El Evangelio de este domingo nos va acercando al centro neurálgico del cristianismo en la figura de Jesús de Nazaret. En un primer momento parece que el protagonista es el Bautista, pero, enseguida, la narración da un giro para expresar una discontinuidad con respecto al judaísmo para dar a conocer la verdadera LUZ. En medio de este profundo prólogo de Juan, asoman unos versículos en prosa, como si se hubieran colocado a posteriori. Juan es el símbolo de la dimensión profética, el último aliento del Antiguo testamento.
La escena comienza con los personajes bien definidos en cuanto a su función. Los sacerdotes y levitas, encargados de los ritos para el culto y los fariseos que son quienes dicen conocer el verdadero sentido de esos ritos. Parece que se ha montado todo un proceso judicial para investigar a Juan como testigo de Jesús a quien no entienden y considerarán un desestabilizador. Juan era ya un referente en el judaísmo, perteneciente quizá a la comunidad de los esenios, y ansioso por conocer la salvación definitiva, la liberación plena del pueblo elegido. El bautista, a través del rito, pretende preparar a las gentes para que, desde una profunda conversión, se dispongan a vivir la llegada de los tiempos mesiánicos. Hay desconcierto entre los asistentes, no terminan de ubicar a Juan en las categorías judías porque realiza signos que salen del marco de sus costumbres. Y, claramente, es un predicador precristiano que facilita la nueva dirección de la esperanza de Israel. La respuesta de Juan argumenta y da coherencia al comienzo del texto: ES LA VOZ QUE ANUNCIA LA LUZ. Juan se define como voz, como palabra sonora que invita a allanar los caminos, recuperando las palabras de Isaías, para conectar con la LUZ. Ahora bien, ¿En qué consiste esa preparación? Parece ser que el cambio que ofrece Juan es un cambio de significado del bautismo. El bautismo era un rito que tenía un sentido de “purificación”; de ahí que el agua ofreciera todas las posibilidades para ese fin. Pero ahora el bautismo cambia de significado: ya no se trata de purificar nada sino de ungir a la persona con el mismo ser de Dios. Este cambio de significado supone la exigencia de cambiar de coordenadas porque puede ocurrirnos como a los presentes en el texto: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Desde el ritualismo, las ofrendas vacías de contenido, desde una visión del ser humano que tiene que estar purgando permanente los pecados cometidos, nos alejamos de la LUZ. Tampoco vivir en una superioridad soberbia, un anclaje en nuestras creencias y patrones mentales, un ego exaltado, no sólo nos separa, sino que nos convierte en rivales de la LUZ. Necesitamos nuevas coordenadas para encontrar la posición que nos adentra hacia el foco de la LUZ. Y esas coordenadas pasan por una visión más positiva de la vida, de nuestra identidad como personas y como colectivo humano. Nos enrocamos en una percepción sesgada de lo que somos; nuestra vida creyente se convierte en una escalada hacia no sé qué cumbre para conseguir no sé qué premio. Olvidamos que ya estamos inmersos en la LUZ y que la escalada es hacia adentro, hacia una nueva conciencia que nos permita ver lo esencial del Dios que se humaniza en cada ser. Prepararse para la Navidad no es una especie de listado de promesas, una película hecha con un guion a nuestra medida porque, al final, lo que proyectamos es un mensaje de tomas falsas que pueden desenfocarnos de lo esencial. Se trata de vivir en una apertura a ese intercambio entre la humanidad y la Divinidad que proyecta una nueva LUZ en la historia. Ser voz, ser mensaje que anuncia la LUZ, no es proclamar un discurso más o menos coherente sino una vida que se va amasando en la honestidad de quien se sabe sostenido por la fuerza de la auténtica LUZ.
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Vuelve un año más el Adviento, hablándonos al corazón de caminos que debemos allanar, sentimientos que tenemos que alentar, brasas que avivar de nuevo, silencios para escuchar mejor, atención para conmovernos ante el dolor y el sufrimiento y, por supuesto, también para celebrar los gozos y las alegrías que, gracias a Dios, también las hay en nuestro mundo y en nuestra realidad diaria…
Es un tiempo que nos invita a la reconciliación, dejando a un lado los sentimientos de culpa que nos paralizan, para dar énfasis a reconciliarnos con nosotros mismos, con la comunidad, con la familia y la sociedad en que vivimos, con la Madre Tierra... Pero esta reconciliación será imposible sin cercanía, sin dirigirnos con emoción al encuentro del otro. Pedro Casaldáliga lo definía, como lo hacía siempre, de una forma sencilla, profunda, motivadora: “Humanizar la humanidad, practicando la proximidad”. Por eso deberíamos suavizar los caminos hacia los demás, hacia nuestro entorno vital, buscando los nuevos senderos que conducen hacia otra vida más plena, libre, justa y fraterna. De momento no vemos con optimismo el futuro, pero debemos alimentar la esperanza y labrarla a cada paso, principalmente desde las cosas más pequeñas, contemplando las semillas, los brotes que vemos que van surgiendo a nuestro alrededor, creando así algo nuevo, más cálido, diferente. El Adviento no pretende mantener las estructuras antiguas y caducas del mundo que hemos vivido, y que aún estamos viviendo. Por el contrario, nos impulsa a trabajar por un orden nuevo (“a vino nuevo, odres nuevos”, diría Jesús), en el que se inviertan los valores e intereses de la sociedad actual. Para ello el paradigma del cuidado se tiene que transformar en el corazón de la vida política y social de nuestro país: el cuidado hacia las personas más vulnerables, hacia las mujeres discriminadas y violentadas, hacia los ancianos olvidados, hacia la juventud sin futuro, hacia los enfermos sin recursos, hacia las personas en paro y desahuciadas, hacia los inmigrantes que buscan entre nosotros un futuro digno… De cada uno de nosotros y nosotras, y de nuestro trabajo conjunto, depende que el tiempo por venir sea diferente, otro, mejor que el que estamos viviendo hoy día. Decía José Saramago hace años: “Existen dos superpotencias en el mundo; una es Estados Unidos, la otra lo eres tú”. Por eso no debemos esperar que ningún salvador nos saque del abismo de la indiferencia e insensibilidad en la que estamos sumidos. Lo buscamos afanosamente aquí y allá, para que lo solucione todo por nosotros, aunque sin nosotros. Y sin saberlo ese Salvador está desde siempre en nuestro interior, invitando y alentándonos para que salgamos de nuestra comodidad y nos dirijamos al encuentro de las personas heridas, como fraternos y afectuosos samaritanos. Pero solo nacerá de verdad en nosotros y nosotras, si cuidamos y fortalecemos nuestra vida interior para, en la medida de nuestras posibilidades, ir cambiando y haciendo nuestra su buena nueva de liberación, de dignidad y cuidado, bondad y ternura hacia todos los seres humanos y la naturaleza que nos rodea. Siempre es tiempo de Adviento. Ve y acércate. Da tú el primer paso y contagia de esperanza y alegría a quienes tienes a tu alrededor, anunciando una gran noticia: siempre está a punto de volver a nacer el niño o la niña que aún habita en tu interior… Al terminar mi relectura de la Biblia vuelvo la vista al panorama que he ido recorriendo y veo la Biblia como el diario de la vida de un pueblo durante más de trece siglos, que ha percibido destellos de lo trascendente y los ha ido expresando y acomodando conforme a los moldes culturales de cada momento, y a su instinto de supervivencia entre los pueblos vecinos.
