Una lectura rápida de las tres lecturas descubre una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó". En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: "De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único". Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.
Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (1ª lectura) La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: "Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote". Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afro-americanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?) Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio) El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas: a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta. Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida. Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (2ª lectura) La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es "rico en misericordia", "por el gran amor con que nos amó", "por pura gracia". Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto "el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos": que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras. Reflexión final En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una "buena noticia" (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos "a las buenas obras" que él nos ha asignado.
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Fue a él de noche.
Nicodemo no quería ser visto. No le convenía. Su buena fama como maestro fariseo podía venirse abajo si la gente se enteraba de que iba al encuentro de Jesús, el agitador que había revolucionado Jerusalén con su presencia. En realidad, la noche no sólo era el escenario que le envolvía. Nicodemo necesitaba luz ante la oscuridad que le habitaba. Sus dudas sobre quién era Jesús iban creciendo en la medida que éste realizaba signos en medio del pueblo. Con sus palabras y acciones, Jesús había puesto en cuestión las verdades más hondas de Nicodemo, aquellas certezas que le habían configurado, aquellos pilares sobre los que había asentado, hasta entonces, su vida y su enseñanza de la Ley. Quizás, si no hubiera sido de noche, Nicodemo no se habría puesto en camino. Nos asustan las dudas, los interrogantes, las dificultades que hallamos para entender lo que sucede a nuestro alrededor y, a veces, en nuestro propio interior. Pero ¡bendita noche que nos inquieta y saca de nuestra anestésica comodidad! Bendita noche que nos lleva a preguntarnos los porqués y los cómos y pone en cuestión nuestra vida. Por eso el maestro busca al Maestro. El hombre al Hombre. Y éste le habla de nacer de nuevo, de nacer del Espíritu. “¿Cómo puede ser esto?”, pregunta Nicodemo. Y Jesús, basándose en las Escrituras, en aquello en lo que Nicodemo era especialista, le resitúa en su camino de fe. Desde el relato, narrado en Números, en el que Moisés eleva una serpiente de bronce sobre un madero para que los israelitas se sanen al mirarla, Jesús le recuerda al maestro fariseo la verdad más absoluta: que Dios nos ama hasta extremos inconcebibles, que desea que todos tengamos vida eterna, es decir, vida definitiva, plena, feliz... Dios nos ama de tal manera que llega hasta el límite, hasta la encarnación, hasta entregársenos en su Hijo Unigénito. Jesús, conocedor de nuestra humanidad, confirma a Nicodemo la existencia de la noche, la suya y la del mundo. Le habla de oscuridades, de la ceguera que nos lleva, a veces, a amar más la tiniebla que la luz, del mal que provoca infelicidad. Pero reaviva su memoria para que Nicodemo no se quede ahí: “Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. Jesús le ofrece palabras de vida que le recuerdan la posibilidad de elegir el bien, de obrar la verdad, de ir hacia la luz. Y así, en medio de la noche, Nicodemo recupera la luz. Porque Jesús es la luz. El Amor es la luz. Fue a él de noche. Y en él encontró la luz. Una luz tan intensa que le sacó de su oscuridad haciendo posible, incluso, que al final de la vida de Jesús, fuera Nicodemo quien abrazara su cadáver para envolverlo en lienzos y perfumes. El maestro dando testimonio público de su amor al Maestro. El hombre haciéndonos fijar nuestra mirada en el Hombre, alzado en la Cruz, para que en él hallemos la Luz. Aunque el momento de la aparición del homínido y su inteligencia, es decir un ser vivo que se diferencia de los otros porque mientras estos pueden hacer una sola cosa él es capaz de hacer cosas diferentes, es controvertido, podemos decir, para entendernos, que la inteligencia del homínido aparece hace unos 6 millones de años, que el homínido empieza a ser “inteligente” hace 6 millones de años. Sin embargo sabemos que cuando de su inteligencia surge algo significativo y sustantivo puede calcularse que es hace unos 500 mil años, y que en estos siguientes 500 mil años apenas se mueve su inteligencia global.
