El relato, para esta cuaresma, de Juan, el discípulo amado, da cuenta de la llegada de Jesús a Jerusalén. La ciudad alborotada por los preparativos de la Pascua se pregunta: ¿Quién es este hombre?
– Este es el profeta, Jesús de Nazaret, contesta la gente. Los fariseos molestos le dicen a Jesús: -"Di a tus discípulos que se callen".- "Si estos se callan, hablarán las piedras" replica Jesús. Y un grupo de griegos, ajenos al pueblo judío, le piden a Felipe: "Queremos ver a Jesús". Hoy, a distancia de siglos, autores como José Antonio Pagola formula en su libro "JESÚS" la misma pregunta: - "¿Quién fue Jesús? ¿Qué secreto se encierra en ese galileo fascinante, nacido hace dos mil años en una aldea insignificante del imperio romano y ejecutado como un malhechor cerca de una vieja cantera, en las afueras de Jerusalén, cuando rondaba los treinta años? ¿Quién fue este hombre que ha marcado decisivamente la religión, la cultura, el arte de Occidente hasta imponer incluso calendario? Probablemente nadie ha tenido un poder tan grande sobre los corazones; nadie ha expresado como él las inquietudes e interrogantes del ser humano; nadie ha despertado tantas esperanzas. ¿Por qué su nombre no ha caído en el olvido? ¿Por qué todavía hoy, cuando las ideologías y las religiones experimentan una crisis profunda, su persona y su mensaje siguen alimentando la fe de tantos millones de hombres y mujeres? Hoy como ayer, gentes de todas partes piden: "Queremos ver a Jesús". ¿No representarán ese puñado de griegos a una multitud enorme de nuestros días que, alejada de la Iglesia, dice: "Queremos ver a Jesús"? Hoy hemos avanzado mucho, en la ciencia y en la tecnología; hemos descubierto el prodigio del Genoma humano con sus miles y miles de genes y millones de combinaciones, pero no damos por descubierto quién lo proyectó y creó. Y a los que piden verle, ¿Qué les contesta Jesús? Mirad, les dice. Llevo mucho tiempo con vosotros y veo que todavía no lo habéis entendido. Sí, llevo toda una vida señalando el camino que lleva al bien, a la verdad y a la felicidad de todos. Y me encuentro con todo un sistema, con un poder civil y religioso, que no aceptan mi mensaje, lo critican, lo odian y, por si fuera poco, quieren acabar conmigo. Os digo la verdad: ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Mi vida ha sido como un grano de trigo, que entra en la tierra y muere, y así es fecundo. El proceso de mi vida ha llegado a este momento para testificar que yo no he vivido para mí mismo, sino para los demás, anunciando un proyecto que Dios me ha encargado y, así me cueste la vida, lo voy a anunciar hasta el fin, fielmente. Y esto me pone mal, me agita y casi me angustia. San Pablo alude a este momento de Jesús: "Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte...". Y en su carta a los filipenses remarca: "El que era divino, se despojó de su rango, se hizo esclavo como uno más, se abajó, pero el que podía salvarle no lo hizo". Jesús, al final, declara: "Padre manifiesta tu gloria, yo he venido para eso". Y fue crucificado. Y luego alzado en triunfo total. Jesús ya no era como el Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén, que ofrecía sacrificios por los pecados de los hombres, sino que, como un nuevo Sumo Sacerdote, el sacrificio que ofreció fue su vida, en entrega total de amor, para que se viera en él la manifestación suprema del amor de Dios por nosotros, un amor que abarcaba a todos los seres humanos, sin excepción. El bien y la felicidad de todos pasaba por ese proyecto de Dios, y no por otros injustos, partidistas, discriminatorios,... La muerte del grano de trigo, su crucifixión, iba a ser fecunda y testimoniaba la esterilidad de otros granos de trigo, de otros proyectos: "Ahora comienza un juicio contra el orden presente, y ahora el jefe del mundo éste, va a ser echado fuera". Ahora descubrirán el misterio de Dios, la grandeza de su amor, el sentido verdadero de la vida: Dios en Jesús con nosotros, entre ruegos y lágrimas, compartiendo la lucha contra el mal, pero triunfando sobre él. ¿Y qué se necesita para ver a Jesús? Primero, mirarle a Él, confiadamente, sin otras cosas que seguramente nos lo apartan u oscurecen. Segundo, seguirle, para colaborar en su tarea, para estar en lo que él estaba, para ocuparse de lo que él se ocupaba, para tener las metas que él tenía. La llegada de Jesús, hombre como nosotros, partícipe de nuestras flaquezas y dolores, ha sido un regalo del amor de Dios. Ese regalo no se compra, se agradece, se trata de recibirlo con el corazón abierto, en libertad y gratuidad. "Viva o muera, dice San Pablo, ahora como siempre, se manifestará públicamente en mi persona la grandeza de Cristo". "No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera" (Anónimo).