La Biblia es vida y, como la vida, tiene altibajos y contradicciones. Es poesía y es realismo, es espíritu y es barro, es esperanza y es escepticismo. Es la humildad de Rut y la audacia de Judit. Es la obediencia de Abraham y la huida de Jonás. Es la parábola del hijo pródigo y la del juicio final. En este panorama destacan las experiencias místicas en que se manifestó Dios a Abraham, Jacob, Moisés, y Elías, que fueron descritas con espontánea ingenuidad (Génesis, Éxodo, 1 Reyes 19). Estas experiencias tuvieron que ser explicadas y aplicadas al pueblo mediante normas y ritos que socializaran una práctica común (Deuteronomio). Necesariamente la espiritualidad se convirtió en religión. La religión no pudo impedir la corrupción en el pueblo, en sus jefes, y en sus sacerdotes. La auténtica experiencia religiosa suscitó profetas que denunciaron las injusticias y anunciaron la llegada de un Mesías que establecería un reinado de paz y concordia para el pueblo elegido, al que se acogerían todos los pueblos. Los historiadores estuvieron más atentos al sentido religioso y nacionalista de la historia que a la exactitud de los hechos narrados. Job, Jonás y el Eclesiastés se rebelaron contra las soluciones simples. Jesús de Nazaret tuvo la gran experiencia mística de sentir a Dios como padre y de anunciar ese reino prometido, pero no un reino basado en el poder y la riqueza, en leyes y ritos, sino en la fraternidad y el servicio gratuito libremente aceptados. Pablo, perseguidor de Jesús como falso Mesías, tuvo la experiencia de ver a Jesús resucitado como verdadero Mesías, abierto a todos los pueblos. Marcos reconoció al Jesús terreno como Mesías. Lucas le añadió el discurso programático de llevar a los pobres la buena noticia, y las parábolas de la misericordia. “Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo” (Hebr 1,1). Me gustaría acabar aquí la historia sagrada, pero la realidad se impuso una vez más. Las cartas del Nuevo Testamento muestran la adaptación de estos ideales a la realidad de unas comunidades dispersas que necesitaban organización y unidad. La doctrina, los preceptos y los ritos volvieron a predominar sobre la espiritualidad y la misericordia. Ha habido corrupción y ha habido mártires y profetas. Hoy acaba de morir Pedro Casaldáliga. Ha habido experiencia de Dios y ha habido explicaciones doctrinales y jurídicas. Ha habido libertad y ha habido obligaciones. La historia avanza en espiral, pasando una y otra vez por los mismos ideales y por los mismos errores, pero acercándose cada vez más al centro, al reino de fraternidad. La Biblia no es palabra de Dios, es mensaje de Dios en palabras humanas. “Dios escribe derecho con renglones torcidos” dice el refrán; y en la Biblia hay muchos renglones torcidos, y muy torcidos. Todas las referencias a Dios que encontramos en la Biblia son relativas, son aproximaciones a Dios, porque Dios es indecible; pero todas nos predisponen a descubrir nuestra propia experiencia de Dios. Jesús no fue el final de la historia. Los discípulos seguían esperando la segunda venida de Cristo, el cristo místico, el cristo cósmico. El Apocalipsis, el último libro de nuestra Biblia termina con la exclamación: “¡Ven Señor Jesús!”. Lo sucedido en una conferencia celebrada en la Casa Blanca sobre la relación existente entre fe y etnia en los Estados Unidos no fue lo que yo había esperado, pero gracias aquella reunión empecé a comprender lo que es en realidad la Navidad. Allí había negros, blancos y morenos, musulmanes, hindúes, cristianos, bahaistas y nativos americanos, reunidos para hablar de las relaciones de la religión con la raza. Por paradójico que pueda parecer, fue el jefe indio quien me enseñó el significado del texto del Profeta Isaías.
En medio de las elucubraciones teológicas de aquellos de nosotros que deseaban redactar otra ponencia, celebrar otra reunión, realizar otro taller para combatir el racismo, el jefe indio citó de nuevo el mensaje de Isaías. Se puso en pie lentamente, juntó las manos sobre el pecho, miró por encima de nuestras cabezas y dijo apaciblemente: "Me he pasado la vida enseñando a nuestros niños a decir gracias: gracias por la hierba, gracias por la lluvia, gracias por los extraños, gracias por el fuego, gracias por toda la gente del mundo. Pienso que, si aprendemos a decir gracias por todas las cosas, llegaremos a comprender su valor, a respetarlas, a verlas como algo sagrado". Fueron unas palabras sencillas, pero que produjeron el efecto de una especie de cataclismo en mi alma. Me hicieron reflexionar. Suscitaron en mí una vez más el espectro de Isaías. Me hicieron pensar de nuevo en lo que realmente quiere decir la escritura cuando nos recomienda que rectifiquemos el camino del Señor. De pronto comprendí que la Navidad es tiempo para gritar: gracias. La Navidad es el compromiso con la vida que se ha encarnado. Es una llamada a ver a Dios en todas partes, y especialmente en aquellos lugares donde no esperaríamos encontrar Gloria y gracia. Es una llamada a exaltar la vida. La Navidad es la obligación de ver que todo nos conduce directamente a Dios, de comprender que no hay nada ni nadie en la tierra que no sea para mi camino hacia Dios. Yo supe al instante que en el momento en que empezáramos a celebrar de verdad de la Navidad, a mirar todo y a todos como una revelación de Dios, a dar las gracias por ellos, se acabaría el racismo, no habría más guerras, desaparecería el hambre en el mundo, todo sería un don, y cada persona sería sagrada. En realidad es muy sencillo y muy claro: todo lo que tenemos que hacer para rectificar el camino del Señor es decir gracias, aprender a vivir intensamente, a entusiasmarnos por la vida, a desarrollar la pasión de vivir". En los desastres de la pandemia experimentamos nuestra fragilidad. No solo es la incógnita de siempre ante la muerte. Es el miedo, la inseguridad, el dolor ante tanto sufrimiento, la impotencia para inmunizar al virus y para curar las heridas abiertas en nuestra organización social. El horizonte se oscurece y no es fácil mirar confiadamente al porvenir.
Aunque la celebración de Navidad había entrado ya en la lógica de la comercialización, y para muchos se había diluido su significado religioso, era oportunidad para despertar los sentimientos de amor y de amistad. Este año, por la pandemia, la situación ha cambiado. Apenas podremos tener reuniones e intercambios presenciales con familiares. Ni siquiera los más devotos podrán participar en celebraciones religiosas comunitarias como en otros años. Pero todos estamos viviendo una experiencia común: nuestra fragilidad, la certeza de que la vida terrena es perecedera y el empeño por superar esta tragedia. Esta dura y realista experiencia llega cuando, sin negar que hay muchos auténticos creyentes cristianos en la sociedad española, no solo la Iglesia es cada vez más echada fuera de la cultura, sino que entre los mismos bautizados son crecientes la indiferencia y el agnosticismo. La pandemia no distingue pulmones de ricos y pobres. Todos los humanos somos una sola familia que hoy sufre la indefensión. En 1947 A. Camus escribió “La Peste”, una significativa novela que sigue teniendo actualidad. Al mismo tiempo que plantea con agudeza el tema del sufrimiento, sugiere la necesidad de cambiar nuestra forma de vida. Estamos viendo que la fuente de nuestro yo, lo que nos da consistencia, no es el dinero, ni el poder ni la buena salud u otras muletas que fallan cuando un virus microscópico nos invade ¿Por dónde tirar? Es la hora en que todos nos sintamos solidarios, y explicitemos qué pensamos sobre el sentido y el destino de nuestra vida tan maltratada por desgracias y tan machacada por el sufrimiento. No faltan distintas respuestas. Entre ellas, y cuando ya parece que el cristianismo social se diluye, tiene actualidad y puede ser oferta para todos la fe o experiencia cristiana en la celebración de Navidad. Distintas salidas Seamos conscientes o no, todos llevamos dentro la tensión: experimentamos múltiples limitaciones, pero somos ilimitados en nuestros deseos; “todos queremos más”, decía una canción de hace años más”. Muchos, tarados por el materialismo práctico, no quieren saber nada de esa tensión, y otros oprimidos por la miseria no tienen tiempo para pensar en ella. Pero en la sociedad de bienestar cada vez es más notoria la falta de sentido. Se va perdiendo confianza de que el progreso saciara plenamente ya en la tierra los deseos del ser humano. Algunos creen que la vida no tiene significación propia y se resignan la felicidad momentánea que les brinda el momento presente. Pero la crisis de sentido es problema de nuestro tiempo. Por eso en los últimos años la búsqueda sentido u horizonte donde inscribir todos los proyectos ha pujado en muchas manifestaciones. En el fondo es el diálogo con ese misterio que nos envuelve, con el cual necesitamos reconciliarnos y que en las religiones se llama Dios. Según el contenido que se dé a esa palabra, tenemos distintas salidas al interrogante sobre el sentido de la vida