Hace más de dos meses que comenzamos nuestro camino de Santiago como cada año, con los muchachos de la cárcel de Navalcarnero y la gente de la parroquia Sagrada Familia, con el mismo objetivo de siempre: intentar pasar unos días juntos, sabiendo que desde que comenzamos hasta que terminamos no vamos personas presas y en libertad, sino que vamos PERSONAS, y como tal todos gozamos de la misma dignidad y de los mismos derechos y obligaciones. Caminamos juntos un grupo de personas que queremos hacer juntos una experiencia especial de VIDA, de fraternidad, queremos hacer juntos el camino de la vida desde la experiencia de caminar hacia Santiago de Compostela.
Este año no había escrito nada todavía de esta experiencia, primero porque apenas una semana después de venir del Camino viajamos hacia El Salvador, tras las huellas de Monseñor Romero, San Romero de América como el pueblo le llama allí, y segundo porque cuando vinimos de allí y fuimos para Lanzarote no he tenido muchas ganas de sentarme a escribir. Me faltan los ánimos y quizás la esperanza. Estando en Lanzarote, hace casi un mes, Carmen tuvo un paro cardíaco, y confieso que desde entonces en mi vida, desde aquel fatídico 29 de agosto, me encuentro con el corazón herido y como en un puño. Hoy es un día muy especial para los que estamos visitando las cárceles y por eso me he sentado un rato a contar la experiencia de este nuestro camino de Santiago de este año. Y cuando lo hago, no puedo evitar que se me caigan una y otra vez las lágrimas, porque no puedo dejar de pensar en Carmen, en su vida, en su enfermedad… pero quizás, en este día de la Merced, que ya termina, y por el cariño especial hacia ella, me siento a escribir y me siento a recomponer de nuevo en mi corazón, después de dos meses, lo que fue aquella experiencia. Siempre que hemos preparado hacer el Camino, y ya han sido cuatro años, lo hemos hecho con el firme convencimiento de que merecía la pena para todos los que nos embarcábamos en la experiencia, que el esfuerzo a todos los niveles estaba “bien pagado” con los frutos que se iban recogiendo. Es verdad que cada camino es especial, porque las personas que vamos somos diferentes, y porque los momentos de cada persona, aún repitiendo algunos año tras año son también diferentes, Y este año, por tanto, también lo era. El grupo que participábamos era muy numeroso, más que en otras ocasiones, y porque los chavales que salían de la cárcel además eran tanto de Navalcarnero como del CIS (Centro de inserción, donde cumplen ya el tercer grado). De Navalcarnero salian cuatro muchachos, tres del CIS que también está en Navalcarnero y otro que está en el CIS Victoria Kent de Madrid, es decir, ocho personas de los centros y catorce de la parroquia, o cercanas a ella, algunas de las cuales incluso no nos conocíamos. La apuesta como cada año era mucha, pero lo hacíamos ilusionados y con la mirada puesta en que todo iba a salir muy bien, como por supuesto así fue. Como siempre, desde el mes de enero comenzamos con las primeras reuniones con los “jefes” de instituciones penitenciarias para poder realizar la experiencia. Y desde el mes de marzo comenzamos a proponer a los chavales de Navalcarnero lo que íbamos a hacer, para luego también pasar la lista a los trabajadores sociales y educadores, y que pudieran informar a la Junta de Tratamiento del centro para poder aprobar el permiso. Despues del sí de Navalcarnero queda también la aportación por parte de la Secretaría General de instituciones penitenciarias, que aprueba definitivamente, a expensas solo de que el Juez de Vigilancia sancione definitivamente el permiso de cada uno de los muchachos. Es una tarea ardua hasta ver por fin a los muchachos en la puerta, porque supone muchos pasos; incluso a veces alguien puede darse de baja en el proceso, o puede tener algún problema o simplemente que a ultima hora no pueda ir por diferentes motivos. Siempre les decimos que si no van a ir nos lo digan de antemano para dejar la plaza para otra persona, y que intenten en esos meses “no liar nada” para que no les quiten el permiso. Este año además, y como novedad, todos firmamos una especie de memorándum, tanto los de Navalcarnero como los de la parroquia. Firmamos un compromiso donde básicamente lo que se decía es que no íbamos a beber alcohol durante esa semana, que todos íbamos a aportar algo de nuestra economía para llevarlo a cabo ( evidentemente quien no tuviera nada no aportaba nada, pero sabiendo que otros lo aportaban, con lo que intentamos hacer una llamada especial al compromiso personal y a la responsabilidad, y que además todos nos comprometíamos a ir en grupo, que las decisiones y todo lo que llevaramos a cabo en esos días lo íbamos a realizar y a decidir en común. Mucho esfuerzo, muchos sinsabores, mucho trabajo…. Pero en el fondo todos los esfuerzos se veían recompensados cuando les veíamos salir de la cárcel, y sobre todo cuando los veíamos caminar kilómetros y kilómetros en libertad, disfrutando de esa libertad anhelada y sintiéndose personas libres y ojala que liberadas… supongo que es como cuando una madre da a luz, que da por bien invertido todo el dolor del parto y todas las incomodidades del embarazo cuando contempla en sus brazos al recién nacido… es como si la dificultad y el problema se volvieran ternura y esperanza ante el bebé… esa misma ternura es también la que sentimos cuando vemos que hay una serie de muchachos que pueden disfrutar de esa experiencia de libertad y de fraternidad, no miramos hacia atrás sino que miramos hacia adelante y ese mirar hacia adelante, ahoga todo lo pasado anteriormente…. Salimos por la tarde del día 5 de Julio en la furgoneta tres personas con el fin de llegar por la noche y poder descansar para el dia siguiente; el resto del grupo de la cárcel salió por la tarde y se reunió en la parroquia con todos los demás, para salir por la noche en autobús hacia Sarria. Y esa es la grandeza: cuando nos reunimos primero en la parroquia y luego por la mañana en Sarria, no había presos y gente en libertad, sino que había personas que querían hacer juntos una experiencia de liberación, de