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(Leyendo al obispo anglicano J. Sh. Spong)*
El pecado original proviene de la desobediencia de Adán y Eva al mandato de Dios en el jardín del Edén. Pero la narración del Génesis no es un relato histórico. La humanidad no necesita un Redentor que la salve del pecado. Pecado, culpa, Jesús Redentor son conceptos inadmisibles para la modernidad. La imagen teísta de Dios, Juez Supremo, hoy no se sostiene, Uno de los sentimientos que la religión ha interiorizado en las conciencias de los seres humanos es el de culpabilidad. Este sentimiento ha provocado angustiosas situaciones en la vida de las personas como consecuencia de actuaciones que se han considerado pecaminosas o al menos contrarias a la ley moral. Por ello podemos decir que pecado y culpabilidad están asociados, siendo una (culpabilidad) consecuencia del otro (pecado). Según el relato bíblico Adán y Eva al comer del árbol prohibido en el paraíso pecaron desobedeciendo a Dios. Y desde ese momento la culpabilidad se adueñó de sus personas. La religión cristiana ha enseñado que este pecado, al que ha llamado "original", se ha trasmitido a todas las personas. Y desde ese momento el pecado se ha introducido en la conciencia de los seres humanos. De ahí la necesidad de un redentor que venga a salvarnos del pecado de nuestros primeros padres y nos evite el castigo eterno. Pero el pecado es un producto de la religión. Estas interpretaciones nos llevan a unas imágenes de Dios, de la creación, del pecado original, del bautismo y de Jesús Redentor y Salvador de la humanidad, que hoy no se pueden sostener. A este respecto comenta el obispo J. Sh. Spong: "El lenguaje del pecado original y de la expiación se ha usado en los círculos cristianos durante tanto tiempo que ha adquirido la categoría de un mantra sagrado, que no puede ser cuestionado y cuya estructura básica no necesita ninguna otra explicación. Cuando las circunstancias cambian, sencillamente se ajusta la doctrina, pero nunca se replantea. Examinándolos cuidadosamente, estos conceptos sagrados nos conducen a una visión de la vida humana que ya no es operativa, a una idea teísta de Dios articulada de manera casi repulsiva, a una idea mágica de Jesús que violenta nuestras mentes, y a la necesidad práctica de la Iglesia de crear culpabilidad como prerrequisito de la conversión. No hay que ser un genio para darse cuenta que esta opinión deformada de Dios y de Jesús, además de esta manera de entender la Iglesia, no puede sobrevivir en el exilio" (Spong, p.94). Una lectura literal del relato de la creación nos conduce a una imagen teísta de Dios inaceptable por el creyente moderno. Dios es un Ser que habita en los cielos, decide crear el universo y al hombre y mujer a su imagen y semejanza, para que domine el mundo siendo el centro del cosmos. Después de crearlos como Juez Supremo pone a prueba a los primeros seres humanos castigándolos por haberle desobedecido. En la modernidad no podemos admitir esa imagen de Dios, premiador de buenos y castigador de malos, y provocador de su culpabilidad. La religión cristiana se ha aprovechado de esta visión de Dios para alimentar la culpabilidad de las personas y la necesidad de la religión para borrar la mancha del pecado y superar el sentimiento de culpa que impide la felicidad humana. A consecuencia de la caída de nuestros primeros padres los seres humanos nacemos en pecado, trasmitido biológicamente de generación en generación. "Debido al pecado cometido por los primeros seres humanos – dice el obispo Spong – toda vida humana, a partir de ese instante y para siempre, nacería en pecado y sufriría la muerte, su consecuencia definitiva. La universalidad de la mortalidad humana se interpretó como signo de la universalidad del pecado. Fue el pecado original, el que abarca todos los aspectos de la vida humana. La vida entera necesitaba ser redimida y pedía a gritos un salvador (Spong, p.96). De esta convicción nació la imagen de Jesús de Nazaret como Redentor y Salvador de la humanidad. Dios envía a su Hijo para pagar el precio del pecado, siendo el sacrificio perfecto rompiendo el dominio del pecado sobre la vida humana. Así fue como se ha entendido tradicionalmente la tarea salvadora de Cristo. Ahora bien, si la modernidad no puede aceptar la existencia de un pecado original sin responsabilidad alguna del ser que lo hereda, tampoco admite a un Salvador de ese pecado universal inexistente. "Esta percepción del cristianismo resulta cada vez más difícil de aceptar o creer para muchos de nosotros. Yo elegiría rechazar antes que adorar a un dios que exige el sacrificio de su hijo. Pero en nuestro mundo postmoderno, de un modo similar en muchas otras áreas, este sistema teológico perfecto, con estos extraños supuestos, ha sido desmantelado por completo. Ahora lo que necesitamos es que, con toda conciencia, sea erradicado del cristianismo" (Spong, p. 104). Asimismo la concepción del mundo que nos presenta el relato bíblico es contraria a los descubrimientos de la ciencia moderna. El relato nos habla de una creación perfecta y terminada del cosmos. "Esa imagen fixista que hemos tenido del mundo, como estático, como creado por Dios directamente como está, tal como lo vemos, fijo en sus especies... ha sido un error garrafal; nos ha confundido lamentablemente. Nada de lo que vemos fue puesto ahí por Dios como nosotros lo vemos. Dios no hizo el mundo como lo vemos, sino que es el resultado de una evolución en la que confluyen un sinfín de factores incontrolables, interdependientes (Presentación de Teología Cuántica en la colección Tiempo Axial, p.12). De la anterior reflexión llegamos a las siguientes conclusiones: · El creyente moderno no puede admitir la existencia del pecado original, cometido por nuestros