Hans Küng se nos ha ido al Señor tras una vida larga y fecunda, que le permitió atravesar uno de los períodos más movidos, conflictivos y en definitiva fecundos de la teología en su historia milenaria. Tuvo que romper muchos moldes; evangélicamente diríamos muchos odres viejos, para verter la fe en palabras y conceptos que puedan entregar su significado en la cultura actual.
Estoy convencido de algo que está empezando ya a suceder en una medida cuyo alcance no se percibe a simple vista: que muchas de las cosas que ha dicho y bastantes de los moldes que ha roto no tardarán en verse como normales. Y con eso quiero decir que se percibirá que con palabras nuevas está exponiendo la fe de siempre; pero la piel de los viejos odres, todavía recia aunque reseca, impide ver el vino nuevo que Küng se ha esforzado en ofrecer a la sed de una expresión significativa e inteligible para las verdades de la fe. Cada vez aparece con más claridad que gran parte de los conflictos con la (vieja) autoridad de las distintas comisiones defensoras de la fe, consiste en un problema de interpretación. En el fondo vivo, en el hondón de las experiencias religiosas radicales, Küng ha estado expresando con un lenguaje distinto, desde un nuevo paradigma cultural (concepto que acentuaba con gusto y eficacia), las mismas verdades que se expresaban y siguen expresándose en el lenguaje de la filosofía escolástica y de la imaginería patrística. Expresaba y defendía la “fe” de siempre en una “teología” nueva, que, leída desde la teología anterior, parecía estar siendo negada. Por eso se produce el fenómeno curioso de que, en general, se le entiende mejor desde fuera, en la intemperie religiosa, que desde dentro del mundo tradicional(ista). De hecho, su obra ha logrado una especie de cuadratura del círculo: convertir en best-sellers entre los lectores y lectoras actuales libros cargados de una teología muy seria y documentada. No alcanza, en mi parecer, la creatividad torrencial de un Karl Rahner, con el que mantuvo diferencias no siempre justas; pero detecta con intuición certera donde están los verdaderos problemas para actualizar la teología, y los expresa con claridad, sin rodeos ni reservas. A veces no se preocupa bastante de elaborar con detenimiento suficiente las categorías teológicas o las figuras y metáforas a las que recurre. Pero resulta siempre sugerente y, en todo caso, señala el problema y abre la puerta por donde la teología está llamada a entrar, si quiere resultar inteligible y tener validez para el futuro. Seguramente no podía ser de otra manera, pues basta una ojeada al decurso de su obra para comprenderlo. En oleadas sucesivas va dedicando amplias y fundamentadas monografías a todos los grandes problemas que pueblan el horizonte teológico. El ecumenismo intracristiano, desde su tesis doctoral sobre Karl Barth. Los trabajos que culminan en “La Iglesia”. El amplio repaso del cambio cultural donde necesita inscribirse el Cristianismo actual, con su obra sobre “La encarnación”, en diálogo con Hegel. El panorama de conjunto, con aire todavía actual, que ofrece en “Ser cristiano” y “¿Existe Dios?”. La apertura hacia las demás religiones, no solo afrontando las cuestiones de principio, sino dedicándoles monografías que constituyen auténticas informaciones enciclopédicas, llenas de clara empatía. Y el gran frente de la ética universal, donde se está jugando el futuro de la humanidad. Y, como si no quisiese dejar ningún tema sin exponerlo al sol de un cristianismo actualizado, están las obras menores sobre la muerte, las postrimerías, la mujer e incluso la música. La acogida de sus libros no es casual: respiran actualidad en las cuestiones y sinceridad en reconocer la necesidad de afrontarlas. No oculta por donde piensa que va la solución, y la expone sin rodeos, aunque no siempre se tome el tiempo para avanzar hasta el fin en la fundamentación ni para señalar con suficiente cuidado los apoyos hondos de la continuidad. Pero es obvio que ningún teólogo puede abarcarlo todo, y tal vez estos límites sean la condición de posibilidad de su enorme aportación y, como se dice en la jerga especializada, representen la medida justa de su carisma. En todo caso, sus libros hablan con eficacia única a nuestro tiempo y son comprendidos por muchos miles de lectores en todo el mundo. Son libros, en verdad, teológicamente actuales, que aguantan el paso del tiempo con frescura extraordinaria. Tomad, por ejemplo, “Ser cristiano” en las manos: escrito en 1974, hace casi cincuenta años, y veréis que sigue hablando todavía hoy. Ahí están los problemas que siguen siendo los nuestros, los enuncia sin rodeos y los afronta con sinceridad valiente, a veces algo desafiante y en ocasiones posiblemente un punto precipitada. Pero en su lectura se respira teología viva, capaz de alimentar una comprensión crítica para la fe, en nuestra cultura.