Es decir, hasta hace unos 150 años los avances de su inteligencia fueron insignificantes en comparación con lo que ha sucedido desde entonces hasta hoy. En siglo y medio la inteligencia del ser humano ha dado un salto gigantesco. Ha pasado, por decirlo así, de un nivel uno a un nivel 100. Digamos que se desplaza a razón de una unidad por siglo, que su inteligencia, aparte sus construcciones y su arte, no hace apenas nada en medio millón de años. Y de repente se dispara. Casi súbitamente, la inteligencia de algunos seres humanos se transforma. En cien años hemos pasado del gramófono descubierto en 1890 al MP3 descubierto en 1993, del kinetoscopio en 1893 al cine en 3D y alta resolución a principios del siglo XXI. En la alta tecnología, desde la válvula de vacío descubierta en 1894 hasta el nanotransistor. Y en 60 años, más o menos en una generación, ha pasado del ordenador “eniac” que hacía 455 operaciones por segundo al ordenador “tianhe2” que es capaz de realizar 33860 billones de operaciones por segundo. Es decir, en solo 150 años hemos pasado de la carreta de bueyes a la nave aereoespacial… Pero esto es en relación a un tipo de inteligencia, pues en relación a otras el homínido ha perdido considerable valor y además, ha perdido buena parte del instinto de supervivencia de la especie a que pertenece. Desde luego en imaginación, por ejemplo, toda la centra en la fantasía espacial. La capacidad imaginativa de una sociedad como la griega de la antigüedad que es capaz de organizar un universo completo inimaginable en torno al mito, no tiene parangón alguno con la inteligencia actual relacionada con la robótica. Ello es así, a no ser que consideremos asombrosa y equiparable a ella la inteligencia para fabular esas aventuras espaciales o para desarrollar, generalmente en equipo, la propia robótica y sus innumerables aplicaciones. Y qué decir de su instinto de supervivencia atrofiado, incapaz el homínido de regular sus conductas que alteran severamente las condiciones de vida en el planeta que habita y con ello la continuidad de la vida misma… Pero hablemos de la o las inteligencias propiamente dichas. Si tomamos la inteligencia como una capacidad unitaria puede decirse que, en efecto, su desarrollo le ha permitido al ser humano aplicar diversas capacidades para hacer diversas cosas. Pero si sus capacidades se corresponden con otras tantas inteligencias, entonces afirmamos, con Howard Gardner y otros, la teoría de que el hombre no tiene una sola inteligencia sino inteligencias múltiples. Personalmente estoy a favor de esta teoría. No creo que la inteligencia del ser humano haya de entenderse como una única potencia del alma. Una multitud de ejemplos apuntan a varias clases de inteligencia; a una diversidad de inteligencias más o menos agrupables y tantas como capacidades o aptitudes del individuo en relación a sus posibilidades de alterar el mundo exterior o el suyo propio interno, o bien influir sobre ambos, así como hacerse comprender en esa alteración o influencia, sea durante el tiempo vivido por ese individuo sea en su posteridad. Howard Gardner afirma que la inteligencia no es un conjunto unitario que agrupe diferentes capacidades específicas, sino una red de conjuntos autónomos, relativamente interrelacionados. Para él, la inteligencia es un potencial biopsicológico de procesamiento de información que se puede activar en uno o más marcos culturales para resolver problemas o crear productos que tienen valor para dichos marcos. Indica que las inteligencias no son algo que se pueda ver o contar: son potenciales —es de suponer que neuronales— que se activan o no en función de los valores de una cultura determinada, de las oportunidades disponibles en esa cultura y de las decisiones tomadas por cada persona y/o su familia, sus enseñantes y otras personas. La prueba indiciaria de todo esto es que hay personas que muestran una inteligencia extraordinaria en su oficio, profesión o especialidad, y una nula inteligencia en otros aspectos que otros sin embargo dominan por haberlos ejercitado y por corresponderse con una determinada aptitud que