Este texto es tan expresivo en sí mismo, tan rico en símbolos, gestos y palabras que pienso que, quizás, el mejor comentario que se puede hacer de él es, sencillamente, una invitación a leerlo despacio, saborearlo, contemplarlo sin prisas… Propongo que pongamos en juego todos nuestros sentidos y miremos con calma, contemplemos la escena, escuchemos las palabras de cada personaje… e incluso olamos, toquemos y nos dejemos tocar… Seguro que no nos resulta difícil identificarnos con cualquiera de los personajes y orar con el texto.
Por si ayuda, aporto algunos datos que nos pueden servir para contextualizar el texto, conocerlo más y así, ojalá, entrar mejor en oración. Quizás, para ello, convendría comenzar a leer no sólo estos versículos, sino desde el inicio del capítulo 7 de Lucas, pues el evangelio de hoy es el último de un grupo de episodios. El primero narra el encuentro en Cafarnaún entre Jesús y un grupo de ancianos que acuden a interceder ante él por un extranjero, un centurión -un pagano- que se había portado muy bien con ellos. Los ancianos lo describen como alguien “que ama a nuestro pueblo”y Jesús responde al amor de ese hombre sanando a distancia a su siervo y proclamando públicamente su admiración por la fe que muestra: “Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (7,9). De Cafarnaún pasamos a Naín, donde, en la entrada del pueblo, Jesús se encuentra con la comitiva que acompaña a una viuda a enterrar a su hijo único. Jesús se compadece de esta mujer (que nos recuerda a la que en 1 Reyes 17 acoge y alimenta a Elías en su exilio) y al resucitar a su hijo, la resucita también a ella, pues le hace recuperar las posibilidades de vida en un contexto en el que, sin parientes próximos (véase el subrayado de “hijo único”) podría quedar en una situación verdaderamente difícil para ella. Esta experiencia hace que los que han contemplado lo ocurrido proclamen: “Dios ha visitado a su pueblo” (7,16). Y esta experiencia, contada por los discípulos de Juan el Bautista a su maestro, hace que éste envíe seguidores a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú el que tiene que venir o hemos de esperar a otro?” (7,19). Jesús les responde primero actuando, realizando numerosos gestos de sanación y después, a través de una narración que recordaría a los oyentes, sin lugar a dudas, las palabras del profeta Isaías con las que describía el tiempo de Salvación (Is 29,18; 35,5ss; 42,7). Quien ha seguido el evangelio de Lucas hasta aquí y escucha ahora el texto que la Liturgia de este domingo nos presenta ya no se encuentra indiferente ante la persona de Jesús. Sabe que él es un profeta y ha visto que actúa como tal, siendo así signo de contradicción y de cuestionamiento. Sabe que ha venido para hacer que los ciegos vean, los cojos anden, los leprosos queden limpios y los sordos oigan, que los muertos resuciten y a los pobres se les anuncie la buena noticia. Ha escuchado directamente “y dichoso quien no encuentre en él motivo de tropiezo”… Es entonces cuando aparece la figura de Simón, un fariseo que invita a Jesús a comer. El escenario, en este momento, es un banquete y podemos imaginarnos a Jesús reclinado en un diván, comiendo. No eran extrañas estas comidas en las que un personaje con cierto reconocimiento social y con poder económico invitaba a predicadores o a otras personas relevantes para dialogar, hacerles preguntas o simplemente para ser vistos con ellas. Eran comidas públicas y por eso no tuvo que serle complicado a la mujer acercarse a Jesús. La mujer va directamente a él. Lo conoce. De hecho parece claro que no es la primera vez que se encuentra con él pues el texto nos dice que ella sabía que estaba allí (“al enterarse que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo”) y nos muestra que su intención, premeditada, estaba cargada de gratitud y reconocimiento. Si nos fijamos un poco más vemos que, en realidad, su intención seguramente era la de ungirle con el perfume que lleva en el frasco de alabastro pero, una vez que está a los pies de Jesús, el perfume se mezcla con unas lágrimas incontenibles que intenta enjugar con sus cabellos y sus besos. Si imaginamos la escena podemos hacernos cargo de la tensión del momento. Lucas se ha preocupado de señalarle como “una pecadora pública”. Por tanto, para Simón y para el resto este acontecimiento certifica los rumores que se decían de él: “ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores”(7,34). Quizás sólo fueron segundos, unos minutos, pero podemos imaginar las caras de estupor de las personas que estaban en la comida y lo gestos decididos de la mujer. Podemos contemplar también a Jesús, que se deja hacer, que no retira los pies. Impresiona cuando, después de escuchar la reprimenda de Simón y narrarle la parábola de los deudores con la intención de abrirle los ojos, Jesús sigue hablándole a la vez que se vuelve hacia la mujer (7,44). Es decir, hay algo que está claro y es que Jesús pone sus ojos en ella haciendo que sea de nuevo el centro de atención de todos, pero esta vez restituida a través de sus palabras. Con respecto a la mujer hay algo interesante que señalar. Nuestras traducciones dicen: “y una mujer de la ciudad, una pecadora…”. Pero el texto griego utiliza el imperfecto del verbo ser (h=n). Es decir, la mujer “era”… ya no es lo que había sido en el pasado. También Jesús dirá “si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados”. No se dicen cuándo ni cómo fueron perdonados los pecados. Pero quienes contemplan la escena son incapaces de reconocer a la nueva mujer y simplemente juzgan lo que ha sido hasta ahora. De hecho resulta curioso que Jesús pregunte a Simón “¿ves a esta mujer?” (7,44), como para forzarle a abrir sus ojos de una manera nueva. Jesús, en cambio, no le ha juzgado en ningún momento. Sabe quién es y ve también cómo es su corazón, reconociendo y aceptando la gratitud de la mujer hacia él. Entonces se vuelve a Simón para contarle una historia que habla de deudores, de denarios y de amor. Una historia que puede ayudarle a él y a todos los que le escuchan a comprender lo que hace. E invitándole a mirar a la mujer con ojos nuevos, Jesús le enumera a Simón la lista de las “faltas” en su hospitalidad: no hubo agua, ni beso de paz, ni aceite en la cabeza… No hubo, en el fondo, verdadero interés y hospitalidad hacia el invitado… La mujer ha compensado esa escasez con un derroche de amor. Con sus palabras, la mujer queda para Simón y para todos como modelo, como referente a quien deben mirar e imitar. A la mujer ser le perdonaron muchos pecados. También a Simón, y a todos los que le escuchan, y a nosotros, se nos perdonarán nuestros pecados si somos capaces de ver y reconocer a Jesús como el Señor ante el que se doblan nuestras rodillas; si dejamos espacio en nosotros para la misericordia, el perdón y la bondad de Dios; si permitimos que Él transforme nuestra mirada para ver con ojos nuevos la realidad que nos rodea. Entonces dejaremos que fluya en nosotros el Amor de Quien nos llama siempre a una vida nueva, nos restituye y nos invita al banquete de la misericordia.
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Nos toca adentrarnos en la propuesta que nos plantea el libro con el mismo título de “Reinventar la educación”: labor necesaria y urgente, compleja y bioética, personal, institucional, comunitaria, local, global y planetaria.