humana con el aguijón del sufrimiento. No es posible aceptar la existencia de un Dios todopoderoso y bueno cuando no quita el sufrimiento que destruye a los seres humanos. Fue ya el argumento del filósofo griego Epicuro que todavía tiene vigencia en muchos. Claro que ese filósofo partía de una divinidad fabricada por él. Además aunque eliminemos la existencia de Dios no eliminamos el mal ni el sufrimiento. En algunas corrientes religioso-filosóficas como solución al sufrimiento se ha propuesto la renuncia a todo deseo, pues el sufrimiento viene de no conseguir lo que se ansía. Muerto el perro se acabó la rabia. Pero el deseo es constitutivo del existencia humana y hay deseos muy laudables. Una interpretación ya superada en la Biblia: el mal es castigo de Dios por nuestras fechorías. Pero el Libro de Job lo desmiente. Su autor es un creyente judío que trae a Job como figura universal del inocente que se ve maltratado y pregunta dónde está Dios que no interviene Job es “hombre íntegro que teme a Dios y se guarda del mal”; su conciencia le dice que es inocente. Sin saber por qué empiezan a llegarle desastres y desgracias hasta reducirlo a la miseria. Se acercaron sus amigos sabios y , al ver su deterioro en un primer momento, se quedan mudos: “estuvieron siete días y siete noches sin dirigirle la palabra”; el sufrimiento del inocente recomienda silencio, ¿ quién es capaz de explicarlo? Pero Job grita cada vez con más fuerza: “Desaparezca el día en qué nací; no tengo paz ni calma ni descanso y me invade la turbación”. Se pone el tema sobre el tapete para el debate de los sabios que, siguiendo la tradición, exculpan a Dios y culpan Job; sus males deben ser castigo por su mala conducta o la de mala conducta de sus parientes. Pero desde su conciencia Job reacciona contra esa interpretación tradicional. Lo que dicen los sabios representantes de la tradición son “argumentos de polvo y réplicas de barro”, “palabras vacías”. Pero ¿cómo deshacer sus argumentos? Job dice a sus amigos sabios que conoce bien sus explicaciones: “lo sé tan bien como vosotros, en nada me aventajáis”. Decide enfrentarse al Poderoso: “quiero defenderme; presento mi causa porque sé que tengo razón”. El Todopoderoso acepta el reto diciendo “voy a interrogante y tu responderás”. Y en seguida vienen unas preguntas de la Sabiduría: “¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?, ¿quién fijó sus medidas?, ¿has penetrado hasta las fuentes del mar?, ¿has circulado por el fondo del abismo?”, “¿el censor de Dios va a replicar aún?”. Y Job responde: “Yo te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso retracto mis palabras”. En realidad Job no ha visto más que la incomprensibilidad de Dios. No llevan razón los sabios que pretenden interpretar el sufrimiento como castigo de Dios ni Job que le hace responsable de los males sufridos por el inocente. En 1995 salió un interesante libro “¿Quién es creyente en España de hoy?” Y se constaba la variedad y la confusión que hoy son aún mayores. Hay bautizados que practican la religión, otros que no practican, bautizados y sin embargo en la indiferencia religiosa o en el agnosticismo. Sin embargo en muchos de estos bautizados practicantes o no sigue la visión descartada en el Libro de Job: el mal y el sufrimiento son efecto de nuestros pecados que merecen el castigo de Dios. Tenemos que soportarlos como sacrificio para reparar el honor de la divinidad ofendida; muriendo en la cruz, Jesús de Nazaret nos ha dado ejemplo. Esa interpretación no cuadra con el Evangelio: Dios es amor y nos ama también cuando somos pecadores. Desde la fe o experiencia cristiana El mal y el sufrimiento van anejos a nuestra condición de criaturas racionales. Como criaturas somos limitados. Como racionales abrigamos un deseo de infinitud sin dolor ni muerte. Al no poder satisfacer ya ese deseo, experimentamos no solo el dolor corporal sino el sufrimiento que es dolor del alma. Esa condición nos constituye. Pero estamos en proceso de realización, y en ese proceso sí es decisiva la presencia del Creador que también nos constituye. Mientras vamos de camino el mal y el sufrimiento pueden ser espacio para abrirnos a esa Presencia de amor en que habitamos y para crecer en más humanidad. Los cristianos hemos conocido Dios en el acontecimiento Jesucristo, en su vida, muerte y victoria sobre la muerte. Y la conducta humana de Jesús no se explica sin la intimidad con el “Abba”, presencia entrañable de amor. Jesús experimentó y se abrió incondicionalmente a esa Presencia: “no estoy solo porque el Padre está conmigo”, “mi alimento es hacer su voluntad. Esa apertura en el amor, que le agradó y le sostuvo, supuso un éxodo del egocentrismo, el dolor de renunciar a muchas falsas seguridades y aceptación de situaciones conflictivas que implicaron sufrimiento. Los relatos evangélicos traen amplias catequesis sobre las tentaciones de Jesús y reflejan con toda claridad el dolor del Inocente condenado. En ese trance de oscuridad y de fracaso cabe preguntar: ¿dónde estaba Dios? No estaba en el cielo contemplando el crimen como reparación de su honor ofendido. Tampoco estaba inactivo con los brazos cruzados ante la imposibilidad de hacer algo. Estaba dentro del Crucificado dándole fuerza y aliento para que el amor se manifestara con toda su intensidad y pureza en la entrega dolorosa y libre a favor de los demás. En la cumbre de la humillación y de la burla, Jesús confía en Dios y se da por amor. El cuarto evangelista concluye: “ahí tenéis al hombre”. La humanidad que a través del sufrimiento ha madurado en el amor. Según la fe cristiana, la conducta Jesús de Nazaret revela “plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” que incluye dos vertientes. Primera, crecer en el amor; estamos hechos para el don; prueba de ello es que el amor, lo más válido y valorado de nuestra existencia humana, nos saca de nosotros mismos y nos lleva sin remedio al otro: y esta salida implica éxodo del “ego”, renuncia y sufrimiento donde el amor prueba su verdad y madura. Segunda, en nuestro sufrimiento con amor, Dios mismo en nosotros y con nosotros, promueve la plena realización de la humanidad. La salvajada contra la raza judía en el corazón de Europa fue tan execrable mientras el Todopoderoso parecía estar al margen, que algunos se preguntaban “si después de Auschwitz podemos seguir creyendo en Dios”. Pero el neurólogo Viktor Frankl, que sufrió las atrocidades en el campo de exterminio comenta: “Mis experiencias me permiten afirmar que en Auschwitz recuperó su fe más gente y la fortalecieron más personas -por supuesto a pesar de Auschwitz -que cuantos allí la perdieron. No vale decir cómo Dios permitió tantas atrocidades, sino cómo el ser humano es capaz de hacer tales crueldades que Dios presencia de amor sufre en la cerrazón de los verdugos y en el dolor de las víctimas”. Elie Wiesel narra la cruel represalia en el campo nazi de extermino: un niño colgado en la horca. “¿Dónde está Dios?, preguntó alguien detrás de mí. Y en mi interior escuché una voz que respondía: pues aquí colgado en está horca”. Dios no puede impedir el sufrimiento anejo a nuestra condición y sólo con nuestra colaboración, cuando nos dejamos transformar por su Presencia de amor, el sufrimiento pierde su aguijón. En esta perspectiva se comprende la experiencia de Etty Hillesun, una mística judía víctima de la barbarie nazi. Mientras está sufriendo las mayores vejaciones con otros judíos redacta un diario buscando la presencia de Dios en medio del sufrimiento. “dentro de mí hay un pozo sin fondo, y ahí dentro está Dios” “Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida…Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior…” Celebrar Navidad en la fragilidad Otros años en Navidad hemos celebrado la presencia de Dios en y con nosotros como ternura, relación de amor, abrazo de afecto y reconciliación entre todos. Este año podemos celebrarla en la experiencia de nuestra fragilidad. En el nacimiento de Jesucristo los cristianos percibimos la presencia de lo divino en lo humano. En estos aciagos tiempos de pandemia, debemos discernir la presencia benevolente de Dios en los anhelos de vida, en los gestos de solidaridad y en búsqueda de soluciones. Y ofrecer el significado de Navidad: “paz a los todos seres humanos porque Dios los ama”. La fuente de nuestro yo, lo que nos da consistencia es que somos incondicionalmente amados. Nos habita una Presencia de amor que siempre nos da fuerza para levantarnos de nuestras propias cenizas. El evangelio del domingo pasado nos hablaba de estar despierto. Hoy hablan los que han despertado, los centinelas, los profetas. No se trata de un adivinador del porvenir. Tampoco se trata de un ser humano separado y elegido por Dios, que le va indicando lo que tiene que decir a los demás. Profeta es todo aquel que está despierto. La principal característica de los profetas es precisamente su inserción en el pueblo y su preocupación por la suerte de los más humildes. Su principal objetivo ha sido denunciar la injusticia.