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En principio, el miedo es un componente de nuestro propio sistema biológico. Constituye una señal que nos alerta de algún peligro o amenaza, con lo cual nos predispone para hacerle frente, a través de los conocidos mecanismos de huida, ataque o congelación.
Sin embargo, todo se complica por dos motivos: por un lado, porque el cerebro no distingue las amenazas reales de las imaginarias; por otro, porque la mente pensante es una fábrica incesante de pensamientos, preocupaciones y, en no pocos casos, de peligros que únicamente existen en ella. Más allá de aquellos factores que, fruto de la propia psicobiografía, son la causa del miedo mental, podría decirse que el miedo es hijo de la ignorancia, de la misma manera que la paz es hija de la comprensión. La ignorancia es desconocimiento de nuestra verdadera identidad y, en la misma medida, creencia de estar separados de la vida. O por decirlo brevemente: ignorancia es sinónimo de consciencia de separatividad. A partir de esta creencia, el miedo es tan inevitable como imposible de superar. La comprensión nos hace salir de aquella ignorancia mental al reconocer que somos uno con la vida. Más allá de la “apariencia” del yo, somos Aquello que está “detrás” de él, lo que es consciente de él y de las formas que lo acompañan. La comprensión de lo que somos es fuente de paz: lo que somos es uno con todo lo que es y se halla siempre a salvo. Nuestra peripecia existencial podrá atravesar circunstancias de todo tipo, pero lo que somos se halla siempre a salvo. Quien sabe que es vida ha encontrado la fuente de la paz. ¿Qué ocupa más espacio en mí: el miedo o la paz? Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben lo tendrían más reciente y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado pasa justo lo contrario.
Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea, que allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn que son los últimos que escriben tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años. En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés. Es claro que no tiene el sentido que hoy le damos a aparecerse. En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos. En Lucas todas las apariciones, y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio. Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús. Creían ver un fantasma. Los textos se empeñan en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos. Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio. No les importa la falta de lógica del relato. ¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un absurdo completo y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. El afán por demostrar lo indemostrable les lleva a estas incongruencias y meteduras de pata. Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios. Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús. También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. "arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. Meditación Jesús se hace presente en medio de la comunidad. Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores. Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy. Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente. Eso solo es posible a través del amor manifestado. Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados». La segunda comienza: «Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo». En el evangelio, Jesús afirma que «en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos».
Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suelen decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana, que desea amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús. Aparición y catequesis (Lucas 24,35-48) El evangelio de hoy se divide en dos escenas claramente distintas. En la primera, Jesús se aparece y da pruebas de que es él. En la segunda, tiene una breve catequesis sobre su pasión, muerte y resurrección. Aparición y pruebas de la resurrección En la introducción a los relatos de las apariciones indiqué las diversas etapas por las que fue pasando este tema. Las recuerdo brevemente. 1. En el relato más antiguo, Jesús no se aparece. La única prueba es que la tumba está vacía (Mc 16,1-8). 2. En el relato posterior de Mateo, Jesús se aparece a las mujeres y estas pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10). 3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección, y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio que leemos este domingo insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos. Catequesis El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas. Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ellas, de lo anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación. La frase final: «vosotros sois testigos de esto» parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro a propósito de Jesús: «lo amáis sin haberlo visto». Esta es la mejor prueba de su resurrección. «Dios lo resucitó. Arrepentíos y convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19) Días después de Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de nacimiento, Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se reúne junto a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo discurso del que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas con la muerte y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato ni siquiera a las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes 2,15, donde acusa a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra parte, Pedro no se limita a exponer unas verdades, invita a sacar las consecuencias, arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los pecados. «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a) Uno de los principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad. Haz clic aquí para editar.