al mismo tiempo se corresponde con una determinada inteligencia. Y digo y sostengo que hay inteligencias múltiples, porque al igual que de la inteligencia creativa artística de un individuo se beneficia al menos la mitad de la humanidad, o de la inteligencia de un equipo de individuos se beneficia toda la humanidad (tecnología), para otras finalidades, como por ejemplo, aquellas dirigidas al propósito de superar las limitaciones humanas en relación a sus propios congéneres (el egoísmo superlativo) o al de vencer el gen de la agresividad física, el progreso de esa inteligencia es ínfimo en comparación con la inteligencia aplicada al utilitarismo puro. Pues aunque grupos o una multitud de individuos en el mundo laboren, hipotéticamente, para aliviar el sufrimiento de todos los individuos de la humanidad (como sucede en ciertas especies animales) y para que predomine la inteligencia colectiva dirigida a la felicidad en “todos” los individuos aproximadamente por igual y aun para su propia supervivencia, esa inteligencia apenas prospera y puede decirse que nunca acaba de tener éxito. Miles de millones, que ven o saben del contento y bienestar que disfrutan otros miles de millones, viven una vida desgraciada por razones ajenas a su voluntad o por la voluntad de otros. Y por otro lado la subsistencia del propio hábitat humano, la casa de la especie, está en peligro por esas mismas concausas. Pero lejos de reconocerlo los llamados a dirigir la operación, y ponerse a la la tarea de lograr una sinergia entre las naciones que están a la cabeza de la civilización, esa maravillosa inteligencia de la que se pavonea el ser humano por logros espectaculares conseguidos por algunos, hace apenas nada para evitarlo, y no lo evita. De modo que si una inteligencia es capaz de proporcionar progreso y satisfacciones materiales a la humanidad pero al mismo tiempo excluye de ambos a gran parte de ella y va acompañada de una potencia destructiva incalculable para la especie y para el mundo en que vive, equivale a no reconocer y desaprobar que obras colosales a lo largo de la historia, como catedrales, pirámides u otras, no han sido causa de la muerte, de la miseria y de la esclavitud de a saber qué porciones de humanidad que pagaron con su vida. Pero equivale también a que aparte de asombrarnos de la construcción de aquellas obras, nos regocijemos por el sufrimiento de tantísimos de nuestros congéneres que fueron víctimas del “progreso”. Porque que un individuo sea capaz de hacer operaciones matemáticas en poco tiempo, diseñar una obra ciclópea, o pintar maravillosamente un paisaje urbano, o relatar genialmente una novela, o ser habilidoso en elocuencia… no significa que pueda explicarse convincentemente por qué es incapaz de montar en bicicleta, por ejemplo, o por qué se empecina en no admitir como posible que haya otros mundos y diferentes tipos de inteligencia. Que determinados humanos hayan desarrollado capacidades extraordinarias por su genio o por su talento, y gracias a ellos la población del mundo que va sucediéndose les reconozca su inteligencia y parasite de su inteligencia lo interpreto como expresión no de un grado de inteligencia, sino de una inteligencia de las varias que son posibles en un mismo individuo. Porque ¿dónde, en qué clase de inteligencia encajan la creación artística, la bondad, la inclinación al bien común y a la solidaridad universal que pueda explicar el hecho de que unas “inteligencias” se esfuerzan en refrenar a otras inteligencias que son capaces de hundirse en la ciénaga con tal de no desprenderse del peso del oro que llevan encima arrastrando con ellas a la humanidad? Tanto la creencia como la increencia tienen su propia lógica. En uno y otro caso se trata de opciones serias que comprometen la vida entera y que, por tanto, hay que justificar. Hay razones para creer y también para no creer. Más aún, entre creencia e increencia hay una relación escondida: en muchas ocasiones las razones del no creyente son las preguntas y problemas del creyente. Y, a la inversa, las buenas razones del creyente, deberían hacer pensar al no creyente.