Verdadero profeta sería el que ha llegado a una experiencia de su verdadero ser y, fiel a ella, ayuda a los demás a descubrir el camino de lo humano. Falso sería el que conduce al hombre a mayor egoísmo. El problema está en que lo “humano” solo se puede valorar desde lo humano. Por eso no hay manera de distinguir lo falso de lo verdadero mientras no se tenga una mínima experiencia de humanidad. No debemos extrañarnos de encontrar tantos y tan expresivos textos para este tiempo litúrgico. Lo que el segundo Isaías anuncia es un evangelio (buena noticia). El destierro había acabado con toda una teología triunfalista que invitaba a dormirse en los laureles de sentirse elegidos, sin aceptar ninguna responsabilidad para con Dios ni para con los demás. Las denuncias de todos los profetas advertían de que no se puede confiar en Dios mientras se practican toda clase de atropellos e injusticias. La primera palabra del evangelio de Mc es “arje”, que en griego designa el comienzo de un texto, pero también algo mucho más profundo. El evangelio de Jn comienza también con esta palabra y lo traducimos: “en el principio” = origen. “Arje” significa origen y fundamento; es decir, aquello que ha sido la causa de que otra cosa surja. La Vulgata lo tradujo por “Initium” que también significa “origen”. El texto se debía traducir: “Éste es el origen de la alegre noticia de Jesús el Ungido, el Hijo de Dios”. Tampoco “euanggelion” debemos traducirlo por evangelio, que es un concepto muy elaborado, sino por buena noticia. Quiere decir que comienza el evangelio y que es todo él una buena noticia. Lo mismo tenemos que decir de “Jesous” y “Christos” que en griego están separados y significan simplemente, Jesús el ungido. Con el tiempo los cristianos unieron el nombre con el adjetivo y confesaron al Jesucristo que ha llegado hasta nosotros. Este texto es un resumen de todo lo que en él se va a proponer. Este evangelio, a pesar de ser el primero que se escribió, no sabe nada de la infancia de Jesús. Esto es muy interesante a la hora de interpretar los textos de Lc y Mt, que vamos a leer en todo el tiempo de Navidad. Estos relatos se fueron elaborando a través de los primeros años de cristianismo y no tienen nada que ver con la historia. Son relatos míticos y leyendas casi todas anteriores al cristianismo que se han cristianizado para darnos un mensaje teológico, no para informarnos de lo que pasó. Mc pasa directamente a hablarnos de Juan Bautista como último representante del profetismo. El Bautista es uno de los personajes claves en el tiempo de Adviento, porque se trata del último de los profetas del AT. Debemos recordar que hacía casi trescientos años que no se había conocido un verdadero profeta. Todos los evangelistas lo consideran el heraldo de Jesús, lo anuncia, lo propone al pueblo y es protagonista de su nacimiento en el Espíritu (bautismo), donde empieza Jesús a manifestar lo que realmente era. No podemos asegurar que este relato responda a una situación histórica. Es muy poco lo que sabemos sobre la relación de Jesús con Juan. De todos modos, es cierto que el primer dato histórico sobre Jesús, que encontramos en fuentes extra-bíblicas, es su bautismo por parte de Juan. No es descabellado suponer que Jesús, un buscador incansable, le llamara la atención un personaje como Juan, que ya era famoso cuando él empezó su vida pública. A Juan, como a Jesús, no le gustaba el cariz que había tomado la religión judía. Los primeros cristianos dieron al Bautista un papel relevante en la aparición del cristianismo; seguramente mayor del que hoy le reconocemos. La prueba está en que, en un momento determinado, vieron la necesidad de marcar distancias entre Jesús y Juan para dejar claro quién era el más importante. Seguramente esa relevancia se deba más a la necesidad de justificar una figura tan desconcertante como la de Jesús, conectándole con el profetismo del AT, que a una real influencia de Juan en la doctrina de Jesús Preparadle el camino al Señor. Este grito es el mejor resume del espíritu de Adviento. Pero fijaros que fuerza el sentido del texto, que habla de prepararle un camino a Yahvé, mientras Mc habla de preparar un camino a Jesús. El texto está insinuando que si Dios no llega a nosotros es porque se lo impedimos con nuestra actitud vital, que orienta su preocupación en otras direcciones. Él viene, pero nosotros nos vamos. Yo bautizo con agua, pero él bautizará con Espíritu Santo. Es la clave del relato y marca la diferencia abismal entre Jesús y Juan. Las primeras comunidades tenían muy clara la originalidad de Jesús frente a los personajes del pasado. Toda la relación con Dios, hasta la fecha, era consideraba como externa al hombre y en relación desigual. Dios era el soberano y el ser humano el súbdito. Jesús manifiesta una relación con Dios distinta. Él está empapado del Espíritu y nos sumerge (bautiza) a todos en ese mismo Espíritu. Los textos de este domingo nos hablan de utopía. Isaías dice: “Aquí está vuestro Dios”. Pedro: “Nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia” El salmo: “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan”. Mc: “Él bautizará con Espíritu Santo”. En un mundo tan poco propicio al optimismo, encontrarnos con esta oferta puede ser impactante. Pero tampoco tenemos que caer en el triunfalismo. Derrotismo y triunfalismo son estrategias extremas que utiliza el yo para fortalecerse. Hoy, la necesidad de estar alerta es más apremiante que nunca, porque jamás se han ofrecido al ser humano más caminos falsos de salvación. Hay toda una gama de productos disponibles en el mercado, desde las drogas hasta los gurús a medida. Por eso necesitamos más que nunca de la figura del profeta. Seres humanos que por su experiencia personal puedan arrojar alguna luz en esa maraña de senderos que se entrecruzan y que la inmensa mayoría son sendas perdidas que no llevan a ninguna parte. Podemos volcarnos sobre lo sensible, buscando el placer inmediato o descubrir las posibilidades de plenitud que todos tenemos. El no tomar una decisión es ya tomar partido por lo que nos pide el cuerpo. No despertar es seguir dormidos. Decidirse por lo más difícil solo es posible después de una toma de conciencia, que tiene que ir más allá de los sentidos y de la razón. Es una iluminación que me empuja por un camino que ni siquiera sé a donde me va a llevar, pero estoy convencido que me hará más humano. Meditación La experiencia del bautismo es la clave para entender a Jesús. Después de esa experiencia personal, dice a Nicodemo: “Hay que nacer del agua y del Espíritu”. El único camino hacia lo humano es el que Jesús recorrió. Tenemos que sumergirnos en lo sagrado. Tenemos que dejarnos inundar por lo divino. Hacia el año 540 a.C., los judíos llevaban casi cincuenta años desterrados en Babilonia. Años duros, de grandes sufrimientos, de ansia de libertad y de vuelta a la patria. Esa buena noticia es la que anuncia el profeta. Pero el largo camino, a través de zonas a menudo inhóspitas, puede asustar a muchos y desanimarles de emprender el viaje. Entonces, una voz misteriosa, da la orden, no se sabe a quién, de preparar el camino al Señor. No se dirige a hombres, porque la labor que realizarán es sobrehumana: construir en el desierto una espléndida autopista, allanando montes y colina, rellenando valles. Por ella volverá el pueblo judío, acompañado de su Dios, como un pastor apacienta a su rebaño.
El camino ético (Qumrán) Con el tiempo, la idea de preparar un camino al Señor en el desierto adquirió un sentido nuevo: a mediados del siglo II a.C., un grupo de sacerdotes y seglares judíos, descontentos con el comportamiento de los sumos sacerdotes de Jerusalén y de las costumbres paganas que se estaban introduciendo, recordando el texto del libro de Isaías, decide retirarse al desierto de Judá y allí, en Qumrán, fundar una especie de comunidad religiosa. En el desierto preparan el camino del Señor. Ya no se trata de un camino poético, sino de una conducta conforme a la Ley del Señor. (En hebreo, derek puede significar “camino” y “forma de conducta”, igual que way en inglés). El camino del Señor Jesús (Mc 1,1-8) Esta misma interpretación del texto de Isaías es la que aplica el evangelio a Juan Bautista. También él marcha al desierto a preparar un camino. A primera vista parece tratarse de un camino ético, como en Qumrán, ya que Juan exhorta a la conversión y al bautismo para el perdón de los pecados. Pero sus palabras dejan claro que prepara el camino a una persona más poderosa que él y que trae un bautismo superior al suyo: Jesús. A propósito de la diferencia entre el bautismo de Juan y el de Jesús conviene recordar que el verbo “bautizar” significa en griego “lavar”. Los fariseos, por ejemplo, “bautizan” los platos, los lavan. Pero se puede lavar con agua sola, como hace Juan, que es un lavado superficial, incapaz de limpiar las manchas más profundas; y se puede lavar con “Espíritu Santo” (o “con Espíritu Santo y fuego”, como dice otro texto) limpiando totalmente a la persona. [En el libro que acabo de publicar, El evangelio de Marcos. Comentario litúrgico al ciclo B y guía de lectura, Verbo Divino 2020, comento con más detalle este pasaje del evangelio en las páginas 46-50.] Esperad y apresurad la venida del Señor (2 Pedro 3, 8-14) A mediados y finales del siglo I, muchos cristianos empezaron a sentirse desconcertados. Les habían repetido que la vuelta del Señor y el fin del mundo eran inminentes. Sin embargo, pasaban los años y el Señor no volvía. El autor de la 2ª carta de Pedro (que no es san Pedro) sale al paso de esta inquietud, ofreciendo una respuesta que, después de veinte siglos, no convence demasiado: el Señor no se retrasa, sino que nos da un plazo para que podamos convertirnos. El autor mantiene la postura tradicional de que la llegada del Señor y el fin del mundo será algo repentino, inesperado. Y en vez de quejarnos de que el Señor se retrasa, debemos “esperar y apresurar la venida del Señor”. Además, el fin del mundo será el comienzo de un nuevo cielo y una nueva tierra, y hay que prepararse para recibirlos llevando una vida santa y piadosa, en paz con Dios, inmaculados e irreprochables. Una ética basada en Jesús La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con el camino que lleva a Jesús: Juan Bautista lo relaciona con la primera venida; la carta de Pedro, con la segunda. La liturgia nos indica que el Adviento no es época de espera pasiva, como quien espera que empiece la película: hay que comprometerse activamente. Y ese compromiso debe basarse en el recuerdo de la venida del Señor y en la esperanza de su vuelta. Marcos comienza su obra resumiendo en una sola frase la historia que nos va a narrar a continuación. Con brevedad, pero con mucha contundencia, afirma que hay una buena noticia en la vida y en el mensaje de Jesús, que es Mesías e hijo de Dios y, al hacerlo, está expresando una convicción profunda, una experiencia que ha cambiado su vida y a la que desea que accedan todas las personas que escuchen su relato (Mc 1,1).
