandonan, a veces se cansan, pero siempre ahí nos está Jesús esperando. Siempre su Presencia va a ser la que va a alimentar la vida de los Cristianos. Por eso nosotros hoy, el día de Corpus Christi, miramos al altar, miramos a Jesús, miramos su Presencia. Y desde allí nace la vida de los cristianos, la vida de las comunidades, la vida de la Iglesia. 9. Culmen y Fuente La Iglesia nos dice así: “La Eucaristía es el momento culmen”, el momento más alto, pero también “es la fuente”, desde donde viene toda la fuerza para nosotros los cristianos. Hoy queremos entonces renovarnos en la Fe, en esta Presencia de Jesús en medio nuestro, en el sacramento de la Eucaristía. Los dos principales actores de la Iglesia, las jerarquías institucionales y el pueblo de Dios, son los que están, particularmente, interpelados por la Iglesia en salida.
De lo que podemos entender, de esta Iglesia en salida, es su conversión, de un estado de poder material a un estado de servicio al poder del Espíritu de Jesús y a su mensaje, transmitido en los Evangelios. De ellos nos viene la fe que nos revela el destino que espera la Humanidad y el camino a seguir para cumplir con la voluntad del Padre. La primera consigna de Jesús, dada a sus discípulos, fue "dejar todo" para seguirlo y cumplir con el mensaje proclamado a todas las personas de buena voluntad: amarse los unos a los otros. Los desafíos de las jerarquías institucionales para una Iglesia en salida Es evidente que, con los siglos, los pastores al servicio del Espíritu de Jesús y de su mensaje, se han transformados, progresivamente, en personajes eclesiales, aparentados a los personajes de gobiernos civiles. De discípulos y apóstoles pasaron a eminencia, monseñor, su santidad, obispos etc.. cada titulo de prestigio, acompañado de vestidos característicos del nivel de autoridad y poder correspondientes. Una Iglesia en salida tiene que hacer desaparecer todo este montaje de títulos y personajesque reflejan mas el poder y la vanidad que el servicio y la humildad. Los poderes y ejemplos que vienen del Espíritu de Jesús se reflejan mas por la humildad, la simplicidad y el desprendimiento. “Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz y seguirme.” Esta consigna se encuentra en los evangelios de los cuatros evangelistas. Es una consigna que se impone a los que quieren ser discípulos de Jesús. No dudo que, al momento de hacerse sacerdote, cada uno llevaba en su corazón: seguir a Jesús y proclamar la buena noticia de la salvación de la Humanidad en la persona de Jesús,resucitado por el Padre. El evangelista, Juan 15:20, pone en la boca de Jesus esas palabras: 18 “Si el mundo os odia, sabed que a mí me odió primero. 19 Si fuerais del mundo, la gente del mundo os amaría como ama a los suyos. Pero yo os escogí de entre los que son del mundo, y por eso el mundo os odia, porque ya no sois del mundo.n20 Acordaos de lo que os dije: ‘Ningún sirviente es más que su amo.’ñ Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; y si han hecho caso a mi palabra, también harán caso a la vuestra. 21 Todo esto van a haceros por mi causa,o porque no conocen al que me envió. No hay otro camino, que el desprendimiento “de verdad” por una Iglesia que se dice en salida. Todo lo teatral en la iglesia institución debe desaparecer. La casa del resucitado es la Humanidad, en la que se hace presente, con su Espíritu, a todas las personas de buena voluntad. En ella esta la Iglesia y en ella corresponde a los apóstoles y pastores vivir y dar testimonio de las Bienaventuranzas. La versión del evangelista Lucas nos da la clave para mejor entender esas bienaventuranzas que pueden dejarnos con la idea de no hacer nada para cambiar las cosas de este mundo. Dos premisas deben ser tomadas en cuenta.“Lucas 6: 20- 26http://www.redescristianas.net/las-bienaventuranzasantoni-ferret/#more-117243 ”20Y alzando él los ojos á sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres; porque vuestro es el reino de Dios. 21Bienaventurados los que ahora tenéis hambre; porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.22Bienaventurados seréis, cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de sí, y os denostaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del hombre. 