El enfoque y la propuesta de Morin y Delgado implican movernos y salirnos radicalmente de una educación tradicional, deshumanizada y poblada de verdades, didácticas, certezas, modos, medios, métodos, tecnologías, contenidos, planes, proyectos, lugares, duraciones, pro- motores y conductores, sacrosantos, intocables y absolutos; implican movernos decididamente hacia y entrar en una educación planetaria, humana y humanizadora, integrada e integradora, universal, que nos permita ir eliminando "la selva de mitos" (Morin) antieducativos (el educador es quien sabe, el educando no sabe, los clásicos y lo clásico son normativos, hay que cumplir el programa, la disciplina es esencial...); selva de mitos antieducativos en la que Morin y Delgado nos descubren, ubicados y situados, a educadores y educandos, como ancestrales residentes, complacidos y acostumbrados. Sabedores de lo difícil que nos resulta salir de nuestras ubicaciones complacidas y de nuestras costumbres ancestrales, Morin y Delgado encuentran necesario insistir sobre la necesidad de buscar y hallar nuevas y creativas maneras humanas y humanizadoras de educar a los seres humanos, a todos y a todas, en todo, y en todas partes de nuestro planeta; insisten sobre la necesidad de encontrar modos, medios, maneras y procesos de transformar, de reinventar, de metamorfosear la obsoleta, dogmática, autoritaria, monológica, memorística, vertical, excluyente y dañina educación tradicional en una educación plane- tariamente humana y humanizadora: antropológica, epistémica, ética, política, ecológica, audiovisual, musical, sexual, gastronómica, estética, humanística, cientifica, tecnológica, digital, dialogal, incluyente... Con la debida inculturación y contextualización, la misma educación básica, elemental, esencial, fundamental, humana y humanizadora, civilizadora, para chinos, japoneses, coreanos, brasileños, españoles, franceses, cubanos, afganos, egipcios, rusos, argentinos... ¿Cómo percibir, cómo entender, cómo ponernos de acuerdo para llevar a la práctica educativa planetaria el mismo contenido humano esencial, los mismos modos humanos esenciales y las mismas etapas humanas esenciales? ¿Cómo coincidir en la misma, única y esencial educación humana para todos y todas, en todas partes de nuestro único mundo, de nuestro único planeta Tierra, de nuestra única, común y planetaria Humanidad? ¿Qué han logrado los fundamentalismos, los nacionalismos y los populismos educativos, tan vigentes en tantas partes, a favor de la paz mundial, del necesario cuidado ambiental planetario, de la justa y equitativa distribución mundial de los bienes necesarios a la vida de cada ser humano, a la vida de todos los humanos? ¿Qué características deben marcar e identificar esa educación de todos y todas? ¿Cómo convenir dialogalmente en un paradigma universal que oriente y promueva el diario, habitual y permanente proceso educativo de una Humanidad tan variada y diversa en lo accidental, pero tan común en lo esencial? Hagamos un recorrido por Reinventar la educación y nos iremos encontrando con esta acertada insistencia: "Es preciso cambiar profundamente la enseñanza. Su reforma profunda contribuirá a elevar la conciencia sobre los peligros... La reforma educativa ha de fundirse con la reforma del pensamiento, de la política y de lo político. En ello radica su reinvención" (pp. 17, 40, 45, 56-61, 67-82, 112-115). También iremos hallando algunas de las características distintivas y de los elementos constitutivos del paradigma universal que pueda guiar la tan vitalmente necesaria transformación y humanización de nuestra actual y globalmente deshumanizada educación. Todo el libro está impregnado de la urgente necesidad vital de reinventar la educación en conjunción con la reinvención del pensamiento y de la política, de los que la educación es parte fundamental. Esa reinvención humana y humanizadora, integrada e integradora, local y planetaria, del pensamiento, de la política y de la educación es el contenido esencial y radical de Reinventar la educación. ¡Adentrémonos dialogal, crítica y esperanzadamente, en el profundo enfoque y en la abarcadora propuesta de Reinventar la educación! Por boca de un viejo venerable, el Desengaño, Quevedo nos pregunta en El mundo por de dentro (Los sueños): “¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo?”.
Solemos decir que el tiempo es oro, pero luego lo despreciamos y malgastamos como si fuera hojalata. Somos finitos, pero nos comportamos como eternos. Somos frágiles y vulnerables, pero nos creemos indestructibles. ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! Tal vez sea por nuestra disposición natural a la idiotez y simpleza o porque, al comprender que la vida es un suspiro angustioso y melancólico, necesitamos revestirnos de vanidad e ilusión para soportarla. Sea como fuere, la realidad es que la vida es tan solo un breve desvelo; pues, apenas despertamos a la vida, ya nos volvemos a dormir. Por ello, no deberíamos venir a ella a matar el rato, como dicen algunos en su apatía, sino a vivirla con fruición. “Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir y por malo al que vive tan sin miedo della como si no la hubiese, que este lo viene a temer cuando lo padece, y embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir”. Sentencia el viejo venerable. “La utopía vive horas bajas. Es excluida de los todos los campos del saber: de las ciencias y de las letras, de la economía y de la ética, de la filosofía y de la teología, de la política y de la religión, e incluso del quehacer cotidiano. Y, sin embargo, hay signos de despertar de la utopía en los movimientos sociales, en los Foros Sociales Mundiales bajo el lema de “Otro Mundo Posible”, portadores de utopía, y en el pensamiento utópico cultivado por intelectuales críticos”, ha afirmado Juan José Tamayo-Acosta, Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid, en el marco del Simposio “La Utopía, motor de la Historia”, organizado por la Fundación Ramón Areces con motivo del V Centenario de la publicación de Utopía de Tomás Moro, celebrado el 27 de mayo y dirigido por él.
Según el profesor Tamayo-Acosta, para quien la propia palabra “utopía” está desacreditada y tiende a confundirse con ilusión, quimera, ingenuidad, fantasmagorería, falta de sentido de la realidad, estar en las nubes, plan bueno pero irrealizable, “se hace necesario convertir la utopía en motor de la historia, ya que sin utopías triunfaría la injusticia por doquier y se impondría la barbarie”. Los expertos reunidos en el Simposio “La Utopía, motor de la Historia” analizan la importancia de la utopía en la historia de la Humanidad dado que la obra de Tomás Moro es una de las más influyentes en la teoría y la práctica política y en el pensamiento utópico. Con ella se inicia, en la modernidad, el género literario utópico, continuado en el siglo siguiente por dos nuevas utopías: La ciudad del Sol, de Tomasso Campanella (1623) y La Nueva Atlántida, de Francis Bacon (1627) y en siglos posteriores con una abundante literatura. En la primera Sesión del Simposio María José Guerra Palmero , Profesora Titular de Filosofía Moral de la Universidad de La Laguna analiza La "Utopía", de Platón; Elisa Varela Rodríguez, Profesora Titular de Historia Medieval de Universidad de Girona diserta sobre Utopías medievales; Jorge García López Profesor Titular de Filosofía de la Universidad de Girona explica La Utopía de Tomás Moro y Gonzalo Pontón Gijón, Profesor Titular de Literatura Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona se detiene en La utopía en el Quijote. En la segunda sesión, Federico Mayor Zaragoza, Presidente del Consejo Científico de la Fundación Ramón Areces, habla de La utopía de la Paz; Alicia H. Puleo, Profesora Titular de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valladolid, ahonda en La utopía ecofeminista y, por último, Juan José Tamayo-Acosta diserta sobre las Utopías para tiempos en crisis. El Quijote elabora literariamente el espíritu utópico Para Gonzalo Pontón Gijón, Profesor Titular de Literatura Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona, aunque el Quijote es una obra de entretenimiento “elabora literariamente el espíritu utópico en varios niveles y direcciones. En primer lugar, es utópico el fondo de la locura del protagonista, porque contiene un propósito reformador: don Quijote decide consagrar su vida a transformar el mundo, restituyendo el orden y la justicia a partir de los ideales de la caballería andante. Por otro lado, la novela, en su Segunda parte, presenta un amplio episodio consagrado a la acción de gobierno: Cervantes nos muestra cómo un hombre simple pero dotado de ingenio natural puede convertirse, contra todo pronóstico, en un buen