Una Buena Noticia que consuela y sana… Cualquier habitante del mundo mediterráneo antiguo al escuchar que algo era una buena noticia, un evangelio, entendía que se estaba produciendo un acontecimiento que podía cambiar el estado presente de las cosas, que podía traer alegría, paz o liberación para sus destinatarios. Por eso, decir que Jesús de Nazaret era una buena noticia para el mundo era algo más que escuchar un mensaje bonito, era una invitación a confiar en que algo nuevo estaba comenzando a suceder, algo capaz de suscitar esperanza y futuro. Para ofrecer a sus oyentes una garantía de que lo que van a escuchar no era, como decimos hoy una fake news, les recuerda algunas palabras del II Isaías (Is 40, 3). Con estas palabras de la Escritura, los invita a recordar un acontecimiento donde Dios se hizo consuelo, liberación y esperanza (Is 40, 1-11). El profeta anuncia al pueblo exiliado en Babilonia que su situación va a cambiar, que el Dios de la misericordia y del perdón (Is 40, 1-2) va a actuar y los va a llevar de nuevo a casa. Pero para que esto ocurra hay que cuidar el corazón, hay que preparar el camino, recuperar los senderos por los que esa buena notica va a llegar (Is 40, 4-8). Hay que escuchar la voz del anuncio, hay que creer que es posible, hay que permanecer a la espera (Is 40, 9-11). La memoria de aquel acontecimiento del pasado es aval para dar crédito a la buena noticia que acontece en Jesús de Nazaret. En él se hará de nuevo visible el encuentro entre Dios y el ser humano. De la mano de Jesús podremos ver en acción la compasión, la bondad y el consuelo de Dios. Una acción que necesita ser acogida, ante la que hay que preparar de nuevo el camino, sintonizar con las palabras del mensajero y confiar en el enviado. Solo así, como proclamaba Isaías, acontecerá lo que esperamos. Juan, un testigo que sabe que está llegando la Buena Noticia de Dios Para Marcos la historia de Jesús comienza a orillas del rio Jordán porque es allí donde su misión se discierne a la luz del anuncio de reconciliación que Juan el Bautista ofrece en su modo de actuar y enseñar (Mc 1, 4-8). Juan desea un mundo diferente y, por eso, ofrece un camino de conversión. Como Isaías en el destierro, sabemos que Dios actúa siempre a favor del ser humano pero cuando el corazón se encoge por la culpa, el miedo, la ira o el sufrimiento, no es posible reconocer la mano amorosa de Dios. Por eso, con radicalidad e inmensa generosidad, ofrece una oportunidad a quienes se acercan de comenzar de nuevo. Su bautismo es un signo de liberación, de reencuentro con el Dios (a veces olvidado) de la misericordia y perdón. El mensaje de Juan no es la buena noticia, pero sí camino hacia ella. Él es testigo de que la Buena Noticia está llegando, porque lo ve en los ojos de quienes lo escuchan, en sus gestos y acciones, y sabe que tarde o temprano alguien se acercará y encarnará el sueño de Dios (Mc 1,7-8). Arriesgarse a hacer camino Al llegar el adviento y recordar este comienzo del evangelio de Marcos sin duda nos podremos sentir llamadas/os a la conversión, al cambio, como proclamaba el bautista, pero para acoger y confiar en la Buena Noticia de Jesús, se necesita algo más. Se necesita una escucha atenta para que las ideas se conviertan en certezas, una mirada capaz de ver novedad donde todo parece agotado, unos pies dispuestos a dejar nuestra zona de confort y arriesgarse a abrir caminos de esperanza. En adviento Marcos nos recuerda que hay que arriesgarse a confiar como lo hizo él, como lo hizo Juan el Bautista, como lo hicieron aquellos hombres y mujeres palestinos que cambiaron sus vidas al calor de la vida y el mensaje del nazareno. Comenzar a escuchar una vez más la Buena Noticia de Jesús, Mesías, hijo de Dios, es arriesgarse a ir a los desiertos existenciales propios y ajenos abriendo surcos que lleven el agua fresca que fecunde la vida. Es disponerse a cambiar el rito por la experiencia para no dejarse atrapar por lo de siempre, por lo aprendido. Es acoger con humildad y sencillez la grandeza y oportunidad que me ofrece la otra u el otro para no quedarme referenciado/a en mí mismo/a como si todo acabase a orillas de mi Jordán. Escuchemos la Buena Noticia como si fuese la primera vez, como si Marcos nos la contase personalmente, como una primicia. Dejemos que nos sorprenda, que nos inquiete y que nos provoque…Hagamos el camino para que la esperanza germine y se enraíce en nuestras vidas y podamos ser portadoras/es de un mensaje de autentica liberación, sanación y consuelo en estos tiempos nada fáciles que nos toca vivir. Este estudio, largo ciertamente, lo he preparado porque la conyuntura del CORONAVIRUS daba pie para replantear y recuperar el sentido originario de la Misa,y hacer ostensible la excelente vacuna del Nazareno contra virus encubiertos, pero siempre activos y muy perniciosos.
1. Nostalgia y gran reclamo de la Misa para un funeral multitudinario Ha venido sonando cada vez más, la necesidad y el reclamo de escenificar una Misa por todos los que han fallecido por el CORONAVIRUS, dado que se nos fueron sin haber podido celebrar esa Misa con ellos de cuerpo presente,con asistencia de los familiares y amigos. Misa, porque esa era la forma de despedir como acto final a los que se nos iban muriendo y lo ha sido por siglos. La Misa, en nuestro país mayoritariamente católico, tiene un valor el más sagrado,que se hace valer precisamente en el acto último de nuestras vidas. Esto explicaría el que, en un momento como el creado por el CORONAVIRUS, -muertes masivas sin rito religioso- se haya creado un vacio, tanto para quienes morían como para los que les acompañan en su despedida. No era fácil compatibilizar esa ausencia con la responsabilidad de evitar que la muerte creciera aún más por letales contaminaciones del virus con la presencia física de esas celebraciones.Y no han faltado quienes, desde esa perspectiva, han considerado un derecho el poder vivir el rito religioso y el duelo con presencia física por encima del riesgo del CORONAVIRUS. Y se ha planteado el conflicto entre ese derecho y el derecho mayor –salvaguardado por la autoridad pública- de evitar nuevas muertes por causa del CORONAVIRUS. El arraigo de esa sagrada necesidad no dudaba en desafiar a la autoridad con la desobediencia y encontraba, en no pocos, asentimiento y aplauso. 2. El grado de confinamiento lo dicta la valoración de cada caso concreto En circunstancias normales, si se trata de un pueblo, la familia, los vecinos y el pueblo acompañan la despedida, en general con Misa y sacerdote. En las ciudades, se da también la confluencia de famliares, amigos y vecinos aunque queda circunscrita a un ámbito determinado. En ambos casos, son relevantes cuatro cosas: el templo, la misa, el sacerdote que la preside y la gente acompañante.Cosas que, en las muertes masivas del Coronavirus , se han considerado como renuncias innecesarias, muy severas, atentatorias contra el derecho a la libertad religiosa. Sobre este punto, la polémica y el disentimiento están servidos. Y me temo que seguirá, porque sobre el hecho que la suscita, -riesgo de contaminación y aumento de más muertes- no hay acuerdo entre los expertos, los políticos ni en el sentir mismo de la gente. Se aducen casos en que comprobadamente el riesgo no ha existido y, sin embargo, los pacientes han sido sometidos a un confinamiento rígido, que ha provocado la ausencia de todo familiar y amigos y que ha acelerado la muerte. Problema grave, ciertamente, para quienes políticamente, tienen que arbitrar normas y protocolos concretos. Serán muchos o pocos los casos, no lo sabemos a ciencia cierta, pero sí sabemos de la resistencia y dolor de los sujetos afectados y de los familiares y amigos respectivos. La solución puede y debe aproximarse a la realidad, pero no se la puede dictaminar con simples y autoritarias decisiones, sino que hay que va lorar cada caso concreto. 