23Gozaos en aquel día, y alegraos; porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres á los profetas. 24Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque tenéis vuestro consuelo. 25¡Ay de vosotros, los que estáis hartos! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. 26¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros! porque así hacían sus padres á los falsos profetas. La premisa que hay que tomar en cuenta es que esta Humanidad, dominada por fuerzas de poder cuyos objetivos se reducen, esencialmente, a la toma de control de personas, instituciones, pueblos, Estados, todos llamados a someterse a estos amos del mundo. Es como el poder del cual "satan" de la tentacion de Jesus en el desierto, dispone de todo poder para hacer del mundo lo que quiere. Esa Humanidad de Satan, no es la Humanidad preparada por el Pueblo de Dios. Con la llegada de Jesus esta humanidad de los potentes sera destruida, para dar lugar a una Humanidad nueva con un cielo y una tierra nueva. Será el reino del Padre y de su Hijo Jesús de Nazaret, resucitado de entre los muertos. Juan Apocalyp, 21: 2 Vi la ciudad santa,e la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,f de la presencia de Dios. Estaba dispuesta como una novia que se adorna para su prometido.g 3 Y oí una fuerte voz que venía del trono y decía: “Dios habita aquí con los hombres.h Vivirá con ellos, ellos serán su puebloi y Dios mismo estará con ellos como su Dios.j 4 Secará todas las lágrimas de ellos,k y ya no habrá muerte,l ni llanto, ni lamento, ni dolor,m porque todo lo que antes existía ha dejado de existir.” 5 El que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas.El Sermón de la Montaña destaca que los sufrimientos soportados por las víctimas de esas fuerzas dominantes del poder serán los bienaventurados y bendecidos de esta nueva Humanidad de la cual Jesús, el Nazareno, será, por su resurrección, el primer humano nacido dela raza divina. Este destino es el que nos espera a todos y a todas. Dicho esto, no se quiere sugerir hacer nada frente a esas fuerzas de poder. Debemos actuar y proclamar enérgicamente que toda persona humana debe ser respetada en sus derechos y en los de los pueblos. Debemos exigir justicia y denunciar las manipulaciones y mentiras. Para ello, debemos aceptar las persecuciones y sufrimientos que seguro nos alcanzarán. Esto es lo que hizo Jesús de Nazaret al denunciar las hipocresías de los fariseos y de los sumos sacerdotes de su época. Ya vimos lo que le corresponde a la Jirarquia para cumplir con una Igesia en salida. Ahora le toca al Pueblo de Dios cumplir con los mandatos de Jesus. Con los siglos, la fe cristiana se ha convertida en un culto sacramental a través del cual se vislumbra la salvación de todos y todas. Es lo que podemos llamar el culto liturgicos de los siete sacramentos: el bautismo, la eucaristía, la confirmación, la confesión, el matrimonio, el sacerdocio y la unción de los enfermos. El derecho canónico, establecido, determina las obligaciones de los creyentes para cumplir con cada uno de esos sacramentos. Al no cumplir con unos de ellos, el cristiano se ve afectado por un pecado que puede ser venial o de gravedad mortal por el "alma". Se trata de un culto sacramental que no toma en referencia lo del juicio final del cual habla Jesus. En aquel juicio final, Jesus nos dice lo que mas le importa que hagamos para ser acogido en la Casa del Padre. En aquel "juicio final", presidido por el Jesus resucitado, no hay ni una palabra relacionada al culto liturgico sacramental promovido por la Iglesia desde los primeros siglos. La toma de consciencia de la importancia de ese "Juicio final" conduce a una revisión completa de las consignas eclesiales en función de las consignas del "juicio final". Les invito leer lo que el Evangelista Mateo nos recuerda de esa intervencion de Jesus sobre el "juicio final" El juicio sobre las naciones" Mateo 25: 31 “Cuando venga el Hijo del hombre rodeado de esplendor y de todos los ángeles,j se sentará en su trono glorioso.k 32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros como el pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.l 34 Y dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid vosotros, los que mi Padre ha bendecido: recibid el reino que se os ha preparado desde la creación del mundo. 