primeros padres y transmitido a todos los seres humanos. "Nosotros, seres humanos, no vivimos en pecado, ni nacemos en pecado. No necesitamos lavar la mancha de nuestro pecado original con el bautismo, porque no somos criaturas que han caído y que no se salvarían si no se bautizasen" (Spong,p. 107). Dios no es un Ser que ponga a prueba al hombre y a la mujer como Juez Soberano, y los castigue por desobedecer su mandato. Por ello es inadmisible el pecado original y la consiguiente culpabilidad de la persona humana como consecuencia del pecado heredado. · Igualmente es contrario a la racionalidad de la fe la afirmación del carácter expiatorio de la muerte de Jesús de Nazaret. No es Redentor de ningún pecado. "La necesidad de un salvador que nos devuelva al estado anterior a la caída es una superstición pre-darwiniana y un sinsentido post-darwiniano; un redentor sobrenatural que entra en nuestro mundo fallido para restaurar la creación es un mito teísta. Por lo tanto, debemos liberar a Jesús de su papel de Redentor" (Spong, p.108). No hay necesidad de que Dios castigue a su Hijo, enviándolo al mundo para morir crucificado y de esta manera amortiguar la ira de Dios a consecuencia del pecado cometido en el Jardín del Edén, y salvar a la humanidad del castigo eterno. · Tampoco es congruente con el carácter científico de la persona moderna y los descubrimientos de los últimos tiempos afirmar que Dios ha creado el cosmos y todos sus seres de modo perfecto y definitivo. No podemos hablar de una creación terminada si tenemos delante la evolución del universo con todos sus seres vivos. "El desenmarañamiento de esta madeja comenzó a partir del descubrimiento de que Adán y Eva no eran los primeros padres humanos, y que la vida no surgió toda de ellos. La teoría de la evolución hizo de Adán y Eva, en el mejor de los casos, figuras legendarias. No resultó fácil que la institución religiosa aceptara la evolución, y hoy aún hay voces que se elevan en áreas remotas del mundo para resistirse a ello. Esas voces nunca tendrán éxito. Ciertamente, la vida evolucionó a lo largo de un proceso que se inició con el nacimiento de la Tierra hace unos 4.500 ó 5.000 millones de años" (Spong, p. 104-105). La creación está en proceso que no sabemos su momento terminal. En conclusión, los conceptos de pecado, miedo, culpa, castigo y redención deben estar en revisión en la modernidad. No podemos seguir con un lenguaje que no resiste una crítica seria y razonable teniendo en cuenta los conocimientos que la ciencia ha aportado a la humanidad. Es necesario un lenguaje post-religional, que supere las convicciones introducidas por la religión a lo largo de los siglos. Dios no es un Ser Juez, Castigador, que introduce la culpa y el miedo en el ser humano ante la posibilidad de una condenación eterna. Terminamos con esta reflexión del obispo Spong: "El poder de la religión occidental siempre se ha apoyado en la habilidad de la gente religiosa para comprender y manipular ese sentido de ineptitud humana que es la culpabilidad... Con el paso de los siglos, los líderes religiosos aprendieron que el comportamiento de la gente podía ser controlado si se exacerbaban los sentimientos de culpabilidad. De este modo se constriñeron imperios religiosos ayudando a las gentes a vivir con la culpa y, hasta cierto grado, a superar su sentimiento de culpa" (Spong. P.99) *John Shelby Spong. Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir. Editorial Abya Yala. Quito. Ecuador, 2014. En el nuevo día se respira tu fragancia mañanera. Tu Evangelio, la Buena Noticia expresada para indagadores, el mensaje que se escribe con el corazón... Tú y nada más que Tú... En el traqueteo del tren rezo rodeado de pasajeros. Somos muchos que viajamos a destinos trabajados. Y Tú y sólo Tú, Compañero de viaje, nos haces que nos encontremos en el pitido de los años recorridos... Oh... Muchas gracias por ofrecerme otro espacio de tu Eternidad para deleitarme en mi frágil ser... Hoy con dolor de próstata, mañana con fastitis plantar. Pero siempre a la sombra de tu Cruz... Por eso a tus pasos me remito y me atrevo a musitar palabras perennes de tu amor peregrino:
Salmos, Capítulo 105: 4. Gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahveh! 5. ¡Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso! 6. ¡Recordad las maravillas que él ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca! 7. Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: 8. Él, Yahveh, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios. 9. Él se acuerda por siempre de su alianza, palabra que impuso a mil generaciones... Aunque camine por caminos donde prevalece la sombra, siempre tu rayo de luz penetra para hacer de nuestro andar una poesía con rima de vida. Aunque haya muerto un gran compañero en el presbiterio, Lluis; que yo vea a Guillem, el diácono de la parroquia de Sant Esteve de Granollers, preocupado por encontrar el cura de turno para hacer aquella misa para unos pocos; que me sienta triste por la actuación de un compañero de Barcelona que le niega la comunión a un moribundo porque está divorciado; vaya cansado con sueño acumulado por estar al pie de la cama de mi hermano enfermo de leucemia; me atragante ante una multitud de gente que llora la muerte de cáncer de un padre de familia de 40 años; me siga emocionando y viva hondamente feliz mi ministerio por acompañar personas que quieren menos culto programado y más compañeros sin horario que hagan camino con el tercer viajero que eres Tú, Jesús; continúen viniendo pobres a mi vera porque soy cura inútil, desgarbado en las formas y aprendiz que sólo sabe que sin Ti soy un pobre desgraciado; se me abran nuevas perspectivas pastorales y se me cierren puertas que chirrían a agua pasada para estar con los pobres que no