3. Evolución histórica del sentido de la Misa Teniendo en cuenta lo que antecede, podemos afinar ahora de cara sobre todo a cuantos han sufrido y pueden sufrir esta situación, el puesto debido a la Misa, como prolongación que es de la celebrada por Jesús en la Ultima Cena. No hay duda de que la Misa se viene presentando de una forma que en nuestro tiempo ha sido cuestionada por desatender aspectos importantes de su sentido original. La investigación biblico–teológica ha avanzado enormemente y nos permite captar ese avance plasmado en el concilio Vaticano II. Y resulta obligatorio no olvidar que la minoría perdedora que disintió del Concilio, resultó posteriormente mayoría ganadora, aupada por dos pontificados – el de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI- claramente conservadores y opuestos al espíritu y nuevas pautas del concilio Vaticano II. Como en todas las cuestiones importantes, y más en ésta, en la historia del cristianismo se ha dado una clara evolución sobre este punto, que conviene conocer y valorar. Primero – Los cristianos del siglo I, siguen haciendo memoria de la última cena de Jesús en sus casas. -Ya en el siglo II y III se celebra independiente de la Cena. Al no ser bien recibidos en las sinagogas, organizan sus reuniones a base de oraciones, cánticos y homilías, que se fueron conociendo e intercambiando dándoles una forma semejante. -En el siglo IV , con la conversión del emperador Constantino (313), aumentan mucho los cristianos, se adopta como lengua común el latín y, al no caber en las casas, se reunen en las basílicas , edificios imperiales y no tardan en construir iglesias propias. -Del siglo IV al VIII, se va incrementando el sacrificio como valor central de la Ecaristía, se realza la divinidad de Cristo, lo que provoca temor y distanciamiento y escasa o nula disposición para recibir la comunión. – De los siglos IX al XV, los teólogos comienzan a especular y debatir sobre la presencia real de Cristo en el pan y el vino eucarísticos; se afirma la transustanciación: el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Crece el significado de la Misa como Sacrificio, que se celebra en el altar, mediante la consagración por sacedotes. Comienza a celebrarse un poco como espectáculo, al que el pueblo asiste pasivamente y se limita a adorar al Señor en la Eucaristía. Casi nadie comulgaba, seguramente por reverente temor, y es cuando el 4º concilio lateranense establece comulgar una vez por lo menos al año. Surgen también las devociones eucarísticas: elevación del cáliz y de la hostia, exposición, cuarenta horas, fiesta del Corpus…La fiesta del CORPUS CHRISTI, comenzó a promoverla la religiosa Juliana de Cornillon: 1208. La difundió Sto.Tomás de Aquino. Suyo es el poema Pange Lingua.Y el Papa Urbano IV la instituyó como fiesta en 1264. Y le dio el espaldarazo defintivo Nicolás V, al salir procesionalmente con la HOSTIA por las calles de Roma. Con la fiesta del Corpus se petendía conmemorar lo que hizo Jesús en la Ultima Cena de la Pascua, fiesta la más solemne de su pueblo. De querer poner las cosas en su sitio, necesitamos saber que la cultura judía prohibía tomar la sangre de cualquier animal, cuanto más la sangre de una persona. No así, los ceremoniales paganos donde el “comer el cuerpo y la sangre” de los dioses tenían un gran sentido. Segundo Lo expuesto nos da a entender que, a partir del siglo IV, los cristianos ya dispnen de templos propios, de sacerdotes que presiden la Misa, del nuevo significado sacrificial que se le otorga. Y, a partir del siglo X, se emprende el estudio de la presencia real de Jesús en la Misa, por la conversión del pan y del vino en su cuerpo y sangre. Es sorprendente que hasta el siglo X esta cuetión no se plantea y se deja de lado, el significado prmordial que Jesús le da en la Ultima Cena: recordar y vivir su estilo de via. Conforme a su sentido originario,a los cristianos de los primeros siglos,se los conocía por su estilo de vida: su modo de relacionarse y comportarse con la gente. No era, como a veces imaginamos, por congregarse en templos e iglesias para celebrar determinados ritos con oraciones y sacrificios. No existían ni disponían de ellos. En su testamento, Jesús se lo dejó bien claro:no podía dejarles en herencia cosas o bienes que le pertenecieran, pues ni siquiera casa propia tenía.El era un itinerante profeta que se dedicó a anunciar el Reino de Dios, un proyecto de vida, en el que todos los humanos vivieran en justicia, en libertad y en amor. Lo trabajó, se devivió y entró en radical conflicto sobre todo con las autoridades religiosas que,en nombre de Dios, figuraban como intérpretes de la Ley de Dios y guardianes de su cumplimiento. Dueños del saber, de la riqueza y del poder habían convertido el Templo en una “cueva de ladrones”. En la última cena,Jesús,a los que le habían seguido y vivido con él, vino a decirles: habéis estado conmigo bastante tiempo para entender lo que yo quiero que retengáis como voluntad mía última: anunciar ese proyecto de vida –él Reino de Dios- que consiste en la práctica de la igualdad, de la justicia y del amor, que a diario he proclamado y que, ante lo establecido, he tenido que denunciar , sabiendo con quién me enfrentaba y a lo que me exponía. “Este hombre se va, este pan y este vino , que en esta cena reparto y compartimos, es como si fueran mi propia vida. iOs pido que, cuando os reunáis para comer, al tomar el pan y el vino, lo hagáis como si tomáseis mi vida, mi propia vida, con la que trataréis de alimentaros y fortaleceros con nueva energía. Es este mi testamento, mi última voluntad. Hacedlo en memoria de mí , siempre que os reunáis”. Jesús recalca lo esencial: allí donde quiera que estemos que hagamos lo mismo que El hizo, que nuestra vida sea un retrato de la suya, un anuncio vivo del Reino de Dios, visible en nuestras vidas y que lleguemos, si es preciso, a dar la propia vida, antes que abdicar de ese Reino. Desde una perpectiva netamente cristiana, nuestra relación con Dios Padre y su Reino, tal como Jesús lo testamenta en la última Cena, no precisa de un lugar: el templo, ni de unos mediadores: los sacerdotes, ni de una víctima: el sacrificio. Si nos hemos hecho seguidores de Jesús, haciendo nuestro su proyecto de vida,-el Reino de Dios-, tal compromiso podemos vivenciarlo en cualquier momento y lugar, por lo general con otros que también han contraido este seguimiento: ”Creéme, mujer: Se aceca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Ha llegado la hora en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo adoren así.Dios es espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad” (Jn 3, 22-24) . La respuesta de Jesús, a tantos que persisten en lo del templo, la Misa y la presencia de personas concernidas, les aclara algo que probablemente ni han sospechado. Porque una cosa es cierta, cuando la comprensión de una realidad ha sido interiorizada por generaciones y ha sido sellada por una autoridad como intocable, resulta poco menos que imposible prescindir de ella y tolerar que pueda haber otra forma de entenderla. Hay, pues, que recuperar esa memoria de la vida y enseñanza de Jesús, siempre que nos reunamos en nombre suyo. En la última Cena, Jesús nos deja este testamento: “ Cuando os reunais para comer juntos , al tomar el pan y el vino, pensar que ese pan y ese vino son como mi propia vida, que os alimentais de ella, que si la asimilais os dará energía y fortaleza. Una vida que, sabeis muy bien, he centrado en anunciar el Reino de Dios, – un proyecto de vida individual y comunitario-, regido por la igualdad, la justicia, el amor, la libertad y la paz. Ese reino es para todos , constituido por la fraternidad y la paternidad universal de Dios Padre. En ese Reino, la primacía la tienen los más pobres, los excluidos, los que no cuentan para nada, ellos serán los primeros y , como tales, los preferidos de Dios. Yo, por ellos he luchado, por ellos he denunciado, por ellos me he enfrentado con los poderes civiles y religiosos negadores de la dignidad y derechos humanos, por ellos he sufrido odio, calumnias, persecución… Y, en esta última cena, os he convocado para que seais mis continuadores, suscribamos el pacto de que vais a ser fieles a este mi proyecto, aunque os cueste la vida. Haced lo mismo que yo he hecho, es la mejor manera de honrar mi memoria”. Creo necesario, recalcar todo esto con textos de quienes lo han estudiado a fondo. Traigo unos textos del claretiano Rufino Velasco, compañero entrañable, acreditado cultivador de la Eclesiología católica, recientemente fallecido: “Muchos cristianos provienen del tiempo en que la Eucaristía, tal como se celebra en la diversas Iglesias cristianas, ha ido adquiriendo una estructura que tiene poco que ver con la Última Cena, a pesar de que se afirme que es un prolongamiento”. Y sorprende aún más que, después de largo y riguroso estudio, concluya: “En torno a la celebración de la Cena del Señor, se ha dado como una traición eclesial, en la que se transforma a Jesús de Nazaret , perseguido por las autoridades judías, en una ´víctima´ sometida a la voluntad del Padre, no ya misericordioso, sino necesitado de un Hijo que repare con la muerte un imaginario pecado ´”original”; transformación que se orienta a perpetuar en los cristianos la condición de “víctimas sometidas” al poder sacerdotal,al que deben sacrificar su libertad y creatividad; e impide a los fieles constituir una verdadera fraternidad en el espíritu de Jesús”. Y todavía añade estas palabras: “La manera monóloga y ritualizada de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que después de millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones”. Tercero En la Misa, que celebra y nos transmite, a Jesús le preocupa que hagamos de nuestra vida un seguiminto de la suya, un vivir como él, para hacer realiad el reino de Dios. Jesús, al igual que todos los profetas, rechaza los sacrificios rituales para ganarse la benevolencia de Dios; enseña que lo único que agrada a Dios son las relaciones de justicia y misericordia entre los seres humanos. Actúa según la línea de los profetas: Amos, Jeremías, Isaias… “ ¿Por qué estáis tan ciegos que llegáis a afirmar que no se puede comer sin antes lavarse las manos impuras? ¿En qué os apoyáis para decir que no se puede curar en el sábado? ¿De verdad pensáis que no está permitido hacer el bien y salvar una vida en sábado? ¿Me acusáis de obrar así porque tengo dentro a Belcebú? “Vosotros, letrados y fariseos, estáis fuera del reino de Dios, por más que miréis no veréis; y por más que oigáis no oiréis, a no ser que os convirtáis.Sois unos hipócritas y se os pueden aplicar a medida las palabras de Isaias: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí.El culto que me dáis es inútil. Mirad bien lo que os digo: es más fácil que pase un camello por por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Y vosotros, los que me seguís, no procedais como los grandes y poderosos de este mundo que sólo saben dominar y oprimir. Entre vosotros , el que quiera subir que sea servidor vuestro; y el que quiera ser primero , sea esclavo de todos. Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Cuarto 1.Jesús en la Eucaristía y en la vida Si el significado de la Eucaristía consiste en que, sentados en torno a una misma mesa, compartimos el pan y el vino de la vida de Jesús, para amarnos como hermanos según El mismo nos mandó, ¿la realidad de nuestra vida y de la sociedad cristiana en que vivimos, es coherente con lo que nos mandó celebrar Jesús? ¿Nuestras misas, nuestras custodias, nuestros ropajes, nuestras procesiones, nuestras calles cubiertas de flores, nuestras músicas …..las acogería y aprobaría Jesús? Podemos dejar algo bien claro: las palabras de Jesús en su Ultima Cena hay que entenderlas en su significado obvio: el pan y el vino, que tomamos cuando nos reunimos para hacer memoria de él, son un símbolo de que necesitamos alimentarnos de El, hacer nuestra su propia vida, asimilarla para consumirla y derramarla en beneficio de los demás. Sin pan no hay vida, sin la enseñanza y espíritu de Jesús no hay vida. Si en El y como El vivimos , seremos pan y vino que alimentan, que producen vida. 2. Entonces, se hace inevitable la pregunta: ¿La interpretación dada a la Cena como sacrificio, responde a la verdad histórica y es concorde con los Evangelios? Creo que está aquí el nudo de la cuestión. Admitamos que la Ultima Cena sea un Sacrificio, ¿pero en qué sentido? La historia de lo que le ocurrió a Jesús es muy simple: El es un profeta, se opone a toda ley inhumana, repudia el rumbo exhibicionista de una religiosidad interesada en las apariencias, propone una nueva imagen de Dios como Bondad sin fín y sin discriminaciones, ataca el objeto más sagrado para el israelita, el Templo, asociado a mercado y cueva de bandidos, hace el bien en modo y tiempos no oficiales, atestigua con autoridad que en el Reino del Padre entran primero los samaritanos que los fariseos, las prostitutas primero que los justos, los que han padecido primero que los que han gozado, los bondadosos de corazón primero que los poderosos, los operadores de la paz y de la justicia primero que los mojigatos que sacrifican animales. No sé hasta qué punto todas estas motivaciones, determinantes en el proceso de Jesús y de una sentencia que le llevó al Calvario, han sido borradas de la memoria de los fieles y del rito dominical de la eucaristía. Porque lo que aparece claro es que , en la vida de Jesús, nada le hace actuar como una víctima o un cordero disponible para el matadero. Ciertamente no dice que va a morir por los pecados del mundo, sino que es espiado, perseguido y condenado por blasfemo y sedicioso. Se ha hecho hijo de Dios y es un revolucionario político que pone en peligro la legitimidad del Gobenador romano. Y, para estos casos, las autoridades reservan la crucifixión. Las autoridades civiles son el Prefecto romano (Poncio Pilato) y las autoridades religiosas el Sanedrín en pleno (Senado de 71 miembros, compuesto del alto clero, de la aristocracia laica y de los jefes rabinos). En nuestro modo de celebrar la Cena del Señor como Sacrificio, ¿no se percibe, al presentar a Jesús como altar, sacerdote y víctima, un intento de modelar las mentes de los fieles en las actitudes de autoinmolación y así obedecer a los mediadores entre Dios y el pueblo, tal como Jesús que habría obedecido pasivamente? Vastísima es, en este sentido, la literatura relativa a la transustanciación de la hostia y casi nula la dedicada a la transustanciación de los cristianos, cosa que choca con el objetivo de Jesús, que se fija primordialmente en que sus seguidores cambien sustancialmente su modo de pensar y de actuar. “A Jesús,escribe Rufino Velasco, no le interesa mínimamente modificar de un modo omnipotente un trozo de pan, ni que los fieles de medio mundo se reúnan para un rito semanal sin modificar la propia existencia. En continuidad con los profetas, recuerda que el Padre odia los sacrificios y le agradan sólo las plegarias seguidas de una cuidadosa atención hacia los necesitados y excluidos, porque ´La santidad habita en quienes de verdad escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica´” (Lc, 11, 27-28). Y prosigue: ”De la vida de Jesús es difícil deducir que tuviera mucho interés en que la hostia estuviera consagrada por un erudito representante. Su invitación es que los discípulos se saluden, se hablen con sinceridad, estén ligados con vínculos de amistad. Que sean una prolongación de la naturaleza amorosa de Dios. A una asamblea muda prefiere una en que sea posible hablar de las heridas personales, sin bloqueos, sin los fantasmas de la omnipotencia y donde se puedan volver a coser las relaciones fraternas desgarrradas”. Hay que volver, por tanto, a hacer nuestra la preocupación fundamental de Jesús, que no es otra, que dar una dimensión divina a nuestra vida, a semejanza de Dios, llegando como Jesús si es preciso hasta entregar la vida. Y para que cuanto llevamos dicho, sea más popular e inteligible, quiero acabar con una Entrevista a Jesucristo, que le hacen los hermanos María e Ignacio López Vigil. 3.Teología provocativa Hace unos 40 años que los hermanos María y José Ignacio López Vigil, escribieron la obra UN TAL JESUS, escuchada primero como una serie radiofónica y luego publicada como libro. Fue tan enorme la incomprensión de algunas altas jerarquías de la Iglesia que llegó a ser prohibida “oficialmente” en los paises del continente. Pero la calidad evangélica de su contenido fue poco a poco imponiéndose y alcanzó una difusión inimaginada. Me tocó participar muy activamente en ese momento y hoy me complace presentar un capítulo de su nueva obra “OTRO DIOS ES POSIBLE “ (2 Tomos-Incluye CD), con “100 entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la tierra”. De esta obra ha escrito el obispo Pedro Casaldáliga: “Hay teólogos que responden a preguntas que nadie hace y hay otros que intentan responder a las preguntas que hacemos todos. Estas entrevistas con Jesucrisrto son una gran respuesta a inquietudes, decepciones y también a esperanzas, abordadas con humor, realismo y libertad adulta. Imagino que no faltarán los que se rasguen las vestiduras. Pero ustedes están haciendo un bello servicio al Reino de Dios y a su propagador máximo, Jesús de Nazaret”. ¿EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO? Entrevista 64 RAQUEL Los micrófonos de Emisoras Latinas regresan a Jersusalén y están instalados hoy en el Cenáculo, escenario de los hechos maravillosos de aquel Jueves Santo. Con nosotros, Jesucristo, protagonista de aquella noche memorable. En este lugar , usted celebró la Ultima Cena y la Pascua. JESUS Bueno, aquí comimos la Pascua. Todos los años, con la luna de primavera, hacíamos lo mismo. Es la gran fiesta de mi pueblo, un memorial del éxodo , cuando Moisés liberó a los esclavos del faraón. RAQUEL Sí, pero aquella Pascua fue especial. Reconstruyamos los hechos. Estaban todos reunidos cenando. Usted tomó el pan y dijo: “cómanlo, esto es mi cuerpo”. Después, la copa de vino : “bébanla, es mi sangre”. Tal vez, las palabras más sagradas de la historia de la humanidad. ¿Fue así? JESUS Sobre el pan y el vino yo dije una bendición . No recuerdo las palabras exactas, pero… no sé a dónde quieres llegar. RAQUEL A la transubstanciación. Cuando usted pronunció esas palabras mágicas, en aquel pan estaba la presencia de Dios, ¿sí o no? JESUS Sí, en quel pan estaba Dios. RAQUEL Me alegra escucharlo. Llegué a pensar que usted echaría abajo otro dogma…. JESUS ¿De qué te asombras, Raquel? En Dios vivimos, nos movemos y somos. ¿No lo sabías ya? Levanta una piedra, ahí está Dios. Parte un trozo de madera, ahí lo encontrarás. RAQUEL Un momento. No se me vaya por los trozos, digo por las ramas. Los oyentes saben que usted consagró aquella noche el pan y el vino. JESUS El pan y el vino, y el aceite son sagrados. La comida con que nos alimentamos es un don de Dios y por eso sagrada. ¿A eso te refieres? RAQUEL No. Yo me refiero a la transubstanciación. Que por aquellas palabras suyas , el pan dejó de ser pan y el vino dejó de ser vino. JESUS ¿Cómo el pan va a dejar de ser pan y el vino de ser vino? RAQUEL Quedaron las apariencias, pero cambió la sustancia. En aquel pan estaba su cuerpo, en aquel vino estaba su sangre, usted mismo, Jesucristo, transsubstanciado. JESUS ¡Qué locura estás diciendo, Raquel! … Si yo estaba sentado en medio de todos… ¿cómo iba a estar metido al mismo tiempo en una hogaza de pan o en una copa de vino? ¿Qué truco sería ese? … ¡Ni que fuera mago! RAQUEL ¿Qué había en aquella copa que usted dio a beber a sus discípulos? ¿No era su sangre? JESUS En mi pueblo no se toma la sangre de ningún animal, menos de una persona. Me estás hablando de una cosa …..horrenda. RAQUEL Pero, entonces, ¿qué hizo usted de aquel Jueves Santo? JESUS Yo hablé de unión, de comunidad. Luego, compartimos el pan. Yo brinde con la copa y, según la costumbre, todos bebimos de ella. RAQUEL Usted dijo que hicieran eso en memoria suya. JESUS Sí, tenía miedo que me apresaran. Entonces, les dije: hagamos una alianza. Pase lo que pase, sigamos unidos, como los granos de trigo en la espiga, como las uvas en el racimo. Si yo falto, reúnanse para recordar el compromiso del reino de Dios. RAQUEL A ver si nos entendemos. ¿Usted no instituyó aquella noche el sacramento de la eucaristía? JESUS No. RAQUEL Y cuando un sacerdote repite las palabras que dicen que usted dijo aquella noche, ¿qué pasa con el pan y con el vino? JESUS Nada…..porque ya pasó. RAQUEL ¿Cómo que ya pasó? ¿No ocurre ningún milagro? JESUS El milagro no está en el pan ni en el vino, Raquel. El milagro está en la comunidad. Cuando un grupo de hombres y mujeres que se quieren, que luchan por la justicia, se reúnen y dan gracias a Dios y recuerdan mis palabras… ahí está Dios en medio de ellos. RAQUEL Y aquí estamos nosotros, en medio de nuestra audiencia y con demasiadas preguntas pendientes. Una pausa y regresamos. Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Jerusalén. Quiero poner cierre a ese mi pasionante relato. Si a base de repetir el rito del Sacrifico llegamos a convencernos de que ya estamos redimidos, en lugar de examinar en qué medida estamos cumpliendo su mandato “En esto conocerán todos que sois discípulos míos en que os amáis unos a otros”, no es difícil entonces concluir que nuestras eucaristías pasan a ser una idealización del amor, sin sospechar que a lo mejor estamos traicionando el sentido original de la eucaristía. ¿Estamos realmente llevando a la eucaristía nuestros bienes para que sean compartidos por los que están en dificultad? En muchas de las eucaristías, no lo parece; pues en lugar de unidos, nos sentimos extraños; en lugar de pan para compartir una Cena asistimos a un sacrificio; en lugar de pan para compartir sólo hay “hostias” preparadas industrialmente; en lugar de presentar y distribuir bienes sólo se alcanza a dar alguna limosna. De esta manera resulta que, tras muchos siglos de decir que somos seguidores del Nazareno, no encontramos con que nuestra vida está saturada de creencias y de ritos, repetidos una y otra vez, en uno y otro lugar, por miles y miles de dirigentes eclesiásticos. Y nuestras vidas no parece que se sientan interpeladas por ellos, no cambian y siguen dócilmente las consignas de la nueva religión neoliberal: trabajar, medrar, consumir y disfrutar con la mayor ganancia posible, sin apenas preocuparse por las desigualdades e injusticias entre unos y otros. Y, en medio de ese frenesí competitivo y consumista, recurrimos alguna que otra vez a un Dios que dista mil leguas del Dios revelado por Jesú: “Los hay que se representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan no es, de ningún modo, el Dios del Evangelio” (GS, 19 ) Pero, lo más sorprendente es que, buena parte del clero sigue validando la celebración de la Eucaristía sin que se cuestionen la necesidad de renovarla. Dice el Vaticano II:“los pastores deben vigilar para que los fieles participen en la acción litúrgica consciente, activa y fructuosamente” (SC, 11). La reforma litúrgica debe asegurar una “plena y activa participación de todo el pueblo” (Idem,14) sabiendo que en ella “hay partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar” (Idem, 21) pues “la Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad ni siquiera en la Liturgia, sino que más bien respeta y promueve el genio y las cualidades de las distintas razas y pueblos”(Idem, 37) . Eucaristías uniformes y repetitivas, autocentradas en el cura, reglamentadas minuciosamente desde unas oficinas alejadas de la vida, sin creatividad comunitaria. Encuentro muy acertadas las palabras del teólogo José Antonio Pagola: “La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos , es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia. El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo. Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación , emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad”. En la visión oriental la divinidad es infinita o ilimitada pero también absoluta o concentrada en sí, aunque se dispersa en dioses, diosecillos, ángeles y démones de significación ambigua o ambivalente. El soberano oriental o déspota refleja esa infinitud divina como poder absoluto, mientras que en Confucio la tierra está regida por el orden absoluto celeste y sus leyes armónicas. El imperio de la ley que se encarna en el emperador promana directamente del empíreo.
En la versión occidental de Dios este comparece desde los griegos como una divinidad directamente absoluta o absolutista, tipo Zeus o Júpiter, si bien acompañado de otros dioses cuasi democráticamente. En Platón Dios personifica la idea de la verdad suprema frente al hombre relativo y relativista movido por la erótica del amor y la búsqueda o deseo insaciable. El propio Aristóteles representa al Dios como motor inmóvil que todo lo mueve, como éxtasis o estado de perfección frente a la complejidad humana. Por lo que respecta a los diablos o demonios obtienen un contrapunto matriarcal frente al ser del Dios padre, representando lo indefinido y el devenir, lo caótico matricial originario de todo. La gran revolución humana del Dios ocurre con el judeocristianismo. En el judaísmo Dios parece el Ser supremo absoluto que se define ante Moisés como “Yo soy el que soy”, pero cuya expresión hebrea no denota un ser esencial sino un ser existencial que se define como “Yo soy el que estoy con vosotros”. En el propio cristianismo se radicaliza esta estancia existencial del Dios, encarnado en el genial profeta Jesús de Nazaret. El Dios cristiano mantiene la infinitud oriental pero atemperada por el tiempo de su encarnación o encarnadura. Aquí Dios ya no mueve inmóvilmente al amor, sino que es el mismo amor como motor móvil de la creación. En este sentido el Dios cristiano es infinito o abierto y no absoluto o absolutista, por eso Tomás de Aquino lo define como el ser de la vida. Aunque luego ese ser vital queda enmarcado medievalmente como el Ente supremo y, por tanto, absoluto. Es la traducción/traición eclesiástica de la divinidad evangélica abierta, una tradición que revierte al Dios infinito en Dios absoluto, tratando de realizar una concordancia greco-cristiana que en realidad chirría. Heidegger ha intentado una mejor síntesis al concebir al ser que refleja al Dios como el infinito cuasi espacial (a lo Newton) pero encarnado en el ser temporal del mundo. Desde esta perspectiva, el diablo es la negación de la infinitud en nombre de la impura finitud, así pues la denegación de la trascendencia en nombre de la inmanencia. Por eso en cierta tradición el diablo es el ángel caído por no querer venerar al hombre y su contingencia, algo que le muestra tan inteligente como sin corazón o compasión. Como muestran las tentaciones del diablo a Jesús, aquel trata de reducir la infinitud divina al absoluto cerrado del poder o dominio totalitario, propio del gran Inquisidor con su dogma/doma de la humanidad. Fue el romanticismo radical el que invierte los términos y propone un diablo joven, rebelde e infinito contra el viejo Dios absolutista, un buen diablo anarcoide y disolutorio del poder que ostenta el mal Dios prepotente. Blake representa esta lucha romántica de la sombra y lo oscuro (black) contra la luz, aun sabiendo que la luz solo puede brillar en las tinieblas. El diablo se acabará convirtiendo en el señor de la materia impura, y Dios en el señor del espíritu puro. El propio Goethe presenta a su Fausto como un héroe simpático en contacto con el demonio mefistofélico y abierto. En definitiva, el diablo es ahora el emancipador o liberador del hombre del yugo divino o celeste. Será el existencialismo radical el que continúe esta revisión del buen demonio y del mal Dios, recogida por cierta progresía apresurada apresuradamente. En efecto, el idealismo alemán se encargará de realizar una última síntesis tratando de redefinir a Dios junto al diablo como una unidad dialéctica de infinito y absoluto, de apertura y cerrazón, de existencia y esencia, con el peligro de recaer en un incierto panteísmo confusor de Dios y el diablo. Quizás sea la hora de traspasar del panteísmo confusor a un humanismo radical, en el que el Hombre encarna la extraña mediación de Dios y el diablo, infinito y absoluto, eternidad y tiempo, espíritu y materia. |
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