Hoy la creencia no cuenta con el apoyo social del que parece que gozaba en tiempos pretéritos. Pero no es este el principal motivo por el que la fe es cuestionada. El cuestionamiento de la fe procede de la propia fe. No existe una fe invulnerable, al abrigo de toda sospecha, aunque sólo sea porque la oscuridad forma parte de la fe. Así, una reflexión sobre la incredulidad ayuda a la propia comprensión del creyente, pues éste debe ser consciente de las dificultades que surgen contra la fe, precisamente para llegar a la madurez de la fe. En este sentido Tomás de Aquino afirmaba que “los sabios”, o sea, los que conocen las dificultades para creer “tienen mayor mérito al creer, puesto que no abandonaron la fe ante las razones aducidas contra ella por los filósofos o por los herejes”. Y el Vaticano II dice: “las dificultades no dañan necesariamente a la vida de fe; por el contrario, pueden estimular la mente a una más cuidadosa y profunda inteligencia de aquélla”. Más aún, si no fuera posible el ateísmo tampoco sería posible la fe. El ateísmo no es un asunto de conciencia deformada, ni de inteligencia limitada. Es una de las posibilidades del ser humano, perfectamente comprensible desde la fe. Pues si la fe tiene sus razones, no es el resultado de un razonamiento, sino la respuesta libre a una oferta gratuita, que desborda toda expectativa (cf. 1Co 2,7-9) y que se presenta como el Misterio por excelencia. Este misterio, Dios mismo que se nos da, si bien va al encuentro de las más íntimas aspiraciones del ser humano, no se reduce a la lógica de la existencia humana, sino que va más allá de ella. Por eso no se puede imponer. El “no entenderlo” tiene su lógica. Más aún, forma parte de la fe. Además, si la fe es una oferta, eso quiere decir que se ofrece a una persona ya constituida, que puede decir: no. Para mantener la gratuidad de la fe es necesario afirmar la consistencia de lo humano. Si el ser humano necesitara de Dios para ser humano (aunque ciertamente, desde otro punto de vista necesita de Dios para ser), Dios no sería gratuito, sino necesario, y se impondría necesariamente a todas las criaturas racionales. La gratuidad del Dios que se nos da, obliga a mantener la consistencia y la libertad humanas. Dios se revela mejor como Dios creando un hombre capaz de ateísmo que creando un esclavo que le adoraría sin libertad. El Papa Benedicto al presentar su renuncia al Papado, hizo pública la razón que lo motivaba al denunciar la hipocresía reinante en la curia vaticana. No se sentía con fuerzas para destronar a la hipocresía eclesial que ocupaba los cargos de mayor poder al interior de El Vaticano.La sorpresiva llegada del Papa Francisco, con su postura reformista de intentar lograr una iglesia pobre al servicio de los pobres, una Iglesia cercana al hombre con todos sus problemas y las circunstancias que lo rodean en el mundo actual, una Iglesia que privilegia el amor por sobre las normas burocráticas, vivir el Evangelio como lo vivió Jesús, junto al pueblo predicando la palabra de lugar en lugar, yendo donde hay que ir, con olor a oveja.
Todo esto, más su intento de lograr una iglesia que guíe de verdad al pueblo de Dios, dispuesta a abandonar el lujo y la pomposidad, que vive y vibra con las alegrías y penurias de todos los días, contó de inmediato con la más dura oposición de que se tiene conocimiento en la historia de la Iglesia. Los hipócritas no están dispuestos a aceptar la humildad, la austeridad y el despojo para servir con amor al pobre, al que sufre. Los hipócritas fueron duramente maldecidos por Jesús. ¡Hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicias! ¡Así también vosotros por fuera parecéis justos ante los hombres, mas por dentro estáis llenos de hipocresía y maldad! ( Mt 23,27,28). Los hipócritas chilenos, unos pocos obispos y religiosos que han traicionado el mensaje de Jesús, son los que