Somos animales éticos porque somos finitos y contingentes, el sufrimiento, el propio y el de los demás, es una presencia inquietante. En último término, la ética no tiene sentido ni por su fundamento, ni por su normatividad, sino por la compasión, nos recuerda el pensador Joan-Carles Mèlich. La vida común surge cuando descubrimos la indigencia, la capacidad de asociarse con otro por la necesidad, llegando a vivir juntos en la misma morada para asociarse y auxiliarse, así lo entendía Platón.
Nunca habitamos del todo nuestra casa, somos como extraños en el mundo, ante al desarraigo existencial debemos resituarnos en cada momento, ante ese “Otro” que nos habita. Martin Buber, lo llama una relación “yo-tú”. Somos naturaleza, lo que nos han dado, lo que hemos heredado o encontrado, pero queremos ser de otro modo, ir más allá, transcender, inventar nuevos parámetros de nuestra existencia. Descubrimos un “sí” profundo y amante, que permanece inherente dentro de nosotros. San Agustín, lo identificó más próximo de mí que yo mismo, constituyendo el Verdadero Yo, pudiendo ser recibido por cualquier persona, desplegando nuestra libertad. El vivir éticamente estaría muy debilitado, incluso sería casi imposible, sin desarrollar en nosotros la compasión, más en los tiempos que vivimos. La ética de la compasión no es una ética de la piedad, es una de las formas que adopta el poder (A. Camus). La piedad se ejerce desde arriba, desde el ámbito público. La piedad es una compasión pervertida. La ética de la compasión quiere responder a la interpelación ajena, a la presencia y a la ausencia del otro, a su apelación y a su demanda. La interpelación, solo puede existir desde la situación concreta y la experiencia. La ética de la compasión se fundamenta en el sufrimiento, en la misericordia y la solidaridad frente al dolor de los demás. La sociedad postmoderna en la que estamos inmersos propone el placer como fin vital, sustituyendo la búsqueda de la verdad y su esencia por una serie de sensaciones placenteras por la eficacia psicológica del bienestar. En medio del hedonismo placentero, el sufrimiento, el dolor, incluso la muerte, se presentan como algo obsceno y fuera de lugar. La paradoja está que, al querer escapar del dolor, nos lo hemos encontrado allí donde no se esperaba, en medio de la cotidianidad del bienestar, en la contrariedad de la vida, en el COVID-19, en la precariedad laboral, en la muerte de tantas personas cercanas y queridas. Muchas personas se vienen abajo en presencia del sufrimiento, tratan de abordarlo en la huida, mediante el ego, o bien echando la culpa a los demás. Uno de los mayores problemas que tenemos en nuestras sociedades es el sufrimiento. Se ha tratado de resolverlo y de explicarlo, pero desde que nacemos hasta que morimos estamos inmersos en él. El espejismo del individuo, es pensar que su sufrimiento es único y personal, el sufrimiento no es patrimonio de nadie, éste como la muerte, forma parte de la vida y es una experiencia compartida por todos. No podríamos ponernos en el lugar del otro sino sintiéramos esa punzada del dolor físico, psicológico o metafísico. La conciencia de cada hombre es la de la humanidad entera y, por consiguiente, también su dolor. El sufrimiento de cada uno es el de la humanidad y viceversa (Krishnamurti). La compasión complementa el amor, nos llega cuando el amor se ha hecho pasión. La compasión brota cuando se abandona el proceso del pensamiento, pero, muy especialmente, cuando se desvincula del sufrimiento. La compasión no pertenece a la mente, la actividad del pensamiento conduce a la mecanización, al adiestramiento y búsqueda de seguridad; y así deja intacto el orden de la belleza, la energía ilimitada y el misterio. Siguiendo a Krishnamurti, sólo cuando el hombre se siente responsable, es libre, es compasivo. La libertad y la compasión son una sola cosa. La compasión abre el corazón y nos hace más felices, ya que puede ser considerada como un protector contra las emociones negativas, como la ansiedad, el enfado o el miedo, fomentando la amistad y las relaciones con otros. En una sociedad muy preocupada por los resultados individuales, muchos quieran dar la espalda a la compasión, la consideran una debilidad, pero esto es lo que nos distingue de los animales. Recordemos la historia de “Benjamina” en Atapuerca, como el homo heidelbergensis cuidaba a sus discapacitados, tenía craneosinostosis, sobrevivió unos 10 años gracias a la solidaridad y ayuda del grupo. La ética de la compasión, más allá de la buena conciencia, quiere hacerse cargo de la inhumanidad del otro (Reyes Mate). La compasión es un movimiento intersubjetivo que parte del caído y que fecunda al que se acerca a él, es en ese momento cuando se alcanza la dignidad de hombres. Pero por otro, hay otro movimiento, el que viene del otro al yo. Aunque la compasión es un sentimiento particular, el otro no es un mero objeto doliente, sino alguien digno de compasión y, desde aquí se abre a la universalidad. ¿Quién es mi prójimo? Como en el Buen Samaritano, no nos interesa descubrir su identidad, sólo nos basta saber que era un hombre. Es un buen momento para despertar esta virtud, esencial para la existencia y la convivencia. El No-teísmo es una tendencia actual entre algunos teólogos protestantes y católicos (Spong, Lenaers) que rechazan la idea de dios que “nos viene acompañando ya por 7.000 años” a partir de la Biblia y la doctrina de la Iglesia. J M Vigil dice expresamente: “Nos referimos a Theos, no a lo que objetivamente pueda ser eso que hemos venido llamando tradicionalmente Dios, ni Misterio, ni Transcendencia... sino a un constructo cognitivo, construido por el ser humano”. Así pues, el No-teísmo no es ateísmo.