encuentro y de fraternidad. Este año hemos hecho de nuevo el camino llamado francés, que ya hicimos el primer año y que sabíamos era bonito, aunque con mucha mas afluencia de gente que otros itinerarios. Los días se nos fueron pasando casi sin sentir; como siempre la etapa de cada día la partíamos en dos; solíamos salir temprano ( bueno, tampoco mucho, aunque depende de los días por los kilómetros que hacíamos en cada jornada), y en la mitad de la etapa, parábamos para tomar un “bocata” y descansar un rato, y luego después de “repostar” continuábamos hacia el final de la etapa, que llegábamos ya hacia el mediodía. Durante el camino, cada día aprovechábamos para comentar y hablar con los que íbamos andando; en el camino se vive lo mismo que se vive en cada momento de nuestra vida: las dificultades, las esperanzas, los logros, los desconsuelos, las heridas, las pérdidas… el camino es como la vida porque la vida está hecha también de todo eso. En ese caminar diario van saliendo muchas experiencias positivas, vamos compartiendo lo que somos, lo que deseamos, nuestros anhelos… comentamos y compartimos nuestra vida desde la sencillez y la confianza que cada uno va queriendo… sin forzar nada, pero a la vez desde la cercanía de saberse escuchado, valorado y no juzgado. Casi siempre los muchachos de Navalcarnero suelen ir contando su vida: sus mazazos, sus desengaños, sus errores… parece como si el contarlo a los demás fuera para ellos una liberación, nunca preguntamos nadie nada por supuesto, pero el clima de fraternidad que se va viviendo va haciendo posible ese encuentro interpersonal y grupal. Es verdad que unos por temperamento comparten más que otros, que unos son más capaces que otros de dialogar y expresar lo que sienten, pero el camino es tan rico y tan variado que hasta los más “tímidos” acaban abriéndose, y sobre todo porque el clima que se respira es un clima muy especial, un clima donde lo que prima es el ser humano, y en ocasiones cuando un ser humano desvalido y débil se acerca se va ensanchando poco a poco el corazón. En el fondo es vivir la vida desde la experiencia de caminar siete días, es como si de pronto nuestra vida pudiera vivirse en esos siete días, con gente que al principio son desconocidos, pero que con el paso de los días acaban siendo parte de ti, de lo que eres y de lo que deseas. En ese caminar juntos todos aprendemos de todos, todos descubrimos que nos necesitamos, que nadie puede ser autosuficiente, y por supuesto, los creyentes vamos también descubriendo las manos y los pies de alguien que camina a nuestro lado, vamos descubriendo a ese Dios Padre-Madre que igual que nos acompaña en nuestra vida de cada día, también lo hace ahora en nuestra peregrinación caminante a Santiago. Ese Dios que a menudo no entendemos, ese Dios que parece que a veces está callado y que su presencia parece como nublarse, pero ese Dios que vamos también descubriendo en cada gesto del hermano que esta a nuestro lado. El Dios caminante de la vida, sentimos que va con nosotros también a Santiago. Este año además queríamos tener una oportunidad especial de reflexionar juntos. Por eso, se nos ocurrió que pudiéramos hacer actividades en grupo. Todos los años preparamos un material con oraciones y actividades para poder hacer personalmente, pero este año nos parecía importante hacerlo juntos. Por eso a partir del segundo día, nos reuníamos todas las tardes durante dos horas al menos, para compartir alguna dinámica de grupo, alguna oración, o algo de nuestra vida… lo hicimos separados en tres grupos… y tengo que decir que dio mucho resultado, porque fueron reuniones de grupo donde cada uno expresaba de manera sincera lo que vivía, lo que sentía, o se daba a conocer a los demás y al ser grupos más pequeños la participación era mayor. Cuando al final del Camino lo evaluamos, vimos que había sido un acierto tener estas reuniones de grupos. Nos sirvió para conocernos todos más. De tal modo que el ambiente que se creo entre todos fue de sinceridad y de poder decirnos las cosas. Incluso cuando surgieron dificultades de entendimiento o de convivencia, que en todo grupo surgen, fuimos capaces de abordarlas en común pero desde descubrir que todos éramos un grupo, que todos queríamos lo mejor para todos y que no había jefes o gente que mandaba y gente que obedecía, sino que todos nos sentíamos responsables en todo lo que teníamos que hacer y vivir. Durante el camino un año más hemos ido descubriendo que todos somos importantes, que nadie puede decir que no vale para nada, que todos nos necesitamos y podemos hacer algo por los demás. Y todavía más, que para que el grupo funcione tenemos que colaborar y participar todos a una; como en la vida misma, no podemos ir solos por la vida, no podemos ir de “francotiradores”sino que tenemos que intentar sentirnos parte de una comunidad que camina unida y en la que todos tenemos algo que decir y que aportar. Eso también lo hemos ido descubriendo en nuestro caminar este año. Comenzando por lo más sencillo como es la intendencia y la cocina de cada día, y siguiendo por algo tan sencillo como colocar cada dia los equipajes de la furgoneta, o preparar juntos alguna actividad, o fregar los platos después de cada comida… o simplemente estar preocupado del otro, de lo que necesita, de lo que le pasa, de lo que siente, de lo que anhela… todos en grupo, nadie por libre, sin sentirnos solos, aunque en ocasiones fuera necesario ese espacio especial de soledad y de encuentro personal. Resumiendo, han sido días de compartir de modo especial nuestra vida, no solo en el camino, andando y con sus dificultades, sino también poniendo luego en común lo que somos y lo que necesitamos. Hemos vuelto a descubrir las palabras de San Pablo “no hay esclavos, ni libres, hombres y mujeres, porque todos somos uno”, hemos vuelto a descubrir además que todos tenemos derecho a tener una nueva oportunidad, que todos tenemos derecho a equivocarnos y a volver a empezar. Hemos experimentado la misericordia del mismo Dios en cada abrazo, en cada apoyo y en cada sonrisa de los que estábamos allí. Hemos tenido también como cada año nuestros