han logrado desprestigiar la labor de miles de sacerdotes y religiosos que se entregan con abnegación a amar, educar y servir a sus hermanos. Somos muchos los chilenos que tanto debemos al Padre Hurtado, a la Iglesia que construyó el Cardenal Raúl Silva, la de los monseñores Hourton, Valech, Alvear, Camus, Ariztía y tantos otros obispos,sacerdotes, religiosas y religiosos que tanto bien y amor han sembrado en nuestra historia. Los hipócritas de la Iglesia chilena son todos aquellos que mienten descaradamente, que defienden a los impuros y esconden sus fechorías bajo el alero de la Iglesia para lograr impunidad. Son todos aquellos que satisfacen sus perversiones sexuales con los predilectos de Jesús: los niños, los indefensos niños. Son aquellos cardenales, obispos o superiores que guardan silencio, que deciden protegerlos o encubrirlos, los trasladan de lugar sin reconocer y castigar el daño moral que su pedofilia causa en esos niños y sus familias. Ellos son los que han debilitado y desprestigiado a la Iglesia en Chile. Son los escribas y fariseos de la era actual. El Papa Francisco llega en este ambiente, en el que los chilenos muestran su rechazo más absoluto a la hipócrita actitud adoptada por algunos obispos de la jerarquía en Chile y la red de protección que han llevado a cabo. Al Papa se le exige, por parte de la sociedad chilena, acciones e instancias que desenmascaren definitivamente a los hipócritas. Sin duda que no es tarea fácil. Mucho ha hecho el Papa Francisco para lograrlo y ciertamente que queda un camino muy largo por recorrer, pero nadie puede desconocer que con sus aciertos y errores el Papa ha marcado un camino de denuncia y castigo a los hipócritas culpables, además de establecer mecanismos preventivos concretos para evitar que hechos tan lejanos al mensaje de Jesús se sigan repitiendo. Hace años, me dijo alguien que hacer teología de la liberación era, también, limpiar borraja. Para quienes no lo sepan, la borraja es una verdura, muy apreciada en algunos lugares como, por ejemplo, Navarra. Hay quienes la llaman la reina de las verduras, por su sabor. Antes de comerla hay que limpiarla, lo cual requiere su tiempo.
Siempre se me quedó grabado ese comentario. Agradezco a quien me lo hizo, porque tenía razón. A veces pensamos que la teología y Dios tienen más relación con los libros y los sabios que con la vida cotidiana. Y es un gravísimo error. Recuerdo con sumo cariño una de las críticas recibidas tras mi primer libro en solitario. Era de un gran amigo y maestro. Me decía que había cometido un error que no podría volver a cometer -y así lo he intentado- en libros posteriores. Hablaba de Dios y los pobres citando a diversos autores. Él me decía, con conocimiento de causa, que algunos de los autores citados sólo habían leído sobre los pobres, pero que no les conocían. Y que yo tenía que hablar desde mi experiencia y vivencias, no desde lo que otros decían. Volvamos a la borraja. La teología tiene mucho que ver -todo que ver- con la vida cotidiana. No puedo hablar con mis vecinos de Rahner, porque no le conocen a pesar de que a mí me fascine. Pero sí puedo hablar del precio de las alubias, del desayuno que preparo a mis hijas, de la próxima receta que quiero probar. Recuerdo también con una enorme sonrisa en la cara mi entrada en la universidad. Ese mundo tan apasionante. Tal era la emoción que había que vivirlo todo. Fui a la charla de inauguración del curso. La hacía un profesor de filosofía. A la salida, me preguntó alguien cómo había ido. Mi respuesta le hizo reír. Hoy, yo también me río con la respuesta. Le dije que no había entendido nada pero que había sido muy buena, que el ponente hablaba con conocimiento de causa y muy convencido. Más tarde escuché cómo el gran pedagogo y sacerdote Lorenzo Milani tenía miedo de que sus alumnos quisieran ir a la universidad pues existía el riesgo de que