35 Porque tuve hambre y me disteis de comer,mtuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, 36 anduve sin ropa y me vestisteis, caí enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme.’ 37 Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿O cuándo te vimos forastero y te recibimos, o falto de ropa y te vestimos? 39 ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ 40 El Rey les contestará: ‘Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis.’n 41 “Luego dirá el Rey a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.ñ 42 Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, 43 fui forastero y no me recibisteis, anduve sin ropa y no me vestisteis, caí enfermo y estuve en la cárcel, y no me visitasteis.’ 44 Entonces ellos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o falto de ropa, o enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos?’ 45 El Rey les contestará: ‘Os aseguro que todo lo que no hicisteis por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicisteis.’o 46 Estos irán al castigo eterno, y los justos, a la vida eterna.”p De la toma de consciencia de este juicio final se destaca un concepto nuevo del culto de la fe cristiana a traves "sacramentos de la vida cotidiana". El Jesus resucitado y su espirtu están presentes en la Humanidad, en los pueblos, en las familias y nos llaman a cumplir con los preceptos del "juicio final". En este contecto, siete sacramentos de la vida cotidiana, han sido identificados, como fuente de vida cristiana y de gran compromiso con la Humanidad entera. He aqui una primera versión de esos siete sacramentos de la vida cotidiana. Los sacramentos de la vida cotidiana En las religiones cristianas, la sacramentalidad ocupa un lugar importante. En resumen, Jesús de Nazaret habría abandonado los ritos sacramentales mediante los cuales comunica sus gracias y sus bendiciones de salvación. Estos se han definido a lo largo de los siglos para convertirse en los siete sacramentos que definen, exclusivamente, la acción salvífica de Cristo en el mundo. Las autoridades eclesiales son evidentemente sus gestores. Este acercamiento a la acción salvífica de Cristo en el mundo ya no resiste el desarrollo del conocimiento bíblico, exegético, teológico e histórico de las últimas décadas. El Jesús de Nazaret, cuya figura se acerca cada vez más a nosotros, tiene una acción y un mensaje que nos orienta de otra manera en la comprensión de su presencia en el mundo. Es él quien nos acerca a los pequeños, a los excluidos, a los que quedan atrás identificándose con ellos. "Lo que le harás a los pequeños míos, me lo harás a mí. Fue él quien animó a quienes luchan por la justicia declarándolos bienaventurados en las inevitables persecuciones de las que serán sometidos. Cada una de las bienaventuranzas puede tomarse en este sentido. Con esto en mente, podríamos identificar siete acciones por las que actúa en el mundo. Podríamos llamarlos los Siete Sacramentos de la Vida. Está el sacramento de la JUSTICIAque reconoce que las riquezas de la tierra deben ser utilizadas en beneficio de toda la humanidad, asegurando condiciones de vida dignas, educación, salud, paz para todos y quien actúa a través de hombres y mujeres para hacerlo así. Está el sacramento de la VERDADque apoya y anima a quienes levantan los velos de las hipocresías, las mentiras, las manipulaciones para revelar la transparencia. Está el sacramento de la HUMILDADque hace posible las relaciones humanas que valoran y hacen crecer a las personas y dan la fuerza para reconocer sus errores. Está el sacramento de la MISERICORDIAque permite revivir las relaciones heridas perdonando y abriéndose a la reconciliación. Está el sacramento de la SOLIDARIDADque une a las personas y que nos permite estar con los más abandonados. Está el sacramento de la FE que permite reconocer las leyes fundamentales