ejercicios de risa, de demostrar que la vida llevada con alegría es mucho mas llevadera, incluso que cuando ya parecía que no podíamos más una sonrisa nos aliviaba y nos ayuda a seguir, en el fondo repito, como en la misma vida. Llegamos a Santiago, y como siempre la Eucaristía en la catedral, la eucaristía del peregrino, que este año no pudo ser con el botafumeiro, pero en el fondo era la eucaristía de acción de gracias a Dios que resumía todo lo que en los siente días anteriores habíamos compartido y vivido juntos. También al inicio de la misa nos nombraron, y eso nos hizo a todos ilusión, y confieso que cuando escuche de labios del cura decir que veníamos un grupo de chavales de la cárcel y de la parroquia, me emocione por dentro y sentí que una vez más todo aquello había merecido la pena. Muchos no lo entienden, muchos nos dicen que estamos locos, pero en el fondo es la locura de la vida, la locura del evangelio, la locura de creer que las cosas pueden ser diferentes y sobre todo que merece la pena apostar. Este año tuvimos la cena del pulpo en mitad de la experiencia, en la cuna del pulpo lucense, en el pueblo de Melide, por eso la ultima noche en Santiago, después de la misa del peregrino fuimos a cenar el bocata de rigor al albergue y luego a dormir a pierna suelta con la sensación de haber cumplido y de un año más estar felices por todo lo vivido y experimentado juntos. Durante el camino todos nos hemos ayudado y todos hemos aprendido de todos, todos hemos aportado algo de nosotros mismos para que la experiencia siguiera adelante. Unos aportaban su fuerza para caminar, otros su sonrisa y su entusiasmo, otros su sabiduría, otros su cariño; recuerdo muchos momentos de compartir todo eso juntos, y sobre todo quien ha compartido su a veces ir la última, junto a los últimos para evitar que se perdieran y no fueran solos, y lo ha compartido , quizás estando ya enferma, sin hacerse notar, sin quejarse, sino desde la alegría que siempre la ha caracterizado: cada vez que se quedaba sola con Jose o con Pedro el primer dia, y los acompañaba porque no podían, siempre lo hacia con una sonrisa en la boca y diciendo que ella “iba en el vagón de cola”, que no la importaba ir la última porque iba con los últimos, como Jesús de >Nazaret, con aquellos que no podían, pero como digo sin quejarse nunca, siempre dando ánimos a los que estaban a su alrededor . Hoy, y por todo lo sucedido hace casi un mes, vuelvo a recordar a Carmen, a su tesón, a su esfuerzo, a su alegría… en el fondo a su experiencia profunda de un Dios liberador y compañero de camino; ese Dios que siempre dice ella que a veces no ve pero al que tanto hemos rezado muchos para que pudiera seguir con vida… ese Dios que sin duda llena su vida y la hace contagiar alegría… desde aquí, en el silencio de la noche, me llegan sus risas, me llegan sus abrazos… y entre lágrimas sigo mirando hacia adelante, sigo creyendo que pronto va a estar recuperada del todo y va a ser nuestra Carmen de siempre… pero no puedo también dejar de mirar al crucificado, porque en este momento ese es el dolor que nos invade a todos los que la queremos… y junto a El también miro a mi Monseñor Romero, al que Carmen y yo hemos tenido la oportunidad de conocer más de cerca en nuestro viaje a El Salvador, después del camino… ella que vino tan enamorada de él, ella que siempre ha dicho después que había sido “el viaje de su vida”, y entre lágrimas y mirando a la imagen del Santo de América me brotan también las palabras que tantas veces he dicho en este ultimo mes, y que el también dijo en tantos momentos difíciles de su vida “yo no puedo, Señor, hazlo Tú”. Al finalizar este día de la Merced, recordando la experiencia del Camino de Santiago, y entre sollozos me brota pedirle al Dios Padre-Madre caminante que siga caminando con Carmen, que siga estando a su lado como lo ha estado siempre… y sobre todo me brota la oración de estos días “desde lo hondo a Ti grito, Señor, Señor escucha mi voz…” Muchas emociones juntas, mucho camino compartido juntos, y por eso también mucha vida disfrutada y vivida. Termino dando gracias a la Virgen, nuestra Señora de la Merced y la pido que ella como madre se acuerde de todos nosotros, que esté siempre a nuestro lado, que sintamos su protección y su ayuda; que como madre camine junto a todos los presos y que los ayuda a liberarse y a comenzar una nueva vida. Le pido a Maria que igual que estuvo al pie de la cruz de Jesús también esté al pie de las cruces de tantas personas que se encuentran en prisión, que enjugue las lágrimas de tantas madres que como ella lloran por sus hijos cautivos. Le doy gracias por sus “mercedes”, por todas las gracias que cada día recibimos también del mismo Dios, por habernos enseñado a creer y a fiarnos de Jesús por encima de todo. CAMINO DE SANTIAGO, CAMINO DE LA VIDA, un año más lo hemos recorrido juntos, con sus especificidades, con sus luces y con sus sombras, con sus heridas y con sus curaciones, con sus ampollas y con sus vendas… pero en el fondo lo hemos hecho juntos y no nos hemos parado. Que el Dios de la vida nos ayuda a no pararnos nunca, sino a estar siempre caminando y a descubrir que no estamos solos. Y sobre todo a empeñarnos juntos en la tarea de hacer un camino de vida cada día más feliz para todos, a intentar que todos caminemos juntos haciéndonos felices al estilo de Jesús de Nazaret, sin más herramienta que nuestra propia vida puesta al servicio de los otros. Sabiendo que no estamos solos, que no caminamos solos, sino que “Alguien está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
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Estamos asistiendo a una transformación de las condiciones laborales que constituyen un cambio de época. Las estadísticas nos confunden, porque llaman trabajo a contratos precarios que no corresponden al concepto de un empleo fijo y su remuneración es insuficiente para mantener a una familia normal. Antes todos los miembros de una casa vivían con lo que ganaba el padre. Hoy se trabaja por horas, por días o por semanas. Hasta se hacen trabajos desde casa, sin presencia real en la empresa.