gobernante” Pontón Gijón considera que el libro de Cervantes contiene un poderoso aliento utópico en la presentación de un mundo en el que la actividad más importante consiste en conversar, preguntar, a menudo discrepar, porque la realidad no obedece a una sola perspectiva y es necesario observar las conductas, sin prejuzgarlas, para alcanzar a comprenderlas. Una utopía de la tolerancia. La utopía ecofeminista Por su parte, Alicia H. Puleo, Profesora Titular de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valladolid, considera que el actual interés creciente por el ecofeminismo ha de ser entendido a partir de esta necesidad y de una nueva sensibilidad y conciencia referente al protagonismo de las mujeres y a la importancia de su experiencia histórica y su mirada sobre la sociedad humana y la Naturaleza. Según la profesora Puleo “de la convergencia de los análisis feministas y ecologistas ha surgido esta nueva corriente del feminismo que puede ser considerada el proyecto más completo de superación de las dominaciones sufridas por humanos y no humanos ya que se autodefine, en todas sus formas, como crítica al sexismo, clasismo, racismo, especismo, discriminación por opción sexual y otras discriminaciones surgidas del prejuicio y la voluntad de dominio”. Educación, columna vertebral de la justicia Sostiene María José Guerra Palmero, Profesora Titular de Filosofía Moral de la Universidad de La Laguna, que en la filosofía occidental casi todo remite a la monumental obra de Platón. “No puede ser de otra manera para la utopía”, dice. El Estado deseado en el que se realizará la justicia se explora y se diseña en La República, el diálogo en el que el filósofo establece su “sistema”. Pero la ciudad justa no es posible sin la columna vertebral de la educación, de la Paidea. “Sin la “elevación” moral y cognitiva de los filósofos tras un arduo camino de aprendizajes, de persecución de la verdad, al que son impulsados por el amor a la sabiduría, no es posible pensar si quiera la posibilidad de la justicia”, asegura la profesora Guerra Palmero. La Edad Media, tiempo de utopías Elisa Varela Rodríguez, Profesora Titular de Historia Medieval de la Universidad de Girona, destaca que el Medievo es una época de utopías, de una gran diversidad de utopías sociales, culturales, políticas, espirituales, simbólicas etc., nacidas todas de un deseo real de cambiar la vida y el espíritu de nuestras y nuestros antepasados medievales. Pero a la historiadora le interesa, de manera singular, la utopía de la paz, un proyecto que atraviesa el largo período histórico que conocemos como Edad Media. Y en su recorrido por ese proyecto se fija la historiadora en Hildegarda de Bingen (1098-1179), Juana de Arco (1412-1431) y más detenidamente en santa Catalina de Siena (1347-1380), verdadera embajadora de la paz. “Todas ellas- asegura- tienen en común un gran deseo, el deseo de paz, el deseo que nace de su amor a las gentes que compartían el mundo con ellas. Por ello aconsejan -y/o escriben textos de diversa naturaleza- a emperadores, reyes, papas, autoridades ciudadanas para favorecer la paz, para hacerles comprender que es el mejor estado para que las criaturas humanas desarrollen por completo sus proyectos de vida”. La "Utopía" de Tomás Moro Para Jorge García López, Profesor Titular de Filosofía de la Universidad de Girona, la obra de Tomás Moro representa buena parte del pensamiento de algunos de los sectores mayoritarios del Humanismo de principios del siglo XVI. Moro crea en Utopía un modelo ideal a partir de la literatura clásica que le permitiera una visión crítica de la sociedad de su tiempo y el enunciado de una serie de medidas políticas y de organización social tendentes a una mejora de las condiciones sociales. “La obra- señala García López- proyecta el pensamiento político y social del humanismo del primer quinientos de igual forma que obras de la época como la Institutio principis christiani (Educación del príncipe cristiano, 1516), de Erasmo o Il principe (1513, pero publicado en 1532). de Machiavelli, obras que explotan desde ángulos complementarios el uso de la literatura clásica para repensar las sociedades donde se encontraban inmersos”. La utopía de la paz Federico Mayor Zaragoza propuso la utopía de la paz en un mundo en conflicto. Debemos –dijo- rechazar la paz de la seguridad y optar por la seguridad de la paz y de la justicia; pasar de la cultural multisecular de la violencia, la imposición y la guerra por la cultura del diálogo, la conciliación y la paz; de una economía de guerra que invierte más de 2800 millones de dólares al día en armamento al tiempo que mueren de hambre 60000 personas a una economía de solidaridad y desarrollo sostenible a escala mundial. Pasar de la sin-razón y la i-lógica de la fuerza a la fuerza y la lógica fuerza de la razón. Para ello es necesario poner en práctica el lema de la UNESCO: “construir la paz en la mente de los seres humanos” a través de la educación, la cincia, la cultura y la comunicación. Utopías para tiempos de crisis En la última conferencia, el profesor y director del Simposio Tamayo-Acosta afirmó que es precisamente en tiempos de crisis cuando los sectores excluidos de la sociedad toman conciencia de la negatividad de la historia, expresan su insatisfacción con la realidad, muestran su descontento e indignación, protestan y se movilizan. Es cuando formulan utopías movilizadoras y las llevan a la práctica. Es en los márgenes de la sociedad donde se han fraguado siempre –y siguen fraguándose- las alternativas, las grandes transformaciones. Es cuando resulta más necesario que nunca sacar a la luz los tesoros ocultos que anidan en lo profundo de la realidad y activar las potencialidades y latencias ínsitas en los seres humanos. Tamayo-Acosta terminó su conferencia invitando a viajar por las grandes utopías de la historia de la humanidad, analizadas en el Simposio, a escribir nuevas utopías, pero también distopías, a cultivar la utopía en el ancho mundo, a vivir y convivir utópicamente, a pensar la realidad y actuar en ella más allá de los límites de lo posible, como sugiere Walt Whitman: “Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir adelante”. 1. INTRODUCCIÓN
Muchas gracias por invitarme a participar a estar con vosotras y vosotros en esta semana. La vida monástica me resulta siempre muy inspiradora me siento y os siento en una gran confluencia, aunque el contexto sea distinto. Soy Maria Jose o Pepa Torres, apostólicas del corazón de Jesús, una pequeña congregación femenina de espiritualidad ignaciana cuyo carisma es la evangelización en el mundo de los pobres y los niños y que desde hace más o menos 30 años hemos ido haciendo un proceso de renovación en el que a la luz de relecturas del carisma y los signos de los tiempos hemos ido haciendo un proceso de reestructuración, de cierre de colegios a cesión a cooperativas u otras entidades y abandonando las obras sociales propias por otro tipo de proyectos de inserción, en lugares marginales y populares.. Yo soy hija de esa relectura y mi trayectoria en la vida religiosa es desde ahí, desde un noviciado en inserción (va a hacer ahora 23 años) hasta mi vida actual en un barrio de Madrid, Lavapiés, una realidad muy multicultural donde desde hace dos años vivimos una comunidad de inserción constituida por tres personas de distintas congregaciones: Apostólicas del Corazón de Jesús, Compañía de Santa a Teresa y Religiosas de Santa Dorotea. Actualmente me muevo entre la educación social y la teología y el acompañamiento pero lugar que configura mi pensamiento y mi vida es el lugar donde están mis pies: el entorno de Lavapiés y sus gentes. Un entorno en el que convivimos más de 100 nacionalidades, un lugar en la gente tiene muchos problemas (de papeles, de vivienda, de dinero, de salud, etc.) pero donde la gente no es el problema, sino que tienen además, y de hecho lo hacen, un montón de cosas que aportarnos y aportar al barrio que vamos formando juntos. Podemos convivir juntos y juntas y queremos tener el derecho de intentarlo. En medio de esta diversidad, buscando ser vecinas, amigas, compañeras de vida se ubica nuestra comunidad también diversa en sus carismas. Desde esta realidad escucho hoy algunos desafíos para la vida consagrada que me gustaría compartir con vosotros y vosotras y dialogar sobre ello1 2. EL DESAFIO DE ESCUCHAR LA “BRISA SUAVE” DE LO ESENCIAL (1 RE 19, 11-13) Escuchar lo esencial, esa brisa que suavemente refresca y orienta este momento de nuestra historia. “Le dijo el Señor a Elías: Sal de la cueva y permanece de pie en el monte, delante del Señor. Porque el Señor va a pasar. En esto vino un fuerte huracán, que rompía los montes y cuarteaba las rocas, pero no estaba el Señor. Después del