de la naturaleza, discernir la acción de Cristo al servicio de los valores humanos y espirituales de cada persona y comunidad. Finalmente, está el sacramento del AMORque une a los seres humanos en una relación que los transforma en una comunidad viva y fraterna. Estos siete puntos de referencia enlazan con los polos más importantes de la acción y el mensaje de Jesús de Nazaret. Además, el Juicio Final que nos relata Mateo(25,31-26) pone especial énfasis en esta sacramentalidad de la vida. También se suman a lo que los profetas AT. constantemente han puesto de relieve las prácticas rituales de la fe religiosa de su tiempo. “Dejad de traer ofrendas vanas: odio el incienso, las lunas nuevas, los sábados y las asambleas; No veo el crimen asociado con solemnidades. Cuando extiendes las manos, aparto la mirada de ti; Cuando multiplicas las oraciones, no escucho: Tus manos están llenas de sangre. Aprende a hacer el bien, busca la justicia, protege a los oprimidos; Defiende al huérfano, defiende a la viuda. (Isaías 1, 13-17) " El que anda en justicia y habla con rectitud, el que desprecia la ganancia obtenida con la extorsión, el que estrecha sus manos para no aceptar un regalo, el que cierra el oído para no oír palabras sanguinarias, y el que venda los ojos para no ver maldad. Morará en lugares altos; Las rocas fortificadas serán su refugio; Se le dará pan y se le asegurará agua."(Isaías 33: 15-16) Mas ¡ay de los que añaden casa por casa y juntan campo con campo hasta que no queda espacio y habitan solos en medio de la tierra! Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que convierten las tinieblas en luz y la luz en tinieblas, que convierten la amargura en dulzura y la dulzura en amargura; Que justifican al culpable por un regalo y privan al inocente de sus derechos. ¡Ay de los que pronuncian ordenanzas inicuas, y de los que transcriben juicios injustos, para negar la justicia al pobre y quitarle sus derechos a los pobres de mi pueblo, para hacer de las viudas su presa y los huérfanos su despojo!(Isaías 5-10) “¡Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra una nación infiel! Líbrame de hombres de engaño e iniquidad. Sea victorioso, suba a su carro, defienda la verdad, la mansedumbre y la justicia, y deje que su diestra sea marcada por proezas maravillosas.(Salmos 43: 1; 45: 4) " "Así dice el Señor: Practica la justicia Investigadores que me son incógnitos se interesaron a este texto y, analisando Amoris Laetitia del papa Francisco notaron que el papa en su enciclyca usaba los mismos sacramentos de la vida que estaban en mi texto. Hicieron un parallelo de cada uno de esos sacramentos en el documento del papa. Tengo la version francesa pero con la version espanol de la Encíclica del papa, podrán verlo en directo. https://iftp.org/wp-content/uploads/2018/07/Les-Sacrements-de-la-vie-et-Amoris-Laetitia.pdf Me permito, igualmente, compartir con usted un comentario del gran Xabier Pikaza, el cual me permitio abrir un blog en Religión digital. https://www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Sacramentos-rituales-sacramentos-conversacion-Fortin_7_951574851.html Conclusión Habra una Iglesia en salida al momento que las autoridades institucionales de la Iglesia tomaran las decionses de cumplir con los preceptos de Jesus: dejar todo y vivir junto a sus puebloscon humildad y sencilez Habra una Iglesia en salida al momento que el pueblo de Dios se hara un deber cumplir con los sacramentos de la vida cotidiana. Seran jusgados sobre los puntos elaborados en el Juicio final proclamado por Jesus. Se trata de un articulo largo, pero que toca los puntos esenciales de lo que puede ser una Iglesia en salida. Estas líneas quieren responder a algún comentario o pregunta recibidos a raíz del artículo “Invitación a orar” [publicado en este blog el 21 de marzo]. Si la plegaria es activación de la fe, deberá aparecer en los diversos momentos que marcan la vida creyente, y que podemos encontrar en la misma trayectoria terrena del Señor Jesús.