La tecnología permite sustituir personas por máquinas y lo que predomina es la rentabilidad final de la empresa, sin tener en cuenta las necesidades de las personas concretas. La gran cantidad de parados da lugar a tener que aceptar cualquier cosa para poder subsistir. El nivel de vida está bajando para la mayoría de los ciudadanos. Todos tenemos que acostumbrarnos a vivir con menos. Pero, en aras de la justicia, los recortes deberían ser para todos. Es desproporcionada la diferencia entre el salario de un directivo y el de un obrero. Las propuestas de algunos partidos políticos van encaminadas a disminuir esas diferencias injustas. Se debe fijar un salarios mínimo que permita vivir dignamente. Cuando las personas son lo más importante el dinero se administra de un modo más lógico. Ni la desigualdad comenzó en 2008 ni la precariedad fue un invento de esto que llaman “crisis”, pero ha supuesto -está suponiendo- una vuelta de tuerca que aprieta – ¡y ahoga!- a los colectivos más débiles, más invisibilizados, más vulnerables. Tampoco es invento reciente que haya personas, colectivos, que no se resignen y planten cara. Por ejemplo, las mujeres, con larga tradición de receptoras “privilegiadas” de la peor parte (suele pasar: al gordo, raramente, pero a la pedrea estamos entre las primeras candidatas).
Cuadernos HOAC dedica al tema su nº 10, “Democracia y dignidad para las mujeres ante situaciones de precariedad”. Su autora, Neus Forcano, es filóloga y teóloga, miembro del Col·lectiu de Dones en l’Església y de la Asociación europea de mujeres para la investigación teológica (ESWTR). Y tiene una mirada suficientemente amplia como para no circunscribirse a la precariedad económica y laboral, sino también como falta de condiciones y de posibilidades de crecimiento personal, intelectual y emocional que muchas mujeres ni imaginan a causa de la situación de necesidad material en que se encuentran tanto ellas como sus familias. La brecha económica y social entre colectivos ricos y pobres ha crecido desde 2008. En el caso de las mujeres, el problema se ahonda. El 83% de la población activa femenina asalariada trabaja a tiempo parcial, y el 65% de los contratos temporales de los dos últimos años los firmaron mujeres. Estos y otros datos hacen que la brecha salarial varones/mujeres sea de más del 30%. Los poderes públicos parecen haber dimitido de su compromiso con el bien común; por el contrario, las supuestas medidas anticrisis que articulan –reformas fiscales, laborales, educativas- resultan eficaces excavadoras de la brecha, en la medida en que favorecen a los ya muy favorecidos, en lo que constituye no sólo una dejación de responsabilidades, sino una clara corrupción de la democracia, adelgazada hasta quedar reducida a “formal y representativa vacía de contenido”. No es, por tanto una cuestión exclusivamente económica; afecta a derechos básicos de las personas y significa una precarización de la propia democracia. A lo largo del tiempo, colectivos de mujeres plantean iniciativas prácticas, como Sindihogar/Sindillar citada por la autora, que van más allá de buscarse la vida colectivamente, que son una crítica al sistema, y que ponen de manifiesto la necesidad de “una nueva visión de la economía que tenga en cuenta que la producción y el mercado se nutren de la vida, el cuidado y la reproducción que se desarrollan en el ámbito privado”, como vienen reclamando las feministas. Plantar cara a la precarización, insiste la autora, no sólo implica la crítica al sistema; “también plantearse cómo crecer personalmente, cómo formar, educar y conseguir una ciudadanía consciente, crítica y capaz de actuar colectivamente”. Neus, teóloga feminista –valga la redundancia-, tiene las herramientas para mirar con esta perspectiva la experiencia de algunas mujeres de la tradición bíblica, que “nos pueden mostrar actitudes para el desarrollo de esta conciencia de libertad personal, para el ejercicio de implicarnos en la realidad y de imaginar horizontes de utopía que nos impulsen al cambio individual y colectivo por el bienestar de toda la comunidad”. Los relatos de Rut y Noemí, mujeres independientes y abiertas a la utopía, de Marta y María, constructoras de espacios comunitarios, y de la sirofenicia, que vehicula una teología de desobediencia y sabiduría, nos invitan a descubrir algunos referentes de esperanza “para que nadie renuncie al deseo de querer una vida digna, feliz y llena de sentido”. Todas ellas son mujeres que no se rinden, precisamente porque están en situación de precariedad. Las respuestas no nacen de los hartos, los satisfechos en cualquier sentido, sino desde la conciencia de necesidad. Como reza la cita de Simone Weil que abre el cuaderno, “el peligro no es que el alma dude de que haya pan o no lo haya, sino que se deje persuadir por la mentira de que no tiene hambre”. La continua defensa del Papa Francisco de reformar el sistema económico global, su insistencia a luchar contra la desigualdad y su denuncia contra el obsceno culto al dinero choca permanentemente con un sector de la iglesia que sigue adherido a lo que ellos llaman el sistema “liberal”. Quizás por ello, convenga profundizar en cómo supuestamente funciona dicho sistema y en cómo está funcionando realmente.