huracán hubo un terremoto; pero tampoco en el terremoto estaba el Señor. Después del terremoto vino un gran fuego; pero no estaba en el fuego el Señor. Después del fuego se oyó una brisa suave. En cuanto Elías la sintió se tapó la cara con el manto, salió fuera y sintió que el Señor estaba en esa brisa suave” Un primer desafío es “salir de su cueva” de su mundo empequeñecido, de sus propias concepciones sesgadas, de sus miedos, de su lucha “numantina” por sobrevivir a toda costa, para “permanecer en pie en el monte” desprotegidamente reencontrándose a sí misma: compartiendo “los gozos y esperanzas, angustias y tristezas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo”; escuchando el gemido de los millones de seres humanos que se debaten entre la vida y la muerte y los gritos de una naturaleza ultrajada. “Salir de su cueva” y permanecer en pie con la sensibilidad bien abierta, sosteniendo el tirón de buscar con otros y otras cómo hacer histórico el sueño de Dios sobre la humanidad y la creación, compartiendo juntos compasión e indignación, contemplación y esfuerzo, escuchando desde esa intemperie la “brisa suave” de lo esencial: las ansias profundas de la humanidad de que otro mundo es posible, para como Jesús, señalar ahí, que ese anhelo es el mismo anhelo de Dios, porque Dios Padre/Madre es el Dios del mundo y nada humano ni mundano le es ajeno. Una vez más es la profecía externa, como diría Rahner, la que nos devuelve a lo esencial. Esa profecía que nos llega desde fuera de nuestra cosmovisión creyente, que eclosiona en el Foro de Porto Alegre o de Nairobi y que nos remite a lo más genuino de nuestra misión profética: escuchar, acoger y anunciar, con la palabra y con la vida que otro mundo es posible, porque Dios es y nos llama a ser alternatividad. La vida religiosa nacimos de la búsqueda de la esencialidad, de la búsqueda de la comunión con lo creado, de esa búsqueda desnuda y auténtica que brota de la escucha de las ansias de felicidad de la humanidad y de los pueblos, que habita en nuestro mismo corazón e identificar en ella el impulso creador de Dios. Para captar este profundo misterio necesitamos, como dice el texto, ponernos de pie y exponernos a esa bocanada de aire fresco que en este momento están siendo en nuestro mundo personas, colectivos, pueblos, realidades fronterizas, que más allá de siglas o confesiones religiosas actúan como despertadores de nuestra conciencia y de nuestra sensibilidad y nos urgen colaborar con ellos a así recuperar nuestra identidad adormecida. La vida religiosa no nacimos de los dogmas o las leyes, sino del deseo de vivir desprotegidas en los senderos de la historias y encontrar ahí el rostro del Dios vivo para señalarlo y mostrarlo como Dios del mundo, como el Dios que se sale de los marcos de las iglesias y las estructuras religiosas, el Dios que trabaja en la totalidad de la historia y la realidad y no en un compartimento estanco. El Dios que siembra en el corazón de las personas, culturas, pueblos semillas de alternatividad que requieren atención, cuidado, y sinergias, porque la utopía que contienen es tan grande como su fragilidad. Por eso lo propio de la vida religiosa no es ser una vida separada, sino entrecruzada, tejida con otros y otras diferentes, especialmente con los más empobrecidos e inquietos Lo propio de nuestra vida no es separar sino ensanchar, por eso nuestro lugar no es el club privado, sino la plaza pública, el patio de vecinos y vecinas. 3. EL DESAFIO DE ROMPER EL FRASCO, PARA QUE CORRA EL PERFUME (Jn 12, 3) Para ser fieles a nuestra propia identidad y recuperar lo esencial, la vida religiosa necesitamos repetir el gesto de aquella mujer de la que nos habla el Evangelio de Juan. (Jn 12,3): romper su propio frasco, ese que la aísla y separa, para mostrar que el perfume precioso que encierra empapa toda la realidad y no a una parcela de la misma. Pero esto supone arriesgar, el gesto de la mujer fue un gesto tremendamente transgresor y saltó límites. Accedió a un espacio que le estaba acotado por su condición de mujer. También nosotros, como esta mujer, estamos invitados a no ceder en el empeño de la transgresión, aunque los vientos eclesiales no lo favorezcan, a ir más allá de lo eclesial y políticamente correcto, más allá de los límites heredados de una cosmovisión dualista e interesada de Dios y del mundo. Una concepción de la vida religiosa, todavía muy introyectada en nosotros y nosotras, que continua separando lo espiritual de lo mundano e histórico; lo explícitamente cristiano y religioso de los que no se identifican como tales; los espacios eclesiales y congregacionales propios como lugares en los que privilegiar nuestra presencia y compromiso, de otras mediaciones seculares, organizaciones e iniciativas de la sociedad civil de las que sospechamos y en las que descuidamos nuestra presencia y colaboración, por miedo a quedar salpicadas por sus ambigüedades e impurezas. Romper el frasco nos invita a cuestionar y abandonar muchas rutinas e inercias muy instaladas en nuestro imaginario colectivo. La misma expresión “vida religiosa” a lo largo del tiempo se ha ido volviendo ambigua. Parece evocar una división en la vida: una parte que es propiamente religiosa habitada por Dios y otra que es profana y, de alguna manera, destinataria de la misión, a quien hay que evangelizar y llevarle a Dios. Más que hablar de “vida religiosa” tendríamos que hablar de la “religiosidad de la vida”, como propone Antonieta Potente2, estamos llamados a “recuperar la vida en su total religiosidad”. La vida religiosa tiene una función simbólica. Simbólico, significa lo que une y es contrario a lo diabólico, lo que separa. El símbolo evoca y no agota, es de alguna manera inaprensible, no es cuestión de eficacia, ni de la fuerza que da el número. Por eso como reconoce Vita Consecrata la cuestión fundamental en la vida religiosa, no es “...su empequeñecimiento numérico sino su inercia y su mediocridad, la pérdida de adhesión espiritual a su Señor y a su propia vocación y misión... en este momento no se nos pide tanto que tengamos éxito como que seamos fieles en los compromisos. No que demos solución a todo sino que nos ocupemos principalmente de lo que el mundo descuida, aunque nuestra presencia y nuestra respuesta sea obligadamente pequeña.... +o somos convocados para recordar y contar una historia gloriosa...” sino para seguir construyendo la historia con otros y otras, de modo que todos y todas nos sentemos a la mesa de los derechos y a la mesa de la vida plena y en abundancia, Recorrer nuestro propio camino humano-cristiano, siendo fieles a nuestra propia “identidad religiosa” vivida en reciprocidad con otras vocaciones y llamadas dentro de la sociedad y de la iglesia, es nuestra única razón de existir. 4. EL DESAFIO DE SALIR DE LA PROPIA TIERRA “(GEN 12,1) Y EL PERMANENTE DESPLAZAMIENTO La vida, y por lo tanto la vida religiosa que buscamos, no es algo estático, no es un punto de llegada, un resultado que pretendemos conseguir. Es movimiento, es camino hecho de aprendizaje y fidelidad. Un continuo salir hacia lo desconocido, fiados en la promesa de que algo bueno está aconteciendo. “La tierra que yo te mostraré” es esa tierra prometida que ya nos habita y que se nos irá mostrando en la fidelidad de la búsqueda. Se nos invita a vivir haciendo camino hacia nuestras raíces. La vida religiosa nace de un deseo, de un anhelo, de una seducción, en momentos en los que el cristianismo tiende a oficializarse. Nace como protesta que intenta ser propuesta humilde de vida cristiana en la desnudez y la intemperie del desierto, de la periferia y de la frontera, confesando de este modo lo absoluto de Dios por encima de los ídolos que oprimen y quiebran la humanidad. Un camino de purificación de lo que todavía nos queda de una espiritualidad dualista y triunfalista, basada en el privilegio de una elección, en la suficiencia de lo cuantitativo, mucho más cercana a la del fariseo que a la del publicano del evangelio, para adentrarnos en una espiritualidad más pascual, más profundamente humana, más conectada con la vida. Un camino, que es una continua salida hacia otros lugares geográficos y simbólicos que, en alusión a la conocida evocación de Jon Sobrino4, podríamos expresar como un triple desplazamiento. Hacia el desierto, periferia y frontera. a) Hacia el desierto: desde lo superficial hacia lo hondo El desierto es el lugar simbólico y geográfico de la soledad, de la prueba, de la experiencia de Dios en la desnudez de lo esencial. Salir hacia el desierto nos habla de una manera de vivir contemplativa, en la que vamos dejando lo acomodado en lo superficial, para acoger la realidad y nuestro propio ser desde lo hondo. Una manera de vivir desde dentro, desde la