Este rechazo a nuestra imagen de Dios no es algo nuevo en la Iglesia. Dionisio Areopagita (s. V) escribió un tratado sobre Los nombres divinos (los atributos), y posteriormente escribió la Teología mística, en la que desarrolla la via negationis en la que niega la validez de esos atributos. Y el Concilio IV de Letrán reconoce que todo lo que ha dicho sobre Dios tiene más de error que de acierto. Necesitamos conocer a Dios, pero todas nuestras palabras serán siempre inadecuadas. Es importante reflexionar por qué se produce ahora este rechazo. Se produce principalmente por las consecuencias que hemos deducido de unos atributos que deberíamos tomar como incompletos y provisionales. Destacaré dos aspectos muy significativos. En primer lugar, el teísmo considera a Dios como un ser personal, y con una imagen muy antropomórfica. Jesús nos lo presentó como Padre, y esta imagen tan entrañable ha arraigado fuertemente entre nosotros. En el mundo oriental ha prevalecido por el contrario una concepción de Dios como impersonal, y tiene un arraigo semejante en su espiritualidad como la de un dios personal en la nuestra. Otros autores del No-teísmo tienden a considerarlo como transpersonal; término con un contenido poco claro, pero que pretende salvar lo mejor de lo personal y de lo impersonal. Por una parte nos parece que considerar a Dios como impersonal lo rebajaría respecto a las cualidades personales, pensamiento y voluntad, que tenemos los humanos. Por otra parte, lo personal acentúa la separación entre tú y yo, entre él y nosotros. Difícilmente podemos identificarnos con nuestro Padre, o verlo en nuestros hermanos y en la vitalidad y belleza de la naturaleza. La Biblia nos ofrece el término Espíritu, que puede valer tanto para lo personal como para lo impersonal. El espíritu sobrevuela el caos poniendo orden (cosmos, mundo), inspira a los profetas, y unge a Jesús en el Jordán para su misión; pero está al mismo tiempo y sin división alguna en ti, en mí, y en todo el universo. En segundo lugar, el teísmo considera a Dios como todopoderoso (quizás el adjetivo que le acompaña con más frecuencia) y de ahí que intervenga, o pueda intervenir, a su voluntad en la naturaleza, contraviniendo sus leyes, o en nuestra historia, revelando su enseñanza y dictando sus leyes, suplantando de ese modo nuestra libertad y autonomía. Y esta intromisión de Dios ofende nuestro orgullo. En cuanto a la intervención de Dios en la Historia, creo que el No-teísmo corre el peligro de caer en un deísmo, con un dios ajeno e insensible a nuestra vida, o diluido en las leyes de la naturaleza. Dios no impone nada desde fuera de nosotros pero ejerce su influencia en la Historia a través de nosotros, de nuestro espíritu. Como popularmente se dice, somos las manos de Dios. La caricatura de los dos pisos, el de arriba y el de abajo, que hace el No-teísmo, ha tenido mucho éxito por su referencia al brusco cambio sobre la imagen del universo que nos ha proporcionado la cosmología. Esta caricatura es válida para rechazar la separación radical que hemos hecho entre lo natural y lo sobrenatural, pero llevarla al extremo nos conduce a una unidad que contradice la múltiple variedad de cada día. Es el antiguo problema filosófico de lo uno y lo múltiple. ¿Es válido el No-teísmo? Es válido para contrarrestar las exageraciones; pero tanto el teísmo como el No-teísmo son interpretaciones de una realidad que se nos escapa; son lenguajes deficientes para expresar esa realidad, y deben complementarse (a pesar de que se nos presentan como sistemas contradictorios) y encontrarán mayor o menor acogida según la situación