Es realmente curioso bucear en los libros de Adam Smith, “padre” de la economía moderna y releer las razones que le llevaron hace más de 200 años a apostar por un sistema económico liberal. Podríamos resumir sus libros diciendo que Adam Smith optó por “UTILIZAR” la avaricia de los ricos de forma que, haciéndoles competir entre ellos, se pudiera conseguir que todas las personas adultas pudieran ser contratadas por los ricos, ofreciendo así a todo el mundo un empleo que permitiera una vida sencilla, digna y feliz. Quedando únicamente fuera de esta situación de felicidad los ricos que, guiados por su propia avaricia, tiraban su vida por la ventana condenándose a una vida de infelicidad. Para leerlo en sus propias palabras, animo a leer este pequeño extracto llamado “El Verdadero Adam Smith”. No era por tanto su opción por los empresarios ni por los ricos lo que llevó a Adam Smith a defender la economía liberal, sino su opción por los trabajadores y su particular visión de la vida y del mundo. Los textos de Adam Smith están llenos de críticas punzantes y severas contra la avaricia y estupidez de los ricos y de los empresarios y contra toda actitud superficial o consumista. Llama por tanto mucho la atención que los empresarios, las clases privilegiadas y todos los interesados en mantener una cultura consumista defiendan sus posiciones aludiendo las teorías de Adam Smith. Una de dos, o es hipocresía o es ignorancia. Pero aún cabe la pregunta de si realmente la mejor manera de estructurar esta sociedad es UTILIZAR la avaricia, dando rienda suelta a la ambición desmedida de los ricos y hacerlos competir incesantemente entre ellos, tal y como defendía Smith. ¿No es demasiado peligroso? De hecho, el propio Adam Smith advirtió sobre el enorme peligro de que las clases privilegiadas acumularan tanto poder que terminaran legislando a su favor y en contra de la sociedad, llevando el sistema hacia la creación de poderosísimos monopolios y oligopolios. Lo expresaba así: “El miembro del parlamento que apoya las propuestas de los monopolistas adquirirá, popularidad, influencia y la reputación de ser un experto en economía política. Por el contrario, si se opone, ni su honradez, ni sus servicios a la comunidad podrán protegerlo de agresiones, ataques, insultos y peligros derivados de la ira de los monopolistas”. Es decir, que cuando los empresarios, banqueros y clases privilegiadas acumulan demasiado poder económico, se hacen también con el poder político y acaban legislando a su favor. Por lo tanto, el sistema liberal es en sí mismo inestable, ya que el poder acumulado por los ricos deviene en poder político y elimina cualquier posibilidad de auténtico liberalismo. Hoy podemos ver ese poder político de los ricos en su forma de presionar a las instituciones multilaterales, como el BCE o el FMI, para que se rescate con fondos públicos a los bancos en apuros, de forma que estos bancos puedan devolver el dinero que los ricos les habían prestado. Esta presión se ha hecho de manera idéntica en la crisis latinoamericana de los años 80, en la crisis asiática de los 90 y recientemente en la crisis europea. Las instituciones multilaterales, guiadas por la presión de los inversores, cometen así un grave atentado contra la teoría liberal que supuestamente defienden y convierten una pérdida privada de unos pocos inversores en una pérdida pública de toda la sociedad. Pero no quedando contentos con eso, cuando los ricos ya han recuperado todo su dinero, presionan de nuevo a las mismas entidades (FMI, BCE, etc…) para que, siguiendo ahora los principios liberales, no presten más a los gobiernos (que ahora están en apuros por haber rescatado a los bancos). Los ricos exigen ahora a esos gobiernos que antes de recibir más préstamos tienen que pagar lo que deben, que no puede ser que gasten más de lo que ingresan, que deben privatizar sus servicios públicos, recortar las políticas públicas y, por supuesto, reducir los impuestos al capital. De forma que se abren nuevas y enormes oportunidades de inversión para estos mismos ricos en esos países. Francisco, reforzado en su autoridad moral tras su exitoso viaje a Cuba y USA, se ve aclamado por el pueblo como líder global, mientras algunos lo rechazan en su propia casa. Bergoglio sabe que el eje izquierda-derecha se ha quedado viejo y el de progresistas-conservadores no responde a lo que busca: una Iglesia cada vez más evangélica.
Entre su más alta jerarquía, unos son partidarios de una Iglesia maestra, que mira al mundo desde la atalaya de su doctrina, mientras otros apuestan abiertamente por otra Iglesia más madre, con entrañas de misericordia, que pase, de una vez por todas, de aduana a hospital de campaña. Inmovilismo frente a aggiornamento. El Papa, por su parte, quiere una Iglesia hospital de campaña pero sumando. Es partidario del y/y frente al o/o. Quiere una Iglesia maestra y madre. O maestra con entrañas de madre. O madre que, con misericordia, ama y educa a sus hijos, y los acompaña por los caminos de la vida, especialmente en los momentos de las heridas y las amarguras. Estas dos posturas encontradas se van a encarnar en el Sínodo (y fuera de él) en dos bloques: los conservadores y los progresistas. Dos corrientes o sensibilidades eclesiales que, en vez de caminar hacia la síntesis que el Papa quiere, se polarizan cada vez más. Valores innegociables Los conservadores son un buen número (más de 15 cardenales) y hacen piña y presión con libros y artículos. Están encabezados por cardenales de la talla de Gerhard Müller, prefecto de Doctrina de la Fe, Raymond Leo Burke, patrono de la Orden de Malta, Camilo Ruini, ex presidente del episcopado italiano, o nuestro Antonio María Rouco Varela, ex presidente del episcopado español. Este sector, con amplio eco en las webs más tradicionalistas y rigoristas, es partidario de no cambiar ni un ápice en la aproximación pastoral de la Iglesia a la familia. Son los defensores acérrimos de los "valores innegociables". Y se cierran en banda a la más mínima apertura. De hecho, amenazan con un cisma en la Iglesia, si el Sínodo, con el refrendo del Papa, aprobase el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Temen que el endeble edificio doctrinal de la moral sexual se comienza a resquebrajar por la rendija de la admisión de los divorciados vueltos a casar y, además, tratan de convertir la doctrina sobre la familia en doctrina dogmática, es decir imposible de cambiar. Cuando, según los teólogos más acreditados, "no existe definición dogmática alguna, en el Magisterio de la Iglesia, sobre la familia". De hecho, la Iglesia admitió, durante siglos, el divorcio en determinados casos, como documenta el teólogo español José María Castillo. Ésta es parte de la argumentación de los moderados y de los progresistas, que, evidentemente, son muchos más. Son la mayoría, pero hacen menos ruido. Aunque algunos de sus líderes se hartan de declarar que hay que buscar salidas pastorales a tantas familias divorciadas. "Jesús condenaba el pecado, pero no a los pecadores", dicen. Más aún, su jefe de filas, el cardenal alemán Walter Kasper, va más lejos y asegura que "gay se nace" y que, por lo tanto, "hay que decir no a los fundamentalistas en nombre del Evangelio". Comunión de los divorciados Una clara proclamación de que la mayoría sinodal no se contentará sólo con la admisión a la comunión de los divorciados ni con la mayor facilidad para conseguir la nulidad, dado que esta última medida canónica ya la ha aprobado el Papa antes de que comience esta segunda parte de la asamblea sinodal. De lo que se tratará, pues, es de abordar algunos de los grandes temas más polémicos de la doctrina sobre la familia, incluido el matrimonio gay. Con el objetivo de aplicar la misericordia a las situaciones familiares concretas. Y es que, en moral sexual (desde los conceptivos, a los preservativos, pasando por las relaciones prematrimoniales) existe en la práctica un auténtico cisma silencioso desde hace muchos años: la jerarquía de la Iglesia propone el no a todo y las bases católicas se saltan a la torera todas esas prohibiciones. Se trata de abrir los ojos a la realidad y no seguir perdiendo fieles a borbotones por estos temas que no son dogmáticos. La decisión última está, por supuesto, en manos del Papa, tras escuchar atentamente a los más de 400 cardenales y obispos (y algunas familias), a los que invitó a hablar con total "parresía", es decir con absoluta franqueza y valentía. Terminado el Sínodo, Francisco tendrá que tomar medidas. Y no le resultará fácil contentar a las dos sensibilidades eclesiales. Lo más probable es que abra rendijas en el cemento armado doctrinal familiar, dejando que madure el consenso del pueblo de Dios (y de sus jerarcas) sobre la temática. El Papa de la suma, que apuesta por la unión que abre horizontes de futuro. Gramática del divorcio: no desatable no significa irrompible por: Juan Masiá Clavel, teólogo10/6/2015 Los sinodales se reunen este mes en Roma para hablar de la familia.Convendría repasar la gramática de los participios o adjetivos verbales, para evitar malentendidos sobre indisolubilidad e indisoluble, entre "no se ha de romper", "irrompible" y "roto".