soledad y autenticidad de la búsqueda, que nos introduce en un proceso humanizador permitiendo que nuestro ser entero se vaya polarizando en el Dios del Mundo. Esto supone un camino interior que va dejando caer miedos, racionalizaciones y deseos que paralizan para irnos abriendo a la experiencia de Dios desde nuestra verdad desnuda. Un camino contemplativo que nos abre a la realidad, nos lleva a taladrar lo superficial y nos permite intuir el misterio de la realidad misma: el latido humanizador de Dios en las ansias profundas de la humanidad y en los gritos de la naturaleza. La salida hacia el desierto es una experiencia que lentamente va unificando y fortaleciendo nuestra existencia y haciendo posible la libertad y la osadía para obedecer y desobedecer, para decir sí y para decir no cuando la causa de Dios lo requiere. Va afinando nuestra sensibilidad para acoger y acompañar los desiertos de inhumanidad y sufrimiento y abriendo las “antenas” de nuestro ser para percibir y apoyar la esperanza de que “otro mundo es posible”. b) Hacia la periferia: desde los centros de poder hacia lugares de impotencia Las periferias son esos lugares geográficos y simbólicos desprotegidos, donde se respira, se palpa la impotencia de personas y colectivos, a quienes se les niega todo poder, incluso el de poder ser y vivir dignamente. Salir hacia la periferia es una manera de vivir desplazándonos existencialmente hacia los márgenes, dejando alianzas con el poder económico, social, eclesial y con las causas que siempre benefician a los de arriba. Supone apostar decididamente por la causa de la justicia y la paz, entrelazar nuestras vidas con la gente sencilla, con los que no tienen voz, con las personas y los colectivos que luchan cada día por la supervivencia. Para tener garra profética en el “centro de la ciudad”, para poder tener una palabra creíble, la vida religiosa necesita llevar muy viva en el corazón la herencia de los márgenes y la llamada de los que buscan una nueva esperanza. En estos lugares periféricos, en la reciprocidad del dar y recibir, a los religiosos y religiosas se nos ofrece un precioso regalo: se nos devuelve la memoria peligrosa de Jesús. c) Hacia la frontera: desde la seguridad de lo conocido hacia la intemperie de la mediación. Las fronteras son esos lugares geográficos y simbólicos en los que lo diferente entra en contacto. Así hablamos de fronteras entre países vecinos, entre el norte y el sur, entre razas, ideologías, religiones y culturas, entre creyentes y no creyentes, mujeres y varones, homosexuales y heterosexuales, entre un tú y un yo. Las fronteras son lugares de cruce de posibilidades y conflictos: verja, muro, separación, lucha, muerte... o lugares de encuentro, diálogo, comunión, en los que puede nacer algo nuevo. La salida hacia las fronteras supone arriesgarse a lo desconocido, es una manera de vivir que resiste la intemperie de la mediación que supone un continuo descentramiento y aprendizaje de relación en reciprocidad. Una forma de vivir que pertenece a la esencia misma de una vida religiosa lleva en su seno la vocación a la comunión: la comunidad como forma de estar en la vida. A menudo tenemos el peligro de reducir esta vocación a un ámbito encerrado y sólo nuestro. Sin embargo, el verdadero sentido de nuestro ser comunitario es la llamada a ser mediación de comunión en la humanidad: estar en las fronteras de la vida suscitando, encarando conflictos y apoyando el enriquecimiento mutuo desde el que puede surgir lo nuevo. En esta triple y única salida, en este proceso circular real y utópico y en el modo de vivir al que nos invita, podemos descubrir el “ecosistema” adecuado para la vida religiosa. Ese lugar, geográfico y simbólico, en el que esta planta exótica, algo rara y tan delicada que somos, encuentra su propia tierra, su propio “lugar en el mundo”. Cuando la vida religiosa es trasplantada a modos de vivir superficiales, se acomoda en centros de poder o se instala en la seguridad de lo ya conocido, poco a poco se va perdiendo de sí misma y la memoria peligrosa de Jesús de la que es portadora, se va convirtiendo en memoria domesticada, tranquilizadora, mantenedora de lo que hay y puede llegar a ser más “administradora de penuria” que vigía atenta y comprometida del Dios de la Vida. 5. EL RETO DE LA EXPLORACION, PERDIENDO MIEDO AL ENSAYO – ERROR (Num 13 y 14) Buscar es el verbo de la fidelidad, búsqueda de la Palabra, búsqueda del Rostro: “La fidelidad no consiste en permanecer siempre en el mismo lugar sino en moverse sistemáticamente hacia todo lo que proporcione mayor plenitud y convicción del alma, mayor claridad de mente e integridad del corazón”. La vida religiosa se asienta frecuentemente sobre un paradigma que entiende más la fidelidad como permanencia y mantenimiento que como cambio, pero nuestra vida se estructura alrededor de la búsqueda. Sin embargo a menudo en la vida religiosa seguimos identificando más la fidelidad con la imagen de las cariátides, esas columnas con formas de figura femenina que sostiene los templos griegos, que con los exploradores y exploradoras. La inmigración es hoy un icono obligado para la vida religiosa que puede recordarnos nuestra condición de itinerantes... Hoy cuando tantas personas se ven obligadas a desplazarse y son empujadas a la emigración por los efectos de la economía del mercado y la guerras, jugándose la vida en el intento, la vida religiosa somos urgidas, desde nuevos rostros y acentos a adentrarnos en una dinámica de éxodo y desplazamiento que nos lleva a abandonar la tierra segura de Egipto ( costumbres y respuestas del pasado que no nos satisfacen pero nos dan seguridad)y rastrear los caminos de la tierra Prometida, atravesando el desierto. En esta travesía, al igual que el pueblo de Israel en su larga marcha, nos acompaña permanentemente la tentación de la nostalgia por los ajos y cebollas de Egipto, sin embargo, una lectura atenta del Libro del Éxodo y de Números puede ayudarnos también a descubrir a unos personajes, irrelevantes numéricamente, pero con un importante papel en la historia de salvación: son los exploradores. En la travesía por el desierto el Señor dijo a Moisés: “Envía gente a explorar el país de Canaam “(Nm 13 y 14). Los exploradores se adentraron en aquella tierra y animaron al pueblo a caminar hacia ella y superar resistencias y cálculos, convencidos de que la tierra de la promesa no les sería dada por su fuerza, sino por la confianza en lo que el Dios de la Alianza estaba queriendo hacer con ellos. Sin embargo, continua diciendo el texto, la razón por la que la primera generación del Éxodo no entró en la Tierra Prometida fue precisamente por no haberse fiado de sus exploradores. ¿Cómo rescatar en nosotras y en los demás las posibilidades de exploración que cada una y cada uno llevamos dentro en este momento de la historia, de la Iglesia, de nuestras congregaciones? ¿Qué ajos y cebollas pesan más en mí, en nosotros en este momento de nuestra vida que pueden estar obstaculizando personal e institucionalmente la recreación de nuestra condición de gente buscadoras e itinerante...? ¿Cómo nos situamos ante la gente más exploradora en nuestros contextos y comunidades? Pero quizás también algunos se interroguen ¿Pueden ser estos tiempos de crisis, de cambios de paradigmas tiempos para explorar, no será suicida hacerlo? (Comentario en unas Jornadas de V R en las que participe: “No hay nada más peligroso para la VR en estos tiempos que soñar y además despiertos”) Yo creo que la historia de la humanidad también nos lo muestra: Los tiempos de crisis, son tiempos también para la creatividad y el ensayo, tiempos que nos urgen a repensarnos y repensar las relaciones con Dios, con la vida, con los acontecimientos, tiempos que nos piden abrir los ojos sobre el misterio que subyace en la historia y que al contemplarlos nos pueden hacer reconocer como a Jacob en la noche : “Dios estaba en este lugar y yo no lo sabía” (Gn 28, 10) .Tiempos para volver a lo esencial. Tiempos para explorar pero nunca en solitario. Celebrada la Ascensión, hemos retomado el tiempo ordinario, pero como los domingos siguientes tenemos las tres grandes fiestas de Pentecostés, Trinidad y Corpus, aún no habíamos retomado la celebración de los domingos de ese tiempo litúrgico. Se trata del periodo más largo del año litúrgico, que nos llevará hasta el nuevo año con el Adviento. Como sabéis, este año nos toca leer el evangelio de Lc. Este evangelio es el que más se preocupa de la vida cotidiana de Jesús, para Lc, Jesús predica más con lo que hace que con lo que dice. Refleja como ningún otro la reacción de Jesús ante el sufrimiento de la gente, sobre todo de los pobres y marginados; por eso se le suele llamar el evangelio de la misericordia.