hacen ruido; me empujen tuteando los militantes cristianos que están dando la cara por tu Evangelio y necesitan imperiosamente curas que les acompañen en sus heridas de la batalla de cada día... Así me siento llamado por ti, Cristo, a descentrarme constantemente para no acomodarme y llegar a ser cura funcionario, de despacho, de misa y misa y tira porque me toca, de "no tengo tiempo para hablar con usted" o de "no molestes al sacerdote que debe tener mucha faena"... Rezo en el andén de la estación... Observando las idas y venidas de los pasajeros... Y te pregunto: ¿cuántos de ellos y ellas te conocen?... Ayúdame a preguntar, a que preguntemos con nuestro testimonio y acciones significativas por muy pequeñas que sean.... Que nos arrimemos a la gente y no las esperemos solamente en nuestros despachos y sacristías... También en las calles, casas, debajo el puente, hospitales... Juan, Capítulo 8: 51. En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás.» 52. Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: "Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás." 53. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?» 54. Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: "El es nuestro Dios", 55. y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. 56. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró.» 57. Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?» 58. Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.» 59. Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo. Hoy... Todo esto y más lo compartiré con mi obispo... Ilumínanos a los dos, Jesucristo... Padre nuestro.. Érase un muchacho que vivía a las afueras de la ciudad. Un día, de vuelta a casa de la escuela, vio unos hombres que pegaban grandes carteles en las paredes. Cuando terminaron de pegarlos se acercó a leerlos y todos anunciaban el mismo mensaje: Llega el circo a su ciudad.
El muchacho lo primero que dijo a su padre cuando entró en casa fue: Papá, quiero ir al circo. Llegó el día de la primera sesión y el muchacho hizo a toda prisa sus tareas y se cambió de ropa. Su padre, a pesar de la escasez de dinero, le dio cinco euros con una gran sonrisa, le dijo que lo pasara bien y que tuviera mucho cuidado. El muchacho salió zumbando. Cuando llegó a la ciudad, todos sus habitantes se alineaban a lo largo de la calle mayor. La música sonaba atronadora y los aplausos se hicieron cada vez más sonoros a medida que la caravana del circo empezó a desfilar por la calle mayor. El corazón del muchacho se aceleró y sus ojos se abrieron grandes al ver el desfile de los músicos y sus instrumentos y los animales enjaulados y todo tipo de gentes vestidas con trajes de colores. Casi sintió miedo. Cerraba el desfile un payaso con la cara pintada, la nariz roja y unos zapatones puntiagudos, que bailaba y reía. El muchacho corrió hacia el payaso, le entregó sus cinco euros y volvió a su casa. Vio sólo el desfile. Pensaba que el circo era sólo un gran y solemne desfile. El muchacho no entró en la gran tienda y se perdió la esencia, la vida y el éxtasis del circo. La Semana Santa, en este país, Spain is different, tiene mucho de desfile circense. Las ciudades lo anuncian como de interés turístico internacional, nacional, provincial o local para llenar hoteles y vender balcones. El turismo es la mejor industria de este país y lo mismo vende playas, casas rurales, paradores nacionales, islas afortunadas que edades del hombre y semanas santas. Lo religioso se adueña de la ciudad laica y los pasos, llevados en andas, recorren con una solemnidad triunfante la geografía nacional. Yo no me creo la afirmación, "la piedad popular es el evangelio inculturado". Esta piedad, que ni ha leído el evangelio ni puede citar un solo versículo, pasea imágenes artísticas como pasea a hombros toreros, futbolistas o las celebridades de lo efímero. Hay un día para todas. A las imágenes les toca en Semana Santa, turno que nada ni nadie puede robar. Los turistas pagan su silla, su balcón, se les acelera un poco el corazón a la orilla de la calle y vuelven a casa. Ya han celebrado y vivido la semana santa popular y multitudinaria. Semana Santa, espectáculo de vírgenes enjoyadas con oro de Ofir, socarradas por cientos de cirios y piropeadas con adjetivos divinos y profanos y espectáculo de Cristos lanceados y ensangrentados. "En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo", nº 123 de La Alegría del Evangelio. La dieta católica, frugal y baja en calorías, durante siglos ha tenido un solo alimento: imágenes de santos, vírgenes bajo miles de nombres y sexto mandamiento. Dieta triste, diseñada para adelgazar. Cada Semana Santa la piedad popular, con total autonomía, programa su desfile circense. Miles de cristianos aguantarán procesiones, apurarán su dieta de piedad popular, pero como el muchacho de la historia, no entrarán en la gran tienda, en el Templo de la liturgia festiva y sobria, íntima y comunitaria, graciosa y sumisa, liberadora y purificadora. Sólo en el Templo se hace memoria de lo esencial. Sólo en el Templo Cristo se hace tan cercano, tan próximo, que su cercanía nos asusta y penetra la profundidad del ser. Sólo en el Templo las palabras "hoy" y "nosotros" son más que memoria histórica, se hacen verdad en el Cristo de la fe. Sólo en el Templo los relatos evangélicos se hacen Semana Santa de verdad, se hacen Cenáculo, Gólgota y monte de la Resurrección. Yo, alérgico a las procesiones de interés turístico, siempre me pregunto, ¿a qué sabe la semana santa en las calles laicas e indiferentes? El simbolismo de este texto, de una riqueza extraordinaria, empieza jugando con contrastes. Para quien ha vivido la experiencia, se trata del "primer día de la semana"; para María Magdalena, sin embargo, todavía es de noche: "está oscuro".