La indisolubilidad del matrimonio (non dissolvendum, que no debería romperse) no significa que sea “irrompible”. No es incompatible la defensa de la indisolubilidad con el reconocimiento de las rupturas y la acogida eclesial misericordiosa de las personas divorciadas y casadas de nuevo. Decía el otro día un obispo, opuesto a la reforma, que “ni siquiera el Papa puede anular un matrimonio indisoluble”. Con respeto, permítase corregir el uso del lenguaje sobre “indisolubilidad” o “anulación”. No se trata de cuestionar la indisolubilidad como meta ideal, vocación, promesa y deber de cumplirla (que es lo que dijo una mayoría de sinodales en 2014). Tampoco se trata de anular o no anular, sino de reconocer como roto lo que se ha roto y, si la ruptura es irreparable y no se puede recomponer, hacer todo el bien que se pueda para recomponer la vida de cada una de las personas, sanar las heridas que hayan quedado abiertas o, en su caso, absolver a quien lamenta la ruptura de lo que “no se debía disolver”, pero se rompió irreparablemente. Lo explicarían en clase de ética elemental para el parvulario con el cuentecillo-parábola del reloj como regalo de bodas, que dice así: “Los padres de la novia regalaron a los cónyuges sendos relojes: de marca suiza, valiosísimos, un reloj para toda la vida, a prueba hasta de inundaciones y terremotos, y con el nombre de los esposos y fecha del enlace. Mas, hete aquí, que salen de viaje de bodas conduciendo su propio coche, tienen un accidente del que salen ilesos, pero los dos relojes se paran irreversiblemente. No se han hecho añicos, pero... los llevan al relojero y se confirma que no tienen arreglo. Eran para toda la vida, estaban garantizados, preparados y prometidos para serlo, pero... no eran absolutamente irrompibles. ¿Qué pensaríamos si esa pareja se negara a llevar otro reloj y se sintiesen obligados a convivir toda su vida con aquellos relojes que ya no marcan la hora y no tienen arreglo?” Hasta aquí la parabolilla. Por favor, no lo tomen a mal, como si comparásemos personas con objetos y a los esposos con los relojes, ni mucho menos; el punto de comparación es solamente la diferencia entre “lo que no se debe romper” y lo que “se puede romper”, entre lo “llamado a no romperse” y “lo no irrompible”. (En latín sería más claro distinguir con el uso del gerundio -ndum y el adjetivo verbal en –bilis. Por ejemplo, mi enemigo, al que se supone debo amar evangélicamente, es amandus,es decir, ha de ser amado, pero lamentablemente no es amabilis,no es amable y no es posible quererlo y me cuesta amarlo, lo más que llego es a rezar por él (como recomienda Mt 5,44 y Lc 6, 28). Otro ejemplo, non corrumpendum es lo que no se debe o no se ha de corromper, y corruptibilis, lo que “se puede corromper”. Reconocer que los alimentos congelados del supermercado se han corrompido al tenerlos un tiempo fuera del congelador y, por tanto, hay que sustituirlos, es compatible con seguir manteniendo que no se los debe dejar que se corrompan y que debemos tener más cuidado la próxima vez. Seguir defendiendo la indisolubilidad es compatible con la acogida eclesial de las personas que sufrieron la ruptura y están recomponiendo su vida. En vez de decir que el matrimonio es indisoluble, deberíamos decir que es non solvendum, que no se ha de disolver (“No separen los humanos la unión de los cónyuges que Dios desea”, dice Jesús, Mt 19, 6, es decir, la unión que van a construir los cónyuges a lo largo de la vida; convierten así su unión en inseparable cuando, al envejecer juntos, se logra por fin la indisolubilidad, que no es una propiedad del matrimonio grabada como divisa el día de la boda, sino una meta a lograr mediante el cumplimiento de la promesa). Pero decir del matrimonio que es non solvendum, que no se debe o no se ha de disolver, no quiere decir que sea irrompible, como ni siquiera lo es un reloj “water-proof” o “bomb-proof” (a prueba de inundaciones o a prueba de bombas). Por tanto, la afirmación y defensa de la indisolubilidad como “meta, don y tarea” (de que hablaban los padres sinodales el año pasado) es compatible con el reconocimiento de que, “lamentablemente, no es irrompible” (como decían en el 2000 los obispos japoneses y venía proponiendo desde el Sínodo de 1980 el arzobispo de Tokyo, monseñor Shirayanagi Seiichi, entre otros). Es compatible seguir proponiendo y animando a construir la indisolubilidad a lo largo de la vida de los esposos y, al mismo tiempo, reconocer la realidad de las rupturas, sanar (o, en su caso, perdonar) las heridas que necesiten sanación (o las culpas, en el caso de que las haya, que necesiten perdón), acompañar pastoralmente a las personas en el camino de recomponer su vida y acogerlas sacramentalmente con el estilo de misericordia de Jesús. Como decía ayer el arzobispo Osoro para deshacer los malentendidos sobre la propuesta pastoral del Papa Francisco, “hay que ver todo lo que él dijo sobre la familia siendo arzobispo de Buenos Aires. Si los que dicen cosas distintas lo leyeran, firmarían claramente lo que plantea Francisco". Y como expresaba ya hace tiempo el cardenal Kasper en El Evangelio de la familia (Sal Terrae, 2014, p.66): “Si excluimos de los sacramentos a los cristianos divorciados y vueltos a casar que están dispuetsos a acercarse a ellos, ¿no ponemos en entredicho la fundamental estructura sacramental de la Iglesia? ¿Para qué sirven entonces la Iglesia y los sacramentos?” El relato evangélico contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).