de cada pueblo o persona. Nuestra inteligencia racional no tiene capacidad para comprender la realidad en toda su profunda simplicidad; al menos no tiene capacidad en el estado actual de nuestra evolución. Sin embargo nuestra inteligencia sentiente percibe valores como el amor, la justicia, la dignidad, los derechos humanos, que no se pueden demostrar racionalmente, aunque sean razonables. La razón solamente nos acerca a Dios en términos razonables; en cambio la experiencia del amor gratuito es la que llega a conocerlo por identificación con él (unión del sujeto con el objeto conocido). La mística especulativa, ha tenido que traspasar la razón y ha llegado a Dios por “el vacío”, “el no conocimiento”, “La docta ignorancia”, “La nube del no saber”. San Juan de la cruz lo expresó en sus poesías. Cuanto más alto se sube, tanto menos entendía que es la tenebrosa nube que a la noche esclarecía; por eso quien la sabía queda siempre no sabiendo toda ciencia trascendiendo. El pueblo sencillo, como el buen samaritano o la viuda del templo, ha llegado a Dios por la vía del amor gratuito, por la identificación con Dios en el amor. Así lo expresó Jesús con su exagerado lenguaje emocional: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños” (Mt 9,25). Los relatos de apariciones tienen por objeto alimentar y sostener la fe de los discípulos en la presencia de Jesús resucitado. Son, por tanto, construcciones catequéticas, adaptadas a cada comunidad, elaboradas con aquel objetivo. En ese sentido, constituyen textos fundacionales que habrían de marcar el recorrido de las comunidades.
El hecho de que sean catequesis obliga a hacer una lectura de las mismas en clave simbólica. No tratan de narrar una crónica histórica, sino de transmitir un contenido de fe o creencias. Lo que ocurre es que, en nuestra cultura, las creencias no gozan de mucha credibilidad. Hemos aprendido que todas ellas son construcciones mentales y que tienden a absolutizarse con demasiada facilidad, con el peligro que ello comporta. A través de ellas, los humanos han tratado de alcanzar seguridad, aliviar sus miedos y fortalecer su sentido de pertenencia a un grupo. Cumplían, por tanto, una función psico-social de primer orden. Pero los riesgos no eran menores: separación, enfrentamiento, cerrazón, dogmatismo, fanatismo, proselitismo… Al reconocer que son solo constructos mentales, quedan automáticamente relativizadas. Dejamos de “poner la fe” en ellas y, como mucho, las entendemos como “mapas mentales” que apuntan a algo que trasciende la mente y que habremos de verificar en nuestra experiencia. Porque, si contienen verdad, necesariamente están hablando de todos nosotros. Y eso es precisamente lo que nos invitan a buscar: la verdad de lo que somos…, más allá de las ideas o creencias que tenemos. Con lo cual, no es extraño que a lo largo del camino veamos cómo van cayendo todas ellas. Y, al caer, nos queda una única certeza: la certeza de ser. Se produce entonces un fenómeno paradójico y sumamente ilustrativo: al caer las creencias, crece la libertad interior y la lucidez. Como si hubiera caído un corsé que nos constreñía y eso nos hubiera permitido iniciar un camino de autoindagación. ¿Qué valor doy a las creencias? Este relato es la clave para entender la teología de todas las apariciones pascuales. No pretenden decirnos qué pasó en Jesús sino transmitirnos su vivencia interior. La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús. Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el evangelio no se la han sacado ellos de la manga sino que es el principal mandato que reciben de Jesús.