El contexto general del evangelio que leemos, nos sumerge en la normalidad de lo que solía hacer Jesús. Acompañado de sus discípulos, recorre los caminos de Galilea, llevando a todas partes la palabra de Dios y la ayuda a la gente que se siente abandonada. En Lc se aprecia mejor esta manera de actuar, porque acompaña siempre los relatos con todo lujo de detalles, que nos permiten adentrarnos en el ambiente en que se producían los “milagros”. En el relato que leemos hoy, la gente que acompañaba a Jesús y la que acompañaba a la viuda se aúna en el reconocimiento de lo que es Jesús y con ello dar gloria a Dios. En el evangelio de hoy se nos narra un episodio espectacular, la resurrección del hijo único de una viuda. Es muy difícil precisar en este texto qué es lo que pasó realmente. Sorprende que un acontecimiento como la resurrección de un muerto se narre en un evangelio y se ignore en otros. La única resurrección que se encuentra en los tres sinópticos es la de la hija de Jairo. Y en los tres se pone en boca de Jesús esta frase: “la niña no está muerte, está dormida”. También nos tiene que hacer pensar el paralelismo que existe entre este texto y la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por el profeta Elías, que hemos leído en la primera lectura. Con frecuencia se toma el AT como modelo para explicar lo que es Jesús. En todo caso, lo que quiere resaltar el relato, no es el milagro en sentido estricto, sino el poder de Jesús de dar Vida trascendente, significada en esa vida fisiológica recuperada. De grandes profetas del AT se narraban resurrecciones. Es muy fácil que la tradición intentara con estos relatos potenciar la idea de que Jesús era un gran profeta, que no podía ser menos que lo más grandes del AT. Esta interpretación solo se dio después de una larga reflexión en las primeras comunidades sobre lo que Jesús significaba para ellas. De hecho el relato termina dando gloria a Dios porque ha visitado a su pueblo con el envío de una gran profeta. Desde que existen los periodistas y los sucesos se narran según lo que pasó realmente no se ha vuelto a hablar de resurrecciones. Aunque es verdad que se ha constatado la vuelta a la vida de personas que se habían dado por muertas. El principal argumento para superar esta trampa no es que Dios tenga o no tenga poder para hacer tal cosa, sino el absurdo que supone obligar a Dios a entrar en nuestra dinámica y quedarnos tan contentos porque Él cambia de criterio y vuelve a hacer el mundo tal como nos gustaría a nosotros. Para valorar este relato debemos tener en cuenta el ambiente en que se narra. Las mujeres no contaban en aquella época. Una viuda no tenía posibilidad de desenvolverse ni socialmente ni económicamente. La única salvación de una viuda era el hijo, por eso se resalta que era único, es decir la única esperanza de la viuda. La muerte del hijo de una viuda se consideraba un durísimo castigo de Dios. En el relato, Jesús quiere dejar claro que en ningún caso la actitud de Dios es la de castigar a nadie, y menos a una pobre viuda. Debemos tener muy en cuenta que con frecuencia encontramos en los evangelios una profunda crítica de un mesianismo milagrero. Sin duda fue uno de los mayores peligros de interpretar equivocadamente a Jesús. En el c. 6 del evangelio de Juan, después de la multiplicación de los panes les dice a los que le buscaban para proclamarle rey: “Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". El objetivo de la vida de Jesús no fue satisfacer las necesidades materiales de los judíos de su tiempo. Esa tentación es todavía muy fuerte entre nosotros. No hay más que examinar nuestras oraciones litúrgicas o echar un vistazo por Lourdes o Fátima para comprenderlo. Intentamos a toda costa fabricarnos un Dios todopoderoso que acto seguido, intentamos poner a nuestro servicio. Él accederá a nuestras peticiones con tal de que nos comportemos como él quiere. Es la misma dinámica que tenían los hombres del Paleolítico. Aplacar a Dios, tenerle contento porque de esa manera no empleará su omnipotencia contra nosotros, sino contra otros. Podemos descubrir un simbolismo profundo entre la muchedumbre que acompaña a la viuda identificados con la muerte y sin solución para esa situación extrema y Jesús y el gentío que le acompaña, que vienen transformados por la Vida que él mismo les está comunicando. La muerte y la Vida se encuentran pero la Vida es más fuerte que la muerte y termina por envolverles a todos. Todos proclaman la gloria de Dios que les ha llevado a la Vida. Hay un dato en el relato muy interesante. Nadie le pide a Jesús que haga algo por la viuda. Es él el que se siente movido por la compasión (le dio lástima). Este hecho nos hace comprender la calidad humana de Jesús que a su vez, es reflejo de lo que sería Dios si pudiera actuar como nosotros. La compasión es, para mí, la manera más certera de hablar de una verdadera humanidad. Se ha dicho muchas veces que el mensaje cristianos se resume en el amor. Creo que mucho más acertada es la palabra compasión para hablar de la misma realidad. No es preciso tener la capacidad de resucitar a un muerto par ser testigos de la vida y llevar vida a todas partes. Todos tenemos la obligación de llevar alegría y optimismo a donde vayamos. No son las carencias naturales (dolor, enfermedad, muerte) lo que nos impide ser felices. Es la actitud ante ellas lo que nos impide descubrir las inmensas posibilidades que todos tenemos a pesar de esas limitaciones. Solo si despliego esas posibilidades en mí, estaré preparado para ayudar a los demás a descubrir las suyas, a pesar de sus limitaciones. La gran tentación es exigirle a Dios que nos saque de nuestras limitaciones. Muchas veces nos ha metido por este callejón sin salida la misma religión. Nuestras limitaciones no son accidentes, son completamente naturales. No es que a Dios le saliera mal la creación y ahora tiene que andar con parches. Ni el mismo Dios podía hacer una creación sin limitaciones. Por eso es ridículo creer en un Dios que pudiera sacarnos de esas situaciones que consideramos insufribles, pero no lo hace porque está encantado con vernos sufrir. Por muchas y radicales que sean nuestras carencias, debíamos tomar conciencia de que es mucho más lo que tenemos que lo que podemos echar de menos. Lo que nos falta no puede anular lo que tenemos. La obsesión por lo que nos falta, sea de orden físico o moral, nos impide con mucha frecuencia apreciar y desarrollar nuestras posibilidades en ambos sentidos. Aceptar las limitaciones de todo orden, es el primer paso para descubrir el camino de nuestra verdadera salvación, siempre al alcance de la mano, aunque no nos enteremos. Los dos comentarios finales del evangelista son muy importantes para la interpretación del relato. “Un gran profeta ha surgido entre nosotros” y “Dios ha visitado a su pueblo”. Esa es precisamente la intención de todo el evangelio, presentar a Jesús como enviado de Dios para bien de todos. La toma de conciencia de que Dios no abandona a su pueblo sino que sigue en medio de él para ayudarle a superar sus traumas. Recordemos la perspectiva mítica desde la que está escrito el evangelio. Hoy sabemos que Dios no actúa desde fuera sino que está siempre implicado en la marcha de todos y cada uno de los seres humanos. Meditación-contemplación La muerte no es nada, las limitaciones son ausencia de ser. Lo real es lo que soy y puedo desplegar. Si dejo de pensar en mis carencias, me asombraré de la riqueza que tengo al alcance de la mano. …………… También en el orden espiritual es verdad lo dicho. Empeñarnos en no tener fallos es frustrante, porque fallos los tendrás hasta la hora de morir. Fíjate más en todo lo que puedes hacer bien cada día. …………… Tampoco te dediques a mirar con lupa los fallos de los demás. Todos son mucho más que esos fallos que puedes detectar. Hacerles ver lo bueno que hay en ellos, puede animarles mucho más a ser mejores. …………… Entrada A los que todavía caminamos envueltos en la sombra de la muerte, Ayúdanos a descubrir la verdadera Vida ya a vivirla, Como hizo Jesús el ungido, nuestro modelo humano y divino. Ofrendas Que descubramos en este pan y este vino, tu presencia como Vida-Amor, Para que nos ayude a desplegar esa misma Vida. Despedida Hoy también te damos gracias Porque sabemos que tu Vida nos atraviesa Y nos das fuerza para vivirla y comunicarla. El relato del evangelio que leemos este domingo, la resurrección del hijo de la viuda de Naín, recuerda otros milagros parecidos: la resurrección de la hija de Jairo y la de Lázaro. Con esta última, el evangelista Juan nos enseña que Jesús es la resurrección y la vida, y aunque Lázaro, o cualquiera de nosotros, muera, vivirá gracias a Él.
Lucas, en este relato que solo se encuentra en su evangelio, no enfoca el tema del mismo modo. Lo que pretende demostrar es el enorme poder y bondad de Jesús, comparándolo con los dos mayores realizadores de milagros del Antiguo Testamento: Elías y Eliseo. De este modo deja claro que está perfectamente justificado creer en Jesús y aceptarlo como salvador. Primera forma: con oración y esfuerzo: Elías (1 Reyes, 17,17-24). El profeta Elías predijo un período largo de sequía, y él mismo tuvo que pagar las consecuencias, debiendo desplazarse a la costa de Fenicia, a Sidón. Allí lo acogió una viuda que tenía un solo hijo. Al cabo de un tiempo, sin que se diga la causa, el niño murió, y la madre acude al profeta. El relato pretende subrayar el poder de Elías, capaz de conseguir que Dios resucite a un niño. La historia tuvo tanto éxito que poco después se contó algo muy parecido del discípulo de Elías, Eliseo. Este segundo milagro no tuvo lugar en el extranjero, en Fenicia, sino en territorio de Israel, en Sunén, a dos kilómetros de Naín. Habría sido mucho mejor elegir este texto para compararlo con el evangelio, pero no vale la pena quejarse de los liturgistas. Segunda forma: sin oración, pero con compasión: Jesús (Lucas 7,11-17). Comparando el relato de Lucas con la primera lectura se advierten importantes diferencias. Actitud de la madre En el caso de Elías, se queja y protesta. En el caso de Jesús, no dice nada, cosa lógica porque no lo conoce ni ha convivido con él. Acciones del protagonista Elías toma al niño, lo sube a la habitación de arriba, lo acuesta en la cama, clama al Señor, se echa tres veces sobre el niño, entrega al niño a su madre. Jesús siente compasión, detiene el féretro, ordena al muchacho que se levante. Lo más llamativo es que Jesús no ora, no tiene que pedir a Dios que resucite al niño, tiene el poder de resucitarlo. En cuanto al tema de la compasión, es muy importante cuando se compara con la actitud de Eliseo (el episodio que no leemos). Lugar del milagro Elías lo realiza en la habitación de arriba, y lo mismo ocurre en el caso de Eliseo. Se trata de algo secreto, de lo que solo son testigos Dios y el profeta. Lucas presenta el milagro de Jesús como algo público, presenciado por numerosas personas. Jesús llega a Naín acompañado de los discípulos y de una gran multitud. En dirección contraria otro grupo numeroso: a la madre la acompañaba un grupo considerable de vecinos. El poder de Jesús contará con numerosos testigos. Reacción de la gente La viuda de Eliseo termina confesando: ¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la palabra del Señor que tú pronuncias se cumple! De modo parecido, la multitud que presencia el milagro de Jesús exclama: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo. Tercera forma: revelando a su Hijo: Dios Padre (Gálatas 1,11-19) La segunda lectura carece de relación con la primera y el evangelio. No habla de un muerto, sino de una persona repleta de energía, Pablo, que la gasta en perseguir violentamente a la iglesia. En este sentido podemos decir que también él está muerto. Y quien lo resucita es Dios Padre, revelándole a su Hijo, Jesús. Estamos acostumbrados a relacionar esta “resurrección” con la famosa caída del caballo que cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Pablo, en la carta a los Gálatas, no da detalles de ese tipo. Se limita a lo esencial: su experiencia de haber descubierto quién es realmente Jesús. Conclusión Las tres lecturas nos ayudan y animan a conocer más profundamente a Jesús. Alguien muy superior a un gran profeta, como Elías. Alguien muy distinto de un hereje, como pensaba Pablo antes de convertirse. Pero este conocimiento no se adquiere con la simple lectura y comparación de textos. Es una gracia que Dios concede, como a Pablo. Una gracia que debemos pedir, como insiste Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales: “conocimiento interno del Señor, para que más le ame y le siga”. El evangelio de Lucas nos recuerda una historia conmovedora que narra el encuentro de Jesús con una mujer viuda que acaba de perder a su hijo único. El relato además de mostrar una acción poderosa de Jesús nos invita a preguntarnos por qué y para que Jesús actuó así, cual es el mensaje fundamental que el autor nos quiere ofrecer.