Primera escena: los fariseos y Jesús. La pregunta que le hacen resulta desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una institución divina lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al hombre y a la mujer para que se compenetren y complementen. Pero el judío sabe también que los problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores primordiales, se presta a graves conflictos. Por eso, desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio». La ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente: «Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...» Llama la atención en esta ley su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica, ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra y que se puede devolver si no termina convenciendo. Sin embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas personas podían ser más sensibles que otras al destino de la mujer. Este detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús. En cualquier caso, la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos judíos. Por consiguiente, la pregunta de los fariseos resulta desconcertante. Cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer. Pero Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el comentario de Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas. La reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Él también pone a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana. En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva familia. Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio. La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto. Segunda escena: los discípulos y Jesús. Saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que no contemplaba la ley judía, pero sí la romana. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo. Sigue el evangelio en el contesto de la subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la formula Mc no es verosímil, ya que el divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto paralelo de Mt dice: ¿Es lícito repudiar... por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en la discusión de escuela.
El tema de hoy desborda el ámbito de una homilía. Se trata de dilucidar el ámbito en que se tiene que desarrollar nuestra vida. Hoy la exégesis sirve de muy poco, porque la concepción del ser humano que hoy manejamos es tan distinta de la que tenían en tiempo de Jesús que lo que pudieron decir en aquella época no nos sirve de nada. Ni el NT ni los santos padres, ni la Edad Media ni siquiera el Renacimiento puede ayudarnos a comprender hoy cual debía ser el marco ideal para el mejor desarrollo del ser humano en nuestros días. No podemos hablar de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Son los cuatro pilares del templo donde puede desarrollarse una verdadera humanidad. En las materias que más pueden afectar al progreso de lo específicamente humano, debemos aprovechar al máximo los últimos conocimientos de la ciencia y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy religiosas o espirituales que parezcan. En esta materia no hay verdades absolutas. El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos. Cuanto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar todavía hoy si se tiene esto en cuenta. La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza característica de cada sexo. La base fundamental de un matrimonio está en una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de la sexualidad, humanizándola al máximo. La capacidad humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Tampoco los hay a la hora de utilizar la sexualidad para deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla. La diferencia está, no en el acto en sí, sino en la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento, es deshumanizadora. El matrimonio no es una patente de corso, después del cual todo está permitido. Yo he tenido que dejar de decir que había más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él, aunque estoy convencido de que es verdad. Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio y sexualidad sin dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo realmente complicado es aquilatar lo que queremos decir cuando hablamos de amor. Se trata de una palabra tan manoseada que es imposible adivinar lo que queremos decir con ella. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo de otra persona, también le llamamos amor. En su lugar podíamos decir unidad o identificación El único enemigo del matrimonio es el egoísmo. El afán de buscar en todo el beneficio propio y personal, arruina toda posibilidad de unas relaciones verdaderamente humanas. Esta búsqueda de otro para satisfacer las necesidades de mi ego, anula toda posibilidad de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos. Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que ni siquiera se plantean la unión estable sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me dará más. O al revés, puedo encontrar otra persona que dándome lo mismo, me exige menos. Desde nuestro punto de vista cristiano, tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de más humanidad. Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o entre no creyentes. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad, nada me podrá detener. El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír hablar de un amor que termina. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor. Los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento. Es muy corriente confundir el sacramento con el rito externo. Un sacramento es el resultado de la unión de un signo con una realidad significada. En este sacramento, el signo son las palabras que se dicen mutuamente los contrayentes. Lo significado es el verdadero amor. Si no hay amor, el signo que no significa nada, no es más que un garabato sin sentido. Puede haber verdadero amor sin sacramento. No puede haber sacramento sin auténtico amor. ¿Qué es lo que nos interesa, que se quieran de verdad o la apariencia del rito externo? El domingo pasado decíamos que en Dios todos estamos identificados. Lo que intenta el sacramento es que descubramos esta realidad y la vivamos de manera especial con la persona que elegimos para compartir nuestra existencia. Esta es la razón por la que el matrimonio se le ha considerado como sacramento, es decir, signo del Amor que es Dios y desplegado entre seres humanos. Podíamos identificarnos con cualquiera, pero elegimos una. Meditación-contemplación El matrimonio es la verdadera escuela del amor. Pero es también la prueba de fuego para aquilatarlo. Ninguna otra relación humana llega a tal grado de profundidad. En ningún otro ámbito se puede expresar mejor el don total. ……………… Las ensoñaciones místicas pueden ser engañosas, pero no hay nada más auténtico que una relación verdaderamente humana de pareja, donde se despliegue la capacidad de darse. ……………… La clave de un verdadero amor no es el equilibrio de intereses, Sino el descubrimiento del verdadero ser del hombre, Que consiste en darse sin límites al otro Y encontrar en ese don plenitud y felicidad total. La sociedad judía admitía el llamado “repudio”, por el que el marido podía abandonar a la mujer, por “motivos” que, según diferentes escuelas de rabinos, eran más o menos exigentes o ridículos.