Juan es el único que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello personaliza en Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones. “El primer día de la semana”. Jesús está ya fuera del tiempo y el espacio. Para él ya no hay días ni meses ni cuarentenas. En él no puede pasar nada, porque para que pase algo se necesita el tiempo y el espacio. Lo último que pasó en Jesús fue su muerte. Más allá de ella entra en la eternidad donde nada puede pasar. Jesús aparece en el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica la permanencia de su amor. Garantiza además, la identificación del resucitado con el Jesús crucificado. El segundo saludo les refuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; les había elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor total, semejante al suyo. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida, el miedo a la muerte biológica no les preocupará en absoluto. La Vida que él les comunica es definitiva. El verbo soplar, usado por Jn, es el mismo que se emplea en Gn 2,7. Con aquel soplo el hombre barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da otra Vida. Se trata de la nueva creación del hombre. La condición de hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita el pecado del mundo). El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institución de la penitencia, es ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que se entendía entonces por pecado era algo muy distinto. En la comunidad quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Ni Jesús ni la comunidad condenan a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada uno con su actitud. El Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que se adhieren a Jesús y salen del ámbito de la injusticia al del amor. La referencia a "Los doce", designa la comunidad cristiana como heredera de las promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús pero, como los demás, no le había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que permanece después de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la experiencia compartida en comunidad. Hemos visto al Señor. No se trata una visión ocular sino de la presencia de Jesús que les ha trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar el paso. A los ocho días… Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho días. La nueva creación del hombre, que Jesús ha realizado durante su vida, culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto a "fuera", el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad, puede experimentar lo que no creyó. La respuesta de Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía. Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos los suyos. Tomás tiene ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente, que es a la vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo. La experiencia de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo, tiene que ser el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo aunque no lo vean. El mensaje para nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal, llevada a cabo en el seno de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes de morir y ahora está comunicando. Se trata del paso del Jesús aprendido al Jesús experimentado. Sin ese cambio no hay posibilidad de entrar en la dinámica de la resurrección. Que Jesús siga vivo no significa nada si yo no vivo su misma Vida. Meditación Mi principal tarea es descubrir esa Vida que Dios ya me ha dado. No en confiar en que un día tendré lo que ahora no tengo. Para confiar en lo que ya tengo, primero hay que descubrirlo, aceptarlo y vivirlo. Pascua es el triunfo de la Vida definitiva sobre la muerte del cuerpo y la vida perecedera. Eso fue la resurrección de Jesús y es también la nuestra. Y este 2º Domingo de Pascua es el domingo de la Divina Misericordia. La gran misericordia de Dios para con su creación es el don de la Vida (Su Vida) con la vida, en la tierra. Dos vidas en una. La Vida eterna y definitiva en la vida cotidiana y con fecha de caducidad. Ante este don inconmesurable hay que clamar con el Salmo 117 “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Porque es eterna su misericordia, exalta de gozo hoy nuestro corazón.