Jesús acababa de llegar a las puertas de la ciudad de Nain procedente de Cafarnaúm, un viaje que suponía haber recorrido unos 62 km posiblemente caminando. Junto a él iban su discípulos/as y mucha gente que había dejado sus casas atraída por la palabra y actuación de Jesús. Al entrar se cruzan con el entierro del hijo único de una viuda pobre. Jesús, cansado del viaje e inverso en el bullicio de la gente que venía con él, es capaz de centrar su atención en la mujer que sufre. El hecho de que sea viuda acrecienta su horizonte de desesperación, pues está enterrando a su único hijo varón, el único que podía asegurarle un futuro. Las viudas se encontraban entre los sectores de población más vulnerables y más necesitados de ayuda (Dt 22, 22-23; Sal 94, 6; Is 1, 23; Job 22,9; Mt 12, 40, Lc 18, 3-4… etc). Como mujeres no tenían voz en la sociedad, pero si además carecían de un varón adulto que pudiese sostenerlas, no solo económicamente, sino jurídica y religiosamente estaban abocadas a la pobreza y a la marginación. En el Antiguo Testamento se evidencia con frecuencia como Dios clama en su defensa y urge a su pueblo a un comportamiento ético frente a ellas (Ex 22,21; Dt 10,18; 24, 17-21…etc). Jesús al mirarla, es consciente de todo esto. Sabe de su vulnerabilidad pero también del lugar que tiene en el corazón de su Padre. Al encontrarse con ella se le conmueven las entrañas. Muchas veces en el Antiguo Testamento se expresa la actuación misericordiosa de Dios con el símbolo de las entrañas maternas porque tiene una gran capacidad para evocar el amor hondo y gratuito. Al visibilizar el sentimiento de Jesús el texto nos muestra que lo que ocurre en él es algo más que lastima. La mujer ha perdido el fruto de sus entrañas y a él se le conmueven las entrañas ante su dolor. El encuentro con la viuda lleva a Jesús a traducir su sentimiento en acción salvadora. Toca el féretro ignorando las normas de pureza y devolviendo a la vida al joven recupera también la de la madre y ofrece un futuro a ambos. Jesús actúa movido por la misericordia del Padre que le brota de las entrañas, de los más hondo de su ser. Ahí donde él también se siente hijo y enviado a hacer visible el amor liberador de Dios. Todos/as los que presencian la escena reconocen que Dios ha visitado a su pueblo y lo ha hecho a través del dolor de una mujer viuda. El amor y la misericordia de Dios, no es un principio religioso, es praxis liberadora concreta. Jesús así lo muestra dejándose afectar por el dolor de quien más sufre y actuar para liberar y salvar por encima de cualquier límite social o religioso. (Para un estudio más detallado del texto cfr. Elisa Estévez, “Prácticas compasivas y visibilidad femenina” Reseña Bíblica 14 (1997), 23-34). No deja de ser preocupante que en el siglo XXI haya todavía quienes sigan poniendo trabas a que se abra un proceso para acabar con la discriminación que las mujeres vienen padeciendo y dejen de ser unos sujetos pasivos, aptos solamente para oír, ver y callar. En el seno de la propia Iglesia se necesita aclarar la función que les corresponde, a la luz de una “teología de la mujer”, que ponga de manifiesto su verdadero carisma, algo que el Papa Francisco viene repitiendo por activa y por pasiva y según ha dado a entender estaría dispuesto a emprender el camino para que esto se llevara a la práctica. De momento está previsto que el tema del diaconado femenino sea estudiado por un Comité Pontificio competente. Todo bastante lógico.
No debiera ser motivo de escándalo para nadie el que se autorice a las mujeres a anunciar la palabra de Dios, cuando en realidad esto es algo que no se puede negar a ningún bautizado. El encargo de Cristo a todos sus seguidores no deja lugar a dudas. ” Id y predicad el evangelio por todo el mundo”, exactamente esto es lo que ya están haciendo miles de mujeres misioneras. Sobre el Sacramento Bautismal, todo el mundo debiera saber que es doctrina de la Iglesia que cualquier católico puede administrarlo en determinados casos, bastante frecuentes por cierto en tierras de misiones y con respecto al Matrimonio basta con reparar en que los ministros de este sacramento son los propios contrayentes, siendo el celebrante no más que un testigo calificado. Ergo…. ¿a qué tanto recelo? Yo tengo la impresión de que con las mujeres diaconisas va suceder lo mismo que con el tema de los católicos divorciados. Tendremos que ir comprendiendo que no se trata de una cuestión zanjada de antemano, sino de algo opinable, ya que nadie puede poner sobre la mesa un argumento tan contundente capaz de hacernos creer que éste es un camino prohibido, por el que no nos está permitido transitar ; no lo piensa así el Papa Francisco, es más el can. 15 de Calcedonia (451) parece dar a entender que las diaconisas fueron ciertamente «ordenadas» por la imposición de manos (cheirotonia). Entonces, ¿por qué oponerse a algo que cuenta con todas las bendiciones? Todo parece indicar que llegará el momento, si es que no ha llegado ya, en que las mujeres sean llamadas a ejercer una función mucho más relevante en el seno de la Iglesia de lo que hasta el presente han venido ejerciendo. Habrá que ir pensando además que es tarea de todos facilitar las cosas al Santo Padre, para que más bien pronto que tarde encuentre la salida a una cuestión como ésta, que lleva tanto tiempo sobre la mesa esperando a que venga alguien dispuesto a afrontarla con decisión y realismo. Ya sabemos que las cosas de palacio van despacio y que Iglesia Católica siempre se mueve con los pies de plomo, por lo que va a ser preciso tener paciencia y saber esperar, lo cual no quita para que reparemos también que respecto a la incorporación de la mujer al Ministerio Sagrado llevamos muchos años de retraso y convendría acompasar el ritmo de la Iglesia al ritmo trepidante de los tiempos que nos está tocando vivir, para no quedar descolgados de la Historia. Razones para avivar la marchapuede haber muchas; pero yo me voy a fijar en tres, que según creo debieran tomarse en consideración. La primera de ellas sería porque es importante llegar a tiempo. La historia nos ha enseñado que las tardanzas pueden tener efectos desastrosos. Hemos tenido ocasión de ver lo que pasó con el mundo obrero en el siglo pasado. León XIII, el Papa de los trabajadores, que ha pasado a la historia como uno de los que más hizo a favor de las cuestiones sociales, debió ser el ejemplo a seguir; pero no fue así, sino todo lo contrario. En este tiempo precisamente fue cuando asistimos a la gran deserción de la masa trabajadora ¿por qué? Pues porque falsos profetas del mundo laboral le habían cogido la delantera a la hora de dar respuesta al descontento social. La cuestión no puede estar más clara. Cuando en 1891 se publica la encíclica Rerum Novarum, el Manifiesto Comunista de Engel y Marx llevaba ya 44 años de rodaje y esto exactamente es lo que no quisiéramos que pasara hoy con el gran colectivo de las mujeres. La cultura laica lleva muchos años tratando de dar satisfacción a la conciencia reivindicativa femenina, que hoy se muestra como imparable y la Iglesia debiera tomar buena nota de ello para no llegar tarde a esta cita con la Historia. Es una evidencia que muchas mujeres católicas se sienten insatisfechas con su grado de participación en la Iglesia y les gustaría tener un papel más activo. Están llamando a sus puertas con insistencia porque piensan que es mucho lo que pueden aportar; pero si estas puertas no se abren para ellas, lo más seguro es que otras puertas sí lo harán. Hace unos años que la representante genuina del feminismo católica Edit Stein, coetánea de Simone de Beauvoir se percató de que sería bueno que la Iglesia reconsiderara su postura con respecto a la mujer. Esta prodigiosa intelectual y santa de nuestro tiempo, que subió a los altares con el nombre de Sta. Teresa Benedicta de la Cruz, fue declarada Patrona de Europa y modelo a seguir por Juan Pablo II, ella que en tiempos muy difíciles asumió el compromiso con la mujer moderna, la vemos expresarse así: “La Iglesia Primitiva conoce las mujeres consagradas al servicio litúrgico y