Sabemos que para el autor del cuarto evangelio, la noche es sinónimo de oscuridad, confusión, ignorancia; el "primer día", por el contrario, alude a la "nueva creación". A la oscuridad de quienes aún no lo han experimentado, los testigos proclaman: Jesús ha resucitado y su resurrección constituye una "nueva creación" del mundo, sobre cimientos de vida y certeza definitivas. Un contraste similar es el que muestra a María marchando al sepulcro –el "sepulcro" es el lugar de la muerte y de la desesperanza-, cuando la realidad es que "la losa estaba quitada", es decir, la muerte había sido vencida. Imagen que, entre líneas, nos sugiere algo profundamente sabio: debajo de cada "losa" que parezca aplastarnos, hay vida que quiere resucitar. Más profundamente aún, no hay ninguna "losa": nada es capaz de aplastar la vida. Cualquier "losa" que nuestra mente pueda imaginar ha sido ya "quitada": lo que somos, se halla siempre a salvo; la vida no puede ser derrotada. Pero María sigue sin "ver" –no ve más allá del Jesús difunto- y recurre a una explicación "racional": "Se lo han llevado". Con todo, no deja de buscar; echa a correr... y contagia a los discípulos en su misma búsqueda, aunque también estos no piensan más que en el "sepulcro", es decir, en la muerte como final. Continúa el simbolismo: lo que ven no es al Resucitado, sino "vendas" y "sudario". Pero tanto las vendas como el sudario no son elementos que "produzcan" por sí mismos la fe en la resurrección: es lo que le ocurre a Pedro. Se requiere una forma de "ver" que vaya más allá de la materialidad, o mejor, que sepa descubrir en lo material la Presencia inmaterial que todo lo ocupa y alienta. Quien sabe "ver" de ese modo es "el otro discípulo, a quien quería Jesús". Se trata del "discípulo amado" que, en el cuarto evangelio, es imagen del verdadero discípulo. En el plano simbólico, es indudable que el amor –que "corre" más deprisa que la autoridad- capacita para ver. Vienen a la memoria palabras como las de Pascal: "El corazón tiene razones que la razón no conoce"; o las de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry: "Lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve bien con el corazón". Y es que el amor, por su propia estructura integradora y unificadora, nos hace descubrir la dimensión más profunda de lo real que, de otro modo, se nos escapa. El relato, pues, es una catequesis: toda una invitación a saber mirar con el corazón para poder descubrir, en las "vendas" que nos rodean, al Resucitado, la Presencia de Lo Que Es. "Vendas" son todo deseo de superación; las ganas que sentimos de ser mejores; el anhelo de vivir; el amor a los demás y la capacidad de perdón; el anhelo de plenitud; la belleza de lo que nos rodea; la vivencia del gozo; la esperanza mantenida, en medio del sufrimiento; el silencio; la vivencia del Presente; la oración; el encuentro personal; la experiencia de ser transformados; la Eucaristía compartida... Lo que ocurre es que la mente dual no sabe qué hacer con esas "vendas". Las ve únicamente como "objetos" separados, realidades aisladas, debido a su propia incapacidad de percibir la Unidad de todo. Necesitamos acallar la mente, para poder ver "más allá" (más acá) y acceder así a aquella experiencia transpersonal que los discípulos vivieron y nos comunicaron, con las categorías propias de su "idioma" cultural. Experiencia que puede resumirse en una afirmación: la vida no es "algo" que tenemos y podemos perder; somos vida y el engaño radical consiste en creernos separados o desgajados de ella. No somos un yo particular que tiene vida; somos la Vida que se expresa temporalmente en la forma de este yo particular. La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno que nada nos dice de lo que estamos celebrando. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe en una connotación de vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en cada uno de nosotros.