olvidaran quiénes eran y de parte de quién había que estar. Limpiar la borraja, o cualquier otra verdura, tiene que ver con la teología. Tiene que ver con ser una persona más de este mundo, solidaria con la realidad de la gente. Tiene que ver con no estar ajeno a la vida y las preocupaciones de los demás. Tiene que ver con saber que la vida real no se esconde tras un libro y sí tras los pensamientos de qué comeremos hoy, cómo puedo hacer felices a los míos, cómo puedo regalarles algo de lo que soy. Tiene que ver con el mundo del mercado diario, con la economía casera que obliga a pensar hasta dónde puedo llegar. Tiene que ver con la vida de la mayoría de la humanidad. Recuerdo, como hace unos años, cuando vivía en un país de América Latina al que debo mucho por todo lo compartido, cuatro chicas del pueblo donde vivimos quisieron visitarnos un verano. Por parejas, las llevamos un tiempo a una comunidad rural, un lugar de esos lejanos al asfalto y cercanos a la vida. Al recogerlas me decían que el mejor momento del día era cuando se juntaban con las mujeres de la comunidad a pelar patatas. Allí todos eran iguales -ellas un poco menos porque no tenían tanta pericia-. Allí era donde se daban las conversaciones y las risas más intensas, la vida más honda y real. La teología tiene que ver con esto, con las relaciones, con la solidaridad, con la vida. En caso contrario tiene poco que ver con el Dios de Jesús de Nazaret. De ese Jesús que recorría caminos para juntarse y relacionarse con la gente, acogiendo a los rechazados de la sociedad; con ese Jesús que hablaba de historias reales de la gente, de problemas y situaciones conocidas. Mientras escribo esto, estoy cocinando. Me voy levantando de vez en cuando para ver cómo hierve la verdura. También ha sido un momento de recogimiento, de oración. De oración por aquellos para quienes cocino. De oración en recuerdo de aquellos que han trabajado el alimento que yo preparo. Hace poco acabé de leer el libro Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie. Me ha gustado mucho. Algunas de las acciones, emociones, reflexiones, se hacen mientras preparan la comida. Una muy habitual en el libro es arroz con coco. Ayer busqué en internet recetas. Vi dos: una, la nigeriana a la que hacía referencia el libro, y otra, la caribeña. He optado por la segunda. Ahora tengo el arroz al coco hirviendo. Mientras lo hacía he pensado en la borraja. También en los hermanos caribeños y nigerianos. Los cocos que nos llegan aquí no son cómo los suyos… Además, he puesto ante el Padre a aquella comunidad donde enviamos a las chicas que vinieron a vernos. Fue allí donde me enseñaron a abrir cocos, primero con machete, luego con un cuchillo pequeño. A base de práctica acabé no haciéndolo mal del todo. Eran ellos quienes se reían de mí porque eso de abrir cocos tenía también otra connotación y se reían haciendo bromas al respecto porque yo no acababa de pillarlo. Allí, entre medio de las risas, las conversaciones, las confesiones, también se veía la sombra presente del nazareno. Al comprar los cocos pensaba en el mundo, en el mercado, en el capitalismo que mata. Pero también en la esperanza, en la alegre sencillez de las pequeñas cosas que nos permiten seguir viviendo juntos. Tengo que ir a acabar el arroz, ya casi lo tengo sin agua. Ahora freiré un poco de pescado para acompañarlo. Espero que les guste a mi mujer y mis hijas. Hoy también vendrá un amigo a comer con nosotros. Es la vida, y ahí en medio, está Dios. Tal vez otro día tenga que escribir sobre la teología del arroz con coco… En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe (Dom. 1) y con Abraham (Dom. 2), se nos narra hoy la tercera alianza, la del Sinaí. La alianza con Noe, fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley. ¿Cómo debemos entender hoy estos relatos? Noe, Abrahán y Moisés, son personajes legendarios.