En efecto: la relación de Jesús con Dios, reflejada en lo que dicen los evangelios sobre su oración, puede esquematizarse en un proceso que tiene los siguientes pasos: 1.- “Abbá”. La seguridad de que mi existencia es fruto del del amor, no del azar. Y que puedo mantener una relación de plena intimidad y confianza con ese Origen. “Cuando queráis orar decid: Abbá” (Padre, pero con un tono de confianza y cercanía muy distinto del genérico “padre”). 2.- “Yo sé que siempre me escuchas”. Seguridad en la compañía y la ayuda de ese Origen amoroso. Que le llevará a gritar ante un cadáver: “sal afuera” (en versión del cuarto evangelio), o a gritar ante un endemoniado: “sal de ese hombre” (versión de los otros evangelios). Desde su confianza en la paternidad de Dios, cree Jesús que puede vencerlo todo: incluidas la muerte, y la maldad (el demonio) como expresiones de lo más opuesto a Dios. 3.- “Abbá, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la Tuya”. Aquel Jesús tan seguro de la ayuda de Dios, se siente ahora impotente ante la amenaza que ve cernirse sobre Él. Al decir “hágase Tu Voluntad” no está insinuando que su crucifixión es voluntad de Dios: está simplemente aceptando la decisión divina de respetar la plena autonomía y libertad de este mundo y de sus hombres a lo largo de la historia, aun con las consecuencias que esto pueda tener para Él. 4.- “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Aquí desaparece incluso la apelación de Padre. La confianza y la seguridad anteriores se eclipsan ante el aparente silencio de Dios, que calla mientras los verdugos se burlan instando a Jesús que, si tanto creía en Dios, que venga ahora Dios y le salve. 5.- “Abbá, en Tus manos pongo mi vida”. Desde esa sensación de abandono, un misterioso salto a la confianza a pesar de todo, recuperando la paternidad de Dios y, con ella, la pretensión de toda su vida: que, desde esa paternidad divina, es posible el reinado de la fraternidad y la igualdad entre los humanos. Este proceso ejemplifica o tipifica toda relación con Dios, en cualquier vida creyente. Curiosamente, se trasluce una trayectoria similar en la historia del pueblo del Primer Testamento: “He oído el clamor de mi pueblo y voy a bajar a liberarlo”. A eso sigue una trayectoria que permite incluso atravesar el mar a pie enjuto mientras los perseguidores se hunden en las aguas: “El Señor ha hecho cosas grandes… sublime es su victoria”. Luego, la dura travesía del desierto viene a ser el Getsemaní de aquel pueblo que ya no se comporta con la misma docilidad de Jesús, sino que termina preguntándose: “¿Está Dios con nosotros o no?”. Hasta que el abandono de Dios parece hacerse bien visible en el destierro y la caída de Jerusalén, contra la certeza de que Sión nunca iba a ser tomada. Y es en el exilio y en el regreso del exilio, donde resuena un “Consolad a mi pueblo”, que recupera aquella confianza destrozada. Más clara en la vida de Jesús y (lógicamente) más compleja y abigarrada en la historia del pueblo, la trayectoria de la fe en Dios parece ser la misma. Y lo será también en nuestra fe personal. No tan esquemática ni tan lineal como la he pintado aquí, pero con los mismos ingredientes. Incluso, algo de estos procesos puede percibirse también a veces en las relaciones de muchos hijos con sus padres. Finalmente, a la entrega de la vida de Jesús corresponderá la donación por Dios de Su misma Vida divina, en la resurrección de Jesús. Así se descubre que Dios estaba presente ya en aquel presunto abandono: que fue “por el Espíritu” (Hebreos 9,14) como Jesús pudo entregar su vida. Ojalá esto ilumine algo nuestra vida de fe. El texto de Hechos de los Apóstoles (2, 1-12) nos relata la experiencia de Pentecostés. Los discípulos están reunidos en Jerusalén esperando la promesa que Jesús les había hecho después de su resurrección. Jerusalén es el lugar de peregrinación para los judíos en sus principales fiestas -De las tiendas, Pascua y Pentecostés-. Esta última se celebra cincuenta días después de la Pascua para conmemorar la salida de Egipto, cuando Dios le da a Moisés, en el Monte Sinaí, la Ley para Israel. También en esta fecha, se da gracias por el fruto de las cosechas. Por esta razón no extraña que haya mucha gente en Jerusalén.