La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido completamente distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. El evangelio de Jn lo explica muy bien en el diálogo de Jesús con Nicodemo. "Hay que nacer de nuevo". Y "De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu". Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios. Cuando el grano de trigo cae en tierra, "muriendo", desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte. Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede "pasar" nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida, era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida. Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Pero un Jesús en cuerpo, saltando de la ceca a la meca, o travesando paredes y puertas cerradas, para colocarlo después en el cielo a la derecha de Dios, no nos serviría de gran cosa. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no la puede afectar para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu, para que permanezca nuestra carne! Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella, ni el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo, vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía vivo, fue para ellos una verdadera resurrección. Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús, la divina no puede ser afectada por la muerte física, y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural es la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso, que nos es de destrucción si no de maduración. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero desplegado en todas sus posibilidades de ser, que antes sólo eran en él, germen. Meditación-contemplación Si no he resucitado, mi fe sigue siendo vana. Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo. Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo. También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús. .................... No se trata de morir físicamente ni de una resurrección corporal. Como Jesús tengo que morir al egoísmo y nacer del Espíritu al verdadero amor a los demás. ............ Día a día tengo que morir a todo lo terreno. Día a día tengo que nacer a lo divino. Ni muerte ni resurrección terminan mientras viva. Pero cuanto más muera, más Vida habré conseguido. El centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Fuego y agua son los dos elementos indispensables para la vida biológica. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua. El recordar nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy, fuego y agua simbolizan a Jesús porque le recordamos VIVO y comunicando Vida. Este es el centro de la experiencia pascual.
La vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la psíquica, sino la trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús. La vida biológica no tiene ninguna importancia para la realidad que estamos tratando. "El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre". La psíquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la espiritual. Solo el ser humano, que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a la Vida divina. Si nuestra preocupación se limita a lo biológico, estamos perdidos. Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva, que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es plena y eterna. Podemos seguir empleando el término "resurrección", pero creo que no es hoy el más adecuado para expresar esa realidad divina. Inconscientemente lo aplicamos a la vida biológica y psicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, nadie puede descubrir su divinidad. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe. Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que él tiene que estar VIVO. Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el que está constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina. Tenemos del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento. Todos los sacramentos están constituidos por dos elementos: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo. En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para hacerla presente y vivirla. Un día han hecho el signo sobre mí, pero vivir lo significado es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir, amando. Las tres partes en que se divide la liturgia de este viernes, expresan perfectamente el sentido de la celebración. La liturgia de la palabra nos pone en contacto con los hechos que estamos conmemorando y su anuncio profético en el AT. La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho insólito que tenemos que tratar de asimilar y desentrañar. La comunión nos recuerda que la principal ceremonia litúrgica de nuestra religión, es la celebración de una muerte, en la que podemos descubrir la Vida.
Se han dicho tantas cosas y tan disparatadas sobre la muerte de Jesús, que no es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre su significado. Se ha insistido, y se sigue insistiendo tanto en lo externo, en lo "folklórico", en lo sentimental, que es imposible olvidarnos de todo eso e ir al meollo de la cuestión. No debemos seguir insistiendo en el sufrimiento. No es el dolor lo que nos salva. Tampoco debemos apelar a la voluntad de Dios. Menos aún "sucedió para que se cumplieran las Escrituras". Ese amor manifestado en el servicio a los demás, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena divinidad. Mientras el cristianismo siga siendo un ropaje exterior, nos podemos sentir abrigados y protegidos, pero no nos cambia interiormente; y por tanto no nos salva. ¿Qué añade la muerte de Jesús a la buena noticia del evangelio? Aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y sin las circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los discípulos dar el salto a la experiencia pascual. La muerte de Jesús es sobre todo un argumento definitivo a favor del AMOR. En la muerte, Jesús dejó absolutamente claro, que el amor era más importante que la misma vida. Aquí podemos y debemos encontrar el verdadero sentido de esa muerte. La muerte de Jesús, como resumen de toda su vida, nos lo dice todo sobre su persona. También nos dice todo sobre nosotros mismos, si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él. Además nos lo dice todo sobre el Dios de Jesús, y sobre el nuestro si es que es el mismo. Sobre Jesús, nos dice que fue plenamente un ser humano. Que en él, la encarnación fue absoluta. Una trayectoria humana que comenzó naciendo, como la de todos los hombres, nos demuestra que las limitaciones humanas, incluida la muerte, no impide al hombre alcanzar su plenitud. Esa plenitud la puso él en el amor incondicional y total. La buena noticia de Jesús fue que Dios es amor. Pero ese amor se manifiesta de una manera insospechada y desconcertante. El Dios manifestado en Jesús es tan distinto de todo lo que nosotros podemos llegar a comprender, que, aún hoy, seguimos sin asimilarlo. Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que nos enseñó Jesús. El tipo de relaciones de toma y daca, que desplegamos entre nosotros los humanos, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús. Por eso el Dios de Jesús nos desconcierta y nos deja sin saber a qué atenernos. Un Dios que siempre está callado y escondido, incluso para una persona tan fiel como Jesús, ¿qué puede aportar a mi vida? Es realmente difícil confiar en alguien que no va a manifestar nunca lo que es. Es muy complicado tener que descubrirle en lo hondo de mi ser, pero sin añadir nada a mi ser, sino constituyéndose en la base y fundamento de mi ser, o mejor, que es parte de mi ser en lo que tiene de fundamental. Nos descoloca un Dios que es impasible al dolor humano, sin darnos cuenta de que al aplicar a Dios sentimientos, le estamos haciendo a nuestra propia imagen. Naturalmente, al hacerlo, nos estamos fabricando nuestro propio ídolo. Nuestra imagen de Dios, siempre tendrá algo de ídolo, pero nuestra obligación es ir purificándola cada vez más. Un Dios que nos exige deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener en el más allá un "ego" más potente (los santos), si no para quedar incorporados a su SER, que es ya ahora nuestro verdadero ser, no puede ser atrayente para nuestra conciencia de individuos y de personas. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece solo, pero si muere da mucho fruto". Este es el nudo gordiano que nos es imposible desenredar. Este es el rubicón que no nos atrevemos a pasar. La muerte de Jesús deja claro que su objetivo es imitar a Dios. Si Él es Padre, nuestra obligación es la de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre de tal modo que viendo al hijo se descubra y se conozca perfectamente cómo es el padre. Esto es lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad somos sus seguidores. Pero el Padre es amor, don total, entrega incondicional a todos y en todas las circunstancias. No solo no hemos entrado en esa dinámica, la única que nos puede asemejar a Jesús, sino que vamos en la dirección contraria cuando buscamos seguridades, incluso para el más allá. A ver si tenemos claro esto. La muerte en la cruz no fue un mal trago que tuvo que pasar Jesús para alcanzar la gloria. Se trata de descubrir que la suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios en el don total de sí mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás. Dios está solo donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Él. Si el amor se da en el sufrimiento, allí está Él también. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz, es la certeza de que el amor es posible, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar. No hay excusas. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida,es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. Lo esencial no es la muerte, sino la actitud fundamental de Jesús que le llevó a una fidelidad a toda prueba. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundidad de su opción vital. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de "gloria" ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Dios no puede abandonar a ningún ser humano y menos al que sufre. Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de todo lo que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera. Poner la cruz en todas partes, incluso como adorno, no garantiza una vida cristiana. Tener como signo religioso la cruz, y vivir en el más refinado de los hedonismos, indica una falta de coherencia que nos tendría que hacer temblar. Aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que lleva al hombre a la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al "ego", y por lo tanto a todo egoísmo. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro "falso yo" sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco tendrá sentido celebrar su "resurrección". El tema central del Triduo Pascual es el AMOR. El Jueves se manifiesta en los gestos y palabras que lleva a cabo Jesús en la entrañable cena. El Viernes queda patente el grado supremo de amor al dar la vida por no renunciar al bien del hombre. El Sábado, celebramos la Vida que surge de ese Amor incondicional. En la liturgia de estos días intentamos manifestar de manera plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante no son los ritos, sino el significado que éstos encierran.
La liturgia del Jueves Santo está estructurada como recuerdo de la última cena. La lectura del evangelio de Jn nos debe hacer pensar; se aparta tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción del pan, pero en su lugar, nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos deja desconcertados. Si el gesto sobre el pan y el vino, tuvo tanta importancia para la primera comunidad, ¿por qué lo omite Juan? Y si realmente Jesús realizó el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos? No es fácil resolver estas cuestiones, pero tampoco debemos ignorarlas o pasarlas por alto a la ligera. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exegetas no lleguen a conclusiones más o menos definitivas. Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de despedida, se lo dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la primera comunidad. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino, era un gesto normal que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que pudo añadir Jesús, o los primeros cristianos, es el carácter de símbolo, de lo que en realidad fue la propia vida de Jesús. El gesto de lavar los pies era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie se le hubiera ocurrido que Jesús la hiciera si no hubiera acontecido algo similar. Es una acción más original y de mayor calado que el partir el pan. Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por ser más sencilla. Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito estereotipado que a nada compromete. Aquí veo yo la razón por la que Jn se olvida de la fracción del pan. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con los demás y no es fácil escamotearla. Parece demostrado que, para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para Jn no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual, es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Jn insiste, siempre que tiene ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua. Identifica a Jesús con el cordero pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la liberación. Jesús el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación. Los amó hasta el extremo. Se omite toda referencia de lugar y a los preparativos de la cena. Va directamente a lo esencial. Lo esencial es la demostración del amor. "Hasta el extremo" (eis telos) = en el más alto grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su vida, ahora va a manifestarse de una manera total y absoluta. "Había amado... y demostró su amor hasta el final", dos aspectos del amor de Dios manifestado en Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que no se desmiente ni se escatima. Dejó el manto y tomando un paño, se lo ató a la cintura. No se trata en Jn de la cena ritual pascual, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con las instituciones de la Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cual debe ser la actitud del que le siga: Prestar servicio al hombre hasta dar la vida como Él. Jn pinta un cuadro que queda grabado para siempre en la mente de los discípulos. Esa última acción de Jesús, tiene que convertirse en norma para la comunidad. El amor es servicio concreto y singular a cada persona. Se puso a lavarles los pies y a secárselos con la toalla. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia. Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con una comida, siempre se hace antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que Jesús hace no es un servicio cualquiera. Al ponerse a los pies de sus discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor. El verdadero amor hace libres. Jesús se opone a toda opresión. En la nueva comunidad todos deben estar al servicio de todos, imitando a Jesús. La única grandeza del ser humano es ser como el Padre, don total y gratuito para los demás. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Esta explicación que el evangelista pone en boca de Jesús, nos indica hasta qué punto es original esa actitud. Retomó el manto pero no se quita el delantal. Se recostó de nuevo, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y señorío. La pregunta quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended bien lo que he hecho con vosotros, porque estas serán las señas de identidad de la nueva comunidad. Vosotros me llamáis "Maestro" y "Señor" y decís bien porque lo soy. Jn es muy consciente de la diferencia entre Jesús y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la relación personal de hermanos, todo lo contrario, a más amor más igualdad, más servicio. Pues si yo os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es "Señor", no porque se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano, a expresar plenamente la vida que posee. Llamarle Señor es identificarse con él, llamarle Maestro es aprender de él pero no doctrinas sino su actitud vital. Sienten la experiencia de ser amados, y así amarán con un amor que responde al suyo. Os dejo un ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: "Haced esto para acordaros de mí". Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que imitarle a él como él imita al Padre. Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres. Es una pena que una vivencia tan profunda se haya reducido a celebrar hoy el día de la "caridad". Tranquilizamos nuestra conciencia con un donativo de algo externo a nosotros, siempre de lo que me sobra, o por lo menos, que en nada compromete mi nivel de vida. Podemos aceptar que no somos capaces de seguir a Jesús, pero no tiene sentido engañarnos a nosotros mismos con ridículos apaños. Celebrar la eucaristía es comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. Él fue pan partido y preparado para ser comido. Él fue sangre (vida) derramada para que todos los que encontró a su paso la tuviera también. Jesús promete y da Vida definitiva al que es capaz de seguirle por el camino que nos marcó. La misma Vida de Dios, la comunica a todo el que acepta su mensaje. No al que es perfecto, sino al que, con autenticidad, se esfuerza por imitarle en la preocupación por el hombre. (Cuestionario del Sínodo de los Obispos, Pregunta 38: ¿Cómo profundizar la pastoral de los divorciados vueltos a casar?, y n.52 de la Relatio-Lineamenta: acogida sacramental condicionada).
Para mejorar la acogida pastoral de los divorciados vueltos a casar, no es suficiente la propuesta del Sínodo (Lineamentan.52), que la condiciona a un camino penitencial. Poner esa condición sería presuponer que esas personas están en una situación de pecado (lo cuál no se puede afirmar), o que están en una situación irregular según el derecho canónico (lo cuál sería juridificar la vida sacramental). La propuesta más radical debería ser que no sólo no se puede negar la acogida sacramental a nadie, sino que se debe favorecer la acogida de quienes acuden con mayor necesidad de apoyo, sanación y alimento para su fe. Contra la presunta situación de "irregularidad", otra propuesta aún más radical sería: Dejemos de juridificar la vida de fe, no se controle el Evangelio con los Códigos, déjense todas las cuestiones de validez, nulidades y divorcios a cargo del derecho civil y ocúpese la Iglesia de vivir con fe y misericordia la vida sacramental. Ni controlar la vida sacramental con derecho canónico. Ni entrometerse la Iglesia en el ordenamiento jurídico civil. En el marco de una sana laicidad y una correcta relación de Estado, Iglesia y Sociedad, debería ser posible articular, los tres ámbitos de ritos de bodas: la ceremonia civil, la celebración religiosa y la fiesta social: ¡en el ayuntamiento, en la iglesia y en el restaurante! (Sin mezclas ni intromisiones indebidas, sin interferencias ni arrogación de incumbencias, sin codificar sacramentos ni sacralizar ayuntamientos -con perdón al ripio-). De todos modos, siendo realistas, reconoceremos que tales propuestas radicales difícilmente prosperarán. Si se permite la ironía, diríamos que suprimir el derecho canónico llevaría al paro a tantos eclesiásticos... Pero, al menos, habría que proponer su reforma. Nos daríamos por satisfechos con que el Sínodo concluyese con un documento de solo media página que se limitase a poner en entredicho los párrafos siguientes del Derecho canónico: Canon 1055, párrafo 2, dice: Entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento. Canon 1059 dice: El matrimonio de los católicos, aunque esté bautizado uno solo de los contrayentes, se rige no sólo por el derecho divino, sino también por el canónico, sin perjuicio de la competencia de la potestad civil sobre los efectos meramente civiles del mismo matrimonio. Canon 1141 dice: El matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por ninguna causa fuera de la muerte. Sin cuestionar estos tres cánones, se quedarían en papel mojado las bellas palabras teóricas sobre el matrimonio y sus recomendaciones de práctica pastoral ante el divorcio y nuevas nupcias. Nota: Como explica en estudios magistrales el canonista José María Díaz Moreno, es cuestionable "la supremacía de lo meramente disciplinar y hasta burocrático sobre la celebración estrictamente religiosa del matrimonio... consecuencia de la prevalencia de lo contractual sobre lo religioso... La absoluta indisolubilidad del matrimonio sacramental, y en cuanto sacramental, consumado, no es un dato dogmático. El magisterio auténtico de la Iglesia no ha definido esta doctrina... No puede negarse la posibilidad de una evolución en esta doctrina... La absoluta indisolubilidad del matrimonio sacramental consumado es uno de los puntos más oscuros de toda la teología y Derecho matrimonial... Ni el derecho natural, ni el precepto evangélico exigen la absoluta indisolubilidad de tal forma que nadie, ni nada, excepto la muerte, pueda romper este vínculo" (J. M. Díaz Moreno, Interrogantes éticos del matrimonio", en: Marciano Vidal, ed., Conceptos fundamentales de ética teológica, Trotta, Madrid, 1992, 563-587) |
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