La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes empezó a escribirse hacia el s. VII antes de Cristo. Son míticas leyendas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie, en su sano juicio, puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él elaboró sabiamente. Dios no hace pactos porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús no habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el amor, no desde un "toma y da acá" con los hombres. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse (el amor) es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo. No se trata de purificar el templo sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de una manera demasiado simplista. Una vez más la exégesis viene en nuestra ayuda para descubrir el significado profundo del relato. Como buen judío, Jesús desarrolló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios. Es casi seguro que, algo parecido a lo que nos cuentan sucedió realmente, porque el relato cumple perfectamente los criterios de historicidad. Por una parte lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos, (todos judíos) como desdoro de la persona de Jesús, no es fácil que nadie se lo pudiera inventar si no hubiera ocurrido y no hubiera estado en las primeras fuentes. Nos han dicho que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo. Esto no tiene fundamento, puesto que, lo que estaban haciendo allí los vendedores era imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrificios. Los animales vendidos estaban controlados por los sacerdotes; así se garantizaba que cumplían todos los requisitos de pureza legal. También eran imprescindibles los cambistas, porque al templo solo podía recibir dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo, a la hora de hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo. Jesús quiso manifestar, con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo 8000 personas. Es impensable que un solo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. El templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Además, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima. Cualquier desorden hubiera sido sofocado en unos minutos. Las citas son la clave para interpretar el hecho. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos citan a (Is 56,3-7) "mi casa será casa de oración para todos los pueblos; y a (Jer 7,8-11) "pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos". Is hace referencia a los extranjeros y a los eunucos, excluidos del templo, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaustos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos." Dice que en los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles. El texto de (Jer 7,8-11) dice así: "No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ y seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?” Los bandidos no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que, con los sacrificios, se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar. Juan cita un texto de (Zac 14,20) "En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: "consagrado a Yahvé", y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante de mi altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciantes en la casa de Yahvé en aquel día". Esa inscripción "consagrado a Yahvé" la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que en los tiempos mesiánicos, no habrá distinción entre cosa sagrada y cosa profana. Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán: hacer presente la gloria de Dios a través de su amor. Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Jn y no el de Mc. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro para el templo. El fin de los tiempos, en Jn está ligado a la muerte de Jesús. Si dejásemos de creer en un Dios ‘que está en el cielo’, no le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a gusto. Si de verdad creyésemos en un Dios que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con el mismo cuidado y cariño que si fuera él mismo. Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque pensando que hay realidades que no son sagradas. Una vez más el evangelio está sin estrenar. Meditación ¿He salido ya de un 'toma y da acá' en mis relaciones con Dios? ¿He descubierto que Él me lo ha dado todo y que yo tengo que hacer lo mismo? Mis relaciones con Dios tienen como base su amor total. Nada puedo pedir ni esperar de él que no me haya dado ya. Mi tarea consiste en tomar conciencia de ese don total. Mi vida responderá entonces a esa realidad. La expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos.
Preguntas para un concurso 1. ¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final? 2. Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas las representaciones aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata? 3. Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del templo. ¿Cuál? 4. ¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve? 5. ¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las autoridades judías? Respuestas 1. Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos días antes de morir. 2. El único que menciona el azote es Juan. Y ninguno dice que Jesús echase a la gente a latigazos. 3. Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos. 4. El más breve es Lucas. 5. Juan. El relato de Juan (Jn 2,13-25) El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos. Un gesto revolucionario A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va mucho más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos imaginarlos trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas. Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Comienza a ver todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos… ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, de poder comulgar, confesarnos, incluso rezar. Juan intuye la gravedad del problema y añade unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero. La reacción de las autoridades En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús (como le ocurrió siglos antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por mucho menos). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque en ciertos ambientes judíos se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal. La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo. Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. (Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos sacerdotes y los escribas no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a tramar su muerte, que tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará. Cuaresma y resurrección Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección. Jesús, nuevo templo de Dios Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció. Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25) En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo. Él hablaba del templo de su cuerpo y del nuestro. Formamos con todo el universo un cuerpo por el que corre la vida de Dios.