también un oficio eclesiástico consagrado, el diaconado femenino, con una consagración diaconal propia, pero tampoco ella ha introducido el sacerdocio de la mujer. El ulterior desarrollo histórico trae una eliminación de las mujeres en estos ministerios y un hundimiento lento de su función legítima eclesial al parecer bajo el influjo veterotestamentario y las ideas del derecho romano. La época moderna señala un cambio debido a la fuerte demanda de las fuerzas femeninas para el trabajo eclesial de caridad y la pastoral de las almas . Por el lado femenino surgen intentos de dar nuevamente a esta actividad el carácter de un servicio eclesial consagrado y desde luego puede ocurrir que a esta petición un día se le preste atención. La cuestión es si esto sería el primer paso hacia un camino que finalmente condujera hacia el sacerdocio de la mujer. Me parece que desde el punto de vista dogmático no existe nada que pudiera prohibir a la Iglesia llevar a cabo una novedad semejante hasta ahora inaudita. Si se tratara de encomendarlo desde el punto de vista práctico la cuestión presentaría argumentos en pro y en contra. (“La mujer, su papel según la Naturaleza y la Gracia”. Madrid. Palabra 1998 .pág. 76- 80) La segunda razón sería de índole moral. Si partimos del hecho presumible de que ni explícita ni implícitamente la Voluntad Divina se manifiesta en contra del diaconado femenino, lo que procede es afrontar la cuestión en términos de estricta justicia distributiva, que exige dar a cada cual lo que le corresponde según derecho, colocando en otro plano consideraciones subjetivas sobre si ello es lo más oportuno o lo que más conviene . De no existir impedimento divino hoy resulta muy difícil tratar de defender moralmente cualquier tipo de discriminación en razón del sexo. En un tiempo pasado, en que se ponía en duda la igualdad antropológica de la mujer con respecto al hombre, podían esgrimirse argumentos para justificar ciertos comportamientos sexistas, pero los tiempos han cambiado y hoy, cuando ya nadie pone en duda la igualdad de naturaleza y de capacidad entre ambos, resulta cuando menos un tanto arbitrario no medir a los dos por el mismo rasero. Ello quiere decir que la argumentación que aplicamos para el hombre debiera valer también para la mujer y si decimos que hay que actuar con celeridad cuando existen sospechas fundadas de que a un hombre se le está negando lo que en realidad le pertenece, esto mismo debiéramos pensar cuando de mujeres se trata. Existe una tercera razón que viene dictada por las circunstancias en que nos encontramos. Desde el año 1971 comienza a ser preocupante la escasez de ministros en la Iglesia Católica, por la falta de vocaciones y por abandono, pero hoy lo es mucho más. Como consecuencia de ello hay parroquias que no están atendidas como fuera de desear y son muchos los fieles a los que no llegan las ayudas espirituales. Estoy pensando en los muchos creyentes que viven desconectados en residencias, hospitales, albergues, etc sin que nadie se acerque por allí a llevarles la comunión o a celebrar con ellos la liturgia de la palabra. A la vista de semejante situación hace ya tiempo que José Mª Castillo recordaba el derecho de los fieles a ser atendidos en sus necesidades espirituales y el deber de los Pastores en proporcionársela. Si esto es así, no cabe duda que al diaconado femenino, después de ser comprobado que sobre él no pesa ninguna sanción dogmática, debiera dársele luz verde viendo en él una expresión legítima de la personal vocación de Dios. Vistas las actuales circunstancias y teniendo presente que «salus animarum, suprema Ecclesiae lex”, resultan más comprensibles las palabras del cardenal Carlo Mª Martini, que nos hablan de que otra Iglesia es posible donde la mujer ocupe ministerios sagrados. Se pronostica que el siglo XXI va ser el siglo de las mujeres y puede que así sea. La Sociedad las necesita y la Iglesia también; comienza pues a percibirse la voz del Señor, que las convoca a ejercer funciones especiales en su Iglesia. La hora de la mujer ha llegado como también la hora de los laicos . Nuevos tiempos que piden cambios para que una Nueva Evangelización pueda llegar a feliz término. Ha vuelto a primera línea el papel de la mujer en la Iglesia católica. Todos sabemos que fueron diaconisas y que ahora no pueden serlo según las leyes eclesiales vigentes. En este tema, por tanto no se puede alegar derecho divino ni tradiciones eclesiales para prohibir el diaconado de la mujer.
Pero lo importante es lo que se ha destapado con el comentario del papa sobre este tema, lo que subyace enmascarado por envoltorios varios que no resisten la mirada de la verdad. Si la curia romana actuase con honestidad, hubiera reaccionado aceptando estudiar de inmediato la posibilidad de este carisma diaconal femenino: ya existió, vamos a trabajar para actualizar su recuperación. Pero no; porque lo que subyace es una concepción limitadora de la mujer sin que se tenga la intención de avanzar un ápice en este terreno. Bastante enfadados están algunos con el papel participativo de las laicas en las celebraciones litúrgicas. Pero esto, no es evangélico, más bien va contra la actitud y los mensajes de Jesús de Nazaret. Lo importante en el discipulado es el seguimiento entendido como la fidelidad del discípulo a la práctica del mensaje de Jesús (Jn. 12,2). El sustantivo diácono viene a confirmar esta realidad al definirse como ayudante y colaborador desde el servicio prestado siguiendo las instrucciones del otro, por amor, no por subordinación. Las mujeres ocuparon una parte central en la misión y mensaje de Jesús como ejemplos de modelos a seguir a pesar del rechazo legal y cultural de entonces. Ellas fueron parte de la enseñanza de Jesús acerca del Reino. Ellas lo siguieron en su peregrinar, no solo desde el corazón, y demostraron estar dispuestas a todo por seguir las obras del Maestro; y la realidad es que fueron testigos privilegiados de la crucifixión, sepultura y resurrección de Jesús. De hecho, son las primeras en saber de Jesús resucitado. El evangelio de Marcos contiene un llamado al discipulado el cual incluye no sólo a los hombres sino también a las mujeres. El cuarto evangelio enfatiza el estatus de discípulo par todos, porque lo que confiere la dignidad es el amor de Jesús. Ahí es donde duele, porque la dignidad no viene del poder eclesial ni por los cargos y dignidades de por vida. Revisemos los evangelios y las cartas de san Pablo (los primeros textos cristianos escritos), para aceptar el verdadero papel de la mujer en la Buena Noticia. Incluso aunque no perteneciesen al pueblo elegido, como la samaritana, a la que le tocó “el gordo” de escuchar por boca de Jesús que Él era el Mesías. Fijémonos los evangelios están plagados de narraciones que tienen a mujeres como protagonistas importantes, lo que nos debe activar la humildad de aceptar su estatus para Jesús. Los últimos serán los primeros, dice Jesús; entre los últimos estaban las mujeres como seres totalmente desvalorizados que no contaban para nada civil ni religiosamente. Y llegarán a ser las primeras. Aquellas leyes religiosas judías han cambiado en el catolicismo actual, como cambiarán las actuales para que la mujer entre con fuerza en las estructuras de servicio de la Iglesia. En tiempo de Jesús, los rabinos no podían saludar ni hablar por la calle ni a su madre, ni a su esposa, ni a su hija… a ninguna mujer. Los rabinos no admitían nunca a mujeres como discípulas o aprendizas. Para ser enviado (apóstol) que muestre la Buena Noticia, debe ser primero discípulo. En tiempos de Jesús, los expertos en Dios era un grupo selectivo de varones. Hoy tenemos mujeres teólogas, consagradas y laicas, que enseñan a otros en facultades y con su ejemplo a seguir a Jesús. A no mucho tardar, confío que las restricciones católicas, por el hecho de ser mujer, sean definitivamente abolidas par que el mensaje cristiano del amor brille más y mejor. Porque el hecho de que la mujer llegue a ser diaconisa otra vez solo repararía una injusticia puntual. |
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