El Evangelio de hoy nos relata la incredulidad de Tomás ante la resurrección de Jesús. La semana anterior hemos asistido a los últimos días de la vida en la tierra de Jesús. Jesús ha sido crucificado, muerto y sepultado. A este Jesús crucificado sus discípulos, mediando el tiempo, lo experimentan como “el viviente”. Jesús está vivo entre ellos. Lo saben. La muerte de Jesús los había dispersado. Habían vuelto a su vida cotidiana anterior. En el relato evangelio de hoy están de nuevo reunidos, en comunidad, “en el primer día de la semana”. El texto es de Juan y hay que entender su simbología. “Primer día” habla de una nueva creación, hombres nuevos. Los discípulos han “progresado adecuadamente”. Y Jesús, el resucitado, el que vive, está en medio de ellos. Así lo viven, lo experimentan ellos. Es él, el crucificado. No cabe duda (“les enseña las manos y el costado”). Las puertas están cerradas por miedo a los judíos. Poco después, los discípulos se llenan de alegría. Pasan del miedo inhibidor al estado eufórico de la alegría. Lo expresan directamente: ¡¡Hemos visto al Señor!! Así le contarán a Tomás lo sucedido. Se sienten enviados a continuar la misión de Jesús: evangelizar. Para la realización de esa tarea Jesús les había prometido su Espíritu. Aquí está la promesa cumplida. Todos, ahora, se siente pletóricos de Espíritu, hombres nuevos. Saben que son “barro soplado con el Espíritu”, otro Adam diferente. Jesús ha resucitado, está vivo; Ellos también. Los discípulos están reunidos para hacer memoria (recordar) y celebrar la última cena con el Señor. Están juntos para intercambiar recuerdos y vivencias compartidas. Y entre los recuerdos no olvidan la tarea encomendada: Dar a todo el mundo la buena noticia de que Dios es como un padre todoamor, compasivo y misericordioso. Se acuerdan de que la mejor imagen que Jesús les dibujó de Dios estaba en la Parábola del Padre Fuera de Serie del hijo pródigo. Los discípulos cuentan a Tomás, como resumen de todo lo sucedido, que “Hemos visto al Señor”. Porque Tomás no estaba con ellos y se lo había perdido. Ellos “han visto” y Tomás necesita someter a prueba sensible lo que le dicen. “Si no veo las señales de los clavos en sus manos y no meto la mano en su costado…” ¡ Pobre Tomás, con esas comprobaciones físicas no llegas al ¡Señor mío y Dios mío!. Tienes que volver a estar con ellos, compartir recuerdos, misión y Espíritu para poder creer. Tu solo no, con la comunidad, es posible la fe compartida y apoyada. Para “ver” al Señor es necesaria la fe y en comunidad. A los ocho días, todos juntos y Tomás con ellos, en comunidad, pudieron decir al unísono “Señor mío y Dios mío”. Todos juntos confesaron que Jesús es la persona interpuesta entre Dios y los hombres y que se sentían con la misión de ser mediadores (“personas interpuestas”) entre Jesús y los hombres. Hacia dentro de la comunidad y hacia afuera, hacia la humanidad entera. Al hilo del texto evangélico que acabo de presentar y del salmo 117 que hoy le acompaña, mi reflexión continúa con el papel de las “personas interpuestas”. Dios es misericordioso con su creación a través de las circunstancias y acontecimientos históricos, pero sobre todo a través de las personas. Son las “Personas interpuestas” que Dios necesita para expresar su misericordia con los hombres. Así lo diseñó desde toda la eternidad. A todos nos incluyó en su proyecto de humanización evolutiva de los seres humanos. A todos nos dio la posibilidad y responsabilidad de ser el medio y la ocasión para que tus próximos descubran la misericordia que Dios tiene para con ellos. Eres “la persona interpuesta” entre Dios y los hombres. Como Jesús, que fue la primera persona interpuesta entre Dios y la humanidad. A su vez, los otros son los mediadores de la misericordia de Dios para contigo, como lo eres tú -de la misericordia de Dios- con tus vecinos. Somos los eslabones de la cadena que nos une a todos con Dios y entre nosotros. Así entiendo yo la Comunión de los santos y la construcción del Reinado de Dios en la tierra. Así entiendo qué es evangelizar hoy: manifestar, con mi vida y mi palabra, que Dios es amor, es padre generoso, excesivo. Nos ha creado por amor y que quiere ante todo que seamos felices. Que pone de su parte todo lo que necesitamos para serlo. Que nos da a Jesús y el Espíritu como modelo, luz y fortaleza. Y que quiere que entre nosotros reine el amor, la fraternidad y solidaridad. Para mi Jesús es modelo e ideal de “Persona interpuesta”. Me encanta serlo yo también. Me encanta ser medio, ocasión y oportunidad para que mis hermanos descubran la presencia de Dios en su vida. Me encanta acompañarlos en este descubrimiento. Me encanta ser partera (Sócrates) de Dios para mis hermanos. Ayudarlos a descubrir la Buena noticia de que Dios existe para servir al hombre. Para apoyarle en sus proyectos, para fortalecerle en sus esperanzas y fracasos. Que con Dios todo va mejor. Quiero que experimente que es verdad aquello de que Él está en nosotros para que tengamos Vida en abundancia. Que Él es nuestra plenificación humana, y por tanto divina. Me encanta verlos crecer en su desarrollo como personas, ver que son más felices y más servidores de sus hermanos. Si te vives como “persona interpuesta” enseguida descubres que lo que tú haces es muy poco, casi nada, en comparación con lo que ves hacer a/en las personas a las que has acompañado en sus descubrimientos. No sales de tu asombro. Efectivamente te has comportado como siervo inútil. Has hecho solo lo que tenías que hacer. Que tú has sembrado con tu vida, con tu testimonio y que la cosecha es de los otros y del Otro. La semilla ha germinado mientras dormíamos. ¡Qué misterio! La Vida lo hace todo. |
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