Si comparamos este pasaje bíblico con el del bautismo de Jesús, encontramos las coincidencias: el cielo se abre, viene el Espíritu sobre Él en forma corporal -como una paloma- y se oye una voz que confirma que Jesús es el elegido, en quien Dios se complace (Lc 3, 21-22). De esa manera Jesús inicia su ministerio. Pentecostés es el inicio de la Iglesia por el don del Espíritu sobre los primeros testigos y con la misión de llevar la buena noticia “hasta los confines de la tierra” (Hc 1, 8). El texto continúa diciendo que la gente los escucha hablar en su propia lengua. El escritor sagrado quiere mostrar lo que el Espíritu produce en la comunidad de discípulos. Lo importante es que hablen de las “maravillas” de Dios y que así lo reconozcan los que escuchan. Ahora bien, para algunos estos signos no les dicen nada y, por el contrario, dicen que “están llenos de mosto”. ¿Qué signos serían creíbles hoy para que la gente que nos escucha pueda descubrir las maravillas de Dios? El papa Francisco, en la Exhortación Evangelii Gaudium, señala algunos signos que contribuirían al proyecto de reforma de la Iglesia si en verdad se pusieran en práctica: – Ser una Iglesia “pobre y para los pobres”. Algunos no entienden esta afirmación porque aducen que la Iglesia ha de ser para todos. Lo que significa es que la Iglesia tiene que ser signo de desprendimiento y de libertad frente al tener y el poder -una Iglesia pobre- y ha de acoger, en primera instancia, a los pobres de cada tiempo presente, porque ella no será una Iglesia de todos/as y para todos/as, si no comienza por la inclusión de aquellos más necesitados, aquellos que en la sociedad son dejados de lado, los “descartados”. (n. 198; n. 53) – Ser una Iglesia que no tema “ser accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (…) Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Dadles vosotros de comer!” (n. 49). La Iglesia tiene que arriesgarse más, mostrar que está atenta a los signos de los tiempos y no teme afrontarlos. Dejar los miedos y los “tradicionalismos” para vivir la libertad del espíritu que en fidelidad a la “tradición” abre nuevos caminos. – Ser una iglesia sinodal. El papa ha afirmado que la iglesia del tercer milenio ha de ser una iglesia sinodal, es decir que “caminen juntos” -laicado, vida consagrada y ministros ordenados-, es decir, todo el Pueblo de Dios. Aún faltan muchas estructuras eclesiales que hagan posible este signo. Solo los ministros ordenados tienen los niveles de decisión, dirección y organización. Eso se contradice con la acción del Espíritu: “Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe -sensus fidei- que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (n. 119). En la realidad colombiana que sigue en Paro Nacional por las múltiples deudas pendientes del gobierno con la población, la iglesia será creíble en la medida que se haga del lado de las justas reivindicaciones y levante su voz hasta que los cambios se hagan realidad. Muy importante la mediación que está prestando en las negociaciones entre el Gobierno y los del Comité del Paro, -señal de la autoridad moral que ella representa- pero que tiene que mantener sin miedo a perder la “neutralidad” que algunas veces invoca. En realidad, nadie puede ser neutral en ninguna situación ni es suficiente invocar la paz y la reconciliación sin afrontar las causas que crean las confrontaciones y sin buscar verdaderos caminos de transformación. La parcialidad por la justicia, por la defensa de los derechos humanos, por el respeto a la vida es fruto del Espíritu que “derriba a los poderos de sus tronos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 52-53). Que el Espíritu de Jesús nos guíe para que la reforma de la Iglesia se acelere y pueda ser creíble en el hoy de nuestra historia tan llena de dificultades pero con inagotable esperanza de un futuro distinto, sostenido principalmente por la inmensa cantidad de jóvenes que en Colombia siguen movilizándose a pesar de la represión que los persigue. Una juventud así, es signo del Espíritu que, con certeza, nos está hablando en esta fiesta de Pentecostés que conmemoramos. |
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