Los estudiosos no se atreven a asegurar que el episodio evangélico que leemos hoy hubiera sucedido realmente en la época de Jesús; parece que hay indicios de que se trataría de un debate posterior, suscitado en la comunidad postpascual, que se intentó cerrar poniendo la respuesta en boca del Maestro. En apoyo de esta hipótesis suelen traer la variante que aporta el evangelio de Mateo, donde se reconoce una excepción, en virtud de la cual el divorcio estaría permitido: “Si alguien repudia a su mujer –a no ser en caso de fornicación [adulterio]- y se casa con otra comete adulterio” (Mt 19,9). Sea o no palabra de Jesús, el texto se sitúa en el nivel de los “principios” o, si se prefiere, en el “horizonte” hacia el que aspira toda pareja que siente un movimiento interior a compartir su vida. Pero eso no significa tomarlo en un sentido “normativo”. Es evidente que, también en el campo de las relaciones de pareja, como en cualquier otro, mucho depende de los condicionamientos que arrastra cada persona, de las condiciones objetivas, de las dificultades propias de toda relación e incluso del nivel de consciencia donde cada cual se encuentra. Dentro de todo ese conjunto de factores –muchos de los cuales, a veces los más decisivos, son inconscientes-, ocupa un lugar destacado lo que cada persona haya crecido –o pueda crecer- en capacidad de amor gratuito. Porque toda relación –y de un modo especial, la más íntima- constituye un “campo” privilegiado para ejercitarse en la capacidad de amar, haciendo pie en ella, para crecer en desegocentración y entrega; para experimentar el gozo de un amor que quiere ser cada día más gratuito y servicial. Al final, el camino de la sabiduría es el mismo que el del amor. Ambos conducen a una forma de vida desegocentrada. La sabiduría nos lleva a comprender que todos somos uno, compartiendo la misma identidad; el amor nos hace vivirlo. Aquella nos hace ver que el yo es pura ficción; este nos permite hacer pie en nuestra verdad más profunda. 1. La vida está sostenida por una energía creativa.
· Dios y lo divino son energía creativa que se percibe incluyendo, pero también superando todo lo que la teología tradicional atribuye a Dios. · La energía divina no es estable e inmutable, sino que trabaja permanentemente. 2. El todo que es en su mayor parte no manifiesto y dinámico, es la fuente de toda posibilidad. · La realidad no admite una descripción completa, porque el misterio de la vida no tiene límites. · Desde que el todo se comprende como contenido en cada parte, pero no por cada una de ellas, sino en su totalidad, el dilema del panteísmo está resuelto. 3. La evolución está sostenida por una profunda estructura de despliegue, caracterizada por tener un diseño y un propósito, lo que exige una interacción incesante de orden y desorden, azar y creatividad. · La vida en su sentido básico es buena, y no es imperfecta como plantea el mito del pecado original. 4. El horizonte expansivo de pertenencia divina es el contexto en el que la revelación tiene lugar; · La revelación es continua, no se puede encerrar en ninguna religión, credo o sistema cultural. 5. Ya que la capacidad de relación es en sí misma, energía divina elemental que impregna la creación, nosotros los humanos necesitamos auténticas experiencias eclesiales y sacramentales para explorar y articular nuestra vocación innata de ser personas en relación. · La doctrina de la Trinidad es un intento humano de describir la naturaleza fundamental y relacional de Dios. 6. El sentido último está imbuido en el relato, no en los hechos. Todas las narraciones de las religiones particulares pertenecen a un relato mayor que incluye y a la vez trasciende las tradiciones particulares religiosas de cualquier época histórica o cultural. · La creación y la historia, en sí misma, es la narración principal de la historia sagrada. Y nosotros, los humanos debemos ser “escuchantes” de esa historia. 7. La redención es planetaria (y cósmica) como también personal. La redención es recuperar la oscuridad, la nada el caos de nuestro mundo y celebrar el potencial negativo para la nueva vida y la totalidad integral. · La redención no se refiere sólo a la salvación personal, sino a la sanación y fortalecimiento de la vida planetaria. 8. El pecado estructural y sistemático abunda en nuestro mundo y frecuentemente provoca que las personas se comporten inmoralmente. Para integrar la sombra global necesitamos nuevas directrices morales y éticas para tratar la pecaminosidad estructural y sistemática de nuestro tiempo. La formulación de estas directrices es tanto una obligación política como religiosa. · El pecado es una forma de connivencia destructiva entre las personas y los sistemas. En ese sentido los sistemas más que las personas individuales son los instigadores de un comportamiento inmoral e irresponsable. 9. Porque somos primariamente beneficiarios de la luz y no de la oscuridad, y porque nuestro destino final, tanto acá como en la eternidad es el de la iluminación, todos necesitamos esos momentos sagrados del espacio ritualista/sacramental que sirven como encuentros significativos con el misterio sostenedor que nos envuelve. · La vida está inherentemente destinada hacia el triunfo último del bien y no hacia la catástrofe final 10. Los conceptos de principio y final, junto con las nociones teológicas de resurrección, son invocados como mitos dominantes para ayudarnos a nosotros los humanos, a dar sentido infinito a nuestra vida en un universo infinito. Hay un solo mundo envuelto en eternidad. El cielo, infierno, y purgatorio son estados de vida en el mismo mundo. Nuestros muertos están alrededor nuestro, viviendo en un plano diferente de existencia. · Vivimos en un mundo sin principio y sin final. · El fin del mundo es un mito humano-teológico por el cual, nosotros, los humanos, hemos tratado de poner límites a un universo infinito. 11. La extinción y la transformación son los equivalentes evolutivos del Calvario y la Resurrección y son las coordenadas centrales de la evolución planetaria y cósmica. · La teología no pertenece ya al cristianismo, ni a ninguna otra religión, sino que se ha convertido en agente de la transformación global. 12. El amor es una fuerza de vida interdependiente, un espectro de posibilidad desde su suprema grandeza divina hasta su particularidad en la interacción subatómica. Es el origen y la meta de nuestra búsqueda de sentido. · Dios no es un legislador pasivo, externo, y alejado de nosotros, sino una presencia relacional apasionada, embebida en el mismo proceso creativo de la evolución. · La encarnación apasionada de Dios exige una forma totalmente nueva de relación con los cuerpos, a través de la ternura sexual, de la justicia compasiva y de la amistad altruista. · La sexualidad ha de llegar a ser dimensión clave de una auténtica espiritualidad. · Nuestro mundo será un lugar nuevo, cuando elijamos vivir el amor con total seriedad. Sacado del libro Teología Cuántica de Diamuid O´Murchu |
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