En estos años del siglo XXI experimentamos un profundo y rápido cambio en la concepción de la diferencia entre lo sagrado y lo profano. La línea divisoria se va haciendo cada vez más invisible. Todas las religiones, incluso las que nos parecen que tienen más adeptos están en crisis y sin embargo reviven y con fuerza las espiritualidades. Mientras la religión queda reducida a monólogos, preceptos, normas y leyes para vivir una vida ética sin hacer daño al prójimo, es una religión muerta, de hecho no es religión. Religión, del latín “religio” significa acción y efecto de ligarse fuertemente a Dios. Eso es lo que hizo Moisés, ante el encargo de sacar al pueblo israelita de la opresión de Egipto para conducirle por el desierto a la Tierra Prometida. En ese caminar, en medio de muchas dificultades, Moisés rompe con los miedos de su religión y sube al monte para hablar “cara a cara” con Dios. El monólogo se convierte en diálogo y el decálogo que Dios le entrega no es una ley muerta sino la base de una relación con Dios y con los demás. El pueblo de Israel a lo largo de la historia explicó estos diez mandamientos en más de 600 normas que un judío había de cumplir si quería estar a bien con Dios. Muchas personas quedaban excluidas por su incapacidad real de cumplirlas. Jesús en el Nuevo Testamento reduce el decálogo al amor a Dios y al prójimo. Podemos decir que amamos a Dios si amamos a los demás de una manera concreta y real. Así lo realiza él, liberando a las personas de las cargas absurdas que les imponen los que creen hablar con la autoridad de Dios. Les devuelve así la dignidad de hijos e hijas de Dios. Pero se gana la indignación, el cuestionamiento y la persecución de escribas y fariseos que tienen bien “atado” lo que viene y lo que no viene de Dios: el límite entre lo sagrado y lo profano. Han hecho del templo de Jerusalén un lugar para el mercadeo con Dios. El centro religioso y símbolo nacional de Israel, se ha convertido en lugar de comercio y explotación. La tendencia humana es hacer transacciones con Dios a través de dinero, sacrificios y cambiar a Dios por el dinero. Jesús se encoleriza porque ve cómo la perversidad se aprovecha de los pobres e ignorantes. Él instaura el lugar de la relación definitiva con Dios: la persona misma. Las ovejas representan al pueblo que debe ser liberado. Los cambistas, a quienes desparrama las monedas por el suelo volcando sus mesas, representan el sistema bancario del templo y el tributo que todos los judíos habían de pagar. Los vendedores de palomas se aprovechaban de los pobres prometiéndoles la reconciliación con Dios a través del sacrificio de estos animales. No en vano Jesús había repetido: “No podéis servir a Dios y al dinero”. No iba dirigido al mensaje a los pobres de las aldeas de Galilea donde predicaba, sino a los que se enriquecían a costa de los pequeños usando para ello la religión del temor. Jesús enfatiza en este momento la auténtica relación con Dios como Padre. Reduce a cero la religión falsa para dar paso a la relación familiar de amor y confianza. Para nosotros cristianos, el templo está en Jesús y en todos y todas las que están poseídas por el Espíritu. Ese es el lugar del verdadero culto, que no se expresa en ritos vacíos, sino en una vivencia del recuerdo vivo de Jesús que nos impulsa a vivir como El. Esa es la espiritualidad: dejarnos conducir por el Espíritu. “Los templos” están hoy bastante vacíos, los admiramos como mucho como obras de arte de un pasado glorioso. Los templos son nuestros cuerpos, los de nuestros hermanos y hermanas que sufren huyendo de la violencia en busca de hogar, los cuerpos de los sin techo, las víctimas de la trata de personas…El templo es hoy la tierra, explotada y expoliada, en peligro por nuestra avaricia de poseer cada vez más. No vamos a volver por mucho que nos empeñemos a lo de antes. No se trata tanto de restaurar el templo con todas sus implicaciones, como de volver a los orígenes de ese movimiento itinerante que comenzó Jesús por las aldeas de Galilea. Unos pocos, entusiasmados por el reino reuniéndose en las casas y compartiendo pan y vida. Jesús no tiene miedo de lo que puedan hacer con su cuerpo. Llega hasta el final entregando su vida hasta las últimas consecuencias. Quitándole de en medio no tendrán que oír más esa crítica que pone en evidencia el montaje que han hecho en nombre de Dios. “Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos. Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que yo os mando”. Juan 14,13 Serán sus discípulos y nosotros y nosotras hoy los que tendremos que recordar, que el templo no es un edificio de piedra sino la vida en medio del mundo; que el culto que a Dios le agrada es nuestra relación con Él, y que tiene consecuencias concretas en cómo nos relacionamos con los demás. Tenemos una responsabilidad en cuidar de nuestro planeta y de toda forma de vida. Eso supondrá cambiar nuestra mente, nuestro corazón y sobre todo nuestro estilo de vida. Todo lo que hacemos está en el ámbito de lo sagrado porque la vida es sagrada. |
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